«Es imposible llegar a Nueva York y no tener la sensación de que algo maravilloso va a suceder».
Tal y como afirmaba Duke Ellington, una de las figuras emblemáticas de la música con raíces en Estados Unidos, llegar a Nueva York con ojos primerizos hace que una palabra se convierta en el hilo conductor de cada viaje: sentir.
Hablar de la ciudad es centrarse en sus vistas y sus olores. Es traer a la memoria recuerdos de esa mezcla de aromas que inundan un tablero de calles que conforman la isla de Manhattan. Es tratar de alcanzar las nubes de día, y las estrellas de noche, desde lo más alto del skyline. Porque para los principiantes que nos estrenamos en la ciudad que nunca duerme, mantener los ojos abiertos de par en par es tarea obligada hasta que cae la noche.
Pero Nueva York es más que eso que todos conocemos al otro lado de una pantalla. Es mucho más que los reflejos que esperamos encontrar en los cristales de espejo que envuelven sus míticos rascacielos. Pasear sus calles, sin otra compañía más que la de uno mismo; sin música propia, cascos ni pensamientos, permite descubrir todo lo que la ciudad tiene que contar. Porque la ciudad suena.
Y suena a algo más que Moon River o la siempre elegante suavidad de La Voz de Frank Sinatra.
Suena al repicar de los tacones de las ejecutivas que copan Wall Street. O al claxon frenético de sus característicos taxis amarillos. Quizá también a la mezcla de ritmos y cadencias que esconden los iPods de los viandantes que marcan el ir y venir de la Gran Manzana.
Paseando descubres más. Como la selección acertada de los cafés apostados en cada esquina. O el traqueteo del subway, corazón de esa otra ciudad subterránea que aflora a la superficie cuando menos lo esperas. El silbido del ferry que cruza a State Island y que se acompaña del romper del agua que baña la isla. O también el rugir de los motores que cada día cruzan el Puente de Brooklyn o desde Nueva Jersey, rumbo al sueño americano.
Desde lo alto del Empire State, mientras Cary Grant esperaba a Deborah Kerr en Tu y yo, la ciudad habla diferente, como cada uno de sus barrios, conocidos como borough.
«Es una de las cosas que más me gustan de Nueva York. Todos vinieron de otra parte», decían en New York I love You, la película dirigida por la actriz Natalie Portman. Y lo completaba Ellington de nuevo, con una frase que resumen la esencia de la ciudad: «Cuando me piden que describa Nueva York, tengo que hacerlo en términos musicales, pues Nueva York es la gente, y la música en definitiva se reduce a la gente».
Cierto. Manhattan, Brooklyn, el Bronx, Queens y Harlem conforman los sonidos de Nueva York.
La Gran Manzana del jazz
Es imposible hablar de música en Nueva York y no nombrar a Duke Ellington, John Coltrane, Charlie Parker, Louis Armstrong o Miles Davis, figuras claves de una ciudad convertida en la cuna del jazz.
Si la Quinta Avenida se convierte en la arteria principal de la ciudad, el jazz hace lo propio inundando cada uno de sus rincones. Desde el Duke Ellington Circle, una de las entradas de Central Park donde confluyen la Quinta Avenida y la East 110th St, en el East Harlem, es fácil escuchar los ecos de las notas de algún saxo, contrabajo o piano, ingredientes clave de éste género.
Fue a finales de los dorados años 20 cuando Ellington debutó con su banda en el mítico Cotton Club de Harlem. Un local de moda frecuentado paradójicamente por un público blanco ávido de sonidos negros, en un distrito al que llegó y emergió una nueva clase, obrera en ocasiones, afroamericana. Una época conocida como «Harlem Renaissance«, el renacimiento de un Harlem en el que las bigband marcarían un antes y después del jazz, el blues y el ragtime.
Desde ese alto Manhattan, que linda con los límites de un Harlem renovado hoy, recorremos la ciudad tomando el subway desde Central Park North-110 St. Metrocard en mano, la línea 2 y 3 bordea Central Park, ese escenario improvisado que cada año visitan más de 38 millones de ciudadanos del mundo y en el que la música es tan habitual como los ocres y amarillos del otoño o las flores de primavera que visten los más de 250.000 árboles que pueblan sus valles.
Mientras nos acercamos a nuestro destino, en el West Village, dejamos atrás enclaves de visita (otro día) obligada, como la Quinta Avenida, el Rockefeller Centre, Times Square —en la 42— o la calle 34. Nuestra parada: Christopher St. Sheridan Sq., la puerta de acceso a Greenwich Village.
