El Nota: Ya, un fantástico plan, Walter, es de un ingenio acojonante, perfecto, funcionará como un reloj suizo…
Walter : Eso es, su belleza radica en su sencillez, si el plan fuese demasiado complicado podría fallar todo, si hay algo que aprendí en Vietnam…
El Gran Lebowski (1998)
Una de las preguntas que jamás debe hacerse en un concurso con premio es «Enumere elementos de tipismo turístico de Málaga y su bella Costa del Sol», porque no responder sería de nota. Cada vez que, en una conversación, sale a relucir mi ciudad, normalmente el interlocutor indica, cargado de nostalgia, «Ay, Málaga…¡Qué bonita! Yo veraneaba en Nerja…¡Qué playas!» o «¡Qué bueno está el pescaíto frito en Pedregalejo!». O qué graciosos los burros-taxi de Mijas, qué imponentes las Cuevas de Nerja, qué sobrecogedor el Tajo de Ronda, qué animado Puerto Banús, qué sabrosos los espetos, Picasso, el vino de la tierra, la Vega de Antequera, las pasas de Cómpeta, la Semana Santa y otras fiestas de guardar, qué bien se lo pasaron en la feria ( «mucho calor, eso sí»), en una remembranza dulcificada en la que se terminan mezclando episodios de Verano Azul, José Luis López Vázquez en bañador al borde de la piscina del Hotel Pez Espada, unas vacaciones en Calpe y la Tomatina de Buñol. Málaga es víctima o beneficiaria de muchos de los tópicos que la hacen imán de turistasy, como en un wéstern, suena a una película que ya hemos visto.
Precisamente esa sensación de deja vú convierte a Málaga en una gran desconocida —para todos y, especialmente, para los propios malagueños— rodeada de imágenes tópicas extraordinariamente impermeables y fijadas en el imaginario colectivo. La Costa del Sol aparece como una secuela del desarrollismo con suecas, señores con bigotillo al borde del pasmo y tipismo simple, que continúa en un decorado de imanes para la nevera con la silueta de un toro de Osborne, carteles anunciadores de Paellador, colonias organizadas de establecimientos para la venta de yogur helado y una ración de chanquetes chinos. La noche canalla de Torremolinos, con un Frank Sinatra detenido por la Guardia Civil y jugando a ser el último de la Brigada Lincoln, por lo desconocido, o la belleza de la catedral, el Torcal de Antequera, la Sierra de las Nieves, las calas de Maro o la plaza trasera del Museo Picasso, por insoslayables, nos pasan desapercibidas, a propios y extraños, al ser demasiado accesibles o visibles. Como en La carta robada de Poe, puede que no veamos lo que está oculto, pero seguro que pasa desapercibido lo que es evidente, hasta que un día te equivocas de calle y te encuentras 500 años de artesonado mozárabe esperándote.
Por encima de todo ello, podremos estar de acuerdo en que hoy ya no se viaja, sino que se hace turismo. Con la pulsión de completar los hitos de una guía turística, con el permanente disparo de la cámara, con la prisa en los talones, completamos un recorrido que nos permita marcar un hito más en nuestro carnet y contarlo en Twitter. Debo confesar que mis mejores viajes son aquellos en los que recuerdo no haber hecho nada de lo que las guías consideraban imprescindible, y en los que lo que para otros era una pérdida de tiempo, para mí era encontrar por azar el escaparate dedicado a Julio Verne de una librería de antiguo en el número 29 de la rue de Condé en París, que vale por tres Torres Eiffeles. Cada cual con sus manías o sus gustos, ciertamente, pero hay más posibilidades de felicidad en un paseo sin rumbo que en las momias del Museo Británico.
