Los mamporros y los insultos se escuchaban con nitidez. A nadie parecía importarle. Miro a los dos periodistas tanzanos que se sientan a mi lado en ese pequeño cubículo del Ministerio del Interior de Sudán del Sur. «Esto no pasa en tu país, pero en el nuestro tampoco», me dice uno de ellos. Los tres estamos aquí, entre archivadores polvorientos, para obtener el tercer permiso del día, el que te permite filmar o hacer fotos en las calles de Juba. Entran y salen funcionarios en chancletas y soldados que sonríen bajo sus gafas de sol más falsas que Judas. Hace un calor que duele bajo las chapas de metal que hacen de tejado. Este edificio hace décadas fue una preciosa mansión británica, pero hoy es poco más que un chamizo descascarillado.
El funcionario, media hora después, pide nuestros documentos y accede a tramitarlos. Ya he pagado 100 euros en otros dos carnets de prensa y este me costará otros 30, pero me aseguran que con estos tres permisos ya no necesito nada más. En la sala de al lado siguen los golpes. Un tipo sale y da órdenes al funcionario que nos atiende. Decido levantarme e ir a ver qué pasa. ¿Qué pueden hacerme? Me asomo y veo que, sentado en una silla, hay un fulano con barba y las manos atadas a la espalda. Los dos milicos que custodian la puerta fuman tranquilamente. El tipo se dirige a mi en cuanto me ve. Me dice que es turco, que lleva tres días encerrado y que le han confundido con un espía del gobierno del norte. Yo le digo que soy periodista español y es entonces cuando cambia de idioma y comienza a hablar en un castellano aceptable. Los guardias comienzan a impacientarse. No les gusta que hable con el detenido.
Entonces me fijo mejor en él (bajito, vestido de perroflauta, barba a lo talibán, pelo largo con trencitas, háganse a la idea). Un pobre diablo que pensaba que podía cruzar África sin un solo papel, el muy incauto. Una mochila, un bastón, quizás un cuaderno de notas… «No sabía que ahora esto es un país diferente a Sudán. Aunque lo mismo me da, en Sudán y en Egipto la policía también me pegó porque pensaban que era judío por las trenzas… ahora me pegan porque creen que soy un espía árabe… ¡que soy turco!».
Así que el panorama era ese. Un desaprensivo con pinta de mulá afgano y sin visado llega por el Nilo a Juba junto con cientos de sursudaneses apiñados en una gabarra maloliente. La policía lo detiene al bajar del bote, sin visado, y cree que es un espía. Y aquí sigue el hombre, recibiendo hostias dos días después. «Avise a mi embajada, por favor», dice el pobre diablo. A alguien ya ha dejado de parecerle bien que el periodista blanco hable con el supuesto agente de Al Bashir. Y ese alguien lleva traje gris, cadena de oro y voz de no bromear. Lo que me dijo en inglés podría entenderlo hasta el paleto manchego que es uno: «Si no quiere tener problemas, vuelva a la sala y disfrute del país». Dejé de tentar a la suerte y me despedí del turco. A ver si se les va a ocurrir cambiarme a mí por él.
Por fin llega el funcionario de nuevo con los carnets de prensa. Son 44 dólares, dice el muy cabrón. 30 era el precio oficial, así que 14 dólares van la buchaca. Pero es que no estoy en disposición de discutir allí dentro. Pago la guita y salgo a que me dé el aire. Cinco horas después. Tres permisos. 144 euros menos. Misión cumplida. Veo al cabrón de la cadena de oro jugando a las cartas con otros tres tíos en el patio. Ahora tengo permiso de fotografía, así que me acerco para hacerles un cromo. Me dicen de buen rollo que nada de caras, así que saco la mesa y los naipes desde arriba. Que me siente a jugar, comenta uno. No, amigos, voy más seco que la mojama.
Llamo a Gemma Parellada, que está allí curando para CNN, para tomar una cerveza bien fría. Me espera junto a la embajada americana con grupo de periodistas de aquí y de allá, todos quejándose por sus condiciones laborales. Le cuento la historia del talibán turco y rebusca en su móvil el contacto de la embajada turca para avisar de que uno de sus súbditos está aquí, más perdido que Wally en la grada del Frente Atlético. No llevaríamos ni cinco minutos cuando aparece el barbudo apaleado en un mototaxi con su bastón y su mochila mugrienta. ¡Coño, Gemma, míralo, es él! Pero tío, ¡te han soltado!
— Les he convencido de que no soy un espía y me han dado un documento provisional. Tengo 24 horas para abandonar el país. Voy corriendo a la frontera con Uganda, a ver si puedo cruzar.
Vale, amigo, pero hazte un favor y pasa antes por el barbero.
Qué grande eres.
Brillante
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genio
Me recuerda a la historia de la italiana que viajaba sola vestida de novia confiada en que no le iba a pasar nada porque iba de buen rollo y fue violada y asesinada en turquia nada mas empezar su viaje por el mundo.
Hay gente que no es consciente de como es el mundo de verdad y de lo que hay ahi fuera.
Gracias, otra vez.
Disculpa por mi último comentario, Alberto: si es que siquiera has llegado a leerlo.
No me expresé bien, me gustan tus trabajos, pero no este, lo siento.
Quería decir:
´¿Podrías responder a las 5 W del periodismo sin mencionar la palabra ´yo`?`
Un saludo,
jose
Hola José. No me molestan las críticas si se hacen constructivas y con educación. Y te agradezco este comentario, por supuesto. Tomo nota. Respecto a lo del ‘yo’ en los textos, lo he pensado bastante. El criterio es el siguiente: en mis reportajes nunca me meto porque lo importante siempre es dar voz a aquellos que, en estos lugares, no la tienen. Pero esto estaba planteado por parte de Jotdown no como un espacio de reportajes sino como un blog personal. En cualquier caso, ya te digo que tomo nota.
Un saludo
Muy bien aclarado. Precisamente, por seguir de cerca tus otros trabajos, este me ´chirriaba` en algo.
Pero las cosas, en su contexto, cobran un significado nuevo y releo ahora este ´descarte` y lo hago con una mirada diferente y sí, ya admirativa: humor, corrupción, ingenuidad, incurable burocracia…aparecen nítidas aún ´vestidas` de metaperiodismo.
Gracias pues, Alberto, por tu atención y por supuesto, por tu trabajo.
Saludos.
Gran trabajo y admirable muestra de humildad y civilidad en los comentarios.
Muy bueno, Alberto.
Qué buena historia! Felicidades de nuevo por este espacio en esta magnífica revista.
Un abrazo
Ivan
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