Gian Giudice nos recibe en su despacho del CERN. Para aquellos cuya imagen de un laboratorio se haya forjado en las novelas de Dan Brown, conviene aclarar que la pieza tiene poco de high-tech. Es pequeña, frugal hasta lo monástico, equipada con muebles funcionales y vetustos y carece de aire acondicionado. Pero, al menos, Gian tiene derecho a despacho propio, algo que no está al alcance de la mayoría de la comunidad científica —estudiantes, post-docs y visitantes— que tienen que conformarse con despachos compartidos. En el CERN hay poco espacio y mucha gente, lo que quiere decir que el talento por metro cuadrado es uno de los más altos del mundo.
Gian es un tipo serio. Es todo pose. La cara de póquer, las gafas de comisario político, la barbilla puntiaguda, no son más que disfraces que ocultan a un tipo tímido y apasionado, profundamente enamorado de su oficio. Un rato de conversación, antes de empezar la entrevista, nos deja distendidos y de buen humor. No, Gian tiene tan poco que ver con el Dr. Sheldon Cooper de The Big Bang Theory como el CERN —el auténtico— con la caricatura irrisoria que Dan Brown dibuja a trazo grueso en Ángeles y Demonios. De hecho, tanto Giudice como el gran laboratorio, son harto más interesantes que sus réplicas ficticias. Aunque no dan tanta risa.
La primera pregunta es obligada: ¿qué es el zeptoespacio?
El zeptoespacio es un lugar fabuloso que existe en una escala diminuta del espacio-tiempo. Un zeptómetro es una unidad de medida, usada muy raramente, que equivale a una billonésima de billonésima de milímetro. Para acceder a esa región infinitesimal del espacio-tiempo es necesario un microscopio poderosísimo. Eso es lo que es, en el fondo, el LHC. Un microscopio capaz de resolver distancias del orden de los 100 zeptómetros. Hemos especulado acerca de este extraño territorio desde hace décadas, intentando imaginar cuáles son las leyes de la física allí, y ahora vamos a poder ver cómo es en realidad. No hace falta decir que este es un momento extremadamente excitante para todos nosotros.
Un poquito más difícil: ¿cómo funciona el tiempo en el zeptoespacio?
El tiempo del zeptoespacio lo define la teoría de la relatividad de Einstein y es bastante diferente del que percibimos en la vida cotidiana; estamos acostumbrados a pensar en el tiempo como un río en el que estamos inmersos y cuya corriente nos arrastra. La imagen ha sido glosada por poetas de todos los tiempos y está muy cercana a nuestra percepción sensorial. Pero el genio de Einstein mostró que la realidad es muy distinta. Lo cierto es que el concepto de tiempo es muy similar al de espacio. Para una partícula elemental no existe una gran diferencia entre ambos.
¿Significa que el tiempo, tal como lo entendemos, es realmente una construcción de un ser biológico?
En efecto. Es algo que recreamos en nuestro cerebro a partir de un fenómeno físico que, sin embargo, afecta a nuestra experiencia sensorial. Por decirlo de alguna manera, sentimos la flecha del tiempo, que es la que marca nuestra evolución como sistemas biológicos. En concreto, envejecer es una consecuencia de la tendencia de todos los sistemas, incluyendo nuestros propios cuerpos a estados de mayor entropía. Pero las leyes físicas, en el ámbito de sistemas elementales (como un electrón, por ejemplo) no distinguen entre espacio y tiempo. La diferencia que hay entre el “tiempo cotidiano” y el “tiempo de la física” es un buen ejemplo de lo que hacemos los físicos: partimos de conceptos obvios en la vida diaria, para después abstraer nociones más fundamentales subyacentes a estos. Un ejemplo muy bonito lo tienes en Galileo, que empieza observando fenómenos corrientes —sus famosos experimentos en los que lanza bolas metálicas desde la torre de Pisa son probablemente una leyenda, pero sirven para ilustrar lo que digo― y acaba por dar con una ley fundamental que, además, no tiene nada de intuitiva, porque lo que nos indica nuestro sentido común es que cualquier cuerpo en movimiento se para al cabo de un rato si no ejerces sobre él una fuerza. Pero eso ocurre por culpa de la fuerza del rozamiento. Si sobre un determinado cuerpo no se ejerce ninguna fuerza (por ejemplo, una nave espacial que se mueve en el vacío) ese cuerpo se mueve indefinidamente a velocidad constante. La Enterprise solo necesita encender sus motores para acelerar, no para desplazarse a toda velocidad por la galaxia. Galileo es el primero que da con una ley fundamental que se opone a nuestra experiencia cotidiana, y la deduce utilizando un método riguroso de observación y contrastación de resultados. En ese sentido, me atrevería a decir que es el primer científico moderno.
