Estaba sentado al sol en la terraza del Miskenot Saarim, un mediodía de febrero, y las murallas y las torres de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la vegetación áspera de la colina, el paisaje neblinoso de fondo, hacia el Mar Muerto, me daba la sensación exacta de encontrarme en Granada, mirando hacia la Alhambra. El día anterior o dos días antes —me costaba calcular las distancias en el tiempo— al salir del aeropuerto de Tel Aviv hacia Jerusalén, me había sorprendido el verdor de una llanura que se parecía mucho a los paisajes abiertos y fértiles de la Baja Andalucía. Y cuando empezaban las cuestas y las laderas rocosas subiendo a Jerusalén era como ir acercándose a Granada desde Málaga o Sevilla.
La familiaridad del paisaje acentuaba por contraste el ligero mareo del jet lag, la dislocación de los viajes muy largos. Estaba en Jerusalén en un día casi cálido de primavera, pero había dejado atrás el invierno de Nueva York hacía menos de 48 horas. Hablaba por Skype con mi esposa y ella me mostraba en la pantalla de la computadora la nieve cayendo lenta y tupida en una ventana de nuestro apartamento. Y cuando terminaba de conversar con ella y consultaba el correo electrónico o algún diario español me encontraba con otras ramificaciones de mi viaje: docenas de mensajes invadían mi bandeja de entrada, la mayor parte de ellos felicitaciones por el premio que acababa de recibir en Jerusalén, y un cierto número, mucho menor, en los que se me insultaba o se me llamaba cómplice del sionismo y enemigo de la causa del pueblo palestino, incluso se me sugería que cuando saludara al presidente Peres la mano que estrechara la suya acabaría manchada de sangre.
Pero en esos ratos de calma en la terraza de Miskenot, frente a un paisaje que despertaba tantas resonancias en la memoria, lo que sentía sobre todo era una calma profunda, la certeza tranquila de haber hecho lo que tenía que hacer. No es que hubiera calculado en ningún momento la posibilidad de rechazar el premio o de no viajar a Jerusalén. Pero cada una de las cosas que había visto en la ciudad desde mi llegada, cada una de las conversaciones, breves o largas, con amigos antiguos o conocidos recientes, que había ido teniendo, me fortalecían en una convicción que ya estaba muy arraigada en mí antes de visitar por segunda vez Israel: que a pesar de los malentendidos, de los estereotipos, de las mezquindades y los oportunismos de la política, de los errores y los abusos de una ocupación que ya viene durando demasiados años, en Israel hay una sociedad viva, democrática, pluralista y abierta en la que yo me reconozco como ciudadano, y en la que hay muchas personas muy parecidas a mí.
Es algo obvio, desde luego, casi insultantemente obvio, visto desde el interior de Israel. Pero no lo es para mucha gente que mira desde fuera, o que parece que mira y no quiere mirar, o solo ve aquello que prefiere ver. Si a mí, como español, me ofenden tantas veces los estereotipos que circulan sobre mi país, ¿cómo puedo aceptar y repetir los que caen mucho más pesadamente sobre Israel? Así que era necesario, aunque casi indecente, tener que repetir en casi cada entrevista las razones por las que “no” rechazaba el Premio Jerusalén, y dedicar más tiempo a ellas que al “sí” indudable con que un escritor acepta y agradece un premio en el que le han precedido algunos de los maestros a los que más admira en su oficio. ¿De qué otro país tiene uno que explicar, como disculpándolo, que en él hay muchas personas decentes, ilustradas, partidarias del laicismo, del imperio de la ley, de la igualdad entre los hombres y las mujeres, contrarias a esos dos integrismos de mezcla tan peligrosa que pueden llegar a ser el nacionalismo y la religión? Pero como ciudadano español que pasa una parte grande de su vida en Estados Unidos tengo cierto entrenamiento en la explicación de lo obvio, y algunas veces, en alguna entrevista, pensaba que quizás a alguien que la leyera o la escuchara podría servirle para disipar algún prejuicio, para recibir alguna información con la que hasta entonces no había contado. Me temo que tengo una incurable voluntad pedagógica.
Pronto me acostumbré a esperar una objección. Hablaba con un periodista europeo y le decía que una de las razones para aceptar el premio y venir a Jerusalén era mi convicción de que en Israel hay mucha gente tan partidaria de la paz justa con los palestinos y tan crítica de los asentamientos como pueda serlo cualquier progresista europeo. Entonces mi interlocutor, después de asentir, me informaba: “Pero son una minoría cada vez más pequeña”. Así que me alegré mucho cuando la segunda o la tercera vez ya tenía dispuesta mi contestación: ¿Y qué pasa si son una minoría? Más motivos aún tengo para ponerme de su lado. No es algo nuevo para mí, para mucha gente como yo, y no es nada deshonroso. De hecho llevo una gran parte de mi vida formando parte de minorías. Algunas de las personas que más admiro en el mundo han tenido el coraje de defender contra viento y marea posiciones minoritarias, en esos tiempos temibles en los que cualquier disidencia de la conformidad universal es señalada como una traición. No eran muchos los que se oponían activamente a la dictadura franquista en mi niñez y mi adolescencia. La causa de la igualdad entre hombres y mujeres la empezaron unas cuantas sufragistas británicas de las que se reía todo el mundo.
