Volvemos tarde a casa, después de un día ajetreado, y aún nos queda un buen rato de brega: ordenar, organizar, preparar las tareas para el día siguiente… acaso no es la vida que un día imaginamos, acaso sí, probablemente depende del día; ya tenemos edad suficiente como para saber, de todos modos, que no hay otra y, en el caso de que la hubiera, o bien no nos sentimos con la energía y la valentía necesarias para perseguirla, o bien intuimos que cualquier otro camino no habría de ser necesariamente mejor. ¡Así de múltiples y de contradictorios somos!
Horas después, por fin, el cuerpo se relaja y distiende bajo el agua caliente de la ducha, pero la mente sigue saturada como un carro del hipermercado el sábado por la tarde: demasiado peso, demasiados productos innecesarios, la megafonía demasiado estridente. No es el mejor estado para irse a la cama, desde luego, ni mucho menos para abrir un libro y sumergirse en él. Pero…
Las cosas parecen más propicias con el cuerpo limpio, en bata y zapatillas: el sillón, la alfombra, el silencio, la luz tenue y el radiador invitan a quedarse un rato más, a no ceder todavía al agotamiento mental que pretende conducirnos como autómatas a la cama. Hay un libro sobre la mesa. Poesía, uf, no sabemos, no es lo que… ah, pero lo abrimos, y resulta que es una poesía diáfana, poesía en formato figurita art-decó, que apenas mancha la página de la izquierda con sus ideogramas indescifrables. A la derecha, en la traducción, esa forma contenida se desenrolla suavemente, como pidiendo perdón por la desproporción. Decidimos darle una oportunidad. Quizá, nos decimos, leyendo unos versos aquí y allá al azar…
«dentro de la nieve
la primavera anuncia su venida:
una flor de ciruelo asoma
entre heladas ramitas de mármol»
Si la agitación del mundo de ahí afuera no ha aletargado del todo nuestros sentidos, al leer estos versos sencillos y escuetos recordaremos que la poesía oriental tradicional, por su relación con el animismo, se halla siempre extremadamente atenta a las señales de la naturaleza; y que la flor del ciruelo brota en invierno y anuncia, como un mensajero precoz, la proximidad de la primavera. Por si acaso, la nota de la edición nos lo recuerda. Ajá, interesante imagen. Placentera y afable. Veamos cómo continúa:
«y su rostro perfumado
a medio abrir
purísimo
como si después del baño
una mujer muy bella
entrara en el jardín
con su vestido nuevo»
Vaya, parece que la sensualidad de estos versos va haciendo su efecto. Notamos el calor generoso que sube por nuestra espina dorsal y acaba de relajarnos. Nos despojamos poco a poco de los restos de levita de Mr. Hyde que todavía nos habitaban y vamos tomando el hábito inofensivo del Dr. Jekyll, esto es, el de un ser humano cualquiera en un mundo no totalmente lineal ni totalmente delimitado. Unos versos más tarde llegamos al final, ascendente y celebratorio, que tanto nos recuerda, de pronto, a los versos de otro gran poeta de la sensualidad, Omar Jayyám:
«¡veamos tú y yo
cómo se deslizan hasta el fondo de la copa
los posos verdes del vino delicioso
y no digamos no a la ebriedad
porque esta flor
es única y sin igual entre las flores!»
El vino, claro está, la flor y la palabra. No existe trilogía que conjure de un modo tan apabullante lo que en nosotros hay de continuo humano, lo mismo en el siglo XII que en el XXI: placer gustativo, visual/olfativo e intelectual. Ya nos hemos entregado. Ha dejado de importar quiénes somos, cuál es nuestra agenda de mañana, qué haremos la semana que viene. Lo único que importa a esta hora por fin serena, convertida en instante fuera del tiempo, es esa flor arrancada de la monotonía de la nieve cuya existencia en la página nos reconforta porque —por fin hemos caído en la cuenta— estamos vivos para comprenderlo. Dicho de otro modo: estamos vivos, simplemente, y es la buena noticia de hoy, traída con delicada levedad por una florecilla que solo vemos con los ojos de la mente. ¡Hurra!
La introducción de la traductora de tan bello poema, Pilar González España, explica lo que en estas mismas páginas se apunta, aunque de un modo mucho más lírico:
«Grandes palabras y grandes poetas hay pocos. Pero a veces nos topamos con ellos y entonces temblamos de belleza. Nuestra emoción, aún fría, endurecida por los acontecimientos que nos circundan, se va lentamente apaciguando, desdibujando y derritiéndose. Todo ello forma una especie de bruma en nuestro espíritu, al igual que las nieblas del invierno. Allí es imposible la visión clara de las cosas, y nuestros órganos se adormecen. Podemos sentir terror o miedo, pero lo mejor es seguir avanzando y confiar en la ternura y en la ceguera. Largo es el camino, pero las palabras nos guían y nos llevan hasta ella. Cuesta tiempo, soledad y olvido. Y apenas la intuimos, la olemos, la tocamos, ya sabemos. Es una flor, una flor nacida en medio de la nieve».
Hay pocos datos acerca de esta flor precoz y escurridiza que, sin previo aviso, se ha convertido en la estrella de nuestra noche doméstica, rompiendo de un plumazo las costuras de la indiferencia. La introducción de Gómez Espada a la edición de Torremozas nos explica que se llamaba Li Qinzhao; que vivió en la China del siglo XI; que recibió una educación esmerada; que compartió con su marido el amor por la poesía y el arte, y que tuvo que abandonar su casa y ver todas sus posesiones arrasadas cuando la dinastía Song del Norte fue aniquilada por los bárbaros Jurchen. Hoy es reconocida como una de las figuras más importantes de la poesía china de todos los tiempos.
