Fue uno de los más grandes actores que el mundo haya conocido, capaz de manejar todos los registros imaginables. Se salió con la suya sobreactuando histriónicamente y también ofreciendo momentos repletos de sutileza. Formó parte de una de las mejores parejas cómicas de la historia y también de varios de los dramas más escalofriantes. Fue el actor favorito de Billy Wilder, un habitual en las entregas de premios, un niño mimado de la crítica y uno de los más queridos del público. Aquí una lista de quince películas para que todos lo podamos volver a recordar. No están todas, pero están muchas de las más imprescindibles y desde luego es una selección variada. Pero, por encima de todo, nunca es mal momento para desempolvar uno de sus legendarios films y maravillarnos con las cosas que este hombre podía llegar a hacer ante una cámara.
Con faldas y a lo loco (1959): La enloquecida comedia de Billy Wilder con la que supongo que todo el mundo está familiarizado. Aunque por entonces Lemmon ya estaba establecido en la profesión —había ganado un Oscar como mejor actor secundario con la película Escala en Hawaii—, este fue el film que le valió la fama y que lo transformó en una gran estrella. Todos recordamos el argumento: Lemmon y Tony Curtis se disfrazaban de mujer para escapar de unos gangsters. Ambos terminaban enrolándose de incógnito en una banda musical femenina donde cantaba una Marilyn Monroe más arrebatadora que nunca. Además de las constantes demostraciones de morbosa sexualidad de la señorita Monroe, la película —basada en un film francés— era un festival de equívocos que servía para que Lemmon se paseara embutido en anticuados vestidos y dejase fluir su vena más payasa, conquistando al público con una extraordinaria interpretación que es sin duda lo más hilarante del film. Con faldas y a lo loco fue un enorme éxito de taquilla y le valió a Lemmon su primera nominación al Oscar como actor protagonista, amén de diversos premios como el Globo de Oro o el de mejor actor en el Festival de Cannes. También constituyó el inicio de su fructífera colaboración con Billy Wilder; como todos sabemos Lemmon se convirtió en el actor fetiche del director austriaco durante toda su carrera. Absolutamente impresdincible.
El apartamento (1960): Al poco de tras terminar Con faldas y a lo loco, Wilder vuelve a reclamar los servicios de Lemmon para rodar la que quizá sea la más genuinamente wilderiana de sus películas. El apartamento es una comedia melodramática —diría más bien que una “falsa comedia”— donde el actor no solo recurre al histrionismo que lo había hecho célebre en Con faldas y a lo loco, sino que demuestra cómo en determinados momentos puede ser un actor mucho más sutil. Encarna a un personaje que se convertirá en uno de los grandes prototipos de su carrera: el individuo insignificante, conformista y más bien pusilánime al que la vida le da una bofetada tras otra. La película, en un tono considerablemente cínico, narra una historia de amor imposible entre un oficinista de poca monta y la ascensorista del edificio donde trabaja, Shirley MacLaine. Bajo esta muy engañosa cáscara de comedia romántica se esconde una de las películas de amor menos románticas jamás escritas, repleta de escepticismo, una mal disimulada aversión al concepto de “amor” en general y también una más que aparente misoginia (por más que Wilder lo negase, aunque hay que admitir que, curiosamente, ¡ese es uno de los encantos del film!), aunque quizá cabría decir que El apartamento no es misógina, sino directamente misántropa. La película fue otro triunfo comercial y artístico. Por difícil que resultara, superó a Con faldas y a lo loco; además Lemmon obtuvo su segunda nominación consecutiva al Oscar como mejor actor principal. Obra maestra en todos los aspectos, una de las mejores películas de la historia del cine.
Días de vino y rosas (1962): Tras las dos exitosas colaboraciones con Billy Wilder, su carrera cinematográfica sigue combinando la comedia desenfadada con el drama más sentimental o incluso con tintes oscuros. En este film, uno de los mejores trabajos de Blake Edwards, Lemmon une sus fuerzas a Lee Remick, una actriz que pese a su tremenda belleza física y su aspecto de perfecta “girl next door” se resistió a interpretar perpetuamente a chicas guapas que se limitan a ejercer como objeto romántico y usó su tremendo talento para huir del estereotipo, especializándose más bien en extraer la carga melodramática de sus personajes hasta rayar la tragedia tremebunda. No resulta extraño, pues, que Remick funcionase a la perfección con alguien como Lemmon y que con semejante tándem Días de vino y rosas se convirtiese en una película particularmente sobrecogedora. Narra la espiral descendente de una pareja aparentemente normal y bien encaminada hacia el acoholismo. Lemmon optó de nuevo al Oscar como mejor actor principal, en su tercera nominación en solo cuatro años. Y la película es otro de sus títulos imprescindibles.
