No olvides comprar flores frescas para la tumba de la baronesa Blixen. Puedes adquirirlas en el centro de la ciudad a cualquier vendedor ambulante por un puñado de chelines. Después coge un taxi y que te lleve a las colinas Ngong, a una hora del centro, a visitar la casa de la escritora que se convirtió en granjera y que pasó a la historia por aquel libro que empezaba «Yo tenía una granja en África…». El taxista puede ser somalí, ugandés, sudanés o congoleño porque en este continente todo el mundo está en movimiento, por eso no hay ciudades antiguas. Nairobi fue fundada en 1899. El trayecto es largo, ideal para que te cuente su historia.
Con un par de correos electrónicos y un poco de morro uno puede conseguir, además, que el legendario fotógrafo y aventurero Peter Beard, vecino de Blixen y mito de la defensa de la naturaleza, le invite a uno a un té al atardecer mientras le enseña su colección de recuerdos del África de los rituales, aquella que ya no volverá.
El centro de Nairobi, gotham city del continente, antiguo ombligo del Imperio Británico con jirones de colonialismo, es el paradigma de la nueva África: rascacielos de espejos, grandes avenidas, jardines mimados, hombres de negocios a velocidad de hormiguero, música alta en los matatus, los autobuses públicos, atascos, bares con terraza all night long, música en directo y galerías de arte.
No solo muta ese corazón de la ciudad. Alrededor de él, las grandes barriadas de chabolas, enormes bolsas de pobreza, también avanzan con planes de urbanización, saneamiento, electrificado y asfaltado. Kibera, un slum de un millón de personas, es hoy un bosque de grúas. No es cierto que nada se mueve en África, más bien todo lo contrario. El movimiento es imparable.
No hay otro continente en el que crezcan a esa velocidad las líneas de móvil, las conexiones aéreas, los kilómetros de carreteras. China está casi siempre detrás de ese despegue. Nairobi es la proyección palpitante de los sueños africanos de la descolonización, reflejados por fin después de años de guerras y depresión. Nairobi es un relato coherente, no perfecto, pero coherente.
Alrededor, su esencia, enormes parques naturales con leones, jirafas, elefantes… Y una temperatura magnífica que viene dada por su altitud: calor por el día, fresco por la noche. Las primeras luces del amanecer se ven mejor desde un globo o desde una avioneta sobre la sabana. Los nuevos tiempos cambiaron el rifle y el salacot por el teleobjetivo y el chaleco multibolsillos, así que ahora a los safaris no va uno a cazar, sino a fotografiar una pelea de hipopótamos, una estampida de cebras o una danza de pastores masai.
Monte Kenia, el Kilimanjaro al otro lado de la frontera tanzana, las carreteras por las que se perdió, literalmente, Ryszard Kapuscinsky. Yo elegiría hacerlo en caballo, en camello o en bicicleta. Más que nada por llegar lo suficientemente cansado como para merecerse un buen gin tonic o un singapur sling viendo caer el sol desde la terraza del logde, en los sillones del New Stanley de Nairobi o en los jardines del legendario Norfolk Hotel.
«No olvides comprar flores frescas para la tumba de la baronesa Blixen. Puedes adquirirlas en el centro de la ciudad a cualquier vendedor ambulante por un puñado de chelines»
¿Y las mandas por Interflora hasta Dinamarca..?