Hablando de Málaga no soy, ni puedo ser ni posiblemente quiera ser objetivo. Es mi ciudad, a la que denosto cuando estoy y añoro como a una novia adolescente cuando estoy fuera. Es esa provincia que marca la señalización verde y en cuyo punto kilométrico parece que el díase aclara y huele mejor, sin acordarte de los kilómetros de obras de permanente mantenimiento de la A-92. Ejerceré, por tanto, de anfitrión enamorado de una ciudad que es, a la vez, paraíso e infierno, haciendo recomendaciones erráticas y personales. Posiblemente irritaré a concejales y hosteleros, a técnicos y agentes, por hablar de esto y no citar la indudable belleza de aquello, o por mezclar churras y merinas, o por no proponer una acampada perpetua en la puerta de la casa en la que nació Picasso para que el visitante se extasíe en su belleza inexistente. Esto no es una guía de viajes; lo que les propongo es un recorrido apasionado y, como tal, personalista, equivocado a veces pero sincero, haciéndoles a veces ganar el tiempo en un café y otras perderlo en un rincón, con recomendaciones tan personales como en ocasiones he recibido yo, tan discutibles o acertadas, con algún tópico y algún típico.
Un plan sencillo, como alude la cita de El Gran Lebowski del inicio de este artículo y, por ello, bello y a prueba de fallos.
I. Hemos llegado
Me contaba un amigo que la sensación al llegar a Málaga es de desmayarse, de abandono de la fuerza o de relajar la intensidad de lo cotidiano. Recordaba esas llegadas en coche, bajando la carretera de Las Pedrizas —barrera montañosa que es el último empujón y a cuyas faldas está la ciudad— y como a unos siete kilómetros de ella, entre montes de almendros y olivos, al acabar una curva, aparecía el mar. Ya habían llegado, los siete en un seiscientos. Cambiaba la temperatura, cambiaba el ánimo.
Se llegue en avión, tren o en coche, la primera bocanada de aire sigue siendo distinta. Un aire salobre, húmedo, diferente, con el que se olvida al niño tocando el tambor para alegrar el viaje a todo el vagón 11, y hasta los cambios de impresión con el o la copiloto sobre la intensidad del aire acondicionado, la selección musical o la falta de comunicación en la pareja, causa de todos los errores de elección de salidas de autovía.
II. Hora de comer
Mucho ha cambiado Málaga en lo referente a la gastronomía, hasta el punto de que, en la actualidad, la comida tradicional ha sufrido un desdoblamiento peculiar: por una parte, sus aproximaciones se han convertido en un producto de consumo turístico masivo y, por otra, sus manifestaciones puristas han terminado siendo uno de los secretos mejor guardados, de manera que para comer un gazpachuelo en condiciones prácticamente hay que estar inscrito en alguna sociedad secreta y al corriente de cuotas.
Por otra parte, y frente esa cocina de raza, la proliferación de los gastrobares clónicos permiten comer o tapear en Málaga sin distinguir si se está en esta ciudad o no; pasear por su carta es como hacerlo por cualquer calle comercial del mundo:el mismo «Zara», el mismo «Milhojas de Foie».
Con la normal prevención de huir de cualquier establecimiento que exhiba publicidad de paellas prefabricadas, atreverse a errar es el primer paso en el camino para acertar en el sitio y en el plato, así que no hay que poner trabas a la curiosidad, el anhelo o la inquietud. Seguro que no terminará en ninguno de los establecimientos míticos de la Málaga bravía (la barra de la Alegría, el Alaska, las Casa Flores, entre otros tantos) que ya cerraron y a los que muchos nos referimos con veneración, pero es probable que se lleve agradables sorpresas.
Una gran parte de esa sorpresa deberán agradecérsela a la Escuela de Hostelería de Málaga, llamada La Cónsula, y de donde han salido más de 700 alumnos. Tan importantes han sido los encumbrados Dani García o José Antonio García (estrellas Michelín) como tantísimos otros, que han abierto establecimientos o se han incorporado a otros, mejorando significativamente la oferta gastronómica, la atención en sala, la conexión entre la cocina tradicional y, a su vez, la aplicación de nuevas técnicas y nuevos resultados,
Enclavado en la finca que le da nombre (Hemingway refiere su estancia en la misma durante el verano de 1959 en uno de sus artículos, recogidos en la recopilación Un verano peligroso afirmando «Comíamos estupendamente y bebíamos bien. Nos dejábamos en paz unos a otros y, cuando al levantarme por la mañana salía la balcón que recorría toda la fachada del segundo piso y miraba por encima de los pinos del jardín hacia las montañas y el mar al tiempo que se oía silbar al viento entre los árboles, entonces comprendí que nunca había estado en un sitio más hermoso»), la Escuela dispone de restaurante y merece la pena intentar la reserva para ser atendidos por los alumnos de la escuela, de principio a fin.
