You keep on talkin’ ‘bout the dangerous blues
If I had me a pistol, I’d be dangerous too
Yeah, you may be a bully, then but I don’t know
But I fix you so you won’t give me no more trouble in the world I know
Mattie May Thomas, Dangerous Blues
“Todo el tiempo hablas de lo peligroso que es el blues. Si yo tuviera una pistola, también sería peligrosa. Sí, quizás seas un matón. En realidad no lo sé. Pero te aguanto, así que no me des problemas nunca más… Seis meses no son una condena. Cariño, nueve años no es nada. Tengo un colega que ha estado en la casa grande desde los 14 hasta los 29. La cárcel fue mi principio; la penitenciaría está cerca de ser mi fin. La silla eléctrica me queda demasiado grande. Te lo voy a decir, cariño, como el tano le dijo al judío: si no te gusto, hay cosas tuyas que tampoco me gustan a mí”.
En 1939 el antropólogo Helbert Halpert fue a dar a una remota prisión sureña de Estados Unidos. No importa el nombre, de momento. Quería tomar unas muestras del folclore local. Durante los dos días de estancia allí se topó con una enigmática reclusa. La conversación fue breve.
—Nombre.
—Mattie May Thomas.
—… y ¿cómo se llama la canción?”
—Dangerous blues.
Helbert no preguntó cuál era su delito. Tampoco le interesaba. Solo sabía que Mattie May Thomas cumplía su tercera condena. Sin ningún acompañamiento más que la voz, cantó en sala de costuras de la penitenciaría su blues peligroso, que se oía como un eco solitario, profundo y desasosegante. Aparte del rudimentario sistema de grabación no había nadie más dentro. Sus palabras parecían puros desgarros salidos directamente del rincón más áspero del alma. La franqueza y vehemencia del relato de Thomas resulta escalofriante, incluso para alguien acostumbrado a escuchar las rudas historias del blues. Aportó un par de piezas más: Workhouse blues y No mo’ freedom. No eran espirituales, ni canciones tradicionales, ni estaban muy elaboradas. Tampoco tenía una voz especialmente dotada. Sin embargo, en sus inflexiones y giros vocales escondía algo más que las características blue notes. Se apreciaba un lamento en forma de crónica, una resignación envuelta en desengaño, una perversa confesión tras haber cometido un asesinato, o tal vez dos, quién sabe si tres… Ese blues era su declaración, la prueba del delito, pero también su forma de redimirse. Como un fósil impregnado en la tierra, el blues da voz a tantos y tantos testimonios callados del pueblo afroamericano durante cientos de años de esclavitud y sometimiento. Aflora cuando menos te lo esperas. Por eso es peligroso…
Mattie May Thomas no volvió a grabar nunca más. Ningún productor avispado vio el morbo potencial para lanzar la carrera discográfica de una reclusa. Desapareció literalmente del mapa. En el Sur las cosas funcionaban de otra manera…
El “Gran Teatro” de Mississippi
En Mississippi nada es lo que parece. O mejor dicho, todo es lo contrario de lo que parece. Durante los años 20 y 30, la tierra que vio nacer el blues albergaba el dudoso honor de ser el estado más pobre y subdesarrollado de todo Estados Unidos. Tenía la renta per cápita más baja, menos de la mitad de la media. Raro era encontrarse un hogar con teléfono, radio o vehículo motorizado. De hecho, en 1937 tan solo el 1% de las granjas contaba con electricidad. Aquel que se adentraba en la extensa llanura aluvial de la región del Delta, delimitada por los ríos Mississippi y Yazoo, se topaba con una sociedad arcaica y esclavista, como si de repente el Tercer Mundo se hubiera asentado en pleno corazón americano. Quien lo visite ahora comprobará que la situación ha cambiado algo, aunque tampoco mucho. Sin embargo, la música que emanó de allí ha llegado a todos los confines del planeta y ha influido decisivamente en gran parte de los estilos populares del siglo pasado. Si el blues hubiera sido un bien tangible como el petróleo o el oro, Mississippi podría haberse convertido, sin lugar a dudas, en el estado más rico y rentable del mundo.
