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Félix de Azúa: Nunca profetices en tu tierra

Juan Benet

Este juicio apodíctico de que nadie puede anunciar el futuro de su propio país, no sé hasta qué punto sea cierto para todos los países, pero sí que lo es para el nuestro. Me fui a un París lluvioso y gris, al congreso organizado por la Sorbona Paris-3 y la Diderot Paris-7 sobre Juan Benet. Nunca se ha celebrado nada semejante en las universidades españolas. No abunda el interés por quien sin duda es el más importante escritor de la posguerra. Está bien, uno de los más importantes.

Casi veinte especialistas franceses, suecos, italianos, rumanos, rusos y naturalmente españoles, se dedicaron durante dos días a comentar al poco accesible escritor, justamente porque siendo oscuro y denso se agradece el escrutinio. El congreso se cerró en el Instituto Cervantes con una sesión de memoranza por parte de amigos suyos, los cuales fueron amonestados por hablar de lo mucho que se bebía en aquellos años. Así estamos de salud.

Tampoco la prensa española ha dado noticia alguna del asunto, aunque el Colegio de Ingenieros le había dedicado, días antes, un homenaje. Bien está. Nada le habría divertido tanto a Juan Benet como constatar que sigue siendo un desconocido en su patria. Es un calificativo que rejuvenece, la eterna promesa.

Y sin embargo, los especialistas que allí se reunieron tenían ese aura especial que adquieren quienes se dedican a un autor o artista con cualidades fuera de lo común o heterodoxas. Lo mismo sucede en los congresos dedicados, qué te diré yo, a E.M. Foster, por ejemplo, en los que todo el mundo parece salido de una película de Ivory. En los de Emily Dickinson, en cambio, suele haber mucho zueco. Y si son de Camilo, brillan los alamares y se escucha el entrechocar de las condecoraciones.

De las numerosas intervenciones me impresionó gratamente la de Alexandra Bazhenova, de la universidad del estado de Moscú (Lomonossov), quizá por el modo en que entramos en su conocimiento. La directora del congreso, la admirable Claude Murcia, nos iba presentando uno a uno a los participantes. De pronto apareció una deslumbrante muchacha ataviada con un hermoso traje regional: larga falda floreada, corpiño de fruncidos, banda cabecera con guirnalda de flores, zapatos de raso verde, posible jarretera a tono. Fascinados por la visión, nos dirigimos a ella respetuosamente y le preguntamos de qué región rusa era su bello traje folklórico. “¡Oh, no, no, de ninguna! Es todo invención mía, ¿no les gusta?”. Casi nos tiramos al suelo para manifestar lo muchísimo que nos gustaba. Luego Molina Foix dio con la solución: “Somos unos obtusos, es evidente que este es el traje folklórico de Región”.

Para los no iniciados, es preciso aclarar que Región es el lugar mítico de las novelas de Benet. Su Yoknapataupha, su Macondo.

Haciendo honor a tan noble inicio, la rusa ojizarca dio una lección sobre el Vals K, la enigmática pieza para piano (de una tristeza devastadora) que actúa de presencia subterránea en Un Viaje de invierno de Benet, quizás su novela más desolada. La breve composición de Schubert es una leyenda. Posiblemente fue regalo de bodas para su amigo Kupelwieser, cuya familia es la que guardaba bajo llave el manuscrito, hoy desaparecido. El caso es que sólo se conoce gracias a una copia que Richard Strauss transcribió en 1943. De algún modo, el anciano maestro llegó a oír el vals y guardarlo en la memoria. Por supuesto nadie puede saber cuáles fueron los añadidos y correcciones del austriaco, aunque Alexandra puso de manifiesto lo poco schubertiana que era buena parte de la escritura para el acompañamiento de la mano izquierda.

Una vez terminada la exposición, Alexandra abrió su portátil, reclinó la cabeza sobre una mano y dio a un botón. Las lentas y conmovedoras notas del vals iniciaron la despedida. Me pareció ver a Benet, disimulado entre las últimas filas, dando su aprobación con leves cabezadas, muy suyas.

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32 Comentarios

  1. Martina G.

    Ah, vale.

  2. ¿Qué sería lo más recomendable para iniciarse en Benet? ¿Por qué novela suya debería empezar?

    • Yo le recomendaría empezar por «Otoño en Madrid hacia 1950» Recopilación de cuatro ¿retratos? que no tienen la dificultad de lectura propia de su prosa mas enjundiosa.
      De sus novelas empezaría por «Volver a Región».Y confieso que me divierte muchísimo con su Teatro.

  3. Empiece por los cuentos, están (o estaban) en Alianza, y en ellos tiene a Benet de una pieza a pequeñas dosis. De sus novelas, creo que lo mejor sería comenzar por Herrumbrosas lanzas, extensa, pero más asequible que otras. Disfrute. Nunca habrá visto nada igual.

    • Quizá sea Benet uno de los autores menos leídos en el mundo. Referirse a «Herrumbrosas lanzas» como asequible, creo que es llamar a engaño al lector desprevenido. «Más asequible» que otras, ciertamente, se acerca más a la verdad.

