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Matad a las vacas, a los cerdos, a las gallinas: todo Vietnam revisitado (y II)

El Sgto. de artillería Jeremiah Purdie
El Sgto. de artillería Jeremiah Purdie, herido, es conducido por sus compañeros tras la batalla por el control de la colina 484, al sur de la zona desmilitarizada en Vietnam del Sur, 1966. Foto: Larry Burrows—Time & Life Pictures/Getty Images.

(Viene de la primera parte)

Tierra quemada

En el invierno de 1967, EE. UU. tenía 485.000 hombres en Vietnam. Pese a la maquinaria bélica, las bajas se habían duplicado en el último año hasta las 11.153. Pero peor le iba al otro bando, 100.000 civiles muertos y quizá el doble de víctimas entre soldados NVA y charlies, como pronto fueron bautizados los miembros del Vietcong siguiendo la terminología militar: Victor Charlie, VC y luego simplemente charlies.

En casa, Buffalo Springfield se preguntaba For What It’s Worth y Leonard Cohen cantaba La historia de Isaac sobre el padre bíblico que accedía a sacrificar a sus hijos hasta que era detenido por un ángel. En la versión de Cohen ningún ángel bajaba del cielo y el sacrificio seguía su curso en los montes y selvas del sureste asiático.

Lo peor fue lo que no tenía un efecto a primera vista. En su afán por quemarlo todo para obligar al VC a salir de la selva, EE. UU. bañó el país con el temido agente naranja. Este era una mezcla de dos herbicidas hormonales: el 2,4-D y el 2,4,5-T. Se calcula que entre 1962 y 1972, EE. UU. roció hasta 2,5 millones de hectáreas con hasta 76 millones de litros de estos compuestos. Además de matar la vegetación que servía de escudo al VC, también mataba los cultivos y cuando no, los envenenaba. Más de medio millón de niños vietnamitas han nacido desde entonces con malformaciones fruto de los productos cancerígenos que incorporaba el agente naranja. Y eso solo en Vietnam del Sur. Se desconocen los efectos del herbicida en Camboya y Laos. En 1984, un grupo de veteranos de guerra estadounidenses llevaron a juicio a las compañías químicas suministradoras del herbicida: Dow Chemical, la célebre Monsanto y Diamond Shamrock. Estas acordaron desembolsar 93 millones de dólares en indemnizaciones, por los daños causados a la salud de los combatientes americanos.

Poco después, la Asociación Vietnamita de Víctimas del Agente Naranja (VAVA, en sus siglas en inglés) intentó hacer lo propio pero sus demandas han sido rechazadas una tras otra. 4 millones de víctimas vietnamitas del agente naranja continúan todavía sin resarcimiento y pagando los efectos de la guerra química.

Años más tarde, a partir de 1999, Monsanto produjo el glifosato que ha sido y está siendo utilizado en Colombia fruto del acuerdo del Gobierno de Andrés Pastrana y la Administración Clinton en el marco del Plan Colombia de la lucha contra las drogas. Eso en el papel, ya que en la práctica formaba parte de la estrategia antiguerrillera en la zona. Aparentemente inocuo, el glifosato ha sido también objeto de denuncias a causa de daños sobre cultivos y personas.

La gran marcha contra Vietnam

En EE. UU., a duras penas se mantiene ya la frustración. En tres años, el movimiento antibelicista ha crecido y se ha expandido desde Berkeley hacia otros campus. Cada vez más personajes públicos se adhieren al mismo. El 21 de octubre de 1967 tiene lugar la gran marcha sobre el Pentágono. Organizada por David Dellinger, contó con la colaboración de Jerry Rubin, uno de los fundadores del movimiento anti-Vietnam en California y experto en la preparación de actos de agit prop. Cuatro meses antes, Rubin, Abbie Hoffman y un puñado de colaboradores se habían colado en el tercer piso de la Bolsa de Nueva York desde el que comenzaron a lanzar una proclama antiguerra y contra el patrocinio de las corporaciones. Tras el discurso arrojaron billetes al parqué y consiguieron que los corredores se abalanzaran sobre ellos. Sobre los billetes.

Rubin conocía a Normal Mailer quien por entonces era una celebridad literaria un tanto venida a menos por sus escándalos conyugales, que incluían grandes dosis de alcohol y violencia. Mailer, más interesado en su propio ego que en el movimiento antibélico, accedió a participar junto a otros intelectuales como el poeta y premio Pulitzer Robert Lowell. El programa de aquel octubre consistía en dar una charla en la Ambassador Ballroom de Washington para, al día siguiente, día 21, marchar hacia el Pentágono con la intención descabellada de rodearlo. Mailer hizo su parte pero ansioso por la acción se emborrachó y acabó meando en una esquina del salón antes de dirigirse al público reunido en el hotel. Al final su discurso resultó atropellado y poco más hizo que insultar a Lyndon B. Johnson Al día siguiente tenía resaca. Unas 100.000 personas se manifestaron frente al monumento a Lincoln y más tarde al menos otras 50.000 rodearon el Pentágono. Se produjeron actos de desobediencia civil y enfrentamientos entre la policía militar y los manifestantes que se saldaron con 647 personas detenidas, entre ellos Mailer y casi todas las personalidades organizadoras.

