Cada uno tiene sus manías, yo tengo las mías (las que me corresponden) y unas cuantas más. Una de ellas, desde bien pequeño, ha sido el cine. Y más en particular los actores y, yendo a los específicos, cómo se movían. Cuando en Los siete magníficos todos/as perdían el culo por Steve McQueen o Yul Brynner a mi el que llamaba la atención era Robert Vaughn. Esa forma de inclinar el rostro cuando hablaba de que no le quedaba “ningún enemigo vivo”. Sí, el tipo era un —presunto— cobarde pero trate usted de inclinar la cabeza de esa manera y seguir pareciendo un pistolero respetable.
De la misma manera, lo que más me fascinaba de Conan era aquella escena donde el cimmerio empujaba él solito la inmensa rueda a la que había sido confinado. Aquel momento explicaba más del personaje que todo el resto del filme. Será por aquello de que la comunicación no verbal es la realmente importante que de adolescente lo que más me fascinaba era el modo en que caminaban los actores (también me pasaba con las piernas de Katherine Hepburn, pero esa es otra historia) porque en ese acto tan simple de poner una pierna delante de otra uno puede llegar a ver algo más que dos extremidades y una cadencia determinada.
La lista que viene a continuación es simplemente un inventario de recuerdos, de tipos que caminaron por las películas que me gustan. Algunos se curvaron, otros permanecieron rectos, otros acortaron sus pasos y otros los hicieron más largos. Faltan muchos, pero no me cabían todos.
- Frank Doubleday. A Doubleday le conocerán los (muy) fans de John Carpenter. Sacaba la jeta en Asalto a la comisaria del Distrito 13 (obra maestra, huelga decirlo) y al espectador se le ponían los genitales por corbata. Él era el tipo que liquidaba a la niña del helado de un disparo, sin contemplaciones. Sin embargo, fue en 1997: Rescate en Nueva York donde este actor bajito y de rasgos hijoputescos lucía pedigrí. Los cinéfilos le recordarán apareciendo tras una montaña de chatarra, con las piernas un metro por delante de él, en un movimiento entre charlotesco y perverso, mientras sacaba un pañuelo que contenía un dedo del presidente de los Estados Unidos. Ese andar estudiosamente descuidado, como si cada pierna decidiera que quería seguir un rumbo distinto de su siamesa es uno de los “largaos de aquí cagando leches” más estruendosos del cine de Carpenter. Lamentablemente a este punk metido a actor no le fue muy bien en el negocio y nos lo perdimos (o se perdió). Del porte chulesco de Snake Plisken ya hablamos otro día: ese tío no camina, vacila.
- Clint Eastwood. Uno de mis recuerdos más vívidos es aquel donde el inspector Harry Callahan cruza la calle, larguirucho, desgarbado, con esas extremidades que parecen haberse puesto de acuerdo para no doblarse y que —de hecho— se resisten a hacerlo. Magnum en mano, con ese lunar magnético, a Harry el Sucio le costó tres zancadas plantarse delante del malo y meterle la pipa en las narices. Si digo que Eastwood es uno de los tipos que mejor camina (con espuelas o sin ellas) nadie se echará las manos a la cabeza. Curiosamente, ya envejecido, la curvatura natural que sufre el hombre parece haberle esquivado: Clint sigue andando erguido como una viga. Sus zancos han cambiado el mensaje de “¿qué miras?” por el de “que te den” y su espalda sigue siendo tan poderosa como la mitad de Hollywood en plano frontal. Hay en Eastwood una —aguda— tendencia a dejar al espectador contemplando sus pasos mientras se larga y pocos han sabido respirar tan bien a través de sus huidas. Nadie se va como este tipo, extraña combinación entre poeta y forajido, que hubiera fascinado al mismísimo Walt Whitman.
