“Solo hay una ciencia: la física. Todo lo demás es asistencia social”
James D. Watson
En ocasiones, los hallazgos científicos son fruto del azar. De la sencilla y oportuna coincidencia. No por ello debemos olvidar que, como decía Louis Pasteur, “en el campo de la investigación el azar no favorece más que a los espíritus preparados”, y es que el éxito de la serendipia no depende del hecho que la constituye sino del genio, la aptitud y la formación de quien la percibe. Cuántos habrían visto caer manzanas de los árboles antes de 1687…
Normalmente, la descodificación y comprensión de fragmentos desconocidos de la realidad requieren de largos períodos de tiempo; de plazos que, horizontal y verticalmente, exceden de la vida de un solo hombre. Hay aparentes excepciones de mayor o menor entidad que, en su gran mayoría, derivan de procesos azarosos, y sin embargo, incluso en estos casos y por muy tenue que sea el vínculo, la desconexión con el camino recorrido hasta el momento nunca es absoluta. Ya sea constituyendo un avance tan sustancial que parece fundar un punto de partida, ya sea derribando la estructura de todo un sector de conocimiento mediante la apertura de la ruta correcta, siempre existe un paso previo. Ni siquiera las ideas de Darwin o Einstein nacieron de la nada, aunque resulte románticamente tentador pensar que sí.
Lo habitual, no obstante, es que los grandes hallazgos científicos sean manifiestamente obra de muchos, conscientes o no de su colaboración, y generalmente a lo largo de varias generaciones. La mecánica cuántica no tiene un solo padre. Tampoco la identificación del ADN. La radiactividad, por supuesto, no es una excepción. Y sin embargo, como es natural, los nombres de unos destacan más que los de otros, lo cual no siempre es del todo justo. Es comprensible, por ejemplo, que Planck, Dirac, Heisenberg o Schrödinger abanderen el grupo de físicos responsables de la cuantización de la materia y la energía. También lo es que la equiparación de la importancia de Watson, Crick y Wilkins en los estudios sobre el ácido desoxirribonucleico siga siendo polémica. Que el apellido Curie sea tan ligera y comúnmente asociado al descubrimiento de la radiactividad, sin embargo, ya no lo es tanto.
Siendo estrictos —quizá demasiado, pero no es el momento adecuado para ahondar en el tema—, Marie Curie contribuyó con sus experimentos al estudio de la radiactividad y a su vez descubrió el polonio y el radio —que también aisló— a finales del siglo XIX. En ese momento se conocían 79 elementos químicos y desde entonces se han registrado otros 33, siendo enorme la lista de los científicos responsables de su descubrimiento; asimismo y como hemos mencionado, fueron muchos quienes investigaron el fenómeno radiactivo, y a pesar de todo ello, de pocos se puede afirmar que hayan alcanzado la ya centenaria fama mundial de Madame Curie. ¿Por qué ocupa entonces un lugar tan destacado en el imaginario social? Es frecuente leer su nombre en las enumeraciones de los científicos más importantes de la historia, pero a la vista de lo expuesto, cabe preguntarse si la notoriedad del personaje histórico no habrá exagerado en la cultura popular su mérito como investigadora y, en tal caso, a qué se debe entonces tal notoriedad. Cuál es el porqué de la sobredimensión de su gloria en comparación con la de tantos otros científicos que, al igual que ella, han descubierto nuevos elementos químicos o realizado trabajos en el campo de la radiactividad.
Una nueva propiedad de la materia: la radiactividad
“He visto con mis propios ojos su eficacia descargando un conductor electrificado; es más como magia que cualquier otra cosa que haya visto u oído en ciencia”
Lord Kelvin, 1897
Alrededor de 1650 e inspirándose en los trabajos de Galileo Galilei y Evangelista Torricelli, Otto von Guericke inventó la bomba de vacío. Él no lo sabía, por supuesto, pero había iniciado un largo camino que a la postre conduciría al descubrimiento de la radiactividad, de la desintegración atómica, de la fisión nuclear. La curación del cáncer mediante radioterapia o el desastre de Fukushima habrían sido imposibles sin él, si nos ponemos hiperbólicos.
Consciente de algunas experiencias relatadas por el astrónomo y sacerdote francés Jean Picard en 1675, que había advertido cómo al mover barómetros —tubos de Torricelli en los que se produce un vacío parcial— se generaba un misterioso haz de luz, el científico inglés Francis Hauksbee explicó en su libro de 1709 Experimentos fisiomecánicos en distintos asuntos que al agitar un recipiente de vidrio del que se había extraído el aire mediante una bomba de vacío y en cuyo interior se habían colocado unas gotas de mercurio, se podía apreciar un cierto resplandor fosforescente.
Casi un siglo y medio más tarde, en 1850, el inventor alemán Heinrich Geissler construyó una nueva bomba de vacío mucho más eficaz con la que era capaz de extraer el aire de tubos de vidrio —llamados tubos de Geissler— en cuyos extremos colocaba un electrodo positivo, denominado ánodo, y un electrodo negativo, denominado cátodo, a los que aplicaba concretas descargas eléctricas provocando curiosos fenómenos luminosos debido a la diferencia de potencial entre ambos electrodos. Unos años después, su compatriota Julius Pückler observó que a medida que se iba extrayendo el gas del tubo, el efecto luminoso se hacía menos intenso hasta que únicamente se apreciaba una tímida luz alrededor del electrodo positivo y un reflejo fosforescente en el extremo contrario, entre los cuales mediaba un intenso espacio oscuro. Finalmente, Johann Wilhelm Hittorf y Eugen Goldstein predijeron que en realidad se trataba de rayos que viajaban desde el cátodo al ánodo, aceptándose la nomenclatura propuesta por este último en 1876, rayos catódicos, quien de hecho creía que su naturaleza era ondulatoria. Tal y como sospechaba William Crookes y como por fin demostró el también británico Joseph John Thomson en 1897, en realidad tales rayos tenían naturaleza corpuscular. El propio Thomson señalaba tiempo después que los corpúsculos no solo eran siempre de la misma clase, sino que además su masa era menor que la de cualquier átomo conocido, por lo que se debía deducir que en realidad eran componentes elementales del átomo. Habían sido descubiertos los electrones, y los rayos catódicos no eran otra cosa que corrientes formadas por los mismos.
Cuatro años antes, el físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen comenzó sus estudios sobre los rayos catódicos. El 8 de noviembre de 1895, trabajando con una evolución del tubo de Geissler operada por Crookes, observó que sobre un papel indicador de platinocianuro de bario colocado a su lado se había formado una línea transversal que tan solo podía responder a la radiación de la luz, lo cual era imposible ya que el tubo catódico estaba totalmente cubierto por papel negro. Parecía consistir, pues, en un nuevo tipo de radiación capaz de atravesar cuerpos opacos a la que, por desconocimiento de su naturaleza, denominó rayos X. Nadie podía demostrar que tuviesen carácter ondulatorio, pero desde un primer momento la comunidad científica sospechó que se trataba de radiación electromagnética y que, a diferencia de los propios rayos catódicos, no consistía en una corriente de partículas.
A medida que los estudios sobre los rayos X avanzaban, su popularidad comenzó a crecer inconteniblemente. A principios de enero de 1896, el London Daily Chronicle publicaba: “El profesor Röntgen de la Universidad de Wurzburgo ha descubierto una luz que, al efectuar una fotografía, atraviesa la carne, el vestido y otras sustancias orgánicas”. El día 20 de ese mismo mes, el insigne matemático Henri Poincaré presentó en la Academia de Ciencias de Francia una comunicación de los doctores Oudin y Barthélemy consistente en una fotografía de los huesos de una mano que habían realizado utilizando los asombrosos rayos X.
En esa sesión se hallaba presente el hombre que terminaría haciendo encajar todas las piezas, Henri Becquerel. Como él mismo anotó más adelante, ese día preguntó a Poincaré cuál era el lugar de emisión de los rayos X, a lo que el matemático respondió que el origen de la radiación se encontraba en la franja luminosa de la pared que recibía el flujo catódico. Ante esa respuesta, Becquerel se preguntó si todos los cuerpos fosforescentes emitirían rayos parecidos y comenzó a realizar experimentos que, finalmente, no confirmaron la previsión con que los había empezado.
Sin embargo, la comunicación presentada por Poincaré había despertado el interés de otros científicos como Charles Henry o Gustave Le Bon, aunque los resultados de sus experimentos tampoco convencieron a Becquerel, que sospechaba que nadie estaba trabajando en la dirección adecuada. Afortunadamente y todavía con la fosforescencia como norte en su brújula, había observado en los compuestos de un determinado elemento algunas propiedades que le hicieron creer que tal vez podrían producir la misma radiación que los rayos de Röntgen, lo que sin duda sería una fantástica señal. Se trataba de compuestos de uranio.
El 24 de febrero presentó su primera comunicación a la Academia de Ciencias. Se denominaba Sobre las radiaciones emitidas por fosforescencia y en ella explicaba que había observado cómo las sales de uranio, colocadas sobre una placa fotográfica completamente envuelta en papel negro, eran capaces de impresionar la placa después de haber dejado todo el conjunto varias horas a la luz del sol. Es decir, concluía que la sustancia fosforescente, por efecto de la luz solar, emitía radiaciones capaces de atravesar cuerpos opacos.
Pero, como decía al inicio de este artículo, en ocasiones el azar interviene oportunamente en la investigación científica y súbitamente todo se ve mucho más claro. El 2 de marzo, apenas unos días después de haber recibido las conclusiones de Becquerel sobre radiación por fosforescencia, la Academia de Ciencias se encontraba con una extraordinaria segunda comunicación del físico francés. Unos días antes, a causa del mal tiempo, se había visto obligado a guardar en un cajón la placa fotográfica cubierta por el papel negro sobre el cual se hallaban las sales de uranio. Las nubes impedían que el sol realizase su labor, y esta era esencial en sus experimentos. Después de varios días de borrasca decidió revelar la placa, aun sabiendo que las posibles imágenes obtenidas serían casi inapreciables debido a la ausencia de luz solar. Cuál sería su sorpresa cuando observó que la placa no solo había sido impresionada por las sales de uranio sino que las imágenes producidas eran más nítidas que nunca. No se había producido fosforescencia alguna ya que el equipo había permanecido ajeno a la luz, dentro de un cajón, de modo que el resultado se debía al número de horas y no a la incidencia de los rayos del sol. El uranio producía semejante radiación per se, sin necesidad de excitación alguna. La pregunta era por qué.
El 9 de marzo, Becquerel informaba a la Academia de Ciencias de que la extraña radiación de las sales de uranio convertía a los gases en conductores debido a su ionización, y que tras siete días encerradas en la más absoluta oscuridad, todavía continuaban emitiendo radiación. El día 18 publicaba en las Comptes rendus, el diario de la Academia: “Las radiaciones de las sales de uranio son emitidas no solo cuando son expuestas a la luz, sino incluso cuando se mantienen en la oscuridad, y durante más de dos meses los mismos fragmentos de varias sales, aisladas de todas las radiaciones conocidas con capacidad de excitación, han continuando emitiendo nuevos rayos sin que se perciba su debilitamiento. Esto me ha llevado a pensar que el efecto es debido a la presencia en estas sales del elemento uranio (…) que, creo, es el primer ejemplo de un metal que exhibe un fenómeno del tipo de una fosforescencia invisible”.
