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El hoy del arte

Banksy NoBall Games

Casi al final de sus días Duke Ellington se hizo una entrevista a sí mismo en la que ante una pregunta protocolaria contestaba, “Jazz es tan solo una palabra que en realidad no significa nada”. Al final de esa autoentrevista el Duke ponía entre paréntesis: “(Si un entrevistador hace preguntas tontas es solo porque piensa que el entrevistado es tonto)”. Pero, ¿puede verdaderamente no significar nada esa palabra, la palabra jazz? ¿Pueden, si así fuera y también por los mismos motivos, no significar nada otras palabras? ¿Qué significa por ejemplo la palabra arte? ¿Qué designa el significante arte? ¿Puede significar algo una palabra, por ejemplo la palabra arte, si nadie puede realmente definirla (si no es a costa de renunciar a una definición concluyente)? ¿Puede significar algo una palabra que no tiene una definición verdaderamente válida en la medida en que no es capaz de lograr consenso acerca de lo que designa? Se ­­­­­­­trata de preguntas que me he venido haciendo desde largo sabiendo que el entrevistador es tonto.

Pero con independencia de que el concepto arte pudiera o no definirse, la verdad es que se trata de un concepto con una significancia imponente. Una significancia, eso sí, cada vez más vinculada a cuestiones del pasado. Ya casi resulta imposible hablar de arte sin que resuene en nuestras mentes un tufo de anacronismo. También es cierto que hablar de acabamiento cuenta con dos hándicaps importantes: por una parte se trata de un tema manoseado desde un entendimiento ortodoxo del mismo concepto (proveniente del sentimiento moderno: ¡tantas muertes del arte!) y por otra se trata de un tema aparentemente agotado desde un entendimiento filosófico (el fin del arte dantoniano que no es otro que el derivado de un entendimiento hegeliano del arte). Ambos casos hacen de alguna manera estomagante el abordaje del asunto. Así que pido de antemano disculpas al lector y espero que esta introducción no sirva para disuadirle, al menos de entrada. Todo lo que me queda en estas circunstancias es llegar un poco más lejos afirmando que, dadas las evidentes circunstancias actuales, toda manifestación que se presente en nombre del arte contemporáneo resultará una opción ciertamente patética.

Nos encontramos en nueva era de la que no sabemos prácticamente nada, pero que es esencialmente distinta de la precedente, la que se encuentra en estado agónico.

Del Arte al arte

El pintor Philipp Otto Runge escribía a principio del siglo XIX, “Antes de poder volver a extraer algo del arte, tenemos que despreciarlo, que considerarlo inútil; de no ser así, habrá que aplicarlo a todas las cosas. Es por ello ridículo intentar alcanzar cualquier tipo de éxito personal”. Así, según uno de los primeros pintores modernos, para extraer algo bueno del arte, o hacíamos desaparecer el mismo arte con nuestro rechazo o lo integrábamos en la vida cotidiana. Pues bien, al parecer la evolución del concepto se ha decidido finalmente por lo segundo y el (producto) arte se ha fundido totalmente en lo social, algo para lo que la red ha sido imprescindible, pero lo ha hecho después de que nos tocara convivir, durante más de 200 años, con unos artefactos fundamentados en el rechazo hacia lo que el mismo concepto significaba (de hecho los artistas han tenido que vivir durante casi todo ese periodo con la angustiosa creencia de que todo posible éxito social solo podría entenderse como una especie de fracaso artístico)1. Porque en efecto, lo nuevo y lo moderno entendidos como categorías que debían oponerse a lo tradicional y lo antiguo ha sido la forma de entender el Arte durante esos 200 años, una forma de entendimiento que solo podía basarse en el desprecio y el rechazo de lo que hasta entonces significaba el propio concepto; así, en base a la primera de las posibilidades que apuntaba Runge. Una posibilidad que como decimos ha tenido su vida y su historia y que nos ha proporcionado a un tipo de artista ya declinado: mitificado por la Institución pero mortificado por sí mismo en la Modernidad, y en la Posmodernidad mitificado por la Institución y cínico en su propia presentación.

Arthur C. Danto
Arthur C. Danto.

