Edgerton, Joel. Si recurriéramos al tópico (socorrido, pero cierto) diríamos que Edgerton tiene la jeta del vecino fiable, el tipo al que confiarías el cuidado de tus hijos o con el que te tomarías una cerveza. Si intentáramos rascar un poco más, nos daríamos de bruces con uno de esos actores que te borra la memoria en cuanto entras por la puerta del cine. Edgerton, australiano, tiene fama de ser algo quisquilloso con la prensa, pero lo de actorazo no se lo discute nadie. Ya lo era cuando asomaba en cortos y proyectos varios no muy lejos de la puerta de su casa. Lo siguió siendo después, cuando consiguió su primer curro serio en la caja tonta. Y cortó con cualquier tentación de convertirse en uno de esos rostros solubles cuando protagonizó dos películas de cemento armado como Animal kingdom y Warrior. De la segunda ya se habló en esta misma revista y baste decir que su papel de tipo responsable (que encaja las bofetadas como si fuera un gato de escayola) es de una sutileza inhumana. De la primera, título de culto en las antípodas, se recuerda su feroz retrato del líder de una banda de malhechores para los que lo peor siempre está al caer. Luego se le vio en La cosa (lo único sensato de un remake risible), La noche más oscura (sobrio como un carrillón en su papel de SEAL) y El gran Gatsby, el filme que puede darle por fin la patada en el culo que necesita este pedazo de actor para jugar en las grandes ligas. Duro, a medio camino entre el currante sin freno y el padre de familia, magnífico reflejo de la normalidad que habita en cada uno de nosotros, al menos durante un rato. Si alguna vez la naturalidad vuelve a ser una virtud, Edgerton se comerá el mundo.
Hawkes, John. A muchos no se les escapó aquel tipo con aspecto de mondadientes que ha visitado un montón de bares cuando se estrenó La tormenta perfecta. Desvalido, honrado, capaz de crear el mejor personaje de la película a base de apuntes, de mantener la cabeza gacha, John Hawkes se comía con patatas a Clooney, Whalberg y hasta a la maldita tormenta. Naturalmente, los actores carteristas (esos que aparecen por el fondo del plano y provocan que el respetable deje de mirar donde se supone que deberían mirar) y de físico desgarbado nunca han sido del agrado de Hollywood, pero en el caso de Hawkes su ascenso ha sido pura tozudez. Ya de primeras fue capaz (al estilo de Benicio del Toro en Sospechosos habituales) de crear en cinco minutos y dos escenas lo mejor de Miami Vice (ese placer culpable creado por Michael Mann). Llevaba desde 2004 rompiendo la pana en Deadwood, una serie de visionado obligatorio, pero aquello le sirvió para escalar sin cuerdas. Así fue encadenando contratos cada vez más tentadores hasta llegar a la maravillosa Winter’s bone y la esplendida Martha Marcia May Marlene. En la primera, compartiendo espacio con Jennifer Lawrence, trazaba un retrato robot del hombre dispuesto a todo por los suyos, un tipo rudo, quizás basado en su propia experiencia de chaval de Minnesota que creció sin excesos en un mundo marcado por las cosas pequeñas. Martha Marcia May Marlene es —posiblemente— su papel más recordado: un lowlife metido a predicador con hombreras de gurú. Su esbozo de Charles Manson en camiseta blanca para esta producción indie dejaba la nuca del espectador como la espalda de un puercoespín y, con escenas como la de la guitarra, uno se daba cuenta de que a ese tipo de aliento redneck tu vida (o la de cualquier otro) le importaba tres bledos. Pero Hawkes, que en cierta ocasión dijo que necesitaba ser invisible para hacer bien su trabajo, siguió a lo suyo: tele, más cine, algún corto, una canción aquí y allá. Después hizo Las sesiones, un papel de esos que te puede obligar a hacer el ridículo y que él hace con la gorra, y ahora, pues, a por la vía láctea.