Hoy en día sabemos en qué consiste exactamente esa “fosforescencia invisible”. Henri Becquerel había descubierto la radiactividad.
Marie Sklodowska
Hasta este momento, la participación de Marie en el nuevo hallazgo científico se reducía a la mera observación. Se había licenciado en Ciencias en 1893 y en Matemáticas en 1894, cuando Röntgen todavía comenzaba sus primeros estudios sobre los rayos catódicos que finalmente derivarían en el descubrimiento de los rayos X. Un año más tarde, el 26 de julio de 1895, contraía matrimonio con el profesor de Física Pierre Curie, ocho años mayor que ella, y en 1896 iniciaba su tesis doctoral sobre “los interesantes experimentos de Henri Becquerel con las sales del raro metal uranio”. Cuando comenzó a estudiar el recién descubierto fenómeno, por lo tanto, la comunidad científica ya sabía de la existencia de lo que más adelante ella y su marido denominarían “radiactividad”. Dotar de un nombre a la radiación hallada por Becquerel, sin embargo, no los convierte en sus descubridores.
Marie Salomea Sklodowska nació en Varsovia el 7 de noviembre de 1867. Fue la quinta y última hija de un profesor de Física y Matemáticas y de una pianista, cantante y directora de una escuela femenina que falleció cuando la pequeña Marie solo tenía once años de edad. La mayor parte de Polonia se encontraba entonces ocupada por Rusia, y el sentimiento nacionalista estuvo muy presente en Marie desde su infancia —hasta el punto de que, acompañada de su hermana Helena, asistía a clases clandestinas sobre la cultura de su pueblo—. Tal es así que, habiendo terminado el bachillerato a la edad de quince años y tras pasar varios meses en la casa que su tío tenía cerca de Galitzia, regresó a Varsovia con la intención de ser profesora en alguna escuela en la que todavía permaneciese vivo el espíritu patriota. Las estrecheces económicas que atravesaban los suyos y la vejez de su padre, sin embargo, la obligaron a dejar la residencia familiar y aceptar un trabajo como institutriz lejos del hogar. A pesar de ello, sus aspiraciones intelectuales continuaban intactas, y los aires feministas que se respiraban en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX —acaso avivados en Varsovia por la traducción al polaco en 1870 del ensayo de John Stuart Mill El sometimiento de las mujeres— propiciaban que quisiese estudiar Física y Matemáticas en París, siguiendo el ejemplo de algunas mujeres que habían logrado cursar estudios superiores en el extranjero. Acordó con su hermana Bronia que esta estudiaría primero en Francia con la ayuda económica de Marie y posteriormente lo haría ella misma con el patrocinio de su hermana. Su empleo como institutriz, sin embargo, no la complacía en absoluto. Buena prueba de ello son las muchas cartas que, compadeciéndose de sí misma, escribió a su prima Henrietta Michalowska acerca de la opinión que le merecían las dos familias para las que trabajó, algunos de cuyos fragmentos son reflejo de la personalidad soberbia y un tanto depresiva de la joven Marie, a pesar de su corta edad:
“Desde que nos separamos mi existencia ha sido la de una prisionera. Ni a mi peor enemigo desearía que viviese en tal infierno. Es una de esas familias ricas en donde, cuando hay gente, se habla francés —un francés de camareros—, y en donde no se pagan las facturas en seis meses y, no obstante, se tira el dinero por la ventana mientras se economiza avaramente el aceite de las lámparas. Pasan por ser generosos y liberales y, en realidad, están dominados por el más sombrío embrutecimiento”
10 de diciembre de 1885.
“Hoy hemos tenido una nueva escena porque (Andzia) no quería levantarse a la hora habitual. Por fin, me he visto obligada a agarrarla de la mano y tirarla de la cama. Dentro de mí hervía. No te puedes imaginar lo que me perjudican estas pequeñas cosas. Una tontería semejante me pone enferma horas y horas, pero era necesario que yo dijera la última palabra”
“No son (las jóvenes del lugar) malas criaturas, pero su educación no ha desarrollado su espíritu y las fiestas de aquí, insensatas e incesantes, han acabado de disipar sus ideas. En cuanto a los muchachos hay muy pocos que sean amables y menos aún inteligentes. Para las unas y para los otros, palabras tales como “positivismo”, “cuestión obrera”, etc. son verdaderas bestias negras, suponiendo que las hayan oído pronunciar alguna vez, lo cual sería una excepción”
5 de abril de 1886
“He adquirido la costumbre de levantarme a las seis de la mañana para poder trabajar más. Leo en este momento la física de Daniell, la sociología de Spencer en francés y las lecciones de anatomía y de fisiología de Paul Bers en ruso. Leo muchas cosas a la vez. El estudio de una sola materia podría fatigar mi cerebro. Cuando me siento absolutamente inepta para leer con provecho, resuelvo problemas de álgebra y trigonometría, que no soportan faltas de atención y me devuelven al buen camino”
“¿Mis planes para el porvenir? Son tan corrientes y simples que no vale la pena hablar de ellos… Salir adelante tanto como pueda y cuando no pueda más, decir adiós a este bajo mundo. Algunas gentes pretenden que, a pesar de todo, es necesario que pase por esa clase de fiebre que se llama amor. Esto no entra absolutamente en mis planes”
12 de diciembre de 1886
“En nuestro rincón provinciano, el hielo y las ventajas que aporta tienen para nosotros, por lo menos, tanta importancia como una discusión entre conservadores y progresistas en tu Galitzia. ¡Es una satisfacción saber que existen comarcas geográficas donde las gentes se agitan e incluso piensan! Mientras tú vives en el centro del movimiento, mi existencia se asemeja extrañamente a la de una de esas semillas de lino que ansían las aguas que bañan nuestras riberas. Espero salir pronto de este letargo”
“La necesidad de nuevas impresiones, de cambio de vida y de movimiento, me atenaza por momentos con tal fuerza que tengo deseos de cometer las más grandes locuras a fin de que mi vida no sea eternamente igual”
25 de noviembre de 1888
En los primeros meses de 1889, Marie encontró un nuevo trabajo como institutriz cerca de Varsovia, y por lo tanto más cerca de su familia. Su primo Józef Boguski, que había estudiado en Rusia con Mendeleiev y que era director del laboratorio del Museo de Industria y Agricultura, le permitió utilizar sus equipos e instrumentos con el fin de que la joven de veintiún años pudiese continuar su formación por su cuenta. Rodeada de muchos otros jóvenes que compartían sus ideales nacionalistas y su vocación intelectual, Marie decidió por fin poner rumbo a la ciudad de la libertad y el conocimiento. En noviembre de 1891, a punto de cumplir los veinticuatro, se mudó a París.
De acuerdo con el pacto al que había llegado con su hermana Bronia, se instaló en la casa en la que esta residía con su marido, en La Villete, donde él ejercía como médico. Marie se había matriculado en la Facultad de Ciencias de la Sorbona y notaba cómo su formación, propia de una joven autodidacta, era considerablemente inferior a la del resto de estudiantes de su curso. Su tiempo se dividía entre clases, trabajos y estudio, bien en la biblioteca de la universidad, bien en su propia habitación y hasta altas horas de la madrugada. El tiempo que tardaba en llegar a la Sorbona desde La Villete —más de una hora—y la nula serenidad de que gozaba en casa de su hermana no hacían más que empeorar la escasez de horas que tanto la angustiaba, por lo que en marzo del año siguiente se trasladó a una pequeña habitación a quince minutos de la facultad. “Trabajo mil veces más que al principio —le confesaba por carta a su hermano—, ya que mi cuñadito había tomado por costumbre molestarme por cualquier cosa. No podía soportar que, estando en casa, me ocupara de otra cosa que no fuese conversar agradablemente con él”.
Dos años después de iniciar sus estudios en la Universidad de la Sorbona, Marie obtenía su licence ès sciences y continuaba estudiando para licenciarse también en Matemáticas. Unos meses antes de conseguirlo, en la primavera de 1894, conoció a Pierre.
Marie Curie
En sus Notas autobiográficas escribe Marie:
“Uno de mis compatriotas, un profesor de la Universidad de Friburgo que me había visitado, me invitó a su casa junto a un joven físico de París, a quien conocía y estimaba mucho. Cuando entré en la habitación vi, enmarcado por la ventana francesa que se abría al balcón, un hombre joven y alto con pelo castaño rojizo y ojos grandes y limpios. Advertí la expresión grave y amable de su cara, al igual que un cierto abandono en su actitud, sugiriendo el soñador absorto en sus reflexiones. Me mostró una sencilla cordialidad y me pareció muy agradable”.
Pierre Curie nació el 15 de mayo de 1859 en París. Obtuvo el título de Bachillerato a los dieciséis años y se licenció en la Facultad de Ciencias en noviembre de 1877, dos años más tarde. Habiendo trabajado como ayudante adjunto en el laboratorio de física de la Sorbona desde el 1 de enero de 1878 hasta agosto de 1880, cuando pasó a ser ayudante, el 1 de noviembre de 1882 fue nombrado ayudante de física en la recién creada Escuela Municipal de Física y Química Industrial de París. Aunque según los estatutos de la Escuela los ayudantes debían abstenerse de realizar investigaciones personales para poder dedicar todo su tiempo a la atención del alumnado, en la práctica sí se les permitía usar los laboratorios de la institución, lo cual propició enormemente el desarrollo de las investigaciones de Pierre. Su hermano Jacques y él venían estudiando desde 1880 las propiedades eléctricas de algunos cristales y habían descubierto la existencia de cargas eléctricas en la superficie de los mismos así como la polarización de su masa cuando eran sometidos a variaciones de presión, ya fuese por compresión o por dilatación, lo que denominaron “piezoelectricidad”. Gracias a tales hallazgos, lograron desarrollar un instrumento capaz de medir con precisión pequeñas cantidades de electricidad así como corrientes de baja intensidad, el electrómetro piezoeléctrico de cuarzo, alabado por el mismísimo barónKelvin en 1883.
Tras quince años compaginando sus trabajos sobre piezoelectricidad y su labor docente, en 1895 la Escuela Municipal de Física y Química Industrial creaba una cátedra para Pierre y la Academia de Ciencias reconocía el descubrimiento científico de los hermanos Curie, siéndoles concedido el prestigioso premio Planté.
Ese mismo año, el 26 de julio, Pierre contraía matrimonio con Marie Sklodowska en el Ayuntamiento de Sceaux. Habiéndose licenciado en Ciencias en 1893 y en Matemáticas en 1894, Marie obtuvo una autorización para colaborar con su marido en el laboratorio de la escuela en la que era profesor. Unos meses más tarde, ya en 1896, decidió iniciar los estudios correspondientes a su tesis doctoral, que versaría sobre la recientemente descubierta radiación de Becquerel.
