Recuerdo las austeras mañanas de mayo, el legado de los labios sobre los vasos aún dispersos por la mesa de trencadís, el porche, mitad sombra, mitad primavera, el ilógico contoneo de dos lagartijas. Recuerdo las persianas, semiabiertas para filtrar el humor de los cuerpos, el jadeo de las cajetillas arrugadas de tabaco, el aire corrupto del aislamiento. Arena. Buscando recovecos y colores pálidos de toallas exhaustas, a lomos del viento, seseando al avanzar, como un reptil a ras de suelo. Veo las piedras inútiles e insoladas, celadoras del camino obsoleto por el que ya no hacen surcos las suelas de goma de las bicicletas infantiles. Desde un balancín que ha gemido más de mil generaciones, sedado, dormito y enumero los estatutos del olvido y la entereza. Ladeado, sobre una espalda que late, repaso el libro del frío. Inmóvil, fatigado, la imaginación me desplaza con la absurda tarea de abarcarlo todo. Entonces intuyo la playa, parda, macerada con algas y vida. Y sobre ella, los enormes párpados del sol ardiendo en mi nuca. No lamento ni padezco, y almaceno en sal marina los guiños de una isla íntima y presumida. Contemplo la calima. Vengo del miedo y de la añoranza. Y he renacido, entre gaviotas, medusas y plásticos a la deriva. Aún achico con calma los posos de la cavidad donde confiné la tormenta. Climas en miniatura y nubes de algodón enmohecido. Es cuestión de tiempo. Receloso, olvidé advertir a mis insomnes párpados del sueño con el que azotan los tentáculos de la luna. Por eso reposo al asomar el día, ante una pared de esperanza y mosquitos, ajeno al minutero que consume la vida. Me mezo en los recuerdos casi despoblados. Eras joven y asustadizo, fuiste herido por la brisa inestable de las hadas temporeras. Las mismas que pretendes sin éxito homenajear, entre muecas de tinta y espirales que guillotinan con precisión tu cuaderno vacío. Tu pensamiento es solo nostalgia y gratitud. Hipocondría controlada con píldoras de ilusión de mil tamaños y colores. No hay prisa. Veo redes secándose en el pantalán de mi impaciencia. Restos de coral y escamas, inmutables, de piel muerta y salitre. El puerto reposa en cuarentena de veranos y en el mar deslumbra el reflejo de la galaxia. Otra noche amenaza. Regreso al que fue mi hogar atajando entre espuma que me engalana y oxigena. Doblo los faros para que alumbren el infinito y me reintegro en ese yo latente que va y viene cumpliendo condena entre un suave crepitar de madera. Lo confirmo. Nunca existió mejor celda que el viejo porche, sumido en el rumor nocturno de insectos y mareas. Me acuno. Acepto el desafío de una nueva madrugada. Flaqueo. Cierro los ojos sin grandes expectativas. Y sonrío ante la pureza de los arrecifes abandonados.
3 Comments
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¡Maravilloso Texto!
¡Menudo cuadro! Entiéndanlo, malpensados, en sentido no peyorativo…
Impresionante.