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2012: El año de la gran guerra

segunda guerra mundial

El año pasado fue una delicia para los amantes de la Segunda Guerra Mundial. Desde que hace más o menos una década las editoriales comprendieran que había un público ávido de leer material que explicara el mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad, el goteo de novedades se ha convertido en los últimos años en una inundación. Historiadores que eran desconocidos para el gran público de nuestro país son ahora superventas, empezando por Antony Beevor, el gran renovador del género, con un estilo endemoniadamente novelesco sin perder por ello ni un ápice de rigor. Pero no solo él ha sacado libro en 2012; hicieron lo propio el maestro Max Hastings, el —muy— contundente Andrew Roberts o el magnífico Timothy Snyder. Hasta Richard Overy, otro escritor de la cuerda de Beevor, vio cómo su estupendo ¿Por qué ganaron los aliados? se editaba en tapa blanda.

No se quedó ahí la cosa, RBA puso sobre el tapete dos tomos imprescindibles: el de Ron Rosenbaum, Explicar a Hitler, y la brutal biografía de Goebbels (bastante más completa que la de David Irving) de Peter Longerich, mientras que El Acantilado hizo lo propio con unas apasionantes memorias de uno los tipos más misteriosos del Tercer Reich, el arquitecto Albert Speer.

Hubo estudios sobre Auschwitz, ensayos varios sobre la posguerra y volúmenes tan absolutamente apabullantes como el de la editorial Pasado y Presente llamado Culturas de guerra, del historiador John W. Dower; uno de los ensayos más apasionantes sobre la desinformación (léase “manipulación”) que conllevan los conflictos bélicos, con una inquietante reflexión que dibuja un arco temporal que acaba uniendo Pearl Harbour con Irak.

No es el objetivo de este artículo establecer un ámbito de crítica en paralelo que abarque todo lo mencionado, sería una misión alocada que solo pueden emprender algunos elegidos (entre los que el plumilla no se cuenta), sino dar algunas pistas para que aquellos que gusten de mirar a la historia con lupa sepan dónde gastar la vista. La tarea es compleja, dado que pedirle a uno que escoja entre Hastings, Beevor o Harris es como pedirle a un aficionado al vino que escoja un solo caldo y que descarte los demás. Sin embargo, los dos primeros titanes, Beevor editado por Pasado y Presente y Hastings por Crítica, son siempre deberes de obligado cumplimiento. Beevor, en La segunda Guerra Mundial, repasa con su estilo habitual, en el que siempre destacan unas gotas de flema en aquellos puntos que le sacan de quicio —contaba Christopher Hitchens en Amor, belleza y guerra que en la esfera privada el historiador se había convertido en azote de revisionistas—, el conflicto con una interesantísima reflexión de entrada: para él el verdadero inicio de la contienda no es la invasión de Polonia por el Tercer Reich sino la batalla en Oriente y —sobre todo— la Guerra Civil Española. La división del libro, en capítulos breves que abarcan desde la citada invasión de Polonia hasta la capitulación de Japón hacen del libro un seguro de vida para los aficionados. Obviamente la solvencia de Beevor en el manejo de las fuentes (centenares, literalmente) hacen de La segunda guerra mundial uno de los relatos más equilibrados sobre el enfrentamiento entre el Eje y los aliados. Lo mismo puede decirse de Hastings, cuyo relato aporta desde el lado británico de la contienda una perspectiva fresca y a ratos demoledora de las privaciones de la Inglaterra de preguerra y de aquella ya sumergida en el conflicto.

Ahora bien, y repitiendo que los dos historiadores valen cada euro de lo que cuestan sus libros, si hay que apostar por un título (por economía espacial, ajustes financieros o simple vagancia), el de Andrew Roberts, La tormenta de la guerra (Siglo XXI), es imbatible. Con una extensión francamente austera (717 páginas, el resto hasta las 814 es bibliografía) Roberts consigue trazar uno de los retratos más certeros de los auténticos porqués de la caída de Alemania, con especial atención al delirio bélico del Führer (especialmente durante la Operación Barbarroja), la repugnante pleitesía de sus acólitos, tipos mediocres incapaces de llevarle la contraria al jefe, sus constantes cambios de criterio y su nefasta contaminación ideológica. Roberts, que también repasa a Stalin y sus métodos bélicos (no hay rastro, menos mal, de esa extraña (semi)complicidad que algunos historiadores modernos sienten por el genocida soviético) y no da pie a la duda: el mandamás de la Rusia imperial era tan cruel como el dictador alemán y su improbable alianza con los aliados no respondió a ningún impulso humanitario: fue una mera cuestión de oportunismo y supervivencia.