Por fin, es en este punto y no antes donde las trayectorias profesionales de Pierre y Marie Curie coinciden con el largo camino recorrido hasta el momento en la investigación de la radiactividad, conocida entonces como “fosforescencia invisible” o “hiperfosforescencia” —término propuesto por el británico Silvanus Thompson—. Hasta ahora hemos revisado tanto los pasos que condujeron a su descubrimiento por Henri Becquerel en 1896 como el desarrollo de las vidas de Marie y Pierre hasta que, pocos meses después, decidieron dedicarse a su investigación. A partir del citado año, el estudio de la radiactividad y la carrera profesional de ambos permanecerán íntimamente ligadas.
El polonio
Fue en el modesto laboratorio de la calle Lhomond, en la que se ubicaba la Escuela Municipal de Física y Química Industrial, donde Marie llevó a cabo sus más célebres averiguaciones. Comenzó estudiando la conductibilidad del aire por efecto de la radiación de Becquerel, utilizando para ello el electrómetro inventado por Pierre. Además de las sales de uranio, se propuso detectar qué otros materiales generaban semejante radiación y en qué medida. Bastaba con observar si el electrómetro detectaba alguna corriente eléctrica entre dos placas de metal en el medio de las cuales se había colocado previamente la sustancia examinada, así como la intensidad de esa corriente.
Halló así que el torio era un elemento químico con la misma propiedad extraña que el uranio —aunque Gerhard Carl Schmidt, quien estaba realizando experimentos similares a los de Marie, llevó a cabo el mismo hallazgo unas semanas antes que ella— y llegó a la conclusión de que los compuestos de uranio eran más activos —es decir, la intensidad de la corriente era mayor— cuanto más uranio contenían. Sin embargo había dos de ellos, la pechblenda y la calcolita, que eran más activos que el propio uranio, lo cual indicaba que tal vez había en ellos algún elemento químico que por sí mismo generaba una radiación incluso superior a la del uranio. Marie necesitaba confirmar sus sospechas y solicitó la ayuda de Pierre, que dejó a un lado sus estudios sobre cristales para examinar los compuestos. No se arrepentiría de hacerlo.
El 12 de abril de 1898 se publicaba en las Comptes rendus el primer artículo de Marie, Rayos emitidos por los compuestos del uranio y el torio, donde sencillamente relataba sus investigaciones con los mencionados elementos. Tres meses más tarde, la colaboración con Pierre comenzaba a dar sus primeros frutos, y ambos presentaban a la Academia de Ciencias su artículo Sobre una nueva sustancia radiactiva contenida en la pechblenda.
Lo cierto es que esa fue la primera vez en que se utilizó el término finalmente adoptado con carácter general, y fue la propia Marie quien se encargó de dejar bien claro que lo había acuñado ella. “Yo he denominado radiactivas a las sustancias que dan lugar a una emisión de este género y he dado el nombre de radiactividad a la nueva propiedad de la materia”, escribiría más adelante en un claro ejemplo de vanidad similar al que observamos en algunas de las cartas que envió a su prima mientras trabajaba como institutriz. Discúlpenme la maldad, pero resulta irritante que ni siquiera se acordase de su marido al destacarse como autora del nombre de un fenómeno que ni mucho menos había descubierto ella, cuando además no era la única persona que lo estaba investigando ni tenía la más mínima idea de qué podía ser aquello que acababa de nombrar.
En el artículo se indicaban los procedimientos realizados para reducir la pechblenda a varios elementos químicos y se señalaba la imposible separación total de la sustancia radiactiva y el bismuto, lo que no había impedido sin embargo haber logrado una muestra que, a pesar de no ser pura, era cuatrocientas veces más activa que el uranio. Finalmente, se sugería la posibilidad de haber descubierto un nuevo metal y se proponía, de confirmarse su existencia, el nombre de “polonio” por coincidir con el del país de origen de uno de los dos autores.
Antes de que el artículo fuese publicado en el diario de la Academia de Ciencias y a pesar de no tener la absoluta certeza de estar ante un nuevo elemento químico, Marie envió un comunicado a la prensa de su país en el que afirmaba haber descubierto el nuevo metal, bautizado en honor a su patria. Solo ella lo firmaba y el apellido Sklodowska volvía a ocupar el lugar a la derecha de su nombre que desde hacía unos años era testigo de su matrimonio con Pierre.
El radio
El gran descubrimiento del matrimonio Curie fue anunciado el 26 de diciembre de 1898 en la sesión de la Academia de Ciencias en la que se presentó el artículo Sobre una nueva sustancia fuertemente radiactiva contenida en la pechblenda, para cuya conclusión necesitaron la ayuda del químico Gustave Bémont, quien consta como coautor del mismo.
Debemos recordar que Marie y Pierre estaban intentando averiguar qué otros materiales generaban la misma radiación que el uranio cuando descubrieron el polonio y la radiactividad del torio. Los compuestos analizados que se mostraron activos fueron muchos, pero dejando a un lado el polonio, en casi todos parecía producirse una correlación exacta entre la radiación producida y la cantidad de uranio o torio que contenían. Algunos de ellos, no obstante, mostraban una actividad tres o cuatro veces superior, y cuanto más conseguían separar el elemento aparentemente responsable, más apreciable era la enorme cantidad de radiación que generaba. Químicamente muy similar al bario, Bémont y los Curie llegaron a aislar una porción de material novecientas veces más radiactivo que el uranio, y sin embargo todavía quedaba un largo camino hasta poder obtener una muestra pura de la sustancia, que acordaron denominar “radio”.
En 1899, Pierre y Marie obtuvieron varias toneladas de pechblenda de las minas de Sankt Joachimsthal así como la inestimable colaboración de la Sociedad Central de Productos Químicos, y comenzaron a trabajar con el firme propósito de aislar el radio. En 1902, Marie anunció que su peso atómico era 225 “con una incertidumbre que no supera probablemente la unidad”, pero el valor que posteriormente se aceptaría sería 226,0254. Tras cuatro largos años, habían conseguido reducir todas aquellas toneladas a unos míseros cien miligramos de un compuesto bastante puro, pero aún así el radio no se aislaría completamente hasta 1910, una vez fallecido Pierre.
A partir de entonces, la carrera profesional de Marie se centraría en estudios y análisis sobre el nuevo elemento químico, fundamentalmente gracias a la colaboración de los industriales Armet de Lisle, quien había fundado una fábrica llamada Sales de Radio en la que reservó un área para los trabaos químicos de Marie, y Jacques Danne, que cooperaba con ella a través de su Sociedad Industrial del Radio. Asimismo, el barón Henri Rothschild, quien anteriormente había financiado la adquisición de las diez toneladas de pechblenda en Sankt Joachimsthal, permitiría a Marie utilizar sus instalaciones en la Sociedad Anónima de Tratamientos Químicos.
Mientras su esposa desarrollaba sus experimentos e investigaciones con los compuestos que extraía de la pechblenda, Pierre inventaba un electroscopio pensado para la medición concreta de radiación, continuaba su labor docente en la Escuela Municipal de Física y Química Industrial y llevaba a cabo estudios sobre los efectos fisiológicos del radio. Ambos se mostraban manifiestamente interesados en analizar las sustancias que generaban radiactividad, en los efectos de la misma y en su observación, pero ninguno de los dos tenía ni la más remota idea de qué diablos eran aquellos rayos producidos por el uranio, el torio, el polonio y el radio. Estaban dedicando su vida a estudiar algo que no eran capaces de comprender, deteniéndose en las sustancias radiactivas que conocían y sus compuestos, pero mientras tanto otros científicos empezaban a tenerlo todo cada vez más claro. Empezaban a entender la radiactividad.
Qué es la radiactividad
“La causa y el origen de la radiación emitida constantemente por el uranio y sus sales todavía continúa siendo un misterio”
Ernest Rutherford, 1899
Henri Becquerel parecía haberse puesto manos a la obra en la tarea de contestar a la pregunta que todos se hacían, por lo que Pierre y Marie no tardaron en reaccionar. En un artículo publicado en 1902 llamado Sobre los cuerpos radiactivos, expusieron de forma concisa y para evitar malentendidos qué ideas eran suyas, pero al mismo tiempo reconocieron el punto al que no eran capaces de llegar. ”Desde el comienzo de nuestras investigaciones hemos admitido que la radiactividad era una propiedad atómica de los cuerpos”, aclaran contundentemente señalando además que esa sospecha es la que siempre ha guiado sus investigaciones. “No tenemos ninguna idea —confiesan a continuación— sobre la cantidad de energía que se pone en juego en los fenómenos de la radiactividad, y no sabemos tampoco según qué leyes se disipa ni si varía con el estado físico y químico de los cuerpos radiactivos”.
Por supuesto, no eran los únicos que intentaban encontrar a ciegas el camino correcto. Crookes y Mendeleiev ya habían formulado por aquel entonces sus hipótesis, cuyo desatino e incoherencia científica ponían de manifiesto la comprensible desorientación de la comunidad física. De todos modos, Marie no iba tan desencaminada en sus razonamientos como sus conclusiones en su artículo de 1902 podrían dar a entender. De hecho, dos años antes de su publicación ya había comparado los corpúsculos que presumiblemente componían los rayos catódicos con posibles partículas que escaparían inevitablemente del radio, entendiendo que el átomo era por lo tanto divisible, que la materia radiactiva se encontraba en un estado de inestabilidad y que el radio debería perder peso constantemente.
El mismo año que Pierre y Marie publicaban Sobre los cuerpos radiactivos, Ernest Rutherford escribía a su madre: “Tengo que continuar, ya que siempre hay gente tras mis pasos. Tengo que publicar mi trabajo actual tan pronto como sea posible para continuar en la carrera. Los mejores esprínteres en este camino de investigación son Becquerel y los Curie”.
Hoy en día sabemos que la radiactividad es una propiedad de los isótopos inestables, que para alcanzar su estado fundamental necesitan emitir radiación en forma de lo que el propio Rutherford identificó como rayos alfa, rayos beta y rayos gamma. Todo el proceso de investigación y averiguación no es interesante para este artículo, pero sí es imprescindible dejar constancia de la importantísima labor desarrollada por Rutherford, de quien Otto Hahn dijo que “era la única persona que tenía una comprensión real de la radiactividad y que vio su significado”. Baste señalar, a efectos informativos, que la radiación de partículas alfa consiste en la emisión de núcleos de helio y la desintegración beta en la emisión de electrones o positrones, mientras que la radiación gamma es un tipo de radiación electromagnética y por lo tanto tiene naturaleza ondulatoria, a diferencia de las otras dos.
En un artículo publicado en 1903 en Philosophical Magazine, Ernest Rutherford expuso sus ideas sobre radiactividad, y en concreto su célebre teoría sobre transformaciones radiactivas. Movida por el talante orgulloso y soberbio que siempre la caracterizó, Marie expresaba en su tesis doctoral del mismo año que todavía no existía ninguna teoría demostrada y consistente en ese campo. Por fin, al año siguiente escribía: “Las investigaciones más recientes son favorables a la hipótesis de una transformación atómica del radio”. Como era de esperar, tenía algo más que añadir: “Esta hipótesis ha sido propuesta desde el principio de nuestras investigaciones sobre radiactividad”. Como explica el profesor Sánchez Ron en su ensayo Marie Curie y su tiempo, o no había entendido los trabajos de Rutherford, o no había profundizado más allá de la naturaleza atómica del proceso en su análisis, o simplemente se estaba apuntando un tanto que no le correspondía.