III. Carretera y manta
La provincia de Málaga goza, en general, de buenas comunicaciones por carretera. Determinadas infraestructuras son especialmente provechosas para quienes nos visitan, ya que permiten evitar atascos que hasta hace muy poco tiempo eran un fijo en la quiniela, como, por ejemplo, la hiperronda, para eludir el área metropolitana de Málaga y dejar al conductor encaminado hacia la Costa del Sol occidental o la autovía de circunvalación, que facilita el acceso a la Costa del Sol oriental. La mayoría de las carreteras de la red provincial se encuentran en buen estado, debidamente señalizadas y con sus radares para controlar la velocidad puestos a punto.
Las comunicaciones por tren son bastante más limitadas. Por ejemplo, no hay conexión de cercanías a la zona oriental, y en la parte occidental llega hasta Fuengirola, símbolo de la previsión en el diseño de infraestructuras que caracteriza a este país. Hay, por ejemplo, una conexión con Ronda que permite una visita de ida y vuelta en el día, peleándose —eso — con la caótica web de RENFE.
Bah. No podría ser tachado de esnob sin cumplir con la regla thackerayana (give importance to unimportant things o meanly admire mean things) y hablar de la autopista del Sol, se convierte en una exigencia tan nimia que no puedo evitarla. Su tarifa especial de 7,30 euros por trayecto permite estar furioso y decirle cuatro cosas bien dichas al automatismo cobrador. Y luego marcharse a la playa silbando una cancioncilla.
IV. Sombra
Entre los atractivos culturales de Málaga capital parece encontrarse el Museo Picasso. No me consideren áspero si les confieso que, personalmente, solo encuentro interés en la plaza surgida a la espalda del museo, que conecta varios de los inmuebles del mismo. Una plaza fresca, silenciosa, pequeña, empedrada y presidida por una frondosa higuera, a la que se accede por una casi imperceptible escalera rendida desde el Teatro Romano.
V. Desayuno
Desconozco si hay otros lugares en el mundo en los que pedir un café haya sido tradicionalmente tan complicado. En Málaga, tradicionalmente, el café se solicita nominalmente, y cada denominación corresponde a la proporción entre el café y la leche, oscilando entre el «solo» (todo café, nada de leche) al «no me lo ponga» (ni café ni leche), en variaciones casi imperceptibles para un observador pero que suscitan no pocas discusiones entre cliente y camarero, y que van desde esos extremos, descendiendo en la cantidad de café al «largo», «semilargo», «solo corto», «mitad», «entrecorto», «corto», «sombra» y «nube». Añadan el «crema» (un expresso), el «cortado» (más común fuera, que es un expreso con una gota de leche), el «solo claro» (que no hay que confundir con el café «americano»).
De todos los panes de desayuno, me quedo con el tierno mollete: es una pieza de miga blanda y color blanco o pálido, cuyo origen posiblemente esté en los panes ácimos utilizados antiguamente para la misa, y de origen hebreo. Hay quienes mantienen su origen en los panes árabes, y su cuna se discute entre Antequera, Mollina y Archidona. Dentro del mollete cabe todo, desde el efectista rociado de aceite de oliva, a los chicharrones, «manteca colorá» y otros acompañamientos similares, que equivalen a dos convites de boda en otras culturas.
VI. Torrijos
José María Torrijos y Uriarte es el héroe por adopción en Málaga, tierra que le vio morir, fusilado sin juicio previo, junto con el resto superviviente de su tripulación, en las playas de San Andrés, el 11 de Diciembre de 1831. Liberal, romántico: confiado en las bondades de su pronunciamiento contra el rey Fernando VII, desembarcó, junto con 60 de los suyos, en Málaga procedente de Gibraltar con la convicción de que las masas se le unirían fervorosamente. Avisadas de sus intenciones las tropas realistas, no llegó a tener éxito.
