Jørn Utzon murió en Copenhague.
Hacía apenas unos meses que había regresado de Can Feliz porque su corazón de 90 años le estaba dando señales de que ya no le quedaba casi nada dentro.
El 29 de noviembre de 2008, mientras dormía, terminó de vaciarlo.
Apenas unos meses desde que salió de Mallorca. Cuarenta y dos años desde la última vez que pisó Australia.
Saarinen, Candela y las velas al viento
Lo primero que hizo Eero Saarinen, arquitecto norteamericano de evidente origen finés e hijo de Eliel Saarinen (autor de la muy Gothamesca Estación Central de Helsinki) cuando entró en el jurado del concurso para el edificio de la Ópera de Sídney, fue revisar los planos que habían sido descartados en la ronda preliminar, en la cual no había estado presente.
Vio esto:
Eran unas velas al viento sobre un podio masivo que contenía el suelo inclinado de los auditorios. Y eran una imagen y un símbolo. Un icono.
Era 1957.
Saarinen recogió el croquis y los demás planos que conformaban la propuesta de Utzon, se acercó al resto de miembros del jurado y, enseñándoselos les dijo: “Caballeros, este es el primer premio”.
Un arquitecto danés de 38 años y prácticamente desconocido acababa de ganar 5.000 libras australianas y la oportunidad de construir algo que nunca se había hecho.
Y que no podía hacerse.
Utzon había concebido las velas como cáscaras de hormigón curvas y autoportantes; esto es, la propia forma de las mismas soportarían las cargas propias (y las sobrecargas de viento, lluvia y nieve, si las hubiere). Pero en los pocos planos que había enviado al concurso no se definía cómo iban a construirse esas láminas de hormigón; apenas presentaba una idea formalizada en planos generales y croquis intuitivos.
Hay que entender que esto no fue una irregularidad de Utzon, en casi todos los concursos de arquitectura se opera de la misma manera: el objetivo es ganarlo y, para ello, se debe conquistar a un jurado, habitualmente de la manera más expresiva y eficaz posible. La solución constructiva ya se resolverá después, cuando se comience la fase de proyecto.
El problema es que la solución constructiva no existía.
Tras recibir el encargo oficial, Utzon se asoció con la oficina londinense de ingeniería de Ove Arup, que vio desde el primer momento que esas velas no podían ser láminas de hormigón. No había suficiente curvatura, la forma de la sección no permitía asumir las cargas y no había suficiente apoyo en la base.
Aun así, emplearon casi siete años de trabajo y la puesta al límite de la tecnología computacional de la época en confirmarlo.
Mientras tanto, y con la cercanía de las elecciones, el gobierno de Nueva Gales del Sur había prácticamente obligado a que se empezase a construir el edifico, que efectivamente comenzó sus obras de cimentación y podio inferior en 1959, sin saber aún como se construiría la cubierta.
Al final, se adoptó la primera solución que había dado Arup al enfrentarse con el proyecto y que sustituía las cáscaras autoportantes por un sistema de arcos con recubrimiento de plementería entre ellos. Las láminas dejaban de ser portantes para convertirse en fachada.
Se iba en contra de la honradez constructiva (las cosas deben ser lo que parecen) a favor de la forma, de la imagen, del icono.
El presupuesto se había multiplicado por seis (y al final se multiplicaría por 14), se había tenido que demoler y reconstruir parte de la cimentación para ajustarla a las nuevas cargas, se produjeron varios accidentes, varias huelgas y una intensa controversia con el gobierno y la ciudadanía.
Pero Sydney, Australia y el mundo ganaron.
Ganaron algo tan esquivo, inherentemente etéreo, leve y al tiempo tan consistente como una silueta.
Un símbolo.
Félix Candela publicó en 1968, con el edificio aún en construcción, el estupendo artículo El escándalo de la Ópera de Sydney, en el que, entre otras cosas, acusaba al proyecto (no tanto a Utzon y mucho menos a Arup) de ser víctima de un sistema publicitario que premiaba la espectacularidad, la inmediatez y la máscara, en detrimento de la honradez arquitectónica, la previsión y el conocimiento de las realidades técnicas, económicas y estructurales del proyecto a realizar.
Es difícil estar en desacuerdo con este planteamiento, pero creo, no obstante, que el formidable arquitecto hispano-mexicano no supo ver la extraordinaria importancia que empezaba a tener —y aún tendría más en el futuro— la arquitectura como formalización de una idea. Sobre todo cuando se trata de edificios cuya escala arquitectónica o constructiva, por grande que sea, es prácticamente insignificante frente a la escala social y cultural.