Las respuestas filosóficas a las preguntas existenciales del tipo «de dónde venimos” o “por qué estamos aquí», qué disciplina las resolverá, ¿la cosmología o la física cuántica?
Ambas están conectadas. Uno de los mayores avances de la física en las últimas décadas ha sido la comprensión de que las leyes que se derivan de la observación del micromundo pueden ser utilizadas para comprender la estructura y evolución del universo. La física que domina los primeros instantes del cosmos es física de partículas elementales; nuestro profundo entendimiento de las interacciones entre estas permite establecer un modelo que predice propiedades del universo que podemos observar billones de años más tarde. Un ejemplo es la existencia del fondo de microondas, cuyas características concuerdan de manera espectacular con las predicciones de los modelos teóricos basados en el Big Bang.
Steve Weinberg, con quien trabajaste en Texas, dijo que cuanto más comprensible es el universo menos sentido parece tener. ¿Compartes esta afirmación tras el descubrimiento del Higgs?
Yo diría que cuando más profundicemos en la comprensión de las leyes físicas, más sorpresas encontraremos. Una de las mayores, desde mi punto de vista, es que las leyes parecen cada vez más simples. Nuestra investigación no nos revela un cosmos complicado y misterioso sino más bien al contrario. Por supuesto, esa sencillez solo es evidente cuando se utiliza el lenguaje matemático apropiado y hay que tener en cuenta que comprender ese lenguaje requiere esfuerzo y preparación. Pero, al final, las leyes de la naturaleza pueden expresarse en términos de ecuaciones sencillas. Por poner un ejemplo particularmente hermoso, considera la ecuación de Dirac, que rige el comportamiento de las partículas elementales como los electrones y de cuya estructura el mismo Dirac dedujo la existencia de la antimateria (esto es, electrones de carga positiva) antes de que esta se detectara experimentalmente. La ecuación puede escribirse en una sola línea y, sin embargo, su capacidad de explicar el universo es fabulosa: de ella deducimos una propiedad tan asombrosa como la existencia de la antimateria.
Eso sí, no hay que confundir sencillez con trivialidad. La naturaleza no es insulsa, no es trivial, igual que no lo es una fuga de Bach. A primera vista, ambas pueden parecernos muy complicadas, pero los principios que las rigen son muy puros y simples. Para los físicos, esa sencillez es un gran misterio. Tanto, que no podemos evitar preguntarnos: ¿continuará siempre así, o cambiará? ¿Es posible que, en algún sitio al que aún no hemos llegado se oculten auténticas complicaciones? No lo sabemos. La investigación realizada en el LHC está, literalmente, abriendo una nueva puerta a lo desconocido. ¿Qué vamos a encontrar? ¿Más de lo que ya sabemos, o algo total y radicalmente nuevo? Quién sabe. En mi opinión, esa es una de las lecciones más importantes que aprenderemos del LHC.
Siempre que los físicos teóricos se encuentran en dificultades acaban inventándose un éter. ¿Es el campo de Higgs un éter?
Bien, ciertamente existen analogías. En el caso del campo de Higgs estamos tratando con una substancia que llena todo el espacio-tiempo; así que, en efecto, en ese sentido es una especie de éter. Pero no se trata de la misma substancia que inventaron los físicos del siglo XIX (en realidad inventaron más de una). No necesitamos un éter, por ejemplo, para explicar la propagación de la luz en el vacío, ya que las ecuaciones de Maxwell predicen que las ondas electromagnéticas, de las cuales la luz es solo una pequeña parte, pueden propagarse en el vacío sin que haya nada que vibre (a diferencia de las ondas de sonido, así que todas esas explosiones atronadoras de La guerra de las galaxias demuestran que los realizadores de Hollywood no entienden o no les interesa un concepto elemental, ya que al no poder propagarse el sonido en el vacío, las naves espaciales explotan en silencio en las guerras estelares). Una vez más, la “sencillez” a la que me refería antes: la ecuación de Maxwell hace innecesario un tipo de éter. Tampoco lo necesitamos para definir un sistema de referencia absoluto, es un concepto superfluo en la teoría de la relatividad. El campo de Higgs no tiene nada que ver con esos honorables difuntos. De hecho, los experimentos del LHC, hasta el momento, nos confirman que, en este caso, el “eter” está ahí, llenando todo el espacio…
Es muy, muy misterioso conceptualmente, ¿no?