Foster, Ben. La primera vez que los cinéfilos con afición al género (de horror) intuyeron que aquel tipo tenía algo raro fue en 30 días de noche. En la —muy infravalorada— adaptación del cómic de Steve Niles y Ben Templesmith, Ben Foster aparecía caminando por el hielo hasta llegar a un pueblo en los confines de Alaska. Luego veías sus dientes de tercera mano, su voz de chalado que ha pasado demasiado tiempo con las persianas bajadas y esa mirada de alguien que se ha perdido en su personaje y el cerebro te hacía click: “¿Quién cojones es este tío?”. Ese tío había estado ganándose el sueldo en A dos metros bajo tierra demostrando que era algo más que una cara guapa y llamando la atención de muchos en Hollywood. Lamentablemente parece que Foster, o bien no tiene suerte, o bien tiene un agente torpe, o bien escoge los papeles con delicada ineptitud y pensando siempre que podría hundir su carrera un poco más. Pero aun así, con todos sus dimes y diretes, este actor siempre ofrece algo, un destello, un matiz, un momento de jodida brillantez, y ese instante de talento insano es más que suficiente para (per)seguirle allá donde aparezca. Su aspecto de galán a punto de sufrir un ataque de ira parece ser parte del problema: no encaja en la categoría de malos/malos ni en la de buenos/buenos, y así —en la ambigüedad— no hay quién se aclare. Menos mal que parece que por fin le llega una buena racha: una película con Peter Berg sobre un comando de las fuerzas especiales aniquilado en Afganistán; otra en la que se mete en el (ajado) cuerpo de William Burroughs; una tercera con Casey Affleck y Rooney Mara y dos más sobre las que bien poco se sabe. Si a Foster le saliera bien la apuesta, hasta puede que fuera algo más que el tipo con pinta de loco al que es imposible dejar de mirar. No estaría mal.
Yelchin, Anton. Este chaval es lo que mi colega Oti Rodríguez Marchante denomina un “cara de espejo”. Esos tíos (actores para más señas) en los que uno se ve reflejado con desarmante fidelidad, hasta molesta incluso. Yelchin puede ser el vecino tocapelotas, el estudiante simpático o el tío que pasaba por allí, vio luz y entró. Un punto por encima de Paul Dano (otro genio, más tormentoso pero igualmente dotado para la movilidad de género, un equilibrista, capaz de navegar por comedia o drama con la misma solidez, sin perder nunca la verticalidad) el rostro de Yelchin, a años de luz del prototipo de galán gallito que tanto parece gustar en los despachos, ha sacado brillo a personajes tan dispares como el líder de la resistencia Kyle Reese (lo único decente de aquel desastre épico llamado Terminator salvation), Charlie Brewster (en la muy divertida, Noche de miedo), Chekov (en la reinvención de la franquicia) y Porter Black (en la curiosa El castor). Sí, también puso la voz en Los pitufos, pero quién no ha tenido nunca un mal día. Sí, es verdad, también va a poner voz en la segunda parte pero todos tenemos que comer. De momento, con media docena de películas en producción y la ventaja de ser un tipo que no encaja —a priori— en ningún papel (paradójicamente eso le beneficia), Yelchin podría cotizar en bolsa y sería un valor seguro. El actor, que nació en Leningrado, puede presumir de tener uno de los nombres más raros de la industria (con permiso de ese personaje llamado Shia LaBeouf, que no le llega a la suela del zapato) y de ser el más potente representante de una generación de actores de futuro incierto. Con la clase media desaparecida y el cine oscilando entre el cine de guerrilla y las grandes superproducciones, tíos como Yelchin parecen haber sido creados con el único propósito de demostrar que es posible jugar a dos barajas, y sin despeinarse.
Taylor Johnson, Aaron. En primer lugar, este chavalote de 23 años está casado con la maravillosa fotógrafa Sam Taylor-Wood (ahora Sam Taylor-Johnson) a la que conoció cuando él tenía 18 años y ella 41. Ya tienen dos hijos. Este apunte del corazón es simplemente un matiz para comprender que el actor puede ser joven, pero tiene las cosas extremadamente claras. Su fulgurante aparición en Nowhere boy, que dirigió su ahora esposa, fue el primer aviso de que no solo podía ser la cara que aparece para traer un café al protagonista sino que podía liderar un reparto con solvencia absoluta. Su papel en Kick-ass fue la confirmación de que tras aquella jeta de tipo que acaba de caerse de un guindo se escondía un intérprete de primera clase, un transmisor del delirio teen que, llegados a cierto punto podía exprimir una vena dramática inesperada. Desde entonces ha trabajado con Oliver Stone (en Salvajes), completado un trabajo magnífico en Anna Karenina, rodado la segunda parte de Kick-ass y asegurado el rol principal (al lado de un genio como Bryan Cranston) en el nuevo Godzilla. Este inglesito de a pie, al que los amigos se le han quedado pequeños, tiene la ventaja de ser un padre de familia encerrado en el cuerpo de un adolescente y de combinar ambas cosas a la perfección en su profesión: mirándole, uno sabe que haría falta una máquina de rayos-X para entender lo que se cuece en su interior. Hacía tiempo que no se atisbaba un actor con tantas posibilidades, tantos registros, frágil y opaco, transparente e invulnerable. Con dos niños, una señora de armas tomar y un pie y medio en Hollywood (aunque sigue viviendo en Londres) más le vale.
