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Cómo el mundo evitó el Juicio Final (y IV)

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Partes anteriores: Primera, Segunda, Tercera

Miércoles 24 de octubre de 1962. Es media mañana en las aguas del Caribe. Dos cargueros soviéticos, escoltados por un submarino, se acercan a la línea de bloqueo impuesta por EE. UU. en torno a Cuba. Allí les espera un portaaviones estadounidense, dispuesto a detenerlos. El enfrentamiento naval es cuestión de horas. Las gentes del mundo entero asisten a un pulso entre las dos superpotencias, temiendo que salte la chispa en cualquier momento. La prensa internacional retrata a los líderes de EEUU y la URSS como dos jugadores de ajedrez —o más bien de poker— que se han lanzado un desafío y ahora intentan comprobar quién aguanta más.

Sin embargo, la realidad de ambos líderes es algo distinta. A unas pocas horas de lo que podría ser la III Guerra Mundial, tanto el Presidente estadounidense John F. Kennedy como el Premier soviético Nikita Kruschev notan sobre sus hombros todo el peso de las decisiones que han tomado y van a tomar en adelante. En los días anteriores ambos habían actuado con ciertas dosis de irresponsabilidad, planteando un duelo de resultados imprevisibles en vez de buscar una rápida negociación. Pero ahora que están a minutos de encender la chispa de la guerra se sienten angustiados por las posibles consecuencias. Ambos están en una encrucijada política, intentando salvar la cara ante la opinión pública de sus respectivos países, sorteando la presión de unas cúpulas militares que tanto en América como en Rusia parecen dispuestas a ir a la guerra. O por lo menos los Jefes de Estado Mayor, porque otros altos oficiales de ambos bandos ya han empezado a temer que estalle una guerra que la mayoría de los militares de los dos países consideran un disparate. A Kennedy le habia estado preocupando lo que podría suponer para su carrera política una posible “bajada de pantalones” ante la URSS. Y Kruschev, por su parte, sabe que el sector más duro del Partido Comunista está esperando una oportunidad para deshacerse de él y, si la crisis no se resuelve de manera favorable, su cargo podría estar en entredicho.

Ha sido esa preocupación política la que los ha arrastrado a un pulso insensato, pero ahora, al borde del abismo, empiezan a arrepentirse. Cuando sopesan las posibles consecuencias de un conflicto bélico, ven avecinarse el desastre. En el mejor de los casos se verían arrastrados a una guerra convencional en Europa, que podría ser más dura y destructiva que la II Guerra Mundial. En ese escenario, los EE. UU. tendrían desventaja, ya que incluso reuniendo a todas las tropas convencionales de la OTAN estarían en inferioridad numérica frente a los soviéticos. Sin embargo, un gran conflicto convencional tampoco conviene a la URSS: pese a su superioridad inicial, no podrían igualar el nivel de producción industrial estadounidense una vez que el enemigo se hubiera centrado en producir más y más recursos. Ambos ejércitos sufrirían pérdidas enormes. Sus respectivas alianzas podrían quedar hechas añicos. En Washington y Moscú no convienen debilitarse tanto, sobre todocuando vuelven la cabeza y miran con recelo a un feliz observador: la China comunista, que, agazapada, espera y desea que los dos monstruos occidentales se desgasten entre sí. Todo esto, en el mejor de los casos. En el peor, la posibilidad que todos tienen en mente, incluidos Kruschev y Kennedy: LA escalada nuclear. Aunque los soviéticos pensaban —con razón— que en ese terreno estaban en desventaja, ahora que disponían de misiles operativos en Cuba también los EE. UU. estaban condenados  la destrucción masiva.

La idea de un conflicto atómico resultaba aterradora, ambos líderes sabían bien que las dos naciones se verían abocadas un indescriptible desastre. ¿Qué efectos tendría una guerra atómica? En realidad, ninguno de los bandos podía calcular con precisión la escala de mortalidad de un enfrentamiento atómico, dado que los únicos precedentes de ataque nuclear habían sido los dos bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, casi veinte años atrás, que ya no resultaban últiles para la comparación. En Hiroshima, la explosión produjo unas 135.000 bajas en una población de 255.000 habitantes. En Nagasaki, 65.000 de 195.000. Eso sin contar las bajas posteriores por radiación y otros efectos secundarios. Pero hablamos de dos bombas que parecían juguetes en comparación con la potencia de las numerosas cabezas nucleares de nueva generación de la que se disponía en los años sesenta.

La "Bomba del Zar": detonada en 1961, causó una explosión 3800 veces más potente que lqa de Hiroshima.
La «Bomba del Zar»: detonada en 1961, causó una explosión 3800 veces más potente que la de Hiroshima.

Lo que EE. UU. y la URSS sí sabían era que prácticamente todas sus ciudades importantes serían alcanzadas por el arsenal atómico del rival, con un saldo estimado de varios millones de muertos en las primeras horas. Otros cientos de miles, y con gran probabilidad incluso millones, morirían durante los siguientes días. En los meses posteriores se produciría un rosario de muertes causadas por la radioactividad. La destrucción de infraestructuras y la pérdida de recursos de todo tipo (alimenticios, energéticos, etc.) seguiría provocando muertes durante años y años. Las dos naciones, o lo que quedase de ellas, estarían condenadas a una existencia de pobreza, enfermedades y miseria. También sus aliados. En caso de guerra atómica las dos Alemanias serían inmediatamente arrasadas, cada una a manos del bando contrario. En la OTAN, podían esperar su ración de misiles países como el Reino Unido o Francia, pero también habría algo para aquellos países en donde hubiese aeródromos o instalaciones navales de uso estadounidense, como España, por citar alguno. Aún peor sería el desastre en aquellos países de la OTAN que albergaban las bases de misiles nucleares, caso de Turquía e Italia, ya que serían los primeros en ser bombardeados. En el otro bando, naciones como Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía y demás miembros del Pacto de Varsovia sufrirían un destino similar. ¿Cuba? Siendo vecina del aterrador arsenal estadounidense, sería borrada del mapa.

Los países que no estaban involucrados en la guerra no serían directamente atacados, pero tampoco tenían motivos para sentirse felices. Las consecuencias de una masiva y repentina acumulación de radioactividad y residuos en la atmósfera podría provocar un cataclismo global. Dada la potencia de los nuevos artefactos atómicos, se producirían fenómenos nuevos que los supervivientes tendrían que afrontar aunque no estuviesen en los países bombardeados. Restos de las explosiones se acumularían en la estratosfera, algo que no se produjo con las dos bombas lanzadas sobre Japón, pero que sí ocurre con las de potencia superior a 100 kilotones. Esto podría tener consecuencias climáticas terribles. Para empezar, las sustancias radioactivas destruirían el ozono, vital para filtrar la radiación solar. Mientras, humo y cenizas en abundancia provocarían un oscurecimiento global, seguido del consabido “invierno nuclear” que enfriaría repentinamente el planeta, destruyendo cosechas e infraestructuras, matando animales y plantas, y básicamente condenando a la humanidad a una existencia de supervivencia casi propia del Paleolítica. Después, el veneno atómico iría volviendo poco a poco al suelo. Con una bomba poco potente como la de Hiroshima, la sustancia ponzoñosa se alza en capas inferiores de la atmósfera y cae casi de inmediato, en forma de lluvia radioactiva. Pero una vez instalada en la estratosfera, se dispersaría y tardaría bastante más tiempo en caer. Así, entraba dentro de lo posible que en un momento u otro, una buena parte de la población mundial, si no toda ella, fuese sometida a vientos portadores de radiación. Gentes de territorios ajenos a ambos bandos podían contar con que su aire y su agua quedasen envenenados.

Esto era una estimación. En realidad se habían fabricado tantos artefactos nucleares que no había forma de cuantificar los posibles daños. Nadie podía estar seguro de la intensidad y duración de estos efectos acumulados. Lo único seguro era que estaba en manos de dos hombres evitar que todo esto se produjera.

Miércoles 24 de octubre (II)

“Estábamos mirándonos fijamente, pero el otro tipo acaba de pestañear” (McGeorge Bundy)

La proximidad entre el portaaviones USS Essex y el submarino que escolta a los dos cargueros soviéticos que llevan rumbo a la línea de “cuarentena” provoca un aumento de la tensión en la Casa Blanca. El comité de emergencia se reúne una vez más en las dependencias presidenciales. El fiscal general Robert Kennedy sigue siendo uno de los más interesados en prevenir un conflicto, y durante la sesión pregunta si existe alguna vía para evitar una escaramuza naval entre el portaaviones y el submarino. El Secretario de Defensa, Robert McNamara, no se muestra optimista, porque aunque los comandantes navales tienen instrucciones de evitar todo enfrentamiento en la medida de lo posible, también tienen el deber de evitar que el adversario dañe a sus propias tripulaciones. Y dada la situación, un enfrentamiento es “aquello para lo que estamos preparados porque es precisamente un efrentamiento lo que debemos esperar”. El rostro de Robert Kennedy se ensombrece. La guerra podría ser inminente.

