El 28 de abril de 1996 Van Morrison daba un concierto en el legendario Supper Club de Nueva York. En aquella época, Morrison no era ya la bestia salvaje de monumentales cogorzas capaz de acojonar a su propia banda o de largarse sin mediar palabra si algo o alguien no le gustaba: podía ser el ruido de una musaraña o aquel tipo de la primera fila que le miraba raro. Pero a pesar de ello, nadie podía impedir que el cowboy de Belfast se sumergiera en bourbon si le venía en gana y se cagase en los muertos del trompetista si este equivocaba una maldita nota. Así que aquella noche el gordo irlandés se presentó en la ciudad de los rascacielos agarrado a una botella y decidió que era un buen día para liarla. Llegados a cierto punto, hacia el final del concierto, Morrison indicó a la banda que se arrancara con el It’s a man’s, man’s world, un tema clásico de James Brown (uno de los ídolos de Morrison, hasta el punto de sumar a su propia banda a dos monstruos como Pee Wee Ellis y Fred Wexley, músicos de Brown) que el irlandés clavaba (para más información basta con escuchar el A night in San Francisco). La banda obedeció al jefe y este empezó su particular versión, abundante en referencias a otras canciones, a otros músicos y —si me aprietan— a otros planetas. Sus músicos, tipos bregados en la ausencia de partituras y en el arte de la improvisación, siguieron al de Belfast hasta que en el minuto 25 de la canción (sí, el minuto 25) una fémina del público increpó a Morrison por la longitud de la pieza, exigiéndole a gritos que pasara a otra cosa. Van El terrible, lejos de escuchar las imprecaciones o de parar el concierto en seco, respondió con una retahíla de insultos, ante el jolgorio del resto de la audiencia. Hay que incidir en que gran parte del público de Van Morrison ha visto alguna vez un milagro suyo: un Astral weeks a base de susurros; un In the garden finiquitado como un orgasmo; un Madame George ante el que es difícil no echarse a llorar; un Summertime in England que apaciguaría la ira del demonio. Los milagros existen, y Van Morrison lo sabe, pero como el propio Jesús, solo los saca a pasear cuando lo considera necesario. Es algo paradójico, teniendo en cuenta que hablamos del mismo hombre que ordenó instalar un reloj digital en sus conciertos (visible incluso para el público) que iniciaba una cuenta atrás cuando el León aparecía en el escenario, y que cuando llegaba a cero indicaba el final del concierto. El mismo tío que se fue de gira con una de las bandas más pésimas que ha conocido la humanidad y con una tal Linda Gail Lewis, de apellido célebre y dotes dudosas. El mismo que ordena cerrar por vía judicial todas y cada una de las páginas de sus fans, a los que odia con todas sus fuerzas y que fue capaz —hace solo un par de años— de resucitar, con un maravillosa serie de conciertos, uno de los mejores discos de la historia de la música (el Astral weeks) por una sola razón: “quería recuperar los derechos”.
Pero aquella noche Morrison estaba a otra cosa. Como aquel día en Malmoe en el que a mitad del show le comunicaron que el aeropuerto estaba cerrado y que tendría que hacer noche en la ciudad en lugar de volver a casa, ante lo cual reaccionó regalando a los atónitos suecos un concierto de tres horas. Aquella noche en el Supper Club de Nueva York Van Morrison iba a hacer una versión de It’s a man’s, man’s world de casi 48 minutos de duración (para un total de tres horas y media de concierto). Porque podía, porque le daba la gana, por molestar. Porque era el puto Van Morrison: cienciólogo a la fuga (después de abandonar la Iglesia dejó para la historia su delicioso No guru, no method, no teacher), bebedor profesional, huraño, mal hablado, cabronazo y millonario. El tipo que en una buena noche puede salvarte la vida, ponerte de rodillas y dejarte el alma como el páramo de Mad Max. Probablemente no ha hecho un disco redondo desde el The Healing game (un precioso homenaje a su amado John Lee Hooker, aquel que decía que la música cura las peores heridas), seguramente nunca volverá a los terrenos del Mooondance, el Common one o el Long in exile. Es casi imposible que se plante en un escenario y repita lo que hizo en el It’s too late to stop now, un directo tan brutal que podría convertir el pis de cabra en gasolina, por citar a los Blues Brothers. Y aun así, aun a sabiendas de que el mito yace derrumbado en alguna parte, tras montañas de pasta y desgana terminal, cuando llega a tu ciudad le vas a ver, con los dedos cruzados, con tu amuleto más eficaz, porque sabes que si aquella noche le pica tu vida te parecerá menos miserable, tendrás ganas de darle los buenos días al vecino, querrás más a tu novia y volverás a comprar el periódico (¡en papel!) para leer la crónica del concierto. Por eso se le ama o se le odia. Por eso —en secreto, cuando no hay nadie en casa— te pones And the healing has begun y sueñas que eres tú el tipo que camina por esa avenida y que ningún hijo de puta podrá volver a borrarte la sonrisa de la cara.
Aquella noche en Nueva York Van Morrison se explicó mejor que nunca. La música en sus manos es como la ruleta rusa: a la larga acabará haciéndote un agujero en la cabeza.
Nadie dijo que quererle fuera fácil.
Gran pieza, con referencias a su música y su carácter, sin erudiciones de wikipedia y que dan ganas de ponerse Van, que es de lo que se trata cuando se escribe sobre música.
Muy pocos como él le dan sentido a un título como el de su canción: ‘Into The Mystic’. Gracias por el artículo.
