¿Qué es la vida? Los pensamientos y sentimientos surgen, con o sin nuestro consentimiento, y empleamos las palabras para expresarlos. Nacemos, y nuestro nacimiento es olvidado, nuestra infancia rememorada, pero a través de fragmentos vivimos, y viviendo perdemos la comprensión de la vida. ¡Qué inútil es pensar en palabras que puedan penetrar en el misterio de nuestra existencia! Correctamente utilizadas pueden poner en evidencia nuestra ignorancia sobre nosotros mismos, ¡Y eso es demasiado!
P. Shelley
Dice Houellebecq que el hombre sufre en el mundo, y ese sufrimiento es dolor. Pesimista, irónico, sexual y autodestructivo, Michel Houellebecq, el escritor francés maleducado e histriónico de fama mundial, acumula enemigos pero dice la verdad. Su ficción es el escenario de las páginas de sucesos de los diarios, la réplica a los excesos de la política, el asco a la rutina de quien no teme inmolarse ante la sociedad. Aviso a depresivos: las líneas que siguen sangran apatía pero son al tiempo el analgésico de la posmodernidad.
Doloridos y ajenos, perplejos ante el mundo que nos rodea, quienes acudimos a sus textos lo hacemos no por pérdida de optimismo, sino por una necesidad de materializar en palabras la autodestrucción de la conciencia humana. Leer a Houellebecq es hurgar en la herida con un bisturí dorado, pero probablemente sea ahora, más que nunca, cuando necesitamos una buena cirugía.
No se ahoguen en sus versos de callejones ensangrentados. Descubrirán con la lucidez de quien se sabe desesperanzado que no están locos. Hallarán en Houellebecq al poeta romántico que fue, y pese a todo, amarán su poesía como él también lo hizo, —¡Qué osadía!— amarán, háganme caso, porque probablemente esta sea la única empatía que encuentren con las líneas de su escritura.
El silencio y el sexo
Su poesía es observación. Sus mirada, extrañamiento. Una mirada que sirve para expresar percepciones sobre el mundo en un momento concreto, más cercano a la pintura o a la fotografía que a la novela. Por eso se adapta mejor a esa extrañeza o incongruencia, a esas situaciones en las que no comprendemos lo que sucede. Hay Apocalipsis en sus versos, pero también hay ternura, esa de lo nunca sucedido.
No estoy sereno,
Pero estoy en mi habitación
Los ángeles sostienen mi mano,
Siento cómo cae la noche.
El sentido de la lucha
Si uno lee cualquiera de los libros de poesía de Houellebecq (unidos en la antología de Anagrama), con cierta cadencia y distanciamiento, apreciarán el particular sentido de dos constantes que también se repiten en su narrativa: el silencio y el sexo.
Hace tiempo leí, y no recuerdo dónde, que en el origen de la especie se inventó el amor para que los hombres se sintieran culpables si herían o no protegían a las mujeres, entonces débiles. Los hombres se han querido quitar esa carga durante siglos, y al final son las mujeres las que se han liberado para darles ese anhelo. El resultado es lo que estamos viendo: hombres con libertad, pero descorazonados.
Para entender el significado del sexo en el imaginario de Houellebecq, antes hay que pasar por su narrativa. Las partículas elementales habla de la sexualidad como expresión de algo sagrado, acechado por el tiempo y por la erosión del deseo de los cuerpos. Aparece al final de esta obra el tema del suicidio de las mujeres, entregadas al sexo bajo la amenaza de lo efímero. Contra todo lo que puede parecer en una primera lectura, superficial, la vida pasional para Houellebecq es una vida demasiado expuesta a las relaciones de lucha a las que inevitablemente arrastra el deseo.
Para Esther, como para todas las chicas de su generación, la sexualidad no era más que un divertimento placentero, guiado por la seducción y el erotismo, que no conllevaba ninguna implicación sentimental especial; seguramente el amor, igual que la piedad según Nietzsche, nunca había sido otra cosa que una ficción inventada por los débiles para culpabilizar a los fuertes, para imponer límites a su libertad y su ferocidad naturales. Las mujeres habían sido débiles, en especial a la hora de parir, en sus comienzos necesitaban vivir bajo la tutela de un protector poderoso, y a tal efecto habían inventado el amor, pero en la actualidad se habían vuelto fuertes, eran independientes y libres, habían renunciado tanto a inspirar como a experimentar un sentimiento que ya no tenía ninguna justificación concreta.
El proyecto milenario masculino, perfectamente expresado en nuestra época por las películas pornográficas, consistente en despojar la sexualidad de toda connotación afectiva para devolverla al campo de la pura diversión, había conseguido realizarse por fin en esta generación. Lo que yo sentía, esos jóvenes no podían ni sentirlo ni comprenderlo exactamente, y si hubieran podido habrían experimentado una especie de incomodidad, como ante algo ridículo y un tanto vergonzoso, como ante un estigma de tiempos más antiguos.
Tras décadas de condicionamiento y de esfuerzos, por fin habían conseguido extirpar de su corazón uno de los sentimientos humanos más antiguos, y ya estaba hecho, lo que se había destruido no se podría reconstruir, igual que los añicos de una taza rota no podrían reensamblarse por sí solos; habían alcanzado su objetivo: no conocerían el amor en ningún momento de su vida. Eran libres.