A la reunión llega la información de que algunos buques soviéticos —aunque no todos— han dado la vuelta o han detenido su marcha, lo cual supone un claro indicio de que el Kremlin tampoco desea una escaramuza naval. Moscú está tratando de ganar tiempo. McGeorge Bundy, asesor del Presidente, recordaría más tarde que el Secretario de Estado Dean Rusk se inclinó hacia él y le dijo en voz baja una frase que hoy es célebre: “estábamos mirándonos fijamente, pero el otro tipo acaba de pestañear”. La versión popular de la crisis, en la que faltaba mucha información, calificó este momento como el punto de inflexión en que los soviéticos aflojaron la marcha. La realidad, en cambio,  fue bien distinta. Pero volvamos a la reunión de la Casa Blanca.

Kennedy planteó un pulso y Kruschev lo aceptó. Ambos terminarían arrepintiéndose.
Kennedy planteó un pulso y Kruschev lo aceptó. Ambos terminarían arrepintiéndose.

Kennedy no es tan optimista como Dean Rusk. Puede que la retirada de varios buques sea una señal de que Kruschev tampoco quiere una guerra. Pero eso no significa que la URSS haya capitulado, ni mucho menos. Kruschev ha dado un paso para intentar retrasar el conflicto y ganar unas pocas horas, pero Kennedy sabe que si él mismo no ofrece alguna muestra de que quiere responder positivamente al gesto, Moscú podría dejar de “pestañear”. Así, siente que le ha llegado el turno de dar un paso y su plan cambia de manera radical. Empieza a preparar el terreno para una posible negociación, algo que durante los días anteriores no había contemplado, o solo como una hipótesis para un caso desesperado. Sin embargo, después de varios días de crisis, parece por fin dispuesto a considerar una salida diplomática, la misma que un principio había descartado cuando fue propuesta por alguno de sus asesores. El duelo entre los dos grandes líderes mundiales está a punto de transformarse en un diálogo sutil en el que Kennedy y Kruschev, a veces a despecho de sus respectivos entornos, intentarán hacer ver al otro que no desean pasar a la Historia, si es que hubiere más Historia, como los dos individuos que causaron un cataclismo atómico. Sin embargo, pese a este cambio de actitud, aún quedarán obstáculos y momentos de tensión inesperados que podrían desencadenar la guerra.

Para empezar, Kennedy da la orden de que el USS Essex no se involucre en un rifirrafe con el submarino ruso; el portaaviones debe esperar y conceder todo el tiempo posible a los capitanes soviéticos para que den la vuelta en último momento. Después toma una medida incluso más significativa; envía un mensaje al embajador en Turquía preguntando cuáles serían las consecuencias políticas de un desmantelamiento de las bases nucleares estadounidenses en aquel país. En pleno clímax pre-bélico, negociar ya no le parece tan mala idea. Si los rusos accediesen a retirar sus misiles de Cuba, él podría retirar sus misiles de Turquía. Pero le resulta más fácil pensarlo que hacerlo. ¿Cómofirmar semejante trato sin que a la opinión pública le parezca que se ha rendido ante el órdago comunista? Para empeorar las cosas, la poca confianza de Kennedy en que Kruschev hubiese “pestañeado” como decían Dean Rusk, queda confirmada esa misma noche, cuando llega a Washington una nueva carta del Premier soviético:

“(…) Así pues, señor Presidente, si usted sopesa fríamente la situación, sin ceder a las emociones, entenderá que la Unión Soviética no puede dejar de rechazar las demandas arbitrarias de los Estados Unidos. Usted nos confronta con tales condiciones, pero intente ponerse en nuestro lugar y considere cómo reaccionarían los Estados Unidos en estas mismas circunstancias. No dudo que si alguien intentase dictar condiciones similares a los Estados Unidos, ustedes rechazarían semejante intento. Así que también nosotros decimos: No.

El gobierno soviético considera que la violación de la libertad de uso de aguas y espacio aéreo internacionales es un acto de agresión que conduce a la humanidad hacia el abismo de la guerra nuclear. Por tanto, el gobierno soviético no puede instruir a los capitanes de los barcos con rumbo a Cuba para que obedezcan las órdenes de las fuerzas navales americanas que bloquean la isla. Nuestras instrucciones a los marineros soviéticos son las de observar estrictamente las leyes de navegación universalmente aceptadas, y no retirarse ni un paso de dichas leyes. Y si el lado americano viola estas leyes, debe darse cuenta de cuánta responsabilidad descansará sobre él. Porque naturalmente nosotros no seremos meros observadores de los actos de piratería de los buques americanos en alta mar. Nosotros nos veríamos forzados a tomar las medidas que consideremos más indispensables y adecuadas para la protección de nuestros derechos. Tenemos todo lo necesario para hacerlo.
Respetuosamente, N. Krushchev”.

Como Kennedy se temía, Kruschev trata de ganar tiempo, pero no cede. Tras la recepción de ese nuevo mensaje tan poco prometedor, la jornada finaliza con un nuevo pico de tensión. El conflicto bélico parece cada vez más cerca y los niveles de alerta se vuelven a incrementar, por segunda vez en unos pocos días. El Estado Mayor Combinado de los EE. UU. (SAC) pone en pie de guerra a todas las fuerzas armadas estadounidenses repartidas por el planeta. Por primera vez desde que fuera creado, el sistema de defensa estadounidense ha entrado en fase DEFCON 2. Lo cual resulta preocupante, porque es el paso inmediatamente previo a la alerta máxima DEFCON 1. Y esa alerta máxima corresponde al estallido de una guerra nuclear.

El general Power, a propósito, envió un mensaje secreto sin cifrar para que los rusos pudieran leerlo.
El general Power, a propósito, envió un mensaje secreto sin cifrar para que los rusos pudieran leerlo.

Una vez más, sin embargo, hay un oficial que, actuando por su cuenta y riesgo, introduce una dosis de sensatez para intentar contribuir a evitar la guerra. La misma sensatez que no tienen los tres jefes de los estados mayores de tierra, mar y aire de los EE. UU. Se trata del general Thomas S. Power, comandante del SAC. Sin consultar a sus superiores, decide que el secreto en torno a la condición defensiva estadounidense podía haber sido adecuado en los días anteriores, pero que ahora los rusos deben conocer en qué punto de alerta se encuentran los EE. UU. Dado que la nueva condición de las fuerzas armadas americanas es de alerta pre-bélica, Power está convencido de que en la URSS necesitan entender que las reacciones americanas van muy en serio. Solo de esta manera, conociendo la tensión que rige en el otro bando, podrán los rusos evitar dar un mal paso. Así pues, cuando Power envía a todos los efectivos estadounidenses la orden de aumentar el nivel de alerta a Defcon 2, lo hace en una transmisión no cifrada. Sabe muy bien que los soviéticos la interceptarán, así que está claro que procura que en Moscú puedan leerla.

Durante la madrugada estadounidense, plena tarde en Moscú, Kennedy responde al mensaje de Kruschev: “he recibido su carta con fecha 24/10 y lamento que usted parezca no entender cuáles han sido nuestras motivaciones en este asunto”. Kennedy le recuerda que la URSS había mentido, negando varias veces la existencia de los misiles cubanos, tanto en conversaciones privadas bilaterales como ante la opinión pública mundial. Cita los archivos de la agencia TASS para demostrarlo; tan sólo un mes antes de la crisis, Moscú había desmentido en público y en prensa los envíos de armamento atómico a Cuba, pese a que en realidad ya lo estaban colocando allí, desoyendo las advertencias estadounidenses. Afirma Kennedy que, por tanto, él no ha sido “el primero en lanzar un desafío”. La carta concluye con un “repito que lamentaría que estos acontecimientos pudiesen causar un deterioro en nuestras relaciones. Espero que su gobierno tomará las acciones necesarias que permitan restaurar la situación anterior”. El Presidente se despide con un “Sinceramente suyo, John F. Kennedy”.

Hay que hacer notar que ambos mandatarios —y sus asesores— están componiendo con esmero la redacción de sus comunicaciones directas. El tono de las cartas es elegido con sumo cuidado. No cuenta solo lo que se dice, sino cómo se dice. Porque ambos analizan cuidadosamente los mensajes de la otra parte. Por ejemplo, las cartas de Kruschev son desmenuzadas por expertos durante por lo menos una hora antes de que pasen a manos de Kennedy. En el Kremlin sucede algo parecido. También se están preocupando por leer entre líneas, y captan lo que Kennedy dice en su carta, pero también lo que expresa sin decirlo realmente. El Presidente estadounidense se muestra firme y exige que la URSS retire los misiles de Cuba, pero dentro de su firmeza emplea un lenguaje conciliador. Kruschev piensa que quizá hay una oportunidad para negociar. Sin embargo, se encuentra con el mismo dilema que su homólogo: ¿Cómo llegar a un acuerdo sin que parezca una rendición? Kennedy se preocupa por su propia carrera política, pero Kruschev también. No en vano tiene al sector duro del Soviet soplándole la nuca para que no ceda ni un centímetro. Como en el bando estadounidense, también en el bando ruso hay algunos elementos que no tienen la cordura suficiente como para temer las consecuencias de una guerra.

