Este es un deporte habitualmente desprestigiado por la prensa, tildado de entretenimiento para bárbaros o mal ejemplo para los niños, pero en noches como esta es capaz de recuperar su esplendor de antaño y reivindicar su noble lugar en nuestra sociedad. Ocurre en 2007, en un escenario improvisado en la esquina de Surf Avenue con Stillwell, en Coney Island, Nueva York. Más de 30.000 personas acuden al evento, retransmitido en directo por las cámaras de ESPN para todo el país. Esta noche, un joven aspirante de 23 años llamado Joey «Mandíbulas» Chestnut (1,80 metros y 99 kilogramos) tratará de usurpar el trono al campeón japonés de 29 años Takeru «Tsunami» Kobayashi (1,73 metros y 58 kilogramos), ganador durante seis años consecutivos del cinturón mostaza enjoyado del Nathan’s Famous 4th of July Hot Dog Eating Contest.
El concurso de comer perritos del cuatro de julio equivale a la Superbowl de la Major League Eating, la liga norteamericana de comedores profesionales. Las reglas son simples: comer todos los perritos calientes que uno pueda durante 12 minutos. Solo existe una linea roja: vomitar —algo que en jerga MLE se denomina una reversión de fortuna— supone la descalificación automática del participante.
Kobayashi mira al infinito, codos en las costillas y puños apretados frente al pecho, sosteniendo la punta del perrito contra su boca. Suena la campana. Sostiene el hot dog por la base y lo va introduciendo en la boca mientras sus carrillos giran como pedales de una bicicleta desbocada cuesta abajo. Engulle uno detrás de otro pero Chestnut va un perrito por delante. A los 30 segundos ambos lideran el concurso. Sobre el escenario, los 20 participantes de la final forman una línea, rodeados por delante y por detrás de árbitros, dos per cápita, y de azafatas equipadas con un top rosita claro de Nathan’s Famous y carteles de cambio de round donde registran el número de perritos ingeridos.
No se dejen engañar por sus ojos, esto no va sobre comer. Más bien, sobre estirar la garganta como un pato y ensanchar el estómago todo lo posible para colapsarlo de perritos hasta la punta del esófago. Kobayashi ingurgita sin descanso pero no logra acercarse a la vigorosa exhibición de Chestnut, que agarra los perritos, los comprime dentro de su mano y mete el puño en su boca. El californiano parece estar siempre al borde de una arcada, pero las va acallando como se acalla el ardor del jalapeño, con más comida. A los tres minutos se ha tragado 30 perritos frente a los 27 de Kobayashi. En tercera posición está el estrambótico Patrick «Plato Hondo» Bertoletti, con 24 perritos pero quedándose atrás.
El Gran Kobayashi, como lo llama desde detrás el locutor ataviado con un traje con chaleco y sombrero años 30, está lejos de rendirse. Confía en que la potencia de Chestnut irá disminuyendo hacia los minutos finales y que entonces su depurada técnica marcará la diferencia. Sus pies no paran de moverse para que la comida baje y se asiente, para ayudar a su estómago a ganar esta partida de Tetris con piezas deglutidas. Adopta una táctica más agresiva partiendo los perritos en dos para meterse las bolas de comida, mojadas en Sprite, en la boca sucesivamente. Kobayashi bautizó esto como el Método Salomón. Llega a la mitad del tiempo solo un perrito por detrás de Chestnut, 43 a 42. Este último comienza a sacudirse apretando el puño contra su boca, está a punto de vomitar, pero domina los espasmos y continúa. El récord del mundo, marcado por Kobayashi, está en 59 perritos y medio.
El japonés cambia de nuevo de estilo. Cuando su mano derecha mete un perrito la izquierda va detrás con otro medio perrito. 54 a 53. La mirada fija en la comida, el pozo vertical donde los perritos se sumergen en una papilla amarillenta y desaparecen. En constante movimiento, el juego de piernas, el torso adelante y atrás. Últimos diez segundos. Chestnut y Kobayashi han batido el récord mundial y empatan a 62. El Tsunami de Nagano mastica y mastica pero el último perrito avanza lentamente, Chestnut engulle uno más y con las dos manos agarra tres perritos y se los mete en la boca. Carrillos hinchados a lo Dizzie Gillespie, palpitantes. El tiempo acaba con empate a 63 hot dogs entre Chestnut y Kobayashi, pero aún hay que esperar a que engullan lo que tienen en la boca y los jueces lo contabilicen. Chestnut bebe agua y mastica con fuerza su 64º, 65º y 66º perrito. A su lado, Kobayashi tiene las manos delante de la cara. Entre los dedos le asoman trocitos de bollo que intenta ocultar y al mismo tiempo meter en la boca, desesperadamente. En una polémica decisión, los jueces anulan los esfuerzos del japonés. El concurso tiene un nuevo campeón y América un nuevo héroe. El cinturón enjoyado color mostaza regresa a casa después de permanecer los seis últimos años en Japón, donde llegó a ser expuesto en el Palacio Imperial de Saitama.