El 5 de noviembre de 1906, Marie sustituía a Pierre en la cátedra de Física de la Sorbona, que había sido concedida a su marido en 1904, un año antes de fallecer. En su primera intervención como profesora, señaló: “Vemos que la hipótesis de las transformaciones radiactivas se adapta muy bien en el estado actual de su desarrollo. Esta hipótesis se encuentra entre las que fueron indicadas por el señor Curie y yo desde el comienzo de nuestras investigaciones sobre radiactividad”. Mientras ella se empeñaba en reclamar la paternidad de la teoría sobre transformaciones radiactivas y Thomson elaboraba conjeturas sustentadas en su modelo de átomo, Rutherford seguía trabando para averiguar la causa de la desintegración atómica. En Transformaciones radiactivas, de 1906, el físico neozelandés explicaba que los átomos de los radioelementos parecían desintegrarse espontáneamente o que tal desintegración se producía por fuerzas que escapaban a su entendimiento, preguntándose cómo era posible semejante fenómeno. Consideraba como causa más probable, no obstante, la pérdida de energía en forma de radiación electromagnética…
En 1907, Albert Einstein reflexionaba sobre la correlación entre masa y energía expresada en su fórmula E=mc² y el análisis de la desintegración atómica que se podría realizar a partir de esta. “La ley de constancia de la masa —anotaba— se aplica a un sistema físico simple solamente cuando su energía permanece constante; es entonces equivalente al principio de conservación de la energía”. A la vista de la equivalencia en que cristalizaba la teoría de la relatividad especial, Ernest Rutherford no parecía ir, pues, muy desencaminado en sus predicciones. “La desintegración radiactiva de una sustancia —continuaba Einstein— va acompañada de la emisión de cantidades enormes de energía”.
No sería posible explicar de forma completa y satisfactoria la radiactividad hasta 1928, en pleno imperio de la mecánica cuántica, cuando George Gamow, Ronald Gurney y Edward Condon interpretaron la desintegración radiactiva desde el punto de vista de la probabilidad no nula de que una partícula atraviese una barrera de potencial mayor que la energía cinética de la propia partícula. Sé que no parece muy conveniente meterse en jardines cuánticos a estas alturas y por eso no lo voy a hacer, pero resulta útil conocer al menos qué dirección tomaron las investigaciones sobre radiactividad y hacia qué horizonte evolucionaron las ideas de Madame Curie.
Durante la sesión inaugural del Segundo Congreso Internacional de Radiología y Electricidad celebrado en Bruselas entre el 12 y el 15 de septiembre de 19010, Rutherford leyó un informe sobre la necesidad de establecer un patrón internacional para el radio, debido a la heterogeneidad que al respecto había observado en varios laboratorios europeos. Una vez solventado ese punto, se decidió reservar el nombre Curie para una cantidad concreta de radio, en homenaje a Pierre. A pesar de la resolución adoptada, Marie envió una nota a Rutherford en la que se indicaba que “Madame Curie desea un cambio en las proposiciones adoptadas ayer por la tarde”. Lo cierto es que, después de todo, sería comprensible que la opinión de aquel sobre ella no fuese la mejor… Y de hecho no lo era.
En una carta que envió a su amigo, el físico Bertram Borden Boltwood, sobre el denso Tratado de Radioactividad que Marie había publicado en 1910, Rutherford valoraba expresamente el trabajo de la francesa, y de un modo un tanto más velado, efectuaba alguna que otra consideración añadida:
“Pienso que ha cometido la equivocación de intentar incluir todos los trabajos, viejos y nuevos, con muy poca discusión crítica de su importancia relativa. Leyendo su libro, casi podría pensar que estoy leyendo el mío, con el trabajo añadido de haber incluido los que se ha hecho en los últimos años. En conjunto, ella es mucho mejor, como cabría esperar, en el lado químico, y demuestra alguna falta de profundidad en el lado físico, especialmente en su discusión de las radiaciones. En algunas partes es muy divertido de leer, cuando está ansiosa por reclamar prioridad para la ciencia francesa o, más bien, para ella y su marido… Se reproducen largas citas para demostrar su actitud mental en la época que está considerando. Por cierto, veo una tabla de minerales como apéndice que dice que tomó del Jahrbuch, ¡pero que tiene un parecido extraordinario con la lista que tú diste en mi segunda edición!”
En aquella época, Max Planck y Walther Nernst estaban valorando la posibilidad de organizar un congreso para el desarrollo de la mecánica cuántica, idea que se concretó en los Congresos Internacionales de Física y Química Solvay, que contaban entre sus asistentes con los más importantes físicos del momento. Del primero de ellos, celebrado en Bruselas a principios de noviembre de 1911, tan solo cabe destacar, en relación con este artículo, que Marie se limitó a intervenir muy brevemente en los debates que seguían a las presentaciones, a veces de forma insustancial, y que a pesar de que Rutherford ya había presentado su famoso modelo atómico, ella continuaba apoyando el modelo de Thomson. Parecía ir siempre un paso por detrás, y de hecho nunca llegó a mostrarse muy activa en ninguno de ellos. En el de 1921, por ejemplo, volvió a insistir en consideraciones que ya había expuesto en 1911, haciendo además referencia a la estructura nuclear del átomo sin tener en cuenta el modelo cuántico propuesto por Bohr en 1913, con las limitaciones para la física teórica que resultaban de la aplicación de los principios tradicionales de la física clásica.
El mundo científico en el que había vivido Marie evolucionaba ahora sin ella a través de la mecánica cuántica y la física de partículas. Desde hacía muchos años la ciencia avanzaba mucho más rápido que sus investigaciones, y sus contribuciones al campo de la radiactividad —de la física en general— se habían estancado en 1902, cuando descubrió junto a su marido que se trataba de una propiedad atómica de los cuerpos.
De hecho, una vez examinados sus logros en el mundo de la química y la física, podemos concluir que se reducen al descubrimiento y estudio del polonio y el radio y a la investigación del fenómeno radiactivo, un terreno en el que fue ampliamente superada por Becquerel —como descubridor—, Rutheford o Gamow, y cuyas aportaciones se confunden con sus numerosos trabajos y análisis sobre el radio. No quiere esto decir, por supuesto, que se tratase de una científica menor o de segundo nivel. Hazañas como las mencionadas —sobre todo en el campo de la química— la convierten en una importante investigadora cuya reputación profesional debe ser altamente estimada en la medida de lo posible. Sin embargo, extraña la descomunal fama que los años han otorgado a su nombre, desligándolo de la realidad. Muchos otros han descubierto elementos químicos, como Martin Heinrich Klaproth —uranio, zirconio, y cerio— o William Ramsay —argón, kriptón, neón y xenón—, por citar dos ejemplos, y sin embargo ninguno ha alcanzado el renombre de Madame Curie. Son docenas los científicos célebres que han investigado la radiactividad —Pierre Curie, sin ir más lejos—, y pocos son tan frecuentemente mencionados como Marie. ¿A qué se debe entonces su notoriedad? ¿Cuál es el origen de esa popularidad que tan habitualmente lleva a la gente a considerarla entre las principales mentes de nuestro tiempo?
La leyenda de Madame Curie
“A menudo los grandes son desconocidos o, peor, mal conocidos”
Thomas Carlyle
“El nombre de Curie es glorioso, pero es un problema muy delicado determinar con seguridad, en las actuales circunstancias, qué parte desempeñó realmente Madame Curie en su colaboración científica con Pierre Curie, al igual que con otros sabios. Cuando el señor y la señora Curie unieron sus fuerzas, él ya era autor de una obra de primera línea, en la que había mostrado el genio de su profunda intuición con algunos trabajos quizá más destacados que el futuro descubrimiento del radio. Él era el maestro, ella una licenciada en Ciencias, una mera estudiante preparando su tesis para el doctorado. Mientras (Pierre) Curie vivía, Francia mantuvo su superioridad en el mundo de todo lo que tenía que ver con la radiactividad. Desde su muerte, son los ingleses, Rutherford, Ramsay, Soddy y otros, los que se han hecho famosos”. Le Journal des Débats, 20 de enero de 1911.
Es difícil determinar, tantos años después, si en los éxitos científicos del matrimonio Curie Pierre era quien aportaba el talento y Marie tan solo unía su firma. No solo es difícil, sino que además es injusto. Ciertamente, Marie necesitó desde el primer instante en su investigación de la ayuda de su marido, quien tuvo que suspender sus experimentos sobre cristales para prestarle su colaboración. Es conocido asimismo el talante tímido y escasamente ambicioso de Pierre, que pudo contribuir a que no estuviese interesado en el mérito y el reconocimiento que, como hemos visto en varias ocasiones a lo largo del artículo, tanto ansiaba su mujer. Sin embargo no es menos evidente que sin el tesón, la disciplina y, por supuesto, la inteligencia y formación de Marie, tal vez hubiesen sido otros los que hoy ocupasen tan destacado lugar en la historia de la ciencia. Que Rutherford adelantase salvajemente a la investigadora francesa en el campo de la radiactividad no obedece tanto a la desaparición de Pierre como a la incontestable solidez de las teorías de aquel, así como a su maravilloso talento y genio científico.
De hecho, lejos de constituir un lastre para la imagen de Marie, la unión civil y profesional con Pierre es probablemente uno de los motivos de la extraordinaria dimensión social que ha adquirido como personaje histórico. No es común que hallazgos tan importantes como el descubrimiento de dos nuevos elementos químicos sean obra de un matrimonio de científicos, lo que hace de ello una anécdota memorable. Y de eso se trata, precisamente. De permanecer en la memoria.
La segunda causa de la firme instalación de Marie en la cultura popular está, al igual que la tercera, relacionada con la anterior. Al fin y al cabo, la fama de Pierre no ha llegado a alcanzar tan altas cotas, y uno de los motivos es obviamente el sexo de su pareja. Que un matrimonio de científicos gozase de popularidad era inusual, pero que una mujer se codease con los más célebres pensadores de su época en una relación de igualdad profesional, no lo era menos. En noviembre de 1891, cuando Marie se matriculó en la Facultad de Ciencias, la emancipación femenina todavía no era una realidad tangible, y entre los nueve mil alumnos que cursaban estudios en la Sorbona, únicamente unos doscientos eran mujeres. Y eso porque se trataba de París… Cuando obtuvo su licenciatura dos años más tarde, solo otra mujer se licenció con ella en toda la Universidad. Toda su carrera estuvo marcada por su condición de mujer, lo que indudablemente la convirtió en el rompehielos de un mundo científico completamente dominado por los hombres y en la insignia de un cada vez más consistente movimiento feminista muy necesitado de referentes. Esta circunstancia, tan idónea para alimentar la mitomanía, fue sin embargo un severo inconveniente en una sociedad todavía ajena la igualdad de sexos. Buena prueba de ello es que a pesar de sus logros científicos, jamás consiguió ser miembro de la Academia de Ciencias de París. Su ateísmo, su carácter progresista y sus ideas nacionalistas, desde luego, tampoco ayudaron demasiado.