Aunque la sobrecogedora realidad del Delta mostraba otra cara. La división racial era más evidente entre el campo y la ciudad. Los blancos duplicaban a los negros en los centros urbanos; los descendientes de esclavos les quintuplicaban en las plantaciones. Apenas participaban de la vida de la ciudad, aunque paradójicamente la experiencia cultural pertenecía a ellos, de una manera primitiva, cruda y austera. A diferencia del estilo eléctrico de Chicago o de los grandes combos de Memphis o Detroit posteriores, los bluesmen del Delta solo se hacían acompañar por un único instrumento: la guitarra.
Mientras que en el resto del país las grandes estrellas del jazz o las cantantes femeninas de blues clásico actuaban ante fervorosas audiencias en recintos —más o menos honorables— destinados para ello, en Mississipi tal concepto simplemente no existía. No había salas de conciertos, ni conservatorios, ni teatros. Tocando la guitarra en cualquier barrelhouse se podían ganar unos cuantos dólares y algunas copas gratis, mucho más que recogiendo algodón, pero nadie hacía carrera de ello. Ninguno de los hombres del Delta se dedicaba en exclusiva a la música.
Por ejemplo, la profesión que aparece en el certificado de defunción de Charley Patton es granjero; en el de una de las figuras más importantes del blues, Robert Johnson, dice que se dedicaba a recoger algodón. Aplicar el término carrera musical a un bluesmen de la zona, aparte de desproporcionado, resulta sencillamente irreal. Es más, en la mitología del blues del Delta, el fracaso se veía como un éxito. Los elegantes señores del swing o las excéntricas y suntuosas vocalistas del vodevil se sustituyen aquí por borrachos, vagabundos, pendencieros o asesinos. Cuanto más miserable y problemática fuera la existencia del músico, más posibilidades de entrar en la historia. Por tanto, la música en Mississippi no creció al amparo de escuelas, salones de baile o salas de fiesta, se manifestó en el “gran teatro” de los campos de plantación y de las cárceles. Y concretamente la prisión de Parchman aunaba ambas funciones.
Annie la Negra
La Mississippi State Penitentiary (aún hoy en activo), también conocida popularmente como prisión de Parchman, se extendía a lo largo de más de 8000 hectáreas de la región del Delta. En un principio, el estado de Mississippi compró los terrenos en 1900, en el condado de Sunflower, para construir una prisión federal. Muy pronto esas fértiles tierras se convirtieron también en una plantación. En el paupérrimo contexto social de Mississippi, que ya hemos comentado, la prisión de Parchman constituía la segunda fuente de ingresos de todo el estado, solo superada por la recaudación de impuestos. Eso sí, a pesar de las apariencias externas que intentaban disimularlo (no había muros, ni alambrada eléctrica, ni torres de vigilancia), el régimen carcelario no tenía nada que envidiar al sistema esclavista vigente hasta la Guerra de Secesión o a un campo de concentración nazi.
A las cuatro de la madrugada sonaba el silbato. Los prisioneros salían de sus barracones de madera. No había celdas. Apuntados en todo momento por armas de fuego, se dirigían en formación cerrada hacia el campo de trabajo. Se dividían por cuadrillas. Les esperaba una ardua tarea bajo un sol de justicia. Almorzaban en el campo con gusanos y mosquitos como compañía. Además, tenían que cumplir con unos resultados de producción. No había negreros o amos blancos que controlaran el trabajo. Esa función quedaba relegada a los propios reclusos, generalmente los más antiguos y de fiar, que, en cierto modo, eran a su vez unas víctimas del sistema en su doble condición de presos y verdugos. En las frecuentes peleas no intercedían, dejaban que los combatientes resolvieran sus diferencias hasta que uno de ellos cayera.
Desde su mansión típicamente sureña, el superintendente divisaba todo el panorama. Para reprimir las infracciones, se jactaba de cumplir a rajatabla con las tradiciones más estrictas. Una de ellas, la más cruel, se denominaba «Annie la Negra» y procedía directamente de la época de la esclavitud. Quien portaba día y noche en su cuello a Annie —una pesada correa de cuero, de diez centímetros de ancho por uno de grosor—, recibía el más humillante de los castigos: reducir su condición humana para cosificarse en el más rastrero de los animales.
Canciones para sobrevivir
Algunos hombres trabajaban hasta caer muertos, otros fallecían abrasados por el sol. En estas condiciones, la automutilación era una de las salidas más habituales. Por la prisión de Parchman se veía a todo tipo de mutilados. Hombres con una sola pierna, un solo brazo o que se habían cortado un pie o una mano a golpe de hacha. Uno de los presos más veteranos, respetuosamente apodado el «Rey del Río», había transformado sus pies en dos bolsas de huesos, tras patear durante 20 años los campos de la prisión. En circunstancias así, la música, más que como actividad lúdica, brotó como un instinto de supervivencia.