Cierto, pero también lo es el carácter constante de la velocidad de la luz, al menos hasta que lo piensas y te dices a ti mismo: ¿por qué no? Fíjate que la alternativa que se les ocurría a los científicos del XIX (el éter lumínico) era menos natural. Un universo en el que no se puede viajar a más velocidad que la luz se nos antoja hoy en día más elegante que otro en el que las velocidades fueran arbitrarias a cambio de rellenarlo de una sustancia intangible, de propiedades casi mágicas, cuya única misión fuera proporcionar un sistema de referencia. En fin, ya lo hemos hablado. Nuestra intuición no es necesariamente la mejor guía al universo.
Así que, en cierto modo, es la naturaleza la que decide.
En efecto. Nuestros sentidos pueden jugarnos malas pasadas. Por seguir con el ejemplo de la velocidad de la luz, nuestra intuición nos dice que por mucha ventaja que le lleve la tortuga a Aquiles, llega un momento en que este la alcanza. La teoría de la relatividad parte de la idea de que esa obvia intuición falla si la tortuga es un rayo de luz. En ese caso no hay Aquiles que lo alcance. La idea nos deja anonadados porque los humanos nos movemos a velocidades muy bajas comparadas con la de la luz y ocurre que a velocidades bajas Aquiles sí que puede alcanzar y sobrepasar fácilmente a la tortuga. De ahí que no hayamos desarrollado la intuición de que en el universo la velocidad de la luz es una constante y, en cambio, otros conceptos pueden cambiar de forma aparentemente absurda. Por ejemplo, el tiempo puede dilatarse para acomodar las leyes de la física a la existencia de esa constante. Que la física haya sido capaz de deducir esas leyes tan alejadas de nuestra experiencia cotidiana y además las haya demostrado experimentalmente, es asombroso.
Stephen Hawking señala en una de sus conferencias que fue una suerte no llegar a ser estudiante de Fred Hoyle, como pretendía, porque habría tenido que defender el estado estacionario. ¿Hasta qué punto influye el paradigma dominante en el establishment científico?
Uhm… Se trata de una pregunta difícil de responder, porque, hasta cierto punto, creo que a estas alturas yo mismo formo parte del establishment, ¿no? [Risas]. El lenguaje de la ciencia del que hablábamos antes, tan elegante y económico, gracias a su estructura matemática, es en parte responsable de que, una vez que ciertas ideas cuajan, sea difícil cambiarlas. Los cambios de paradigma se dan de vez en cuando, aunque es cierto que son bastante infrecuentes. A veces, esos saltos se producen gracias a experimentos que no sabemos explicarnos con el viejo paradigma. Eso ocurre con la revolución copernicana. O, por poner un ejemplo que todos en este despacho conocemos, con el descubrimiento de los neutrinos [Risas]. Otras, la teoría es la que se adelanta y los experimentos la confirman más tarde, como es el caso de la teoría general de la relatividad. Por supuesto, ahora que el LHC está en funcionamiento todos esperamos grandes cambios y revoluciones. En realidad, los físicos están deseando romper el molde y adentrarse en territorio desconocido, pero es muy difícil salirse de los propios conocimientos de uno, lo que en inglés se denomina think out of the box. Cuesta mucho salirse de esa caja de conocimiento adquirido, que puede convertirse en una cárcel para la mente. Aun así, creo que nuestro campo está muy abierto a nuevas ideas. Yo espero que con el LHC estas ideas llegarán.
El último Premio Nobel relacionado con el CERN, que consistió en el descubrimiento de W y Z por el físico Carlo Rubbia, ¿cómo lo compara con el de Higgs?