Jueves 25 de octubre

El petrolero Bucharest ignoró las advertencias que los americanos le enviaron por radio.
El petrolero Bucharest ignoró las advertencias que los americanos le enviaron por radio.

Amanece en el Caribe, y se produce una peliaguda encrucijada. Los americanos llevan tiempo vigilando atentamente al petrolero ruso Bucharest, uno de los buques soviéticos que no ha hecho ademán de detenerse o dar la vuelta. Justo ahora, está llegando a la línea de bloqueo. No disminuye la marcha. El portaaviones USS Essex envía un mensaje por radio al Bucharest, ordenándole que aminore o cambie el rumbo. El barco ruso no responde. Silencio. Otro barco estadounidense —un destructor que también vigila la zona— envía una segunda advertencia radiofónica. Tampoco esta vez se obtiene respuesta.

El procedimiento a seguir en tal caso ya se había decidido días antes. Recordemos, un cañonazo de advertencia primero y de no hacer caso el buque a este aviso, otro disparo para inutilizar su hélice. Pero no se sigue el procedimiento previsto, porque en Washington no quieren arriesgarlo todo a causa de un buque que, al fin y al cabo, no está diseñado para transportar armamento. Buscan la manera de evitar tener que disparar. Y la encuentran. Como no resulta probable que un barco cisterna como transporte misiles o material bélico asociado a ellos, se podría considerar que el bloqueo no se le aplica. Se le permite seguir navegando hacia Cuba, por más que no haya respondido a los avisos radiofónicos, dando por hecho que transporta petróleo y nada más. Se trata de una cesión afortunada y razonable por parte estadounidense: lo contrario podría haber encendido la mecha del desastre. Además, es una medida que Moscú puede interpretar como un gesto de buena voluntad.

Surgen más señales conciliadoras desde el bando americano, pero alguna de ellas no tiene nada que ver con el gobierno de Washington. Se produce la curiosa circunstancia de que algunas personas contribuyen, sin saberlo, a seguir perfilando una salida diplomática a la crisis. Un periodista del Wall Street Journal publica una columna en la que defiende el trato en el que mucha gente ya está pensando: que EEUU desmantele sus misiles de Turquía a cambio de que los rusos retiren los suyos de Cuba. Para cualquier persona con dos dedos de frente esta es la solución, aunque ambos gobiernos siguen esperando un signo definitivo de que dicha negociación es posible. El artículo es obra exclusiva del periodista, que lo ha escrito expresando su opinión personal y nada más. Sin embargo, muchos americanos creen que se trata de un “globo sonda” impulsado por Kennedy para comprobar la reacción pública ante esa posible negociación. Es más, también en el Kremlincreen que el artículo es un mensaje indirecto de la Casa Blanca, acostumbrados como están ellos mismos a utilizar la prensa para estos menesteres. Así que, a raíz del artículo, los rusos deducen que Kennedy está dispuesto a entablar negociaciones. Lo cual es cierto, aunque la columna del Wall Street Journal nada tenga que ver con la Casa Blanca. Así, de manera tan azarosa, se está desarrollando a veces la crisis. Acontecimientos fortuitos que de repente ayudan a marcar el camino a seguir.

Mientras, en el Caribe, el bloqueo continúa. Aunque se haya permitido traspasar la línea a un petrolero, Kennedy quiere restaurar una imagen pública de firmeza y ordena que un carguero libanés reciba aviso de que será abordado durante la mañana siguiente, para que tropas estadounidenses puedan inspeccionar sus bodegas en busca de posible armamento camuflado. Por otra parte, un comando infiltrado de la CIA es sorprendido en Cuba cuando intenta sabotear unas minas de cobre. También continúan las misiones de reconocimiento a baja altura de cazas estadounidenses sobre las bases de misiles cubanas; un par de veces al día, aviones de la USAF hacen vuelo rasante sobre la isla para observar el estado de los misiles soviéticos. Por más que ambos países estén enviándose pequeñas señales conciliadoras, el ambiente de preguerra no se ha disipado. Moscú entiende que los estadounidenses están dispuestos a actuar de manera activa contra la presencia de armamento nuclear en Cuba. Puede que Kennedy quiera negociar, pero no lo hará a cualquier precio.

De hecho, la negociación no va a resultar fácil, tampoco por la actitud de los respectivos aliados de las dos spuperpotencias. Por la tarde llega a la Casa Blanca la respuesta del embajador en Turquía a la consulta del Presidente sobre la actitud del gobierno de Ankara ante una posible retirada negociada de los misiles de su territorio. El informe del diplomático no contiene buenas noticias. El gobierno turco “rechazaría” un trato en el que se retiren los misiles americanos. Al igual que Cuba considera los misiles de la URSS como un elemento disuasorio para su autodefensa, también Turquía quiere sentirse protegida. El embajador llega a desaconsejar un trato que incluya el desmantelamiento de los misiles turcos, porque debilitaría la alianza con Turquía y la propia cohesión de la OTAN, muchos de cuyos miembros están descontentos, preocupados por la actual situación y la amenaza de conflicto.

Viernes 26 de octubre

“Usted está preocupado por los misiles en Cuba. Dice que le perturban porque se encuentran a noventa millas de la costa de los Estados Unidos. Pero ustedes han situado misiles de destrucción masiva, esos que usted califica como ofensivos, en Turquía. Literalmente, ante nuestra puerta”. (carta de Kruschev a Kennedy)

“Cuando llegué al restaurante, él ya estaba sentado en la mesa, de cara a la puerta como de costumbre. Parecía cansado, consumido y alarmado, en contraste con la habitual calma y apariencia discreta que solía mostrar”. (John Scali, periodista, sobre su encuentro con el espía ruso Aleksander Fomin)

Aleksander Feklisov, espía, abrió las negociaciones. Años despues lo negaría todo.
Aleksander Feklisov, espía, abrió las negociaciones. Años después lo negaría todo.

Kennedy no ha dejado de darle vueltas a la situación. Los misiles soviéticos ya están en Cuba, bien operativos, según demuestran los informes de la CIA y los reconocimientos aéreos. El Presidente recuerda que el bloqueo naval, por sí mismo, quizá impida que lleguen nuevos misiles a Cuba pero no servirá para hacer desaparecer los que ya hay. Aunque Kruschev ordenase regresar a todos sus barcos, no ha dado ninguna muestra de pretender retirar el armamento atómico que ya tiene instalado en el Caribe. Así que la situación está clara. Habrá que negociar para que lo haga. La otra alternativa para eliminarlos, esa que Kennedy no desea, sería invadir la isla e ir a la guerra.

El presidente transmite esta idea a su consejo de asesores: el bloqueo es insuficiente. Pero deja claro que prefiere la opción negociada. Subrayando la conveniencia del diálogo, Robert McNamara aporta una nueva perspectiva sobre una hipotética invasión de Cuba. Días atrás, dicha invasión se antojaba factible. Pero ahora, los técnicos militares que han estado analizando en profundidad la operación temen que un desembarco en Cuba resulte mucho más difícil de lo previsto. Han calculado que durante las primeras dos semanas de invasión podría producirse la tremenda cifra de 20.000 bajas entre los soldados estadounidenses. Eso en la operación inicial, sin tener en cuenta posibles escaladas bélicas posteriores, consecuencia de las represalias soviéticas. No, la invasión no sería un paseo. Kennedy y McNamara están pintando un cuadro que parece apuntar a la negociación como la mejor solución para el problema. Resulta obvio que el presidente prefiere una salida pacífica. En Moscú, también Kruschev anhela un desenlace negociado. Ha interpretado correctamente el tono de los mensajes de Kennedy y los gestos de permisividad en el bloqueo. También, como tantas personas, ha creído que el artículo del Wall Street Journal en pro de la negociación podía ser atribuido a la Casa Blanca. Su conclusión es la de que Kennedy está también preparado para negociar.

Será entonces cuando se produzca un famoso episodio al que la leyenda atribuye un gran peso en la resolución de la crisis, aunque ha reinado la confusión en torno a sus circunstancias, incluyendo versiones contradictorias del mismo. Hablamos del encuentro entre un periodista estadounidense y un espía soviético que, según se dice, fue el primero en transmitir la oferta de negociación a los americanos. Durante la mañana de ese mismo viernes, suena el teléfono de John Scali, corresponsal de la cadena televisiva ABC en Washington. Contesta. Escucha una voz familiar, la de Aleksander Fomin, asesor de prensa de la embajada soviética, con quien ha conversado muchas veces en el pasado reciente. Fomin lecita para comer. Parece llevar algo urgente entre manos, así que Scali acepta. El reportero acude al restaurante del hotel Statler y cuando llega, encuentra al ruso demacrado y nervioso.

