Lo cuenta Man Ray y yo lo imagino más o menos así. Francia. Año 1927. Marcel se ha ido, una vez más, a jugar al ajedrez. Lydie vuelve a encontrarse sola: se ha casado con un artista famoso que ha subvertido el orden del arte, pero en vez de pintar solo vive para el ajedrez. Cansada de tanto despropósito, decide pegar, una por una, las piezas a sus casillas iniciales. Marcel, llega a casa, pensando en el peón que no ha tomado o en el que tomará en la siguiente batalla o incluso en el que nunca tomará, tal es su obsesión por el juego. Es tarde, la casa está a oscuras. Enciende uno de sus cigarros y se recuesta en el sillón, frente al tablero. ¿Qué pasaría si en la partida de mañana muevo el peón de rey? Adelanta el cuerpo ligeramente y se dispone a levantar el peón con la misma mano con la que sujeta el cigarro. Una a una las piezas se resisten a hacer lo que están diseñadas para hacer: moverse de una casilla a otra. Marcel pensará: un tablero con las piezas pegadas es como un urinario en medio de un museo. El ajedrez, el desamor, el arte, la obsesión humana.
Los movimientos vanguardistas de principios del siglo XX llevaban consigo consignas que dieron forma al arte, al pensamiento y también —por qué no— a la ciencia contemporánea. Muchos de ellos se habían empapado del pensamiento científico revolucionario de aquella época, con espectaculares avances en todos los frentes: la biología evolutiva, la mecánica estadística, la teoría de sistemas dinámicos, un sinfín de conceptos nuevos que estaban llamados a formar parte de los nuevos paradigmas científicos. El mundo de la cultura no era ajeno a estos avances y en sus manifiestos había intersecciones múltiples, entre la filosofía y la preocupación social, entre la estética y la ética, entre la física y la patafísica, entre lo real y lo surrealista, entre lo existente y lo inexistente, entre el propio arte y la misma ciencia. Esas intersecciones, lo que hoy podríamos denominar “aproximación multidisciplinar” son puntos en común, a veces tangenciales, a veces totales, que se adentran en las formas del conocimiento humano de modos singulares, especificando la manera en que finalmente accedemos a conocer.
El arte y la ciencia interrogan al mundo natural e intenta encontrar respuestas que a menudo convergen. Antes de las vanguardias, mucho antes, Samuel Taylor Coleridge, padre del romanticismo, había enunciado su teoría de la obra de arte como proceso orgánico, que crece y se nutre de la experiencia subconsciente de la mano creadora. Esta descripción bien puede ser adscrita al proceso del juego de ajedrez, en donde las decisiones para cada jugada proceden de la necesidad orgánica de la posición en función de la experiencia y del estado anímico interno del jugador; y así, la partida va creciendo, como si fuera una entidad viva. Si hay algún personaje que resume la efervescencia vanguardista de aquella época, ese es Marcel Duchamp, que nada tuvo que ver con el romanticismo de Coleridge, pero fue un protagonista crucial en la creación de las vanguardias aunando en su formación intelectual su inquietud por el significado del arte, su interés por las nuevas matemáticas de Henri Poincaré y su gran pasión: el ajedrez.
Su historia nos sirve de punto de partida para adentrarnos en la multiplicidad de vértices que ofrece el ajedrez, al que a menudo se conoce como juego, arte y ciencia. En una historia natural del ajedrez, los conceptos son muchos, las ideas más aún y el vocabulario técnico abruma. Pero es posible acotar lo múltiple, generar una colección de metáforas y evocaciones que reflejen la singularidad del juego-arte-ciencia desde la actividad humana por excelencia, el juego, pasando por la búsqueda de la belleza y finalizando en la investigación en las ciencias cognitivas o hacia las matemáticas puras que se reflejan en la geometría y los movimientos de las piezas sobre el tablero. Algunos elementos de esta colección de metáforas y evocaciones nada tienen que ver con el propio juego, con la idea de jugar o de ganar, sino con la idea del goce de lo bello, el conocimiento de lo arcano, el funcionamiento de lo humano o la plasticidad algorítmica de una colección binaria de estados de la materia. Son, precisamente, algunos de los elementos que hacen del ajedrez una actividad enriquecedora más allá del juego, más allá del deporte y más allá de la ciencia.
La partida de ajedrez es un juego, reflejando ese lado humano, y un deporte, que requiere concentración y carácter, disciplina y un espíritu de lucha inquebrantable. Ya hemos tocado la cuestión del juego y el deporte en las columnas previas, solo apuntar aquí que como tal, se trata de un modo de abstracción de la realidad, un ámbito con reglas fijas que nos permite evadirnos, en el tiempo y en el espacio, hacia instantes en donde la introspección, el pensamiento interior, son intensos y muy verdaderos (más que la realidad misma). Tanto es así que puede llegar a crear verdadera adicción, ludopatías y obsesiones de diversa índole. Duchamp fue un ajedrecista fuerte, que formó parte del equipo francés participante en las olimpíadas de ajedrez entre los años 1920 y 1930, jugando varios eventos internacionales, con resultados no excelentes, pero sí decentes. El artista, uno de los más influyentes creadores del siglo XX, dejó de crear durante largas etapas de su vida por el ajedrez. Su confesión es rotunda y, aunque esperanzada, despierta cierta desazón:
Aún soy víctima del ajedrez. Posee toda la belleza del arte y mucho más.
