Frustra pasar de la hidratante a la antiarrugas y darte cuenta de que no hemos tenido quien nos escribiera y describiera de jóvenes. Tuvimos que pasar de los Hollister, Esther y Rita a los Santos Inocentes y de ahí a los culebrones de guerra y posguerra de Almudena Grandes. Esa España tan lejana, tan ajena. Nació la memoria histórica sin que en la pandilla supiéramos en qué bando habían luchado los abuelos. Ni ganas. En casa sí, de pasada, como cuando preguntamos a la abuela y su hermana que cómo fue aquello, las dos en el brasero, cortando papeletas para una rifa en Las Esclavas, y nos dijeron lo de los bailes en la gran peña de Ávila durante un verano que se alargó casi tres años. No estaba en nuestras conversaciones, afortunadamente. En esta generación que llegó al colmo de lo etílico con el Manué no te arrime a la paré de Los Inhumanos y la Agüita amarilla de Toreros Muertos. De eso sí éramos conscientes, de no tener ni siquiera un pasado digno de la Movida, más allá de algún primo mayor enganchado a la heroína y algún poster de Ceesepe heredado.
Así fue como, huérfanos, acabamos en la literatura inglesa. No me acuerdo de la primera. Eran unos libros que a la literatura podrían ser lo mismo que las canciones pop de los Housemartins a la música. Agradables, divertidas, personajes con los que nos sentíamos más identificados porque nosotros nunca tuvimos historias tortuosas familiares que escondieran secretos ni dobles vidas, ni maquis en la sierra, ni falangistas con queridas en un piso. No éramos especialmente nihilistas, fuimos incluso responsables y, sinceramente, gente como los protas de las Historias del Kronen nos parecían unos capullos lamentables, tanto vómito. Nos reíamos de la pose de malotes de todos los de la panda de Loriga, labios carmesí de Rosenvinge incluidos, aunque nos dieran cierta envidia a ratos. Nosotros estudiábamos y nos divertíamos bailando Enola Gay en el Morocco y lo que terciara en el Sol, con aquellas cortinas rojas de terciopelo. Matando la resaca con el pincho de tortilla del bar del colegio mayor, después de haber esperado a que abrieran la puerta haciendo tiempo en las urgencias del Clínico. Esquiando. Mucho. El placer de sentirse la reina del pico del Veleta. Y hasta hoy no me he preguntado por cierto complejo que detecto a toro pasado por escribir de la clase media alta de este país. Existe. Miles de niños que se fueron veranos a Irlanda e Inglaterra, cursos completos a EEUU y estudiaron, los de provincias, en colegios mayores de Madrid, donde hicieron de Moncloa y Argüelles su territorio. Ahí existe un target de público, que diría un consultor. No han debido de opinar igual los editores.
Sin nadie que nos escribiera acabamos en Tony Parsons, que salpicaba de música sus novelas, como hacía también Nick Hornby, descubrimiento gozoso su Alta Fidelidad. Bridget Jones también, claro, que empezó a luchar con el peso a la vez que yo veía con horror cómo las abdominales sin ejercicio se van perdiendo sin más. Antes de todo fue El guardián entre el centeno. Ese niño de clase media alta, Holden, nos llegó mucho más que cualquier otro de novela española. Aunque solo fuera por el tono de Salinger, el mismo que hace que me mire las uñas sonriendo cada vez que me las pinto hablando por teléfono, como hacía la protagonista de A perfect Day for Banana Fish. Cuando tuve hijos tuve que admitir que no era buena idea ponerles Holden, ni Seymour, ni Phoebe. Soy española de clase media alta, aunque lo olvide muchas veces. Luis y Pablo servirían.
Y casi no te has enterado y llegas a los 40 y sigues leyendo novela inglesa. La última de Dave Nicholls y su historia de un Harry y una Sally durante 20 años. No le darán el Nobel, pero fui feliz una mañana llorando al acabarlo mientras le daba bocados a la tostada con aceite de Estepa y mermelada de naranja amarga. Y estrenas el kindle con Starter for ten, su otra novela. La épica no ocurre en un telesilla en Sierra Nevada, tampoco en una cola de la fotocopiadora de San Francisco de Sales, o durmiendo en un autobús nocturno que para en la Venta La Nava. O sí, como aquella noche en la que una marroquí me contó que Garzón le había metido en la cárcel por la cara. Y yo era una niña buena, con mechas, con converse de los Lakers, mis Levis 501, un novio que estudiaba muy duro en el ICAI de los jesuitas y me susurraba canciones de los Doors. Ese tipo de gente que en España se quedó sin novelas. Como en la política, sin representación. Y ya vamos por la antiarrugas y el vasito con el sobre del complejo vitamínico para evitar la caída del pelo.