En realidad, Fomin es algo más que un mero asesor diplomático. Su verdadero apellido es Feklisov, es agente del KGB y el principal responsable del espionaje soviético en Washington. Feklisov sabe que Scali tiene buenos contactos en las altas esferas del Departamento de Estado, por eso le elige para transmitir a la Casa Blanca un mensaje indirecto. Inquieto y pálido, Feklisov le dice al periodista que la guerra parece casi inevitable. Los rumores sobre una inminente invasión de Cuba son constantes, por lo que el ruso advierte de que si los EE. UU. invaden Cuba, la URSS hará lo propio con Berlín. Sin embargo, también trae buenas nuevas. Revela que Moscú quiere evitar esa guerra, por lo que el Kremlin estaría estaría dispuesto a llegar a algún tipo de trato. Propone un acuerdo inicial en el que los rusos podrían considerar la retirada de los misiles de Cuba si los EEUU garantizan en público que nunca invadirán la isla. John Scali escucha atónito. Hasta ese momento, nadie más allá de los muros de la Casa Blanca y el Kremlin ha sospechado que la negociación sea posible, porque ambas instituciones han fingido mayor firmeza de la que estaban dispuestas a defender. Tras comunicarle los términos del acuerdo, el ruso hace que Scali repita lo que acababa de escuchar para asegurarse de que lo ha entendido bien.

Esta es la versión oficial y más popular de la entrevista entre Scali y Fomin/Feliksov. Sin embargo, el papel de Feklisov en la crisis sigue rodeado de ambigüedad. De hecho, parece ser que era por entonces un espía con problemas, ya que su papel como jefe del espionaje en Washingto estaba siendo cuestionado en Moscú. De hecho, el jefe de inteligencia exterior de la KGB, Aleksander Sakharovsky, lo consideraba decepcionante. Feklisov no había conseguido ningún contacto relevante en el entorno de Kennedy. Tampoco se había ganado la colaboración del embajador Anatoly Dobrinin, que no había permitido que el espía entrase en sus círculos. Así pues, Feliksov disponía solo de información de segunda mano procedente de contactos no demasiado importantes. Los informes que envió a Moscú durante la crisis eran meras recopilaciones de informaciones que, en realidad, estaban al alcance de casi cualquiera. De hecho, como tajante y para él bochornosa respuesta al envío de uno de sus informes recibió un escueto y demoledor telegrama de su superior que se limitaba a decir “este informe no contiene ninguna información secreta”. Eso es lo peor que se puede decir sobre el trabajo de un espía. Es cierto que el hecho de que el jefe de la KGB estuviese descontento con Feklisov no implica que nunca utilizasen como enlace para enviar un mensaje extraoficial a Washington. Durante mucho tiempo, se atribuyó a Feklisov un papel muy importante en el inicio de las negociaciones. Sin embargo, bastantes años más tarde, el propio espía desmintió varios detalles de la conversación con John Scali para asombro de muchos, entre ellos el propio periodista. El primer informe de Feklisov sobre la entrevista fue casi idéntico a la versión del norteamericano, pero un buen día el ex-agente se desdijo y acusó a Scali, ¡de haberse inventado la oferta por su cuenta! Algo que no tiene mucho sentido, dado que el propio Kruschev ofreció ese mismo trato horas más tarde. Sea como fuere, lo que sí es cierto es que John Scali transmitió esa oferta a la Casa Blanca. En consecuencia, Washington decidió dar un paso más para indicar —también de manera indirecta— que dicho trato les agradaba. Contactaron con Fidel Castro a través del embajador brasileño en La Habana, para hacerle saber que no habría invasión si la propia Cuba desmantelaba los misiles. Sabiendo que Castro nunca haría algo así sin permiso de Moscú, era una buena forma de hacérselo saber a Kruschev.

El mensaje de Kruschev del día 26 sorprendió a Kennedy por su inesperado tono "emocional".
El mensaje de Kruschev del día 26 sorprendió a Kennedy por su inesperado tono «emocional».

A las seis de esa misma tarde empieza a llegar, dividida en partes, una nueva transmisión desde el Kremlin. Se trata de otra carta de Kruschev, esta vez más larga, cuyo contenido fue descrito como “emocional” por el propio Kennedy. Los analistas estadounidenses concluyeron que Kruschev la había redactado por sí mismo, de primera mano, lo cual resultaba bastante sorprendente.  La redacción de sus anteriores mensajes había sido muy pulida y estudiada; de hecho, aquellas comunicaciones bilaterales constituyen una apasionante lectura por lo milimétrico de su composición. Pero esta nueva carta era muy distinta. En un tono muy sentido, el Premier soviético ofrecía exactamente lo mismo que el espía Fomin/Feliksov. Esto es, retirar los misiles con la promesa de que no se invadiese Cuba. El que esa misma proposición llegue por dos vías distintas resulta un tanto desconcertante. Primero, porque es una proposición que constituye una derrota estratégica para la URSS. Segundo, porque si el propio Kruschev pretende enunciar la oferta en primera persona, lo normal hubiese sido una confirmación paralela por cauces oficiales (mediante su embajador) y no jugando a los misterios con un espía que cita a un periodista en un hotel. En Washington les cuesta entender que Kruschev, tan firme en su comunicación del día anterior, parezca ahora, o eso deducen de su mensaje, sometido a una enorme presión que le hace estar deseoso por cerrar un trato que le es desfavorable. Algo está sucediendo en Moscú, pero ¿el qué?

La explicación es simple. Kruschev quiere evitar la guerra, pero además se ha producido un cúmulo de malentendidos que le han llevado a pensar que la situación es todavía peor de como la ven los estadounidenses. Ha recibido informaciones, confirmadas por varias fuentes de su inteligencia, que hablan de una inminente invasión de Cuba. El Premier las da por ciertas, aunque en la realidad Kennedy no quiere invadir la isla excepto en el caso de que Kruschev se niegue a una negociación. Pero lo que más le ha alarmado es un telegrama remitido por Fidel Castro al Kremlin. El dirigente cubano ha dictado el texto del telegrama —en español— al embajador soviético en La Habana, quien lo iba traduciendo al ruso mientras escribía El mensaje expresaba el temor de Castro por un inminente desembarco estadounidense que podría producirse en apenas unas horas. Pero también de su telegrama parecía deducirse que sugería a su aliado ruso un ataque nuclear táctico sobre los invasores estadounidenses. Kruschev se alarma: ¿realmente está pidiendo Castro que a URSS responda con armas atómicas a una invasión de Cuba? ¿Qué sucederá cuando los estadounidenses se enteren de esto? (Castro dijo años más tarde que su mensaje había sido mal traducido y que él pretendía decir que la URSS podía terminar obligada a defender su propio territorio, no el de Cuba, mediante armas nucleares). Además de la mala traducción de las palabras de Castro —siempre según su versión—, Kruschev tiene otros serios motivos de preocupación en torno a la actitud beligerante del cubano. Le llega otra información inquietante a través de su embajador en La Habana. Muy inquietante. La frecuencia de las misiones aéreas de reconocimiento estadounidenses sobre Cuba se ha incrementado a una misión cada dos horas; pues bien, Castro ha ordenado que se dispare fuego antiaéreo contra las próximas tandas de aviones espía estadounidenses que hagan vuelo rasante. El embajador soviético, al saberlo, le ha impelido a revocar esa orden, pero Fidel Castro le ha echado del despacho con muy malos modos. Dicho de otro modo: Castro quiere disparar a los aviones estadounidenses a despecho de lo que opinen los rusos. Ante este panorama que los americanos desconocen y temiendo que una metedura de pata de Castro pueda desencadenar la guerra que tanto esfuerzo está costando evitar, Kruschev se ha decidido a escribir esa carta tan emocional, en un arrebato causado por la sensación de que el conflicto resulta ya ineludible.

Con el transcurso de las horas, sin embargo, Kruschev se lo piensa mejor y una vez más modifica la oferta. De rendirse a lo que era una clara derrota estratégica pasa a proponer un trato más igualado, añadiendo un nuevo elemento de intercambio: Turquía. Algunos en Washington achacan su cambio de actitud a la presión del “núcleo duro” del Politburó. En cualquier caso, esa misma noche Robert Kennedy es citado en la embajada soviética y se reúne en secreto con Anatoly Dobrynin. Esta entrevista, en realidad, tendrá mucha más importancia que el célebre episodio novelesco del encuentro en el restaurante entre el espía Aleksander Fomin y el periodista John Scali. Sin embargo, dado que en su momento nadie conoció la existencia de esta reunión en la embajada, la escena del restaurante fue la que pasó al imaginario popular como la decisiva.