Y Van Der Meer [Risas].
Claro, y Van Der Meer…
Creo que ambos fueron verdaderamente fundamentales. El descubrimiento del W y el Z resultó crucial a la hora de establecer los profundos principios de simetría en los que se basa la física moderna y, en ese sentido, cambiaron nuestra forma de entender el mundo. Algo parecido ocurre en el caso del Higgs: es un descubrimiento a la vez muy esperado y revolucionario. Sobre todo, porque no se trata únicamente de un elemento final que añadimos a nuestro conocimiento, sino más bien una puerta que se ha abierto a un nuevo territorio.
¿Crees que este descubrimiento merece el Nobel?
La respuesta corta es “sí”. Puedo añadir que me parece muy desafortunado que las reglas del Premio Nobel no permitan recompensar el trabajo experimental, porque los experimentos que han descubierto el Higgs requieren de miles de físicos e ingenieros y, en ese sentido, es completamente injusto identificar solo a tres personas como los receptores del premio. Es necesario modernizar esas reglas, en el siglo XIX, o a principios del XX, sí podías hacer un experimento con tres personas. Hoy quizás se puede hacer en algunos campos, pero no en este, desde luego. Si tuvieras que dar un Premio Nobel a alguien por la exploración robótica de Marte, ¿a quién se lo darías? A la NASA, posiblemente. Desde este punto de vista, el CERN merecería el premio. Y la NASA también.
Déjeme provocar un poco: en el caso del Higgs, quién ha influido más en el éxito, ¿los físicos teóricos o los experimentales?
[Risas] Trabajamos con el mismo objetivo, pero de una forma completamente diferente. Creo que este resultado no podría haber sido posible sin la teoría o sin la experimentación. Esto es lo bonito de la ciencia, y creo que de la física en particular, que lleva al limite esta interacción entre teoría y experimento, porque en ambos campos estamos trabajando al nivel más alto de sofisticación. En el nuestro, con un nivel de matemática avanzada; en el suyo, a un nivel más alto de instrumentación y análisis. El descubrimiento del Higgs es un triunfo colectivo del campo. Pienso que parte del éxito que toda esta historia ha tenido entre el público también se debe a esto, porque se ve como un éxito de la ciencia en conjunto. La teoría de Higgs no viene de uno o dos individuos, aunque lógicamente Peter Higgs y otros son pioneros de esta, detrás hay toda una generación de físicos teóricos y, posteriormente, de físicos experimentales, que desarrollaron el proyecto. Creo que por eso mucha gente puede sentirse parte del mismo, en la medida en que ven que es en verdad un esfuerzo humano que implica a toda la sociedad, sin barreras nacionales, por ejemplo. No hay nada patriótico en ello, esto no es un éxito de Suiza, Alemania o Inglaterra. El CERN es un laboratorio internacional. Yo diría que el descubrimiento del Higgs participa del auténtico espíritu olímpico, la competición entre los experimentos es una excusa que esconde una noble causa común.
¿Hay vida después del Higgs?
Sin duda. Como he dicho, creo que el Higgs es un principio, no un final. Por eso me entran escalofríos cuando oigo las palabras «la partícula de Dios”. Para mí, aparte del significado religioso, que podríamos discutir, eso da la impresión de capítulo final, de último elemento, lo que claramente no es el caso. De hecho, el sector de Higgs es el elemento más sucio de la teoría, el que no comprendemos bien, el que no comparte las simetrías del resto de las partículas, en el que tenemos que trabajar para entenderlo. Y, a su vez, es el sector que puede ayudarnos a comprender muchas de las cuestiones fundamentales con las que empezamos al principio. La cuestión es si lleva esta escalera a la simplicidad, hacia una mayor simetría que seguir, o si nos enfrentamos ahora a un cambio de paradigma.
¿Cuáles son tus candidatos favoritos para la nueva física entonces? ¿SUSY, modelos compuestos, supersimetría?