En su recuerdo, se construyó, 11 años más tarde de su muerte un obelisco, situado en la plaza de la Merced. Consta de una cripta, donde se encuentran los restos de Torrijos, sobre la que se alza un pedestal de base cuadrada, que a su vez sostiene una esbelta pirámide de altura. En su construcción se utilizó arena de la playa donde se llevó a cabo su fusilamiento y, como nota curiosa, el terreno vallado en el que se encuentra dicho monumento se encuentra bajo soberanía francesa, por cesión de Isabel II, para prevenir futuros cambios de gobierno o régimen y que así se respetaran los restos de Torrijos y compañeros.
La plaza de la Merced no tiene pérdida: al haber nacido en ella Picasso, todas las indicaciones turísticas le llevarán a ella. Su aspecto actual obedece a una reciente reforma municipal, obstinada en convertir una plaza de sabor burgués, con niños y albero, en un ejemplo de arquitectura civil finesa.
VII. Calles
Por extraño que parezca, todavía queda algún rincón esquivo en el centro de Málaga. Fuera de la teatralidad de la calle Larios, quedan lugares por los que, normalmente, solo se transita en Semana Santa o durante la Feria de agosto, y que permiten encontrar, por ejemplo, la calle Aventurero, las citas murales en el entorno del Museo del Vino o algún divino loco de los urbansketchers haciendo dibujos de primera intención. En este blog encontrarán muchos de ellos, con comentarios no exentos de crítica a la dejadez o a la rapiña urbana, pero configurando la que es posiblemente la guía urbana más bella y real de esta ciudad.
VIII. Vino. Dulce
Hablar del vino de Málaga y reducirlo, hoy en día, a los moscateles y Pedro Ximénez, sería una reducción intolerable, vistos los excelentes resultados que están produciendo esforzados vinateros en la comarca de Ronda. Pero merece una entrada expresa hablar del vino dulce, altivo, elogiado por zarinas, escritores, expertos y público en general. El visitante se sentirá alentado tras pasar por la Antigua Casa del Guardia (Alameda Principal, 18 ) y comprobar que es, efectivamente, antigua (fundada en 1840, sin que aparentemente haya sufrido reforma ni mejora en sus instalaciones desde entonces, más allá de la llegada de la energía eléctrica y el euro) y nutrida de público tanto local como foráneo. Acérquese con seguridad a la barra de madera, y señale al camarero «Jefe, dos pedritos«. Le serán servidos en vaso estrecho y corto y su importe apuntado con tiza en lo que aparentarán ser caracteres rúnicos. No abuse: por muy bueno que le sepa, hay una estrecha línea entre recuperar fuerzas y entregarse a la fatiga, hasta convertirse en casi mortal, como bien saben los turistas alemanes, que llaman al vino de Málaga, entre bromas y veras, schwarzer Tod: «la muerte negra».
IX. Terral
Si hace terral, malo. Es un viento seco, inmisericorde, antiguo, completamente local —desaparece prácticamente al salir del término municipal de Málaga capital— y permite dos actividades: hablar de él e intentar evitarlo, so pena de dejarte difunto. Cuando hay terral, la gente habla de su duración (dice el saber popular que puede ser uno, tres o cinco dias), su gravedad («este terral en mayo no es normal») y los medios para evitarlo: hoy en día, acogerse a sagrado junto al aire acondicionado; antaño, encerrarse en casa y atrancar puertas y ventanas. Al anochecer no refresca, recordando los calores de la Andalucía interior, de silla de anea y abanico, aunque mejora, levemente, al borde del mar. La inteligencia arquitectónica —ya perdida— de las casas antiguas permitía salvar esa inclemencia con ambientes frescos, que se conservan en las mansiones con patio de calle Álamos, las casas mata de Ciudad Jardín y las que sobreviven en la zona de la Victoria. Fuera de ellas, todo es fuego, y, solo de vez en cuando, pasa un valiente.