Las conversaciones entre Bobby Kennedy y Dobrynin, sobre las que después ambos escribirán, constituyen un auténtico ejercicio de encaje de bolillos verbal. Ambos son hombres ponderados y muy inteligentes. Ambos se encargan de transmitir en voz alta aquellas propuestas que sus respectivos líderes no quieren incluir aún en las comunicaciones escritas. Se entienden. Dicen sin decir, juegan con sobreentendidos, hablan de algo sin precisar matices pero confiando en que el otro deduzca los matices por sí mismo. Es casi como un juego de seducción; los dos bandos están deseosos por negociar, pero ninguno de ellos quiere ser el primero en ponerse en evidencia.

El diplomático ha recibido las nuevas directrices del Kremlin, y con sutileza introduce en la conversación el asunto de las bases nucleares en Turquía. Menciona su existencia como la justificación moral de la colocación de misiles soviéticos en Cuba, pero es un modo sutil de proponer que Turquía sea considerada como término de intercambio. Bobby Kennedy capta el mensaje. ¿Acaso si los EE. UU. retirasen su arsenal atómico de Turquía, haría la URSS lo propio con el de Cuba? Dobrynin asiente. El Fiscal General pide permiso para interrumpir la conversación y poder telefonear al Ppresidente. Conversa con su hermano y, tras colgar el teléfono, regresa junto al embajador. Sí, el Presidente está dispuesto a considerar el asunto del desmantelamiento de los misiles turcos. La reunión termina. El embajador informa de inmediato a Moscú. Parece que los términos para un acuerdo que resuelva la crisis se han establecido de manera definitiva. El mundo podrá respirar con alivio por fin; quizá se haya salvado de una guerra desastrosa.

…pero entonces llega el “Sábado Negro”.

Sábado 27 de octubre

Es temprano por la mañana en Washington, todavía medianoche en Rusia, cuando la emisora Radio Moscú hace públicos los nuevos términos de la oferta del gobierno soviético, que intercambiará la retirada de los misiles cubanos por la retirada de los misiles turcos. De manera paralela, le llega a Kennedy una nueva carta de Kruschev en la que, ya con carácter oficial, se expone esa misma propuesta. Así, la oferta escrita del día 27 se sobrepone a la del 26, que resultaba más desfavorable para la URSS.

George Ball, uno de los hombres más inteligentes de Wahington, hizo una simple pregunta: "Pero, ¿alguien le ha dicho a los rusos dónde está la línea que no deben traspasar?"
George Ball, uno de los hombres más inteligentes de Washington, hizo una simple pregunta: «Pero, ¿alguien le ha dicho a los rusos dónde está la línea que no deben traspasar?»

El Presidente Kennedy reúne al ExComm y discute el ofrecimiento. Vuelve a dejar claro que desea negociar y que no quiere un conflicto bélico, de hecho considera que ir a la guerra en vez de negociar constituye una “posición indefendible”. A estas alturas Kennedy, que como Kruschev ha pasado por momentos de mucha tensión, está por completo predispuesto hacia una solución pacífica. Su postura se ve respaldada por algunos miembros de su gobierno. En esta reunión está presente el Vicesecretario de Estado de Economía y Agricultura, George Ball, considerado de forma unánime como uno de los miembros más inteligentes, sensatos y agudos de la política estadounidense de su tiempo. Ball, por ejemplo, fue de los escasos políticos en prevenir a Kennedy contra la guerra de Vietnam. Supo anticipar el desastre en que se iba a convertir, por lo que le apodaron “el Abogado del Diablo”. Ball dijo que en cinco años 300 000 soldados estadounidenses estarían “perdidos en la jungla y nunca los volveremos a encontrar”. Nadie le hizo caso, pero fue exactamente eso lo que terminó sucediendo. En cuanto a la crisis cubana, también demostró también tener una enorme claridad de visión. En la reunión del ExComm hizo notar una obviedad en la que, por increíble que parezca, nadie había reparado hasta entonces. Se había decretado un bloqueo y se había establecido —y después modificado— una línea de “cuarentena”, sí. Pero… ¡nadie le había dicho a los rusos dónde estaba la nueva línea! Cuando George Ball toma la palabra y pregunta “pero ¿saben en Moscú dónde deben dar la vuelta sus barcos?”, todos los presentes lo miran atónitos. Kennedy asiente en silencio, abrumado por un embarazoso error que podía haber causado una guerra global. Después, ordena comunicar la extensión precisa de la línea al secretario general de la ONU, para que este lo comunique a Moscú.

Pese a esto, la mañana ha comenzado con buen ánimo, dado que la jornada anterior había finalizado de manera prometedora. La negociación parece ya un hecho. Pero justo cuando las cosas parecen estar arreglándose, se producen varios incidentes inesperados de naturaleza muy, muy preocupante.

En esos mismos instantes, un avión espía U-2 despega de una base estadounidense de Alaska. La intención no es vigilar a los rusos; de hecho, se trata de un vuelo de mantenimiento, previst de antemano en el calendario. Nada importante. Pero estando Alaska cerca de la península soviética de Chukotski, nadie en la base aérea ha tenido el buen juicio de consultar a Washington sobre la conveniencia de realizar o no ese vuelo, por más que se trate de un ejercicio rutinario. Quizá en la base pensaban que el vuelo no debería tener consecuencia alguna, lo cual hubiese sido cierto si el avión no se hubiese desviado a causa de un error de navegación. Al rato de despegar, el U-2 transgrede, por equivocación, el espacio aéreo soviético. Así, en mitad de un intento de negociación entre las dos superpotencias, los radares soviéticos localizan el avión y unos cazas Mig despegan de la base más cercana, dispuestos a interceptarlo. Cuando el piloto estadounidense detecta a los interceptores, envía una señal de socorro a su base, la cual envía un caza F-102 en su ayuda. Por increíble que parezca, la casualidad ha querido que la guerra esté a punto de iniciarse a miles de kilómetros del Caribe, en un lugar perdido de la mano de Dios y que no tiene nada que ver con la crisis. Una ironía del destino. O, para ser más exactos, un sarcasmo.

Al final, por muy poco, el U-2 consigue girar a tiempo y retornar a territorio americano antes de que los cazas rusos lo alcancen, con lo cual se evita una escaramuza aérea. Cuando las noticias sobre el incidente llegan a la sala de juntas de la Casa Blanca, causan un auténtico terremoto. El Secretario de Defensa, Robert McNamara, pierde su compostura habitual. Se queda blanco, entra en cólera y, cosa poco propia de él, empieza a gritar como un descosido diciendo “¡Esto podría significar la guerra!”. Se pasa varios minutos despotricando a voces contra la estupidez de los militares implicados. El propio Presidente sacude la cabeza cuando escucha la noticia; sólo le queda confiar en que los rusos entiendan que todo se ha tratado de un error. Aunque Kennedy no se altera como McNamara, pero observa el ataque de ira del Secretario de Defensa con una sonrisa comprensiva. También se siente indignado por lo que acaba de oír y no puede creer que los responsables de la misión no hayan pensado que quizá convenía consultar si era más indicado suspenderla, estando los dos paiçíses en alerta máxima. Cuando McNamara ha terminado de desahogarse, el Presidente resume la situación con una sonora frase: “Siempre tiene que haber algún hijo de puta que no se entera de nada”.

Para disgusto de Kruschev y en lo peor de la crisis, un oficial soviético derribó un avión americano sin su permiso.
Para disgusto de Kruschev y en lo peor de la crisis, un oficial soviético derribó un avión americano sin su permiso.

Por si el incidente aéreo en el Mar de Bering no era suficiente para poner a los dirigentes estadounidenses al borde del infarto, casi al mismo tiempo llegan otras noticias que aumentan todavía más el desasosiego. Otro avión U-2 estadounidense acaba de desaparecer, esta vez sobre espacio aéreo cubano, mientras fotografiaba los misiles rusos. El hecho sacude los ánimos en la Casa Blanca; en el ExComm se preguntan si Moscú ha tenido algo que ver con la desaparición del avión y, de ser así, por qué el Kremlin querría dar un paso semejante en la escalada de tensión cuando la negociación parecía inminente. Por la tarde, llega a la Casa Blanca nueva información. En efecto, el avión ha sido derribado. Peor aún, el piloto ha muerto. Se considera como hipótesis más probable que el derribo haya sido causado por un misil SAM antiaéreo, que casi con seguridad estaba operado por tropas soviéticas. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué Moscú ha hecho algo así?

