La ciudad, París. El año, 1905. El escenario, la Ópera Populaire. Se está realizando una subasta a la que acuden unos pocos curiosos, ricos ociosos, coleccionistas y algunos individuos que parecen ocultar un pasado doloroso. Entre ellos, Raoul, vizconde de Chagny y la hija de la antigua coreógrafa del cuerpo de ballet, Meg Giry. Ambos pugnan por un extraño artefacto, un mono persa que toca una alegre melodía si se le da cuerda. Para el vizconde es algo más que una pieza de coleccionista. Es algo que le conecta con una dama a la que menciona nada más adquirir la curiosa caja de música:
“Pieza es de colección/ Los detalles como ella explicó:/ella a menudo habló de ti (…)”
Era el lote 665. Acto seguido, el subastador habla y la música se torna más siniestra aún:
“Lote 666: una lámpara en piezas. Algunos de ustedes quizás recuerdan la historia del fantasma de la ópera: un misterio nunca explicado por completo. Se nos ha dicho, damas y caballeros, que este es el mismo candelabro que causó el famoso desastre. Nuestros talleres lo han restaurado y han reparado algunas de sus partes para que pueda funcionar con luz eléctrica y nos hagamos una idea aproximada de cómo era cuando funcionaba. Quizás ahuyentemos al espectro de hace tantos años con un poco de iluminación. ¿Caballeros?”
A su orden, la lona que cubre la lámpara se alza súbitamente y un órgano suena furioso y terrible, acompañando la subida del candelabro que se va encendiendo de forma espectacular. Mientras la música de la introducción va in crescendo, la iluminación oscura y tétrica del presente va dando paso al alegre colorido del pasado, con el teatro recobrando la ajetreada vida de sus días de gloria. Así da comienzo uno de los musicales más espectaculares, controvertidos y célebres de todos los tiempos, El fantasma de la ópera, del no menos célebre y controvertido autor Andrew Lloyd Webber, el compositor de musicales más exitoso del mundo junto con Stephen Sondheim.
El barón Lloyd Webber se había ganado la fama con musicales tan famosos como Jesucristo Superstar (1970) la obra que “rockanrollizaba” la Pasión y Muerte de Jesús en una ambientación atemporal, con los seguidores de Jesús como perroflautas, los romanos como militares de algún régimen fascista, los fariseos como una especie de secta tipo Illuminati y convirtiendo a la corte de Herodes en una especie de bar decadente de los felices años 20. Si ya era bastante arriesgado hacer un musical sobre Jesús en plan rock, el narrar los acontecimientos desde el punto de vista de Judas fue el colmo. Multitud de grupos religiosos protestaron ante lo que consideraban una blasfemia intolerable. Y las palabras del letrista, Tim Rice (colaborador de Lloyd Webber y autor de las canciones de multitud de musicales y películas como El Rey León, Aladín o Evita entre otros) no es que ayudasen demasiado: “Resulta que no vemos a Jesús como Dios, sino como el hombre adecuado, en el momento adecuado y en el sitio correcto”. También se ofendieron los judíos, que tacharon la obra de antisemita y que parecía mostrar a los judíos como los malos, los que mataron a Jesús. Las mismas críticas que le hicieron a Mel Gibson con La Pasión de Cristo. Como curiosidad, Camilo Sesto trajo la obra a España en 1975, en una adaptación que el mismo cantante produjo y de una enorme calidad a la que el mismísimo barón se rindió. Casi tuvo más mérito el trabajo del autor de exitazos como Mola mazo (no, es broma) para traer esto España, aunque Franco estuviese a punto de morir. Lo cierto es que a pesar de todas las protestas, las prohibiciones (por ejemplo en Sudáfrica) y de la polémica generada, la ópera rock es una obra que se convirtió en un éxito casi instantáneo y, con el tiempo, un clásico.