Irma la Dulce (1963): Billy Wilder vuelve a reunir a la pareja protagonista de El Apartamento, Lemmon y MacLaine, para filmar una nueva comedia romántica —que esta vez sí es algo más romántica—, otra historia de amor rocambolesco. Irma la Dulce es la adaptación de un musical francés donde, por decir algo, quizá se echa de menos que Wilder sea todavía más Wilder. Lemmon interpreta a un policía parisino que se enamora de una prostituta e intenta sacarla de la mala vida. Aunque es mucho menos oscura y cínica que El Apartamento, y desde luego está a un nivel artístico sensiblemente inferior, la película es sostenida por las interpretaciones de Lemmon y MacLaine. Sin bien ambos distan de estar perfectos en este film como lo estaban en El Apartamento, pero la química entre ambos en pantalla resulta innegable.
En bandeja de plata (1966): Hablando de química, Wilder no deja escapar a Lemmon y lo llama para protagonizar una comedia. Aunque esta vez no hay pareja femenina, Wilder le encuentra la contrapartida interpretativa perfecta, el hasta entonces solemne Walter Matthau. Por algún motivo indescifrable e inesperado, ambos actores se complementan hasta tal punto que en su primer film juntos se nota que nadie había previsto lo bien que iban a funcionar, o probablemente hubiesen tenido bastantes más escenas creadas ad hoc. La película nos devuelve al mejor Wilder, con un malévolo argumento en torno a una inmoral estafa. Un ingenuo periodista deportivo, Lemmon, es convencido por su cuñado (un sucio y corrupto abogado magistralmente encarnado por Matthau) para fingirse paralítico tras un choque accidental con un futbolista, y así poder cobrar una millonaria indemnización. Los dos actores forman un sistema binario bien definido: el personaje fuerte (Matthau) frente al débil (Lemmon), una simbiosis que funciona casi como un matrimonio. La película está repleta de cinismo descreído en la mejor tradición de Wilder, que nuevamente muestra poco aprecio por la humanidad. Ni que decir tiene que los protagonistas están en uno de sus mejores momentos, lo cual significa que cada vez que aparecen producen verdadera magia. Lemmon, por una vez, no fue nominado a los Oscars, aunque Matthau sí ganó una estatuilla gracias a su inolvidable encarnación del abogado más deleznable y cochambroso de la historia del cine. Maravillosa.
La extraña pareja (1968): Una vez Holywood había descubierto la química entre Lemmon y Matthau llegaba la hora de sacarle todavía más partido comercial. Aunque esta adaptación de una famosa comedia teatral puede ser considerada inferior a En bandeja de plata en el aspecto cinematográfico, lo cierto es esto no importa demasiado, porque el film es absolutamente delicioso. Cuenta la historia de dos amigos que empiezan a compartir apartamento, pero cuyas personalidades incompatibles les llevan a sacarse mutuamente de sus casillas. Sus dos actores protagonistas ya son conscientes de que estando juntos en pantalla su química resulta imparable, así que se dedican a forzar la nota —en el buen sentido— para exprimirse mutuamente y producir una secuencia hilarante detrás de otra. Lemmon borda otro de sus grandes papeles característicos: el alfeñique quejica, llorón, maniático de la limpieza e hipocondríaco hasta el delirio. Alguien que, naturalmente, a duras penas podría llevarse bien con Matthau, un tipo desordenado, guarro, anárquico y despreocupado por todo lo que no sea jugar al póker e intentar ligar con las vecinas. Un divertidísimo festival a cargo de la pareja de actores más descacharrante de todos los tiempos. Su éxito comercial fue tremendo, por lo que tanto Lemmon como Matthau quedaron definitivamente establecidos como grandes pesos pesados del negocio. Irresistiblemente divertida, hasta las lágrimas.
