And how do you know that you’re mad?
«To begin with,» said the Cat, «a dog’s not mad. You grant that?»
«I suppose so», said Alice.
«Well then,» the Cat went on, «you see a dog growls when it’s angry, and wags it’s tale when it’s pleased. Now I growl when I’m pleased, and wag my tail when I’m angry. Therefore I’m mad”
Hace años un hombre me dijo en una cena que no le interesaba la pornografía porque las cosas que a él le gustaban no salían allí. Como es lógico, antes de llegar los postres empezamos a mirarle mal. Desde la explosión de los 80, cuando el VHS democratizó el consumo y los venerables padres de familia pudieron conocer a Tracy Lords en la sacrosanta intimidad de sus garajes, clubs de caballeros y salas de fumar, la industria había producido géneros para todas las filias, incluyendo el gangbang con anguilas vivas y una combinación tan formidable de edades, razas, parafilias y paraplejias que hasta el Divino Marqués se taparía sus divinos ojos. Las fantasías del tipo —pensábamos nosotros con la mirada turbia— deben de ser criminales. Pero de eso también existe, acabó diciendo alguien. Y, como es lógico, también le miramos mal.
Internet nos cambió la vida a todos, pero a él más. Ya a finales de los 90 había foros dedicados exclusivamente al intercambio de material de su gusto que, a pesar de nuestras oscuras divagaciones, no era criminal sino simpático y hasta abundante en ciertas franjas de la programación familiar en las cadenas nacionales. El tipo, descubrimos aliviados, era un hipnofílico, una variante del fetichismo de dominación que entonces no abundaba en el porno, pero no por eso poco habitual. Y el mismo hombre que de pequeño se iba a la cama cuando empezaban las escenas de hipnosis como hacíamos nosotros cuando caía el primer sujetador, descubrió que no estaba solo en el mundo. Que había muchos, muchos, muchos más.
En los foros, los hipnofílicos (o somnofílicos) intercambian grabaciones de mujeres en estado de hipnosis (la variante inversa es poco corriente), un género que una vez era fruta abundante en los programas de sábado noche. Después de ver unos cuantos vídeos, en su mayoría versiones digitalizadas de grabaciones VHS con la clásica textura de rayas verticales que revela la popularidad de ciertas secuencias con más elocuencia y naturalidad que los subrayados del Kindle, es difícil no pensar que todos están en el ajo.
Para empezar, la inducción hipnótica televisiva suele involucrar a un engominado de ojos intensos y caderas cimbreantes, una exmodelo semidesnuda y la presentadora del programa, cuya función es taparse la boca y abrir mucho los ojos para indicar que la invitada es una fresca y que ni ella ni las espectadoras se dejaría hacer en público las cosas que le ha encargado hacer al grasiento prestidigitador. Pero es que después de unos malabares con baraja y alusiones de baja estofa a las perolas de la invitada, el mago siempre le dice: «¡tranquila! No te puedo obligar a hacer nada que tu no quieras hacer». Que en realidad es el “quiere que se lo meta dentro” del género, porque lo que realmente nos dice es que la invitada quiere gatear por el escenario enseñando la tira del tanga, ingerir vegetales de gran tamaño como quien toma el té de las cinco y sentarse en las rodillas de los otros invitados mientras la segunda cámara nos muestra la agonía del marido. Lo que nos dice es que la chica quiere pero no se atreve y que el mago no la está puteando, está revelando su verdadero yo.
A esta gente, decíamos, la Red les cambió la vida más. Son los grandes triunfadores de la Long Tail, descartes de la sociedad que han encontrado validación, apoyo y hasta marido en los foros exclusivos de parafilias tan bizarras que no podemos imaginar. El mundo es un poco más libre, diría alguno, cuando lo puedes compartir. Como los pies, los nudos japoneses, lo de la hipnosis es una filia simpática. Pero ¿qué me dicen de aquellos individuos en perfecto estado de salud con una vida aparentemente normal, cuya única obsesión es amputarse un brazo, una pierna, una mano o todo lo anterior? Como el amante de las modelos mesmerizadas, todos los apotemnofílicos pensaban que lo suyo era único hasta que teclearon la palabra Amputee en un buscador. Ellos también cabalgan a lomos de la Long Tail.
Los foros de apotemnofília son idénticos a los de hipnofilia, salvo que donde aquellos intercambian consejos sobre cómo hipnotizar a la pareja con un péndulo del mercadillo o puntúan a los hipnotizadores locales, estos se pasan fórmulas para gangrenarse una pierna con hielo seco, perder un brazo en la vía del tren o el teléfono de clínicas clandestinas en Mexico, Moscú o Nigeria, donde por 5000 dólares puedes pedir amputaciones a la carta y volver para contarlo (o no). La comunidad incluye acrotomofílicos, cuyo fetiche son los amputados y se hacen llamar “devotos”. Curiosamente (según un raro estudio de 2007) aparte de lo suyo por la falta de extremidades, los devotos suelen preferir que sean las piernas y “se adhieren a los estándares comunes de belleza para todo lo demás”. En todos los pueblos hay feos.
Aunque catalogada como filia —un sufijo que indica una desviación de tipo sexual— los especialistas no saben muy bien si se trata de un desorden en la percepción del propio cuerpo como la anorexia, donde los pacientes perciben un exceso de peso donde solo hay piel y huesos; o de identidad, como las personas que aseguran haber nacido en un cuerpo del sexo equivocado. Como otras extravagancias de la mente humana, es extremadamente difícil decidir si es física o mental, el resultado de una malformación neurológica o de un trauma sin resolver. Y eso sin adentrarse en el laberinto ético de sus posibles tratamientos.