La confusión estadounidense está justificada. Porque en realidad la orden de derribar el U-2 no ha provenido de Moscú. También Kruschev está teniendo problemas con la estupidez de algunos de sus elementos militares y el derribo le sorprende tanto o más que al propio Kennedy. La orden de disparar contar el avión espía la ha dado uno de los oficiales soviéticos que dirigen las operaciones en Cuba, motu proprio, sin consultar al Kremlin. El Premier soviético palidece cuando conoce la noticia. De inmediato se deja claro a todos los oficiales soviéticos en el Caribe que bajo ningún concepto se debe derribar otro avión americano cuando sobrevuele la isla, no sin que haya un ataque previo que lo justifique. Como a Kennedy, a Kruschev ya solo le queda confiar en que la otra parte comprenda que el incidente ha sido producto de un error, del desmán individual de un oficial. Aunque esta vez el asunto ha sido más grave, porque el piloto ha fallecido. Es la primera víctima mortal de la crisis.

El ”Sábado Negro” está deteriorando con rapidez el ambiente de predisposición al diálogo que se había alcanzado durante la noche anterior. En tan solo unas pocas horas, una crisis que parecía en las puertas de resolverse ha dado un tropezón y ha retrocedido varios pasos, una vez más al borde de la guerra. Es más, no lo llamaron “Sábado Negro” por nada. Esa misma tarde, Fidel castro se harta de que los cazas estadounidenses violen su espacio aéreo cada dos horas. Tal y como había insinuado a los soviéticos, actuando en contra de los fogosos consejos de Moscú, tropas cubanas abren fuego con armamento antiaéreo ligero sobre dos aviones de reconocimiento que vuelan a baja altura. Ninguno de los dos aeroplanos es derribado y ambos pueden regresar a la base, aunque uno de ellos tiene un disparo de cañón antiaéreo en el fuselaje. Kruschev, cabe imaginar, se lleva una mano a la frente al saberlo. Algo así era lo último que necesitaba después del derribo del avión U-2. El horizonte vuelve a oscurecerse y el Premier soviético vuelve a percibir el hediondo aliento de la guerra. Se pregunta cómo se tomará el presidente estadounidense lo sucedido.

Después de comer, Kennedy vuelve a reunir con urgencia al ExComm. Tienen que analizar el repentino incremento de la tensión y los incidentes que están amenazando con provocar la escalada bélica. Es durante esa reunión cuando se le informa —cumpliendo sus peores temores— de que el U-2 parece haber sido derribado por un misil SAM soviético y que el piloto no ha sobrevivido. Sin embargo, Kennedy relativiza el asunto. Quizá porque el incidente de Alaska le ha mostrado que los errores y las descoordinaciones militares más inoportunas pueden formar parte del escenario. Así, decide que no habrá ningún tipo de represalia, confiando, con un admirable esfuerzo conciliador y con mucho sentido común, en que todo se haya tratado de un error. De lo contrario, se hubiese producido un ataque más generalizado. Kennedy asume que Moscú tomará medidas para que la cosa no se salga de madre y por eso ordena no responder al ataque mientras el incidente no se repita.

Es más, pese a la gravedad de los sucesos que están desbaratando el conato de distensión del día anterior, el Presidente sigue mostrándose partidario del acuerdo de “Cuba por Turquía” para finalizar la crisis. Como es lógico, dadas las circunstancias, se muestra algo menos confiado y varios de sus asesores le advierten que semejante trato podría desmedrar la OTAN, pues los aliados podrían interpretar el trato como un gesto de debilidad. Le insisten en que no es posible firmar semejante acuerdo sin que los países alineados se sientan traicionados. Ya contaban con el abierto rechazo de Turquía, nación clave en el asunto, que no quería ni oír acerca de retirar las bases nucleares de su territorio.

El entorno de Kennedy, por mayoría que no unanimidad, aboga por ignorar la oferta que Kruschev ha presentado durante la mañana de este día 27 y proponer el trato que el ruso había planteado el día 26. Es decir, ellos prometerían no invadir Cuba a cambio de que la URSS retire los misiles, pero sin mencionar Turquía. Kennedy duda. Está casi seguro de que Kruschev rechazará esos términos. Pese a ello, los miembros del ExComm están a punto de convencerle. Por momentos parece que Kennedy dejará lo de Turquía a un lado.

Fue a Dean Rusk, Secretario de Estado, a quien se le ocurrió el formato de acuerdo definitivo que cerró la crisis.
Fue a Dean Rusk, Secretario de Estado, a quien se le ocurrió el formato de acuerdo definitivo que cerró la crisis.

Será el Secretario de Estado Dean Rusk quien salve los muebles con respecto a la oferta del día 27, cuando se le ocurre una astuta vía para redefinir el trato. Dado que a Kennedy le preocupa que la retirada de Turquía resquebraje la OTAN, podrían hacer lo siguiente: en público, plantear el trato de “no invadir Cuba” para que los aliados se queden satisfechos, pero en privado podrían añadir la posterior retirada de los misiles turcos, efectuada de manera discreta para no alarmar a la Alianza Atlántica. ¿Aceptaría Kruschev? Desde el punto de vista estratégico esta última contraoferta parece mucho más apetecible para la URSS, pero supondría una victoria moral estadounidense de cara a la opinión pública mundial. Pese a esto, a todos los presentes, incluido Kennedy, les parece una buena idea. Se envía una carta a Kruschev. Para confirmarla por otra vía, Robert Kennedy vuelve a reunirse con Anatoly Dobrynin y le informa de los términos de dicha contraoferta.

El hermano del Presidente y el embajador soviético siguen jugando a las sutilezas, pero hay que presionar para llegar a un acuerdo con rapidez. Robert Kennedy le dice a Dobrynin que, tal y como cree que habrán averiguado los soviéticos por sus propios medios, la invasión de Cuba es, en efecto, inminente. Esto no es cierto, pero el Fiscal General no puede empezar la negociación de otra manera. La única forma de detener esa invasión, dice, sería retirar de inmediato los misiles de la isla. A continuación, Dobrynin se interesa por el futuro de los misiles en Turquía. El menor de los Kennedy deja claro que firmar en público una retirada de esos misiles es una opción que la Casa Blanca no contempla, porque es una decisión que los EE. UU. no pueden tomar de manera unilateral sin contar con sus aliados de la OTAN. Antes de que Dobrynin tenga tiempo de decepcionarse, Bobby Kennedy deja caer una insinuación clave: el Presidente lleva tiempo deseando desmantelar las bases atómicas de Turquía e Italia. Y lanza una mentira que, siendo mentira, esconde la propuesta estadounidense. En realidad, dice Bobby, el Presidente ya había ordenado el futuro desmantelamiento de esas bases, una orden que está tardando en cumplirse pero que “estoy convencido de que se llevará a cabo poco tiempo después de terminada la crisis”.

En otras palabras, el hermano del Presidente acaba de ofrecerle a los rusos el intercambio de “Cuba por Turquía”, pero bajo la condición de que esa cláusula no se hiciese pública. Y claro, si la URSS la filtrase para humillar a los EE.UU., los miembros de la OTAN podrían soliviantarse, lo cual impediría que Washington puediese cumplir su supuesto deseo de retirar el arsenal nuclear de Turquía. Ambos se despiden. Dobrynin ha comprendido. Es hora de informar al Primer Ministro.

Al caer la noche, los ánimos en la Casa Blanca son más bien oscuros. Les queda aguardar la respuesta de Kruschev a la contraoferta, pero reina un ambiente que se parece más a un frágil anhelo que a un verdadero optimismo. ¿Lo bueno? Que los feos incidentes de la jornada no han degenerado en una escalada bélica gracias a la prudencia y sensatez de ambos gobiernos. Pero en Washington creen que Moscú rechazará la contraoferta, porque un trato así supondría, de cara a la opinión pública, una “bajada de pantalones” por parte de Kruschev. La retirada estadounidense de su arsenal nuclear de Turquía sería un gol estratégico del que los soviéticos no podrían siquiera presumir, porque tendrían que mantenerlo en secreto, así que, ¿para qué aceptar? Las esperanzas de paz terminan de resquebrajarse cuando llega un telegrama del embajador estadounidense que ejerce de enlace con los países miembros de la OTAN. Sus noticias son alarmantes; el ambiente se está enrareciendo en la Alianza, que podría no sobrevivir a más días de crisis. Por lo que respecta a la OTAN, el tiempo se está acabando, afirma el diplomático, y “puede ser necesario realizar algún tipo de intervención militar cuanto antes”. No son buenas noticias. En estas circunstancias, si Kruschev decide no aceptar el trato, Kennedy podría optar por invadir la isla para eliminar los misiles y contentar así a la Alianza. Finaliza el “Sábado Negro” y el mundo vuelve a estar al borde de la Tercera Guerra Mundial. La crisis está siendo como un carrusel. Nadie sabe cómo va a terminar.