Pero sigamos con nuestro relato, el de un hombre o una mujer cualquiera que no se resignan a irse a la cama sin llevarse más fragmentos del tesoro recién descubierto. La voz de los poemas posee varios registros. En la primera parte, predomina la muchacha enamorada y desinhibida, tan cercana a sus compañeras en la poesía popular árabe de la misma época:
bajo el vestido de seda púrpura
mi fina piel de nieve
exhala un delicioso perfume
entonces, sonriendo
susurro a mi amado dulcemente:
‘esta noche
tras el dosel de muselina
sentiremos el frescor de nuestro lecho’”
El vino y la naturaleza, como ya se ha visto, son frecuentes cómplices de las andanzas de la pareja descrita en los poemas, a todas luces muy bien avenida (¡qué gusto, pensamos, que nos lleguen noticias de alguien que sabe vivir en armonía, ahora que la mayor parte de nuestros amigos están en proceso de divorcio! ¿Quién dijo que la poesía había de cantar sobre todo la desgracia?). Lamentablemente, la felicidad dura poco; él tiene que partir por los requerimientos de su oficio de magistrado, y entonces la naturaleza se convierte, en boca de la esposa, en el testigo de la nostalgia del amado:
«los frutos del loto han madurado
y sus hojas se marchitan
un nuevo rocío salpica
los helechos y arbustos de la orilla
dormidas en la arena
las gaviotas y las garzas
ni siquiera giran la cabeza
se diría que también lamentan
tu temprana partida»
La melancolía de la ausencia, no obstante, todavía remite a un mundo ordenado, aunque sus elementos hayan dejado de ser imágenes de lo propicio. Es en la vejez, con la bella muchacha convertida en una sibila casi ridícula, cuando los símbolos de aquella alegría temprana y su sensualidad se vuelven inconfundiblemente sombríos y hasta sórdidos:
«desperdigadas están las copas y los platos
el vino era excelente, las ciruelas ácidas
—justo como más me gustan—
ya un poco mareada
no debería retocar con flores mi peinado
flores ¡no os riáis de mí!
¡lamentad más bien que las primaveras
como los hombres
envejezcan!»
Hubiéramos creído, tal como se desprende de estos versos, que las flores, que tanta felicidad prometían, han perdido su digna función de mensajeras. Más bien parecen niños crueles burlándose del dolor ajeno. Pero no, a pesar de los indicios, la poeta no ha perdido su temprana percepción poética del mundo. Tras una vejez errante, responde con serenidad a la pregunta del cielo sobre cuál es su siguiente destino, al tiempo que exhorta al viento para que le ayude a encontrarlo. Es la naturaleza, igual que antaño, la depositaria de sus confidencias:
“’mi camino ha sido largo,
voy hacia el crepúsculo
estudié poesía
pero solo algunos de mis versos
han quedado en la memoria de los hombres’
¡oh, altísimo viento de más de 90.000 li!
¡tú que alzaste al inmenso pájaro Peng!
¡no te detengas ahora!
¡empuja y sopla mi barca
para que pronto arribe
a los tres montes inmortales!»
Vaya, así que esto era lo que escondía ese comienzo alegre, hedonista, sensual… levantamos la vista del libro y, por un instante, los objetos que nos rodean —la ventana, la estantería, la lámpara, el sillón— se nos antojan irreales. Venimos de un mundo de lagos y de brumas, de garzas que son algo más que garzas y flores que son algo más que flores, a veces agrandada su imagen por la felicidad y otras trastocada por el peligro. ¿Cómo pueden, entonces, las cosas de ahí afuera seguir siendo concretas? ¿Por qué el dolor de los versos finales nos conduce de vuelta a ellas?
Ahora sí: en este momento, cuando la confusión todo lo turba, lo más recomendable es irse a la cama. Hemos asistido al prodigio, constante e inadvertido en la naturaleza, de una vida que se abre y que llega a su fin. Lo hemos acompañado con versos, celebratorios al principio, dolorosos después, lúcidos siempre. Su eco nos envuelve como la colcha que nos espera en el dormitorio; y quién sabe, enmarcados por las sombras de la noche, a lo mejor en el frío del sueño reaparecen —sin duda lo harán— convertidos otra vez, para nosotros, en una flor temprana de lento y espléndido nombre: Li Qinzhao.
«…estamos vivos, simplemente, y es la buena noticia de hoy, traída con delicada levedad por una florecilla que solo vemos con los ojos de la mente.»
Natalia, se puede escribir poesía sin que tu prosa sea tan rematadamente cursi. Sí, se puede. Indigno de esta publicación.
Shhhh, calle, que se le van a echar encima por insensible y pedante.
Aquí hablan de la autora:
http://www.ivoox.com/li-qingzhao-mujer-cumbre-de-audios-mp3_rf_511180_1.html
Qué pesados los de: «indigno de esta publicación». Escriba usted con pluma de oro, si su talento se lo permite, y publique aquí sus propios lamentos, si se ve capaz.
A mí me ha encantado, aunque de nada sirva el poema cuando sepamos que ha llegado el amanecer y no habrá otro descubrimiento lisérgico en la mesita de noche, esperándonos.
A mí, en cambio, lo que me parece indigno son los ataques ad hominen que insultan (tu prosa es cursi, Natalia) pero no razonan, se limitan a denostar: por qué es cursi este artículo? porque no se ajusta a la especial sensibilidad del comentarista? Son Cursis Proust, Borges, Rilke?