“En realidad, no estaba pensando en los Kinks cuando la escribí, simplemente quería hacer una canción con aires jazz al estilo de Mose Allison”, Ray Davies
Una tarde de marzo de 1964, posiblemente lluviosa, cómo no, Ray Davies se sentó al piano que había en el salón principal de su casa del norte de Londres. Ese viejo piano de pared que aporreaban sus hermanas mayores en las fiestas de los sábados por la noche mientras su padre tocaba el banjo. Se sirvió una taza de té y se puso a improvisar una serie de acordes de quinta, es decir, solo con dos dedos. Tenía algunas ideas previas que había probado con la guitarra, pero le resultaba más complicado componer con ella. No podía cantar y tocar al mismo tiempo. Con el piano, sin embargo, sí. Pasó por las diferentes notas del teclado, martilleándolo como si fuera Little Richard, hasta que se detuvo en dos: fa y sol. Buscó la melodía que rondaba en su cabeza. Una melodía que ya había inventado años antes en casa de su hermana Rosie. Fa, sol, sol, fa, sol.
Era domingo y en la tele ponían un magazine de variedades en el que un grupo francés estaba actuando sobre cristales de agua. Esas puestas en escena horteras de los programas de la BBC de la época. Cada vez que los músicos saltaban a otro cristal cambiaba el tono de la canción. A Ray le hizo gracia la idea. Sin pararse a analizarlo mucho, la ejecutó sobre el piano y subió un tono. Sol, la, la, sol, la. Confiaba plenamente en su instinto, aunque puede que, con el libro de armonía en la mano, ese salto de acordes fuera una aberración. No le sonó mal del todo, se parecía a una especie de canto gregoriano. Al tocar solo quintas no se sabía muy bien si era un tono mayor o menor.
En ese momento, más que definir banalidades como si la tercera del acorde era bemol o natural, Ray estaba inmerso en cuestiones más trascendentes: acababa de lanzar dos singles que habían sido un absoluto fracaso comercial y quería darle en las narices a la discográfica, que se empeñaba en que sonaran como los nuevos Beatles y todos esos grupos del sonido Merseybeat. Ahora bien, este tercer intento era su última oportunidad. La compañía no estaba dispuesta a apostar indefinidamente por él. Si fracasaba sería el fin de una carrera que todavía no había empezado. De ahí que Ray buscara algo diferente, la antimelodía, algo que les hiciera respetables y al mismo tiempo gustara a los puristas. Tal vez por eso se inspiró en el jazz. Llamó a su hermano pequeño, Dave, que estaba en la cocina cenando con el resto de la familia.
Sus ídolos por entonces eran viejos bluesmen como Leadbelly y Big Bill Broonzy. En esa misma habitación, en el pasado, los dos hermanos habían compartido influencias mientras escuchaban discos de Chet Atkins y John Lee Hooker, intentando imitarles en jams interminables que siempre acababan con los vecinos llamando a la policía por el exceso de ruido. Hace poco habían visto la película Jazz on a Hot Summer’s Day, donde actuaban Chuck Berry, uno de sus guitarristas favoritos, y Gerry Mulligan, el saxofonista de cool jazz al que Ray profesaba admiración. Además, los hermanos Davies se habían quedado hipnotizados con los riffs de saxo que ejecutaba Jimmy Giuffre en The train and the river. En esos fraseos de viento estaba la esencia que atormentaba a Ray y la base de su nueva canción. Pidió a Dave que imitara la línea del saxo.
Pero Dave fue más allá de esas reminiscencias jazz. Había hecho un invento casero a raíz de conectar un par de amplificadores baratos entre sí y rasgar el altavoz. Ray le enseñó el boceto que tenía hasta el momento. Dave lo tocó con unos potentes acordes de cejilla en los que venía trabajando recientemente, acelerando el tempo. El resultado funcionaba. Era la representación perfecta de toda la furia y la rabia contenida de ambos. La balada de jazz tomó un nuevo rumbo inesperado. El sonido brotó tan atronador y estimulante que los dos hermanos se miraron satisfechos mientras completaban la cadena de acordes. Fue un momento mágico e instintivo, de esos que pocas veces volverían a repetirse. Ray no tardó mucho en acabar la letra, tan solo cuatro líneas, directas, simples, sin florituras, evitando la edulcoración empalagosa de los éxitos del momento como She loves you o Sweets for my sweet. Ya que no se sentía capaz de escribir con esos niveles de «azúcar», se rebelaba contra ellos.