Rayos verdes en el ocaso de su carrera
En el duelo más épico de la historia de este deporte desde los tiempos de Mike DeVito, Kobayashi no revirtió, técnicamente hablando, su fortuna pero definitivamente su mojo se esfumó. Sentado en el suelo, bajo una camiseta XXL de Nathan’s Famous que muestra al Tío Sam con un perrito incrustado en la boca, el comedor japonés esconde unos abdominales hercúleos. Cada centímetro de grasa impide la expansión de su estómago. Ese ha sido hasta el momento su receta para convertirse en el primer comedor competitivo moderno: largos ayunos, entrenamientos progresivos ensanchando su estómago con líquidos y ejercicio intensivo para quemar la grasa. Comer es ahora un deporte y un deporte necesita atletas.
«Hay que trabajar más duro, Kobi». Lo que viene después de aquel cuatro de julio de 2007 ya se lo imaginan. La senda del perdedor siempre empieza con una voz interior equivocada. «Fue un mal día, Kobi». El japonés volvió a perder en Coney Island ante Chestnut en 2008 y 2009 —el último duelo entre ellos se saldó con un empate a 59 perritos que el americano ganó en un mano a mano final al mejor de cinco—. Sin embargo, en las competiciones regionales de gyozas o alitas de pollo en las que el japonés participaba, algún orondo barbudo o un estudiante desde el otro lado del escenario todavía le espetaban un «siempre serás el Número Uno, Kobi». Qué difícil es, verdad, para un campeón, estar en la cima y percatarse de que el siguiente paso ya no es de subida.
Los jueces nunca estuvieron del todo de su lado. Mike Antolini, jefe de árbitros del concurso de perritos de Nathan’s Famous, señaló sucintamente en una entrevista que “Joey Chestnut resulta ser un comedor muy limpio. Hay tíos que sienten que el antiguo seis-veces campeón Kobayashi es un comedor muy desordenado, y cuando los comedores son desordenados, piensan: ¿Estará poniendo salchichas o bollos bajo la mesa o en los vasos de bebida?”
Chestnut es el hombre que estaban esperando, el arrollador vendaval envuelto en la bandera americana que destroza la calculada estrategia del amenazador tsunami, el que sube al escenario portando el cinturón mostaza con el Baba O’ Reilly de The Who tronando a través de los altavoces, el que mejor encarna la decadencia de una cultura hedonista en las columnas del Huffington Post, aquel al que los fans por fin alinean con Jordan, Woods, Gretzky o Phelps como estandarte de su deporte. Joey Chestnut, el novio glotón de América.
En la otra esquina, el japonés que después de ganar seis años seguidos sigue siendo incapaz de ser entrevistado en inglés, el de estilismos andróginos y corte de pelo garçon, el reservado y respetuoso Kobayashi que iba para contable en Nagano, el impredecible Kobayashi que tras la tercera derrota consecutiva ante Chestnut, en el momento más bajo de su carrera, osó enfrentarse a George Shea.
George Shea fundó junto con su hermano Richard la International Federation of Competitive Eating (IFOCE) hace casi veinte años, a la que luego renombraron como Major League Eating. Actualmente es el presidente de la liga y el hombre que ha llevado estas competiciones a su esplendor. Entre sus megalómanos planes está el de llevar el deporte a los Juegos Olímpicos. “No creo que las Olimpiadas sean una opción viable en este momento, porque Jacques Rogge, presidente del COI, ha fallado repetidamente a la hora de responder a nuestra petición para formar parte de los juegos. Es una lástima, porque seríamos perfectos. En invierno podríamos usar algo caliente, como un s’more [sándwich formado por dos galletas Graham rellenas con chocolate y malvaviscos fundidos] y en las Olimpiadas de verano algo como, no sé, una sopa fría de eneldo. Pero no hubo respuesta”, declaró Shea en una entrevista a Salon.