Roberts dedica también (como Beevor) un escalofriante capítulo al Holocausto, donde no se ahorran detalles ni documentos (las páginas dedicadas a los experimentos médicos producen desazón, al igual que los hallazgos en el Instituto Anatómico de Danzing). Los detalles más funestos, incluyendo aquellas conversaciones registradas después de la guerra entre oficiales nazis que no sabían que estaban siendo grabados, dan una idea de la extensión y la crueldad de la masacre. Tanto Roberts como Beevor, Hastings y Overy despejan el mito de que la Wermacht era un coro de niños cantores y demuestran —a las claras, y sobre todo en el frente ruso— que los soldados alemanes (y no solo las SS) habían sido instruidos para el exterminio del enemigo, a veces de modo activo (fusilamientos mediante), a veces de modo pasivo (fomentando las hambrunas). En el caso polaco nadie se olvida de la pinza de nazis y soviéticos que culminó con la práctica desaparición de la clase intelectual del país y la esclavización de sus habitantes. Lo contado, aún sabido, no dejará de provocar perplejidad por la traslación de las cifras masivas (lo que se acostumbra a reflejar cuando se habla del asunto) a los casos concretos, bastante más duros de digerir que un simple número. El ridículo papel de los fascistas italianos o la ingenuidad de Franco (solventada por su ministro Ramón Serrano Suñer) también son objeto de estudio en todos los casos y si uno se lo toma a cachondeo —Mussolini es un auténtico bufón— puede carcajearse un rato, especialmente con su “invasión” de Grecia.

La (escalofriante) bipolaridad de Goebbels, un tipo tan sumiso que obligó a su mujer y a sus seis hijos a suicidarse con el “elegido” queda bien reflejada en el excelente Goebbels, de Peter Longerich, desmontando por el camino aquel mito de que al lugarteniente de Hitler se le conocía por su dominio de la propaganda. En su lugar vemos a un narcisista trastornado, obsesionado con el cariño del führer (algunos de los pasajes del diario del propio Goebbels son de vergüenza ajena) que vivía en un mundo de fantasía que solo fue derrumbado por los tanques aliados. Un ejercicio semejante se propone Rosenbaum, que en Explicar a Hitler (un volumen de 1996 que —inexplicablemente— nos llega ahora en una magnífica traducción de Stella Mastrángelo) se pasea por el mundo en busca de una explicación a la naturaleza del líder político e ideológico que arrastró al mundo entero a la guerra. De lo mucho —y bueno— que hay en el libro hay que destacar una conversación a calzón quitado del profesor Rosenbaum con el historiador revisionista David Irving. La charla, imperdible, destapa algunos de los puntos clave de la doctrina de Irving y descubre además que el antiguo biógrafo de Churchill (esos dos volúmenes son su mejor obra junto con La guerra de Hitler, editado hace años por Planeta en España) tiene algunos problemas identitarios con sus seguidores a los que no tiene reparos en calificar de “antisemitas demenciales”: “En cuanto pueda regresar a las plataformas de debate regulares me quitaré estos zapatos incómodos con los que ando” dice Irving.

Si algo queda claro después de empaparse de la tinta que recorre el fuego, el sufrimiento, la sangre y el valor que se constituyeron como columna vertebral de la contienda es que el Tercer Reich perdió la guerra por una razón muy definida, que Andrew Roberts resume en la siguiente frase: “Los análisis de la derrota de Hitler tienden a retratarlo como estratégicamente imbécil —’el cabo Hitler’—, pero es evidente que esa explicación no basta. La verdadera razón por la que Hitler perdió la Segunda Guerra Mundial fue exactamente la misma que hizo que la desencadenara: era un nazi”.

Algunos citan otra frase, no menos contundente, y mucho más esclarecedora: “Ganamos la guerra porque nuestros científicos alemanes eran mejores que sus científicos alemanes”.

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14 Comments

  1. Pingback: 2012: El año de la gran guerra

  2. baskerbill

    Estupendo artículo, como siempre. Me quedo con la última cita, que nunca había leído. Da qué pensar, sobre todo con la enorme fuga de talentos que nos está cayendo.