Soy muy neutral. [Risas] De veras, soy muy neutral. Y he de decir que me volví aún más neutral tras los últimos acontecimientos, o más bien ante la falta de ellos. No ha habido descubrimientos en física de partículas antes de la primera fase del LHC (sin contar las oscilaciones de neutrinos, eso es otra historia). Esto ha limitado mucho el espacio de lo plausible en nuestras teorías, lo cual me hace pensar que la mayoría de las ideas con las que jugamos no eran completamente correctas. Así que ahora estamos en el proceso de remodelación. Si tuviera que apostar, repartiría mi dinero en campos muy diferentes, no pondría todo mi dinero en una sola acción. Hubo un tiempo en que las teorías supersimétricas parecían inevitables, muchos físicos daban la supersimetría por segura y parecía que descubrirla era una simple cuestión de tiempo. Ahora ya no parece tan obvio, ¿verdad?
La supersimetría es una bellísima idea, es un nuevo concepto de espacio-tiempo, añade un nuevo tipo de dimensión con propiedades matemáticas diferentes. En cierto modo fue una revolución conceptual, así que existían motivos para que mucha gente creyera en ella. Sin embargo, ahora sabemos que la supersimetría, al menos en la forma que esperamos, no aparece. Se nos abren, por tanto, dos alternativas: o bien que el camino lógico era totalmente erróneo, o que quizás no era totalmente erróneo, pero incluía elementos que se encuentran a un nivel más alto de complejidad y en los que no tuvimos el ingenio de pensar. Y ambas opciones son interesantes, ya veremos. Para responder a estas cuestiones necesitaremos pasar a la segunda fase del LHC, y se necesitará una energía más alta. Antes de que eso ocurra, no podremos decir la última palabra.
Hablamos al menos de otros cinco años.
Quizá menos. Podría ser que en tres o cuatro años ya empecemos a tener una buena imagen de lo que el futuro depara a la física.
¿Cuál es tu momento eureka?
Me ocurre raramente. Nunca sucede cuando estoy sentado en mi escritorio con notas y hago mis cálculos; a menudo me ocurre… ¡en la ducha! Aunque no creas que es algo tan inusual. Es como si el proceso de crear tuviera dos partes, una en la que tienes que sudar y hacer tu trabajo y otra de idea feliz, que llega cuando estás relajado y menos te lo esperas.
¿Qué tal se le da el deporte a Gian Giudice?
Corro, aunque menos que antes, porque tengo un problema con un tobillo, pero hago mucho senderismo en la montaña, natación y ciclismo. El momento eureka también me llega a menudo en mitad de la actividad deportiva.
Los fondos que reciben los laboratorios como el CERN o Fermilab tienen su origen en la investigación nuclear. ¿Qué queda de la investigación con fines militares en este tipo de centros, aparte del nombre?
Queda un poco de investigación en física nuclear, un campo que no tiene mucho que ver con el de la energía nuclear y nada en absoluto con el de las armas nucleares, pero casi todo es física de partículas. En el CERN no se realiza ninguna investigación militar. Esta cuestión es muy importante. Puede parecer algo trivial, pero tienes que pensar que el CERN fue construido poco después de la Segunda Guerra Mundial. En una época en la que la palabra «nuclear» estaba cargada de significado. La gente mantenía fresca en la memoria la idea de lo que eso significaba, por lo que el hecho de tener un laboratorio donde se reunían alemanes, británicos y franceses bajo el paraguas de lo nuclear parecía algo muy temible; así que se estableció en las reglas que en el CERN no se realizaría ninguna investigación bélica, y también está escrito en dichas reglas que toda la investigación que se realice aquí ha de ser accesible y abierta a todo el mundo. Esa fue una actitud realmente visionaria. La gente que fundó el CERN en esa época tenía esos ideales, según los cuales la ciencia tiene que estar separada del interés nacional o militar y, al mismo tiempo, unir a países que pocos años atrás estaban luchando unos contra otros. En el nombre de la ciencia, este es un legado que considero muy importante.
El CERN de hoy en día va aún más allá, es un lugar abierto y extremadamente plural. El ideal de juntar a gente de países diferentes aboliendo cualquier tipo de prejuicio ya no necesita reforzarse mediante reglas. El CERN es, en el mejor sentido de la palabra, una gran torre de Babel. Aquí se juntan docenas de nacionalidades, se habla un guirigay de lenguas, pero todos nos entendemos y tenemos objetivos comunes. En ciencia cuentan más las ideas que la raza, el sexo o el color de la piel. No somos perfectos, claro está, pero el tipo de trabajo que hacemos casa muy mal con los prejuicios.