Al grano, como las letras del blues. Muchas veces lo sencillo es lo más difícil de componer. Girl, you really got me going, you got me so I don’t know what I’m doing. Encajaba a la perfección con el toque duro y áspero que le había dado Dave al tema. Aún no eran conscientes del todo de que estaban ante el nacimiento de la canción que revolucionaría los pilares del rock y que catapultaría a los Kinks a la fama internacional. You really got me es un himno, un emblema, la quintaesencia de la British Invasion, un símbolo universal, el precursor del punk o del heavy. ¿Pero cómo se fraguó un éxito de tales características en un momento de explosión beat donde a cada instante surgía una nueva banda potencialmente número uno? ¿De dónde salió ese sonido distorsionado si todavía faltaba mucho tiempo para que se popularizara el pedal de distorsión? ¿Qué es lo que hace a los Kinks diferentes del resto (not like everybody else)? Lo mejor será introducirse en el extraño universo Kink para averiguarlo…
“Cuando cantas la melodía, es mayor; cuando tocas los acordes, es menor. Es un acorde bisexual. Ahí está el secreto de You really got me”, Ray Davies
Welcome to Daviesland
Así reza en las notas de producción de Something else by the Kinks, el quinto álbum de estudio de la banda. Porque es imposible entender el legado de los Kinks —su música, y sus letras— sin acercarse a su entorno, al lugar donde nacieron y crecieron, a «la tierra de los Davies», ese norte de Londres verde, de frondosos bosques y lluvias perpetuas, que para muchos constituye un punto obligado de peregrinaje y devoción. En realidad, Muswell Hill no aparece en casi ninguna guía de Londres como atractivo de interés turístico, ni siquiera musical. No es el famoso paso de cebra de Abbey Road, no… ni la azotea de Savile Row, sede de Apple donde actuaron los Beatles por última vez. Se trata más bien de un genuino barrio (suburb) de clase media, al que todavía hoy no llega ni el metro. Puede que ahí radique parte de su encanto. Al fin y al cabo, los Kinks siempre fueron los eternos segundones, hasta en eso. En el número 6 de Denmark Terrace, el auténtico Delta del Mississippi de los seguidores Kink, vivía la familia Davies. Fred y Annie Davies tuvieron nada más y nada menos que seis hijas. Sin embargo, dos semanas después del Día D, el acontecimiento que cambió el signo de la historia en la Segunda Guerra Mundial, el 21 de junio de 1944 nació Raymond Douglas Davies, su primer hijo varón, otro pequeño acontecimiento histórico. Eso sí, la felicidad le duró tan solo tres años: en 1947, cuando ya nadie le esperaba, vino al mundo David Rusell Gordon Davies, su hermano menor y el motivo de sus iras.
Aparte de los vástagos, en la casa también habitaban la abuela, los maridos de algunas hermanas y sus respectivos hijos. En un hogar tan masificado (y femenino) el nacimiento de Dave supuso que Ray dejara de ser inmediatamente el centro de todas las atenciones. El príncipe destronado desarrolló un carácter tímido, retraído y observador, que focalizaría en sus canciones futuras. Ray visitaba con frecuencia al psicólogo porque era un niño especialmente callado que apenas se relacionaba con otros de su edad. Por su parte, Dave se convertiría en el rey de la casa, el niño mimado al que se le consentía todo. Esta rivalidad fraternal sería el motor creativo de los Kinks, aunque también, en buena medida, la responsable de sus desgracias. Los hermanos no jugaban mucho juntos, sino que compartían más peleas que otra cosa. Además, Ray vivió unos años con su hermana Rosie en Highgate, a unos kilómetros al sur de Muswell Hill.
Con una familia tan concurrida, los sábados por la noche la casa de los Davies se transformaba en el lugar más animado del barrio. El padre se encargaba de las cervezas, la madre de los sándwiches y las hermanas ponían vinilos de 78 RPM para bailar toda la noche éxitos de Judy Garland y Gene Kelly, además de antiguas canciones de music hall británico. Todas se manejaban en el piano. Pero Rene tal vez era la más habilidosa. Fue ella quien enseñó a tocar el piano a Ray, consciente de su talento. Al mismo tiempo prestó el dinero necesario a su madre para comprarle la primera guitarra como regalo por su decimotercer cumpleaños. Sin embargo fue un regalo amargo. Rene padecía problemas cardíacos desde su nacimiento. La noche anterior al cumpleaños de Ray, desoyendo las recomendaciones del doctor, se escapó a bailar a una de las salas de fiestas del Strand. En mitad del baile se paró el corazón. Ray quedó traumatizado.
