Are we getting smarter?: Rising IQ in the twenty-first century
James R. Flynn
¿Somos cada vez más inteligentes? Por supuesto que sí. Incluso más que los estadounidenses. El cociente intelectual medio de los españoles se ha incrementado 19 puntos en 28 años, mientras que en Estados Unidos lo ha hecho en 9 puntos durante el mismo periodo de tiempo. No vayan a pensar que esta información es trivial a la luz de la reciente hornada de Urdangarines, Mulas, Bárcenas y otros del tipo listo que aparecen sin cesar en los medios de comunicación patrios, ya que no estamos aquí hablando de la inteligencia desde un punto de vista adaptativo, sino desde un enfoque puramente psicométrico. Por si no lo conocían y para que lo disfruten, les vamos a hablar hoy sobre el efecto Flynn.
A lo largo del siglo XX se produjeron unos incrementos asombrosos e inesperados en las puntuaciones que las diferentes generaciones de personas conseguían en los test que miden el cociente intelectual. Estos resultados fueron descubiertos por el investigador neozelandés James R. Flynn. En una aproximación simple nos indican que cada nueva generación es más inteligente que la anterior, que nuestros hijos son más inteligentes que nuestros padres, por tanto. Psicólogos y sociólogos buscan una explicación que justifique tales resultados; no es de recibo que un profesor de estudios políticos originario de la Tierra Media nos informe cuantitativamente de que la generación del Conde-Duque de Olivares, Cervantes, Quevedo y compañía eran unos retarded con una capacidad de procesamiento mental muy por debajo de la generación de ESOs a los cuales ni siquiera se les exige adquirir conocimientos o habilidades para pasar de curso, que en caso de fracaso escolar solo pueden aspirar a ser asesores del presidente del gobierno tras la preceptiva lordosis. No se alarmen, tiene una explicación; sabemos que la inteligencia, la que miden los test, aumenta jugando al Grand Theft Auto. En palabras de Flynn, «El cerebro de los mejores y más experimentados taxistas de Londres tiene más grande el hipocampo». Pongámonos serios, entonces.
El índice g o factor general de inteligencia es el resultado cuantitativo que resulta de calcular la tendencia de comportamiento de un amplio conjunto de tareas cognitivas interrelacionadas. Estas tareas cognitivas se evalúan mediante diferentes subtest. Cada una tiene un peso diferente en el valor de este índice g. Si bien es cierto que a lo largo del tiempo ha aumentado la inteligencia general, los resultados en los subtest que evalúan diferentes capacidades muestran que este incremento es desigual para cada tipo de tarea cognitiva. Esto es debido a que el análisis factorial se realiza en un escenario estático, no se tiene en cuenta que el escenario es dinámico: el cambio social modifica las prioridades culturales y con ellas las habilidades que tienen más importancia en cada momento. El progreso económico ha creado una clase media que disfruta de actividades de ocio exigentes en términos cognitivos y que desempeña trabajos en los que se necesita reflexionar. Todas las personas que pertenecen a este nuevo marco social responden al nuevo entorno mejorando el desempeño de sus funciones y por tanto incrementando espectacularmente la media del CI. Los test de inteligencia están diseñados sin tener en cuenta la evolución de la sociedad y el cambio de intereses que en esta se producen. No somos más inteligentes que nuestros abuelos, aunque sí estamos más preparados para resolver muchos de los test que miden el CI mejor que ellos; sin un propósito directo o consciente venimos entrenando las habilidades medibles debido al marco sociocultural en el que nos tenemos que desenvolver.
Veintiocho años después de este ensayo Flynn publicará un nuevo libro en el que nos cuenta, para su sorpresa, que la progresión continúa al ritmo de tres décimas al año. El estudio no solo da cuenta de las nuevas investigaciones acerca del efecto Flynn sino que proporciona datos y reflexiones nuevas acerca del CI y sus efectos sobre las diferencias raciales y de género. Con respecto a las diferencias de género, por ejemplo, Flynn nos revela que las mujeres ya son algo más inteligentes que los hombres según indican sus puntuaciones, por encima incluso de lo que podíamos intuir. Hasta ahora se tenía claro que las mujeres promediaban mejor en pruebas verbales, mientras que los hombres destacaban en las no verbales. Dependía, entonces, del tipo de test el que un género u otro alcanzara mayor puntuación. El profesor Flynn también analiza el impacto de los resultados en los test de inteligencia en la condena a pena de muerte en EEUU, donde la vida del reo dependerá de obtener más o menos de 65 puntos; o la correlación entre altura y CI, que ya no es tal; o la importancia de la nutrición en la inteligencia.
El efecto Flynn tiene una lectura muy interesante para gozo de la progresía bienpensante. Sobre todo después de que al genetista James Watson se le ocurriera compartir con el pueblo su visión sobre la inteligencia y la raza. Deben saber que James R. Flynn es un activista de los derechos civiles que empezó a investigar todo lo relacionado con los cocientes intelectuales en un intento de refutar los estudios publicados por el controvertido académico Arthur Jensen.