Es precisamente la “actual” fusión del arte en lo social y su integración en lo cotidiano, los verdaderos signos del acabamiento del Arte y no el que sugiriera Danto en sus tesis del fin del Arte (El arte después del fin del arte). No se trata de restarle méritos al filósofo que explicó lo que aún se encontraba por suceder, sino de cuestionar los argumentos con los que intentó explicarlo. Sobre todo porque el acabamiento que intentaba describir era todavía más “lógico” que real. Así, Danto erraba, lógicamente, respecto a lo que no podía saberse, pero acertaba, premonitoriamente, en lo que solo él supo relatar. Cuando escribió su tesis del fin del arte el mundo era demasiado analógico como para poder vislumbrar como causa del acabamiento el mismo acabamiento de la era analógica. Sus formas de pensamiento se encontraban todavía ancladas a formas de pensamiento analógicas, es decir, —vistas ahora anacrónicas. En su ulterior libro sobre la belleza nos encontramos con una afirmación que señala su analogismo anacrónico en su confrontación teórica con el (producto) Arte : “Desde el principio lo que despertó mi interés por la Caja Brillo no solo fue qué la convertía en arte, sino cómo era posible que, siendo una obra de arte, los objetos exactamente iguales a ella, no lo fueran”. De esta forma Danto se muestra como el gran pensador del final de una era declinada pero no como un pensador de la nueva. Como apunta la misma cita, el misterio para Danto no radicaba en el porqué un determinado artefacto es arte, sino en el porqué lo es en relación a aquello que no lo es.

Así, su frase resulta tremendamente representativa de las formas de pensamiento de los expertos, llamémosles analógicos; lo que les preocupa no es dilucidar el porqué ciertos objetos son considerados arte, de hecho son los que son, sino, en todo caso, algo muchos menos problemático: marcar las diferencias entre lo sagrado, digno de especulación, y lo profano, solo “digno” de un vulgo que se caracteriza, fundamentalmente, por no pensar. Lo que a Danto le preocupa no era saber por qué la Caja Brillo es una obra de arte ya que es algo que, fíjense, da por hecho, “siendo arte”. Es decir, con independencia de las teorías particulares de cada uno, los expertos analógicos sustentaban sus análisis especulativos en la asunción de lo sagrado como algo consustancial e inevitable al artefacto que juzgaban-valoraban, el que por ser Arte (“siendo arte”) merecía la alta especulación. El Arte. Lo sagrado como aquello que adquiría su sentido superior en función de un enfrentamiento con lo profano.

Andy Warhol y la Caja Brillo
Andy Warhol y la Caja Brillo.

Así, el Arte ha llegado a su acabamiento no tanto porque cualquier cosa pudiera ser arte “entonces” cuanto porque sus productos se hayan diluido “por fin”, en lo cotidiano. Por tanto, la democratización del Arte no ha sido conseguida por los legendarios representantes de ese ya extinguido Arte (modernos y posmodernos), siempre fundamentalmente preocupados por su propio estatus de artista y por el estatuto sagrado de su producto, sino por los creadores de la era digital, ajenos ya al estatus más o menos sagrado de nada. Esto es, la democratización del Arte ha podido darse, precisamente, con la verdadera eliminación del carácter sagrado otorgado a través de la mayúscula; la verdadera democratización del Arte exigía que no hubiera Arte, sino una suerte de arte. Y todo con absoluta independencia del valor que podamos asignar a los productos de ambos tipos de creadores (artista/artesano: era del Arte/era Digital). Es cierto, empero, que Danto llevaba razón al afirmar que “solo cuando la historia del arte llegue a su término podrá dar comienzo la filosofía del arte”. Así, ahora. La democratización verdadera de los artefactos artísticos es la prueba fehaciente del acabamiento del Arte.