Me gustaría tener un stetson de van Morrison para quitármelo y rendir homenaje a este fantástico articulo.
Y la mía! pena de no haberlo visto nunca en directo
Muy buen texto, sí señor. Me gusta más -bastante más-, el homenaje que el homenajeado. ¡Qué curioso lo de este tipo, que, siendo -como parece- tan huraño, inspira artículos tan buenos! Así que, felicidades a los dos.
Asi es este genio. Ha quedado perfectamente retratado en el artículo.
Tuve la suerte de ver al de belfast en un concierto en La Riviera cuando sacó Days like this. Gran banda (Pee Wee Ellis y CIa) y la gente entregada. En un momento dado, cuando se ensimismaba en uno de sus murmullos – gruñidos alguien gritó. Hasta ahí llegó el concierto. Menos mal que llevávamos unos 50 mintos.
Genio y figura.
Gran artículo, gracias.
Pingback: Van Morrison salvó mi vida
He visto a Van Morrison en directo decenas de veces y he leído cientos de criticas y comentarios de sus discos y de sus conciertos pero, sin duda, ninguna tan certera, tan cercana y tan directa al corazón como ésta. Un retrato perfecto de mi adorado «Lechón de Belfast». A mí, quererle, sí me resulta fácil. Enhorabuena, Toni.
Una corrección, el disco It’s too late to stop now no es un solo directo, es una mezcla de varios directos de una misma gira, como hizo en su momento Dire Straits con Alchemy. En cualquier caso ese disco es uno de los mejores discos directos de la historia.
Yo le he visto 3 veces y nunca ha pasado nada, una de ellas un concierto para 300 personas, pagué 20.000 pelas de aquella época que me dejaron tieso, pero fue como dice el autor una experiencia casi mística, le perdono todas las borderías sólo por escucharle cantar como sólo él lo hace.
Y también salvó la mía… No hay otro igual en la Historia de la Música de todos los tiempos. Como suena, sí. He tenido la suerte de verlo tres veces pelearse con su banda hasta alcanzar la perfección en directo, todas ellas inolvidables. Listen to the fucking lion!!!
Iba a tocar en la Praza da Quintana un 25 de Julio, creo. Cayó el diluvio y se suspendió el concierto. Dos años después nos regaló un conciertazo en el Pabellón do Sar, donde estábamos a cubierto de las inclemencias pero sin parapeto alguno ante las ráfagas de su música.
Un genio.
Jajaj, recuerdo lo del reloj, me quedé pasmado. Y es que una vez finalizado el tiempo, se largó sin decir ni mú.
Yo estaba en una esquina, y veía el reloj con la cuenta atrás y alucinaba.
Un clásico en mi discoteca.
Siempre me pregunto por qué se nombra tan poco a Them, cuando se habla de la carrera de Van Morrison… A pesar de su corta vida, siempre me han parecido un gran grupo! Gloria o It’s All Over Now Baby Blue… Qué más puedo decir?
Muy buen artículo, retrata a Van a la perfección. Algún milagro he visto a lo largo de estos años…
El articulo lo retrata perfectamente.
Todos los conciertos de Van són diferentes , pero recuerdo dos , Liceo y Poble Espanyol (Barcelona) que no olvidaré nunca .
Un GENIO….
Un grandisimo musico que con los años dejo el engaño y basura de la secta de la Cienciologia que le hizo perder unos dos años de su vida musical asi como su adiccion al alcohol que fue dejando definitivo. Un musico que inspira mistica terriblemente pura y una especie de paz interior que hace popular como nadie lo ha hecho jamas en la musica. Y eso que hay artistas muy geniales como Neil Diamond que tambien son una maravilla en el mundo de la composicion pero mucho mas amable sin dejar de ser serio tampoco. (ver canciones como I am I said; cancion del sentido de la existencia y la nostalgia de recuerdos pasados).
Hace media hora que he leído el artículo…y todavia sigo llorando. Le escuché hace dos semanas en el palacio Euskalduna de Bilbao por enésima vez. Sus canciones han servido de fondo musical para mis crónicas
radiofónicas ¡de fútbol!. No entiendo mi vida sin Van Morrison. Aún sigo llorando, Ricardo.
Me enganché tarde con Van Morrison, y fuí comprando sus discos, en orden y empezando por el primero. Eran maravillosos. Nada que ver con los que sacó en los años 80, que empezaron a aburrirme. Pero su increible voz estaba allí. Y un destello o dos, me bastaba. Mas tarde, esos destellos se perdían en una música cada vez más convencional, más AOR, una música sin el ímpetu, ni la fuerza ni la transcendencia de sus primeros discos. Los giros y las estructuras empezaban a repertirse. Pero su voz estaba allí. Discos bien grabados y con una voz maravillosa que tomaba el empaque del tiempo, e iba cogiendo cuerpo, como el buen vino. Fuí a verlo en tres o cuatro ocasiones. La primera vez que reparé en el reloj digital fué en Benidorm en 2004. Concierto mediocre . Me dije que no lo volvería a ver más. Que su voz no era suficiente para aguantar tanta desgana en el escenario con la espezanza de disfrutar, de vez en cuando, de alguna migaja de genialidad que el de Belfast se dignara a arrojarnos. De hecho, no volví a comprar ni un disco más. No lo hecho de menos.
Hola, el artículo me parece maravilloso, describe perfectamente lo que siente y «padece» cualquier persona sumergida en la música de Morrison.
Tuve la gran suerte de conocerlo a través de su It’s too late to stop now hace muchos años ya y…………….¿qué decir de esa obra de arte a estas alturas? Creo que ya está todo dicho.