Hoy en día, con las plataformas de juego instaladas en la nube del ciberespacio las 24 horas del día, la sombra de la obsesión y el peligro de la ludopatía es más que evidente. Cada vez más democratizado, al alcance de cualquiera, el ajedrez comienza a tener cierta calidad de videojuego y la profundidad del pensamiento se torna cada vez más superficial. Una lástima. Se cae en las redes obsesivas del juego una y otra vez, recordándonos su lado humano, en donde se mezclan elementos motores de nuestra propia existencia:
Emoción-amistad-traición-engaño-hipocresía-esperanza-afición-devastación-contundencia-error-perfección-humildad-egoismo-vanidad-narcisismo…
Y humor, el humor que no falte. Esta es una idea del Gran Maestro Jonathan Rowson. La posición de las piezas, especialmente en zugzwang (cuando no hay jugada buena y se juegue lo que se juegue se perderá) tiene una vis cómica, algo de tragicomedia. No puedo estar más de acuerdo, por muy dolorosa que es la derrota, siempre hay que tener presente que existe cierta comicidad en la posición torpe del derrotado. Eso quita paja al desenlace de la partida. El error es también una fuente de humor en ajedrez: después de tanto trabajo, se tira todo al garete por un simple error. El que no se ría estará perdido.
La partida de ajedrez es un arte, un acto de creación, capaz de engendrar belleza gracias a movimientos, ideas, tácticas que poseen armonía y creatividad. No es necesario abundar en el hecho, tácito, de que para apreciar este punto, es necesario profundizar en el conocimiento del ajedrez en todas sus facetas. La percepción de la belleza pasa por la aceptación de un canon, de unos principios explícitos o implícitos sobre lo que constituye una creación bella y lo que constituye una obra de arte (dos cuestiones que no siempre van de la mano). En ajedrez, esa percepción se encuentra en el conocimiento de las ideas que están encapsuladas en cada apertura, defensa o sacrificio temático, en cada sutil final de peones o en cada jugada de espera. Las posibilidades de apreciar la belleza en ajedrez son variadas, desde el goce intelectual de la simple contemplación del desarrollo de un plan estratégico hasta las últimas consecuencias, hasta la explosividad de un sacrificio de pieza en una posición aparentemente inane. Duchamp también nos dice algo acerca del arte del ajedrez:
Las piezas de ajedrez son cubos que dan forma al pensamiento, y estos pensamientos, aunque forman un diseño visual en el tablero del ajedrez, expresan su belleza de un modo abstracto, como un poema.
La partida de ajedrez es ciencia no solo por la propia actividad del juego, sino porque ha sido ámbito para el análisis del comportamiento humano. Tanto es así que se lo ha denominado la Drosophila de las ciencias cognitivas, en honor a la mosca del vinagre, fuente experimental fundamental en genética de poblaciones. La lista de aspectos que se han analizados a través del ajedrez es innumerable:
Memoria-inteligencia-comunicación-información-resolución de problemas-acotación de búsquedas computacionales-naturaleza del comportamiento experto-razonamiento-lógica-geometría…
El ajedrez, más allá del juego y el deporte, del arte y de la ciencia es una empresa humana, obsesiva, hermosamente accesible a los sueños y a la mirada interior de cada uno. Cuando Duchamp dejó el urinario en la sala de exposiciones, el arte cambió para siempre. Quizás se le vino a la mente cuando tuvo que enfrentarse a un escenario surrealista, años después, con esas piezas pegadas al tablero, imposibles de mover, formando un sinsentido, negando el movimiento. Si hubiese tenido el martillo de Thor en su poder, podría haber martilleado las obsesiones más profundas. En cambio, se levantó y volvió al club, pensando en el peón de rey. O así lo imagino yo.
Digame usted como va uno a concentrarse en esas condiciones…
El Sr. Duchamp parece bien concentrado…
Hermosa reflexión sobre la búsqueda de la perfección, el conocimiento y la belleza.
Me hace pensar seriamente en volver al tablero de ajedrez. Todo está por hacer, todo queda por aprender…
El viejo Marcel nos deja una formidable lección de como gastar la vida.
Gracias viejo Abel, parece ser que sí, que el viejo Marcel sabía mucho de eso…
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No lo dejó Duchamp
quiero señalarles este nuevo sitio con un tablero de ajedrez con las piezas hechas por Duchamp y algunas de sus partidas…
Juego Ajedrez “Marcel Duchamp”
http://www.ajedrezeureka.com/duchamp-juego-ajedrez-de-marcel-duchamp/
Partidas de Ajedrez de Marcel Duchamp
http://www.ajedrezeureka.com/marcel-duchamp-partidas-de-ajedrez-de-marcel-duchamp/
saludos, Sergio
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