No me atrevería a decir que el tiempo quitó la razón a Candela (su planteamiento creo que es perfectamente válido, tanto en el caso de Sídney, como en muchos otros que se les pueden a ustedes venir a la mente), pero creo que, a fecha de hoy, el edificio de Utzon ha superado con creces todas y cada una de las enormes y numerosas dificultades que él mismo provocó. Para y con la ciudad, para y con el país, para y con el mundo.
En 1966, tras muchos y ásperos enfrentamientos con el nuevo gobierno conservador, con las empresas constructoras e incluso con el propio Arup, Utzon abandonó la construcción, cerró la oficina de Sídney, a la que se había trasladado en 1962, y se marchó de Australia para no volver nunca más.
El edificio se terminó en 1973 bajo la supervisión de un equipo de arquitectos locales que finalizaron la cubierta y se encargaron de todo el diseño interior, descartando el que había propuesto Utzon.
Su nombre no fue mencionado ni se le cursó invitación oficial a la inauguración, que auspiciaría la Reina Isabel II el 20 de octubre de ese mismo año.
En 2007, el edificio de la Ópera de Sídney fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
En 2012 recibió más de cuatro millones y medio de visitas de las cuales casi un millón y medio fueron para asistir a alguno de los espectáculos que albergó.
La Casa de Lis
A su regreso de Australia, Utzon paró en Mallorca. No es difícil imaginar que, tras las tribulaciones de su experiencia en Sídney, encontrase en la luz de la isla y del mar Mediterráneo una ventana a la paz que necesitaba.
Y no es difícil porque al poco de llegar compró un terreno en Portopetro, al borde de un acantilado sobre el mar donde construiría su casa de verano.
Terminada en 1971, la llamó como a su mujer: Can Lis, la casa de Lis.
Construida con la piedra local del marés, con técnicas y recursos tradicionales, pero con la forma y la jerarquía propia del conocimiento moderno. Se compone de varios pabellones separados pero articulados entre sí mediante una serie de tapias traseras, un paso central y una explanada delantera.
A la casa se accede desde un paso a través de un pequeño pinar donde lo primero que nos encontramos es una sucesión oblicua de paredes ciegas, porque las piezas están prácticamente cerradas a la parte posterior, pero cada una de ellas se abren al horizonte en un precioso juego de huecos abocinados; troneras contemporáneas que atrapan la luz y el mar.
Uno incluso podría imaginar viendo la planta, que si no tuviese los vidrios —ingeniosamente colocados por fuera de la fachada para no ver el marco desde dentro—, el Xaloc o el Gregal soplaría entre los huecos inclinados haciéndolos sonar como un fantástico silbato de piedra.
Utzon y su familia pasarían allí periodos de tiempo que se harían cada vez más largos a medida que Jørn y Lis se iban haciendo mayores, hasta que en 1994 se marcharon de Can Lis para trasladarse a una nueva casa que el arquitecto había construido en el interior.
La formidable luz, el viento y la humedad empezaban a ser molestos para una persona que ya había cumplido los 70.
Además, y a pesar de que el propio Utzon negaba que le supusiese un inconveniente, la casa se había convertido en un centro de peregrinaje para arquitectos, artistas e incluso turistas convencionales.
Porque aun con materiales tradicionales, con un color y un tamaño que la hacían casi invisible entre el paraje y las construcciones cercanas, la casa era única. No había ninguna igual en la zona.
No hay ninguna igual en el mundo.
Casa Feliz
Pueden ustedes dar por válido la afirmación de Utzon cuando decía que las constantes visitas a Can Lis no solo no le importunaban, sino que le enorgullecían, pero lo cierto es que en el momento de la construcción nunca llegó a revelar por completo la localización de su nueva casa.
Después quizá no le hizo falta.
A varios kilómetros en el interior de la isla, levantó una casa con una amplia terraza con vistas a ese mar Mediterráneo que decía le había sacado de Can Lis.
Una terraza con vistas como tenían las casas tradicionales de la zona.
Una casa construida en torno a un patio, como las casas tradicionales de la zona; con suelos y fachadas de la misma piedra del marés que tenían las casas tradicionales de la zona; con cubierta inclinada a dos aguas, como las casas tradicionales de la zona; con la teja de las casas tradicionales de la zona; con la forma de las casas tradicionales de la zona.
Una casa que ahora sí, se parecía a las casas tradicionales de la zona.
La llamó Can Feliz, la Casa de los Feliz.
A los 75 años, Utzon decidió renunciar al gesto y al símbolo, a la imagen y a la relevancia para ganar lo que llevaba buscando desde hacía casi treinta años.