Un artículo sobre una generación que no vivió nada, interesante… creo que me quedo con los de Historias del kronen sinceramente, quizás porque yo nací en la periferia y Moncloa y demás me quedaban lejos. Siempre es bueno conocer lo sucedido y como gracias a pertenecer a diferentes «clases» hemos vivido una vida tan diferente.
Interesante…
No obstante, la manera de expresarse cambió, no sé si para bien o para mal, pero la realidad es que cambió. Hoy en día el panfleto cargado de prosa o el clamor en la poesía, carecen de papel y aprendieron a posar para las pantallas. Hay un gran sentir en la juventud de habla hispana; que se esparrama por entradas de blogs y espacios en redes sociales. Tal vez el presente no sea su momento. Pero cada vez resuenan más…
Saludos en letras ;-)
Me he sentido identificado en cada línea. Felicidades por el artículo.
Un saludo.
Enhorabuena Berta por tu descripción rápida y «casi enumerada», de muchos de los hitos de la generación de verano azul, el coche fantástico y de la bruja Avería…
Así me gustan las críticas de libros. ¡Oleeeeee!!
Pues ya sabes lo que toca Berta GdV, a escribir tú uno y convencer a algún editor!!
Yo seguro que me lo leo como hice con los Hollister, Esther, Hornby, Sallinger y Nicholls… y si puedo llorar un poco leyéndolo, mucho mejor!!!
(Por cierto, creo que sin representación en política nos estamos quedando todos: los de la periferia, los de provincias y los del centro de Madrid)
El fenómeno de los hijos del baby boom no parece haber sido estudiado en profundidad. La creencia de de la clase media de ser medio-alta en los años 80. La carencia de referentes culturales y/o políticos en esa época. La desmemoria histórica.
La situación pudiera haberse mantenido hasta
hoy (con muchos matices porque Internet y la emancipación de la mujer son el paradigma de la sociedad actual) de no haberse incrementado las desigualdades sociales. Se quiso a través de la deuda y el resultado esta a la vista.
Berta, mi caso es análogo al tuyo. A mí me salvó (me salva) la cultura y la absoluta desaparición del complejo de culpa que me inocularon los curas a lo largo de 15 años de colegio. Panda de cabrones.
Quizá es que la vida de la clase media de un país medio no interesa una mierda a nadie. Agradece haber vivido bien y disfrutado lo que has podido, no esperes un monumento a tus viajes de esquí o un poema épico a tu lucha contra el sobrepeso.
No espero un monumento, Hugo, simplemente una novela en la que sentirme un poco reflejada. Parece ser que las luchas con el peso de Bridget Jones sí que interesaron a unos cuantos y el cómo estaba contada la angustia adolescente de un niño bien de clase alta llamado Holden Caulfield sigue interesando, fíjate. Y aquí se han hecho novelas sobre ambientes sórdidos que no aportan nada más que la descripción de un mantel de hule, una sopa insulsa, un abuelo que es un viejo verde. Sobre gustos…
«Amor kamikaze» de Angel Fernández Femoselle. Ed. Kailas. Algo hay…
Lo que yo creo es que los referentes culturales de esa generación -a la que pertenezco, aunque no pertenezca a esa clase social- han estado como muy dispersos en numerosos campos. También por efecto del fin del franquismo, y la apertura del país a lo anglosajón en lo cultural… es decir, porque entra la postmodernidad cual caballo en cacharrería cuando en España lo que había era todo muy escolástico salvo algún diletante raruno -tipo Dalí-.
Ahora por el contrario todos son diletantes hasta el punto en que Dalí no tendría nada que hacer hoy en día.
Yo pienso que esa generación está reflejada en muchos sitios, aunque si hablamos de esa generación pero en españa, pues no, porque aquella apertura de la que he hablado nos ha convertido a todos en tan cosmopolitas -pero de postal- que a españa misma la mayoría la ve como si fuera algo rancio, y a nadie le interesa (si muestras algún interés hasta te pueden llamar «facha» y todo, uno de esos desprecios que definen mejor al insultante que al insultado). Además es muy difícil que por ejemplo en literatura salga un novelista importante que glose eso, porque la gente lo que quiere leer son best-sellers (y me parece muy bien), cuando quiere leer, claro… apliquemos esto a otras disciplinas y el panorama puede resultar desolador, efectivamente.
¿Este artículo va en serio?
Muy interesantes las reacciones a este artículo, aunque el premio al toque genial yo creo que se lo daría (en esta tarde noche de domingo de ´goyas´) al comentario de Minaya Álvar. Se lo concedo porque refleja lo que cuesta a algunos creer que la clase media ‘llora’. En realidad sí que lo hace y, por lo tanto, es natural que la autora, Berta, eche de menos referentes estéticos que catarticen el desasosiego de su generación.
Creo que nadie escribe para ninguna cla se social. Excepto de encargo.