Destiempos Opinión Sociedad

Félix de Azúa: Restos religiosos

Bárcenas

El desconcierto que están causando los múltiples latrocinios, timos, estafas y desvalijamientos por obra de la parte más noble de nuestra sociedad ilustra sobre el respeto que aún se le tenía a eso que suele llamarse “la clase dirigente”. Me recuerda a los sentimientos que despierta la palabra “artista” cuando se pronuncia en público. Basta con que alguien hable de los artistas o diga de sí mismo que es un artista para que se generalice una sensación confortable y cálida entre la audiencia. Una sonrisa aflora a sus labios y se acomodan en la butaca.

El populus ama a los artistas y a otros representantes religiosos que le garantizan que la vida merece la pena, pues esa es la función popular del arte. Si no hubiera tal cosa como el arte, ¿qué sentido tendría nuestra vida, una vez desaparecida la religión? En ese mismo territorio se mueve la anguila política. El político tiene también el destino eclesiástico de asegurar la paz y la justicia. Desdichadamente (y en eso se parece cada día más al artista) su función apaciguadora, su función curativa y confesora, es cada día menos convincente.

En los últimos meses ha habido una verdadera avalancha de latrocinios cometidos por políticos o por familiares de políticos o por gente que se supone que respeta la política como acción dirigida a moralizar y ordenar a la sociedad. Ética y razón son las dos piernas del político profesional, pero en estos meses se las ha amputado él mismo, se ha dado un inmenso hachazo. Nuestros políticos se agitan ahora como anguilas porque han perdido las piernas. Son troncos balbuceantes que abren y cierran la boca a la manera de los peces que se asfixian por falta de oxígeno en un charco de barro.

Y sin embargo no había razón para creer en ellos, tenerles confianza o esperar una medicación contra el desasosiego y la ruina. Son empleados de una empresa gigantesca cuyos beneficios se obtienen mediante una ajustada sustracción de los bienes estatales. Los partidos políticos españoles viven de robar el dinero de sus votantes y eso ha sido siempre así. Podríamos dulcificarlo y decir que es lo que les pagamos en negro para que funcionen como partidos, aunque sea un simulacro. Ahora bien, si queremos partidos, en todo caso debemos sobreponernos y seguir adelante como si trabajaran para nosotros.

Recuerdo una conversación con Duran Farrell, el difunto empresario que trajo el gas a España, en la que me decía escandalizado el dinero que le estaba exigiendo el partido político entonces en el poder. Esa fue la primera vez que oí la expresión “impuesto revolucionario” fuera del contexto de ETA. De esto hace más de 20 años y el gobierno era socialista. Oso decirlo porque venía conmigo otra persona (gran tipo, por otra parte) que lo puede confirmar. Siempre ha sido así, siempre han robado o siempre les hemos pagado en negro, si lo prefieren. A todos ellos. Desde el principio.

El escándalo solo se levanta cuando el personaje religioso aparece públicamente como alguien demasiado parecido a nosotros, un pobre pecador. El párroco que se beneficia a la sobrina, el obispo que ayuda a los pederastas, la monja que comercia con recién nacidos, el canónigo que vende la virgen antigua o se queda el dinero de los pobres, todos ellos son pecadores como nosotros. El creyente entonces ve vacilar su fe y a poco que se le caliente el espíritu acabará siendo un ateo furioso y tiempo más tarde, cuando las circunstancias lo favorezcan, quemará iglesias y fusilará al clero.

El ateísmo, en política, es la desafección y puede conducir a un régimen totalitario con suma facilidad. Españoles e italianos hemos tenido los dos regímenes fascistas más tranquilos y populares de Europa. No somos muy distintos de los italianos, solo bastante más ignorantes. Ellos se las arreglan mejor con sus ladrones y con sus asesinos, son más inteligentes, son más cultos. Recuerden que fueron los servicios secretos italianos, infiltrados en Ordine Nuovo, los responsables de la matanza de Bolonia en 1980. Y que algunos cuerpos de seguridad organizaban atentados para distraer a los medios de comunicación del contrabando de petróleo que habían montado ellos mismos. Cada vez que entraba en puerto un carguero patibulario, asesinaban a alguien de portada.

¡Aún nos queda mucho que aprender!