Los encantos de la gran ciudad (1970): Muy entrañable película que narra las estrambóticas andanzas de un matrimonio que viaja a Nueva York, después de que el marido sea citado para una entrevista de trabajo con vistas a una lucrativa promoción. Procedentes de una tranquila zona suburbana, el choque con la metrópolis supondrá todo un trauma, especialmente para Lemmon, que irá perdiendo los nervios escena tras escena. Ya desde la llegada al aeropuerto la pareja sufre toda clase de contratiempos y calamidades absurdas. Lemmon vuelve a estar en un punto álgido y ofrece todo un recital cómico encarnando a este pobre sujeto agobiadísimo por los sucesivos desastres que amenazan con impedirle llegar a tiempo a su entrevista. Una comedia amable que bastante gente pasa por alto pero que es muy entretenida y merece mucho la pena.
Salvad al tigre (1973): Drama sobre la crisis existencial de un ejecutivo cuya antigua existencia acomodada se va derrumbando a su alrededor. La película fue filmada por empeño del propio Lemmon, quien se enamoró del guión y quiso meterse en el personaje hasta el punto de rebajar su salario habitual para sacar adelante un film en el que nadie creía y en el que los estudios no tenían muchas ganas de invertir. La película no es una obra maestra, pero sí resulta más que interesante, especialmente por el descollante trabajo del propio Lemmon. Aunque el film no triunfó en taquilla —como casi todos habían previsto, por otra parte—, Lemmon entusiasmó a la crítica con su interpretación y consiguió su cuarta nominación al Oscar como protagonista, consiguiendo ganar su segunda estatuilla.
Primera plana (1974): Billy Wilder, ansioso por volver a reunir a Lemmon y Matthau, realiza la adaptación de una obra teatral cómica varias veces llevada al cine (la más célebre adaptación había sido Luna nueva, de Howard Hawks, protagonizada por Cary Grant y Rosalind Russell). Lemmon interpreta a un periodista que está a punto de dejar la profesión para casarse, pero que no puede evitar volver a sentir el gusanillo cuando su manipulador jefe (Matthau, cómo no) lo lía para investigar la fuga de un preso que estaba a punto de ser ejecutado. La película es muy divertida y tiene grandes momentos, aunque en su día hubo bastantes críticos más preocupados en señalar que el film se quedaba por debajo de la versión de Hawks, algo que ciertamente puede ser así, pero que no resultaba necesario recordar constantemente. Con todo, siempre resulta un placer ver a Lemmon y Matthau de nuevo en la pantalla, por más que estrictamente hablando no compartan demasiadas escenas excepto por teléfono. Muy divertida.
El prisionero de la Segunda Avenida (1975): Curiosísima película basada en una obra teatral de Neil Simon (el mismo autor de La extraña pareja), es una comedia negra sobre los problemas de un hombre para afrontar una crisis vital que casi lo conduce a la locura. Tras la pérdida de su empleo, el pobre individuo se ve repentinamente atrapado en el pobre apartamento de Manhattan donde vive, desprovisto de aire acondicionado durante un verano particularmente caluroso, rodeado de vecinos ruidosos y desconsiderados, y para colmo teniendo que soportar los efectos ambientales de una huelga en la recogida de basuras. Ante este panorama, el personaje de Lemmon va viniéndose abajo conforme avanza el metraje, hasta el punto de que termina requiriendo asistencia psiquiátrica. Cómo no, es toda una delicia ver al actor pasándoselo en grande mientras interpreta la descomposición progresiva de su desdichado personaje, que va hundiéndose en un pozo de patetismo sin fin. Quizá no sea una obra maestra, pero es un film que a menudo pasa injustamente desapercibido, y Lemmon se las arregla para ofrecer pasajes histriónicamente hilarantes junto a otros que despiertan la conmiseración del espectador.
El síndrome de China (1979): Impactante alegato antinuclear, casualmente estrenado unos días antes de que en la vida real tuviese lugar un suceso similar al narrado en la pantalla. El síndrome de China describe un accidente en una central nuclear, provocado por un problema técnico. Jane Fonda y Michael Douglas interpretan a dos reporteros que, por pura casualidad, asisten al primer momento de alarma mientras rodaban un inocuo reportaje en la central. Tras asistir a un fallo en la refrigeración del reactor, los dos periodistas comienzan una investigación al respecto y van descubriendo turbias irregularidades en la construcción de los reactores. Que nadie piense que la trama es aburrida: todo lo contrario, la película es un absorbente thriller con varios momentos de increíble tensión y Jack Lemmon está sencillamente soberbio en el papel de director de la central, un hombre que se debate internamente entre la lealtad a sus jefes y el impulso por hacer lo correcto y afrontar las amenazas que su central podría suponer para la población. Ese dilema lo arrastra a la más pura desesperación, con lo que Lemmon nos ofrece algunas secuencias verdaderamente angustiosas. Este papel le valió su sexta nominación al Oscar, amén de un sinfín de premios internacionales. No resulta extraño porque además de ser una gran película, Lemmon encarna a uno de sus personajes más sobrecogedores… que ya es decir.