X. La Concepción
Uno de los lugares de obligada visita que debe recomendar una guía poco ortodoxa es el Jardín Botánico Histórico de La Concepción. Fue creado hacia 1855 por los marqueses de Casa Loring y posteriormente ampliado por la familia Echevarría-Echevarrieta. Es una bella colección de flora tropical y subtropical al aire libre, con especies traídas de Europa, América, Asia, África y Oceanía, y declarado oficialmente jardín histórico artístico en 1943.
A los marqueses de Casa Loring hay que agradecerles no solo La Concepción, sino también la magnífica colección de restos arqueológicos reunida en el Museo Loringiano. Durante años el matrimonio Loring se preocupó de recuperar cuantos restos arqueológicos tuvieran a su alcance. El más relevante fue sin duda la Lex Flavia Malacitana, bronce con las leyes romanas que regían Málaga en el año 79 d. C., hoy día en el Museo Arqueológico Nacional.
Es un remanso de paz, sombra, en el que sentirse vivo y sin nada más importante que poder hacer alguna de las rutas que el patronato propone —según el tiempo que el visitante quiera invertir— o vagar pura y simplemente por sus senderos.
XI. Receso
No hay visita que se precie sin que haya un momento para la comida. Reconozco mi obsesión por el hostelero leal, que sobre mantel de hilo o humilde hule, pone a disposición del cliente lo mejor de su cocina. De la misma forma que al final de la vida te acuerdas de lo que te has reído, creo honestamente que nadie debería pasar por Málaga capital sin recalar en el Mesón Ibérico, el Refectorium, la Reserva o la Taberna Uve Doble, establecimientos todos ellos en la zona centro, y tapear en sus barras, por aquello de ir haciendo acopio de buenos ratos.
XII. Antequera
El arte mudéjar, ese fenómeno exclusivamente hispánico mezcla de las corrientes artísticas cristianas y musulmanas de la época, eslabón entre el cristianismo y el islam, no deja de ser un arte traidor, a caballo entre unos y otros. Ejemplo de sus peculiaridades y belleza hay alguno en Málaga capital (por ejemplo, el artesonado de la iglesia de San Lázaro, en la recta hacia la iglesia de la Victoria). Pero su ejemplo magnífico, en mi opinión, se encuentra en la iglesia del Carmen, en Antequera. Esta bella ciudad, a menos de media hora de Málaga en coche, permite hacer una ruta de iglesias de extraordinario valor artístico y gozar de una respetabilísima gastronomía, con un tapeo amplio, variado y de calidad (la zona de la plaza de San Francisco tiene fama).
XIII. Vértigo
El Caminito del Rey es un paso estrecho —en algunas zonas, de apenas un metro— y tres kilómetros de longitud, construido por la Sociedad Hidroeléctrica del Chorro y situado en el desfiladero de los Gaitanes, entre Ardales y Álora y que cuelga hasta a 100 metros de altura sobre el rio. Para un cobarde federado como yo, el dato solo ya me provoca vértigo. Sin embargo, no ha faltado el excursionista animoso que, por la belleza del paraje y por el peligro que entrañaba esa ruta, cuya falta de mantenimiento la convertía en casi impracticable, la intentara transitar.
Varios accidentes mortales, sanciones de 6000 euros por transitar por la zona y la existencia de un proyecto de reparación a ejecutar entre la Diputación Provincial de Málaga y la Junta de Andalucía, con un coste de 18 millones de euros, me permiten casi asegurar que lo más cerca de estaremos de poder ver ese paraje es pasando las impresionantes fotos de la web.
XIV. Catedral
Lo más notable de la catedral de Málaga no es que le falte una torre, ni las leyendas construidas sobre ese pequeño problema de falta de recursos económicos, ni las pretensiones de ponerse manos a la obra a rematar esa torre ausente en pleno siglo XXI, que puede dejar enojado a cualquier ciudadano razonable. No lo es, siendo imponente, su belleza renacentista, ni el Coro de Pedro de Toledo, obra cumbre de carpintería barroca, ni sus espectaculares bóvedas vaídas, ni los mil y un detalles de extrema calidad artística y religiosa que la adornan.
