A finales de los ochenta compró un casete de un tipo que le sonaba. «¿Recuerdas Media Naranja, una serie de Iñaki Miramón? La sintonía era suya«. Después de buscar mucho, por fin encontró algo suyo y allí descubrió una canción que decía:
«Nunca te dije que pasaba de ti
que de lejos veía tu figura caer
que la tarde se hundía entre baños de miel
que tu hermana era mi amor.
Nada te daba igual
era como hablar a la pared
discusiones, caras largas
y además todas de pie
y entre zumos de limones
y domingos de retén,
yo me quedaba hecho unos zorros.
Cuando tu cuerpo se tumbó en la playa
en mil novecientos ochenta,
yo estaba perdido en una guerra vacía
esperando la primavera.
Nada, ya no escribo nada
porque no se me ocurre nada,
con el tiempo tú te has hecho
tu casita de cabello de ángel
de tu hermana no sé nada más
que un día me dejó plantado
en mitad de un estribillo.
Quedan atrás días alegres,
viejos bares, tu buhardilla,
mi seiscientos,
un paraguas y una rana,
un teléfono sin número,
una almohada abandonada
un «se vende» en la ventana».
Jodida canción. La que le gustaba era la hermana. Con ese uso excesivo, marca de la casa, del pasado, del tiempo verbal. Música trufada con melancolía y viaje. Un día, en el anuncio de una revista, descubrió que ese tipo, llamado Javier Bergia, daba un concierto en una casa de la cultura o algo así de la sierra madrileña. Con un amigo, un hermano y una novia, todos en el Ibiza, fue a escucharlo. Será esa la primera vez que habló con él. Un tipo divertido y dicharachero, que no para, entre canción y canción, de contar cosas. Desde ese momento, durante años, ha seguido su “carrera”, asistiendo de vez en cuando a uno de esos conciertos que da en algún pequeño local de Madrid, como el Búho Real. Me cuenta cómo ha cruzado alguna palabra con él y ha aprovechado, a veces, para ir comprando sus discos. Lo cuenta de forma muy descriptiva: termina el concierto —Bergia con una guitarra, a veces acompañado por una voz—, y saca una samsonite, la abre y vende sus Cds: Recoletos, La Alegría del Coyote, Tagomago, Caracola, De aquellos años verdes, Noche infinita, Cedaceros 4.
Hace veinte años me habló por primera vez de Bergia. “Además, en La Alegría del Coyote, Billy Villegas toca el bajo y Tino di Geraldo la batería”. Con su coña lo afirmo, pero había algo de fervor religioso. Luego, de vez en cuando, me decía: escucha esta o aquella canción. O me comentaba que le había mandado un correo a Javier Bergia y ya tenía su último disco y que “es cojonudo”.
Así, lentamente, fui escuchando y apreciando la pétrea consistencia líquida de un artista de culto al que no se puede descubrir porque está ahí, disponible. Solo falta que alguien nos explique por qué el hombre que ha compuesto Noche infinita y breve, La oración y el té, La lluvia me gusta, Cedaceros 4, Adoquines y cornetas o La mañana esencial…
«Un cañón de salida
y los poetas y pintores
escondiendo la mano
que los músicos
tocan con oro mate
y el tiempo de cada uno.
Y los ojos
de millones de estrellas
entre contrastes
y aguas varias;
tengo el suelo mojado,
los pies están duros
y veo las manos
a lo lejos
con el mundo en los bolsillos.
Los mismos ojos
de aquellas estrellas
que ocupan todo el cielo
que ven mis nubes cansadas,
Nicanor Villalta,
toreo pundonoroso,
gran estoqueador y muletero.
Qué mañana será
el que dice la brisa,
hasta qué lugar
en el tiempo se traduce una palabra,
una mujer, una ciruela,
un periódico, una frontera;
qué mañana será
el que dice la brisa.
Qué cerca de la muerte
está la vida
cuando todo está perdido;
comentaré tu vida
entre mis pasos,
en una merienda de ancianos,
casi un siglo de mil años
navegando por una oración
sin aire.
Despido a las gaviotas
y el aire por la espalda
me avisa que amanece.
Qué mañana será
el que dice la brisa,
qué mañana será
el que dice la brisa».
… no es ya considerado uno de los más grandes artistas que ha dado este país en los últimos cincuenta años.
Hay que darle unas cuantas escuchadas, porque no es tan evidente su genialidad. Por cierto, el video del youtube es infame.
Yo debo ser igual tonto o insensible, pero no solamente no me parece genial, es que ni siquiera me gusta.
Impecable, como siempre, maestro. Yo le conocí a través de sus buenos contactos con el folk.
El gigante Bergia, lo llama Diego Manrique, que no es muy dado al elogio.
Sobre gustos hay mucho escrito. Bergia en el parque Berlín o en el Instituto Santamarca, cocinando ya canciones.
Saludos.
Gracias por descubrirme a el señor Bergia, a mi me ha gustado.
Tsevan, cuándo tu interpretación de la crisis política de la corrupción? El cantaautor no es malo, pero ésta sucede en un contexto judicial, que te es familiar. Tienes una ocasión de escribir algo brillante y de aportar mucho a los demás.