[Este artículo contiene UN spoiler]
Hace unos meses nos desayunábamos con un comunicado de uno de los sindicatos patrios en el que se venía a reivindicar, cometiendo qué sé yo las faltas de ortografía y sin una pizca de sentido común o de criterio, el que solo pudiera ejercer el periodismo el que hubiera obtenido el tal título de periodista en una universidad. “Sin licenciados en periodismo no hay periodistas”, empezaba la cosa. Y olé. Como de todo este despropósito ya nos hicimos eco en esta casa, en fin, y de una forma, aparte, bastante graciosa y harto didáctica ―podéis leer el artículo de Rubén Díaz Caviedes aquí―, lo vamos a dejar tal cual y a seguir después de animaros a que volváis a leer ambos textos, la mar de divertidos, aun cuando el primero, dicho sea de paso, lo sea de forma involuntaria. Eso es lo de menos. Lo importante son las risas.
El caso es que me he tenido que acordar —por el contraste— del panfleto de UGT y del descacharrante a la par que sensato artículo de Rubén al caer en mis manos Joseph Pulitzer sobre el periodismo, un libro escrito por su autor estando ya ciego, al dictado; lo cual, me parece a mí, puntúa. E intriga.
Si he tenido algún éxito ha sido porque, en lo que respecta a mi trabajo individual o al placer, nunca me he tomado el periodismo como un negocio. Desde mi primera hora de trabajo, y a lo largo de los casi cuarenta años que han seguido después, he considerado el periodismo no sólo como una profesión, sino como la más noble de todas las profesiones. Siempre he sentido que estaba en contacto con la mente del público y obligado a hacer algo bueno cada día. Probablemente haya fracasado, pero no ha sido por falta de esfuerzo.
Lo cierto y verdad es que no siempre fue así. Ya llegaremos a ello. Voy primero a intentar un esbozo sobre quién era este hombre, echando mano de la Wikipedia y de una conversación que mantuve el otro día con un gran amigo mío que sabe de todo y a veces me cuenta.
Joseph Pulitzer nació en Makó, Hungría, en 1847. Fue educado por tutores privados; los prósperos negocios del padre aseguraron a la familia un tren de vida más que desahogado, podían de sobra permitirse estos lujos, digamos. Sería después de la muerte del patriarca cuando todo se viniera abajo; ya sin un timonel capaz, negocios y empresas se fueron al garete con una cierta rapidez. Tras la bancarrota, un jovencísimo Joe intentó sin éxito y en varias ocasiones alistarse en el ejército. Fue rechazado: su vista estaba muy debilitada. De modo y manera que tuvo que emigrar, intentar salir adelante de otra forma. Como quiera que sus maestros le enseñaron a hablar solo francés y alemán, amén del húngaro materno, cuando alcanzó las costas de Estados Unidos apenas sabía defenderse en inglés.
Llegó a Boston en 1864, con un pasaje pagado por la oficina de reclutamiento de Massachusetts. Durante ocho meses, y contando tan solo con 17 años de edad, formó parte del regimiento de Sheridan. Por lo visto, sus compañeros eran casi todos inmigrantes alemanes; no aprendería a hablar inglés hasta después de la guerra. Luego de esta pasó un breve periodo de tiempo en Nueva York, en New Bedford… Llegó a St. Louis, donde empieza a trabajar como camarero y a frecuentar la biblioteca para aprender un mejor inglés, que consigue leyendo cada día, sin pausa y con tesón.
Su carrera como periodista comienza de una forma un tanto peculiar: su primera contribución será el relato del fraude del que fue víctima junto a un grupo de hombres que, como él, buscaban un trabajo mejor remunerado. Cada uno de ellos pagó cinco dólares por un pasaje que iba a llevarles a las plantaciones de azúcar de Louisiana, donde serían contratados, ese era el acuerdo, como jornaleros por un determinado sueldo. Lo que ocurrió fue que 30 millas después de embarcar fueron forzados a dejar el barco. Les habían estafado. Ya de vuelta en St. Louis fue cuando Joe escribió lo que les había ocurrido, denunciándolo. Su artículo, en inglés, fue aceptado de forma inmediata por el Westliche Post. Empezaría así una etapa como periodista durante la que trabajaría del orden de 16 horas diarias. Se uniría al partido republicano, y fue elegido en 1869 para la Asamblea de Missouri. Ganó por 209 votos contra 147. Tenía 22 años.