Reconocido como distrito histórico desde 1979, esta gran área residencial de Manhattan está considerada como el bastión de la cultura artística y bohemia de la ciudad. No en vano, uno de sus principales iconos ha sido, desde los controvertidos años 60, Bob Dylan.
Y al mismo tiempo, mientras los acordes de Blowin in the wind resuenan en nuestra cabeza, paseamos por un barrio que puede presumir, además de haber acogido el movimiento de liberación gay, de una oferta gastronómica de cafés y restaurantes deliciosa. Nuestra primera parada nos lleva a Fat Cat, en el número 75 de Christopher Street y la 7th Ave. Un sótano al que se accede con el sello del gato en la mano y 3 dólares, y que nos traslada a un universo de mesas de billar. El local debe su nombre en honor de otro grande: Louis Armstrong y el sello discográfico con el que vieron la luz todos sus grandes éxitos.
Sórdido como el que más, rodeado de mesas desparejadas y sillones desvencijados, un casi tímido escenario a mano derecha acoge a partir de la hora bruja —00.30h— una late jam, que cierra cada noche de conciertos. Y si es sórdido, es canalla y por suerte, para todos los músicos y amantes de la música, cierra sobre las 5 de la mañana. Un privilegio neoyorkino.
A pocos pasos, cruzando la calle y casi escondido llegamos al 103 West con la 10th St. Allí, bajando unas escaleras estrechas y empinadas, nos da la bienvenida Smalls. Previo pago de 10 dólares, salvo que seas de los trasnochados que llegan a altas horas y recibas un “Go & Enjoy!”, éste pequeño sótano ofrece una cuidada selección de conciertos diarios, entre otras cosas.
Un ambiente íntimo, al que acuden músicos desde todos los puntos. La carta de bourbon, impecable. El sabor ideal para sentarse en alguna de las sillas que miran al escenario, presidido por un piano de cola que marca el ritmo de una de las más populares jam session de la ciudad.
El triángulo se completa con el mítico y elegante Blue Note. Nada que ver con ninguno de los anteriores, es sumamente conocido porque en él tocan las grandes figuras del jazz que visitan la ciudad. Es un imprescindible del high class musical. Imponente su toldo en forma de piano y muy peculiar el ambiente, que va cambiando a lo largo de la noche. La entrada, 10 dólares, aunque la mejor manera de disfrutar del club es reservando una mesa (35 dólares) —a ser posible cerca del escenario—y cenar allí mientras pasan los shows de las 20.30, 22.30 y 00.00h. A partir de esa hora, todo puede pasar.
Al otro lado del puente: Brooklyn
De la mano de Woody Allen en uno de esos amaneceres en los que terminan las jam session del Blue Note, donde en ocasiones deleita a su público con las notas de su clarinete, cruzamos el impresionante Puente de Brooklyn, para llegar al distrito que le vio nacer.
Y nos detenemos en Fulton Street, quizá la zona más negra al otro lado del puente que mira más allá de los escaparates de ese gigantesco mall a pie de calle en que se ha convertido. Hogar de una importantísima comunidad afroamericana, sus calles suenan a choque de manos, a «guasap man«, a una mezcla de R&B, hip hop y rap, su actual cultura musical.
Un barrio que baila al compás de ese movimiento de caderas que han convertido en universal las afroamericanas. Quizá aquellas “american woman” a las que cantaba Lenny Kravitz, nativo también del distrito.
En medio de ese Brooklyn que puede interpretarse como una isla dentro de otra —de hecho etimológicamente significa «pequeña marisma»— no hay mejor sitio para hacer un alto en el camino que Juniors. En el 386 de Flatbush Avenue, además de poder degustar la mejor strawberry cheescake de la ciudad, cruzas la frontera de los nuevos ritmos para sumergirte en los años 60. Los éxitos de la Motown, uno detrás de otro y sin medida, acompañan suculentos y gigantescos platos de comida típica americana.
Brooklyn ha sido también el escenario que vio crecer a uno de los raperos más exitosos de todos los tiempos: Jay Z. Lleva sus calles en las venas y pocos saben que su nombre artístico no solo se lo debe a su mentor, Jaz-O, también a las líneas de metro J/Z que confluyen en Marcy Avenue.
Muchos envidian sus múltiples premios Grammy, quince en total, pero sin duda otros morirían por llevar de la mano a uno de los cuerpos más deseados del R&B: su mujer Beyoncé.
Rap y R&B confluyen en este distrito tanto como la mezcla de razas y colores. Ya dicen de Brooklyn «Home to everyone from everywhere» o lo que es lo mismo: hogar para cualquiera de cualquier lugar.