- Tom Cruise. Cruise debería estar en otro apartado: el de correr. Porque el tío sabe correr, de hecho se las pela. Esto molestará, es obvio, pero Cruise es muy buen actor. Lo repetiré: Tom Cruise es muy buen actor. Sin embargo, lo que hace realmente bien es esprintar. Dudo de que sirviera para el trote, no le veo paseando con el sol en la cara, pero a la hora de correr, joder, eso es otra cosa. Si fuéramos mal pensados (obviamente lo somos, ¿cómo no vamos a serlo) pensaríamos que está huyendo de algo y que por mucho que se aleje acaba en el mismo traje del que pretendía desprenderse. Eso no le quita ni un punto del mérito: no hay mejores piernas que las suyas cuando se trata del cine de acción (solo Robert Patrick en la segunda entrega de Terminator logró tal grado de sincronía entre velocidad y actitud, aunque el primero tenía el hándicap de interpretar a un cyborg asesino de metal liquido). La cuestión es que, será porque posee un centro de gravedad bajo, Cruise en movimiento exhibe una innegable atracción que va más allá de sus méritos como intérprete: ni Forrest Gump supo transmitir tan bien lo importante que es ser capaz de salir a toda leche de cualquier lío. Corre Tom, corre.
- Henry Fonda. A mi padre (como a tantos otros hombres de su generación) le fascinan los westerns. Budd Boeticher, Howard Hawks, John Ford, John Sturges o Henry King pasaron muchas tardes de sábado y domingo en mi casa. Hay muchos momentos memorables (a Shane al final de Raices profundas, a Mississipi en El Dorado, al gran Jimmy Ringo…) y sin embargo no me puedo quitar de la cabeza la primera vez que vi a Henry Fonda en Pasión de los fuertes, meciéndose en su silla, delante de la barbería, con los pies apoyados en una columna de madera. No era solo lo que hacía, sino como lo hacía. Fonda, (me atrevería a decir que uno de los mejores tres actores de la historia) podía cambiar su forma de arrastrar los pies por aquello de añadirle un matiz al tipejo que interpretaba; no era que lo hiciera sino cómo lo hacía: aunque no le miraras la cara y permanecieras con los ojos fijos en sus botas sabías que aquel personaje era un mala pieza, un villano de los gordos. Los que duden que echen un vistazo a su trabajo con John Ford y que luego repitan con Sergio Leone: ese no es mi Fonda, que me lo han cambiado. Nota: hizo poco de malo, era demasiado bueno incluso para eso.
- Spencer Tracy. He aquí uno de esos hombres que lleva en sus rodillas el peso del mundo, un Atlante al que nunca le tiembla el pulso. De tremenda vis cómica, andares solemnes y poderosa mandíbula, capaz de ser sin una gota de sudor el malo de vuelta y media o el sufrido padre de familia, uno de los muchos recuerdos que el cinéfilo o el humano con memoria sentirán burbujear en su cabeza cuando se les mencione a Tracy serán sus enfrentamientos con la Hepburn en La costilla de Adán o sus dolorosos paseos por una Nuremberg destruida en Vencedores o vencidos. Exmilitar, actor de talento descomunal, yo le recuerdo por su porte de manco, un hombre derrumbado que soporta tanto dolor que debe ordenarse a si mismo seguir caminando (“derecha, izquierda, derecha, izquierda”) en la brutal Conspiración de silencio. Su llegada en tren al pueblo podrido hasta las raíces es la demostración de cómo un actor puede —con dos planos y tres extremidades, sin abrir la boca— contar todo lo que necesitamos saber de su personaje. Si Fonda es uno de los tres mejores actores de la historia Tracy no lo es menos.