  4. Juan Benet, muerto de aburrimiento al leer una de sus propias obras.

  5. Siempre he tenido ganas de leer a Benet, sobre todo por los comentarios de escritores, articulistas como Vd. mismo o Javier Marias. Hace bastantes años compré un libro (enorme tomo), creo recordar que una recopilación de sus obras (no recuerdo bien) Lo intenté varias veces, pero siempre acabé dejándolo. No me veo con animos para volver a intentarlo.

  6. ‘Herrumbrosas lanzas’… y tantos! siempre me ha gustado Benet, autor y caballero.

  7. eduardo sanchez

    Suscribo los comentarios anteriores, Herrumbrosas lanzas es un buen comienzo para adentrarse en el mundo de Benet. En mi caso… no puedo hablar de más libros porque aparte de este, aunque lo intenté no pude con ninguno.
    Concretamente Volverás a Región, y Una meditación.
    Pese a esto, y aunque Benet figura entre los autores a los que no volvería a prestar atención (nunca se sabe) Herrumbrosas lanzas es una obra que releeré con gusto algún día. Muy recomendable.

  8. Arcimboldo

    Coincido con los amigos de herrumbrosas lanzas. Los otros que he intentado me parecieron un ladrillo.

  9. Pingback: Bitacoras.com

  10. Yo sólo he leído ‘El aire de un crimen’, pseudo-novelita de misterio que transcurre en Región. La pillé porque en algún sitio vi que, según el mismo, Benet se había propuesto escribir una «novela al uso», es decir, con argumento (y ahí me vi con fuerzas), cosa que después declaró que está tirado de hacer… Supongo que es una buena recomendación para iniciarse, aunque tal vez algún experto nos diga que es muy poco representativa de su obra.

  11. No todos los autores son para todos los lectores. A mí no me gusta el queso, pero no se me ocurre vilipendiarlo.

  12. Breve como es la vida, ¿por qué gastarla leyendo a Benet…?

  13. Queso Benet, sí. Me gusta más que Ladrillos Benet.

  14. En Paris la gran ciudade.

    ¿Han leído alguna crónica de sociedad de Josemi Martínez Sieiro? El artículo es igual.

  15. En Paris la gran ciudade.

    Amén de que Yoknapatawpha está mal escrito.

  16. Valldenbas

    Hablar de Benet como asequible es una figuración. Azúa también se ha hecho mayor con rapidez. Benet tenía el mérito de conseguir que casi nadie pudiera leerle. Algunos adoran ese mito, esa leyenda. No entenderian jamás el qué pudieran llamarles papanatas con mucha razón.

  17. Blackadder

    He comenzado a leer varias novelas de Benet.
    No he tenido ni el tiempo ni la paciencia de acabar ninguna, mea culpa.
    Pero tiene articulos muy buenos que se pueden leer en el Archivo de El Pais.
    Con algunos me he sorprendido riendome en alto. Era un cachondon en el fondo.

  18. Raimundo Lion

    Lo mejor de este artículo es que si uno decide leerlo con la intención de aprender algo sobre la obra de Benet, concluye que habría sido mucho más útil leerla directamente, lo que hace más probable que lo haga.

    Aún así, gracias por la palabra «ojizarca», que ahora también es mía.

  19. MIguel Ángel Unanua

    La prueba de fuego del paso del tiempo es la resistencia a uno mismo: ni traicionarse, por exagerada fidelidad a sí mismo, ni traicionar a otro, por excesiva veleidad. Doy en interpretar de esta condensada manera unos aforismos de Rafael Sánchez Ferlosio que dan fe de su propia personalidad, con el fin de comunicar esa impresión compartida de alguien que resulta apreciable tanto por su faceta de escritor como por su persona. Es una característica que le retrata tanto a él como, por ejemplo, a Agustín García Calvo: esa entereza moral, que no se deja sobornar por el más constante de los enemigos, el paso del tiempo, con todo su peso, junto a su aliado más fiel, que no es otro que uno mismo.

    No obstante, nada queda claro todavía. Lo dicho proclama un enigma. Para echar algo de luz sobre el juicio emitido no se deben considerar contenidos específicos, ideas concretas, en cuyo caso la admiración suscrita no pasaría de ser doctrinal, sino una actitud general, un carácter, como prefiere decir el propio Rafael. El asunto se puede sopesar desde dos perspectivas convergentes al objeto de dar con las pistas de la interpretación correcta: la primera incide en la relación entre verdad y amistad, la segunda en la que haya entre las palabras y los hechos. En ambos sentidos la antigüedad procuró criterios ejemplares.