De aquella experiencia, Mailer escribió un reportaje extenso para Esquire por el que cobró la estratosférica cifra de 10.000 dólares. Para compensar, el trato incluía la publicación de un libro. Los ejércitos de la noche apareció a principios de 1968. Narrado en tercera persona y con un Norman Mailer protagonista, supuso una radiografía certera del movimiento antibelicista y del caos en torno al mismo. Pero también la constatación del hartazgo de la sociedad norteamericana con una guerra que solo servía ya para mantener la maquinaria en una sociedad entregada al consumo como único modo de vida. El libro convirtió a Mailer de nuevo en una celebridad. Le dieron el National Book Award y, claro, el Pulitzer.

Mientras eso ocurre, Michael Herr ha convencido a los responsables de Esquire para viajar a Vietnam y contar la guerra de una manera libre y «real», sin compromiso con plazos de entrega. Le interesa sobre todo colocarse fuera de las agendas marcadas por las ruedas de prensa de los oficiales del general Westmoreland, comandante en jefe de las operaciones estadounidenses hasta ese año y padre de la conocida Attrition Warfare (Guerra de Desgaste), la estrategia de tierra quemada contra el NVA y el Vietcong.

El general Nguyen Ngoc Loan
El general Nguyen Ngoc Loan, jefe de la Policía survietnamita ejecuta en plena calle a un sospechoso de pertenecer al Vietcong identificado como Nguyen Van Lem, alias Bay Lop, 1968. Foto: AP-Eddie Adams.

El Tet, el comienzo de final

El 30 de enero, el NVA lanza ataques con mortero sobre unas 36 capitales de Vietnam del Sur desde Danang a Qui Nhon, incluyendo la capital Saigón, donde un comando del Vietcong consigue entrar en la embajada de EE. UU. y matar a seis personas. Sería el inicio de la «Ofensiva del Tet», una impresionante demostración de fuerza por parte del norte que tira por tierra las esperanzas de EE. UU. de una guerra rápida hacia una victoria inminente. Herr escribe a Esquire: «antes del Tet, la guerra tenía un tono y un ritmo predecibles […] Ahora las reglas han cambiado, todas las viejas suposiciones sobre la guerra, sobre nuestras posibilidades de conseguir la ‘victoria’ más innoble han cambiado». Ya ni siquiera Saigón es segura pues hay una fuerte presencia enemiga en los alrededores. Durante los meses siguientes se produce la contraofensiva estadounidense. Los hombres de Westmoreland provocan unas 50.000 bajas entre los efectivos del norte frente a unos 4000 marines y otros 5000 soldados del sur muertos. Sin embargo, la brutalidad de las medidas llevadas a cabo acabaría por cambiar definitivamente la guerra desequilibrando la balanza a favor del norte. El arma no sería otra que una opinión pública horrorizada con las noticias que la prensa le servía en casa.

El 4 de abril de 1968, un minuto después de las seis de la tarde, el reverendo y líder del Movimiento por los Derechos Civiles para los afroamericanos, Martin Luther King, es asesinado por un segregacionista blanco en el balcón del Lorraine Motel en Memphis (Tennessee). Estaba en la ciudad desde finales de marzo para apoyar la huelga de los trabajadores negros de la empresa recogedora de la basura. La desaparición del líder de la resistencia pacífica provoca un terremoto en las principales ciudades de EE. UU. Los disturbios se extienden desde Los Ángeles hasta Nueva York, pasando por Detroit y Washington. A la frustración de la comunidad afroamericana por la pérdida de su referente moral se une la rabia contenida contra Vietnam. Gran parte de los chicos que en el sureste asiático estaban muriendo a mayor gloria del Tío Sam eran negros. Por una cuestión sencilla: eran los más pobres.

Exactamente ocho semanas después, las principales ciudades del país están todavía intentando apagar los últimos rescoldos provocados por los disturbios de la minoría negra. El 5 de junio, Robert Kennedy se encuentra en la cocina del Hotel Ambassador de Los Ángeles. Acaba de dirigirse a un grupo de seguidores emocionados porque se ha proclamado su victoria en las primarias demócratas en California. A finales de marzo pasado, Lyndon B. Johnson había anunciado que descartaba presentarse a la reelección y el hermano menor de JFK era el favorito con su discurso de comunión entre las razas y de alguna manera favorable a detener Vietnam. Sirhan Bishara Sirhan, de 24 años, residente en Los Ángeles y de ascendencia palestina, aparece entre la gente que aguarda al candidato y abre fuego contra la multitud con un revólver del calibre 22. Hay varios heridos, entre ellos el senador Kennedy que recibe un disparo a quemarropa. Robert Kennedy fallece a primera hora de la mañana siguiente en el Hospital Buen Samaritano de Los Ángeles. Tenía 42 años y con él se iban las últimas esperanzas de redención de la América blanca y demócrata. Sirhan justificó su crimen por el apoyo político del senador a Israel. Luego dijo no recordar lo sucedido. Fue condenado a cadena perpetua. Continúa en prisión.

En julio de ese año, Eric Burdon and The Animals estrenan en EE. UU. Sky Pilot, la historia de un capellán castrense que bendice las bombas y a los propios soldados antes de entrar en batalla. El capellán mira a los cielos y sabe que lloverá sangre.