- Gregory Peck. El andar más señorial que ha dado el cine. Sí, la razón es bastante obvia: Atticus Finch. La interpelación al dios de la memoria es impepinable: uno echa la vista atrás y ve a Peck, sentado en la silla del tribunal; le franquean el delicioso Paul Newman de Veredicto final y el glorioso Charles Laughton de Testigo de cargo. Peck suma a su talento esos regalos de Robert Mulligan que escrutan su rostro, sus ojos detrás de las gafas (que solo se quita para disparar), sus larguísimas piernas. Es esa sensación de que cada vez que Atticus toma el estrado o se asoma al porche de su casa el mundo es un lugar más seguro. Seguramente hay otros Peck(s), el de La profecía, el de McArthur, el de Los cañones de Navarone y —sobretodo— el de Los niños de Brasil. Su construcción del doctor Josef Mengele es de esas cosas que nunca se le van a olvidar a un niño de 12 años. Aunque —debe quedar claro— Peck nunca pudo ocultar que para sobrellevar su metro noventa debía caminar como si en realidad no estuviera por encima de nadie: más un faro que una nube. Por eso es de los pocos actores que siempre te miraba a la cara aunque tú no pudieses dejar de mirarle las piernas: “Coño, ¿cuánto mide este tío?”.
- Robert de Niro. Una de las grandes virtudes de DeNiro (discutir a estas alturas su talento como actor —por mucho que se haya empeñado en demolerse a sí mismo a base de papeles de comida basura— es un ejercicio de papanatismo) es que camina como un futbolista. Mejor dicho, camina como si John Wayne hubiera sido futbolista. Esa curva exterior que trazan sus piernas para después volver súbitamente al orden, olvidándose de que justo al final se esconden los pies, ha sido una de las marcas de la casa desde sus inicios. De hecho, si hicieran un experimento y proyectaran tan solo sus películas de media pantalla para abajo seguiríamos reconociéndole al instante: esos pies que se empeñan en converger son inconfundibles. Michael Mann lo sabe y por eso en Heat (obra maestra del primero y la última gran película de DeNiro) hay dos cosas que subrayan constantemente el trabajo del actor: el traje gris de tres botones (tan impersonal que se nota a la legua que estamos ante un hombre de negocios o un criminal, o ambas cosas) y sus caminatas, huidas y persecuciones. A DeNiro no le hacían correr tanto desde el pleistoceno, pero es que verle a la carrera es un espectáculo. Y vale, después el vacío, pero siempre nos quedaran esos andares de futbolista brasileño que se dispone a tirar una falta en el minuto 90 de la final de la Champions.
- John Cleese. Cleese es, en mi familia, un tema absolutamente personal: no se admiten discusiones ni crítica alguna. Cuando mi madre descubrió que tenía un cáncer de esos que no admiten prórrogas uno de los primeros efectos en su persona es que ya no hubo manera de verla sonreír. Lo intentamos: comedias, comedietas, chistes, amigos graciosos: nada. No había ningún motivo para sonreír pero había que intentarlo, al fin y al cabo reírse es un asunto muy serio. En un viaje a Berlín, y en una tienda de la Potsdamer Platz, encontré un poster de John Cleese en el gag de El ministerio de los andares raros. Los fans lo recordarán: arranca con el líder de los Monty Python cruzando la calle, andando de una forma indescriptible, que combinaba el paso de la oca, los espasmos, el contorsionismo y los efectos de alguna droga mezclada con whisky barato. Sigue con un tipo que acude al despacho de Cleese y que quiere acceder a una subvención porque cree que camina de forma lo suficientemente extraña. Compré el póster y al llegar a casa busqué el gag de los Monty Python en YouTube. Oír a tu madre carcajearse es una de las cosas más agradables que le pueden pasar a alguien, especialmente teniendo en cuenta las —malditas— circunstancias. Ese fue el único antídoto para la enfermedad, el que funcionó hasta el último día y por eso Cleese es Dios (sigue siendo Dios) en mi casa y su póster ocupa un lugar prominente en nuestras paredes.
(Me dejo a Burt Lancaster —el rey de los andares cómicos— y a su inseparable Nick Cravat; a Lee Marvin, a Al Pacino, a Jean Reno, a François Truffaut, a Richard Kiel, a Michael Caine, a John Wayne —porque él se merece una sección fija—, a Pepe Isbert y a mi muy amado Victor McLaglen. Tipos que sabían que caminar no es asunto baladí, especialmente si pretendes llegar a algún sitio. Algún día les retomaremos, si la Providencia lo permite).
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El mejor es Chiquito.