    El tópico alusivo al primer punto de vista es bien conocido, y reza que se debe mayor fidelidad a la verdad que a la amistad ―lo dijo el filósofo Aristóteles en relación a su maestro Platón. Da a pensar, de hecho, que la disensión, estando estimulada por la búsqueda de la verdad, debiera presentarse como garantía de autenticidad, tanto del juicio, como de la propia amistad: o pasa ésta dignamente por esa prueba, o no es lo que parecía ser. Posteriormente, idéntica presunción comparecerá con entidad propia dentro del discurso histórico, en su apartado metodológico, donde encontrará acomodo ese principio ético que define la actitud filosófica o, dicho sea con mayor rigor, la aptitud dialéctica. Polibio fue tajante al respecto, y si en aquella primera versión, débil por implicar relaciones meramente privadas, dicho principio implicaba compromisos de índole personal, en su segunda acepción quedará convertido en principio político, combatiendo opiniones muy arraigadas y devotamente estimadas por la tradición. Cuando el historiador se compromete a ser fiel a la verdad, por encima de la amistad, atenta contra aquel prejuicio consuetudinario según el cual se ha de favorecer al amigo y perjudicar al enemigo. Dirá Polibio que es obligación del historiador, por el contrario, alabar al enemigo y censurar al amigo si la naturaleza de sus actos así lo requiriese.

    Caer en contrariedades por decir una cosa y hacer otra, fue también una actitud denostada éticamente, aunque practicada sin pudor: el graeculus es un personaje típico de la latinidad; pero no por ello dejó de ser una actitud denunciada, cuánto más si se delataba como aptitud. Como principio ético se reconoce tempranamente la voluntad de sujetar las acciones a la palabra dada, considerando que, cualquiera que sea la intención que pueda avalar la doblez en la práctica, caer en ella conlleva una tara moral, es decir, que por muy justificable que se pudiese considerar a otros efectos, nunca quedaba a salvo de una apreciación negativa. No cabe duda de que la diferencia se muestra con toda su fuerza una vez que, como en el caso anterior, se pasa de la contemplación del principio en su acepción privada a hacerlo en otra más política. Era experiencia probada que las guerras se ganaban con la mentira, maguer fuese a costa del honor de la victoria. De tal calibre son las posiciones encontradas.

    Creo que desde ambas perspectivas, desde su convergencia, se puede a la postre dar por convenientemente explicada la veracidad de la afirmación de partida, y que a mi modo de ver justifica esa sensación de entereza y autenticidad éticamente decisorias. Contra el fondo de esa suerte de nota generacional, contrasta la que caracteriza a la generación que la sigue inmediatamente, que por muy empeñada que pueda presentarse en atenerse a esa coherencia vital, de ningún modo lo hace de manera tan resuelta y acreditada: demasiado pesa la defensa a ultranza de los comparsas, demasiado pesa la tentación odiséica… en reconocerlo se juega su dignidad, pero una dignidad más auténtica que esa que se vende como retórica del espectáculo para fomento del narcisismo más desmandado y pagado de sí mismo. Traidor a la verdad y a la palabra.

  20. Este Benet no sera por casualdad el que digo a viva voz que a Solzhenitsyn nunca hubiera que haberlo sacado del gulag mientras se paseaba en Madrid en un Jaguar…

  21. La tarea del crítico es en todo semejante a la de esa anciana que puesta de costado en la ventana del salón mira de reojo el pasear de las muchachas jóvenes del barrio, tanto como la tarea del escritor contemporáneo es pasearse bajo el alféizar para que la vieja no pierda cuenta de sus quehaceres. Pues jamás fue la tarea del crítico tan fácil de cumplir como hoy, cuando el juntaletras ordinario se ha convertido en una especie servicial a todos y cada uno de los prejuicios, lemas, estandartes y cañonazos ideológicos que saturan el ambiente literario con su vetusta mediocridad y su emponzoñado mandato de sumisión.

    ¿Qué es un escritor de hoy más que un vocero de ideologías? ¿Qué es la literatura hoy más que el acto solipsista de buscar crédito social por medio de las letras? ¿Qué un libro más que torpe colección de ideas capadas por la censura (que el autor adopta motu propio sabedor de que en la exhibición de sus muñones finca su mayor probabilidad de éxito) y sancionadas por el cutre furor de quien aplaude sus postraciones?

    Más no cabe desesperar. Es cierto que Juan Benet se retiró a algún fondo de pantano a meditar sobre las cosas de la muerte y las del fango, que puede que sean una misma, pero con la modestia debida han de saber que dos o tres carcamales todavía no doblamos la cerviz ante el fantoche puerperal de estos tiempos, y que siendo serviles tan sólo al diccionario (al María Moliner, no al otro) andamos emperrados tontamente en ir poniendo ladrillos, chinchetas, clavos, empalizadas, hogueras, fosas, vacas muertas, burros destripados y, si me apuran, hasta en echar aquí y allá un poco de aceite hirviendo por reírnos con saña benetiana si se diera el feliz caso de que nuestros proyectiles le acertaran en la frente a los heraldos del progreso.

    No será así, no crean que no lo sé; antes bien será algún criticastro viejuno, algún lector cansino o un escritor faldero quienes nos aticen a nosotros, perros resabiados que preferimos distraernos en paisajes y leer libros a ir mirando quien lleva navaja en el bolsillo trasero.

    Benet, cuánto se le hecha a usted de menos, por su prosa alta, por su pedrada certera.

    Cordialmente
    José Antonio Martinez Climent
    en Alicante

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