Herr viaja a Hue y queda atrapado entre el fuego cruzado entre los 12.000 soldados norvietnamitas que toman la ciudad y el RVA (ejército del sur) apoyado por los marines. La batalla dura 25 días, se lucha casa por casa. La aviación bombardea la ciudad y casi no distingue sobre qué uniformes arroja las bombas. Miles de refugiados abandonan la urbe. En los descansos de la batalla, soldados del sur se lanzan al saqueo. Hay cuerpos despedazados por todas partes. «Sabemos que desde hace años aquí no ha habido un país, sino una guerra», escribiría en sus crónicas para Esquire. «Antes del Tet, los encuentros en la selva eran más asépticos […] Ahora es espantoso, simplemente espantoso, espantoso sin ningún tipo de consuelo».

La mirada de los mil metros
Un marine norteamericano en estado de shock en un momento de la batalla de Hue, febrero de 1968. Foto: Don McCullin.

Herr permaneció con los marines en Hue y compartió su angustia, su miedo y también su locura. La misma locura que se reflejaría en los ojos del soldado retratado por el célebre fotógrafo de guerra Don McCullin, también presente en Hue. La mirada perdida, en estado de shock mientras sus compañeros caen muertos en un alrededor sembrado de destrucción. Aquello, diría McCullin, era lo más cercano al infierno: «dormir junto a cadáveres, observar hombres que habían sido aplastados por tanques, gente con los sesos colgando, otros viviendo bajo mesas en cuartos llenos de ratas. Era básicamente adentrarse en la locura absoluta». Finalmente, los americanos recuperaron Hue. Fue una victoria sin importancia, saldada con 216 muertos entre sus soldados, 384 entre los survietnamitas y unos 5000 entre los del norte. También unos 6000 civiles murieron en Hue.

Herr tituló su crónica sobre Hue «El infierno apesta», la frase que un soldado había escrito en su casco. McCullin fotografió a otro soldado. En la espalda de su chaleco podía leerse: «LBJ Hired Gun» (Sicario de Lyndon B. Johnson). Lo más importante era que Herr, como otros periodistas que cubrieron el conflicto, se convirtió en uno más de los que allí luchaban y morían, desde la barrera, observando, pero en uno más. Tras la publicación de su crónica, los soldados de Hue sobre los que Herr había escrito le regalaron un mechero con la misma inscripción como muestra de aprecio. Herr sabe ver en los soldados también víctimas. Muchos de ellos están fuera de sí. Algunos van más allá. Entre 1969 y 1972 el Ejército contabilizó 89 asesinatos de oficiales a manos de sus subordinados.

Después de Hue llegaría la batalla de Khe Shan. La ciudad llevaba sitiada por el norte desde el verano del 67. La contraofensiva finalizará dos meses más tarde. Y sería, según Herr, mucho peor que Hue. El pánico se había extendido como la peste entre las tropas que, exhaustas, se entregaban a las drogas y el alcohol: «eran animales tan idos que habían empezado a tomar unas pastillas llamadas Help contra la diarrea para reducir al mínimo las caminatas hacia las letrinas desprotegidas». El miedo lo dominaba todo. Y las condiciones eran peores que las de la peor barriada marginal de cualquier país del tercer mundo: «nadie podía hacerse a la idea de que los estadounidenses estuvieran viviendo de aquella manera, aunque estuvieran en medio de una guerra».

Herr pasó por Vietnam escribiendo lo que quiso y de la forma que quiso. En Esquire solo censuraron las palabras malsonantes. Mientras no estaba en el frente, Herr se pasaba horas en los bares observando hasta que soldados y oficiales caían borrachos y ciegos de opio y marihuana. Mientras, en la radio sonaba el rock psicodélico de Jefferson Ariplane, Grateful Dead, The Doors, Creedence Clearwater Revival y demás bandas que componían la banda sonora de aquellos días. Si al principio de la guerra el Ejército había impuesto una censura sobre la música para mantener alta la moral de las tropas, a medida que esta se desarrollaba se dio vía libre.

El 5 de noviembre de 1968 tienen lugar las elecciones presidenciales en EE. UU. de las que sale vencedor el republicano Richard Nixon y que luego pasará a la historia como Tricky Dick (Dick el listo) por su manejo de las artes oscuras. Nixon gana con cierta facilidad a un Partido Demócrata encabezado por Hubert H. Humphrey (vicepresidente de Lyndon B. Johnson), dividido tras la aprobación de los Derechos Civiles y la contestación social a la guerra. Cada semana mueren casi 300 soldados norteamericanos en ese agujero del sureste asiático. El país está harto. Nixon lo sabe y promete mano dura contra los alborotadores en las calles al tiempo que piensa en una salida de EE. UU. de Vietnam. Esta debe ser paulatina y durará cuatro años. Da comienzo la vietnamización del conflicto, cuando EE. UU. cede protagonismo a los vietnamitas del sur para que se ocupen de su propia guerra al tiempo que da la orden para que se inicien bombardeos contra Camboya y Laos. Fue Nixon precisamente el primero en aludir a esa «mayoría silenciosa» a la que tanto gusta hablar ahora a Mariano Rajoy en España. De la mano de su secretario de Estado, Henry Kissinger, tratará de unir al país que, según él, está polarizado. Mientras inicia un acercamiento a la China comunista, busca una tregua con Vietnam del Norte. El proceso que culminará en París ha comenzado.