  3. santiman

    Estoy leyendo Nemesis, la caida del Japón.
    De momento, excelente, enriquecedor.
    La guerra del pacífico al desnudo.
    La visión de cada una de las partes. Vivencias enlazadas que recorren cada uno de los episodios ocurridos y que deja en evidencia a japoneses y estadounidenses.
    Como dice el autor de la entrada, merece la pena cada euro pagado.

  4. Galahat

    Tomo nota de algunas recomendaciones. «Apasionantes» es un gran adjetivo para las memorias de Speer, quizá el manipulador más brillante del Tercer Reich. Retratan a la perfección al Hitler de los últimos años de la guerra.

  5. Fulgencio Barrado

    Interesantísimos estos artículos, pero es curioso que coincidan casi simultáneamente dos artículos, -este en el que se hace referencia a una teoría sobre Goebbels por Peter Longerich, y otro en el que directamente se habla de él-, en los que se sostienen teorías totalmente contradictorias sobre el personaje.

  6. Antonio

    Muy bueno, alguna recomendación para conocer mejor la primera guerra mundial? gracias.

    • José Angel

      Antonio, lea usted poesía: le abrirá los más tenebrosos frentes de combate.

  7. Gracias por el artículo.

    En verdad hay que quitarse el sombrero con Beevor, verdadero motor de este renacimiento del interés por la IIGM. Todo lo suyo es excepcional desde el superventas «El dia D» hasta sus estremecedores «Berlin: la caida» o «Stalingrado». Habrá que hacerse con este último por más que sea otra visión global de la guerra, que es la temática que más abunda.

    De Hastings poco hay que decir. Fabuloso «Némesis» como ya se ha apuntado. El publicado este año que el autor olvida citar se titula «Se desataron todos los infiernos» en Ed. Crítica.

    Un estudio apabullante de las causas de la guerra y el porqué de la victoria aliada es «La guerra que había que ganar» de W. Murray y A. Millet en Ed. Crítica.

    Las memorias de Speer en El Acantilado supongo que serán una reedición de las publicadas en 2.002. Sobre este tema tambien indispensable «Conversaciones con Albert Speer» de J. Fest en Ed. Destino.

    Y sin hacer deméritos al artículo se echa en falta algún comentario sobre la irrupción de la Ed. Platea que en 2.012 nos ha sorprendido gratamente con «Nunca nieva en Septiembre» de Kershaw y «Tigres en el barro» de Otto Carius, quizás libros más «tecnicos» o especializados pero excepcionales.

    Por lo demás lamentarnos de la poca atención que se le ha dedicado a la IIGM en el ámbito editorial español, aunque parece que la tendencia va cambiando. Seguimos sin, pásmense, una edición en español de las memorias de Patton o Bradley. Con decir que Ed. Inédita, que es la mejor en este tema con fántasticos libros en ediciones más que correctas, no tiene siquiera web propia está dicho todo.

    Un saludo.

  8. He disfrutado con los libros de Beevor, y encuentro buenas recomendaciones que no dejaré pasar, no obstante recomiendo un libro de David Benioff, » ciudad de ladrones» el autor conocido ahora por adaptar el guion de Juego de Tronos, y creo que también productor, relata una maravillosa historia en la Stalingrado cercada por los Alemanes..una historia real muy recomendable. también he leido por algún sitio que en Holliwood está, preparando la adpatación a la gran pantalla.

    • Mi nombre es Sombra

      Recomiendo iguamente el libro de «Ciudad de ladrones», sólo una puntualización sobre el mismo: no transcurre en Stalingrado sino en Leningrado. Lo de la adaptación cinematográfica lo ponía en la solapa de la edición en castellano del libro, que ya tiene unos 4-5 años, o sea que posiblemente ya se ha quedado en el camino (por desgracia, añado).

  9. Un libro imprescindible para entender este conflicto es «La guerra que había que ganar», que analiza las operaciones militares, las estrategias y los aciertos de a mbos bandos

  10. Blackadder

    Gracias por las recomendaciones.
    Solo una cosa, las memorias de Speer las publicó Acantilado en 2002, es un libro espantoso y muy recomendable.

  11. Yo recomendaría, para completar el cuadro, la soberbia «Postguerra» de Tony Judt. Como reza el subtítulo: «una historia de Europa desde 1945». Las consecuencias de la guerra en tierra europea se tratan con todo detalle, y es una referencia necesaria.

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