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Alberto Rojas: La playa congoleña del Che Guevara

cheuvira - fotografía de Alberto Rojas

Hay una Biblia encadenada a una caja de madera que sirve de mesita de noche, una cama con una mosquitera agujereada, un cubo para ducharse y un vaso mugriento para dejar el cepillo de dientes. Pero en esta ciudad es como dormir en el hotel Astoria. Lo alquila Ferry Schippers por un puñado de dólares y nos sirve para pasar un fin de semana tranquilo antes de ascender las montañas de Haut Plateaux. Cerveza fría y buen pescado, promete Ferry. Y eso encontramos, sí, en el Blue Cat, el restaurante en el que desayunamos, comemos y cenamos. Fuera de la habitación hay una rienda de radiocasetes. Su música incendia la calle y me jode la siesta.

El mayor enemigo del periodista extranjero en África no es la falta de seguridad, la desconfianza de los civiles, la censura de las autoridades, los checkpoints de militares borrachos, que intenten tangarte a cada paso, las balas perdidas, la malaria, los secuestros, la ausencia de infraestructuras. Todo eso te lo puedes encontrar en determinados sitios, sí, pero hay algo que por momentos está presente en todos ellos: el tedio.

El tedio a veces puede pillarte en un hotel en el Sahel sin aire acondicionado con 45 grados a la sombra, sin nada que hacer ni a dónde ir, te puede cazar en una larga sobremesa en mitad de ninguna parte en Sudán del Sur, con las moscas revoloteando por encima de los platos vacíos, esperando a que el frescor del crepúsculo vuelva a activar la vida a nuestro alrededor. O en un paso de frontera entre Burundi y Congo, esperando a que un funcionario corrupto congoleño acepte nuestra mordida y nos selle el pasaporte para pasar al otro lado, la ciudad de Uvira, en la orilla opuesta al lugar en el que Stanley encontró al doctor Livingstone.

El tedio, el aburrimiento de tener que quedarte un fin de semana con una Biblia atada a una mesa de noche en una habitación sin luz en una ciudad congoleña a orillas del lago Tanganika, porque hasta el lunes no puedes partir a tu destino, y descubrir allí a seres mucho más tediosos que tú mismo. En Uvira nos encontramos a Clemont, un francés que vive en una casa colonial que parece abandonada, como él. Está aquí por un desengaño amoroso y lo único que hace es mantener las apariencias de una ONG que dice que está cuando en realidad se marchó hace tiempo. Toca la guitarra, cocina espagueti y ve pasar la vida con indiferencia.

Uvira, el lugar en el que me encuentro, fue una de las ciudades a las que llegó la cruzada internacionalista del Che Guevara. En 1965, harto de la parálisis de los barbudos cubanos, el revolucionario argentino dejó La Habana y se lanzó a expandir su revolución por aquellos pueblos que combatían contra el colonialismo. Un año antes lo había dejado claro él mismo ante la ONU: «Los pueblos de África están obligados a soportar que todavía sea oficial en el continente la superioridad de una raza sobre otras y que se asesine impunemente en nombre de esta superioridad. ¿Las Naciones Unidas no van a hacer nada para impedirlo?». Más tarde comenzó una gira africana que le llevó a Argelia (varias veces), Malí, Congo Brazzaville, Guinea Conakry, Ghana, Dahomey y Tanzania. El Congo era su última parada.

El sábado por la tarde, hartos de apartarnos las moscas, nos decidimos a dar una vuelta. Vamos hasta la orilla del lago, donde descansan las barcas de los pescadores y rápidamente nos rodean decenas de niños descalzos. Fernando le da dinero a una niña mayor para que compre caramelos para todos. Un grupo de adultos nos mira de lejos cosiendo unas redes de pesca. Allí mismo, en esa playa, esperaba el Che a que Kabila y sus guerrilleros le visitaran para unificar tácticas y poner en común objetivos. Esperó meses y Kabila, cuando por fin se presentó, se mostró desdeñoso y arisco. El «Tatu», como llamaron aquí al Che Guevara, apuntó en su diario: «Esta es la historia de una descomposición. Debemos extraer una serie de experiencias útiles para otros movimientos revolucionarios. La victoria es una gran fuente de experiencias positivas, pero la derrota también lo es».