En 1872 compra tanto el periódico que aceptó publicar su primer artículo, el Westliche Post, como el St. Louis Dispatch. Fusionó ambos, y a partir de ahí su carrera ya fue imparable. Su forma de entender y hacer periodismo interesaba, y mucho, a la gente de la calle. Sin dejar de ser populista siguió combatiendo injusticias, dedicando espacio y recursos a la denuncia de la corrupción, de las desigualdades sociales. Cuando en 1883 compró el The World era millonario. No un millonario tipo Juan Luis Cebrián, entendámonos: Joseph Pulitzer escribirá los dos artículos que conforman el libro que nos trae hoy aquí; creía y se le llenaba la boca hablando de la dignidad de su profesión; tema de rabiosa actualidad estos días, coincidiréis conmigo:
Tenemos unos cuantos periódicos —es triste, pero es cierto— que propugnan peligrosas falacias y falsedades, apelando a la ignorancia, al partidismo, a las pasiones, a los prejuicios populares, a la pobreza, al odio a los ricos y al socialismo, sembrando la semilla del descontento —que con el tiempo, si no se le pone freno, conduce sin duda alguna a la anarquía y el derramamiento d sangre. La virtud, como dijo Montesquieu, es la base de la República, y por ello una república, que en su versión más pura es la forma de gobierno más deseable, es la más difícil de mantener. Porque no hay nada más susceptible de decadencia que la virtud.
En 1895 William Randolph Hearst compra a su vez The New York Journal. Comenzará así una batalla diaria y sin cuartel por las audiencias. Nace esos días el periodismo amarillo, el quién da más, el más difícil todavía. Será Joe quien perderá la guerra, al retirarse de ella. Su periódico irá abandonando todo ese sensacionalismo y él acabará cada vez más dedicado a reflexionar sobre la profesión, sobre cómo hay que hacer periodismo.
Fue hace un par de años cuando Gallo Nero publica, y el título no miente, es de eso de lo que se trata, Sobre el periodismo. Un texto que es, por encima de todo, un alegato apasionado y sincero a favor del oficio del buen periodista. Un texto moderno, actual. Un clásico de obligada lectura para todo aquel que quiera dedicarse a hacer periodismo o reflexionar acerca de quién es el enemigo, de qué tipo de peligros hay que guardarse, qué es lo que acecha ahí fuera. Tal y como bien dice Irene Lozano en el prólogo: «La prensa no resulta benéfica para una sociedad democrática por el mero hecho de existir, del mismo modo que la lluvia no siempre ayuda a las cosechas, sino que puede arruinarlas cuando cae sobre ellas de forma torrencial».
La excusa para escribir el primero de los artículos que conforman Joseph Pulitzer sobre el peridodismo —se cuenta en las primeras líneas— fue el atender la petición del director del The North American Review para que contestara a un artículo aparecido en su periódico donde, entre otras consideraciones, se ponía en tela de juicio la pertinencia de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Colombia, facultad que había financiado y hecho posible el propio Joe Pulitzer.
Amén de atender a su solicitud, he preferido abarcar también con mi réplica otros recelos y críticas, muchos sinceros, otros banales, algunos basados en malos entendidos, pero que en su mayoría no demuestran más que prejuicios e ignorancia. Si mis comentarios a esas críticas parecieran difusos y quizá repetitivos, mi disculpa es que, lamentablemente, me veo obligado a escribir con la voz y no con la pluma, y a repasar las pruebas de imprenta con el oído y no con la vista, lo cual es una tarea un tanto ardua.
Así, a lo largo del texto se plantean una serie de preguntas ―¿Podría acaso en una universidad enseñarse la necesaria conciencia, el coraje moral? ¿No es la mejor escuela la propia redacción? ¿Quién podría ser profesor de la facultad, con qué criterios serían estos elegidos?― que son las que van marcando el paso a la hora de abordar todas y cada una de las cuestiones que importan al autor. Del mismo modo, en una segunda parte, cuando ya ha despachado lo que él considera prejuicios en torno a la utilidad y conveniencia de una Escuela de Periodismo, va desgranando, una a una, todas las materias que deberían enseñarse y las que no, cuál es el enfoque idóneo, desde su autorizado punto de vista. Sirve esto también a Pulitzer para hablar del mundo en el que vive y al lector para constatar la actualidad del discurso de este hombre cuando se pone a dar cuenta de todos los errores que se pueden cometer desde un periódico, de cuál debe ser el papel del periodista o cuál la posición que debe adoptar un director de periódico, sin olvidar la importancia radical ―del latín radix, raíz― de los principios éticos que deben vertebrar toda labor informativa.