Allí, junto a Lis, pasó la mayor parte del tiempo hasta que tuvo que volver a Copenhague a finales del verano de 2008.
Allí recibió la noticia de que se le había concedido el Premio Pritzker en 2003.
Y allí escuchó la llamada de la dirección de la Ópera de Sydney donde, en una suerte de acto de reconciliación, le pedían que reformase alguno de los interiores para dejarlo tal y como él lo había concebido en su momento.
Utzon llevó a cabo este encargo desde 1999 hasta 2004 junto a su hijo Jan. La Ópera de Sídney renombró el espacio como la Sala Utzon.
En una entrevista, el arquitecto se refirió a ella de la siguiente manera: “El hecho de que haya sido mencionado de una manera tan maravillosa me proporciona el mayor placer y satisfacción. No creo que se me pueda dar una mayor alegría como arquitecto del edificio. Sobrepasa cualquier medalla de cualquier tipo que pudiera recibir o haya recibido”
Sí, seguro que estaba allí, sentado en una silla de mimbre, con unas Adidas viejas. Mirando al mar en una terraza de la casa feliz.
Bello artículo aunque me gustaría precisar lo de la solucion constructiva y estructural de la opera de Sidney. Utzon desembarco en Australia para elaborar el proyecto de la ópera, que ya estaba envuelto en una turbia polémica política. Utzon escoge al anglodanes Ove Arup como su consulting de ingeniería pero sin abandonar en ningún caso el control ejecutivo del proyecto. Es cierto que Arup pone a su disposición sus ingenieros mas valiosos y los primeros ordenadores de calculo estructural. Utzon no acepta las múltiples soluciones que Arup le propone, y ahi comienzan las tensiones entre el arquitecto y la ingeniería que acusa al primero de demoras en el proyecto. La razón es simple, Utzon se enfrenta a la definición constructiva de su maravilloso anteproyecto y esta es muy compleja debido a las tensiones politicas y presupuestarias, la dificultad de las cimentación. Con un país observándo su tablero de dibujo y con la ingeniería enfrentada, Utzon finalmente alcanza el Eureka!; sera la geometría de la esfera la que permita la solución estructural de las «velas» y que los costes no se disparen en el proceso constructivo. Este alarde creativo de Utzon no impedirá su amarga salida del proyecto, no sin antes acusar a Arup de maniobrar en la sombra para retirarlo de la dirección de obra.
La ópera de Sydney es uno de los escasos ejemplos en los que pese a que el jurado del concurso carece de competencia, el arquitecto ignora totalmente los principios básicos de la contrucción que dibuja, la opinión pública se deja llevar por publicidad engañosa y los ingenieros desvirtúan la obra por hacerla posible… El resultado final es satisfactorio, claro que los que pagaron fueron los de siempre, el coste de la obra fue más de cinco veces el presupuesto inicial. En el mundo, y sobre todo en España hay muchos cimientos de edificios como este pero no son famosos, ni lo serán, porque no se acabarán nunca. Más Candelas y menos Utzones es lo que necesitamos.
No creo que me equivoque mucho si afirmo que esta historia, que el autor del artículo dispone con maestría para el conocimiento de los lectores de jotdown, la conocen la mayoría de los arquitectos del mundo.
Es una historia paradigmática, no por lo célebrede la Opera de Sydney, o por el tortuoso proceso de realización, con lo que además venden estas polémicas. El paradigma reside e el mismo concepto ideal de Arquitecto, ese hombre culto formado en la técnica y en las artes, que deslumbra por su capacidad para materializar ideas que transforman las ciudades. Donde la brillantez de un boceto le catapulta del anonimato al reconocimiento social y desempeño de las más grandes y atrevidas empresas. Esa figura, retratada en El Manantial, cuya integridad y compromiso con la profesión están por encima de políticos e intereses económicos.
Y curiosamente, esa arquitectura icónica, espectacular, certifica su muerte conceptual. Es la arquitectura sencilla y humilde, silenciosa, de Can Liz la que le da nueva vida y prestigio que perdurará para la historia.
Ahi está la metáfora. Ese modelo de arquitectura del espectáculo, de fuegos artificiales, en ocasiones oportuna y efectiva, hay que decirlo, ha supuesto en ultima instancia la defunción de la profesión. Al menos en los términos antes descritos.
Hoy ni prestigo ni integridad.
Efectivamente, mejor le hubiera ido a Utzon si Candela le hubiese ayudado a materializar sus Cubiertas-Nube. Y a los contribuyentes de Sydney. Quizá entonces este edificio tendría menos mitología.