Me acuerdo del viaje a Jerusalén y ya parece que todo sucedió hace mucho más tiempo, y se me acentúa la pena de que fuera tan breve. Tantas cosas, tantas imágenes, tantas conversaciones, en tan pocos días, conversaciones a veces de un apasionamiento y una intensidad intelectual que me dejaban luego estremecido, colmado por el fervor de aprender. En el invierno persistente de Nueva York me acuerdo de aquellos ratos al sol, cuando me adormecía y entornaba los ojos y parecía estar viendo la colina de la Alhambra en Granada. Y me acuerdo de ir por la calle, en un paseo muy breve, entre un compromiso y otro, y de un hombre que estaba en una parada de autobús y se me acercó y me tendió la mano, apretando fuerte la mía y mirándome a los ojos. Me dijo, “Thanks for coming”, y yo le di las gracias a él y me alegré más aún de haber viajado a Jerusalén.
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Antonio, espero que nunca se cure tu voluntad pedagógica.
Excelente mensaje, Antonio. No existe nación cuyo pueblo sea un ente homogéneo con una sola línea de pensamiento, valores, etc.
Creo que en occidente cometemos el error (empujados por nuestra educación y los medios de comunicación) de extrapolar lo negativo del gobierno de un país a sus ciudadanos.
Tal vez, un día, todo el mundo sienta esto. Soñar es gratis de momento.
Te queremos, Antonio. Bienvenido.
Ojalá que haya muchos más artículos de Muñoz Molina en Jot Down porque allí donde pasa eleva el listón.
De obligada lectura para «ciegos» de toda condición. Gracias.
El asunto del odio y rechazo a Israel no es si no una forma más de la demonización banal y simplista en función de una supuesta oficialidad ideologica.
La del contestatario progre, fácil y estándar, que sólo entiende de buenos y malos, y sólo escucha lo que le reafirma. Que cree saber, y ni sabe, ni quiere saber. Aquí en España sobran individuos así. Y por eso la ‘opinión general’ es tremendamente irritante, por desinformada y conspiracionista.
Con emoción he leído las palabras que escribes, creo que hoy, todo bien nacido, forma parte de la minoría. Y creo profundamente que se puede apoyar al pueblo palestino sin eliminar al judío, y al revés. Como amo Marrueco y a la vez lucho por un Sahara libre…como tantas cosas. Los maximalismos, son fratricidas e injustos. Gracias Antonio
Ese ejemplo del conflicto saharaui-marroquí es muy bueno, María. A mi me pasa igual. Como dices, el maximalismo es una lacra fraticida (que es lo único que debería ser erradicado de este mundo). Un saludo.
Sigo estando contigo. Alguna vez se tendrá que acabar el odio entre las personas. Yo poco puedo hacer, solamente animar a los que como tú, ponéis un grano de arena, que en este caso a tenor de las críticas, parece un terrón. Un abrazo desde la ventana de mi despacho, que estoy contemplando las cimas cubierta de nieve de Seirra Mágina.
Hace pocos días, hablando con un amigo del cabreo y el abatimiento que puede provocar tanta basura y tanta mezquindad como ve uno a su alrededor, me preguntaba este amigo qué hacer. Y yo, resumiendo, le decía que hay que resistir, como sea. Y me confortan las palabras de Muñoz Molina cuando habla de o defiende lo minoritario: ¿que somos minoría los que nos cabreamos por igual con la mediocridad de nuestra izquierda o la venalidad de nuestra derecha, que promete una cosa y hace justo la contraria? ¿Que somos minoría los que echamos pestes del desastre de sistema educativo que padecemos y no tragamos esa mentira solemne de «la generación mejor preparada de nuestra historia»? ¿Que somos minoría los que decimos que el cine de Almodóvar es un pasteleo? ¿Que somos minoría los que decimos que ya está bien de mamar de la teta del Estado y que la política de la subvención es un robo a mano armada y una tomadura de pelo? Y tantas cosas más en las que puede que seamos minoritarios… Pues da igual, hay que seguir trabajando, cada cual en su parcela y en su círculo, para que cada vez seamos menos minoría, siempre desde la lucidez de sentarse a reflexionar, a escuchar los argumentos del otro y con la honradez de rectificar y reconocer que uno puede haber estado equivocado cuando defendió tales o cuales cosas. Como creo que es lo que hace el propio Muñoz Molina. Sólo que parece que hay quien no se lo perdona: sin ir más lejos, ayer mismo leí en esta misma revista un artículo que tacha a MM de ciertas lindezas «criptopeperas». Francamente, me recordó a los «buenos tiempos» del comunismo cuando a los que pensaban distinto se les acusaba de desviacionistas. Claro que teniendo en cuenta que el autor de ese artículo anti-MM viene de El País, que ya sabemos cómo se las gasta con la disidencia, tampoco hay mucho de qué extrañarse
Señores de JDown: no recuerdo que ustedes hayan publicado nunca (de manera no impresa) algo de Muñoz Molina. ¿Tiene que ver la referencia que hace Guillem Martínez en su artículo de hace unos tres días, llamado «Hundimiento Cultural» o es sólo una mera coincidencia?