Dejar de ser la esposa de Pierre Curie no hizo más que contribuir al incremento de su fama. La mañana del 19 de abril de 1906, cuando se dirigía a su laboratorio, el físico francés resbaló a causa de la lluvia en la calle Dauphine y fue arrollado por un coche de caballos cargado con más de cuatro toneladas de material militar. El impacto fue letal. Marie se convirtió en la viuda de uno de los grandes científicos franceses del momento, y el mundo comenzó a observarla con los ojos de quien conoce el terrible desconsuelo del que se queda solo. Pasaban casi todo su tiempo juntos. Vivían y trabajaban juntos. La propia Marie confesaba que apenas tenía cartas de su marido porque siempre estaban juntos. Once días después de fallecer Pierre, comenzó a escribir un diario que refleja su amargura y su dolor. Pensamientos como “nunca pensé que tendría que vivir sin ti” o “no comprendo por qué tengo que vivir sin verte”, tan comunes en la muerte de un ser querido, se repiten constantemente.
En cuarto lugar se encuentran los efectos de la radiación sobre su organismo. Ya en 1901, Pierre Curie y Henri Becquerel publicaban un artículo titulado La acción fisiológica de los rayos del radio sobre los experimentos realizados al respecto por Friedich Giesel en Alemania. “El señor Giesel —explicaban— ha colocado sobre su brazo durante unas horas bromuro de bario radiado rodeado de una hoja de celuloide. Los rayos que actúan a través del celuloide han provocado sobre la piel un ligero enrojecimiento. Dos o tres semanas más tarde el enrojecimiento aumentó produciéndose una inflamación y terminando por caerse la piel. El señor Curie ha reproducido sobre sí mismo la experiencia del señor Geisel. Cincuenta y dos días después de la acción de los rayos, queda todavía una especie de llaga que toma un aspecto grisáceo, indicando una mortificación más profunda”. Evidentemente, no conocían lo peligroso que era el fuego con el que estaban jugando. Sus manos, debido al contacto directo con las sustancias radiactivas, perdían la piel y nunca dejaban de doler. La salud de Pierre empeoró notablemente, aunque su muerte evitó que sufriera aún más. Marie, sin embargo, llegó a ser operada cuatro veces de cataratas, sufrió insoportables dolores en los dedos de las manos toda su vida, se quedó ciega y finalmente falleció a causa de una anemia aplásica provocada probablemente por la radiación. La historiografía suele caer en la tentación de relatar estos hechos con una cierta tendencia hagiográfica, como si Pierre y Marie fuesen dos mártires al servicio de la ciencia que antepusieron sus investigaciones a su salud, pero lo cierto es que no fue así. Ni ellos ni ningún otro científico que trabajase en el campo de la radiactividad podían sospechar cuáles eran las horribles consecuencias de su exposición. De hecho, Frédéric Joliot observó en sus análisis de documentos expuestos a la radiación que la contaminación de estos en un período de treinta años había descendido casi cien veces. Es decir, en el momento en que los expertos comenzaron a percatarse de los riesgos que conllevaban sus investigaciones, tomaron las medidas necesarias para protegerse, aunque tal vez era demasiado tarde. Efectivamente, Marie falleció debido a sus trabajos sobre el radio, pero cuando los inició desconocía lo mucho que terminarían deteriorando su salud. No era su intención llevar a cabo un acto de heroicidad. En cualquier caso, cuál fuese su actitud ante las enfermedades provocadas por la radiactividad resulta ahora indiferente. Que estas, así como su muerte, contribuyeron a agrandar su leyenda, es lo único relevante.
Sin lugar a dudas, la popularidad y el reconocimiento de un científico experimentan un aumento extraordinario en el instante en que la Real Academia Sueca de Ciencias —o el Instituto Karolinska, si se trata de Medicina o Fisiología— decide galardonar al mismo con el prestigioso premio Nobel. Marie lo ganó en dos ocasiones, otorgándosele el de Física en 1903 y el de Química en 1911. Es, de hecho, la única persona que ha recibido dos premios Nobel en disciplinas distintas, lo cual viene a añadir una causa más a la lista de razones que explican su notable gloria. La oportunidad y justicia de ambos premios es, sin embargo, una cuestión muy discutible. En cuanto al premio Nobel de Física, es preciso señalar que en un primer momento la candidatura propuesta por Poincaré, Mascart y Darboux se refería únicamente a Henri Becquerel y Pierre Curie. Fue entonces cuando Mittag-Leffler —célebre matemático del que se dice que su enemistad con Alfred Nobel es lo que llevó a este a descartar la posibilidad de conceder un premio Nobel de Matemáticas— escribió a Poincaré preguntándole si no sería más justo repartir el premio entre Becquerel y los Curie. Y así se hizo. El primero fue galardonado “en reconocimiento a los extraordinarios servicios que ha prestado con su descubrimiento de la radiactividad” y los segundos “en reconocimiento a los extraordinarios servicios que han prestado con sus investigaciones sobre los fenómenos descubiertos por el profesor Becquerel”. La realidad es que Becquerel obtuvo seis votos o propuestas. Pierre obtuvo cinco. Marie, sin embargo, solo obtuvo uno. Haciendo un símil futbolístico, es como ganar la Champions sin haberla apenas jugado.
Respecto al Nobel que Marie recibió en 1911, la historia parece repetirse. Tan solo obtuvo dos propuestas en total, y ya que se le concedió “en reconocimiento a sus servicios al avance de la química”, quizá habría sido más sensato habérselo otorgado diez o doce años antes, que es cuando realmente efectuó sus mayores aportaciones al campo de la química, y habérselo concedido conjuntamente con Pierre, el otro responsable de tales aportaciones. Es más, si se trata de ser ecuánimes —aunque la ecuanimidad y los premios Nobel a veces parecen no llevarse muy bien—, quizá habría sido más justo concederle el premio en Física únicamente a Becquerel y distinguir a los Curie con el Nobel de Química. Al fin y al cabo, que Marie recibiese el premio Nobel de Física y Ernest Rutherford no, habida cuenta de las aportaciones de uno y otro a la investigación de la radiactividad, es poco menos que un delito. Rutherford sería recompensado en 1908 con el Nobel de Química, lo que para él supuso una evidente decepción. “La ciencia —manifestó— o es física o es filatelia”. Pero qué se puede esperar de los suecos cuando Jorge Luis Borges no está entre los escritores galardonados con el Nobel de Literatura…
En cualquier caso, el premio Nobel hizo despegar la fama mundial de Marie. Los medios franceses, normalmente tan amigos del chovinismo como los españoles, no tardaron en elevar al Olimpo a la descubridora del radio, a la mujer que había conseguido destacar en un mundo de hombres. La Liberté publicaba: “No conocemos a nuestros científicos; son los extranjeros quienes nos los descubren”. En una carta a un amigo, Pierre comentaba asombrado el repentino interés de los periodistas en él y su esposa, relatando cómo estaban siendo perseguidos y fotografiados, cómo se había hecho pública una conversación entre su hija y la niñera, ¡como la prensa había comentado el color de su gato! La “Curiemanía” era ya una realidad.
Y fue tal vez por esa repercusión mediática y el cariño que los galos sentían por el difunto señor Curie por lo que Francia no perdonó a Marie que se enamorase de nuevo. Y mucho menos tratándose de Paul Langevin, amigo y colaborador de Pierre. Que además él estuviese casado, fue demasiado para la moral de la época. “Los fuegos del radio acaban de encender un fuego en el corazón de uno de los científicos que estudian tan devotamente su acción, y la esposa e hijos de este científico están llorando” era el texto que acompañaba a una foto de Marie Curie en la portada de Le Journal el 4 de noviembre de 1911. Al día siguiente, la noticia aparecía en los diarios de todo el mundo. La viuda del célebre Pierre Curie investigaba fenómenos radiactivos en la entrepierna del señor Langevin, y eso no podía ser. Poco a poco, por desgracia, esta clase de anécdotas iban imponiéndose a sus méritos científicos, por aquel entonces ya muy superados, y el personaje de Madame Curie, la imagen mental que el pueblo se había formado de Marie para lo bueno y para lo malo, se adhería cada vez con más fuerza a la cultura popular.
Un séptimo motivo de esa dimensión popular fue su entrega en la asistencia a los heridos en la Primera Guerra Mundial. El radio tiene conocidas propiedades curativas, por lo que Marie decidió capturar mediante ampollas todas las emanaciones que pudiese para trasladarlas a los centros sanitarios. Creó una especie de servicio radiológico mediante un coche que circulaba de hospital en hospital y que al poco tiempo aumentó su número en veinte unidades, supervisó la instalación de salas radiológicas por toda Francia, contribuyó a la adaptación de los hospitales belgas, identificó las emanaciones radiactivas en el norte de Italia, etc. Su dedicación fue tal que su imagen quedó lavada para siempre. Tan solo restaba un último detalle para ser considerada una verdadera celebridad mundial, y el azar, por supuesto, no dudó en concedérselo; ser aclamada en Estados Unidos.
La periodista Marie Meloney, redactora jefe de The Delineator, convenció a Marie para que hiciese una gira por Estados Unidos. A cambio, ella obtendría un gramo de radio. Meloney organizó una especie de campaña para financiar la adquisición del gramo de radio —su precio era de alrededor de cien mil dólares— con tanto éxito que hasta los medios franceses se hicieron eco. América ansiaba la visita de Madame Curie, y Francia se complacía de ello. Lo hacía hasta tal punto que se organizó una gala en la Ópera de París en abril de 1921 para despedirla. De locos. Por supuesto, Marie era consciente de la expectación que su viaje había generado, así que dejó bien claras —y ante notario— dos cosas; que podría utilizar el gramo de radio libre e ilimitadamente para la experimentación y búsqueda del conocimiento, y que todo el dinero recaudado para comprarlo que excediese del precio del mismo se lo quedaría ella. Marie Curie en estado puro. Una vez aseguradas ambas cosas, inició su gira por todo el país en olor de multitudes. Todavía regresaría a Estados Unidos una vez más para que el presidente Herbert Hoover le entregase algo más de 50.000 dólares destinados a la creación del Instituto del Radio de Varsovia, tras la correspondiente campaña de financiación de Marie Meloney. En los años siguientes su salud empeoró notablemente y los efectos de la radiación que su organismo había recibido la dejaron impedida. Falleció el 4 de julio de 1934 en Passy, Francia. Fue enterrada junto a Pierre en el cementerio de Sceaux, la localidad en que se habían casado en 1895.
***
Marie Sklodowska se convirtió en la mundialmente célebre Madame Curie debido a una cuestión de probabilidad. Muchos han sido los científicos cuyos logros han estado a la altura de los de Marie, pero en ella además se dieron las circunstancias necesarias para que su fama traspasase la barrera del mundo científico, se abriese paso en la cultura popular y, como si de alguna suerte de juego de espejos se tratase, su nombre regresase a la física y la química para ser recordada como una de las investigadoras más importantes de todos los tiempos, lo cual implica una injusta exageración. Fue una gran científica, al nivel de los mejores de su época y sobre todo en el campo de la química, pero de ahí a figurar entre los más grandes de la historia hay demasiada distancia.
Marie fue, junto a su marido, responsable de dos importantes hallazgos científicos como el descubrimiento del polonio y el del radio, e investigó junto a muchos otros la radiactividad. No es justo restarle méritos, pero tampoco añadírselos. Eso, que sin duda no es poco, fue cuanto hizo. Todo lo demás, para bien o para mal, es pura leyenda.