El 30 de julio de 1969, el presidente Nixon visita por sorpresa a las tropas destacadas en Vietnam del Sur. Ese mismo verano, Herr abandonó Vietnam. En su cabeza se traía las voces de los soldados con los que había compartido el barro de las trincheras. Admitía sin reparos que su versión de la guerra era una mezcla de ficción y reportaje pero que todo lo que escribía había sido seleccionado a partir de lo que había visto y oído. Poco después de su marcha sus dos amigos más cercanos, los fotógrafos Sean Flynn (hijo de Errol) y Dana Stone, murieron en Camboya. En Vietnam perderían la vida unos 70 profesionales de la información. Más de un centenar si se cuenta a los que cubrían el conflicto desde el otro bando. Pero qué quieren, las estadísticas las hacemos los occidentales. Entre los españoles que cubrieron aquella guerra están nombres que hoy son leyenda: Vicente Romero, por entonces en el desaparecido diario Pueblo; los enviados de TVE, Diego Carcedo y Miguel de la Quadra, Fernando Múgica y el maestro Manu Leguinetxe.

Los días 15, 16, 17 y la madrugada del 18 de agosto de 1969 en un pueblo llamado Bethel, Nueva York, se desarrolla Woodstock, un festival de rock bajo el lema de «Tres días de paz y música». Los organizadores esperan a 60.000 personas; las entradas se pusieron a la venta a 18 dólares el abono de tres días. Se cree que asistieron casi medio millón de personas, fue un desastre económico y organizativo pero cambió para siempre la historia de los festivales de música. Vietnam sobrevoló un evento en el que se produjeron tres muertes y dos nacimientos. Estos últimos no confirmados. El último día, Country Joe & The Fish canta I Feel Like I’m a Fixin’ to Die Rag. Antes, Jimi Hendrix ha sacado los colores al país con su electrizante y corrupta interpretación del Star Spangled Banner.

El horror en una aldea perdida

Gran parte de esa obra maestra de periodismo bélico ―y también psicodélico― bajo el ruido de las bombas que es Despachos de guerra estaba en las crónicas que Herr escribiría para Esquire. Herr mantuvo siempre que ni la televisión ni la prensa diaria fueron capaces de transmitir, por su inmediatez, lo que había sido Vietnam. El tiempo le acabaría dando la razón. De hecho, nadie se enteró en Vietnam de lo que el 16 de marzo de 1968 había ocurrido en la zona denominada My Lai 4, en la región de Son My.

Ese día, el segundo teniente William Laws Calley dirige una rutinaria incursión en busca de vietcongs y llegan a una aldea. Durante cuatro horas, Calley y sus hombres llevan a cabo una orgía de violencia que incluye la violación de mujeres y niñas hasta dejar el poblado arrasado por completo. Testigos de los hechos relatan que el propio Calley se ocupó de asesinar con su arma a algunos supervivientes y ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo con el resto hasta no dejar a nadie con vida. Hoy se cree que la cifra de víctimas pudo llegar al medio millar. En cuatro horas. El Ejército de EE. UU. emitió un informe oficial de la operación en la que detallaba el resultado: unos 120 muertos divididos en 90 vietcongs «no civiles» y 30 vietcongs «civiles». Se dijo que solo se habían incautado tres armas.

No se sabe si My Lai era lo «típico» o una simple excepción pero lo cierto es que la doctrina de la llamada Regla Mere Gook junto a la estrategia de tierra quemada impulsada por Westmoreland dejaba la puerta abierta a los desmanes de las tropas. Por la naturaleza brumosa de la guerra en Vietnam sin un frente definido, el Ejército fijó en la cuantificación de bajas enemigas el indicador de eficiencia de sus unidades. Ello suponía una presión extra sobre oficiales y soldados que tendían a inflar el número de combatientes muertos respecto al número de armas incautadas. El desfase de My Lai entre unos y otras era más que sospechoso pero todos lo pasaron por alto. El encargado de ocultar la información fue un por entonces coronel del Ejército de EE. UU. llamado Colin Powell. El mismo que décadas después, como secretario de Estado de George W. Bush, sería el encargado de mostrar pruebas falsas de las armas de destrucción masiva del Irak de Saddam ante la ONU.

A finales de 1968, la calle bulle en EE. UU. Phil Ochs canta ante estudiantes enfervorizados The War Is Over. Solo es cuestión de tiempo, piensa todo el mundo. El 1 de junio de 1969, John Lennon continua su luna de miel con Yoko Ono en la habitación 1742 del Queen Elizabeth Hotel de Montreal. En una pausa entre tanto amor, canta para todo el mundo Give Peace a Chance, que pronto se convertirá en el himno antibelicista por antonomasia.

Nadie prestó atención a My Lai hasta que las noticias de lo sucedido llegaron a oídos de Seymour Hersh, editor de la pequeña agencia Dispatch News Service de Saint Louis. Tras meses de investigaciones, Hersh decide publicar la historia el 13 de noviembre de 1969. Una semana más tarde el Cleveland Plain Dealer publicó fotos de un exfotógrafo del ejército llamado Ronald L. Haeberle. ¡Boom!