El cerebro cambiante
Diego Redolar Ripoll
No cabe duda en cuanto a que si H.G. Wells hubiese sido contemporáneo nuestro hubiese desarrollado la trama de La isla del doctor Moreau en torno a la neuroplasticidad cerebral, sin duda una de las áreas de investigación científica en la que los experimentos pueden diseñarse en el límite de la imaginación de los propios científicos. Con la ventaja añadida de que tales experimentos, por su propia naturaleza, están lejos de la fiscalización ética de los mismos o, en otras palabras, en las antípodas del profesor Money.
En este ensayo de divulgación, el Dr. Diego Redolar nos describe alguno de los aspectos más sorprendentes en relación a la capacidad de cambio de nuestro cerebro, hasta el punto de hacernos pensar que estamos en una de las recopilaciones de los increíbles casos neurológicos con los que el profesor Oliver Sacks nos asombra en sus libros. En El cerebro cambiante, no obstante, no nos quedamos en la mera anécdota, sino que además podemos profundizar en la propia materia para comprender los elementos que subyacen en la misma.
Uno de los casos más cercanos a la ciencia ficción se nos brinda en el segundo capítulo, Puedo ver con mi espalda, donde se cuenta cómo el Dr. Paul Bach-y-Rita desarrolló un sistema que permite a personas ciegas ver con la espalda. Este sistema, bastante avanzado tecnológicamente, permite al cerebro procesar información sobre el tacto para construir imágenes.
Otro de los capítulos más interesantes es Amor plástico. Nos introduce en las relaciones entre la plasticidad cerebral y el amor y la sexualidad de un modo algo prosaico, tal cual El caballero de la armadura oxidada, con preguntas tan sugestivas como ¿nos fijamos en el físico, en la forma de ser, en la personalidad? Lo hace así para presentar a continuación los asépticos trabajos sobre las preferencias que muestran las personas para elegir pareja con las que realizar el acto sexual, altamente relacionados con diferentes rasgos morfológicos, como la razón existente entre la cintura y la cadera en el caso de las mujeres y la altura y el índice de masa corporal en el caso de los hombres. Más adelante describe las diferencias estructurales en el cerebro de las personas y los diferentes dimorfismos que existen entre hombres y mujeres. Observaciones neuroanatómicas revelan que la anatomía del cerebro está asociada con la orientación sexual y la identidad sexual. Por ejemplo, los patrones morfológicos cerebrales en los transexuales difieren de las del sexo que se les asignó al nacer, aunque no se sabe si es la conducta la que modifica las estructuras o es la propia anatomía la que influye en la conducta.
También me gustaría destacar el capítulo ¿Las drogas modifican nuestro cerebro?, en el cual el profesor Redolar nos introduce el término anglosajón de Craving, referido al intenso deseo o ansia por la droga, y que explica mediante las teorías que entienden la adicción como una forma patológica de aprendizaje. Desde este enfoque, la adicción representa una usurpación patológica de los procesos neuronales implicados en el aprendizaje que usamos habitualmente para lograr objetivos vitales como la comida o la bebida.
«Imaginad que os dan un mando de la Wii con un botoncito que os provoca un orgasmo… pero multiplicado por mil. ¿Creéis que no existe? ¡Pues sí, existe! Pero no se comercializa. Os digo yo que si no fuera así estaríamos enganchaditos al botoncito…» (Una de las frases míticas del profesor Diego Redolar Ripoll).
Interesante.
Sin embargo, no estoy de acuerdo con la parte de la inteligencia. No existe una definición mínimamente consencuada sobre qué es la inteligencia. Así, hoy en día se equipara a la puntuación del CI, y se le pone un nombre rimbombante (Factor G), para enmascarar con un bonito envoltorio un constructo no científico. Una teoría improbable, junto a un test incompleto (como todos) no justifica el uso de la inteligencia como constructo medible, cuntificable y, por tanto, modificable.
La inteligencia no es nada, y si es algo, es subjetiva.
La inteligencia es algo claramente objetivo y hereditario. Si no, no habría evolucionado a lo que ahora somos.
También hemos desarrollado el amor y no es objetivo ni hereditario.
Una cosa es que la inteligencia sea un concepto útil, e incluso necesario, pero no es operativizable ni medible. Puede que seamos más inteligentes o que simplemente seamos capaces de acumular cultura mediante la escritura y transmitirla a las siguientes generaciones mediante la educación. Pero la inteligencia sigue siendo una suma de factores subjetivo, ya que cada uno añade unos u otros.
Me ha encantado vuestro articulo y me ha sabido a poco pero ya sabeis lo que dice el dicho «si lo bueno es breve es dos veces bueno». Me gustara volver a leeros de nuevo.
Saludos
la inteligencia existe, pero no sé sabe bien qué es y sobre todo no puede cuantificarse (medirse-pesarse) bien. Tienen factores hereditarios, genéticos, y factores ambientales y factores intermedios (epigenéticos).
Todo el mundo sabe que la inteligencia existe (por eso hay tontos), pero nadie sabe aún definirla, sólo que es un término cpmlejo que agrupa habilidades o capacidades distintas, desde la espacial a la emocional, pasando por la linguística o la numérica
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