Tributo (1980): Un melodrama que podríamos considerar menor, el film gira en torno a un agente artístico que un buen día descubre que está enfermo de leucemia. Un drama familiar que sirvió para dos cosas: una, reunir de nuevo a Lemmon y a Lee Remick en la pantalla. Y dos, para que el actor ofreciese otra interpretación magistral de un hombre enfrentado a la muerte, con la que obtuvo su séptima nominación al Oscar solo un año después de haber sido también nominado por El síndrome de China.
Aquí un amigo (1981): La última película de Billy Wilder y la última colaboración con Matthau (al menos antes de las cuestionables aunque supongo que entrañables reuniones nostálgicas de años posteriores). Masacrada por los críticos en su día —con demasiada saña para mi gusto—, Aquí un amigo es sin embargo una película menor, sí, pero divertida. No solo no es tan mala como afirmaron los críticos en su momento —entre otras cosas, los comentarios exageradamente negativos ayudaron a defenestrar la carrera del anciano Wilder— sino que se ve con agrado y de hecho tiene momentos hilarantes, como no podría ser de otro modo con esos dos actores de por medio. Lemmon recupera el personaje de llorica insoportable que tan bien le sale, un tipo que ha acudido a un hotel para suicidarse a solas. Cómo no, termina sacando de sus casillas a Matthau, un asesino a sueldo que ha alquilado la habitación contigua para poder disparar al testigo de un juicio desde su ventana. Como decía, no es ni de lejos el desastre que la crítica se empeñó en señalar en su día. Ciertamente es una película floja, de las más flojas de Wilder, pero se deja ver y con los años resulta cada vez más entrañable.
Missing (1982): En la madurez Lemmon revisitó con frecuencia el papel de individuo atribulado por las circunstancias, aunque en sus diversas películas sus personajes estaban angustiados por diferentes motivos y siempre los interpretaba con matices distintos. En este caso encarnaba a un hombre sumido en la dramática búsqueda de su hijo, un periodista desaparecido durante el golpe militar en Chile. La interpretación de Lemmon resultó tan poderosa y convincente que volvieron a lloverle premios y nominaciones, entre ellos la octava nominación para el Oscar (por segunda vez en su carrera, resultaba nominado tres veces en cuatro años) y mucha gente consideró el film como una “resurrección” de Lemmon al estrellato.
Glengarry Glen Ross (1992): Poderosísima adaptación de una obra teatral que gira en torno a un grupo de vendedores (“comerciales”, que diríamos ahora) y la fiera competitividad que reina en su empresa. El film capta perfectamente la atmósfera opresiva y tétrica del argumento. Es una película coral con un notable reparto, aunque quizá demasiado característico, o excesivamente hollywoodiense. Con todo, Jack Lemmon interpreta al más patético de todos sus personajes patéticos: un vendedor que ha perdido su antiguo olfato comercial y que ya no consigue convencer a sus clientes, entrando en una sobrecogedora espiral de autodesprecio y desesperación que resulta bastante dolorosa de contemplar. No es una película para ver en un mal día, desde luego, pero eso es indicación de lo logrado que está el tono tan deprimente de la historia.
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De acuerdo en la elección de las películas y en la valoración que haces de las mismas. Pero, para ser sincera, lo que más me ha gustado ha sido la reivindicación de Lee Remick y de El Sindrome de China, a la que considero también una grandísima película.
Un saludo.
Echo en falta «Que ocurrio entre mi padre y tu madre?», de Wilder tambien, que es una autentica joya, y en mi opinion bastante superior a alguna de las relacionadas
Totalmente de acuerdo con tu comentario. Sin duda falta Avanti. Pelicula maravillosa y mucho menos conocida, pero que como bien dices es una joya.
Desde luego. Has olvidado Avanti. Es absolutamente maravillosa y Jack Lemmon esta extraordinario.
Imperdonable la falta de Avanti en esta lista. Para mi gusto se encuentra a la altura de El Apartamento
Gran verdad!