De repente, el horror de Vietnam entra en las casas de los ciudadanos que aún veían la guerra de lado. Los antibelicistas tenían razón. Las tropas, nuestros heroicos chicos, están en Vietnam matando mujeres y niños, no expandiendo la libertad como mantiene el Gobierno. Los pocos que apoyan todavía la guerra se quedan sin argumentos. El teniente Calley fue juzgado y condenado por los actos de My Lai, permaneció tres años bajo arresto domiciliario y después fue indultado por el presidente Richard Nixon. Tardó cuarenta años en hablar de lo ocurrido, mostró arrepentimiento pero confirmó que se limitó a seguir órdenes.

Desde su vuelta a EE. UU., Michael Herr tardó casi siete años en escribir su libro y cayó víctima de una depresión nerviosa en el transcurso. Su Vietnam es el que la Creedence describe en Run Through the Jungle. Estamos en 1970. Mejor corre a través de la jungla y no mires atrás pues el diablo anda suelto. En poco menos de tres minutos Fogerty y los suyos describían de una manera certera lo que era Vietnam para los miles de soldados que por allí deambulan intentando sobrevivir.

El 4 de mayo de 1970 en el campus de la Universidad de Kent, Ohio, se desarrolla una marcha contra la guerra. Solo unos días antes, Nixon acaba de anunciar el comienzo de los bombardeos y la posterior invasión de Camboya. La presión está en el punto más álgido y finalmente la olla estalla a las 12:22 minutos de esa mañana cuando miembros de la Guardia Nacional abren fuego contra una muchedumbre de estudiantes que se niega a disolverse. Mueren cuatro personas y nueve resultan heridas. Además del horror por los muertos en suelo ajeno, EE. UU. se hunde en la vergüenza por los caídos en territorio propio. Crosby, Stills, Nash & Young dedicarán ese año Ohio a la memoria de los muertos, mientras que en plena fiebre del soul discotequero Edwin Starr grita Stop The War Now.

Finalmente Despachos de guerra apareció en 1977. Tras parir su obra y convertirse en celebridad, Herr se trasladó a Londres en 1980. Recibió ofertas para volver a cubrir otros conflictos. Las denegó todas: «Cada vez que alguien pega un tiro en algún punto del planeta recibo una llamada de alguna revista para ir allí. No quiero volver a verlo en mi vida».

No obstante, el Vietnam de Herr ha sido el que ha servido de guía para dibujar algunas de las películas que luego, superado el trauma, ajustarían las cuentas: desde el Apocalypse Now de Coppola, para el que Herr escribió la voz en off del protagonista, a Platoon, de Oliver Stone que recoge su interpretación de lo sucedido en My Lai. De hecho, también el coronel Bill Kilgore, que en la versión de Coppola adora el surf y el olor a Napalm por la mañana, está basado en uno de los personajes de Herr, un general amante de Beethoven y enganchado a la guerra.

Kim Phuc
Kim Phuc, en el centro de la imagen, corre con el cuerpo abrasado por el napalm tras un ataque a su aldea en Trang Bang, junio de 1972. Foto: Nick Ut.

Cuando apareció Despachos de guerra Vietnam era ya solo un mal recuerdo e imborrables secuelas en los supervivientes. Es una tesis comúnmente aceptada decir que fue la prensa quien tuvo buena culpa de la derrota disfrazada de salida honrosa de los EE. UU. Puede ser. Pero si se hila más fino es fácil pensar que el papel de la prensa solo ayudó a cerrar lo que EE. UU. se estaba haciendo solito. Nadie puede soportar un conflicto abierto durante tanto tiempo y menos con una opinión pública en contra, cansada y terriblemente horrorizada.

Si la revelación de My Lai fue el primer gran punto de inflexión, la tendencia acabó por confirmarse poco tiempo después con la publicación por parte de The New York Times y otros diarios, a partir de junio de 1971, de los llamados Papeles del Pentágono, sobre la participación del país en Vietnam desde 1945 a 1967. Las mentiras de las administraciones de JFK y LBJ sobre la guerra quedan al descubierto. Nixon, que en un primer momento trata de evitar la publicación de los informes, pierde y el diario neoyorkino gana en el Supremo su derecho a hacer su trabajo. EE. UU. se queda sin justificación para seguir manteniendo la guerra.

El 8 de junio de 1972 un avión de Vietnam del Sur lanza una bomba de napalm en la aldea de Trang Bang. Es otro de tantos bombardeos rutinarios con el famoso napalm, esa gasolina gelatinosa que abrasa todo lo que toca. En la aldea se encontraba Kim Phuc con su familia y otros muchos civiles. La diferencia es que ese día también había un equipo de televisión y algunos fotógrafos. La imagen de una niña de apenas nueve años que huye por la carretera junto con otros civiles, desnuda y con graves quemaduras sobre el cuerpo como consecuencia del napalm se graba en la retina de los telespectadores. El fotógrafo vietnamita Nick Ut toma la fotografía. Después coge a la niña en brazos y la lleva al hospital donde permanecerá durante 14 meses y será sometida, posteriormente, a 17 operaciones de injertos de piel. Las imágenes del bombardeo y la carrera de la niña dan la vuelta al mundo. Ut, como Eddie Adams tres años antes por su foto de la ejecución de un vietcong en plena calle, recibe el Pulitzer.