El Arte no podía morir ni considerarse realmente muerto o finiquitado sólo porque un orate tuviera serias razones para así declararlo (las que según el analista analítico se derivan de la posibilidad de que cualquier cosa pudiera ser arte). Para considerarlo muerto haría falta que su inexistencia fuera probada, esto es, “sabida” por una generación entera y no sólo por un puñado de entendidos o de teóricos. “Sabida”: esto es, asimilada, dada por descontada; el Arte solo podría desentenderse definitivamente de la mayúscula cuando llegara una generación que, no tanto se la arrancara como que no la viera. Así, el Arte solo ha podido desentenderse totalmente de la A mayúscula cuando una generación ha sido capaz de confrontarse con Él sin ver la posibilidad de esa mayúscula: el arte. Solo desde el momento en el que una generación entera se ha demostrado incapaz de ver nada como sagrado ha sido posible ver el arte como una simple y profana forma de expresión. Como algo que se encuentra a la orden del día y que se encuentra fundido en lo cotidiano. La Red y sus implicaciones.

El arte es definitivamente una forma profana de expresión, una forma de expresión profana. Para esa nueva generación nada puede haber en un artefacto artístico que pueda sugerir connotaciones metafísicas. Podrá haber (de nuevo) grados de excelencia, y podrán además estar trampeadas, pero no connotaciones metafísicas. Los artefactos que por ejemplo pueda estar haciendo “ahora” Damien Hirst no pueden ser otra cosa, para esa nueva generación, que reliquias de un pasado ya caído. Solo la nostalgia justificaría tomarse en serio sus travesuras anacrónicas. Para bien o para mal solo los adultos pueden ser nostálgicos porque reparten el tiempo entre el pasado y el futuro, pero los jóvenes, que solo tienen futuro, ven en Hirst a un bufón rancio y odian a Banksy al tiempo que lo admiran aunque por otros motivos por traicionar la tácitamente compartida desacralización de las intenciones. La red no quiere héroes. Y solo los jóvenes no son “nada” sin la red.

Damien Hirst
Damien Hirst.

El Arte, “por fin”, ya no existe. Aunque por eso haya más arte que nunca. El fin del Arte ya es historia. Nuestro mundo ha orillado definitivamente las tesis hegelianas que justificaron la existencia de un cierto tipo artefactos artísticos y una forma de entenderlos. Lo juegos del acabamiento, también iniciados por el mismo Hegel, se han agotado. Su acabamiento se ha consumado. La Idea no existe. Solo los anacrónicos siguen creyendo que el arte es la expresión de la Idea que se despliega bajo una forma sensible en la historia. La ventana al mundo es una pantalla/monitor y Google más que una forma de visualización es la forma de conocimiento por antonomasia. La historia del Arte ha tocado a su fin. El Arte, como decía, solo podía desentenderse de la A mayúscula cuando llegara una generación que fuera capaz de confrontarse con él sin ver la posibilidad de esa mayúscula. Ya ha ocurrido. El Arte ha tocado a su fin a pesar de que unos cuantos miles de personas se encuentren haciendo un tremendo esfuerzo por mantener vivas sus “inversiones”. O sus ingenuas ilusiones. Cosas de la inercia.

1 La idea de lo nuevo y la de partir de cero presidía el comportamiento moderno. No era sino una forma de rechazo hacia todo lo anterior. Respecto al artista nacido al amparo de esta ideología dicen Charles Rosen y Henri Zerner en su libro Romanticismo y Realismo: “Aunque los artistas nunca llegaron a perder la esperanza de un éxito postrero, no cabe duda de que muchos de ellos buscaron voluntariamente el fracaso inmediato, o, si no el fracaso, sí el desaliento y el sobresalto continuo”.

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3 Comentarios

  1. Interesante artículo, aunque echo en falta cierta consciencia terrena que acompañe la teoría estética. En ese sentido, creo que habría que entender esa pérdida de la mayúscula como consecuencia, más que de la «democratización del arte», de la mercantilización total del mismo, de su absorción por la «industria cultural». Como dijera Adorno, la industria cultural lo iguala todo, puesto que todo son mercancías destinadas a un nicho más o menos amplio, más o menos exclusivo, de mercado. El arte, entonces, pierde todo ese genuino significado humano que pudiera tener (trascendental pero también materialista) para transformarse en un objeto más de consumo.