Linus Pauling también consiguió dos Nobel en disciplinas diferentes. Por lo demás, un excelente ensayo.
Tiene usted razón. Me refería a disciplinas científicas. Lapsus calami.
A mayores: ambos premios a Pauling fueron no compartidos.
La importancia de Watson, Crick y Wilkins en cuanto al descubrimiento del ADN está perfectamente establecida.
Los tres, conjuntamente, atracaron a la cristalógrafa Rosalind Franklin y le robaron sus datos al respecto.
Cierto del todo. De todos modos hay que dejar claro que no gano el Nobel porque estaba muerta, no porque fuera mujer. No se dan Nobeles póstumos.
Ninguno de los tres cientifíficos que lo recibieron la mencionaron, y Watson escribión un libro donde la caricaturizaba asquerosamente. Tampoco lo olvidemos.
Falso también. Watson, Crik y Wilkins se pusieron de acuerdo en sus discursos para no repetirse. Watson y Crik hablaron de sus trabajos en el momento de recibir el galardón (años 60) con el RNA y el código genético y dejaron a Wilkins hablar de la publicación del modelo de estructura para el DNA en el 53. Y Wilkins sí cita a Franklin en varias ocasiones en su discurso («Rosalind Franklin (who died some years
later at the peak of her career) made very valuable contributions to the X-ray
analysis» y «my late colleague Rosalind Franklin who, with great ability and experience
of X-ray diffraction, so much helped the initial investigations on
DNA»).
Falso.
Gracias por tan agradable lectura. Coincido con el trasfondo del artículo, aunque destacaría que con las mujeres que se dedican a la ciencia, lo habitual es que ocurra lo contrario, me viene a la mente Lise Meitner por ejemplo.
No m’ha agradat gens ni mica com desmunta a Marie Curie. L’article molt interessant a banda traspua misogínia.
Y aquí un ejemplo claro de «confundir el culo con las témporas» o el tocino y la velocidad.
L’article complementat amb unes precioses fotografies és del tot respectable i ben consistent.
Personalment el que no m’ha resultat correcte és que fora de l’espai i temps es descontextualitzi la seva persona intentant treure-li mèrits mentre entona de tant en tant petits rosaris de disculpes.
Ella està molt bé on està a la història, en tot cas si va cometre alguna errada no fou ella. Filar tan filiprim em sembla força mesquí d’una manca de generositat impressionant. Podia haver patentat el descobriment i no ho va fer, per exemple.
Per la meva part Oxímoron no sé si la teva expressió va pel meu comentari o el del articulista.
Recomano la lectura «La lectura heroica de Maria Curie» contada per la seva filla Eva de la col·lecció Austral.
Yo también quiero mucho a mi padre, un tipo muy notable, pero no creo que mi versión de los hechos ponga en realidad a mi padre en su contexto históricos. Comentar un artículo así citando una hagiografía tiene bemoles.
Manuel de Lorenzo, a quien no tengo el gusto de conocer, ha intentado poner a una gran científica en su contexto y recordar que Marie Curie hizo muchas cosas buenas pero nunca llegó a abrir la aguas del Mar Rojo. No intenta despreciar a Curie sino señalar su lugar real en su momento histórico. Lo que dice, o lo que entiendo, es que la trascendencia cultural de Curie no se corresponde realmente con su trabajo. Basta con probar un poco y ver si Henri Rothschild es tan conocido como Curie. Ir de tertulia en tertulia preguntando sobre los dos. Sabes tan bien como yo que su popularidad no es ni cercana, y esto no es porque Rothschild no tuviese una magnitud científica cuanto menos similar a la de Curie.
Un último apunte, y no te lo tomes a mal. Cuando alguien comenta un artículo en cualquier publicación se supone que quiere que su autor (y ya de paso su público potencial, los lectores) le entienda. Tú no sabes si el autor entiende catalán. No voy a meterme en un tema de educación, aunque también es más correcto responder en castellano cuando previamente te han hablado en ese idioma, hablo de una cuestión meramente comunicativa. Pero tú sabrás.
Si se dirige en catalán a castellanoparlantes será porque no conoce nuestro idioma. Razón de más para apoyar la reforma educativa de Wert.
Oxímoron, acepto tu amable comentario y como aquí no hay lugar para extenderse te diré que personalmente nunca he pensado en Curie como una leyenda. Sigo pensando que Manuel de Lorenzo silencia o comenta referencias que no comparto.
Y bien, existe la diversidad y compartir ideas, críticas… siempre suma.
Nos llevaría un largo debate comentar porque algunos personages llegan a ser relevantes y otros no. Formo parte de los cronopios-cito Cortázar-no las famas. Trabajo en la enseñanza y sé el pan que se da.
Disculpas mil que me comunicara en mi lengua materna pero como hablo quatro idiomas puedo pasar sin dificultad al castellano, en aquell momento utilizé el catalán sin pensar a que iba a ser leída. Un lapsus.
A Gañote le contesto, que el suyo es un comentario demasiado agresivo, excesivo. Los que vivimos en «Polonia» tenemos la suerte de ser bilingües y no necesitamos otra reforma educativa.
Atentamente.
«en aquell momento utilizé el catalán sin pensar a que iba a ser leída.»
Disculpada, no te preocupes. A quién no le ha pasado eso de escribir algo sin pensar que alguien iba a leerlo.
Cataluññññña, qué bonita región como tantas otras de Españñññña
Asi como hay cientificos mas brillantes que Madame Curie (que ademas de ser una gran cientifica abrio el camino de la mujer en la ciencia demostrando eran capaces, detalle que se te ha escapado) me parece que tambien hay cientificos mas desmontables, como por ej Stephen Hawking. Me cuesta entender por que has escogido a Curie.
«Dotar de un nombre a la radiación hallada por Becquerel, sin embargo, no los convierte en sus descubridores» Explicar el origen y el fundamento de la fisica si los hace sus padres. Ni Novoselov ni Gaim descubrieron el Grafeno, pero si supieron explotarlo y por ello ganaron el Nobel.
Estaria bien que pusieras referencias, porque muchas de las anecdotas contradicen lo que nos contaron a unos cuantos en la carrera (de Ciencias Fisicas).
La verdad es que Hawking da mucho juego para hacer chistes, pero en tal caso alguien habría salido también a decirle al autor que por qué no escribió un artículo sobre Curie.
Ya, solo que Curie tiene dos premios Nobel (merecidos, a pesar de las anecdotas que cuentan aqui) y Hawking 0. Tambien se me ocurren solo leyendo este texto Watson, Crick y Wilkins, que consiguieron el Nobel robando todo lo que pudieron al King’s College, y ademas Watson escribio un libro caricaturizando a la persona de la que obtuvo los resultados que les llevaron al famoso premio (si buscamos sere humanos desprecianbles).
Jamas se me ocurriria vender como un fraude a Marie Curie, ni a mi ni a ninguno de mis companeros de laboratorio. Y por favor la referencia donde consta como uno de los mas grandes cientificos de la historia.
Como digo, muy curioso… seria algo asi como vender a Josep Borrell como el politico mas corrupto de la historia de Espana.
Muy de acuerdo contigo.
Te recomiendo que visites el laboratorio donde trabajaba en la Soborne de París. És una pequeña joya, podràs acceder gratuitamente y te encantará.
El ‘pan que se da’, ninona, es una frase feta en catala que no funciona en castella. La resta, d-acord amb tu. (perdona el meu teclat salvatge).
Alfred, ja veus no tinc el castellà polit. Això de viure en una comunitat bilingüe ens porta a fer transferències incorrectes.
Gràcies per la teva observació!
Siento decirlo, pero este artículo es infame.
Tildar a Curie de vanidosa, orgullosa y soberbia, obviando las dificultades de género a las que tuvo que enfrentarse, así como la vanidad, el orgullo y la soberbia de sus rivales científicos, me parece una ingenuidad.
Pero decir que a partir de 1902 sus investigaciones se estancaron y que la concesión del primer Nobel fue «como ganar la Champions sin haberla jugado» es una falsedad. Hay que ser más prudente al valorar las nominaciones al Nobel. Conozco bien la obra de mi colega J. M. Sánchez Ron y de ella no se desprenden las afirmaciones contenidas en este artículo. Creer a ciegas en la opinión de Rutherford es como juzgar a Guardiola según la opinión de Mourinho. La carta a Boltwood expresa la frustración de Rutherford ante el hecho de que “la pobre mujer” se le haya adelantado con un excelente manual de radioactividad.
Rutherford y Curie competían con estrategias distintas en una disciplina muy exigente: Rutherford fue un físico ambicioso que se especializó en el estudio de las radiaciones; Curie fue una científica emprendedora que promovió la radioactividad en un frente mucho más amplio, que iba desde el estudio de los radioelementos a sus usos terapeúticos, pasando por su producción industrial. Toda comparación de sus méritos, si es que tiene interés hacerla, debiera tener en cuenta estas diferencias.
La leyenda de Curie merece por supuesto ser analizada. ¡Ni siquiera la fama de Newton o Einstein se explica solo por sus logros científicos! Pero para ello no es necesario menoscabar tales logros.
Xavier Roqué, Centre d’Història de la Ciència, Universitat Autònoma de Barcelona.
Siempre me han sorprendido quienes creen que en la bondad de sus razonamientos (o la apreciación que sus destinatarios tendrán de los mismos) influye de algún modo su condición social o profesional y actúan en consecuencia. Imagino que son argucias que a ellos sí convencen, y consideran por tanto que los demás caerán indefectiblemente en el mismo error. Por desgracia, señor Roqué, no siempre es así. Yo, por ejemplo, ya estoy un poco mayor para argumentos ad verecundiam. Si tiene usted razón en lo que dice, la tendrá se dedique a lo que se dedique y sea usted quien sea. Pero bueno, seguramente lo ha hecho usted sin querer. Le perdono.
Déjeme decirle, antes de nada, que solamente lo inopinable no admite opinión. Y la cuestión que sirve de leitmotiv a este artículo es un claro ejemplo de asunto perfectamente opinable, por lo que me temo que se ha extralimitado en su veredicto.
Para empezar, y precisamente debido a lo anteriormente mencionado, es usted un maleducado, ya que de lo contrario habría expresado su desacuerdo con mi parecer en lugar de calificar el artículo como infame. Lo cual no solo me parece exagerado sino ciertamente curioso, ya que se atreve a efectuar semejante valoración mediante el análisis de tres o cuatro particulares concretos y sin juzgar las conclusiones generales ni por casualidad. Defiende usted que la señora Curie no era soberbia, que es falso que se estancase en sus investigaciones, que Rutherford estaba frustrado, etc. Pero del tema sobre el que trata el artículo, del punto en el que confluyen todos los datos y opiniones aportadas, de la conclusión que efectivamente podría convertir al artículo en infame o no, no dice ni palabra, salvo una errónea comparación al final que me lleva a pensar que o no lo ha leído o no lo ha entendido. Pero debe de tratarse de lo primero, trabajando usted donde trabaja.