El amplificador verde
Los acontecimientos especiales de la familia Davies tenían como sede el salón principal (front room en la imaginería Kink). Se situaba al principio de la casa, junto a la calle. Allí se celebraban las fiestas de los sábados, las cenas de Navidad, era la enfermería, la habitación de los invitados y donde las hermanas Davies cortejaban a sus pretendientes. También fue la sala donde Ray vio por primera vez a su hermano pequeño Dave. Más adelante se convertiría en el lugar de los juegos, donde escuchar música y donde aprender a interpretarla. El piano de pared, desafinado y vetusto, estaba en el salón principal, el tocadiscos en el que escuchar los vinilos viejos y nuevos, también. No hacía falta salir de casa, el salón principal ofrecía todo un abanico de posibilidades para el incipiente universo de los hermanos Davies.
A los 12 años Dave apenas estaba interesado en más cosas que el fútbol y las chicas. Pero su primera guitarra cambió su orden de prioridades. Su padre la compró a plazos en una tienda de segunda mano. Además le acercó cada vez más a Ray. Lo que los celos separaron lo unió la música. Los dos hermanos empezaron a ensayar juntos emulando a sus ídolos. Tenían muchas influencias en común y muy variadas. Un día escuchaban a Elvis Presley y al otro al guitarrista de jazz Charlie Christian, sin olvidar, claro, a sus bluesman predilectos. A las sesiones pronto se unió un amigo de clase de Ray llamado Peter Quaife, el futuro bajista de los Kinks. Como suele ocurrir en estos casos, nadie quería tocar el bajo, así que lo echaron a suertes y le tocó a Pete. A finales de 1961 ya actuaban en pubs del barrio y fiestas escolares con distintos baterías. Pero aún no tenían un nombre. A veces se llamaban Ray Davies Quartet, otras Pete Quaife’s Band o Dave Davies’s Band.
El punto de inflexión llegó cuando Dave adquirió un pequeño amplificador de diez vatios de marca Elpico en una tienda de radios. Le costó seis libras. Tan solo tenía dos controles: uno para el volumen y otro para el tono. Algunas actuaciones las hicieron los tres —Ray, Dave y Pete— conectados en ese minúsculo ampli. No obstante, lo más característico no era su versatilidad, sino su color verde. A Dave le gustaba trastear con la electrónica. Se agenció un Linear de 60 vatios y un Vox AC 30. Se las apañó para conectarlos entre sí. Encendió el invento y obtuvo el sonido más crujiente y distorsionado que había escuchado en su vida. La potencia fue tal que salió despedido hacia la otra punta de la sala y saltaron los plomos de la casa. Se electrocutó, aunque afortunadamente vivió para contarlo. Al siguiente intento hiló un poco más fino y utilizó el Elpico, the green amp, como previo y rasgó el cono del altavoz con una cuchilla para que al salir el sonido se produjera una vibración mayor, una suerte de rugido distorsionado. Dave lo rebautizó como la “caja de los pedos”. Había nacido el sonido Kink, el sonido que haría diferente a You really got me y a otros muchos éxitos del grupo.
El tercer intento
“Mientras yo estaba de juerga y vivía la vida a tope, Ray se contentaba con observar. Yo me iba de fiesta, él escribía sobre ello”. Dave Davies
Dave llevaría su instalación de amplis por los diferentes locales donde tocaban. En 1963 encontrarían a un batería un poco más estable aunque mucho más mayor que ellos, Mickey Wallet. Se hacían llamar The Ramrods, luego The Ravens. Ray, Dave y Pete eran tres adolescentes que pululaban por Londres en busca de acción. Aunque pronto se dieron cuenta de que necesitaban un representante. Contactaron con Robert Wace y Greenville Collins, dos pijos bien posicionados que les introdujeron en fiestas para gente de clase alta. No tardaron en grabar las primeras maquetas en los estudios Regent Sound de Denmark Street, la sede de las compañías editoriales británicas. Fue precisamente allí donde conocieron a Larry Page, un astuto hombre de negocios que sería el responsable de mover esa maqueta y conseguir el primer contrato discográfico del grupo con la compañía Pye Records, tras ser rechazados por varias. Firmaron un contrato por tres lanzamientos con posibilidad de ampliarlo si tenían éxito. En Pye estaba el productor americano Shel Talmy, quien intentó pulir el sonido del grupo en el estudio aunque no con los resultados esperados. No hay que olvidar que los Beatles ya habían lanzado su primer éxito, Love me do, en 1962. Los sonidos alegres del Merseybeat inundaban todo el país. Las discográficas querían encontrar la gallina de los huevos de oro en cada nueva banda que se les acercaba. Aunque con Ray Davies no iba a funcionar del todo.