Domingo 28 de octubre

“Será mejor que nos aseguremos de disponer de dos cosas: un nuevo gobierno para Cuba, porque nos va a hacer falta, y una manera de responder militarmente a la Unión soviética en Europa, porque es seguro como el infierno que si invadimos Cuba, ellos van a hacer lo mismo allí” (Robert McNamara)

Está amaneciendo en el hemisferio occidental, pero sigue siendo de noche en Rusia. Nikita Kruschev se ha cenado con la contraoferta estadounidense. La pelota está en su tejado. Es un hombre sometido a una intensa presión. Tiene una decisión crucial que tomar. Si acepta los términos del acuerdo parcialmente secreto que propone Washington, él quedará como “el perdedor”. Toda la opinión pública mundial interpretará que se ha doblegado ante un rival más firme, Kennedy. Además, el Politburó enfurecerá al conmsiderar el trato como una humillación nacional, y Kruschev sabe bien que se le echará encima al sector más radical del Partido Comunista, donde muchos se la tienen jurada debido a su carácter reformista. Pero también ha de sopesar la parte positiva. Si firma, no solo evitaría una guerra catastrófica sino que conseguiría el anhelado equilibrio estratégico. Una vez los americanos cumpliesen la cláusula “extraoficial” del acuerdo, desmantelando sus misiles en Turquía e Italia, la URSS volvería a estar en condiciones de intentar conseguir la igualdad nuclear. Así pues, Kruschev se encuentra ante una grave disyuntiva, pero sabe que no tiene mucho más tiempo. Los americanos ya han advertido mediante Dobrynin que están haciendo serios preparativos para la invasión de Cuba, y que no esperarán mucho más. Finalmente, el Premier soviético decide actuar como un estadista que mira más allá de sí mismo, que vela por el bien de su país y por la paz mundial. Sabe que está dinamitando su propia carrera política, pero la opción alternativa es una guerra que considera inaceptable. Redacta un texto en el que acepta la contraoferta. Desmantelará los misiles atómicos en Cuba y se los volverá a llevar a la URSS. Envía el mensaje a la Casa Blanca.

Pese a su fama de líder irreflexivo, Kruschev supo que el precio de la paz incluía su desprestigio político, y lo aceptó.
Pese a su fama de líder irreflexivo, Kruschev supo que el precio de la paz incluía su desprestigio político, y lo aceptó.

Son las nueve de la mañana en Washington cuando llega el “sí” de Nikita Kruschev. Después de dos semanas de creciente tensión, por fin parece salir el sol. Todos se sienten aliviados. Kennedy responde a Kruschev con una carta en la que califica la decisión del Premier soviético como “una importante y decisiva contribución a la paz”. Ordena el cese de los vuelos de observación sobre Cuba. El bloqueo continuará un tiempo más, pero para ese momento los barcos soviéticos ya no hacen ademán de querer atravesarlo. Todo el mundo está feliz en Washington. Todos, excepto los jefes del Estado Mayor estadounidense, que son los únicos en lamentar la ocasión perdida para invadir Cuba y deshacerse de Castro. El inefable Curtis LeMay llega a afirmar que, incluso después de haber llegado a un acuerdo, Washington debería lanzar un ataque aéreo sobre las bases de misiles para asegurarse de que efectivamente quedan “desmanteladas”. Como es natural, nadie más en la Casa Blanca tiene demasiadas ganas de escuchar las diatribas extremistas de los máximos jefes militares.

Durante el resto de la mañana se discuten los detalles de la ejecución práctica del trato. Por ejemplo, si se debería instar a Moscú a retirar sus bombarderos de Cuba, los cuales también tienen capacidad nuclear. Kennedy dice que sí, que se pida a los rusos que añadan los bombarderos al trato, pero “sin presionar demasiado”. No quiere que algún gesto fuera de lugar pueda ser interpretado como una insolencia, echando a perder el precioso acuerdo. En Washington no son desconocedores de que, debido a la decisión que acaba de tomar, a Kruschev se le echarán encima los lobos del Politburó. No es que la Casa Blanca pueda hacer mucho por defender a Kruschev, pero le necesitan para el acuerdo y deciden asegurar la jugada. Dean Rusk ofrece una rueda de prensa en la que afirma sin rodeos que si dentro de la URSS se producen discusiones sobre cómo llevar a cabo el acuerdo en la práctica, el gobierno americano no contribuirá a fortalecer a aquellos sectores que le lleven al contraria al gobierno soviético. Dicho en otras palabras: Kennedy ha llegado a un acuerdo con Kruschev, así que los detalles se pondrán en práctica tal y como Kruschev decida junto a Kennedy, no como pretenda la oposición interna en la URSS. Kennedy le da así una última palmada a su homólogo ruso.

Por su parte, Fidel Castro se muestra insatisfecho con el acuerdo. Considera que las promesas estadounidenses de no atacar Cuba resultan poco creíbles, y presenta ante la ONU una lista de exigencias al respecto. Castro se siente traicionado por la URSS, por más que el Kremlin le envía un mensaje justificando el acuerdo en aras de la paz mundial. Los soviéticos no tardan en empezar a retirar su material atómico de Cuba, al tiempo que respetan el secreto en torno a la cláusula de Turquía e Italia. Los estadounidenses comienzan a su vez los discretos preparativos para cumplir con su parte del trato. La alerta de las fuerzas armadas estadounidenses desciende al nivel Defcon 3. Casi un mes después, el 20 de noviembre de 1962, se retornaba definitivamente a Defcon 4. La paz.

Epílogo

Durante muchos años, la Crisis de los Misiles, o Crisis de Octubre, fue interpretada como un pulso que Kennedy le había ganado a Kruschev a base de determinación personal. Esta interpretación imperó tanto en occidente como en el bloque soviético, pero no era cierta. Hasta cierto punto es verdad que Kruschev cedió un poco antes a la presión pre-bélica y que no “regateó” la última contraoferta estadounidense, por lo que tuvo que conceder que el acuerdo sobre Turquía fuese secreto. Pero no había mucho más que pudiera hacer, al menos desde su punto de vista. Y aun así le resultó difícil; aunque parezca paradójico, en el régimen autoritario de la URSS Kruschev tuvo bastantes más dificultades para imponer su voluntad que su homñologo estadounidense, y sus decisiones eran bastante más discutidas que las de Kennedy.

Aceptando el acuerdo, Kruschev dejaba que el mundo creyese que se había rendido por las buenas. Kennedy, en cambio, había conseguido una enorme victoria moral. Pero Kruschev había posibilitado el restablecimiento del equilibrio estratégico y había alejado el peligro nuclear de sus propias fronteras, además de evitar una guerra. Nada de eso se supo en el momento. De cara a la opinión pública mundial, Kennedy emergió como un líder sólido y Kruschev había sido humillado. Dado que mucha gente tenía de antemano una imagen estereotipada del líder ruso —en parte por culpa suya, debido a sus excéntricas maneras de comportarse en sus apariciones—, el público estaba convencido de que Nikita Kruschev se había lanzado a un pulso irreflexivo en plan aventurero y que después había resultado que Kennedy era “más valiente”. Pero no. El Premier soviético fue igual de sensato que Kennedy en el manejo de la crisis. Ambos cometieron errores parecidos pero también rectificaron de la misma manera y prácticamente al mismo tiempo. Kruschev sabía que con aquel acuerdo se estaba ofreciendo al sacrificio político, y no se equivocó. La oposición interna en el Politburó aprovechó aquella “derrota” para socavar su credibilidad y su posición; su mandato duró unos pocos años más y finalizó marcado por el desprestigio. Kennedy, como ya sabemos, quedó muy reforzado de cara a la opinión pública internacional y se transformó casi en una figura heroica… pero hizo frente a otro tipo de oposición, que resultó incluso peor, ya que un año después sería asesinado a tiros en Dallas.

Aunque tengamos que agradecer a ambos líderes que hicieran prevalecer la cordura en los momento críticos —una cordura que no siempre caracterizó a algunos de sus subordinados, aunque sí a otros—, no es menos cierto que ambos mostraron ciertas actitudes irresponsables en etapas anteriores a la crisis, así como durante el inicio de esta. Los dos sacaron al mundo del borde del abismo, sí, pero habían sido ellos mismos quienes lo habían llevado allí. La crisis cimentó un nuevo concepto: MAD (“Destrucción Mutua Asegurada”, aunque “mad”, recordemos, también se traduce como “loco”), el cual se convirtió en un mecanismo clave de la Guerra Fría. Sabiendo que podrían destruirse mutuamente, las dos superpotencias evitarían embarcarse en una guerra nuclear. Esto ya se pensaba antes de la crisis, pero la idea quedó reforzada después. Hubo en el ámbito político firmes defensores de la disuasión como una forma de evitar el uso de armas nucleares. En cambio, había otros (sobre todo en los ámbitos intelectual y científico) que consideraban una soberana estupidez mantener un arsenal nuclear capaz de acabar con la raza humana, y más después de que en aquel 1962 el mundo hubiese estado al borde de prender la mecha.