Queens, del jazz al rap
El ritmo de Takeover, un tema incluido en el álbum The Blueprint de Jay-Z nos da la clave para cruzar a Queens, nuestra siguiente parada. Es en este distrito donde nació uno de sus grandes rivales, al que ataca directamente con sus letras: el rapero Nas.
El distrito simboliza una amalgama de culturas y etnias. Encontramos irlandeses, italo-americanos, judíos, griegos, árabes, afganos, hindúes, brasileños, afroamericanos, hispanos… Diferentes raíces. Diferentes sonidos. Diferentes lenguas base de un nuevo movimiento literario que acoge desde 2006 la Feria Multilingüe del Libro de Nueva York.
Aunque hoy Queens suena a rap y hip-hop con figuras tan reconocidas como Nas, 50 Cent, Tragedy Khadafi, Prodigy o Havoc, hubo un tiempo en el que sonó a jazz.
Décadas atrás, más concretamente en los años 40, el distrito se convirtió en el epicentro en el que encontraron refugio grandes del jazz como el Cheek to cheek que protagonizaron Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, o Count Basie.
Tan importante fue Queens para el jazz como lo fue para Armstrong. Tanto que no solo se asentó allí, también moriría, tranquilo y en su cama, un 6 de julio de 1971. Se apagaba el corazón y las notas de un grande, que decidió ser inolvidable gracias a la fundación sin ánimo de lucro que creó, para la educación musical de niños discapacitados. Quizá una manera de que tuvieran aquel Wonderful World que convirtió en gran éxito.
Su casa, sus archivos, escritos, libros, grabaciones y recuerdos los donó a la City University del Queens College de Nueva York. Todo un agradecimiento al distrito que le acogió, cuando la segregación le obligó a llegar al norte.
Y quizá sea causalidad o no, quién sabe, que la figura de Armstrong inspirase la serie de documentales Martin Scorsese presenta el blues al afamado director de cine nacido en Queens.
Pero también hay otro Queens que suena a Caribe, a son cubano, a salsa y a cumbia. Son esos acordes con los que cruzamos, a través del Triborough, el Throgs Neck o el Bronx Whitestone, tres puentes que nos llevan a un Bronx que nos da la bienvenida en español.
El Bronx, un «spanglish» rítmico
Recuperamos las palabras de nuestro guía Duke Ellington cuando afirmaba que «en general, el jazz siempre ha sido como el tipo de hombre que no te gustaría para tu hija».
Hoy en día, muchas de las músicas que se escuchan en Nueva York, y más concretamente en el Bronx, tampoco serían el sueño de yerno que muchos quisieran tener. Junto al elegante jazz, el sexy blues y el irreverente rap, ha irrumpido un reggateon altamente sexual y ha sobrevivido el «assssúcar» de los ritmos caribeños.
Gris. Destartalado. Decadente. Ya lo decía el atormentado Edgar Allan Poe cuya casa, en la que pasó sus últimos meses, se encuentra intacta en el Bronx: “todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño.”
Más allá de famas, ganadas o no, estamos ante un distrito que respira música, baile, alegría, rumba, fiesta. La mayor concentración de hispanos vive en el Bronx. ¡Ojo!, Nueva York es ciudad hermana de Santo Domingo, de ahí quizá que una de las principales comunidades que pueblan el distrito sea la dominicana, junto a la puertorriqueña.
Sus calles, sus casas, sus coches… suenan a bachata, a merengue y a salsa, raíces musicales todas de aquellos que llegaron en busca de un sueño. Ritmos que necesitan de una buena pareja de baile, esa que te hace sentir la música con cada movimiento, cadera con cadera. Con pasión.
Los sonidos, en el Bronx, nos llegan por parejas.
Como en aquellas orquestas, en una época en la que bailar era un acontecimiento social repleto de elegancia, con las que Celia Cruz y Tito Puente revolucionaron la escena salsera de la ciudad, convirtiendo el son montuno, el cha cha cha o el mambo en el nuevo swing.
O la salsa vieja del nacido en el sur del Bronx Willie Colon y su partenaire Héctor Lavoe, consideramos por la crítica como una de las parejas más importantes de la historia de la salsa. Esa salsa que se baila suave, deslizándose por la pista, sin apenas vueltas como las heredadas ahora de la salsa cubana. Aquellas letras que derretían el corazón de los más machos en el cuerpo a cuerpo. Una voz maltrecha, imitada por muchos y conseguida por pocos, que moría con apenas 46 años. Lavoe fue sin duda “El Cantante”, tal y como se le apodó tras convertir en éxito su tema homónimo, reinventado también en una película protagonizada por Marc Anthony y Jennifer Lopez.