Sí, definitivamente prefiero pensar que no lo ha leído…
Vayamos con esos particulares que tanto le han molestado:
1.- Marie Curie no era soberbia.
En fin, en el artículo me he referido a su personalidad orgullosa a propósito de varias manifestaciones que hizo la buena mujer. No veo necesario repetirlas. Es su opinión contra la mía, al fin y al cabo.
2.- Sus investigaciones no se estancaron en 1902 y no le ha gustado que haya dicho que la concesión de su primer Nobel fuese como ganar la Champions sin haberla jugado.
Respecto a lo primero, los datos son objetivos y no tengo intención alguna (ni tiempo) de reproducirlos aquí de nuevo. Lea el artículo. Y respecto a lo segundo, creo haber incluido un “apenas” antes de “jugado”. El símil, en todo caso, hace referencia a la diferencia entre los votos que obtuvieron las otras dos propuestas (seis y cinco, respectivamente) y la de Marie (uno). Si tiene usted uno mejor, le ruego me lo ceda para posteriores análisis de científicos premiados con el Nobel gracias a un solo voto.
3.- De la obra de Sánchez Ron no se desprenden las afirmaciones contenidas en este artículo.
Hagamos un ejercicio. Comparemos lo que yo he dicho sobre la opinión de Sánchez Ron con su propia opinión, a ver si se parecen o no.
Yo he escrito que en el excelente ensayo que menciono en el artículo (que me sirvió de base bibliográfica junto a la biografía de la hija de Marie, sus Notas autobiográficas y su libro Pierre Curie), el profesor Sánchez Ron explica que las declaraciones de Marie apropiándose de la teoría sobre transformaciones radiactivas son prueba de que “o no había entendido los trabajos de Rutherford, o no había profundizado más allá de la naturaleza atómica del proceso en su análisis, o simplemente se estaba apuntando un tanto que no le correspondía”.
Ahora voy a transcribir las palabras exactas de Sánchez Ron: “Marie se adjudicaba la maternidad de la idea de la teoría de las transformaciones radiactivas. (…) Solo cabe apuntar que o no había entendido las novedades incluidas en los trabajos de Rutherford y Soddy y que pensaba que la idea central era la de la naturaleza atómica del proceso, o que cometía el no infrecuente pecado en el mundo de la ciencia de pensar ‘eso ya lo dije y lo sabía yo’”.
¿Sigue usted queriendo acusarme de falsedad, señor Roqué?
4.- La carta de Rutherford expresa su frustración.
Tiene toda la pinta de ser un hombre frustrado, sí señor… Sobre todo cuando dice que es muy divertido leer cómo Marie está ansiosa por reclamar la prioridad para la ciencia francesa o, más bien, para ella y su marido. Pobrecito. Es ella quien patalea reclamando la atención de la comunidad científica porque Rutherford no hace más que meterle goles pero el frustrado es él. Ya… Su opinión de nuevo, en todo caso.
5.- Su quinto reproche lo divido en dos partes, si no le importa.
“Rutherford y Curie competían con estrategias distintas en una disciplina muy exigente: Rutherford fue un físico ambicioso que se especializó en el estudio de las radiaciones; Curie fue una científica emprendedora que promovió la radioactividad en un frente mucho más amplio, que iba desde el estudio de los radioelementos a sus usos terapéuticos, pasando por su producción industrial”. Estoy de acuerdo con usted. ¿Qué me reprocha? ¿He dicho yo lo contrario? Rutherford fue un físico ambicioso que se especializó en el estudio de las radiaciones, cierto. Y Curie fue una científica emprendedora que promovió la radioactividad en un frente mucho más amplio que iba desde el estudio de los radioelementos a sus usos terapéuticos, pasando por su producción industrial. ¡Pero es que este artículo, señor mío, habla de historia de la física, de la investigación de la radiactividad, de la importancia de Marie como científica! Desde luego, tira usted piedras contra su propio tejado… En el estudio de los radioelementos fue ampliamente superada, desbordada, vencida. Los usos terapéuticos de las radiaciones en los que se centrase Marie y su producción industrial nada tienen que ver con eso y en absoluto justifican la visión que de ella se tiene como científica excepcional. ¿Qué colaboró en la fabricación industrial de sales de radio? ¡Pues estupendo, pero a mí me importa un rábano! ¿Qué tiene eso que ver con la ciencia? ¡Más a mi favor! Lea el artículo, ande… Si al final estará de acuerdo conmigo y todo.
“Toda comparación de sus méritos, si es que tiene interés hacerla, debiera tener en cuenta estas diferencias”. Es lo que he hecho durante todo el artículo, precisamente. De nuevo, se lo está poniendo usted muy difícil a sí mismo, caballero.
Termina usted diciendo que ni siquiera la fama de Einstein o Newton se explica por sus logros científicos. Es la única mención que hace al tema central del artículo y para eso es una conclusión falaz… En primer lugar, la de Newton sí. Únicamente se explica por sus logros científicos. Y en el caso de Einstein no hay mucha diferencia, pero aunque la hubiera, su enorme fama en ningún momento deja de ser pareja a su asombrosa e impagable contribución al conocimiento humano, cosa que precisamente sí sucede con Marie Curie y de ahí que haya escrito yo este artículo.
En resumidas cuentas, señor Roqué, su comentario es infame. La diferencia con la valoración que ha hecho usted de mi artículo, sin embargo, es que yo no siento decirlo.
Manuel de Lorenzo. A secas.
P.D. Sospecho que va a pensar que soy un maleducado por decir que su comentario es infame… No se preocupe. No se lo tendré en cuenta.
P.D.2. No obvio las dificultades de género; es más, las menciono expresamente para apoyar mi conclusión. Solo que yo he usado el término “sexo” en vez de “género” y quizá eso le haya despistado.
P.D.3. Un consejo; la RAE recomienda el uso de “radiactividad” en lugar de “radioactividad”. Siendo usted quien es y trabajando donde trabaja, me extraña que se empeñe en llevar la contraria a la institución.
Yo no sé si este artículo es infame. A mí me ha parecido muy interesante en muchos aspectos, y no dudo del conocimiento y el trabajo de documentación de su autor. Ahora bien, me resulta del todo imposible ignorar la misoginia que transpira y su falta de sensibilidad hacia lo que suponía ser mujer y científica en aquellos años y en aquella sociedad. Cualquier hombre, por el solo hecho de serlo, salía con una enorme ventaja ante una mujer que quisiera (y pudiera) dedicarse al mundo de la ciencia. El espíritu de superación, la inquietud y disciplina de Madame Curie le hizo salvar obstáculos que muchos habrían considerado insalvables, y su ejemplo vital inspiró incontables vocaciones entre las generaciones de científicas (y también científicos, sin duda) que la sucedieron. Manuel de Lorenzo podrá argumentar que él ya ha mencionado esas dificultades, y que el suyo pretendía ser un artículo sobre la historia de la ciencia, sin considerar otros factores; que son precisamente esos factores humanos y sentimentales los que ha querido discriminar en su ensayo. No sé. Me inclino a pensar que ése es su error; que sabiendo todo lo que sabe, que sin duda es mucho, carece sin embargo de la imaginación y la empatía necesaria para entender que la ciencia también necesita de un corazón que la inspire, que la empuje y que la guíe. Y que por eso ha encontrado necesario escribir un artículo como éste, con esta premisa; tan extenso y a la vez tan… pequeño.
No se trata de una cuestión personal, ni dialéctica, ni de autoridad. Me limito a constatar que las afirmaciones sobre la competencia científica de Marie Curie vertidas en este artículo no resisten la comparación con las fuentes disponibles. Los autores de estos trabajos han estudiado a fondo y durante años los archivos originales, en la biblioteca de la Universidad de Cambridge (Rutherford), la Biblioteca Nacional de Francia (Curie), el Museo Curie (Curie) o la Real Academia de Ciencias sueca (los premios Nobel), y sus conclusiones no pueden ser obviadas al valorar la trayectoria de Marie Curie. Estas fuentes incluyen, entre otras:
Soraya Boudia y Philippe Molinié, “Une application méconnue et pourtant célébre de l’électrostatique: las travaux de Marie Curie, de la découverte du radium à la métrologie de la radioactivité”, Journal of Electrostatics 64 (2006), 461–470.
Soraya Boudia, Marie Curie et son laboratoire. Sciences et industrie de la radioactivité en France. París: Éditions des archives contemporaines, 2001.
Soraya Boudia y Xavier Roqué, eds. Science, Medicine, and Industry: The Curie and Joliot-Curie Laboratories. Número monográfico de History and Technology, 13, núm. 4 (1997).
Sarah Dry, Curie. Londres: Haus, 2003.
Robert M. Friedman, The Politics of Excellence. Behind the Nobel Prize in Science. Nueva York: Freeman, 2001.
Bernward Joerges y Terry Shinn, eds., Instrumentation Between Science, State and Industry (Dordrecht: Kluwer, 2001).
Helena M. Pycior, “Marie Curie’s ‘Anti-Natural Path’: Time Only for Science and Family”. En: Pnina G. Abir-Am y Dorinda Outram, eds., Uneasy Careers and Intimate Lives: Women in Science, 1789–1979 (New Brunswick: Rutgers University Press, 1989), p. 191–214.
Helena M. Pycior, “Reaping the Benefits of Collaboration While Avoiding its Pitfalls: Marie Curie’s Rise to Scientific Prominence”, Social Studies of Science 23 (1993), p. 301–323.
Helena M. Pycior, “Pierre Curie and ‘His Eminent Collaborator Mme Curie’: Complementary Partners”. En: Helena M. Pycior, Nancy G. Slack, Pnina, Abir-Am, ed., Creative Couples in the Sciences (New Brunswick: Rutgers University Press, 1996), p. 39–56.
Susan Quinn, Marie Curie. A Life. Nueva York: Simon & Schuster, 1995.
Yo aquí veo mucha fuente, pero poco argumento. En el otro mensaje lo que resaltabas era el cargo ostentado, a la española manera de «ud no sabe con quién está hablando». A ver si en el tercero salen por fin argumentos. El mundillo académico y sus miserias…
Decir que el éxito de Marie Curie está sobredimensionado y que se debe a sus predecesores es como decir que el de Guardiola se debe a Cruyff.
Me ha gustado esta respuesta futbolística.
Y el artículo, pese a su interés, me ha dejado una sensación incómoda ¿fama inmerecida, Marie Curie? ¿en el país de Sálvame deluxe?
Por otro lado, me parece admirable en ella que rechazase patentar sus descubrimientos por ser esa práctica «contraria al espíritu científico».
En fin, estoy también de acuerdo con Jaume en que a pesar de su tono objetivo, el artículo no es ni mucho menos neutro.
A la fama de Albert Einstein contribuyo mucho mas el haber sacado la lengua en una fotografía que el haber explicado el movimiento browniano.
Si Steven Hawking no estuviese paralitico, su nombre no seria mas conocido que el de Roger Penrose.
Si se analiza la historia de la aviación, se encuentra que hubo cientos de inventores que construyeron todo tipo de aviones. Sin embargo, solo ha trascendido el Flyer de los hermanos Wright.
La fama y la popularidad es injusta y caprichosa.
Pero eso no desmerece del trabajo y talento de los que son agraciados por ella.