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17 Comments

  1. Falacio

    Veo en su artículo cierto maniqueísmo, si es que lo he entendido bien, en el sentido de presentar en países como el nuestro e Italia a los políticos como los malos y a los esforzados grandes empresarios e importantes hombres de negocios como los buenos.
    Sin embargo, pienso, siendo partidario de una sociedad en que se reconozca el mérito y el trabajo bien hecho, en una sociedad donde puedan prosperar mediante la libre competencia los que mejores soluciones ofrecen a las necesidades o caprichos de la gente, que no todo puede ser reducido a ese esquema simplista de políticos corruptos y esforzados empresarios chantajeados y robados. Al menos esto es lo que se desprende de su artículo y del ejemplo que nos pone.
    Creo, al contrario, que si algo caracteriza a sociedades como la italiana y cada vez más a la española es la alianza entre la élite empresarial de estos países con los partidos políticos, con lo cual tanto élites como partidos se mantienen en el poder aunque cambien el nombre de sus sociedades y las siglas de sus partidos. Esto ahoga la libre competencia e impide la renovación y despliegue del tejido productivo del país, la creatividad e innovación de gente joven y preparada que se enfrenta a una barrera infranqueable para competir según las reglas del mercado libre con esa vieja élite empresarial que por sus contactos políticos acaba acaparando todo el mercado e imponiendo sus intereses mediante regulaciones, leyes y reglamentos pactados con el poder político a cambio de donaciones, sobornos y corrupción con las que mantener los aparatos de los partidos.

    • Isaías

      Pues entonces no veo dónde está el maniqueísmo de Azúa, según afirmas. Al menos tal y como lo he entendido, de lo que se hace eco es precisamente de ese estado de cosas en el que «esa vieja élite empresarial … por sus contactos políticos acaba acaparando todo el mercado e imponiendo sus intereses mediante regulaciones, leyes y reglamentos pactados con el poder político a cambio de donaciones, sobornos y corrupción con las que mantener los aparatos de los partidos». Las élites políticas, en este sistema de listas cerradas, son corruptas por naturaleza o, si se quiere, por necesidad: no pueden no serlo. Y dejan claro, abierta o tácitamente, cómo hay que obrar con ellos si se quiere llegar a alguna parte. Como nunca falta un roto para un descosido, hay todo un sector del empresariado que acepta o, incluso, está encantado con que las cosas sean así. De lo contrario, en un modelo real de libre competencia y mérito, no tendrían la más mínima opción de éxito. Y es ésa confabulación la que nos ataca a mano armada día sí, día también, como señala Azúa.
      Lo que, en mi opinión, deja Azúa fuera de esta ecuación es nuestra connivencia como ciudadanos con derecho a voto o, al menos, con capacidad para no mirar para otro lado y no reírle la gracia a ciertos personajes. Por ir a lo concreto: «Me revienta que Mengano sea un chusma, pero como Mengano me puede meter por la cara en … (léase, ayuntamiento, diputación, empresa pública inútil y un largo etcétera), pues bueno, yo me hago el longui». Otro ejemplo: «Zutana tiene un morro que se lo pisa porque está más sana que una pera pero lleva de baja lo que no está en los escritos. Yo tengo la posibilidad de no darle por buena esa baja, pero me hago el longui». O peor aún: «Los del Partido de Clodoaldo roban a manos llenas pero como los del Partido de Chindasvinto son… (léase, fachas, nazis, comunistas de mierda, maricas, Adventistas del 7º Día, marcianos…) y yo no, pues entonces sigo votando por el Partido de Clodoaldo y me hago el longui». Es decir, en lo que coincido y, la vez, discrepo con Azúa es en que quienes se lo están llevando muerto no son demasiado diferentes del resto de nosotros. ¿Que eso conlleva una pérdida de fe? Puede ser pero uno no puede alabar a la mediocridad rampante que nos rodea y luego esperar que, por obra y gracia del Espíritu Santo, rijan nuestros destinos clones de Abraham Lincoln, Winston Churchill o del emperador Marco Aurelio