Imposible pasear por el Bronx y no acordarse de todos los atributos, y cuando decimos todos es todos, de la hija pródiga del distrito: JLo. Si su ex marido se ha convertido en el principal exponente de la nueva salsa comercial, Jennifer Lopez ha conseguido que la revista People la considere la artista latina con mayor influencia en Estados Unidos.
Puedes amarla o no, ya se lo susurraba a Marc en No me ames, pero sentirse orgulloso de ser hispano hoy en Estados Unidos, en Nueva York y sobre todo en el Bronx, no hubiera sido lo mismo sin ella.
Como cantaban Willie Colón y Héctor Lavoe, “todo tiene su final”. Es así como dejamos el Bronx, no sin antes recordar —tímidamente— el perreo del reggaeton en la voz de Daddy Yankee. El resto, para los más atrevidos…
Harlem: la cuna del sentir
Los sonidos latinos nos introducen en Harlem, destino final de este viaje de sonidos.
Cuna del jazz, será impensable no hablar de ella, la dama del jazz: Ella Fitzgertald. Asentada, como hemos mencionado en Queens, debutó como cantante con apenas 16 años en el Harlem Apollo Theater, ganando el concurso Amateur Night Shows con la canción Judy. Pionera en un mundo de hombres, comenzó a cantar en la orquesta de Chick Webb en 1935, y cuando este murió en 1939 la banda continuó su gira bajo el nombre Ella Fitzgerald and Her Famous Orchestra.
Impensable sería también pasar por alto una de las figuras más representativas del jazz latino que ha dado Harlem: Ray Barreto. Al igual que el contrabajo se convierte en el sostén del jazz, no solo por lo imponente de sus dimensiones, sino también por esa manera de marcar el ritmo y su sabor añejo, la percusión es la base del latin jazz. El sonido de sus congas ha acompañados temas de éxito, sobre todo desde que fichara por el sello Fania Records, el más importante con sabor español fundado en Nueva York en 1964 por Jerry Masucci y Johnny Pacheco.
Pero si hay algo que caracteriza Harlem, además del Cotton Club, el Harlem Apollo Theater o la calle 125, que lo atraviesa en línea recta, es el gospel. Grandes coros organizados o pequeños devotos, conviven a la par en las iglesias de Harlem. Nacido en las iglesias afroamericanas en el siglo XVIII y popularizado durante la década de los años 30, los lamentos desgarradores del sur llegaron al norte para convertir cada oficio religioso en una fiesta.
Cruzar las fronteras de esos templos, a ser posible los no turísticos, es descubrir otra realidad. Es recibir el aliento cálido de aquellos olvidados durante décadas. Es emocionarse, no solo por el brillo en la mirada de los que asisten; por ver como la fe sigue existiendo en un mundo descreído, por arrancar a bailar sin miedo, sin reglas, sin imposiciones…y sobre todo por el cúmulo de sensaciones que afloran en la piel, en el corazón, en el alma.
Puedes llegar o no al éxtasis, pero es obligado vivir la experiencia de una misa en Harlem. Ya lo decía Charlie Parker: «la música es tu propia experiencia, tus propios pensamientos, tu sabiduría. Si no la vives no va a salir de tu cuerno. Te dicen que hay una línea limitadora para la música. Pero, tío, no hay fronteras para el arte.»
Y desde luego, no hay fronteras en Nueva York.
Fotografía: Ruth Martín
Se nombran tres «templos» del jazz en el Greenwich Village, pero no se menciona el Village Vanguard, quizás el más importante (históricamente) de todos, y aún en funcionamiento.
El Lenox, en Harlem, por cierto, lo cierran.
¿Cuna del jázz? Cualquier músico o aficionado a la música norteamericano no podría estar más en desacuerdo. Si hay una ciudad donde la música fluye, y en especial el jazz esa es Nueva Orleans, donde el jazz es presente, pasado y futuro.
Mucho tópico en un articulo visto desde la distancia de los verdaderos ambientes y ámbitos musicales de la ciudad.
Bueno yo creo que para cliché lo que tú dices de Nueva Orleans nadie duda de las raices musicales de nueva orleans, pero desde mediados de los 40 la ciudad que dinamiza el Jazz y crea tendencia es en Nueva York. Coleman Hawkings o Art Tatum primero y Monk, Guillespie o Parker después florecieron artísticamente en toda su plenitud en la gran manzana. El Minton’s Playhouse que ya no existe fue donde se empezaron a gestar las ideas del bebop que sería la gran revolución del Jazz hacía la libertad absoluta en lo artístico.
«hacia la libertad absoluta en lo artístico» hasta a mi me suena pretencioso :-P (y poniendo los acentos donde me sale de los cojones).