Lo más notable es que la mayoría de los malagueños no la conocen, aunque si pregunta posiblemente alguien pueda sentirse ofendido.
Cumplida con la obligada visita en la EGB o primaria, la inmensa mayoría de los nativos pasamos por la catedral acompañando a algún familiar o amigo a los que pretendemos servir de cicerones. Y aun tratándose de un espacio privilegiado, céntrico, accesible y con ciertas dosis de quietud, tan apropiados para quienes parecen no hallar fuera del bien centro y reposo, no goza de las preferencias para la reflexión o la oración, frente a otras iglesias cercanas, de dimensiones más humanas.
Su torre forma parte ineludible del paisaje urbano de Málaga, y se hace especialmente llamativa desde el puerto y el Muelle Uno, que conforma una nueva perspectiva del skyline de Málaga. No deja de ser curiosa ver la catedral desde la terraza del Hotel Málaga Palacio, cuya altura permite apreciar la estructura de las bóvedas, así como, en el otro extremo de la terraza, el gran verde del parque de Málaga y unas imponentes vistas al mar.
Merece la pena su visita. De hecho, de esta semana no pasa que yo lo haga.
XV. Playa
La playa es un buen lugar para mostrarse alegre en la mayoría de las ocasiones y es un indudable aliciente para visitar la provincia de Málaga. Las playas urbanas de Málaga capital no están a la altura de las de otras ciudades, y casi son preferibles, en ausencia de otras alternativas, las de la zona oeste que las de la zona este. Si quiere asistir a un monumento triste, no deje de pasarse por los Baños del Carmen, antiguas instalaciones de baños de mar, que en la actualidad se encuentran en un estado de conservación muy similar al malecón de La Habana, en un entorno extraordinariamente degradado y cuya responsabilidad, tras decenios de confusas noticias, no se ha conseguido saber si corresponde al Ayuntamiento, a la empresa concesionaria, a la Demarcación de Costas o al lucero del alba.
La mayoría de las playas de los restantes municipios son más que aceptables. Hay algunas en entornos especialmente agradables, como las calas del Paraje Natural de Maro Cerrogordo, en la Costa del Sor oriental, cuyo acceso en automóvil está limitado de junio a septiembre —se accede en autobús— , destacables las playas de Cantarrijan (naturista) y El Cañuelo.
XVI. Ronda
Una vista a Ronda es imprescindible si se cumple con un requisito: olvidar el provecho y dejarse llevar por una ciudad monumental, rodeada de tres parques naturales y con, como mínimo, dos lugares por los que merece la pena pasar: el Tajo y la plaza de toros La visión desde el Tajo resulta imponente, y más aún la contemplación de la obra civil del puente Nuevo desde sus laterales, en la falda del parador de turismo; la plaza de toros permite el acceso a un coso histórico y de gran belleza arquitectónica, perfectamente cuidado de principio a fin. Reconozco que situarse en el centro del ruedo —el más amplio del mundo, según dicen— impresiona.
Rilke, que llegó después de visitar otras ciudades españolas, dijo haber encontrado en Ronda la ciudad soñada. «No hay nada más inesperado en España que esta ciudad salvaje y montañera». A ver quién le lleva la contraria al bueno de Rainer María…
XVII. Carreteras secundarias
Málaga no es solo la capital y la costa ni las autopistas de peaje. Hay toda una provincia que puede recorrer como si fuera un fugitivo, entre satisfecho y receloso. Las fascinantes cuevas de Nerja, el vino y las pasas de Cómpeta, comer chivo y morcilla en Canillas de Aceituno, ver flamencos en la laguna de Fuente de Piedra son ejemplos del haz de planes y caminos que merece la pena recorrer.