      • Falacio

        Pues sí, llevas razón, sin duda lo he entendido mal porque leyendo el artículo constantemente se refiere a los políticos en la ecuación de la corrupción y cuando habla de los empresarios nos presenta a uno, extranjero, que se quejaba de cómo funcionaban las cosas aquí. Y tal prevención viene porque a pesar de creer en el libre mercado y en la libre competencia no estoy de acuerdo, sin embargo, con los que proponen la total desregularización y creo que los políticos y el Estado tienen un claro papel que jugar, siempre que funcionen de forma adecuada los controles democráticos y contrapesos del poder que hay en cualquier país civilizado y que aquí han fallado estrepitosamente. Y la estrategia básica y repetida de los que proponen esa total desregulación es descalificar la política en general. Por eso, creí necesario insistir en que en toda corrupción hay un corruptor y un corrompido, necesitándose el uno al otro.
        Sin embargo también es cierto que un empresario ni nos ha pedido nuestra confianza ni nuestro voto y por tanto se supone que buscará exclusivamente la defensa de sus intereses particulares, mientras que el político, se supone, que debería cumplir con su compromiso. Es decir, serían doblemente canallas, primero por vulnerar la ley y segundo por ser ellos responsables de que se actúe de acuerdo con ella.

        • Isaías

          Por ahí va la cosa, cuando hablas de corruptores y corruptos. No creo que a ningún empresario le pongan una pistola en el pecho para que acepte pagar la mordida correspondiente, del mismo modo que no sería creíble que nos viniera un político diciendo: «Uf, es que no me quedó más remedio que aceptar la pastizara que me estaban poniendo delante. Ya se sabe, la carne es débil…» y todo ese rollo.
          No: me temo que en esto funciona más o menos como en lo de las drogas, legales (de venta en farmacias y con prescripción facultativa: engánchate con ansiolíticos o con pastillas para dormir, y no serás un drogata impresentable sino sólo un enfermo. O de venta en bares o kioscos: ya se sabe, no es un borrachuzo que tiembla el misterio, sino que le gusta divertirse; y no es que sea adicto a la nicotina, es que se fuma un pitillo… detrás de otro) o ilegales. Me resulta a menudo «enternecedor» ver los clásicos reportajes que nos cuentan cómo Fulanito o Menganita «cayeron en las redes de la droga», como si la droga (casi que dan ganas de escribir LA DROGA) fuera Galactus, el Devorador de Mundos, que más de una vez vio uno en los comics de los 4 Fantásticos. Uno se mete en ese mundillo por curiosidad, por divertirse (eso dicen…), por no ser menos que el resto de la pandilla, por desinhibirte, por desconectar de lo que no te gusta, porque eres tonto más allá de toda posible remisión… Hay tantas posibilidades… Lo que no me vale es que uno poco menos que fuera obligado a meterse jaco o esnifar rallas como pasos de peatones. Uno se mete porque decide meterse. ¿Que luego se te va de las manos? Lo siento, pero a mamarla… Y no quiero frivolizar con esto, ni tomarme a chirigota casos tremendos que hay por ahí: he visto bien de cerca unos cuantos; sin duda, más de los que me gustaría haber visto. Pero precisamente por eso estoy harto de tanto (y tanta) idiota egoísta que no sólo se jode su vida (por mí, como si se quieren tirar de un puente) sino que se la jode, y bien, a los de su entorno.
          Corruptores y corruptos no tienen perdón de dios (ni del diablo) pero, aún menos, quienes aplauden con las orejas a tanto sableador y a tanto listillo.
          En cuanto a lo otro que comentas sobre la intervención pública en la economía, bueno, estoy de acuerdo contigo en que debe haber una cierta presencia, en especial en sectores clave como seguridad, sanidad, educación e infraestructuras, para garantizar el acceso sobre todo de los más necesitados a esos servicios en condiciones dignas. A partir de ahí, cuanto menos intervenga el Estado, mejor. ¿Por qué? Muy simple: porque el Estado juega con cartas marcadas. O, si se quiere, porque no hay nada como disparar con pólvora del rey. Como el Estado se supone que no puede quebrar, las empresas y organismos públicos pueden gastar y, de hecho, gastan a espuertas con planes disparatados, plazos que no se cumplen ni equivocados, con desfases de presupuesto que en la empresa privada te podrían costar la cárcel por estafa o por desfalco, contratando a perfectos ineptos para puestos de alta dirección simplemente porque es un amiguete (si es «Miemmano», ya ni te cuento), con plantillas sobredimensionadas simplemente para ir de rumbosos por la vida contratando a estómagos agradecidos para las próximas elecciones, etc., etc. Es decir, el sector público, tal y como funciona por estos lares, no es más que un elemento distorsionador de la libre competencia y un foco permanente de corruptelas, como podemos ver a diario.
          El Estado debe crear el marco legal mínimo necesario para que las empresas puedan funcionar con la mayor agilidad posible, en lugar de la cantidad elefantiásica de leyes que tenemos en España, que, como no se cumplen ni en sueños, a lo único que dan lugar es a más leyes aún, que servirán todavía menos. Y, en todo caso, regular el sector bancario sólo para proteger los depósitos de los asalariados normales y los pequeños ahorradores. A partir de ahí, ¿que un banco toma decisiones demasiado arriesgadas y le sale el gato mal capado? A joderse, que desaparezca el banco, que respondan los dueños ante los accionistas con su dinero y su patrimonio y, si no, al talego. ¿Que usted se creía más listo que nadie y metió su dinero en un tocomocho chungo del que ha salido escaldado? Pues haberlo pensado mejor, no te jode… Nunca más esta vergüenza sangrante de rescates multimillonarios a nuestras expensas de toda una cuerda de ladrones que se van de rositas pero que luego hablan, de boquilla, claro, de la libre competencia y demás maravillas «liberales».
          Precisamente por considerame liberal, me cago de risa ante todos esos farsantes que por liberalismo entienden aquello de la ley del embudo: lo ancho para mí, lo estrecho para los demás. Los demás sectores, que los liberalicen, que así, de paso, me salen las cosas mejor y más baratas; pero el mío, que lo dejen como está, que así me sigo yo beneficiando del monopolio, estatal o privado, o del oligopolio con los coleguis.