¿Así que el CERN es una torre de Babel, confusión lingüística incluida?
Sin duda. En la cafetería puedes escuchar, en cualquier momento, 20 lenguas diferentes. El inglés es nuestra lengua franca, pero la mayor parte de los físicos que pasan temporadas largas en el CERN acaba hablando tres o cuatro idiomas. Vuelvo a lo de antes. Cuando tus amigos y compañeros de trabajo son italianos, norteamericanos, israelíes, palestinos, argentinos, brasileños, franceses, chinos, indios, turcos, españoles, japoneses, rusos, belgas, griegos, o suecos, resulta difícil desarrollar una actitud cerrada hacia otras culturas.
El CERN es la catedral de la física. ¿Qué razones nos puedes dar para seguir invirtiendo grandes cantidades de dinero en esta época de crisis?
Pienso que apoyar la ciencia básica es algo que la sociedad siempre debería hacer. Si miras atrás en la historia, siempre verás que los grandes saltos tecnológicos fueron conducidos por ideas que vienen de la investigación fundamental. Una sociedad que alega que en tiempos de crisis no hay que invertir en ciencia y menos aún en ciencia básica es miope y suicida.
Sin embargo, esa parece ser la política del Gobierno de España en este momento.
¡Pues hay que hacer exactamente lo contrario! Y eso, a pesar de que proyectos como el LHC ofrecen, en general, un beneficio solo a largo plazo; quiero decir que si fueras a preguntarme, por ejemplo, cuáles serán las aplicaciones del bosón de Higgs, sinceramente y echando mano de toda mi imaginación, no podría responder. El quid de la cuestión es que eso no significa que mañana mismo no pueda aparecer una aplicación sorprendente, directa o indirecta. Por expresarlo con un ejemplo, el descubridor del electrón, Thompson, no habría acertado jamás a imaginarse la electrónica. Además, un proyecto como el del LHC resulta en beneficios derivados, los famosos spin-off, que provienen de la tecnología avanzada que se necesita para obtener esos resultados; y esos spin-off suelen aparecer a corto plazo. El ejemplo más conocido, en el caso del CERN, es la invención de la WWW, pero hay muchísimos más. Por ejemplo, de la investigación en detectores y aceleradores, surgen muchas aplicaciones en diagnosis por imagen, tratamientos contra el cáncer, tecnología de la información… todas esas aplicaciones que no han sido planeadas solo pueden surgir en un entorno en el que se pueden hacer grandes inversiones no enfocadas a entregar un producto a corto plazo.
¿Qué físicos españoles han tenido relevancia en el CERN?
La física teórica en España es excelente. Existe una escuela muy buena que siempre ha producido gente excelente. Puedo darte algunos nombres como ejemplo, pero me dejaré varios igualmente importantes en el tintero y pido por favor a mis colegas españoles que nadie se enfade. Sin contar a los dos físicos teóricos españoles científicos de plantilla del CERN, Álvaro de Rújula y Luis Álvarez-Gaume, entre mis colaboradores destacaría a Alex Pomerol, Mariano Quirós y Luis Ibáñez. Tampoco puedo dejar de nombrar a Pilar Hernández, una de las físicas más punteras del país. Fue colega mía durante muchos años aquí en el CERN. Y ya que la menciono quiero señalar que España, junto con Italia, son los dos países europeos que producen el mayor número de mujeres en el campo de la ciencia. ¿Curioso, verdad? Porque si preguntas al hombre de la calle de qué nacionalidad son las mujeres que se dedican a la ciencia probablemente nombrarán Escandinavia, Holanda o Alemania. Y, al menos en la física teórica de partículas, los países que van a la cabeza son Italia y España. Creo que ese dato nos dice algo bueno de nuestras sociedades.
El CERN cuenta con legiones de excelentes físicos, y está un paso por delante científicamente de Fermilab en Estados Unidos. Sin embargo, la divulgación científica en física proviene casi siempre en su totalidad de Estados Unidos; ¿a qué se debe?