¿Por qué parece que está justificando eternamente este hombre el hecho de acudir a recoger el premio Jerusalén de manos de Simon Peres?
Se trata de un tema de hace unos tres meses y demasiado manido ya. Mi no entender.
Estimado Antonio.
No hace falta tener que justificar cada día, cada hora, cada minuto que uno está en contra de las barbaridades de los extremismos políticos.
Es importante saber aceptar que en un pais no todos los ciudadanos son iguales, y todas las corrientes de pensamiento son negativas: el estado de ISRAEL tiene muchas actitudes que mejorar, pero tambien tiene amplios sectores que están instalados en » la tolerancia » y en la búsqueda de la paz con el pueblo Palestino.
Aceptar un premio cuando uno ha dedicadas muchas línea de su vida en transmitir tolerancia y justicia es CORRECTO.
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Vaya, parecía Jot Down un soplo de aire fresco. Pero ya -¿tan pronto?, entonces ¿fue solo un espejismo?- empieza a oler a rancio.
Sí, has aparecido tú y ya huele a rancio.
Se ve que la originalidad no es tu fuerte.
Gracias Antonio Muñoz Molina, por el artículo, y mi admiracion mas sincera a esa heroica buena gente moderada, que tanto en Israel como en Palestina tienen que convivir diariamente con tanto extremista, acusados diariamente de traidores por no defender lo que «dictan» los radicales de cada lado. Muchos ya han tenido que escapar…Mi comprension tambien para ellos, no se le puede exigir a nadie que sea un héroe. Ser un héroe una vez ,está al alcance de casi cualquiera…pero ser un héroe a diario es una tarea hercúlea.
Pues a mí me parece que la equidistancia de Antonio Muñoz es una posición cobarde y cínica, tanto en el tema de este artículo como en el asunto de su último libro. Desde luego, es una posición conservadora.
A mí, me parece mal que se de al gobierno israelí argumentos que refuercen toda su política feroz contra el pueblo palestino.Pienso en cuando ordenaron bombardear Gaza, que son 3km2. rada sin poder saliry su población esta encerrada y no pude salir ni por tierra, mar ni aire. Tampoco les puede llegarvayuda internacional. Ya sabe que paso con las flotillas. Ud. es un hombre ineligente y con acceso a la informacuón, si fué y no dijo nada sobre como estan ibligados a mal vivir los palestinos. Entinces yo pensaré que esta de acuerdo con este gobirerno y no con los israelis y palestinos que luchan para construir un mundo mas jqto. Atentamente
Teresa creo que tienes un pequeño problema y es que estas mediatizada por los medios de comunicacion ya que todo lo que as dicho esta perfectamente elavorado por estos medios para que pienses de la forma en que lo haces.
Artículos como este son un soplo de aire fresco.
El señor Pérez (El Club de Jazz / Carne Cruda / etc) pregunta a Illan Pappe sobre cultura, Israel, ocupación…
Pregunta: Antonio Muñoz Molina es uno de los escritores españoles más conocidos. Hace unos meses fue a Jerusalén a recibir el ‘Premio Jerusalén’. Como suele suceder en estos casos, diferentes activistas y artistas trataron de convencerle para que rechazara el premio, para que lo boicoteara. Pero él fue. Muñoz Molina escribió: “Yo no tengo que ir a Israel armado de suficiencia o de arrogancia a decirles a los ciudadanos cosas que muchos de ellos saben, denuncian y debaten, en una sociedad abierta en la que la libertad de expresión se practica con una viveza, un apasionamiento y una seriedad ejemplares”. ¿Es éste el Israel que conoces?
Illan Pappe: No. Creo que está describiendo un Israel que no existe. Si piensa que la sociedad israelí conoce la ocupación, que conoce la opresión de los palestinos, que discute la ocupación, está completamente equivocado. Israel no es una sociedad, es un Estado de negación. Niega lo que hizo a los palestinos en 1948, niega lo que les hace a los palestinos hoy, no se hace preguntas morales sobre su política. Cualquiera que vaya a un festival como éste, de alguna manera, de forma indirecta, está apoyando la ocupación. Y es muy triste que él piense así. Si hubiera decido no ir podría haber contribuido al debate en Israel sobre la ocupación mucho más que habiendo ido.
toda la entrevista no tiene desperdicio
http://elasombrario.com/2013/05/16/ilan-pappe-israel-debe-reconocer-que-en-1948-intento-una-limpieza-etnica-de-palestinos/