El 27 de enero de 1973, las partes en conflicto firman en París un acuerdo de paz para poner fin a la guerra. Desde hace años, Henry Kissinger viene manteniendo reuniones secretas con Le Duc Tho, representante norvietnamita para buscar una salida al conflicto. El 10 de diciembre de 1973, el comité noruego les otorga a ambos el Premio Nobel de la Paz. Kissinger lo acepta «con humildad». Le Duc Tho lo rechaza, argumenta que su país está todavía lejos de conquistar la paz. Los asiáticos y su sentido del honor. En realidad el acuerdo de París es simplemente la capitulación honrosa de EE. UU. Vietnam del Norte no se detendrá hasta tomar Saigón y reunificar el país. El sur lo sabe y se prepara para continuar una guerra ya sin la presencia de tropas de EE. UU. pero con su respaldo económico. Se niega a celebrar elecciones tal y como quedaba reflejado en un acuerdo que, al final, decide no ratificar. EE. UU. ha prometido mantener la ayuda económica y el asesoramiento militar. La promesa dura poco. La factura que EE. UU. paga por la guerra supera los 8000 millones de dólares anuales.

La tarde del 8 de agosto de 1974, Richard Nixon, artífice de la salida de Vietnam anuncia su dimisión como consecuencia del escándalo Watergate. El 9 de agosto, Gerald Ford presta juramento del cargo y se convierte en el nuevo presidente de EE. UU. La cantidad que el nuevo Ejecutivo destina a apoyar a Vietnam de Sur se reduce drásticamente hasta casi desaparecer hacia finales de 1975. La suerte está echada y el resto es historia.

Epílogo

Con Saigón ya bajo control del norte se produce una desbandada de refugiados mientras el nuevo poder no se hace con el control de la totalidad del país. Se cree que hasta un millón de vietnamitas se echó al mar en pequeñas embarcaciones a la espera de ser recogidos por algún carguero. Otro millón de personas fueron internadas en campos de concentración denominados «de reeducación». No se produjo el terror de los jemeres rojos en la vecina Camboya pero casi. Al menos 200.000 personas perdieron su vida en esos campos.

La factura de la guerra fue tremenda. Como siempre, fueron los civiles los que se llevaron la peor parte, murieron más de 2 millones. El ejército de Vietnam del Sur perdió a 223.748 soldados antes de ser disuelto. En suelo vietnamita dejaron su vida 58.169 soldados americanos. Unos 300.000 regresaron a casa con heridas físicas y psicológicas. El bando comunista contó 1.100.000 muertos entre sus efectivos, más de medio millón de heridos de gravedad. Desde la firma de la paz, en 1973, se han recuperado en Vietnam los restos de 554 estadounidenses desaparecidos en combate. Todavía quedan más de 300.000 vietnamitas y 2029 estadounidenses desaparecidos en la guerra, 1518 de ellos en Vietnam (el resto en territorio de Laos y Camboya). Las otras víctimas fueron los que regresaron sanos y salvos y descubrieron que el país por el que supuestamente habían ido a luchar les había dado la espalda y ahora los llamaba asesinos.

Se dice que Vietnam fue la última guerra de la prensa. Se dice que nunca más los informadores pudieron moverse con total libertad en un conflicto. La verdad es la primera víctima de la guerra y quien quiera que lo dijera, desde entonces nunca tendría tanta razón. El veterano Don McCullin recordaría muchos años después: «Tuvimos total libertad en Vietnam. Eso hizo que los americanos, cuando la guerra había terminado, sintiesen que los medios los habían traicionado. Se sintieron molestos porque nos dieron todo y lo único que obtuvieron a cambio fue que la opinión pública se polarizara contra la guerra. Las reglas han sido completamente reescritas y no a nuestro favor». Lo único que necesitaba un periodista en Vietnam era una acreditación y estómago. Podían subirse en cualquier vehículo de EE. UU. y ser trasladados a donde quisieran. EE. UU. tomó buena cuenta de la lección. Sucesos como los de My Lai se enseñan en las academias militares. En el apartado de cómo manejar información sensible.

Hay otras guerras pero apenas solo podemos imaginarlas. Como mucho, verlas de manera intermitente. De todos los conflictos, Vietnam ha sido el único que hemos visto y leído a la perfección hasta convertirlo en un mito. Literatura, música y, sobre todo, cine. Las cintas ya mencionadas y su sensible ajuste de cuentas del que también son partícipes The Deer Hunter (El cazador, Michael Cimino, 1978), First Blood (Acorralado, Ted Kotcheff, 1982) o Nacido el 4 de julio (Oliver Stone, 1989). Incluso se han hecho múltiples ejercicios fascistoides comenzando por Los Boinas Verdes (John Wayne, 1968) y terminando por los innumerables desaparecidos de Chuck Norris y otros. Es cierto que Vietnam no ha sido la mayor guerra, ni en cuanto a víctimas ni en cuanto a consecuencias internacionales. Sigue estando la Segunda Guerra Mundial, claro. El apocalipsis que devastó medio mundo civilizado entre 1939 y 1945. Pero la gran diferencia entre esta y Vietnam es sencilla. La primera fue, quizá, y permitan la licencia, la única guerra buena: la lucha canónica entre el bien y el mal más absoluto que ha conocido la humanidad. Vietnam es, a diferencia de la Segunda Guerra Mundial, la guerra en estado puro. Con todo su sinsentido, sin buenos ni malos. Sin bandos, independientemente de las lecturas ideológicas que hoy se le quieran dar. Lo que queda muy lejos de la intención de este artículo.