En este punto son claves los viajes que John y su hijo Alan Lomax emprendieron por todo Estados Unidos en busca de las formas de expresión populares norteamericanas. Casualmente, en las prisiones encontraron todo un caldo de cultivo. Sin las grabaciones que los insignes etnomusicólogos realizaron por todas las cárceles del Sur entre 1933 y 1947, jamás hubiéramos escuchado las fascinantes manifestaciones artísticas de la cultura afroamericana, como por ejemplo las auténticas worksongs precursoras del blues. Fruto de estas prospecciones fue el libro/DVD The land where the blues began y la inagotable colección de canciones Prison Songs: Historical Recordings from Parchman Farm.
Según describiría el propio Alan Lomax, de todas las prisiones que visitaron, en Parchman la abundancia de música fue apabullante. Padre e hijo volvieron en varias ocasiones pero nunca consiguieron registrar toda la riqueza musical que ofrecía la cárcel, tan solo un diez por ciento de todo lo que escucharon. Los Lomax oyeron a las reclusas que cantaban apasionadamente junto a sus máquinas en la sala de costuras. La misma sala donde Mattie May Thomas grabó su Dangerous blues. También se registraron las mencionadas worksongs en forma de llamada/respuesta que cantaban los hombres en las cuadrillas de trabajo mientras construían el ferrocarril o el dique del Mississippi. O las canciones de golpe de hacha donde los prisioneros se alineaban en una o dos filas y levantaban sus hachas para cortar madera. El golpe de las cuchillas contra el suelo marcaba el ritmo del trabajo y de la canción. “Se podían escuchar esos asombrosos coros desde varios kilómetros de distancia”, confesaba Lomax. Asimismo había lugar para los espirituales que se entonaban en las ceremonias religiosas del domingo. Todas estas manifestaciones se enmarcaban dentro de la tradición africana de canciones para acompañar la tarea diaria. Para Lomax, es como si la herencia de África perviviera aún en los Estados Unidos.
Esperanza de perdón y libertad
En una de las sesiones de grabación se desplazaron hasta la arboleda de Parchman donde se reunían los prisioneros después de la jornada. Era el ocaso del día y los hombres estaban ya cansados y hambrientos. De repente surgió un anciano encorvado de nombre Jimpson que había pasado desapercibido durante la tarde. Entonó una canción que representaba el anhelo de todos los reclusos presentes:
Ain’t got long, oh mama, ain’t got long, I ain’t got long
Lord, I ain’t got in the murder’s home
Pray for me oh mama, pray for me, pray for me
Lord, I got a long holdover and I can´t go free
[No aguanto más, mama, no aguanto más,
No aguanto más, Señor, en la casa de los asesinos
Reza por mí, mama, reza por mí
Reza por mí, Señor, todavía me queda mucho para ser libre]
El resto de hombres se levantó y alzó la voz junto a él. El lastimero canto se fundió entre la oscuridad de la noche y fue bautizado como The Murder’s Home. Después de cenar la sesión se trasladó al interior. Tras cruzar dos grandes dormitorios con olor a sudor y tabaco donde algunos presos se disponían a dormir mientras otros jugaban a las cartas, llegaron a una pequeña estancia alejada del ruido. Allí les esperaba un tipo alto, apuesto y ágil como una pantera, era uno de los cantantes estrella de la prisión. Respondía al nombre de Bama. Dos guardas blancos armados supervisaban la grabación. Bama empezó a recitar un grito de campo donde se mofaba de una mujer bizca que “cuando lloraba le salían lágrimas por la espalda”. La historia provocó la risa de los guardas. Después cambió el gesto y se lanzó con una canción que nunca había interpretado delante de unos blancos, I’m going home, sobre un campesino paleto que planea asesinar a un negro porque le ha robado a su chica y su cosecha. En el fondo estaba haciendo un retrato cruel de las desigualdades raciales del Sur.
En general, en casi todas las grabaciones los prisioneros hablaban de sus asuntos personales, de los motivos que les habían llevado a prisión, de las injusticias que habían sufrido y de la eterna esperanza de obtener perdón y libertad, que de alguna manera gracias a la música pensaban que podrían conseguir. Las canciones les humanizaban. A finales de 1939, John Lomax pidió a los responsables de la prisión ayuda para encontrar un convicto que mereciera la pena grabar. Le trajeron a Booker “Bukka” White.