Poniendo los cojones donde me sale de los acentos…
los cojones poniendolos donde los acentos salen
Bueno, a ver, «cuna del jazz» significa lo que significa «lugar de origen». Que en Nueva York evolucionó y adquirió una nueva dimensión, por supuesto, pero la cuna es Nueva Orleans, quizá Chicago (el jazz y los músicos de Nueva Orleans grabaron allí) pero nunca Nueva York…
Increíble artículo. Enhorabuena.
Lo que he disfrutado leyéndolo. Gracias.
Brillante artículo, pero ojo: Woody Allen toca el clarinete, no el saxo y New York, I love you no la dirige solo Natalie Portman, son muchas historias con directores distintos.
¿Y no se nombra el CBGB? Cambia el título. N.Y. es mucho más que el mediocrísimo clarinetista W. Allen.
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El origen del Jazz esta claro que no es Nueva York, pero es donde se concentró en mayor número de músicos y donde se hicieron grandes artistas como Charlie Parker. El reportaje está genial pero se pone Manhattan,Brooklyn,Queens,Bronx y Harlem como los barrios, y Harlem es parte de Manhattan, el otro barrio es State Island. Y cuando cruza el Puente de Brooklyn dice llegar a Fulton Street, pero Fulton St. esta justo antes de cruzarlo, donde esta el Fulton Market. Ya decir si Woody Allen es mediocre tocando el clarinete se lo dejo a los que saben tocar un clarinete, de momento yo «me cayo y doy de fumar».
No es del todo cierto. Se concentró una gran cantidad de músicos a partir de una época determinada (Swing, bebop), pero tan importante es Chicago, Kansas City o Los Ángeles como lo puede ser Nueva York, aún siendo muy importante. Saludos
Ni una mención al punk? Pfffff…
Un artículo muy mediocre. Para olvidar la nauseabunda y facilona introducción («Es tratar de alcanzar las nubes de día, y las estrellas de noche, desde lo más alto del skyline.» joer, te habrás quedado a gusto con estas frases). Un poco osado intentar resumir en un post todos los «sonidos» de NY.
Mas info sobre Nueva York
http://nuevayorknoseacabanunca.blogspot.com/
Buenas, soy la autora. La mediocre y osada que se queda a gusto con ciertas frases ;)
En realidad el texto es lo que yo viví allí en mi viaje, sin más intención que contar, y mucho menos de sentar cátedra.
Las bofetadas, en fila por favor.
Gracias!
Un fuerte aplauso para esos eruditos en jazz que espontáneamente surgen al abrigo de este artículo en defensa de sus orígenes y lugares de culto. Como minuto de gloria y alimento para el ego no debe tener precio.
Para alguien como yo, totalmente profana en la materia y cuyo sueño es poder visitar un día la Gran Manzana, leer estas letras ha sido como sacar un modesto billete de ida hacia ese sueño. Me ha resultado muy gratificante ese paseo virtual por sus calles, sentir sus ritmos y percibir sus colores.
A la autora solo darle las gracias por compartirlo con quienes no tenemos la suerte de haberlo disfrutado en persona.
Gracias por escribir la réplica que tenía en mente ahorrándome un tiempo precioso. Y gracias también a la autora, por supuesto; aunque sí he echado en falta el CBGB.
Quien no escribe, critica.
Saludos.
Como amante del jazz y amante de NY (viví una temporadita ahí), el reportaje me ha parecido precioso y, sí, NY es considerada por muchos aficionados al jazz la ciudad fetiche si acaso a la par de Chicago pero nunca comparable a New Orleans que puede llevarse la medalla de ser el origen si queremos pero cualquier músico de jazz quiso y quiere triunfar en la Gran Manzana lo que unido a la inmensa proliferación de salas que promueven las jazz sessions hacen de NY el paraíso de este género musical a la par que Chicago.
Ruth, a mi me perece que el artículo es brillante.
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Jajajaja. A ver, nómbrame 10 raperos más de Queens (esta vez sin copiar). Supongo que tendrás cientos de referencias ya que citas a alguien tan underrated como Tragedy Khadafi. Para la próxima, no te molestes en darle brillo al artículo y copia la entrada completa de http://es.wikipedia.org/wiki/Queens
Sí, Nueva York es música. No tuve oportunidad de ir a Harlem pero sólo caminando por las calles se puede percibir esa armonía dentro de la locura. No podía sacarme de la cabeza «Rhapsody in blue».
La película New York I love you se filmó con la colaboración de varios artistas y cineastas; Natalie Portman dirigió solo uno de los segmentos en ella.
Saludos
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