Creo que el motivo está relacionado con la forma en que se financia la ciencia. En los Estados Unidos, el apoyo del público es realmente crucial para obtener financiación. Cuando el Congreso tiene que decidir sobre un proyecto el congresista lo apoya o no pensando en sus votantes. Aquí no ocurre lo mismo. Considera el ejemplo de la NASA. La investigación espacial ha sido y es todavía algo muy interesante para el gran público. Los proyectos Apolo y posteriores (la estación espacial, el programa de transbordadores espaciales, la exploración robótica de Marte) fueron aprobados por una amplia mayoría de republicanos y demócratas, simplemente porque sabían que el sentir popular estaba a favor de esa ciencia. Sin embargo, los congresistas se opusieron al SSC (la versión USA del LHC que hubiera entrado en funcionamiento varios años antes que este y le hubiera dado, presumiblemente, el liderazgo a la física de partículas en ese país) porque la gente no sabía gran cosa de nuestro campo. La NASA, desde un primer momento, hizo un gran esfuerzo de divulgación, explicando al público lo que hacían, atrayendo su curiosidad. Así que en los Estados Unidos siempre ha existido esta tradición de que si quieres recibir financiación tienes que darte a conocer. En Europa esto ha sucedido menos, porque la financiación proviene de agencias gubernamentales que no responden directamente ante los votantes.
Pero esto está cambiando.
En efecto, está cambiando. Como de costumbre, los Estados Unidos van delante. Allí, la física de partículas, al igual que aquí, había hecho hasta no hace mucho tiempo bastante poco esfuerzo divulgativo. ¿Por qué? Porque no lo necesitaban, aún conservaban el prestigio que el proyecto Manhattan dio al campo y contaban con el apoyo de los militares y los políticos, por lo que no tenían que esforzarse tanto para comunicar. Al finalizar la guerra fría la física de partículas perdió esos privilegios, y en los Estados Unidos se dieron cuenta rápidamente de que tenían que cambiar la forma en que la ciencia es percibida por la gente y atraer su atención, excitar la curiosidad, mostrar lo que hacían, por qué motivo lo hacían y por qué debería ser apoyada. El CERN se quedó atrás, porque al estar financiado por un Consejo de Estados toda esa problemática no le afectaba tanto. En los últimos años sí se ha hecho un esfuerzo de divulgación tremendo a todos los niveles, ofreciendo nuevos productos educativos, participando en proyectos, dando clases magistrales. Todo ese esfuerzo, probablemente, dará fruto.
Suelo bromear acerca de que hace diez años cuando la gente me preguntaba: “¿A qué te dedicas?”, yo decía: “Soy físico de neutrinos”, y me respondían: “¿Qué?”. Y ahora cuando digo lo mismo dicen: “¿De verdad?” ¿Qué está pasando en el CERN?”. Todo ha cambiado mucho.
No solo eso, sino que la gente expresa su opinión, está mucho más informada. Es uno de los grandes placeres de divulgar, uno comprende el interés que la ciencia despierta en el público.
¿Qué científicos son los que admiras, los que te llevaron a estudiar física?
Tengo que mencionar a mi director de tesis, Ricardo Barbieri, que no solo me enseñó física, sino también cómo pensar, y a Steven Weinberg, al que admiro en grado superlativo, porque la claridad de sus ideas es realmente única: sus contribuciones a la física son fundamentales, pero lo que más impresiona al leer sus artículos es la lógica, la lucidez con la que trata los problemas de principio a fin. Es sencillamente perfecto.
Gian Giudice tiene la reputación de ser un gran físico pero también la de ser una persona seria y estirada. Cuando leí tu libro hubo dos cosas que surgieron inmediatamente y que también lo han hecho en esta entrevista, el sentido del humor y una increíble pasión. ¿Cómo te las arreglas para mantener ambas cosas tan escondidas?
Posiblemente esta imagen de ser serio no la comparten mis amigos cercanos… [Risas] Soy una persona tímida, así que en un entorno más formal tiendo a retraerme. Con mis amigos, cuando no hay barrera de timidez, no creo que sea serio. Y es verdad que soy muy apasionado en lo que hago, y me siento extremadamente afortunado.