El blues de la prisión de Parchman
Gracias a las grabaciones que Bukka White hizo para la Biblioteca del Congreso se ganó un estatus de celebridad en el interior de la prisión, librándose así de los duros trabajos que realizaban otros convictos. Los guardianes de la prisión llegaron incluso a reunir dinero para comprarle una guitarra. Pero la conflictiva personalidad de White y su convulsa vida le hicieron desdeñar más grabaciones. Tal vez porque a pesar de las ventajas de las que gozaba, la vida en Parchman era de todo menos idílica. Afortunadamente para la posteridad quedó el inmortal Parchman Farm Blues, nostálgico relato de su experiencia carcelaria donde habla de su condena, admite que no quiso hacer daño a su mujer asesinada y reconoce que quería volver a casa.
Pero quizá de todos los personajes que pulularon por Parchman, Eddie James House, o lo que es lo mismo Son House, sea el más atractivo. Fue acusado de homicidio e internado en prisión. Nunca llegaron a estar claras las causas, el propio House evitaba hablar del tema. Según parece, una noche en el municipio de Lyon, Mississippi, con unas copas de más, disparó contra un hombre que había enloquecido. El poco tiempo que House pasó en prisión hace dudar no obstante de que fuera un asesinato la causa de su condena. Sin embargo, años más tarde —en 2005 concretamente— unos coleccionistas descubrieron la reveladora pieza Mississippi County Farm Blues, en cuya letra House confiesa abiertamente que ingresó en prisión por matar a una mujer llamada Vera Lee. El hipnótico “Blues de la cárcel del condado de Mississippi” es tan perturbador como atrayente. Puede que no clarifique del todo los motivos que llevaron a Son House a pasar por la trena una temporada, pero deja claro una cosa: hay algo en el blues que lo hace peligroso. Posiblemente en los barracones de Parchman esté la respuesta…
En el infierno abrasador de las cárceles, el espíritu ancestral, reconfortante y curativo de los cantos africanos aliviaba las almas de los exhaustos y esforzados prisioneros y al mismo tiempo, mientra ese canto duraba, les proporcionaba un poderoso consuelo a cada uno de ellos.
Alan Lomax
Lista de Spotify: Recorded Live By Alan Lomax – Negro Prison Blues And Songs
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Fuentes y referencias
The land where the blues began, Alan Lomax, Ed. The New Press. 1993.
Blues: la música del Delta del Mississippi, Ted Gioia. Ed. Turner Noema. 2010.
Barrelhouse Blues: location recording and the early traditions of the blues, Paul Oliver. Basic Civitas Book. 2009.
Fotos extraídas del Missippi State Archives
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Interesantísimos tanto el artículo como los registros sonoros de los Lomax. Que desesperado hay que estar para llegar a la automutilación… escalofriante.
Excelente artículo. Se percibe que hay trabajo y pasión por parte de quien lo escribe.
¡¡¡ Enhorabuena Manuel !!!
Si señor ,muy buen artículo.
Al leerlo me ha venido la memoria la excelente película de los hermanos Coen «Oh Brother», y sobre todo la banda sonora del productor T Bone Burnett
Muy bueno, realmente. La unica queja: no se si estoy de acuerdo con las traducciones. De todas formas, excelente articulo.
Está estupendo. Pero ¿para transcribir párrafos enteros literalmente no habría que entrecomillar? Esto, por ejemplo:
«En Mississippi nada es lo que parece. O mejor dicho, todo es lo contrario de lo que parece. Durante los años 20 y 30, la tierra que vio nacer el blues albergaba el dudoso honor de ser el estado más pobre y subdesarrollado de todo Estados Unidos. Tenía la renta per cápita más baja, menos de la mitad de la media. Raro era encontrarse un hogar con teléfono, radio o vehículo motorizado. De hecho, en 1937 tan solo el 1% de las granjas contaba con electricidad. Aquel que se adentraba en la extensa llanura aluvial de la región del Delta, delimitada por los ríos Mississippi y Yazoo, se topaba con una sociedad arcaica y esclavista, como si de repente el Tercer Mundo se hubiera asentado en pleno corazón americano. Quien lo visite ahora comprobará que la situación ha cambiado algo, aunque tampoco mucho. Sin embargo, la música que emanó de allí ha llegado a todos los confines del planeta y ha influido decisivamente en gran parte de los estilos populares del siglo pasado. Si el blues hubiera sido un bien tangible como el petróleo o el oro, Mississippi podría haberse convertido, sin lugar a dudas, en el estado más rico y rentable del mundo. »
Esto, y varios párrafos más, sin una redacción distinta, es un «corta y pega» del libro de Ted Gioa (que me estoy releyendo ahora). Aún así, me gusta un artículo de este tipo, como una síntesis; pero el estilo literario, el modo de presentarlo, es del autor original, no del autor de este artículo, y el que no haya leído las fuentes no lo sabe. Siento parecer tan puntilloso, pero me he quedado un tanto perplejo.