Años después, de nuevo con Tim Rice, nacería el musical Evita (1976), otra visión libre de un personaje histórico. En este caso, Eva Duarte de Perón. Personalmente me parece un musical algo pesado, quizás debido a que la única versión que haya visto sea aquella que protagonizaron Madonna y Antonio Banderas. Pero este pequeño recorrido por la vida de Evita y el extraño dueto con el Che se convirtió en otro musical emblemático. ¿Quién no ha escuchado nunca Don’t Cry For Me Argentina? Si hasta un capítulo de Los Simpsons está inspirado en la obra. La popularidad de Andrew Lloyd Webber subía como la espuma y sus obras se representaban en multitud de países, arrasando en los principales premios (Evita, sin ir más lejos, ganó siete premios Tony, incluidos mejor musical, mejor libreto y mejor música). Cinco años después del estreno de Evita, Lloyd Webber estrenó la obra Cats, el musical basado en los poemas de T. S. Elliot. Una obra rara, con un argumento muy simplista sin mayor pretensión que la de unir canciones. No obstante, su popularidad es evidente: 21 años representándose, lo que la hacía merecedora de poseer el récord de permanencia en cartel que ahora está en poder de Les Miserables. El secreto radica en un montaje visual espectacular, canciones muy pegadizas, coreografías muy trabajadas y una excelente dirección de actores. Si Don’t Cry For Me Argentina es el tema más conocido de Evita, aquí tenemos que resaltar Memory, aunque quizás esta última tenga más fama.
Así pues, Andrew ya tenía un reconocimiento en el mundo del teatro musical más que merecido, una carrera sólida cimentada en su portentosa intuición para saber lo que funciona y lo que no en el mundo del espectáculo. Como decían en un artículo de El País, un José Luis Moreno inglés, salvando las distancias y con todos mis respetos al señor Lloyd Webber. Aun así, la joya de la corona estaba por llegar. Y, como toda historia que merece la pena, una mujer fue la responsable de todo: Sarah Brightman. Ella y una novela de terror con tanto potencial escénico como para ser adaptada al cine y al teatro, pero vayamos por partes. Cuando se conocieron en 1984, el autor se había divorciado de su primera esposa, un matrimonio del que habían nacido dos hijos, pero que no funcionó muy bien. Con la cantante hubo un flechazo, verdadera pasión, especialmente en lo musical, pues Brightman tenía una voz tan singular que enseguida conquistó a nuestro compositor. Y pronto se puso a escribir para ella. Un año más tarde, Andrew Lloyd Webber compuso su Requiem Mass, una misa de réquiem a la memoria de su padre, fallecido años antes. Pero claro, una misa de réquiem a su manera, más cercana al espectáculo y al pop que a la solemnidad fúnebre de estas composiciones. Era la excusa perfecta para experimentar con los registros “operísticos” de Sarah, quien sería la soprano solista de la obra acompañando a Paul Miles-Kingston (joven niño soprano con quien haría el dueto de la canción más famosa del Requiem, Pie Jesu) y nuestro tenor más grande, Plácido Domingo.
Lloyd Webber quería seguir profundizando en estos registros para su entonces mujer (tampoco acabó bien esta relación, aunque no del todo mal, pues se llevan bien: él sigue presentándola como “su Ángel de la Música”), así que empezó a pensar en proyectos con los que llevar a cabo esta tarea. Y aquí es donde entra El fantasma de la ópera. Escrita en 1911 por Gaston Leroux, la novela original no tiene nada que ver con la historia que el gran público conoce, que es la del musical. No es una historia de amor, sino que se encuadra en el terror gótico, que añade el romance como elemento secundario. La adaptación más fiel a la novela hasta la fecha sigue siendo la película muda de 1925, una producción de la Universal, que por aquel entonces estaba haciéndose de oro con las películas de monstruos (La Momia, Frankenstein…). A partir de ahí, multitud de adaptaciones y reinterpretaciones fueron transformando poco a poco la historia original de asesinatos, secuestros y misteriosas desapariciones en una especie de triángulo amoroso entre el fantasma, la corista Christine Daaé y el vizconde Raoul, dando un origen distinto a la deformidad del fantasma, a su nacimiento o cambiando su personalidad, directamente. La obra que impresionó a Andrew Lloyd Webber la firmaba Ken Hill, en el Royal Theatre de Londres. Compró los derechos de la obra con vistas a convertirla en musical, pero al final consideró que lo mejor sería escribir un material completamente nuevo. Como los derechos de la novela estaban en el dominio público en Reino Unido no hubo problemas legales. El compositor ya tenía los medios para lucir la voz de su mujer. Solo quedaba poner la maquinaria en marcha.