Mirándolo con frialdad, la fabricación de armas nucleares, biológicas o químicas es una de las mayores necedades cometidas en la historia del hombre. El efecto boomerang de este tipo de armamento parece garantizar la disuasión, sí, pero cualquier fallo en el mecanismo de control podría tener consecuencias imprevisibles. Han pasado ya cincuenta años desde la Crisis de Octubre, pero varias naciones —de hecho, cada vez más— poseen armas de destrucción masiva. No resulta difícil señalar en qué consistirá el próximo paso en la evolución humana: una vez seamos capaces de erradicar todo aquel mecanismo que hayamos fabricado nosotros mismos pero que sería capaz de causar nuestra autodestrucción, podremos afirmar que nuestra inteligencia colectiva ha dado un paso más hacia la madurez. Entretanto, no seremos mucho mejores que los habitantes de las cavernas.

Crucero

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35 Comentarios

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  3. Sergio Zimnik

    No existe el hemisferio occidental. Y amanece antes «en horario internacional» en Moscú que en Washington. Por lo demás, una verdadera lección de historia.

    • El «hemisferio occidental» existe tanto como el Norte o el Sur. Son divisiones geográficas arbitrarias, y en este caso se suele referir al continente americano.

      Y en horario internacional UTC es cierto que amanece antes en Moscú que en Washington… y del mismo modo se termina la jornada laboral antes. Bueno, terminaba en esa época, porque ahora en Moscú los comercios abiertos 24h son más la regla que la excepción.

      • Sergio Zimnik

        Los hemisferios Norte y Sur sí existen por la mera rotación de la tierra: el ecuador (inalterable) divide lo que está al norte de lo que está al sur ¿quién dice y divide lo occidental de lo oriental? ¿Occidental de dónde? El Ecuador define algo muy sencillo: todo lo que queda arriba es norte y todo lo que queda debajo es sur ¿Dónde pones tú la división entre occidente y oriente?

        • Ecuador que no pasa de ser una línea imaginaria, si a eso vamos podemos tomar el Meridiano de Greenwich como divisoria de Oriente y de Occidente como hacen… ¿los geógrafos tal vez?

          Manía de hacer juicios de valor con las puñeteras divisiones geográficas arbitrarias.

          • Sergio Zimnik

            El Ecuador no es una línea imaginaria: es el punto equidistante entre el Polo Norte y el Polo Sur; nadie se la ha inventado, es pura matemática. El meridiando de Greenwich se lo inventó «alguien» para establecer un sistema horario internacional a partir del cual medir los diferentes usos horarios de cada país. No divide nada, solamente establecer un inicio para medir la hora. Cálmate y estudia.

          • Para empezar son «husos». Con hache de hipócrita. Igual es otro el que debería calmarse, que no soy yo el que ha puesto el grito en el cielo por lo de «hemisferio occidental». En cuanto a estudiar… en fin, consejos vendo que para mí no tengo. Igual se sorprendería si supiera cuál es mi formación, pero es que no viene al caso.

  4. Me levanto y le aplaudo.

  5. Maestro Ciruela

    Fascinante repaso a una historia relativamente próxima a muchos de nosotros y que ratifica lo difícil que es, que la ficción consiga superar a la realidad; de hecho no creo que esto suceda nunca.

  6. Mr.Potato

    Me quito el sombrero (que no llevo), gran lección de historia, la historia de la estupidez humana, cronología de unas semanas.

  7. Grandioso se queda corto.

    Magnífica sobremesa de Domingo me ha regalado.

    Me he leído del tirón los 4.

    Un saludo

  8. Soberbio, llevaba desde que leí el primero esperando como agua de Mayo cada nueva entrega. Fascinante y al mismo tiempo aterrador lo cerca que estuvimos de decir adiós a todo

  9. J. Andrés

    Felicitaciones. Le refiero el incidente del marino Arkhipov: http://elpais.com/diario/2004/07/02/opinion/1088719206_850215.html

  10. Pingback: Penúltimos Días

  11. Gracias por alegrar una tarde con una lectura tan amena, imposible dejar de leer del tirón.

  12. Magnífico el artículo. De lo mejor que he leído sobre el tema.

    Quizá lo más interesante es la intensidad con la que se narran las vivencias personales y reales de los protegonistas, más allá de maniqueismos baratos. Las dudas, la inseguridad, el miedo…

    En el departamento de Geografía e Historia de IEDA (Instituto a Distancia de Andalucía) tenemos un blog en el que hemos hecho una referencia a la revista en general y a algunos artículos relacionados con la historia o el arte. Un ejemplo ha sido este artículo en particular:

    http://iedahistoria.wordpress.com/2013/02/19/calatrava-espias-estafadores-y-la-casi-tercera-guerra-mundial-otra-forma-de-ver-la-historia/#comment-10

  13. pedropedro81

    Totalmente enganchado desde que empezó la serie.Muchas gracias. Conocía el incidente a grandes rasgos, así que me ha encantado un relato tan minucioso (y ameno).

    La pregunta a la que me lleva (y me resulta aterradora) es: ¿cómo habrían manejado la crisis os mandatarios actuales? ¿os imagináis a Vladimir Putin o a George W. Bush al mando de estas superpotencias? Por no hablar de Ahmadineyad o Chávez, cuyo narcisismo está por encima del bien de la especie humana. Sin unos líderes como aquellos probablemente ahora estaríamos viviendo un apocalipsis nuclear.

    • A Putin si lo veo como alguien templado, más que Jruschyov de hecho. Y G. W. Bush se hubiera dejado llevar por sus asesores Rove y Cheney como hacía en todo, así que creo que el desenlace no hubiera sido muy distinto. Ahmadineyad no deja de ser un títere en manos de quienes realmente mandan en Irán que son los ayatolás, con lo que hubiera dicho tropecientas mil idioteces pero no sabemos si los cabezatoalla que están por encima de él hubieran pulsado el botón (y más ahora que dicen que las armas nucleares «son pecado»). Chavez no me cabe duda que hubiera disparado primero para darse cuenta en el último momento de vida, como su héroe Bolívar, de que había hecho el imbécil.

  14. Roi Ribera

    Muy buen artículo, espero que Jotdown siga dando historias como esta.

  15. Enhorabuena por toda la serie, muy amena, muy documentada y muy bien expuesta.
    Muchísimas gracias por su tiempo.

  16. Enhorabuena por el artículo! Leo todo lo que escribe aquí en Jot Down, y sólo me gustaría pedirle un pequeño favor, si es posible, que en estos grandes artículos que escribe adjuntara también una pequeña bibliografía. :)

  17. Excelente, muchas gracias.

  18. Siempre he pensado que los IRBM Thor que los EE.UU. habian entregado a la RAF britanica tambien formaban parte del trato, ademas de los IRBM Jupiter de Turquia e Italia.
    Los Sovieticos no eran idiotas, no tenian miedo de su opinion publica, podian aceptar una derrota popular a corto plazo y una estrategica a largo plazo con la retirada de todos los IRBM de europa, a los ingleses no les gusto el trato, y los americanos tuvieron que darles una gran oferta con los SLBM Polaris.
    Lo unico que no penso Kruschev es que no se iba a librar de sufrir las consecuencias de sus errores.

    • Quién sabe, igual sí lo pensó. Pero en la URSS que él había contribuido a crear, ya «desestalinizada», lo que le iba a pasar era un dorado retiro en su dacha, en lugar de pudrirse sacando uranio en Siberia.

  19. si bueno ha sido el relato…..brutal el epilogo…enhorabuena y muchas gracias por hacer que mis horas lejos de casa sean entretenidas

  20. Espectacular relato. No se queda atrás la discusión entre Cozzack y Zimnick :)

  21. Pocos errores de redacción (¡BRAVO!). Como relato histórico: Excelente. Profundidad: La necesaria. Comprensión: Muy clara. Mis más sinceras felicitaciones al autor, de un estudiante de Relaciones Internacionales.

  22. Gran artículo que me ha ayudado como base para un trabajo.
    Me gustaría saber si alguno de vosotros tiene constancia de alguna película que trate de este tema.
    Muchas gracias y felicidades.

  23. Artículo patrocinado por el Departamento de Estado de EEUU. Madre mía, ni una sola referencia a Vasiliy Alexándrovich Arkhipov… En fin. Viva el Imperio.

  24. Puede nuestro futuro no ser tan nuestro, después de todo. Y, ¿será que una guerra de preocupantes proporciones está, en este siglo, tan distante de como la imagina el colectivo?

    Fx

  25. Llego como 2 años tarde, lo cual me a permitido leer los 4 artículos de corrido y me ha hecho llegar tarde al despacho…

    Por favor, Jot Down, no sé cuánto cobra este señor pero por favor: páguenle lo que pida!!!

    Un auténtico deleite.

    • Stalyn Saá

      Imagino yo que llego 1 año mas tarde aún!!…pero excelente artículo. Muchas gracias por instruirnos a los que no teníamos ni idea de esto, y que no me da vergüenza de admitir pese a pecar de ignorante para algunos.

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