La noticia es importante, es la propia vida de un periódico. Pero, ¿qué es la vida sin moral? ¿Qué es la vida de un país o de un individuo sin honor, sin corazón y sin alma? Por encima del conocimiento, las noticias y la inteligencia, el alma de un periódico yace en su sentido moral, en su coraje, su integridad, su humanidad, su consideración por los oprimidos, su independencia, su devoción al bienestar público, su anhelo de proporcionar un servicio público.
Acaba una de leer un libro como este, tan cargado de razón y en un tono tan apasionado a la vez que, bueno, un poco sí que apetece invadir Polonia. O algo parecido.
Título de esta edición: Joseph Pulitzer sobre el periodismo.
Título de los artículos originales: The school of journalism in Columbia University y The power of public opinion.
Traducción a cargo de Lucía Alaejos.
Editorial Gallonero
Colección Piccola
Diseño de la colección a cargo de Raúl Fernández
Número de páginas 96
Encuadernación en tapa blanda
Formato: 11×16 cm
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Que se enseñe «Periodismo» en la universidad es uno de los mayores despropósitos de la enseñanza moderna. Hay cosas que no se estudian, que se son, se tiene instinto y don, y se ejerce.
Recuerdo hace años que pregunté a un amigo que estudiaba periodismo cuántas horas de lengua tenían, y me dijo que cero. Es una carrera absurda, y encima mucha gente se queja de que los medios no cojan «licenciados», cosas que no es cierta desgracidamente. Habría que terminar con esta absurda carrera. Es como si estudias «fútbol» o «cine» y ya exiges que sólo contraten los que han estudiado eso para un equipo o para hacer una película.
Aun estando de acuerdo con la esencia del mensaje, me gustaría comentar que sí, que la carrera es un despropósito -hablo con conocimiento de causa, que la estoy estudiando-, con asignaturas repetitivas en las que cambia el nombre y el orden del contenido para dar la sensación de que estudias otra cosa (eso para los menos avispados, claro), pero ello no quiere decir que se tenga que eliminar de golpe el estudio del periodismo para formar a los futuros profesionales. Como carrera -licenciatura de 5 años o grado de 4- es excesivo, así que lo mejor sería reducirlo a 3 años, como mucho, para que haya una base técnica al menos, igual que el que quiera hacer cine tiene que aprender a manejar los aparatos y las rutinas de producción y el que quiere jugar al fútbol profesional tiene que adquirir unos hábitos físicos y tácticos.
Y su amigo no sé, pero yo Lengua he tenido, y bastante puñetera ha sido la asignatura, aunque sea clave ;)
Sí y no. Si bien es cierto que en Periodismo todo es redundante y los años que se pasan casi son en balde (y conste que he estudiado en ello 3 años), no creo que dejarlo en un grado de 3 años aporte mucho. Sí, tocar una cámara, hacer algún programa y poco más, pero creo que hay que hacer algo más.
Yo la verdad es que en este caso haría los 3 años de conocimientos básicos y luego haría especialización o buscaría aprofundizar conocimientos de otras ramas relacionadas con la propia (por ejemplo, asignaturas de Historia del Arte con periodismo cultural, sociología para lo social, etc.)
Me parece a mí, Juan Luis, y me puedo equivocar, que lo que Pulitzer escribió en ‘Sobre el periodismo’ en relación a cómo debe ser una escuela de periodismo nada o muy poquito tiene que ver con lo que es en este país el día a día de una facultad de periodismo. Puedo no estar en lo cierto, ya digo.
Me permito sugerirte que vayas a una librería a por él. Son sólo 10 euros. Y luego me cuentas, :)
Bravo Raquel! He disfrutado leyendi tu artículo y además he comprado el libro. Saludos y hasta pronto por favor!
Oh, vaya, pues… gracias, muy amable.
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Decir que el hecho de que se enseñe Periodismo es un despropósito es un despropósito en sí mismo. Se trata de un comentario en el que subyace la idea de que las carreras universitarias deben ser muy específicas y debes estar muy tecnificadas para abrir, por sí solas, las puertas a un futuro laboral.
Uno puede estudiar Periodismo por el simple hecho de que le gusta, igual que puede estudiar Ciencias Políticas sin ser un político en ciernes. Se estudia para formarse, como futuro trabajador, sí, pero también como persona.
Estudio Periodismo y es cierto que la carrera debe mejorar y adaptarse. Pero de ahí a que su existencia sea un despropósito, media un laaargo trecho.
Interesante.
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