Los aspirantes a amputados —en los foros, aspirantes— sienten que les sobra algo y sufren la deformidad con el mismo horror monomaníaco del que nace con extremidades de sobra, rasgos que crecen fuera de lugar o en números inadecuados. Es una obsesión, pero no una adicción; a diferencia de los adictos a la cirugía plástica o los que se achicharran en las cabinas de bronceado, los apotemnofílicos tienen un objetivo específico —quieren cortarse las piernas exactamente siete centímetros por encima de la rodilla, o el brazo 15 centímetros por debajo del codo— y, una vez lo consiguen, quedan felices y tranquilos, su patología erradicada. Por suerte o por desgracia, la medicina se niega a practicar esas amputaciones. Simpatizamos con el niño de tres piernas que se somete a cirugía, pero no toleramos que lo haga un adulto que tiene dos, aunque sufra por ello.
La solución es jodida. En el juramento hipocrático, el médico se compromete a establecer “el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia” pero, como en todos los contratos morales, en la virtud está la trampa. Muchos apotemnofílicos mueren en la mesa de carniceros sin escrúpulos, o víctimas de su propia ineficacia practicando una autoamputación que a menudo se registra como accidente o suicidio. Para aquellos, el médico faltó a su juramento, negándose a proporcionar el remedio a una enfermedad que resultó ser mortal. Como sociedad, hemos normalizado la cirugía estética innecesaria, aceptamos la modificación del cuerpo como proyecto artístico y empezamos a entender que el cambio de sexo podría ser necesario para llevar una vida normal. ¿Por qué aceptar la amputación electiva?
La respuesta está en la pregunta misma: porque lo normal es asimilar. La biblia de los aspirantes a amputados es Geek Love, una novela donde la matriarca de la familia Binewski se “trata” con anfetaminas, fumigadores e isotopos radioactivos durante sus embarazos para producir hijos “excepcionales” con los que rellenar su troupe circense. El primogénito, Arturo, nace con aletas en lugar de extremidades y, después de triunfar en el negocio familiar como Aquaboy, acaba fundando una secta donde sus sermones y sus aletas acaban proporcionándole una ola de admiradores, que llegan de todas partes y renquean detrás de su caravana esperando su turno para una “amputación artúrica”. Nadie se salva del machete, incluyendo un pobre caballo al que Arturo rebana a la altura de las rodillas. En uno de los momentos más citados en los foros apotemnofílicos, Arturo le dice a una gorda acomplejada y llorosa:
¿Crees que yo sería más feliz si tuviera brazos y piernas y pelo como todo el mundo? ¡NO! ¡Porque entonces estaría preocupado de que alguien me quisiera! ¡Tendría que mirar fuera de mí mismo para saber qué pensar de mí mismo!
A todas luces, Geek Love es una sátira. Su autora, Katherine Dunn, debe de estar tan perpleja como los Nikis cuando los fachas empezaron a cantar El imperio contraataca.
Hace unos días lo comenté en la cena y, como es lógico, antes de llegar los postres empezaron a mirarme mal. Pero después de ver la televisión en España durante los últimos 28 días, querer cortarse una pierna ya no me parece tan raro. Salgan del país y vuelvan dentro de tres años, a ver qué les parece. Todo lo que hacemos juntos es absurdo. Lo normal es asimilar.
¡Glups! Como dijo aquel torero, «Hay gente pa’tó» Y ahora, a buscar «Geek Love» para leerla, claro…
Son «Los Nikis», con una sola «k»
Buenísimo texto.
Un consejo: guarda la tele en una caja.
El artículo es interesante, pero con perdón, me parece una chaladura que te cagas…
Muy interesante, ¿poqué no ayudar al paciente si este sufre?, creo que la barrera ética para los médicos está en llevar a cabo una operación que disminuya las capácidades de la persona solo por estética. Sin embargo ya hay quienes se han tatuado el rostro, Jocelyn Wildenstein se ha hecho operar para parecerse a un gato y «Caín» en Colombia se ha operado para parecerse a Lucifer. La estética está en el ojo de cada quien.
Con perdón otra vez, pero me parece que alguien que quiere que le corten un brazo, se opera la cara para parecer un gato o quiere que le rebajen los tobillos tiene un problema en el coco. Por mucho que queramos estas cosas no son normales y van contra el instinto mas basico de conservación humana. No obstante allá cada loco con su tema…
Efectivamente, la estetica es una percepcion subjetiva…ahora bien, la inteligencia (sobre todo la escasa) es un hecho objetivo que puede determinarse por algunas opiniones
Completamente de acuerdo con usted.
La extrañeza de un miembro propio, pierna, brazo… es un estado neurológico anormal. Oliver sacks cuenta su propia experiencia al respecto en su libro «A leg to stand on».
Su autora, Katherine Dunn, debe de estar tan perpleja como los Nikis cuando los socialistas empezaron a decir que cantar El imperio contraataca es de fachas
Marta, for God’s sake, actualiza LPC. Es como un miembro amputado para un no apotemnofílico.
Cada cual tiene sus gusto y mas en estos asuntos…
La película Crash, de David Cronenberg, va de unos que se excitan sexualmente con los accidentes de coche y que tienen conductas acromatofílicas.
A la autora puede interesarle esto:
http://www.edge.org/conversation/adventures_behavioral_neurology
Hay explicación neurológica para la apotemnofília.
Solo recalcar que se han de impedir las autolesiones.
Se me caído el alma a los pies al leer aquí también bizarro como raro (la traducción directa del inglés) cuando en español significa VALiENTE. ¿Lo próximo será pensar de que…?