          Saludos.

    • alberto martinez

      No es maniqueísmo lo de Azua, es literatura, y además es verdad. Sobre todo cuando recuerda que lo de España (Azúa: tú bien sabes que sobre todo lo de Cataluña) es fundamentalmente cutre y lo de Italia algo menos. Son más cultos, dices. Y es una verdad como un templo, pero también es verdad que la cultura de la clase media italiana «era» y cada vez lo es menos. Donde hubo, sin embargo, hay: saben hablar y estan rodeados de una belleza formal incomparable. Sea lo que sea la clase media española, no sabe hablar, bordea el analfabetismo y en algunas regiones es además de una cutrez que obliga a taparse los oídos o, como el propio Azúa, simplemente a huir.

  2. Isaías

    ¡Qué terrible! ¡Y qué cierto…!

  3. ehgolam

    Coincido con Isaías y, por supuesto, con Azúa.

  4. Detrás de los atentados de Italia y de la dictadura franquista estaba la red Gladio, organización terrorista vinculada a la OTAN y a los servicios secretos de Estados Unidos y Gran Bretaña, formada por gente de extrema derecha (entre ellos criminales nazis) y cuyo fin era hacer frente al comunismo. España era una de las bases principales de Gladio. Recomiendo el libro de Daniele Ganser «Los ejércitos secretos de la OTAN» (se encuentra en la Red y en la Wikipedia hay un buen resumen). En él leemos que «al ser interrogado sobre la existencia de Gladio en España, Calvo-Sotelo, quien había sido primer ministro entre febrero de 1981 y diciembre de 1982, respondió con una mezcla de ironía y amargura que bajo la dictadura de Franco «Gladio era el gobierno». Alberto Oliart, ministro de Defensa del gobierno de Calvo-Sotelo, hizo una observación similar al calificar de «pueril» el hecho de preguntarse si la España franquista también había tenido un ejército secreto de extrema derecha ya que «aquí, Gladio era el gobierno». En la Transición, Gladio (es decir, Washington) también tuvo un fuerte papel favoreciendo la integración en la Unión Europea siempre que se mantuvieran las bases militares y que España entrara en la OTAN.

