La falta de talento ha disparado el consumo de caviar. Es un dato. La mediocridad se ha apoderado de las autovías en forma de todoterrenos opulentos conducidos por señoras en chándal con gafas de Dior. Hoy resulta más jodido plantar un árbol que escribir un libro. Por eso, cualquier atisbo de brillantez se anuncia a bombo y platillo como la aparición de un genio. El sucesor de Michael Jordan, el nuevo Nick Hornby, los herederos de los Stones… Putos brotes verdes.
Sin embargo, el talento suele anidar en los mismos sitios de siempre. Entre otros, en la cabeza de John Peter Wilkinson. Han pasado años, diez concretamente, y no ha aparecido ni un triste apertura en toda Inglaterra, con sus diez millones de jugadores de rugby, que tenga su timing, su lectura de juego, su agresividad defensiva y, por supuesto, el swing de su pierna izquierda. O de su derecha, tanto da.
Muchos han discutido a Wilkinson su jerarquía en el rugby actual, pero el paso del tiempo refuerza la influencia del 10, uno de los elegidos. Como Sid Going, aquel medio melé de los All Blacks que reinventó el juego en los 70 trabajando junto a sus flankers en lugar de asociarse con su apertura. Wilkinson entendió hace casi tres lustros que el rugby actual se gestiona en la bisagra. Coordinando a la tercera línea y los centros como un ballet o un ejército, según lo exijan las circunstancias, y tomando la decisión que el partido necesita en cada momento.
Jonny se mudó del frío de Newcastle al calor de la Costa Azul francesa para enrolarse en el Toulon RC, un proyecto babélico de obscenas dimensiones donde chorrea el caviar. Allí Wilko se fijó una meta. Convertir a aquel grupo de prejubilados en un equipo y llevarlo a la final de la Heineken Cup. Se lo prometió a Mourad Boudjellal, un magnate del cómic en Francia que convirtió al Toulon en su capricho. Quiso el destino que Jonny se jugase el billete para la final ante unos viejos conocidos (los Sarries), en la que ha sido durante años su casa (Twickenham) y enfrentado al que ha sido oficialmente proclamado su sucesor (Owen Farrell).
Al descanso, Farrell sumaba tres patadas por cuatro de Wilko. Owen, hijo de un antiguo compañero de Jonny en la selección, es un centro reconvertido a apertura con un físico envidiable (1,88 y 96 kgs.) y una patada poderosa. Pero no tiene rugby en las manos ni juego en la cabeza. Quizás porque todo en su vida ha pasado demasiado rápido. Su padre, que tenía 17 años cuando Owen vino al mundo, llegó a formar pareja de centros con su hijo en la Premier, donde Owen debutó con 16 años. A los 20 ya había vestido la camiseta de la Rosa.
En la segunda parte ocurrió lo inevitable. Jonny se hizo con el mando del partido y movió a sus chicos con maestría. Toulon no peleó melés en campo rival porque prefirió defender las suyas con un pack ilustre con Sheridan, Bruno, Hayman, Botha, Kennedy, Rossouw, Lobbe, Masoe… Viejas luminarias con un denominador común, sus ansías de acallar las voces que los dan por acabados. En el descanso Wilko fue conciso: «del 6 al 10 juntos y 12-13 cerca». Repartía órdenes, cantaba códigos, gritaba números y todos se movían al unísono. Desde el gigante Rossouw al Corcho Lobbe pasando por la Bestia Bastareud. Si la cosa pintaba mal siempre quedaba Giteau, el señor Lobo de Australia durante los últimos diez años.
Los Saracens eran incapaces de incomodar a Toulon, que fue descosiendo a la defensa inglesa metro a metro. Lesionado Barrit, Alan Gaffney, el técnico de los Saracens, decidió apostar por lo más parecido a Wilko que tenía en su banquillo, su viejo compañero de selección Charlie Hodgson. A Wilkinson se le escapó una sonrisa. Acababa de ganar la batalla. Los Sarries se rendían. Pretendían ganarle jugando a su juego. El colofón del partido, con el banquillo de los Saracens repleto de «cadáveres» devastados por el esfuerzo infernal, llegó, como no podía ser de otra forma, de la mano de Wilkinson. Jonny ordenó cargar una vez más, como en 2003 en Australia. Segundos después la pelota le llegó limpia, tensa. La dejó caer y la acarició con su bota izquierda desde 40 metros dibujando una parábola que pasó entre palos. Toulon estará en la final.
El drop acabó por sepultar a Owen Farrell, al que Wilkinson acudió a consolar al finalizar el partido con una tierna caricia. La imagen sentó como un puñetazo en el estómago a Warren Gatland, el hombre que dirigirá este verano la gira de los Lions. Mañana al mediodía se conocerá el nombre de los 36 hombres que defenderán el honor british en Australia. En la posición de 10 suenan tres nombres y ninguno es el del héroe de Toulon: el irlandés Jonny Sexton, el galés Dan Biggard y el inglés… Owen Farrell. A esas horas Jonny Wilkinson estará paseando a su perro por alguna playa de la Costa Azul.
Estupendo.
Me gustaría que Fermín escribiera un artículo sobre el que para mí es, utilizando un simil algo manido por estos lares, el Curro Romero del Rugby: Carlos Spencer. Wilkinson era mejor pero más robótico. Spencer era imprevisible, aunque el día que estaba tocado por la gracia no había jugador con el balón ovalado que aunara tanto arte.
Los comentaristas ingleses destacaron ampliamente la actuación del corcho, es más lo mencionaron como man of the match, pero es que era imposible no reconocer a Wilko, mucho más después de ese drop con gesto de graneza de postre. Esas palmaditas son puro rugby
«La falta de talento ha disparado el consumo de caviar. Es un dato. La mediocridad se ha apoderado de las autovías en forma de todoterrenos opulentos conducidos por señoras en chándal con gafas de Dior. Hoy resulta más jodido plantar un árbol que escribir un libro»
parece escrito en pleno 2004
Estos artículos de deporte son lo mejor, de lejos, de Jotdown. Cuando os ponéis rollo cultureta, político o lo que es peor cultureta/político, cansáis bastante. Pero los artículos de tenistas, futbolistas… Y jugadores de rugby, claro que si.
Que bueno eres Fermin. A ver si un día nos regalas un artículo sobre Andrea Lo Cicero o los mismos British and Irish Lions.
Preciosa entrada, claro que sí. Me sabe mal poner peros a algo que habla de rugby y que no se limita a poner vídeos de placajes al cuello, pero (si no me equivoco) el nombre de pila de Wilkinson no es John, sino Jonathan. Por eso es Jonny, y no Johnny.
Es una chorrada, pero si no lo digo reviento.
O mejor aun … Paeando a su perro por alguna playa de mallorca donde veranea desde pequeño. Un grande johnny