Si hablamos de musicales, automáticamente se vienen a la cabeza los compositores citados —Lloyd Webber y Sondheim—, pero también otra figura crucial es la del productor sir Cameron Mackintosh, con quien Andrew había trabajado ya en Cats. En su currículum se encuentran obras tan importantes como Les Miserables, My Fair Lady o Miss Saigon. Juntos comenzaron a trabajar en la obra. El joven Charles Heart se encargó de escribir las letras sustituyendo a otros escritores que tuvieron que rechazar el proyecto, tanto por motivos laborales (caso del compositor Jim Steinman) o enfermedad, motivo por el que el letrista Alan Jay Lerner no pudo completar su trabajo. De hecho, murió meses después del estreno de la obra. Lo único suyo que se conservó fue la parte de la Mascarada. Le sustituyó Richard Stilgoe, que ya había escrito las letras de otro musical de Lloyd Webber, Starlight Express. Pero el autor definitivo sería Heart. El guion del musical respetaba más la historia de la novela que otras adaptaciones posteriores, pero se volcaría en la relación amorosa-obsesiva del fantasma y Christine, además de presentar al protagonista como un artista atormentado, un músico que anhela la belleza que nunca pudo disfrutar debido a su deformidad y que solo encontraba en la música.
Para el reparto estaba claro que el papel de Daaé sería para Sarah Brightman, pero el fantasma dio algún que otro problema para encontrar un actor que pudiese encarnarlo. En un principio sería el rockero Steve Harley el elegido para interpretarlo. Incluso llegó a grabar un vídeo promocional con Brightman. Pero fue su voz lo que impidió que llegase a estrenar: Andrew quería un fantasma más operístico, alejado del estilo rockero que le imprimía Harley a la interpretación. Así pues, la búsqueda de un actor que reuniese las características adecuadas se intuía un tanto ardua. Se necesitaría un golpe de suerte, poner a las personas en el sitio adecuado en el momento justo. Y quiso la casualidad que el futuro fantasma y Sarah Brightman compartiesen profesor de canto y que Andrew Lloyd Webber escuchase a este otro alumno. Michael Crawford, quien apenas tenía experiencia en el mundo del musical, sería finalmente el elegido. El tiempo le dio la razón a Lloyd Webber por confiar en él, pues no existe aún otro actor que haya podido interpretarlo mejor que Crawford. El trío protagonista se completó con Steve Barton como Raoul de Chagny.
La producción se estrenó el nueve de octubre de 1986 en el Her Majesty’s Theatre, en el West End de Londres bajo la dirección de Hal Prince, la coreografía de Gillian Lynne y con la escenografía y vestuario de Maria Björnson, uno de los puntos más fuertes de la obra. La recreación de la Ópera Populaire, sus sótanos, la guarida del fantasma o el cementerio fueron tan espectaculares que se convirtieron prácticamente en un personaje más con su propio texto y sus propias canciones. Este musical no sería lo mismo sin el mítico paseo en góndola por el lago subterráneo del edificio mientras las velas van surgiendo de la niebla mostrando el camino hacia la guarida del fantasma; probablemente no habría tenido tanto éxito si el candelabro no se “estrellase” en mitad de la función; y es casi seguro que el baile de la Mascarada no tendría tanto color y tanta magia sin esos trajes. Todos los elementos sumados dieron como resultado el musical más rentable de la historia, visto por más de 100 millones de personas, estrenada en 27 países y que marcaría un antes y un después en cuanto al teatro musical. Incluso se hizo una versión para cine, dirigida por el inefable Joel Schumacher un director capaz de lo mejor (Última llamada) como de estar a punto de destruir Batman. En esta ocasión no lo hizo del todo mal. Gerald Butler era bastante convincente como protagonista antes de pasar a la historia como Leónidas, aunque su voz no tenía las características adecuadas. Y, a pesar del pésimo Raoul, interpretado por Patrick Wilson, lo cierto es que la película es bastante buena. Destaca para bien la interpretación de una jovencísima Emmy Rossum quien, con apenas 17 años, interpretó con gran solvencia a Christine, y contiene momentos memorables, como la caída de la lámpara o la escena de la obertura, explorando con las técnicas cinematográficas los caminos reservados para la imaginación en el teatro. Como curiosidad, para cada país de habla no inglesa la película fue doblada por el mismo reparto que estuviese representando la obra en ese momento, lo cual fue, evidentemente, un auténtico desastre. No por la calidad de las voces (aquí en España pudimos disfrutar de Juan Carlos Barona y Julia Möller, casi nada) sino por la perversión de las letras para que estas encajasen con los labios de los actores originales. Daba un poco de vergüenza ajena comprobar que That’s all I ask of you había sido traducida como “Tan solo hazlo tú”.