A continuación de la conmovedora historia de cleese y la madre del autor leo «el mejor es chiquito»
Tú si que sabes, hombre oportuno
Groucho.
Ethan Hawke en los dos (e imagino tres) «Before… «, de Linklater
Mein Führer! I can walk!
John Wayne sí fue futbolista (de fútbol americano) y precisamente por eso, según John Ford y Howard Hawks, se movía con gracia en la pantalla, «como un bailarín». Pruebe, por ejemplo, a ver sin el sonido la escena de «Río Bravo» cuando Ricky Nelson le lanza el rifle para cargarse a cuatro tíos, y podrá apreciarlo.
Se ha dejado usted en el tintero al gran Gary Cooper, quizá el vaquero con andares más elegantes y aristocráticos jamas vistos en una pantalla de cine. Lo de vaquero no es gratuito, ya que Cooper, de ascendencia británica y educado en las islas durante algúnos años, pasó después bastante tiempo de su primera juventud en el rancho que su padre tenía en Montana, montando caballos a porrillo. Gracias a eso, a tener el culo pelado (literalmente) como jinete, empezó su andadura en el cine.
Pero eso sí, para mí, el tío que mejor se ha movido andando, ha sido Henry Fonda seguido a cierta distancia por Clint Eastwood, con la ventaja para el primero de que, además, fue uno de los mejores actores de la historia. Viéndole, tenía uno la sensación de admirar la elegancia y parsimonia de un gato; quizá ese fue el motivo de que Leone quisiera trabajar con ambos. Nada que ver con los andares garrulos de un John Wayne afectado por callos o con demasiadas alzas en las botas. Si alguien no había reparado aún en esta particularidad de Fonda, que se fije la próxima vez, sobre todo en los westerns y ya me dirán el qué…
De acuerdo también con su apunte sobre Gregory Peck, uno de mis favoritos de todos los tiempos.
¿Y para qué quería alzas en las botas un tío de uno noventaypico? Sobre los andares garrulos me parece más cualificada la opinión de Gene Kelly: «Duke se movía con la gracia de un atleta…»
Bueno, es que yo siempre he pensado lo mismo que usted. ¿Por qué, un tío que llega al 1’90 y poco más, no exageremos, se habría de poner alzas? Y la explicación podría ser que el cine de Hollywood estaba lleno de actores de esa estatura y más. Naturalmente, Duke querría ser el más alto del film, que para eso era «el chico» (Ignoro si este término inducirá a dudas en los más jóvenes, creo que está en desuso) y para ello, las alzas eran obligadas. Fíjese usted bien en sus botas en «Río Bravo» y otras, y observará que los talones están algo elevados en relación al tacón. Eso, unido a su sobrepeso, le confería al andar ese aspecto de paquidermo vacilante. De hecho, en «Hatari» costaba distinguirlo de los elefantes, menos mal que uno sabía que el de el rifle era él…
Con 1,93 de estatura, dudo mucho que John Wayne llevara alzas. De hecho, no he encontrado nada al respecto en internet.
Lampurcias, no se puede uno fiar de las estaturas que nos dicen acerca de estas estrellas de Hollywood porque resulta que a John Wayne me lo ponen como usted dice, con 193 cm. En cambio a Gary Cooper con 191 cm. pero si busca usted en la red imágenes en las que ambos estén juntos, percibirá que Cooper aparenta casi 2 cm. más que el otro. A mí este tema de las estaturas me afecta porque mido 223 cm aunque aún me «pico» algo cuando coincido con uno más alto. El otro día me crucé en el metro con una vieja de unos 90 años que debía andar por los 231 cm. ¡Voy a ponerme alzas ahora mismo!
Echo en falta a Dustin Hoffman en Midnight cowboy.
imagino que muchos ya lo saben, pero el «truco» de Wayne era caminar doblando los pulgares de los pies para imitar el andar de Harry carey. Es complicado andar así, se lo puedo asegurar!
j
¡Quiaaaá, hombre de dios! ¡Pero si así, con los pulgares de los pies doblados se anda de puta madre! ¡Vamos, es que yo ya no sé andar de otra manera y es que una vez se prueba, ya no hay dios que lo pueda dejar! ¡A Harry Carey le enseñé yo! ¡Y luego a su hijo Junior! Lo de Wayne no era que imitara a Harry, lo suyo era por sabañones, que le salían al tío como galápagos.