    Respecto a las palabras y su significado creo que, pese a poder pecar de solipsismo, el más importante o determinante al menos es el que nosotros mismos les damos, y con el cual trabajamos en nuestras reflexiones. Claro que esto deberá flexibilizarse tanto como queramos hacernos entender con los demás, y con sus no siempre iguales significados. Deberá compensarse la necesidad de entendimiento con la necesidad del rigor, en una tarea estrictamente personal para con los demás y consigo mismo.

  2. Interesante texto por la tesis que aborda y los argumentos que plantea. Algunas cuestiones las comparto y con otras discrepo, siempre desde el respeto, agradeciendo, eso sí, que alguien se interese en abordar un tema tan importante.

    El problema de hablar del fin del arte es que no suele quedar suficientemente claro a qué se refiere el concepto en cuestión. Entiendo, o quiero entender, que a lo que aquí se refiere el autor es al acabamiento de un concepto de arte determinado, de una forma de entender lo que es el arte, cuestión que no deja de ser paradójica al comenzar el artículo ironizando sobre la posibilidad de definirlo o acotarlo.

    En cualquier caso en esa idea estoy de acuerdo con el autor, quien a su vez coincide en muchas cosas con Danto. En el fondo casi replica con otras palabras y razones algunas de sus tesis principales.

    Adjudicar a la red la causalidad de todo este asunto me parece discutible. La red es una mera transmisora de información. Así, funciona como catalizadora de un fenómeno, aumentando la velocidad a la que se producen los hechos, pero no provocando los mismos.

    El concepto de un arte democratizado ya fue tratado por Duchamp, Beuys y otros. Probablemente esta forma de entender el arte, con la que yo personalmente me identifico, explica éste sin perder vigencia desde su origen hasta la actualidad. Lo que resulta anacrónico lo es por insuficiencia explicativa, y es ésta una de las causas por las que los conceptos, o más bien el acercamiento a ellos, tengan que revisarse continuamente, cuestión harto vista en lo referente al arte en la historia reciente. Por este motivo, de la misma manera que Danto retomó la problemática del urinario de Duchamp a través de las Cajas Brillo de Warhol casi cuarenta años después, pueda ser éste un buen momento para continuar seriamente la reflexión sobre el concepto del arte, retomando las ideas, más que democratizadoras, universalistas, del concepto que propone Beuys. Más como una cualidad de algo que como algo en sí mismo.

    Lo que ocurre, y esto también lo señala Danto, es que esta asunción, que él mismo hace implícitamente, requiere una teoría del arte suficientemente debatida, lo que inicialmente él llama un «mundo del arte» refiriéndose a un marco teórico para establecer no sólo la cuestión ontológica, punto de partida para sus reflexiones como, entiendo, la de aportación de valor artístico.

    Discrepo en algunas de las afirmaciones sobre las aportaciones de Danto. En el foro contemporary aesthetics se hizo un debate sobre su obra en el que la cuestión ontológica de la obra de arte quedó bastante clara, si es que hubieran existido dudas. Aunque ciertamente las hubo y por gente solvente por cierto como el artículo «The riddle of a riddle» deja entrever. El hecho de que casi todo pueda ser arte no significa que todo lo sea. Algo puede contener valor artístico, pero la cualidad de obra de arte requiere de un «artista» que lo declare como depositaria de una intencionalidad expresiva. Otra cuestión que señala Danto es que, dado algo como obra de arte, ésta tenga un valor o importancia relevante.

    Discrepo también con la tesis del autor sobre el anacronismo referente al concepto de arte como estetización de una intencionalidad expresiva, idealista o no. Aunque comprendo el argumento como idea fuerza de la tesis principal del momento de catarsis y de cambio de modelos en que nos encontramos.

    Vivimos una era enormemente democrática desde el punto de vista de generación de información. La cultura se expande y se regenera continuamente, lo nuevo es nuevo durante un efímero instante y parece pretencioso el concepto de «obra de arte», ya que probablemente esta cualidad ya no significa nada en sí misma como antaño, y en esto coincido plenamente con el autor de este artículo, precisamente porque el arte ahora es más una cuestión de valor o de importancia, no de cualidad ontológica, y esto es algo sobre lo que apenas hay debate. Probablemente es el momento de abordarlo con mucha más profundidad, motivo por el cual es siempre de agradecer que alguien hable de ello.

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