XVIII. Obras son amores
Si visitan la capital, posiblemente encontrarán obras. Da igual si nos visitan dentro de 20 años: encontrarán obras. Hay zonas en Málaga que figuran en el callejero como las zonas ignotas de los mapas antiguos: Hic sunt operis. Sea el metro (sí, un metro ¿a que es gracioso?) o el tranvía (sí, es que igual termina siendo en algunos tramos un tranvía ¿a que es gracioso?), el ensolado de baldosas amarillas del SoHo, el embovedado del Guadalmedina, hay una Málaga ideal a la vuelta de la esquina en la que, posiblemente tengamos dos unidades de cada cosa y ninguna de las importantes.
Mientras tanto, a huir el rostro al claro desengaño, y a ver dónde se puede dar la vuelta, que esta calle la han cortado hace diez minutos.
XIX. Es igual, pero no es lo mismo
Se ha dicho siempre que Málaga es una ciudad que ha vivido a espaldas del mar, pero los malagueños siempre han vivido en y del mar. La mejor muestra es dar un paseo por el Mercado Central y echar un vistazo: boquerones, sardinas pequeñas, pescadillas. Pescado menudo que, los que ya tenemos una edad, hemos visto sacar a la playa con artes tradicionales como el copo. El pescado sigue siendo más o menos el mismo, aunque las exigencias de mantener una continua oferta de estos productos en cada vez más establecimientos hace que en ocasiones, en lugar de boquerones vitorianos o sardinas manolitas (que se caracterizan ambos por su tamaño más pequeño) se coloquen en el plato descartes de la película Tiburón y que, además, pretendan que tengas que beber veneno por licor suave.
XX. Susto
La cripta-panteón de los condes de Buenavista se encuentra en el interior del Real Santuario de Santa María de la Victoria, y hace que los cuadros de Valdés Leal sean un prodigio de luminosidad, ligereza y visión optimista del futuro. Representa los distintos estados del alma después de la muerte, lleno de alegorías, simbolismos y, sin duda, esqueletos. El fondo negro resalta extraordinariamente la sensación tétrica de las figuras, que muestran la muerte en todas sus manifestaciones simbólicas, y que parece explicar, con todo lujo de esqueletos, la visión que se tenía sobre la vida en el Barroco.
Creer que un cielo en el infierno cabe, salir cargado de optimismo y encarar el resto del día con una sonrisa y una copa de Tío Pepe mirando a la bahía son efectos inmediatos tras la visita. Los dos euros hay que darlos por bien pagados.
XXI.
De este recorrido me ha quedado, incluso a mí, una sensación agridulce pero terriblemente real. Hablar de Málaga, a veces, es dar la vida y el alma a un desengaño. Pero, ¡qué quieren que les diga!: lo mío con esta ciudad es así. Esto es amor, quien lo probó, lo sabe.
Fotografía: José Antonio Ramos
Las carreteras en la provincia de Malaga si estan bien, pero espero que a vosotros os duela tanto como a nosotros (Almerienses) que no tengamos la autovia por la costa AÚN que una ambas ciudades y no tengamos que pasar por Granada.
Por lo demás genial artículo y maravillosa Málaga, siempre me siento como en casa allí.
La patria chica y Jot Down unidos. No puede gustarme más esta revista.
No funciona el enlace a la web del Caminito del Rey, pero me parece una «antiguia» bastante completa. Dan ganas de ir.
Uhmmmm!
Tengo la fortuna de ser miembro de una de esas sociedades secretas del gazpachuelo.
Buen artículo!
¡Un artículo genial!
La verdad es que me has descubierto algunos lugares que desconocía de Málaga, ciudad en la que resido desde hace más de un lustro, y que merece la pena descubrir. Tomo buena nota tanto de esos como de otros que, pese a conocernos, todavía tengo en la lista de pendientes. :)
Gracias por todo y cuando quieras te invito a un sombra (que no veas la mala que tuvo la forma en la que descubrí los nombres de los cafés en la ciudad :)).
Saludos.