Hiddelston, Tom. Puede que este señor de Westminster no sea el mejor actor de esta lista pero desde luego lo parece. Apuesto, espigado, extremadamente elegante, poseedor de esa capacidad de declamación que esgrimen los que han recitado tantas veces a Shakespeare que le conocen más que a su familia, Hiddelston es una de esas presencias que pueden alterar la estructura de una película hasta extremos insospechados. El mejor ejemplo de lo dicho es The deep blue sea, donde el actor se come con patatas a la mismísma Rachel Weisz (y no es tarea fácil, teniendo en cuenta que ella está brillante), desplazando el eje gravitatorio de la película de la fémina al macho con un simple chasqueo de dedos. Actor televisivo durante casi una década, desde que abandonó el medio (principalmente gracias a su despampanante interpretación de Loki en Thor) ha trabajado con los mejores (incluyendo a Spielberg o a Woody Allen) y se ha montado en una ola de elogios que esperamos no le haga descarrilar. Su personalidad, dada al recochineo (lo que los británicos denominan “flema”), es un gran antídoto contra la avalancha de palmeros que llaman a sus puertas, ahora que parece gozar de un futuro brillante (tan solo su contrato con Marvel para las franquicias de Thor y Los vengadores, y hasta un posible spin-off de Loki, le asegura dinero suficiente como para hacerse rico sin necesidad de volver a trabajar en su vida) el actor —listo como pocos— se enrola en películas de cuatro chavos que buscan recuperar algo del espíritu cinematográfico que uno pierde cada vez que trabaja en una megaproducción. Sus proyectos más potentes son —en ese sentido— la esperadísima Only lovers left alive, con Jim Jarmush tras la cámara contando una historia de vampiros enamorados, y Close enough, la historia de amor entre Gerda Taro y Robert Cappa en el marco de la guerra civil española. Si algo queda claro es que Hiddelston no se va esconder detrás de una franquicia y un casco con cuernos a ver pasar la vida. Hay actores y actores; Hiddelston es de los segundos.
Scott, Andrew. Sobre la figura de este actor(azo) británico se cierne la sombra de la duda: su (histriónica) representación del villano Moriarty en Sherlock, la fabulosa adaptación de la BBC del personaje de Conan-Doyle, le ha valido elogios y palos a partes iguales. Para algunos, la figura del malvado doctor se merecía alguien más sobrio, más conocido quizás, más carismático. Para otros (un servidor entre ellos), Scott representa a la perfección al psicópata moderno, más cerca del exhibicionismo feroz que de la —típica y tópica— ansia por dominar el mundo. El hecho de que fuera un actor prácticamente desconocido le otorga además un plus con el espectador ya que contribuye a desubicarlo, algo que con un nombre conocido hubiera antepuesto el nombre al personaje. El actor inglés ya era popular por sus incursiones teatrales y sobre todo por sus trabajos para la pequeña pantalla. Obviamente, Sherlock es ahora la piedra filosofal de su carrera (para los que duden de la potencia actoral de Andrew es conveniente repasar la escena del tejado en el último episodio de la segunda temporada, donde el actor consigue resistir el envite del increíble Benedict Cumberbatch), pero parece que será así por poco tiempo. Aparte de su trabajo (óptimo) en una serie (regular) como The town, Andrew ha rodado dos películas y prepara otra con Tom Hardy (otro monstruo, en todas las acepciones del término), seguramente dispuesto a borrar de la cabeza del espectador su esquizofrénico retrato de uno de los malos más célebres de la historia. Eso sí, lo que no podrá evitar es seguir teniendo esa mirada de niño al que cuando niegas un caramelo te responde con un coche bomba. Bien mirado, igual sí que podría ser un problema.
Entiendo que estas listas son muy personales pero solo diré:
Walton Goggins, Walton Goggins , Walton Goggins,Walton Goggins, Walton Goggins , Walton Goggins,Walton Goggins, Walton Goggins , Walton Goggins
Apoyo la moción Goggins.
Solo verle andar como Boyd Crowder es suficiente para que entre en esta o en cualquier otra lista. De lo que sea.
La escena del tejado de Andrew Scott es una maravilla. Le demuestra a Sherlock no solo que es más inteligente, si no que tambíen esta mucho más aburrido del mundo.
Pues a mí Goggins no me entusiasma en demasía, sobre todo porque me resultó bastante desordenado en «The Shield».
De los arriba citados, Hawkes y Hiddleston me parecen los dos más destacables, sin duda ya tienen unos cuantos seguidores cinéfilos que irán a las salas sólo por ver cómo se meriendan la pantalla. Ben Foster es un actor con el que siempre me he quedado y creo que se debe a lo poco convencional tanto de su rostro como de sus personajes, pero creo que todavía no ha encontrado el punto para controlar su histrionismo. De Aaron Johnson no puedo decir nada, porque me gusta como actor pero no para de recordarme lo prejuicioso que soy porque cada vez que le veo no puedo evitar imaginarme que vive en un hogar enfermizo.