¿Qué es lo que hace tan especial a este musical? La historia en sí no es el colmo de la originalidad, pero en estas obras, el argumento es lo de menos. Las actuaciones tampoco, porque cada país tiene su reparto y con los años obviamente ha ido cambiando. Y, aunque la escenografía tiene la misma esencia en cada función, el presupuesto y los teatros son distintos en cada lugar. Lo único que nos queda entonces es la música. Aunque yo no soy un experto en la materia musical, sé cuándo algo es bueno y cuándo no. Y, después de escuchar el 80% de la obra de Lloyd Webber, puedo afirmar con rotundidad que El fantasma de la ópera tiene la mejor partitura de cuanto ha escrito. Casi toda la música es digna de mención y es difícil destacar unas pocas sin tener la sensación de que te dejas otras en el tintero, pero si me tuviese que quedar con las más representativas, mi selección quedaría así:
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La Obertura: El momento con el que se abre este artículo y también la obra, un enganche perfecto para el espectador.
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La llegada a la guarida del fantasma: Cuando Christine parece disfrutar de las mieles de la fama y del rencuentro con su viejo amigo, el vizconde, el maestro hace su aparición para reclamar su parte del triunfo. Con el misterioso y adictivo efecto que produce su voz en ella, el fantasma “secuestra” a la joven para llevarla a su reino. Un viaje que mezcla los trucos del músico con la imaginación de Daaé mientras los dos cantan la canción más emblemática del musical. Todo en este momento es espectacular: la recreación del lago, la aparición de las velas, la música, las voces… El final, con el fantasma gritando “Sing! Sing my Angel of Music!” y Christine sacando un torrente de voz es algo que no se olvida con facilidad.
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Music of the Night: Este momento, después de que el Fantasma se lleve a Christine a sus dominios, resume perfectamente el sentimiento que nuestro compositor profesa hacia la muchacha. El amor a través de la música. Es algo parecido a lo que sintió Freddie Mercury por Montserrat Caballé, salvando las distancias, claro: Mercury nunca secuestraría a Caballé. En tanto que la belleza física era algo prohibido para él y que solo en la música podía encontrar una vía por la que mostrar sus sentimientos, Music of the Night es la forma de seducción más poderosa que tiene. De todas las versiones, quizás la de Michael Crawford es la mejor.
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Masquerade: No hacen falta las palabras para describir esto. Solo hay que dejarse llevar por el colorido, la música y la coreografía.
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Las “óperas falsas” son otro punto fuerte de la partitura. Si la obra se ambienta en la Ópera Populaire, qué menos que incluir algunas óperas. Pero, en lugar de utilizar algunas ya escritas, Andrew Lloyd Webber ideó tres. La primera es Hannibal, una ópera sobre el cartaginés. La historia comienza con los ensayos de esta producción de la que forma parte el aria que canta Christine: Think of Me. Más adelante encontramos una ópera titulada Il Muto, una parodia de Las Bodas de Fígaro. Incluye un ballet, aunque la cosa no acaba un poco colgada. Por último, Don Juan Triumphant, la ópera compuesta por el fantasma y en la que empieza a gestarse el clímax final del musical. Como es la mejor creación que jamás ha escrito, el fantasma no quiere tonterías con ella, hasta el punto de aterrorizar a todo el coro con el piano.