  5. Falacio

    Estoy de acuerdo contigo en que muchos pretenden eludir su responsabilidad individual amparándose en la circunstancias, es decir, presentándose como víctimas de una determinada cultura, de una determinada forma de vivir y hacer las cosas, como, por ejemplo, la del consumo de drogas y la de la corrupción, no dándose cuenta de que esa cultura está formada por la suma de decisiones individuales, es decir, de responsabilidades individuales, que deciden tomar droga o entrar en el juego de la corrupción.
    Pero, aceptemos esas responsabilidades individuales y vayamos más allá, es decir, por qué tantos individuos deciden en un momento dado tomar drogas o corromperse llegando a conformar una cultura determinada que, como en el caso de la corrupción, puede llegar a eliminar por ineficaces otras formas de actuar honradas, es decir, que mucha gente que en principio no entraría en el juego de la corrupción no le quede más opción para salvar su empresa que entrar en el mismo, sin que queramos quitarle su responsabilidad individual en tal decisión.
    En primer lugar hay un factor de tiempo, de situación heredada, que ha hecho establecerse como forma habitual de funcionar las cosas unas determinadas conductas y costumbres que todo el que llega nuevo ha de aceptar si quiere prosperar.
    En el caso de la corrupción y las empresas en este país, algunos consideran, y me parece razonable, que este modo de funcionar se remonta a muchos años atrás, casi secular, anterior aún al anterior régimen y casi en el mismo origen del tardío desarrollo industrial que tuvimos. Pero centrándonos en épocas más recientes, en el desarrollismo de los años 60, se afirma que para no tener demasiados problemas con el Estado a la hora de desarrollar la empresa, e incluso beneficiarse y crecer con los contratos del mismo, era preciso demostrar que uno confesaba y comulgaba todos los días y que eso era más importante y decisivo que su preparación y sus ideas empresariales. Algunos piensan que esa cultura se sigue dando actualmente y que los actuales partidos que se alternan en el poder exigen igualmente la confesión y comunión con las ideas políticas del gobierno de turno si quieren prosperar. Aún sin haber dinero por medio, esa cultura, esas costumbres, esa trabazón entre ideología política y empresa, entre gobierno y empresa, creo que facilita, alienta y potencia un modo de funcionar que dará origen a la corrupción.
    Y esa cultura empresarial una vez asentada actúa anquilosando, ahogando la competitividad, la mejora y desarrollo empresarial de un país. Porque imaginemos que son factores fundamentales para obtener contratos y licencias la afiliación política del empresario, demostrada mediante previas donaciones al partido respectivo, aunque sean legales, antes que presentar un proyecto competitivo y eficaz en el concurso público que se hace o demostrar las ventajas económicas para el entorno, para la sociedad, si se le concediese determinada licencia. En esa cultura un empresario, si quiere prosperar, no intentará ofrecer mejores ventajas y soluciones que sus competidores en llevar a cabo el trabajo que se oferta, sino que competirá por dar mayores donaciones al partido, al gobierno, o a la persona que se vale del partido y de su cargo para su enriquecimiento personal, que decidirá en última instancia quien se llevará el contrato y que incluso elaborará los requisitos exigidos adaptándolos a las características de quien ya sabe que lo ganará, para darle apariencia legal. Conozco innumerables casos a cualquier nivel administrativo.
    Y esta cultura empresarial-política la creo muy asentada en este país y sólo así se explica que los empresarios no inviertan como en otros países en I+D, que las empresas de este país sean incapaces de absorber personal muy capacitado y formado que deben emigrar para obtener puestos y salarios acordes a su preparación, que faltándole el dinero a las administraciones públicas por el colapso financiero estas empresas sean incapaces de prosperar pues su actividad estaba ligada al dinero público y a los créditos fáciles que obtenían de los políticos infiltrados en las cajas de ahorros, y que sólo muy pocas, aquellas que orientaron su actividad y buscaron sus mercados fuera de aquí y que por tanto se vieron obligadas a competir empresarialmente mediante I+D, tecnología y personal muy formado, sean las que se mantienen a pesar de la debacle política que hemos tenido como consecuencia de que nos cortaron el crédito por una crisis financiera internacional.
    Creo que la reforma profunda que hay que hacer en este país, la verdaderamente importante, y que de ella derivan los demás problemas gravísimos, como el paro y la corrupción, es cambiar la cultura empresarial y política de este país y que deje de ser un mercantilismo plutocrático empresa-gobierno, para que de verdad se pueda aprovechar la formación, la innovación y las posibilidades de desarrollo que esta sociedad tiene y que se ven ahogadas por esas élites económico-políticas que establecieron sus reglas de juego contrarias a la libre competencia y a unos mercados realmente libres.