Hablando como un científico que lee el libro de otro científico, conseguiste sorprenderme tres veces. La primera, debido a la claridad del flujo, veo en tu forma de razonar esa lucidez que has aprendido de Barbieri y Weimberg. La segunda, por el sentido del humor tan delicioso del que haces gala. Y la tercera, precisamente, por la pasión: fue como si yo mismo me reconciliara con mi propia profesión, a veces uno se vuelve un poco cínico con el paso de los años, y se cansa un poco de todas estas imperfecciones con las que vivimos, y al leer esto pensaba: “¡Vaya! ¡Este oficio maravilloso al que se dedica Gian es también el mío!”.
Viniendo de ti, que eres un gran autor y un gran científico, me satisface mucho oír estos comentarios.
Si tuvieras que resumir toda la belleza de la física de partículas en una línea, ¿qué línea escogerías?
Quizá la ecuación de Dirac… aunque solo sea porque ya está escrita en piedra.
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Me ha encantado. Enhorabuena por esta entrevista.
Gracias por hacer a la Ciencia más visible. En el debe de los científicos está la falta de divulgación y hermetismo.
Yo creo que hoy en día hay muchísima divulgación. Pero por supuesto es nuestra obligación hacerla.
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La ciencia es apasionante y después de leer esto entran ganas de aprender más, porque no es fácil ver una entrevista tan bien hecha.
JJ, no es alabanza hueca, leeros a Giudice y a ti ha sido lo mejor de un día muy muy complicado. Gracias!
La verdad es que no conocía a este hombre, y me alegro de haberlo descubierto.
Reconozco que me siento algo culpable cuando le hacéis una entrevista a un impresentable como Hristo Stoichkov y conozco perfectamente su trayectoria y cuando habláis de un físico puntero (con N, ojo) como éste es la primera vez que oigo hablar de él, a pesar del trabajo tan importante que realiza.
Una de las entrevistas más interesantes que he leído en Jot Down en mucho tiempo. Sencillamente.
Interesante.
Para quitarse el sombrero enhorabuena a los autores y a Jot Down. Hay esperanza…
Muy interesante. Sin embargo, me da a mí que hay una errata en la traducción (si la entrevista es una traducción) de la respuesta a la pregunta cuatro, cuando dice: «…universo que podemos observar billones de años más tarde». Hasta donde yo sé, el Universo tiene 13.700 MILLONES de años (en inglés billions). De todos modos, un gran trabajo la entrevista.
En realidad viene de la deformación profesionsl de usar billones americanos 1 billon americano son mil millones. Así que ek universo tiene 13.7 billones (americanos) de años
Enhorabuena y gracias
A mí también me ha parecido muy buena entrevista. Enhorabuena a los dos
BRAVO! Genial elección. Una conversación con este hombre puede ser perfectamente una instantánea general de las situación de la física de partículas ahora mismo. Además, no es el tipico director de proyecto que lleva sin publicar años y que se ocupa de cuestiones burocraticas más que nada.
Por cierto, hay una errata, uno de los físicos españoles de los que habla es Alex Pomarol, no Pomerol.
Gracias JJ y Giudice.
Yo aprendo en la página ‘cuentos cuánticos’.
Saludos.
Aunque ya lo he comentado en la página del libro, me gustará insistir aquí en las bondades del libro de Giudice, «Odisea en el Zeptoespacio», publicado por Jot Down merced al esfuerzo de de Juan José Gómez Cadenas y Luis Álvarez-Gaumé.
Por formación e intereses vitales he leído la mayor parte de libros de divulgación dedicados a la física de partículas publicados en español en las últimas dos décadas. Y tengo que decir que este libro es una autentica joya: probablemente la mejor y más concisa introducción -gradual, vibrante, precisa- al desarrollo del modelo estándar, y la mejor visión de lo que nos espera en los próximos años en la investigación de los fundamentos de la física a partir de los resultados generados en el LHC del CERN. Repito, aunque creas que ya has leído demasiado sobre el tema, Giudice ilumina el escenario, aclara dudas, muestra las incógnitas fundamentales, etc. de manera soberbia. Si te interesa saber cuál es nuestra visión del mundo material a principios del siglo XXI, ¡corre y cómpralo!
MUCHAS GRACIAS MELANCÓLICO Y DEMÁS AMIGOS. EL LIBRO DE GIAN REALMENTE MERECE LOS HONORES.
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