Yo echo en falta los títulos originales de las películas.
Totalmente de acuerdo con Javier….magnifica película.
Echo de menos Avanti! en tu lista. Deliciosa.
Todas las listas son apelables. El artículo es atractivo porque Lemmon -como tantas otras estrellas- merece reconocimientos. Como supongo que haremos la mayoría, añado unas y quito otras. Por jugar, digo…
Me descarto de
* El Síndrome De China. Por coyuntural y paranoide. Típica hija de su época carteriana y que ha ayudado a esparcir la especie de que cada quince días hay un colapso nuclear.
* Aquí Un Amigo. Sí, yo también me río un poco y asoma la nostalgia. Pero no es un valor.
* Tributo. Me ha sorprendido verla seleccionada. Hablando de nostalgia, es fácil verla por su emparejamiento -otra vez- con la gran Lee Remick. Pero es un film arrítmico y sentimentaloide.
*Glengarry Glenn Rose. Me deja bastante frío, a pesar de Mamet.
En su lugar incluyo
*Cowboy. Basado en parte de las memorias de Frank Harris (1856-1931) y que son más célebres por sus aventuras eróticas, es un intento de aproximación hollywoodiense realista (dentro de lo que cabe) a la vida trashumante de los vaqueros. Interesante ya que estaba rodada en plena era dorada del género. Creo que fue la única vez que Lemmon pisó esos predios. Vale… alguien puede decir que por rareza de género, incluyamos Aeropuerto 77, que verle de action hero también era raro… pero Cowboy es mejor.
*La Carrera Del Siglo. Lemmon interpreta al Coyote. Bueno, a un cartoon. Dejémoslo así…
*Kotch. Vale. Es trampa. No actúa. Dirige… aunque hace cameo. Pero tiene su interés que alguien como él se ponga tras la cámara.
*Así Es La Vida. Sí. Edwards, again. Se habla mucho de Wilder, pero Blake Edwards fue también muy importante en su carrera, junto con su colega Richard Quine. Y entre el austríaco y ellos, perfilaron a ese Lemmon que recordamos. Aquí, vuelven al tema de 10 y la eterna crisis del varón aburguesado. Una película casi hecha entre la familia Edwards y la Lemmon.
*Por cierto, ya que has incluido «El Prisionero De La Segunda Avenida», mencionemos la anécdota de que permite ver a Lemmon dando un par de hostias a Silvester Stallone…
El papel que hacia Lemmon en «La gran carrera» (Los autos Locos) era el de Dick Dastardly (Pierre Nodoyuna en la traducción hispana). Will E. Coyote era el pobre bicho al que torturaba el Correcaminos.
Y sí, hacia un gran papel. Pero será que fueron (y son) mis dibujos animados favoritos y no soy muy imparcial.
Saludos.
Efectivamente. Mi apreciación era genérica, como villano de cartoon al que todos los planes le salen mal.
Justo reconocimiento.
Mira que no incluir «Vidas cruzadas», de Robert Altman. Vale, el papel de Lemmon es breve, pero memorable.
Mira que sois pesaos en los comentarios…
Felicidades por esta magnífica, Emilio.
Es una fantástica recopilación de la trayectoria llevada a cabo por este gran actor.
Soy una enamorada de Jack Lemmon y creo que está magnífico en todas sus películas.
Me ha llamado especialmente la atención que hablases de una película, que, como tú muy bien dices, siempre ha pasado desapercibida. Para mi gusto es una magnífica obra de teatro con muchas escenas que invitan a la carcajada y que yo me sé de memoria en inglés por haberla visto tantas veces.
Yo misma, he escrito en mi blog sobre ella en una de mis entradas «El prisionero de la Segunda Avenida» que publiqué el 27 de septiembre y me ha encantado que hables aquí de esa película.
Seguiré pasándome por aquí.
Un saludo,
Livia.
Fantástica selección de uno de los actores más prodigiosos (y a menudo olvidados) de la historia del séptimo arte. Escribí hace tiempo un pequeño artículo en el que recrimino a Jack la sutileza con la que requisa mi tristeza con su patetismo dolente. Aquí lo dejo, por si alguien se ve con ganas: http://compostimes.com/2013/08/diatriba-contra-jack-lemmon/
¿Saben el nombre de la película en la que Jack Lemmon vende su negocio y se separa de su esposa e hijo porque piensa que ellos ya no tienen aspiraciones?