Antes de su lanzamiento definitivo, The Ravens se iban a convertir en The Kinks a sugerencia del road manager Arthur Howes, un nombre mucho más chocante y provocativo que le iba como anillo al dedo a la actitud excéntrica y pervertida (kink) del grupo. A Ray, sin embargo, el nuevo nombre le parecía horroroso: “Mi propio nombre me parecía incluso peor, pero llevaba con él toda mi vida, así que ¿quién era yo para quejarme?”. El batería Mickey Wallet les dejó tirados y usaron uno de sesión llamado Bobby Graham. En febrero de 1964 se editó el single Long tall Sally, con I took my baby home en la cara B. El primero era un tema americano de Little Richard que Shel Talmy se empeñó en que grabaran aunque formaba parte del repertorio habitual de los Beatles y no aportaba nada nuevo; el segundo, una composición menor de Ray. Tan solo alcanzó el número 42 de las listas. En abril de ese mismo año probaron suerte con otras dos composiciones de Ray: You still want me y You do something to me. Ni siquiera entró en las listas. Cuando Ray Davies apareció con la recién compuesta You really got me, la opinión generalizada, tanto de Shel Talmy como de Larry Page, fue que sonaba demasiado blues. Estábamos en plena era del pop y todo lo que no fuera en esa línea era rechazado. Se hizo una primera grabación del tema el 14 de junio de 1964 en los estudios de Pye Records. Cuando el técnico de sonido vio los tres amplificadores de Dave y oyó el volumen chirriante que salía de ellos, se marchó por la puerta y no volvió a aparecer. Al final convencieron a Dave para que grabara a un volumen más asumible. Pero el resultado no convenció a los hermanos Davies. Shel Talmy, en un alarde a lo Phil Spector, había introducido cantidad de efectos y ecos con el objetivo de que el tema sonara mucho más suave. Se había cargado todo el sonido áspero y enérgico de la canción.
Sin tiempo para decidir qué hacer, se embarcaron en una gira por el norte ya con Mick Avory como batería de continuo. Liverpool, Manchester, Newcastle… en todos los recintos You really got me cerraba el show y era el momento más aplaudido de la noche. Ray, obstinado él, dio un ultimátum: o le dejaban hacer la canción como él quería o abandonaba el barco. Robert Wace y Greenville Collins reunieron 200 libras para regrabarlo. Fue el 12 de julio de 1964 en los estudios IBC de Londres. Aunque Mick Avory ya era miembro oficial de los Kinks, solo tocó la pandereta ya que por motivos contractuales Bobby Graham seguía siendo el batería. Añadieron a un pianista de sesión, Arthur Greensdale. El 4 de agosto de 1964 You really got me salía como single en el Reino Unido. Ascendió directamente hasta el número 1 y se mantuvo hasta el 21 de septiembre. Las emisoras explotaron, nunca habían radiado algo parecido. Los Kinks lograron desbancar a los Beatles, a los Rolling Stones, a todos los Merseys… Ahora ellos eran el centro de atención. Cuando Pete Townshend de los Who la escuchó en la BBC debió de alucinar: ese era el sonido que él quería para su grupo. El tema dio la vuelta al mundo. En el siguiente año, los Kinks darían 162 conciertos. Luego vendrían otros éxitos como All day and all of the night, Tired of waiting for you, Set me free o Till the end of the day. El reinado de Daviesland no había hecho más que comenzar, aunque el camino no sería fácil. Aquella melodía de jazz a piano que había nacido en el salón principal de Denmark Terrace, a caballo entre la desesperación y la experimentación, transformó todos los esquemas del rock. The Kinks, y Ray Davies en concreto, realmente lo habían conseguido. Pero una cosa es vencer una batalla y otra muy distinta ganar la guerra entera…
(Continuará)
Recuerdo la primera vez que la escuché por la radio. Salía del despacho de nuestro agente y subí al coche de un amigo para regresar al norte de Londres cuando empezó a atronar por la radio del coche. Por un momento el asombro me dejó petrificado. Era como si la estuviera tocando otro, y yo simplemente escuchara admirado. De pronto sabíamos que lo habíamos conseguido. Fue una sensación increíble. La canción sonaba real, potente, seductora e hipnótica. Como si su franqueza pudiera derribar todos los muros. Dave Davies
Lista de Spotify de You really got me con versiones de todo tipo de la canción, desde el jazz al heavy de la versión de Van Halen, pasando por adaptaciones en castellano y la recomendable versión funky de Sly Stone.