Y efectivamente, Can Liz representa el sutrato que da valor a una profesión, hoy muerta. Esperemos que ese sustrato forme parte de su futuro.
Magnífico artículo, aunque ya que se nombra a Candela, echo en falta también una mención a Moneo, que con sólo 24 años fue uno de los artífices del cálculo preciso de las bóvedas…
Estoy de acuerdo con Óscar.
Los arquitectos barnizan sus cómics (no son realmente proyectos pensados y calculados) con esa cháchara copiada de los críticos de arte moderno. Por ejemplo, qué significa esto: «El edificio de Utzon ha superado con creces todas y cada una de las enormes y numerosas dificultades que él mismo provocó. Para y con la ciudad, para y con el país, para y con el mundo».
Sí, a pesar de todos los disparates, se acabó construyendo, con dinero público. Dado que lo único que motivó ese proyecto fue que el dibujo original parecía «bonito», suficientemente llamativo y original, no es de extrañar que todo cambiara para que dicho perfil se conservara a cualquier precio. Un capricho. Y le dan al arquitecto, o habría que decir dibujante, el premio Pritzker. Así es la arquitectura moderna: disparates faraónicos, fraudes, iconos discutibles y muchos de ellos frágiles, monumentos a la estupidez que desaparecerán con el tiempo.
Lamento que no se haya entendido lo que he querido expresar. En último caso, se trata de ejemplificar que pese al sobre coste y el atribulado proceso constructivo, el edificio de la Ópera de Sídney ha cubierto con creces tanto ese sobrecoste económico -digamos, que se amortizó en apenas 5 años- como el social.
La Ópera de Sídney es el símbolo de todo un continente, y si me apura, de todo un hemisferio, es Patrimonio de la Humanidad y, a mi juicio, así debe ser tratado.
Sin menoscabo, no obstante, de que los edificios deban ser manejados en otros términos.
No crea, por otro lado, que el Pritzker se le concede exclusivamente por ese edificio. La obra de Utzon es amplia, compleja y abarca muchas tipologías, siempre con soluciones enormemente interesantes. La Ópera de Sídney, me temo, no es un monumento «que desaparecerá con el tiempo».
Una obra que, más tarde, empujó a su autor hacia la tradición y la honradez arquitectónica. Es esta, a mi juicio, la razón primera por la que la Ópera de Sidney ha trascendido a la arquitectura.
Es la historia de una tragedia. Es la vida misma. Es algo que perdió la arquitectura hace ya más de un siglo y, empero, todavía no la ha echado en falta.
Hace unos días estuve en una reunión en las oficinas de Arup en Sydney, que están construidas para impresionar: diáfanas, con vistas espectaculares hacia todos los lados y acabados de los de no me importa cuánto cueste. Me hizo gracia que la recepción en cambio estaba sobriamente decorada, sólo con algunas hojas enmarcadas de los cálculos -manuscritos, obvio- de la cubierta de la Ópera.
Y por poner alguna pega, creo que falta añadir que una de las razones por las que la Ópera es tan famosa es por su diálogo con el Harbour Bridge. No se me ocurre ningún otra pareja que les llegue a la suela de los zapatos.
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La verdad, ese seguidismo-snobismo que tiene la sociedad en general con los arquitectos hace que, a los que nos gusta algo, moderadamente, la arquitectura, le acabemos cogiendo manía.
El edificio, precioso. ¿Pero nadie va a hacer una crítica de un proyecto que no se podía construir, y cuyo resultado fue un presupuesto 14 veces el original? Arte no es pintar en una servilleta…
Por otro lado, deseo fervorosamente que el autor me explique lo que quiere decir con: «la extraordinaria importancia que empezaba a tener —y aún tendría más en el futuro— la arquitectura como formalización de una idea.»
¿Sí? ¿puede explicarme qué ideas se expresan con la arquitectura?
Señor Kokzilla, una casa, un auditorio, una escuela, … sirven a un fin concreto, al igual que una moto, un coche, una carretera, un puente… además, a veces, tienen la virtud de transmitir emociones y no sabes por qué ocurre, puede que entren en sintonía con alguna ley natural presente en ella y en nuestro propia esencia como producto de ella, y el verla traducida sabiamente en un objeto concreto nos produce una emoción gratificante. Mire usted la foto que aparece en este artículo de la casa de Utzon en Mallorca, esa casa tiene esa virtud, además ayuda a entender un concepto, ¿o quizás una idea?, el espacio y la luz en nuestro medio.
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