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El gran final, la confrontación entre los tres protagonistas. Las voces entrelazadas, la potencia de la música, la tensión del ambiente, la traición, redención y huida del fantasma son los ingredientes de un cóctel que produce todo un torrente de sensaciones y emociones. El cierre perfecto para la obra, aunque Lloyd Webber lo “estropease” con una secuela.
¿Una secuela? Sí. Por lo visto para Andrew y para Björnson, que Christine acabase con Raoul y no con el fantasma era algo “poco adecuado”. Ambientada en Coney Island diez años después de los sucesos acaecidos en la primera parte, Love Never Dies nos presenta a un fantasma que sigue anhelando a su amada, que ha pasado de ser una de las grandes voces de la ópera y flamante vizcondesa de Chagny en un matrimonio feliz, con un hijo incluso, a tener que actuar en una feria de América para poder pagar las deudas que su marido acumula a causa del juego y la bebida. Aunque el argumento está cogido con alfileres —especialmente el conflicto principal, donde se desvela que el hijo de Christine, Gustave, es en realidad del Fantasma (!)—, musicalmente es una digna sucesora de El fantasma de la ópera. Lejos de la calidad de la primera parte, pero con una partitura muy buena.
La obra se estrenó en el año 2010, con Ramin Karimloo (uno de los mejores fantasmas que yo haya visto) y Sierra Borges, que acabarían siendo los protagonistas del maravilloso espectáculo que Mackintosh y Lloyd Webber montaron para celebrar el 25 aniversario del estreno de El fantasma, una macro-producción espectacular representada en el Royal Albert Hall, con un reparto de más de 130 actores y retransmitido en directo para las televisiones de medio mundo. Dejó escenas memorables, como el glorioso final en el que cinco fantasmas cantaban Music of the Night, además de las apariciones de los miembros del casting original, Brightman y Crawford incluidos.
El fantasma de la ópera sigue representándose en los teatros más importantes del mundo. La música en la noche sigue sonando. El ángel de la música sigue esperando la visita de todo aquel que quiera acercarse al reino donde todos se inclinan ante la música. Y que siga así durante otros 25 años más.
Tuve la oportunidad de ver El fantasma representado en Madrid durante mi adolescencia y la verdad es que salí fascinado de la obra.
Gracias por el artículo, me ha hecho recordar esos momentos a través de la música.
!!! Gracias, gracias por el artículo¡¡¡
Me ha parecido maravilloso.
Si la historia acompañase, «Love Never Dies» hubiese sido un petardazo. La partitura tiene nivelón, y da pena que cancionzacas de esa calidad hayan sido ignoradas por culpa de un libreto forzado e insulso. Recomiendo el Bluray: como digo, el argumento es tirando a penosete, pero la música y la escenografía es de quitarse el sombrero.
Coincido contigo, yo también tengo el DVD y es fastuoso. Pero el argumento está cogido con alfileres. Andrew Lloyd Webber se hizo un fan fiction a sí mismo.
Me encanta el concepto de «fanfiction» de sí mismo. De hecho, «fan fiction» sería un buen nombre para un musical: «Andrew Lloyd Webber´s Fan Fiction».
he llegado a este art´culo por casualidad y un poco tarde…pero, gustándome en geenral, me ha llamado la atención que desconozcas el detalle de que Michael Crawford era una estrella absoluta de la televisión justo antes de interpretar al fantasma, y había sido ya una estrella del teatro musical en «Barnum» así como en la adaptación a cine de «A funny thing hapened on the way of the forum» y «Hello Dolly» donde tuvo sendos papeles muy destacados…había sido el protagonista de una pelícual irregular, pero con mucho éxito, de Disney como fue «Condorman» y coprotagonista varios años antes junto a John Lennon de otra…vamos…que no era un simple alumno de canto.
cual es la formacion de el fantasma de la opera es orquesta,sinfonia,conjusto