Como malaguita, tengo que sumar el el mítico pitufo a los desayunos, y la aparente contradicción con el «mitad doble». Y creo que la imagen del esqueleto pertenece a la cripta de los Condes de Buenavista que hay en la Victoria, nada que ver con la Catedral ni el coro … Enhorabuena por tan excelente artículo.
Gran trabajo. Me ha encantado de principio a fin. Una perspectiva diferente del siempre lo mismo. Enhorabuena y, con respecto al gazpachuelo (al igual que la ensaladilla rusa) dejemos que continúe su misterio, para que no acaben por convertirse en rancho.
Comparto tu preocupación porque el gazpachuelo acabe siguiendo la senda de la ensaladilla rusa que, salvo honrosas excepciones y notables incorporaciones, ha caido en las simas de las menestras congeladas.
Gracias por los comentarios. Efectivamente, como apunta Rockzio, la foto del esqueleto es de la Cripta de los Condes de Buenavista, cuya visita recomiendo – una vez más – vivamente.
El gazpachuelo sigue siendo un misterio para los visitantes. Para los locales el misterio reside en cómo un plato tan simple – «plato de duelo» – cuyo origen era hacer algo caliente y sabroso con un huevo, una patata, agua, un puñado de arroz y alguna chirla perdida, se cobre a quince euros el plato en algunos restaurantes.
Una maravilla de artículo. Saludos de otro malagueño enamorado de Málaga entera.
Salvo por los lugares concretos, parece que hablas de Málaga como se podría hacer de cualquier otra ciudad del sur español. Desde la acidez, pero sobre todo desde el amor incondicional. Más que agradable tu visita a una ciudad que aprecio con algo más que cariño a pesar de ser de territorio comanche (sí, soy sevillano), pero a lo mejor es por lo del cuarto de sangre malagueña que tengo.
Saludos y a seguir así.
Hablar de una ciudad (cualquiera) sin señalar sus luces y sus sombras es hacer un folleto, que no era el caso. Tengo pendientes las visitas a Córdoba, Sevilla y Cádiz, como las más inmediatas, desde un idéntico espíritu de cariño, si, pero con las reservas oportunas.
Solo un par de apuntes respecto a lo gastro, uno, el nombre del cocinero estrella junto a Dani es Jose Carlos no Jose Antonio, y la Taberna Uve Doble, es Uvedoble. Me han gustado sus palabras, salud.
¡Dos lapsus que me han pasado inadvertidos hasta ahora!
Muchas gracias por los apuntes y por el cumplido
Soy madrileño, pero Málaga tiene algo especial, mi familia paterna es de allí y he veraneado mis 34 años allí, y he acabado comprandome una 2da residencia en la capital.
Sus calles, su gente, su clima, a pesar del gran artículo, Málaga no es para leerla es para sentirla.
Cuando en Madrid se empiezan a abrir panaderias con diferentes tipos de pan, en Málaga llevan años, con sus molletes de antequera, su Barra de Viena, sus pitufos…
El desayuno es el rey, especialmente los churros, (tejeringos y madrileños), tiene gracia que Madrid sea una ciudad famosa por sus churros, cuando en el 99% de los bares te los sirven frios y hechos hace 3 horas.
Vaya usted a una churreria en Málaga, y no las típicas como Aranda al lado del mercado central, cualquiera, en Lagunillas, Trinidad, y pida una ración, y sabrá lo que es un churro recien hecho y crujiente.
La comida, es una gran desconocida para el turista, además del Gazpachuelo, que comentas en el post, nada como un buen puchero malagueño, tan diferente de todos los cocidos castellanos, y tan desconocido.
De fritura, mejor no hablar, la mejor que se puede degustar….
En fin, he disfrutado mucho con tu artículo, espero que mucha gente se anime a visitarla
Yo añadiría algo que creo debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Ni gazpachuelo ni vino ni tortas locas: camperos.
Me ha gustado el artículo. Como dijo Manuel Alcántara «Malaga es aparte». Por cierto, la sillería del coro de la catedral es obra de Pedro de Mena, no de Pedro de Toledo. Saludos
Menos mal que lo he leído ahora, si lo leo hace un mes, me vengo de Latam nadando.