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Fotos extraídas de:
Pete Quaife Foundation (cortesía de David Quaife, hermano de Pete)
Fuentes:
– X-Ray, Ray Davies. The Overlook Press. 2007.
– Kink, una autobiografía. Dave Davies. Lenoir Ediciones. 2005.
– The Kinks. Neville Marten & Jeff Hudson. Sanctuary Pusblising. 2001.
– Ray Davies not like everybody else. Thomas M. Kitts. Routledge. 2008
– The story of The Kinks: You really got me. Nick Hasted. Omnibus Press. 2011.
– The Kinks All day and of all the night. Doug Hinman. Backbeat Books. 2004
– The Kinks. Mikel Barsa. Ediciones Júcar Los Juglares. 1987.
– Especial Kinks. Revista Uncut. Número 88. Septiembre de 2004.
– Ray Davies: The Jon Savage Interview. Revista Ugly Things. Número 30. Verano de 2010.
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Aunque me gusta más Till the end of the day, desde luego You really got me fue la que marcó la diferencia.
Y sí, también yo soy uno de esos que un buen día se acercó hasta Muswell Hill. En un concierto de The Kinks en Donostia en los años ochenta Ray Davies lanzó al público la púa con la que tocaba su guitarra y de entre todas las miles que allí había aterrizó en mi mano.
Mi hijo de seis años se ha introducido a la música con The Kinks. Ahora está en plena onda Beatles y reniega de ellos pero sé que en día se le pasará y volverá.
Mi canción favorita de The KInks, sin dudarlo, es Waterloo Sunset. Village green, lo dejo para larga duración.
Es casi imposible quedarse con un solo tema de los Kinkis. Como bien han apuntado el Till The End Of The Day es cojonudísimo pero hay un montón de ellos más. No sé, por decir uno que a mí siempre me ha gustado especialmente, diría el «Two Sisters».
Grandísimos. Espero ansioso la segunda parte del artículo.
Kinks en Jot Down!!!! se va cerrando el círculo!!! grandísimos, diría que poco conocidos para lo grandes que son, ocultados tras Stones, Who y Beatles; en mi banda hacemos una versión directa y cojonuda de «Where all the good times gone», y cuando pueda caerán «You do something to me», «Sunny afternoon» o cualquier otra. Y para quien no quiera sonido Beat, el directo «One for the road» de los 80´s suena potente a puro hard rock, absolutamente brutal.
Qué buen artículo. Es impensable pensar en grupos como los Stooges sin una canción como «You Really Got Me».
Mi preferida quizás sea «I’m Not Like Everybody Else», aunque tienen tanto donde escoger…
Después de una fase Roxy Music, ahora estoy en fase Kinks y he devorado el artículo. Eso si, pido la misma intensidad a la hora de destripar la maravillosa «Days».
Un saludo!
Hay txiquets, lo quemos queda. Desde Arthur hasta State of Confusion, pasando por tantas maravillas. Larga vida a los Kinks
Yo era de los Kinks, aunque todos mis amigos eran de los Beatles o de los Rolling (entonces no sabíamos que se decía «los Stones»); pero cuando salió Rubber Soul me pasé definitivamente a los Beatles. Con los Rolling nunca he podido, y ahora me dan un poco de vergüenza ajena.
Gracias por esta hsitoria, si ya la canción me gustaba, ahora me gusta mucho más.
Cuando la genta me pregunta si era de Beatles o de Rollings, yo decía a mí me gustan Los Kinks y lso Who, y sí era cierto, pero tb me gustaban los otros dos.
Por cierto tengo un LP de grandes éxitos de lso Kinks y You really got me, está rallada¡¡¡¡¡
¡Excelente texto! Siempre he sido Beatles, pero The Kinks tienen esa fascinación de irme dando pistas de su grandeza y aquí una de ellas. Definitivamente es una de mis predilectas pero mucho más A well respected man.
Me encantan los Kinks y gracias a los Minions a mis hijos también. El pequeño,, de 6 años, me pide el videoclip de Apeman, le chifla, ja ja.
Mi favorita, Dos hermanas.