Banda sonora para acompañar: Vietnam revisitado

*Incluye canciones que hablan directamente o están relacionadas de alguna forma con Vietnam. Falta, entre otras muchas, A Foggy Day In Vietnam, de John Paul Jones, bajista de Led Zeppelin. La lista está basada en la realizada por Phil Nel para The Vietnam War in American Stories, Songs, and Poems, H. Bruce Franklin (ed.) Bedford-St. Martin’s, 1996. (pp. 201-218)

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Fe de errores sobre la primera parte

 El tercer párrafo del artículo debería acabar como sigue:

El día 4 de abril, con la artillería enemiga en posición y asediando la capital, se estrella un avión de transporte poco después de realizar la maniobra de despegue. Mueren 134 personas, entre ellos 78 niños. El 26 dejan de salir los aviones desde el aeropuerto militar de Tan Son Nhut.”

Evidentemente, la documentación en la que se basó el redactor, fundamentalmente escritos periodísticos de la época, estaba equivocada.

El cuarto párrafo debería figurar así

Pero volvamos al día 29. Suena White Christmas y da comienzo oficialmente la Operación Frequent Wind.”

De igual forma, donde el sexto párrafo comienza “En las 19 horas que dura Babylift” debería decir “En las 19 horas que dura Frequent Wind”. Evidentemente, en todos los casos, se trata de una errata de transcripción.

Los F-100 Super Sabre fueron sólo unos de las hasta 130 aeronaves de diferente tipo utilizadas por el bando americano durante el conflicto. Efectivamente, el 1972 se encontraban ya fuera de servicio. El redactor ha ejemplificado de memoria y generalizando sin contrastar su aseveración. De la misma forma, en lo referente al Huey, Muchos otros helicópteros, incluyendo varias versiones de este modelo, participaron en el conflicto pero el icono sigue siendo el Huey denominado así de forma generalista.

En cuanto a la fotografía de Hugh van Es, datada por error en uno de los tejados del complejo de la embajada norteamericana, en el que sí aterrizaron otros helicópteros, fue tomada en realidad en un bloque de apartamentos situados en el exterior y que servía de residencia a personal de la CIA y familiares.

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  3. ¿Por qué no corregís lo que consideráis erróneo de la primera parte sobre el propio texto?

  4. ¿La bombas atómicas de EEUU en la Segunda Guerra Mundial eran la lucha del bien contra el mal? ¿En que bando estaría por ejemplo Stalin? El artículo es estupendo pero vaya manera de estropearlo con ese alegato final…

    • Qué hipster se ha vuelto en estos días críticar sistemáticamente todo lo que hacen los estadounidenses, aunque significase, como en la SGM con derribar uno de los regímenes más tiránicos de la historia de la humanidad (con la inestimable ayuda de los soviéticos está claro).

      • […] aunque significase, como en la SGM con derribar uno de los regímenes más tiránicos de la historia de la humanidad (con la inestimable ayuda de los soviéticos está claro).

        Sin duda te refieres al Japón de Hirohito e Hideki Tojo. Si querías referirte a Hitler, hay que invertir los términos no importa cuántas gloriosas películas se hayan filmado sobre el día D.

  5. F.Palomares

    Bastante mejor esta 2ª parte, y la fe de errores sobre la 1ª parte honra al autor. Sólo algunos comentarios:
    – El libro de Herr (de la mejor literatura de guerra, no sólo sobre Vietnam) originalmente se llama sólo Dispatches, sin el «de guerra» que se añadió tontamente al título en la deficiente traducción española.
    – Debería haber mención a la Operación Linebacker II, los mayores bombardeos de la guerra, ordenados por Nixon en diciembre de 1972. Forzaron a Vietnam del Norte a firmar los acuerdos de París, que supusieron para los americanos la «peace with honor» y la liberación de 591 prisioneros de guerra.
    – Hombre, si una lista de mejores pelis sobre la guerra de Vietnam incluye al menos 3, una tiene que ser Full Metal Jacket (1987), de Kubrick.

  6. Muy buena.

    La fe de erratas es una muestra de bue periodismo que pocos autores realizan.

    Felicitaciones

  7. parvulesco

    Justo al revés: en Vietnam sí había buenos y malos, unos explícitamente agresores e imperialistas y otros que se defendían de las bombas, no jodamos. En Vietnam los americanos jugaron el papel de nazis.

    • ¿What? Va en serio?

      • Pablo Barroso

        Para convencerte de que así fue, puedes ampliar tu documentación probablemente basada en películas norteamericanas, con el libro «Mi guerra contra la CIA» de Norodom Sihanouk, heredero al trono de Camboya en los 70′.

    • Estoy de acuerdo. Que el vietnam del norte fuese comunista no los convierte automáticamente en «tan malos como los otros». De hecho, los comunistas vietnamitas han sido probablemente los mejores gestores de entre todos los países comunistas (ciertamente, no es decir mucho). A pesar de tener que defenderse de cuatro guerras sucesivas contra Francia, EEUU, Camboya y China se las han arreglado para seguir enteros y desarrollar el país. Actualmente, es uno de los de más rápido crecimiento del mundo.