Fuera de la lista, a mi me interesan Joseph Gordon-Levitt y Tom Hardy. Tengo ganas de ver al primero en un papel menos convencional y al segundo interpretando a una persona completamente normal.
Mira Hesher de J. Gordon Levitt, es nada convencional!
Curioso, a mi el mejor papel de Anton Yelchin me parece el que se marca en Like Crazy.
Escuchar el boring de Moriarty es de lo más genial que he visto en mucho tiempo.
Actorazos. Añadiría a Martin Freeman.
Me uno a esa propuesta, así como a Cumberbatch.
Y una lista de actrices?Esta revista me gusta, pero me gustaria mas si la mujer no brillara por su ausencia.
Es una sugerencia
Ben Forster ya apuntaba maneras a la hora de jamarse la cámara en su papel de descerebrado karateka en la cojonudísima Alpha Dog. Y cada vez que aparece en la de El tren de las 3:10 le roba los donuts y la cartera a Russell Crowe y a Christian Bale.
Andrew Scott es un actorazo increíble,tiene muchas actuaciones buenísimas como en Silent Things es un corto. Es una pena que solo lo conozcan por ese trabajo
Ezra Miller para una segunda parte del artículo, por favor!
He leído el artículo con interés y agrado hasta que he visto el «afoto» de Taylor Johnson…. El ridículo que ha hecho en Anna Karenina ha sido tan, tan grande que están intentando taparle lo más posible en la promoción de Kick-Ass2.
Vale que todos tenemos nuestros gustos, pero un poco de mesura porque, como en este caso, poner ciertos ejemplos es contraproducente.
Lo que si tengo una curiosidad morbosa es por ver lo próximo de Timothy Oliphant en el cine despues de su definitiva explosión en «Justified». Para mi, esta temporada su Raylan cansado, crepúscular y solitario -la escena del ascensor después de la muerte de su padre es de Emmy- ha terminado superando a Goggins.
Con las mierdas que le han dado en la gran pantalla, yo de él no aceptaría ni un sólo papel que no venga de las ligas mayores (Eastwood, Scorsese, Ridley Scott, Michael Mann o similares)
Por cierto, whatever happened to Michael Cera? Porque mira que nos dieron la tabarra con él hasta hace mas o menos dos años. Esa manía de intentar colarlo como representante de la juventud 2.0, al igual que luego se trató de hacer con Jessie Eisenberg -con idéntico éxito-, fue cansina y artificial a mas no poder.
Claro, es que a Jonah Hill daba cosica promocionarlo con lo gordo que es…
Otro que incluiría sería Matthias Schoenaerts, el actor de Rust and Bone y Bullhead.
Joel Edgerton va por buen camino, actualmente también está filmando Jane Got A Gun junto a Natalie Portman. Y de Ben Foster, se espera mucho, Ain’t Them Bodies Saint junto a Affleck y Mara tuvo excelentes críticas en Sundance.
A mi me da la impresión de que Foster, por las razones que sea, ha elegido el mismo camino que otro actorazo como Jeremy Davies (otro que se sale en Justified). Un poco al estilo de Johnny Depp o Nicholas Cage en su momento. Producciones minoritarias y personajes raretes a mansalva.
Y hasta cierto punto me parece acertado. En el último año la cantidad y tamaño de hiperguantazos en Hollywood protagonizados por estrellas prefabricadas sin buena experiencia detrás («BattleShip», «Tron 2.0» «John Carter», «Jack and the Giant Slayer») como Taylor Kitsch, Nicholas Hout, Arnie Hammer o Garret Hedlund es terrorífica.
Luego gente como mas de uno de los aquí mentados o casi consagrados como Joseph Gordon-Levitt o Ryan Gosling ha preferido labrarse una carrera con producciones de menor tamaño.
Grandísimo artículo, sólo querría mencionar que Andrew Scott es irlandés, no inglés. Un saludo y enhorabuena por el artículo y la revista.
Creo q estaría muy bien, aparte de una lista femenina, otra con actores españoles que prometen, como es el caso de Javier Rey.
A mí me falta Jake Gyllenhal, tanto en la lista como en los comentarios. Papeles como Enemy, Nightcrawler, Prisioners y un largo etc le dan un status suficiente como para entrar en este artículo
Echo en falta a Matthias Schoenaerts, gigante en Bullhead, Rust and Bone (y lo que viene). Yo metía a este y quitaba a Aaron Taylor-Johnson.