La posibilidad de una isla, M. Houellebecq
Quizá les suene a algo que escribió Jack Kerouac, en On the road:
…She turned away wearily. We lay on our backs, looking at the ceiling and wondering what God had wrought when he made life so sad […]
El silencio de Houellebecq es el de una conciencia enloquecida, la desesperación dolorosa cuando hasta la emoción y los gestos que la traducen están vetados. Dice una doncella en el Fausto de Pessoa: “No, no te levantes. Eso sería un gesto, y cada gesto interrumpe un sueño”.
Los sueños en la poesía de Houellebecq son de las pocas cosas que parecen no estar prohibidas. Sí lo están ciertos gestos. Otros, aparecen exagerados, rompiendo el ritmo y la calma de las noches impares.
El silencio y el sexo comparten lugar en el orden poético del autor, de forma que nada parece ordenado y en cambio encandila y adormece como si de una música mágica se tratara. El imaginario escatológico del poeta no queda demasiado lejos de Duchamp y otras vanguardias, aunque en realidad Houellebecq no fue un adelantado en esto: roza más el naturalismo burdo que cualquier corriente vinculada al arte.
Su apatía con el mundo que le rodea es directamente proporcional al primer impulso con el que acudimos a sus poesías. Su imposibilidad de perfección en la escritura parece gritarnos a veces la abdicación frente al texto. Sin embargo, hay método en su locura.
Hoy vivimos en un reino completamente nuevo,
Y la mezcla de circunstancias envuelve nuestros cuerpos,
Baña nuestros cuerpos,
En un halo de júbilo.
Lo que los hombres de antaño presintieron a veces a través de la música,
Nosotros lo llevamos a la práctica cada día.
Lo que para ellos pertenecía al campo de lo inaccesible y de lo absoluto,
Nosotros lo consideramos algo sencillo y conocido.
Sin embargo, no despreciamos a esos hombres;
Sabemos lo que debemos a sus sueños,
Sabemos que no seríamos nada sin la mezcla de dolor y alegría que fue su historia,
Sabemos que llevaban nuestra imagen dentro cuando atravesaban el odio y el miedo, cuando chocaban en la oscuridad,
Cuando escribían, poco a poco, su historia.
Sabemos que no habrían sido, que ni siquiera podrían haber sido, sin guardar en el fondo de su corazón esa esperanza,
Ni siquiera podrían haber existido sin su sueño.
Ahora que vivimos en la luz,
Ahora que vivimos en las cercanías inmediatas de la luz
Y que la luz baña nuestros cuerpos,
Envuelve nuestros cuerpos,
En un halo de júbilo,
Ahora que nos hemos establecido en las cercanías inmediatas del río,
En tardes inagotables
Ahora que la luz en torno a nuestros cuerpos se ha vuelto palpable,
Ahora que hemos llegado a nuestro destino
Y que hemos dejado atrás el universo de la separación,
El universo mental de la separación,
Para bañarnos en la alegría inmóvil y fecunda
De una nueva ley,
Hoy,
Por primera vez,
Podemos contar el final del antiguo reino.
Prólogo a Las Partículas Elementales, M. Houellebecq.
¿Por qué poesía?
El poeta hace equilibrios en el límite de la cordura. Combina métrica estricta —y se le considera un clásico en esto— con prosa poética. La forma versificada le permite decir aquello que no sabía que iba a decir, libera el subconsciente.
La rima es una ventaja extraordinaria en Houellebecq; le ayuda a liberarse también de la razón y de su propio discurso. Una estructura compacta y firme que desata la vida interior, que perturba con la repetición para calar, quién sabe, si con vitalidad o consuelo.
Entretanto leerle nos hace además a todos un poco más miserables, porque carga sin filtro contra el sistema de consumismo e hipocresía en el que vivimos. Pero no se confundan, probablemente Houellebecq no quiera cambiar el mundo. Ni siquiera él predica con el ejemplo. Seguramente Houellebecq sea un gilipollas, ese hombre gilipollas que escribe como los ángeles y tiene el poder de abrir y cicatrizar a un tiempo nuestras heridas.
Sigan por eso cantando a la desesperanza. Ojalá el día de mañana se den cuenta de que esta también fue una forma de felicidad.
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Debe ser que soy muy raro porque jamás me había reído tanto como cuando leí «Las partículas elementales».
Los capítulos que hablan de la estancia de Bruno en esa especie de balneario son memorables y los integrantes del taller de voz, chillando como monas, descacharrantes.
Un autor extraordinario, Las partículas elementales no cambió mi forma de ver el mundo, pero le dio el envoltorio palpable a mi desprecio.
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¡¡enhorabuena, María!! aprender contigo es maravilloso y siempre con una impecable redacción que da cordura a un sinsentido de sociedad dirigida por amiguismos que realmente atentan contra la democratización y el desarrollo del conocimiento.
Histrión.
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Houellebecq es tan coñszo que va derechito al premio Nobel
Este tipo, independientemente de la polémica en la que parece estar siempre envuelto, escribe condenadamente bien. Tanto es así, que sin haber leído a Lovecraft, me embaucó con su ensayito sobre el autor norteamericano.
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