    • Isaías

      Pues amén a ese deseo.
      El análisis que haces de cómo se han conchabado ciertos empresarios (casi da vergüenza usar ese nombre referido a ciertos personajes; digo, por lo que implica de denigrar a quienes de veras lo merecen) y las élites leninistas de los partidos es muy certero. Digo lo de leninistas porque el modelo jerárquico piramidal a rajatabla de «el que se mueve no sale en la foto» que conocemos hoy en los partidos, a izquierda o derecha, da igual, al menos en los partidos europeos, lo creó el Sr. Vladimir Illich Ulianov.
      Precisamente para que prospere un sistema de veras abierto y que premie y valore la calidad y la eficiencia hace falta que el Estado reduzca su tamaño y que deje de distorsionar el mercado. No sólo por lo que ya hemos comentado sino, además, por lo que señalas de empresas que, confiados en que tener contratos con el Estado es Jauja, han puesto todos sus huevos en esa cesta y, como ahora vienen mal dadas, de repente se ven con una mano alante y otra atrás.
      Y si la apertura al exterior, a la competencia real, ha favorecido a las empresas que han asumido ese reto, como bien señalas, aquí dentro también se necesita esa apertura. Me refiero, claro está, a las listas abiertas en los partidos, a que uno llegue a concejal o alcalde de su pueblo, a diputado o a Presidente del Gobierno porque efectivamente x número de personas votaron por ti, no porque la cúpula del partido te haya puesto en esa plancha a cambio del famoso «entre bueyes no hay cornadas».
      Y junto con eso, el sistema de financiación de partidos, patronales y sindicatos: cuotas de sus afiliados y donaciones, punto. En el caso de EEUU, esa captación de donaciones se hace bien a las claras, nadie se llama a engaño: todo el mundo sabe que Fulano ha donado no sé cuántos miles o millones de dólares a tal candidato republicano o demócrata; a veces, incluso a los dos. ¿Que lo hace para influir? Claro, coño, no va a hacerlo porque le guste como canta en la ducha, del mismo modo que si alguien te hace una oferta de negocio, es para que le des trato preferencial o mejores condiciones o lo que sea. En eso se basa la competencia leal, en ir diciendo a las claras «yo quiero tal cosa y ahora vamos a hablar de cómo lo hacemos».
      Porque la basura de sistema de financiación de partidos que tenemos es una sacadera de dinero de nuestros bolsillos brutal que, encima, no corta con las «donaciones», como estamos viendo desde hace años, sólo que esas donaciones no son sino «mordidas» hechas a la zorruna. Pero luego todos inmaculados e incorruptos como el brazo de Santa Teresa… Y eso es cualquier cosa menos competencia leal.
      ¿Que ese sistema no impide que haya casos de corrupción en EEUU? Claro que no, ni que fueran todos santos. Yo no pretendo que los políticos sean santos ni que estén a prueba de fallos, como los relojes atómicos. Lo que pretendo es que el sistema tenga los mecanismos correctores adecuados de forma que, si te pillan, se te caiga el pelo. Y eso sí que pasa en EEUU, nos guste reconocerlo o no. Yo no tengo problema en reconocer, y envidiar sanamente, que funcionan mejor que nosotros de aquí a Lima. Basta comprobar dónde está cada cual para darse cuenta.
      El escándalo de Enron significó que una elétrica que llegó a tener una cotización en bolsa estratosférica se fuera al carajo en dos patadas. Aquí, el oligopolio de las eléctricas se lo llega llevando crudo desde hace ni se sabe y ahí están, descojonados de risa y nosotros pagando como idiotas.
      Standard & Poor se enfrenta a una demanda por parte del propio Gobierno de algo así como 5.000 millones de dólares por fallos clamorosos en sus estimaciones y valoraciones, igual que la pasó a Madof. Aquí tenemos lo de Bankia, lo de Caixa Nova Galicia, las moviditas de los Botín etc., etc., y ahí están, descojonados de risa mientras los demás les reflotamos el chiringuito.
      Y la lista podría seguir in aeternum…
      La gente de aquí se ríe de cuando pillan a algún político norteamericano por líos de faldas o por consumir coca y eso le cuesta la carrera política. Al fin y al cabo, decimos, eso forma parte de su esfera privada y ahí el votante no tiene por qué meterse. Aparentemente es cierto: si Rajoy le pone más cuernos que un ciervo de 16 puntas a su mujer, a mí me da igual. Y si Rubalcaba se bebe hasta la colonia de los hoteles, otro tanto. Pero dejarlo ahí es quedarnos en la superficie. El político en EEUU no se mete en política para forrarse: lo habitual es que ya estén forrados antes de entrar, precisamente porque su carrera política se la tienen que sufragar ellos, no el contribuyente. Se mete porque ambiciona el poder, ambición perfectamente legítima. ¿Y el poder para qué? Para hacer las cosas que yo creo que viene bien hacer, para moldear lo que se hace en la sociedad como a mí me parece mejor. Y si usted tiene otro modelo de cómo moldear la sociedad, perfecto, competimos y a ver quién se lleva el gato al agua. En eso consiste la libertad. Y no es altruísmo, no soy tan idiota: para eso se mete uno a Hermanita de la Caridad o trabaja en San Juan de Dios, opciones loables donde las haya, ojo. No: es ambición, que no codicia. Claro que en una sociedad de mala conciencia católica (ahora mala conciencia progre, tanto da) hasta eso hay que explicarlo.
      En fin, que me temo que aún nos queda un buen rato esperando a que las cosas por fin vayan en esa dirección y tengamos una sociedad abierta de verdad en la que se premie el trabajo y el buen hacer.
      Saludos.