En 2010, Kobayashi se negó a renovar el contrato con la MLE porque una de las cláusulas prohibía al firmante participar en eventos que no fueran de la liga. Se le prohibió la participación en el concurso de Nathan’s Famous. Kobi quería ser un agente libre así que llevó a la liga a los tribunales. El día del concurso, el japonés se presentó entre el público con una camiseta negra que decía “Free Kobi”. Al finalizar el concurso con la cuarta victoria consecutiva de Chestnut, Kobayashi salió de las gradas e intentó subir al escenario. Fue apresado por los guardias de seguridad y llevado por la policía ante el Tribunal Criminal de Brooklyn, acusado de allanamiento y resistencia al arresto, cargos que fueron archivados un mes más tarde y para celebrarlo, Kobayashi salió a cenar a un restaurante del East Village y comió entrantes, filet mignon, filete con patatas, medio steak tartar cedido por otro comensal y de postre tarta de chocolate con nata montada.
Al recordar aquel concurso de 2007 y su polémico final, Shea recuerda que “hubo indignación en la comunidad de comedores competitivos porque el anuncio en ESPN fue que Kobayashi iba a ser descalificado, y no lo fue. Nos regimos por los jueces, como siempre hacemos”. La MLE no hizo grandes esfuerzos por alcanzar un acuerdo con Kobayashi. Todavía había participantes como Sonya “Viuda Negra” Thomas o “Notorious” Bob Shoudt que daban emoción a las victorias de Chestnut. Cuando se fue, Shea simplemente le deseó suerte y Chestnut no le dio al anuncio mayor importancia: “para mí no cambia nada”.
Mientras la estela del Gran Kobayashi va disipándose, ver comer contrarreloj es un entretenimiento cada vez más al alza. El número de eventos y asistentes crece cada año, dentro y fuera de Norteamérica. Al analizar la escritura sobre boxeo de Norman Mailer para la revista Esquire, el escritor y ensayista Chuck Klosterman reflexionaba que “creo que lo que le ha pasado al boxeo es que ha perdido su relevancia abstracta para la vida. Lo que solía ser principal ahora parece superfluo. Los americanos ya no necesitan luchar contra nada. Nunca”. En el otro extremo del universo intelectual, George Shea hacía una reflexión escalofriantemente parecida. Para Shea, la nueva popularidad de estas competiciones se basa en que es un deporte “dramático, maravilloso y divertido. Tiene una conexión directa con los miembros de la audiencia. No todo el mundo juega al golf o al baloncesto, y nadie con dos dedos de frente practica curling, pero todo el mundo come”.
Como un borracho que contempla desde la barra la discoteca vaciarse, Kobayashi no quería creer que la fiesta podía haber llegado a su fin. El atleta que más ayudó a encumbrar a este deporte se juró no volver jamás a Coney Island, pero en su ocaso tuvo un rayo verde, y en un último chispazo de imprevisibilidad, el cuatro de julio de 2011, el enfant terrible de la comida rápida organiza su propio concurso de perritos en la azotea del bar 230 Fifth en Manhattan, a unos tres kilómetros del verdadero concurso. Mientras una pantalla a su lado retransmite simultáneamente la final del Nathan’s Famous, lo que queda de este tsunami, camiseta negra de Free Kobi y una franja de pelo teñida de rubio platino, come de pie frente a una mesa y ante unas pocas decenas de asistentes que le vitorean. En la pantalla, Chestnut gana su quinto concurso consecutivo con 62 perritos en diez minutos. Kobayashi, en la azotea, ha inhalado 69 perritos y todos los presentes celebran la histórica marca, reivindicándolo como el verdadero campeón y silenciando para sus oídos lo que el resto del edificio, calle, ciudad, mundo estaba gritando: que aquello ya no era deporte sino freak show.
El récord de la azotea fue instantánea y jocosamente desechado por la MLE, como todos los demás, en eventos menores que ya no eran emitidos en alta definición sino en un streaming pixelado y espástico. Sí, se había enfrentado al sistema y había fracasado, pero esos burócratas de Coney Island nunca podrán arrebatarle a Takeru Kobayashi el mérito de haber conjugado como nadie el pan y el circo dentro de un mismo espectáculo.
Divertido artículo, necesario vistazo a ese submundo gastronómico/deportivo.
Y ya que viene a huevo: hoy 27 de enero se celebra en Valls (Tarragona) la fiesta de la calçotada, siendo el evento más espectacular la competición de comer calçots, que cumple su 28º aniversario, ahí es nada.
El récord creo que está en 3.75 kilos de calçots ingeridos en 45 minutos. Toda una proeza, te guste o no te guste este tipo de competición.