El Che nunca se entendió con los congoleños porque no tenían nada en común. Kabila no era mejor que el dictador que le antecedía ni que el que vino después, un tal Mobutu. Su hijo lleva hoy las riendas de un no país que presenta los mismos problemas que El Congo que dejó su padre. Se acerca el crepúsculo y llegan los últimos barcos con el pescado fresco. Uno de esos peces me lo comeré esta noche con una cerveza bien fría en el Blue Cat mientras suena un poco de rumba congoleña.

Camino del hotel pasan a nuestro lado soldados armados hasta los dientes apartando a los niños que nos rodean. Uno de ellos, cargado con un gran lanzamisiles más alto que él me mira entre curioso y mosqueado. ¿Dónde vas con eso?, le pregunto así, en español. Una soldado herida en una pierna curiosea mis fotos y me pide que le haga un retrato. Ponte ahí, Mama. Sí, junto al muro. Click. Mira que guapa sales. Click.

Fotografía: Alberto Rojas

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5 Comments

  1. gerard

    Esta bien leerte en mi telefono, mientras espero que mi descomposicion estomacal me ofrezca entre un 10% y un 20% d la dignidad con la que los cientos d Lugbara (Arua-Uganda), que arrastran los pies hasta Lia (frontera uganda-congo), ejercen por ley d vida…o d muerte.

    Es un arrastrar lento, d gestion d recursos, d tres hijos asesinados por el LRA (en su mas que probable tentáculo museveniano), o por cualquier enfermedad, solo, humilde. Tan humilde como el lado que no muestras en tu artículo.

    Me apena ver que tienes el don de rasgar palabras para meterme en situacion con elegancia, y en cambio, te chupas la polla a ti mismo para, quien sabe, follarte a tu fan cuando vuelvas a casa cuando, en realidad, ella se va a follar a la imagen que tu estas creando.

    Me encantará leer mas posts, despues d entrevistar al hermano d Harriet, a la que cortaron a trocitos hace 7 años cerca d Adjumani…despues d una larga mañana d tedio. ;-)

  2. gerard

    Esta bien leerte en mi telefono d muzungu, mundu o como quieras llamarlo, en una habitación d mierda por 10 euros/mes (bajo standares d blanco/ o negro cabronazo) mientras espero que mi descomposicion estomacal me ofrezca entre un 10% y un 20% d la dignidad con la que los cientos d Lugbara (Arua-Uganda), arrastran los pies hasta Lia (frontera uganda-congo), ejerciendo su libertad por ley d vida.

    Es un arrastrar lento, d gestion d recursos, d tres hijos asesinados por el LRA (en su mas que probable tentáculo museveniano), o por cualquier enfermedad intransigente, solo, humilde. Tan humilde como el lado que no muestras en tu artículo.

    Me apena ver que tienes el don de rasgar palabras para meterme en situacion con elegancia, y en cambio, te quedas con lo primero, lo que vende o te chupas la polla a ti mismo para, quien sabe, follarte a tu fan cuando vuelvas a casa cuando, en realidad, ella no va a follar contigo, sino con la imagen que tu estas creando. Y lo sabes.

    Me encantará leer mas posts, despues d entrevistar al hermano d Harriet, a la que cortaron a trocitos hace 7 años cerca d Adjumani…despues d una larga mañana d tedio. ;-)

    un abrazo

  3. Pingback: La playa congoleña del Che Guevara

  4. Sarcomann

    Gerard,

    Una cosa no quita la otra. La vida en el Congo es muy dura pero esa dureza cotidiana no quita que haya además otras cosas, más banales, menos trágicas, más alegres… y precisamente es esa dignidad y esa alegría innata de los congoleses la que hace posible sobrevivir en la tragedia…

    Gracias, Alberto, por tu artículo. Siempre un placer leerte.

    Saludos desde Goma

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