      • Falacio

        Estoy de acuerdo con lo de reducción de la Administración Pública, pero creo que hay que hilar muy fino y saber realmente a lo que nos estamos refiriendo en cada caso.
        Por ejemplo, reducir la Administración Pública requiere privatizar determinados servicios por ella ofrecidos. Pero si aceptamos como válido todo lo que venimos diciendo sobre la situación político-empresarial de este país, habrá que abrir mucho los ojos para que dichas privatizaciones vayan realmente a quienes mejor gestionarán esos servicios con un beneficio para todos y no a quienes se aprovecharán de sus contactos políticos para hacerse con ellos aunque su gestión no sea mejor que la anterior pública que había y que, incluso, en muchos casos, resulta más cara y de peor calidad para los ciudadanos.
        Sobre los resultados y casos que se están dando en el ahora candente tema de la sanidad, si nos informamos con rigor y sin prejuicios ideológicos convendremos que la privatización sin unas condiciones previas, que en este caso mucho me temo que no se están dando, de transparencia, competitividad leal y criterios objetivos empresariales y económicos, dicha privatización supondrá en la práctica un expolio que determinada facción política hace de recursos y de los impuestos de todos, a favor de “amigos y conocidos”.
        Si consideramos la cantidad de empresas semi-públicas y públicas que no compiten en igualdad de condiciones al contar con subvenciones y que además no se preocupan de una gestión eficiente al contar con recursos seguros provenientes de nuestros impuestos, está claro que debería reducirse la Administración Pública que en este caso supone un lastre, no sólo porque pagamos impuestos por servicios deficientes e incluso inexistentes (hay institutos públicos y empresas cuya actividad y utilidad no se conocen, salvo que pagar los sueldos de su personal, en muchos casos como retiro dorado de políticos y favores de familiares y conocidos que en ellas trabajan, desde el conserje hasta el director), sino también porque las que realmente tienen una actividad ocupan nichos del mercado, servicios demandados, en función de su situación ventajosa de tener recursos seguros y casi ilimitados y no por su eficiente gestión y su calidad en los servicios prestados.
        Pero no soy de la opinión de que lo público haya de funcionar necesariamente peor que lo privado. Hay que distinguir al funcionario del político y un funcionario puede ser tan profesional, tan competente y tan preparado como otra persona que esté en una empresa privada. Debe contar con incentivos y también con controles, igual que una empresa privada, y sobre todo debe ser independiente del poder político. Creo que ese es el problema, el mismo del que hablábamos con respecto a la empresa privada: la excesiva ingerencia de la política en la Administración Pública. Son dos cosas distintas que habría que distinguir muy bien cuando se habla de privatización, aunque es cierto que en este país se han confundido ambas por prácticas de nepotismo. Cuando se respeta la profesionalidad del funcionariado y se le exige a este en función de la misma, pues su sueldo lo pagamos con nuestros impuestos, las cosas pueden funcionar bien. Por ejemplo, la educación en Noruega es considerada la mejor del mundo y el 98% de sus escuelas son públicas. Allí no hay inspecciones y se ha dejado en total independencia a maestros y profesores para que gestionen y organicen la educación, porque son ellos los profesionales, los que la conocen y se preocupan de la misma. Ahora bien, los profesores allí necesitan demostrar su preparación mediante la superación de pruebas exigentes, cualquier padre puede asistir en cualquier momento a ver como educan a su hijo, pues paga sus impuestos y tiene el derecho a ver como se gastan, pero lo hace él, el ciudadano, y no un inspector político. Los profesores son elegidos por el director del centro que elige a los mejores, a los que cree mejor preparados, y los gastos que estas escuelas tienen, aún dando libros gratis, comida gratis, y siendo las que mejor educación dan en el mundo no son muy elevados con respecto a los que tenemos aquí. Y son escuelas públicas.
        Por tanto creo necesario hilar muy fino en esto de lo público y lo privado, sobre todo en lo que respecta a las privatizaciones y el modo en que se llevan a cabo, pues según el mismo, en muchos casos las privatizaciones son la mayor ingerencia de la política en la actividad económica de un país.