En mi opinión, Marie Curie es justa merecedora de todos los reconocimientos y galardones que ha recibido. Aunque sea injusto que otros no los recibieran.
Que la historia haya olvidado a Alberto Santos Dumont o a Gustave Whitehead, no significa que los hermanos Wright no sean merecedores de su leyenda.
Genial artículo. De lo mejor que he leido últimamente.
Escogerla por ser mujer, criticarla por ser mujer, alabarla por ser mujer…pues sí, el sexismo parece casi inevitable. Y es algo empobrecedor en cualquier discurso, sea a un lado o al otro.
A ver, haciendo unas búsquedas en Google:
«Henri Becquerel» 2.100.000 resultados
«Ernest Rutherford» 765.000 resultados
«Pierre Curie» 1.190.000 resultados
«Marie Curie» 12.000.000 resultados
no sé si la valía científica se corresponde con la fama, pero viendo lo que realmente interesa a la gente:
Messi 241.000.000 resultados
me parece que las diferencias de fama entre los científicos son irrelevantes.
Este escrito no tiene ningun fundamento real y es una infamia contra la figura de Marie Curie. Ni he podido acabar de leer este escrito sexista, como ya han dicho antes que se clasifica a una gran científica de la época por facetas de su vida privada muy subjetivas y muy marcadas por el estereotipo como mujer, en lugar de por sus aportaciones científicas.
Unas aclaraciones breves sobre M Curie: Fue ella a título personal la que decidió hacer la tesis sobre los rayos «uránicos» descubiertos por Bequerel, que el mismo había dado por finalizada su investigación al respecto. De ahí su valía y no la de Bequerel, que de casualidad descubrió la radiactividad pero no siguió en sus investigaciones, pero gracias a Marie Curie le dieron un Nobel junto a ella y a su marido Pierre.
Pierre Curie, que se dedicaba a la cristalografía, al ver el potencial del trabajo de su esposa, decidió dejar su campo y ayudar a esta, y no al reves!. La muerte de Pierre, que solo estuvo presente 9 años de los casi 40 de la carrera investigadora de M Curie, no solo no supuso un parón en la labor investigadora de esta, sino que provocó que M Curie tomase el mando del laboratorio y de ahí salieron mas de 100 publicaciones y otros dos premios Nobel (uno a ella en solitario y otro a su hija y yerno) y permitió la entrada inusual en aquella época de mujeres en su laboratorio del que salieron científicas de reconocido prestigio como Marguerite Perey, la descubridora del Francio, entre otras.
Me atrevo a decir, esto si a título personal, que afortunadamente Pierre Curie tuvo un accidente mortal y desapareció de la vida de Marie Curie, dejando a esta que pudiera demostrar su valía científica individual…mcuho me temo que de no haber sido así, Marie Curie ni sería conocida como la conocemos ahora, sería la esposa del reconocido científico Pierre Curie (no hay más que leer este escrito para convencerse de esto…).
Aconsejo al autor y los/as interesadas en el tema que lean escritos de Soraya Boudia, científica e investigadora de M Curie, que escribió una biografía objetiva de esta cuando dirigía el museo de M Curie en Paris.
Me parece muy machista este texto sobre Marie Curie, recomiendo la lectura de la referencia que doy al final, que es un artículo sobre M Curie, bastante mas serio que este, en el que habla de la figura de M Curie de una forma totalmente diferente, con datos objetivos y con lo que a mi parecer se debería contar de la personalidad de una científica de su categoría: sus logros, su capacidad de lucha por conseguir llegar tan alto a pesar de ser mujer en aquella época, y todo lo relevante que aportó a la ciencia y no lo relativo a su vida privada y su papel en torno a su marido (¿Es que acaso a alguien le interesarían estas facetas de los científicos contemporáneos a M Curie como Roentgen, Bequerel, o de los de ahora?).
Precisamente habla en la introducción de la errónea creencia que tiene la gente de que M Curie tras la muerte de su marido le afectó tanto que apenas pudo seguir su carrera científica. En el artículo habla de una Marie Curie fuerte, inteligente, con la determinación suficiente para enfrentarse a los prejuicios de su época y que sigue con éxito su carrera investigadora tras la muerte de su esposo. habla de su capacidad impresionante de trabajo para conseguir obtener el Radio, de sus inicios cuando eligió como tema de su tesis doctoral la radiactividad con Bequerel, cuando este había dado por finalizado el tema tras su descubrimiento y como su marido Pierre, que se dedicaba a la cristalografía, al ver el potencial del trabajo de su esposa, dejo su campo para ayudar a su mujer.
POr favor, un poco más de seriedad y sobre todo de objetividad al hablar tan alegremente y de forma tan subjetiva de un personaje de esta categoría.
Referencias:
«Marie Curie’s contribution to Medical Physics» descargable gratis en:
http://download.journals.elsevierhealth.com/pdfs/journals/1120-1797/PIIS1120179713002408.pdf
Es evidente, por lo que dice, que no ha leído usted el artículo. Sería inútil responderle.
Así que cuestionar los méritos o la fama de una persona en concreto es atacar a todos los miembros de su sexo. Qué ridiculez de argumento por dios.
Sinceramente muy triste y tripero el artículo para nada neutro.
Sobra soberbia y faltan las citas de las fuentes… qué atrevida es la soberbia, juzgar a alguien por tres cartas a su prima.
Y que poco rigor, no estudió usted que es necesario contemplar el contexto histórico??
Desmontar a una leyenda???
Insisto artículo tripero.. hágaselo mirar…
Me podrías hacer el favor de montar a la leyenda, con todo ese rigor que reclamas?
Lamentable artículo cargado de falacias y medias verdades. Para exageraciones y afirmaciones fuera de contexto las escritas por el autor del texto. Me alegra ver que la mayoría de respuestas no dan ningún crédito a este texto infumable.
Es una lástima. Me parece una idea muy interesante hacer un artículo sobre Curie y sin embargo parece que el autor es el nieto de Rutherford. No en vano creo que se repite hasta cuatro veces el término vanidosa y soberbia cuando ni siquiera los textos citados desprenden esa personalidad de forma tan evidente como Manuel de Lorenzo quiere transmitir.
Luego ya entrar a valorar si Marie Curie mereció los premios Nobel que ganó o no puede ser opinable. Al autor le parece que no tiene mérito ser una de las primeras mujeres que destacó a nivel científico como para ser conocida mundialmente en un mundo aún machista, pues no queda otra quepa. A mí, sin embargo, me provoca admiración.
Manuel de Lorenzo tiene mis respetos. Siga resistiendo y dando su opinion argumentada aunque fastidie a los amantes de lo politicamente correcto
He dado con este articulo al estar realizando una investigación sobre la Curie, mi percepción del personaje dista mucho de la expuesta por el autor.
Por el genio del personaje, los obstáculos a los que se enfrento y lucha personal, que sea considerado un referente es más que justo.
Fue el propio Pier quien se negó a recoger el premio Nobel si no incluían también a su esposa, una mujer que se caso con el mismo traje con el que se pasaba días en el laboratorio, una mujer que traslado su laboratorio y materiales a Burdos sede del gobierno provisional de Francia durante la gran guerra para fabricar sus Curies, persona inquieta y pasional, que ademas sufrió un acoso mediático por qué como titularía un diario francés era una «roba maridos, extranjera y judía». Sin ser judía, siendo extrajera no creo que se pueda dudar de que acabo siendo una ciudadana francesa ejemplar y una roba maridos, miren, esto ni merece ser explicado. Para terminar diré que la propia biografía de su hija es una visión ideal sobre su madre en la que se saltan episodios importantisimos de su vida por el mero hecho de no escandalizar, y escandalizaba por el único hecho de ser una mujer.
Por otro lado siempre queremos dotar a los personajes referentes de una «pulcritud y un haz de luz» por el que realmente no pasa nadie, contexto, por favor contexto.
Para terminar tengo que dedicarle un mensaje a los trolls que invaden este tipo de charlas, mas allá de que pueda estar de acuerdo o no, hay quien usa la argumentación y el respeto y hay quien usa un tono desafiante de abusón de colegio, donde lo único que busca, o no se desprende desde luego otra cosa que la ofensa, basada en una mala interpretación del darwinismo y del golpe en la mesa.
@Gañote.
Es usted el barro de estos lodos, no hace un comentario para aportar nada, salvo coces y desprecios, se queja de falta de argumentación y no pasa de dos chistes malos basados en un sentido del humor manido, de esos que denotan tantos complejos como orgullo mal entendido. En un debate abierto por los lectores de este articulo usted solo sabe rebuznar buscando que alguien le siga agitando la zanahoria, para ir al siguiente estereotipo o esquema que le haga sentir seguro.
@Manuel Lozano, interpelando con caballo y espada a los que critican su articulo y llegando a tildarlos, es lo más inquietante. Sobretodo cuando en esa defensa reconoce que para hacer las inferencias uso el pico una servilleta que escribió la Curie y que su superheroe preferido no saliera en el numero especial de la Marvel.
Esta bien separar los méritos humanos y las cualidades empáticas de los profesionales, es verdad que se confunden y no siempre tienen que ver.
Pero muy señor mio, de verdad usted cree que esta interpretación de sus méritos humanos y transgresores son coetáneos a los reconocimientos académicos a Curie, Como fue ?, «vamos a darle el nobel por qué es mujer y en 2016 con Weinstein y tal», a lo que respondieron, «no, mejor darle dos,que nos va ayudar en la gran guerra»
Por favor le ruego que se deje de tanta pompa literaria y concéntrese en lo que realmente necesita, buscar lo que hace un buen escritor la compresión, la coherencia y la empata,
En el próximo capitulo hablaremos de la auto consciencia y la auto critica, esto ya no es para escritores, es para ensayistas, y para hacerlo mas motivante para usted prometo incluir a sus héroes olvidados, así puede concertarse en los méritos de su protagonista y no en el demérito, deje de ver como hace sombra a sus héroes, pues es su sesgo, egoísta, el que le motiva a depreciar el valor de esta señora, y es que siempre me pareció algo de baja condición el hacer sombra a alguien con el motivo de que a mi no me dieron luz.
Los méritos de sus héroes podrían estar reconocidos sin depreciar los de la señora Curie, espero no tener que explicar como funciona el conocimiento acumulativo de la ciencia y cuantos miles de personas se han quedado atrás en la historia, la próxima vez le invito a que escriba sobre sus héroes y déjese de villanos
el autor:
la personalidad soberbia y un tanto depresiva de la joven Marie, a pesar de su corta edad:
“Desde que nos separamos mi existencia ha sido la de una prisionera. Ni a mi peor enemigo desearía que viviese en tal infierno. Es una de esas familias ricas en donde, cuando hay gente, se habla francés —un francés de camareros—, y en donde no se pagan las facturas en seis meses y, no obstante, se tira el dinero por la ventana mientras se economiza avaramente el aceite de las lámparas. Pasan por ser generosos y liberales y, en realidad, están dominados por el más sombrío embrutecimiento”
Si de esto infiere usted que es depresiva y soberbia , qué no sé puede inferir de usted en este articulo.
Excelente artículo y bien argumentado, es increíble ver cómo a lo políticamente correcto le molesta.
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