Hola Jesús,
en absoluto es un corta/pega el párrafo concreto que citas, ni ninguna otra parte del texto. Es algo en lo que intento ser especialmente cuidadoso por lo que me sorprende que lo menciones. Te invito a que me digas de qué parte del texto de Gioia (citado en la bibliografía en primer lugar, por cierto) ves que esté «cortapegado» literal en el artículo. De hecho incluyo aportaciones mías e hipervínculos para completar la información.
Otra cosa es que los datos -obviamente no me los voy a inventar- estén sacados del libro de Gioia y otros libros también citados en la bibliografía. Ni siquiera las traducciones que hay en ese mismo libro de Gioia son iguales a las que incluyo en el texto. Las he revisado también (de ahí que pueda incurrir en algún error).
Con respecto a la forma de presentar los contenidos, el párrafo concreto que citas, por poner un ejemplo, es un compendio de información que Gioia presenta en varias páginas. De la 2 a la 5 por ser más precisos.
El estilo literario parecido, me lo tomo como un piropo, sin duda.
Espero haber mitigado un poco tu perplejidad
Un saludo
Hola de nuevo Jesús, para facilitarte la tarea me he tomado la molestia de copiar literalmente el párrafo de donde saqué la información. Esta vez si va entrecomillado:
«Durante las décadas de 1920 y 1930, cuando se hicieron las primeras grabaciones buenas de blues del Delta, el nivel de pobreza de la gente que creaba esta música era sobrecogedor. Mississippi tenía la renta per capita más baja de todos los estados, menos de la mitad de la media de la nación. Estaba claramente a la cola en ventas al por menor, en el porcentaje de teléfonos y radios por habitante, en el de poseedores de vehículos motorizados y en el de hogares con electricidad. De hecho, para la población del Delta, era casi como si la electricidad no existiera; en pleno año 1937, se empleaba en menos del uno por ciento de las granjas. Daba la impresión de que un país del Tercer Mundo hubiera sido abandonado en el corazón de Estados Unidos, para que se valiera por sí mismo produciendo algodón y bagres, en medio de una economía moderna y en expansión cuyos beneficios no eran suficientes»
Página 2, libro «Blues: la música del Delta del Mississippi» de Ted Gioia.
Como digo los datos y la información es la misma (no me los invento) pero considero que hay una voluntad clara y manifiesta de presentarlos de otra manera con una redacción distinta, con aportaciones propias (el hipervínculo) y sobre todo no veo rastro de CORTA/PEGA, esto es copiar literalmente un párrafo entero de otro sitio.
Saludos. de nuevo.
Siento la confusión, pues, y retiro lo dicho. Un saludo, y gracias.
Este artículo debería ser de obligada lectura en los colegios.
Sin duda nuestra percepción de los sonidos que nos rodean e inundan nuestra realidad cambiaría y haría justicia al origen de la mayor parte de la música de nuestro tiempo. Que está en el sufrimiento de los inmigrantes africanos y la cultura que trajeron sobre sus hombros.
No tenían ni una mísera guitarra (salvo las que tiraban los blanquitos a la basura por aburrimiento), era pura pasión musical llevada en el alma. Es música verdadera y sincera, honesta consigo misma y sus circunstancias.
Enhorabuena por el artículo.
Excelente, conmovedor. Hace poco fui a ver Django unchained de Tarantino, peli en la cual se refleja la historia esclavista del Sur americano, en el estino de Tarantino, sí, pero más real de lo que parece.
Las grabaciones ponen la gallina de piel, joder. Aún más cuando ‘ilustran’ el artículo que, sin duda, da una visión suficientemente clara del contexto histórico y social e incita a la investigación posterior.
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