  6. Tayanca

    Acabo de leer «la agonia de Francia» de Manuel Chaves Nogales. Lo que dice el libro es muy parecido a lo referido por Azúa. Al final un tolitarismo nazi aceptado por todos. Esto da un poco de miedo, sobre todo a los que hemos vivido la dictadura de Franco.

  7. Otro Rector

    Otro admirable artículo señor Azúa. Siga así por muchos años. «La agonía de Francia» citado por el lector Tayanca es, por cierto, un libro extraordinario, a la par que despiadado con nuestros vecinos franceses. Yo lo pongo a la altura de los más grandes analistas políticos del siglo XX, empezando por Orwell. Un puro ejercicio de inteligencia y claridad retórica.

  8. marisolzapatasalinas

    Solo viví once años de dictadura en una familia humilde que nada sabía de política. Desde que soy adulta pienso que la buena política es la base de todo en la vida, pero casi nadie a mi alrededor coincide, sólo creen que los políticos son «peces que se afixian …en charco de barro» y yo les digo a todos que cada cual debe ser digno, no sólo el que está en política: hay personas comiendo en Cáritas con mas clase que muchos dirigentes, luego no es la condición social, sino la dimensión humana la que distingue a las personas. Pero insisto, miro a mi alrededor y casi todos me llaman tonta por creer en la honradez de algún político que dimitió. Me temo que reducir la sospecha de corrupción a «todo dirigente o empresario» nos lleva a la conclusión de que ellos harían igual al ocupar un cargo o puesto y por ahí, no paso. Sueño con políticos y personas que naden en charcos de agua limpia, porque ´se que los hay.

  9. ¡Ah, los políticos! ¡Qué re-que-te-ma-los que son! Y de los (políticos) españoles, ¡ni mencionarlos!

    Hace más de 25 años vi en la prensa la noticia de un plan público para tratar un problema comarcal. Me extrañó, porque me había ido a estudiar ese problema a Inglaterra en los últimos años de mi estudios en la universidad, y el plan parecía tener una pinta rara. No hará falta que siga contando en qué acabó el tal plan, ni adónde fue a caer su presupuesto.
    Hace unos meses comía con un ingeniero decano ya jubilado y me contaba cómo las constructoras se reunían con las más altas jerarquías de las Confederaciones Hidrográficas (pero tanto da esta como aquella) para, por un lado repartirse las obras y por otro fijar los pagos al partido.
    Yo me moría de la risa al oírle.
    Porque si yo, que soy un ingeniero de ná, sé esto y lo otro, y lo de más allá, etc. sólo puede ser porque la cantidad de gente que está enterada de estas cosas es enorme: la cantidad de ciudadanos que están enterados de estas cosas, y que no son ni grandes empresarios ni políticos profesionales, es enorme. E incluye por necesidad a jueces, periodistas, camareros y futbolistas.
    Dos diferencias pues con Italia al menos: no tenemos aquí tantos muertos a balazos, según parece, ni un Sciascia, según creo.
    Pero en espíritu de fratría estamos a la par con ellos.

  10. Señor de Azúa, ¡qué cosas nos dice usted como si fuesen cosas -amén de consabidas y comprobadas- interesantes o incluso decisivas! ¿Los italianos más cultos que los españoles? Más cultos o menos cultos, todos semi-cultos. En cuanto a la inteligencia, prefiero el concepto de que es algo que le pasa a uno, más que una cualidad. Pero vamos, siga usted así, que nos descubre usted un montón de maravillas. Por ejemplo, que la razón de estado puede ser denominada, así, y tan agusto: inteligencia.

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