      • ¿»Buen gestor»? ¿Volvemos al «hicieron que los trenes llegaran a su hora?

        Repasa su postguerra y compárala con la del franquismo. Condenar a cualquiera de los dos exculpando al otro es pura hipocresía.

  8. Otro positivo a la fe de erratas, algo que debería ser habitual y que por desgracia cuesta encontrar en los tiempos que corren.

    Enhorabuena al autor por el texto, imposible dejar de leer.

    Sobre la guerra de Vietnam resulta muy recomendable leer los capítulos correspondientes a esos años del libro «Legado de Cenizas», de Tim Weiner, donde explica muy bien la actuación de la CIA en el conflicto y cómo llegaron los americanos a empantanarse de esa manera en Vietnam.

  9. Revisad el pie de foto del general ejecutando a un «sospechoso»; la historia es bastante jugosa.

  10. Gracias por la fe de erratas, totalmente en desuso hoy en día.

    Alguien puede decirme si M, de John Sack ha sido publicado en castellano. Después del primer articulo me gustaría leerlo y no se si atreverme a comprarlo en ingles.

  11. Ameno y brutal. Muy bien escrito, con ritmo trepidante y trufado de referencias a hechos coetaneos que ponen en situación al lector.

    Excelente. Chapeau!

  12. Gracias por el enlace Diego ya lo había visto. Lo intentare en ingles.

  13. su relato me ha supuesto una vuelta a la adolescencia, años en los que el Vietnan era fuente diaria de noticias desvaidas por la distancia y un cierto desenfoque contextual… enhorabuena y mis mayores deseos de seguir contando el la revista con nutrientes como éste trabajo

  14. Impresionante documento, de lectura obligada para todos aquellos que justifican las intervenciones en aras de no se que libertad…

  15. runtledge

    For What It’s Worth de Buffalo Springfield, aunque a veces considerada como canción protesta anti-guerra, no trata sobre Vietnam, sino sobre unos tumultos acontecidos en California durante la época

  16. Esta revista me gusta, pero a veces parece que escribais y penseis como si fueseis norteamericanos. En esa guerra hubo unos invasores y unos invadidos, u nos resistentes y unos agresores, la mayoría del vietcong eran campesinos que por el día trabajaban la tierra y por la noche pegaban tiros, fue una guerra nacional y popular. Obviamente este artículo sólo contempla la guerra desde la perspectiva yankee en que unos pobres diablos en edad de hacer otras cosas se fueron a luchar para liberar a una gente de los malvados comunistas y resultan que la gente y los comunistas, bueno, eran lo mismo. Este hecho les causaba contradicciones, no sabían ni porqué ni contra quien peleaban ¿pero los vietnamitas? Estos no tenían pesadillas, sus padres, sus primos, sus hermanos mayores ya habían luchado con Ho en el Viet Minh y antes de eso ya hubo otras luchas, sabían perfectamente a que venía pegarle un tiro a un norteamericano. Un grupo de campesinos motivado y bien liderados venció a 3 miembros permanentes del Consejo de seguridad de la ONU, cosa que sigue siendo motivo de orgullo nacional en EEUU. Esa guerra fue una absurdez, sí, pero si los estadounidenses y sus aliados se hubiesen quedado en casa no habría pasado nada.

    • Motivo de orgullo nacional en Vietnam*

      NB: Si quieres ver esa guerra como un absurdo sin sentido la única posibilidad que tienes es verla desde la perspectiva yankee, leyendo a sus periodistas y propagandistas, si lees a los vietnamitas verás una guerra de resistencia nacional. Os recomiendo a Giap y a el viejo Tio Ho.

    • Muy clarito, blanco o negro. Pobres campesinos libres invadidos por el imperialismo malvado.

      Lástima que todo empezara por la invasión por el norte comunista del sur pro occidental.

      Obvia Ud a la mitad del país, que luchaba por su libertad, la que perdió.

      Supongo que para ud solo eran traidores esclavos dignos de campos de reeducación.

      • Exactamente, veo que es una persona muy informada y que ha entendido exactamente el mensaje que quería transmitir. Gracias.

      • Ahora en serio, dejaré borderías a parte. Pretendo decir que este artículo está escrito esde una óptica americanocéntrica y eso lo empobrece.

  17. Que pena acabar ensuciando un artículo que en principio no estaba mal, porque decir que fue una guerra sin buenos ni malos es insultar la memoria de los mas de dos millones de vietnamitas asesinados (si, asesinados) por las tropas USA.
    Como han señalado en un comentario anterior, Estados Unidos interpretó en esta guerra el mismo papel que los nazis en la SGM.

  18. Una vez más, fenomenal.
    Gracias

  19. Apocalypse Now de Coppola, sin poner en duda lo que usted menciona, tambien se basa, fundamentalmente, en el Libro de Joseph Conrad el Corazon de las tinieblas. El paralalelismo entre ambas historias es apabullante (salvando las distancias naturalmente). En todo caso magnifica pelicula y maravillodo libro muy recomendable

  20. El señor Diego E. Barros es un genio. Excelente trabajo.

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