Yo también he pensado siempre que Henry Fonda era un malo estupendo, con esos fríos ojos azules. Aparte del Sergio Leone, John Ford también lo vió: el coronel ambicioso y resentido de Fort Apache que lleva a su regimiento a la perdición solo por su hambre de gloria es uno de los peores tipos que ha pisado el Oeste.
¡Y quien diga que John Wayne era patoso tendrá que vérselas conmigo y mi Winchester 73!
A lo mejor no es muy compartida esta opinión pero a mi me encanta el porte de Russel Crowe en «Gladiator», pasos cortos y frente alta, sin contoneos innecesarios. Mínimo movimiento, máxima eficacia.
¿Como Lina Morgan…?
Exactamente, lo has pillado… ;-)
Deep como Jack Sparrow, ese andar es legen… espera …dario!
¿Ninguna referencia a los andares de Chiquito o Leslie Nielsen? Que no califiquen como ídolos de gafapastas no debería ser motivo para su exclusión.
Me ha encantado el artículo. Muy original. No me había parado a pensar en los andares de estos grandes actores (la mayoría).
Quiero aprovechar para invitaros a participar y votar en nuestra lista de las 50 mejores películas de los años 80. La idea es que cada uno vote 10 películas y que salga una lista con los gustos de todos los cinéfilos. ¿Qué os parece? Lo explico mejor aquí: http://lavozenoff.net/2013/05/29/buscamos-las-50-mejores-peliculas-de-los-80/
Shock amnésico, como pueden no mencionar a Peter O’Toole en Lawrence de Arabia o a la levedad y gracia de Marcello Maestroniani y el andar que se imponía a todo lo demás era el de Henry Fonda, aristocrático Burt Lancaster, no andaba nexos Richard Harris
Te has dejado a los más grandes: Ron Jeremy, Nacho Vidal, Rocco Siffredi… #Infancia :)
El papel de Minority Report se lo habían ofrecido a Bardem, que lo rechazó porque según él, no sabe correr. Y según él, se lo dieron al actor que mejor corre: Tom Cruise.
La historia del poster de Cleese me ha parecido conmovedora.
A mi me gusta mucho cómo andan Denzel Washington y Takeshi Kitano.
Sí, sobre todo este último, es un poema….
Yo incluiría en los legendarios andares de western los de Robert Mitchum en «El Dorado» de Howard Hawks. Además compite, o acompaña, a un John Wayne veterano. Para mí, este filme es uno de los top ten del género, y Mitchum contribuye no poco a ello.
¿Y qué me decís de los andares a lo pantera rosa de Al Pacino en el final El padrino, rodeado de guardaespaldas? No es elegante, pero me mola.
Y Cary Grant? Con lo difícil que es andar «normal»? Incomprensible ausencia (al menos para mí).
¡¡¡James Coburn en Pat Garrett & Billy The Kid!!!
Totalmente de acuerdo con Tom Cruise, para mí el mejor actor corporal junto a De Caprio. Sí, saben mover el cuerpo como ninguno hoy día. Vean Rock of Ages y díganme si Tom Cruise no es el mejor frontman rockero de la historia. A sus 40 y once palos.
John Ford decía que el cine era un plano de Henry Fonda caminando. Durante el rodaje de My Darling Clementine, pasó jornadas enteras en las que solo rodaba metraje de Fonda caminando, que servía luego para rellenar algunas escenas…¡Ah, la frescura de los gigantes del cine clásico!
Os ha faltado los dos actores que mejor andan y se mueven de la actualidad, que además son grandiosos actores: Leonardo di Caprio y Tom Cruise.
Amo con toda mi alma a Frank Doubleday.
Qué irrespeto de esos productores que no le dieron el sitio que merecía.