Martin Scorsese acaba de cumplir 70 años, pero bien parecen 70 vidas. Hay algo en este hombre menudo de discurso atropellado, gesto grave y carcajada impredecible que evoca una fuerza incontrolada, impetuosa, febril: un terremoto con epicentro en una pasión cinéfila cultivada con nitroglicerina, que llama a todas las almas de la Tierra. Y es que uno entra a sus films como Henry Hill entraba a Copacabana: así como por detrás, pero en seguida elevado, satisfecho, colmado y directo al meollo. Una vez dentro todo es frenesí. Su cámara es una corriente de propulsión propia. Su mirada, una montaña rusa de precisión quirúrgica que parece agarrar al público e invitarlo a subirse a esas pobladísimas cejas suyas para seguirlo en su desmedida visión del mundo. Varios estudios científicos demuestran (y si no existen pronto existirán) que el ser humano común (maleable, poco avisado, pluma al viento) es estadísticamente incapaz de cambiar de canal cuando en su adormilado zapping se cruza con una escena cualquiera de Uno de los Nuestros. «Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gangster», y el resto del mundo se convierte en sombra.
Un servidor ve siempre la hora inicial de Casino como si fuera la primera vez, tan perfecto es el jeroglífico técnico que oculta su secreto. ¿Será la permanente música de fondo, esa gramola en ebullición continua? Es posible: el uso de la música es en Scorsese discurso, ejercicio de estilo y sujeción por las solapas, todo a la vez. (Personalmente me resulta difícil entrar en los bares y saludar a la concurrencia sin escuchar Tell Me de los Stones en mi cabeza). ¿Será el montaje, esa tarea titánica que nuestro director siempre comparte con esa mujer necesariamente enérgica (¿cómo hará si no para no sucumbir al campo magnético de este hombre?) que debe ser Thelma Schoonmaker? Puede ser, pero sabemos que música y montaje reposan sobre una dirección de hierro: uno lo imagina en los rodajes abrazado a la dolly camera con brazos y dientes, desplazando el mundo con sus manos. La imagen mental que tengo de Scorsese es, también, la de un cinéfilo de manual que recopila los mejores ingredientes de la historia del séptimo arte, los prepara y los mezcla en una batidora que lleva cuarenta años enchufada y fuera de control, empapando las paredes con la marca de un inigualable estilo personal.
Su filmografía es también la historia de sus múltiples vidas: la del muchacho que aspiraba al sacerdocio y que, años después, pondría al Vaticano de vuelta con La última tentación de Cristo. La del niño que devoraba películas neorrealistas en la televisión de la casa familiar y que acabaría casado (y divorciado) con la hija de su adorado Roberto Rossellini. La del italoamericano de ida y vuelta y de vuelta a ida: hablamos del director que rodó Gangs of New York en la «tierra santa» de Cinecittà, y que adoptaría un estilo alla Visconti para acercarse a la hipócrita aristocracia neoyorquina ottocentesca de La edad de la inocencia. La del director tan modesto que se permite insistir en que Taxi Driver fue siempre una película de Paul Schrader y Toro Salvaje un empeño personal de Robert DeNiro para rescatar a Martin, entre otras cosas, de sus escarceos con las drogas a finales de los 70. La del amante del cine que, ciego de pasión, rodaría remakes y secuelas quizá innecesarias (El cabo del miedo, El color del dinero), pero que queda redimido por contribuir a cerrar con honores la carrera de colosos como Bernard Herrmann y Saul Bass. Y la del divulgador incansable, empecinado en un esfuerzo didáctico cinematográfico y musical que lo mismo pasa por contar la vida de Bob Dylan en un documental de visionado obligatorio en las escuelas como por explicar a los niños quién fue un tal Méliès; por rodar documentales imprescindibles sobre Elia Kazan y el cine italiano como por conservar para la posteridad, a salvo de la erosión y los estragos del tiempo, aquel último concierto de The Band. Tampoco debemos olvidar que en su azarosa existencia ha encontrado espacio para dejarse caer por nuestro país y promocionar cava por medio de una maravillosa pieza que sintetizaba en diez minutos todas las claves del inmenso universo hitchcockiano. Lástima que por estos lares no supiéramos apreciar la grandeza del asunto, ofendidos como estábamos por no ver a las tradicionales burbujitas bailando con vestidos de lentejuelas.
Que los 70 le sean propicios, señor Scorsese. Aquí seguiremos esperando lo mejor de usted. Seremos como el protagonista de Jo, ¡qué noche! (mejor dicho, After Hours): perderemos el billete de vuelta y nos dejaremos llevar hacia la noche de los tiempos pasando por el crepúsculo de su carrera. Sabiendo que de todo habrá, pues en su torbellino hiperactivo todo cabe: nuevos pasos en falso, y quién sabe si otro documental fallido sobre Beatles o Stones; pero quizá también un nuevo acercamiento magistral a ese subgénero conocido como «piloto televisivo». U otro remake al estilo de aquel de El gabinete del doctor Caligari que nos regaló recientemente, rodado con pulso, maestría y afecto por el público, y tan rápidamente ignorado por la crítica. Que su existencia, tan ferozmente vivida, muchos años dure. No queremos bajarnos de sus cejas.
Creo que debería citarse, entre lo más grande suyo, Life Lessons (Al natural), de aquellas Historias de Nueva York de finales de los 80. Es una película fascinante, muy perceptiva, formalmente impecable (y muy scorsesiana, digamos) y a la vez un documento de una época y un lugar. Una de las grandes películas hechas nunca sobre la creación artística.
Creo que Scorsese brilla con fuerza cuando se aplica a «su» tema (la noche, la ciudad, los gángsters, la locura, la adicción, la violencia, la pérdida de referentes, su búsqueda). Pero nadie puede negarle el derecho a explorar. Tiene un puñado de grandes obras maestras, y pocos (vivos) pueden decir lo mismo.
Aquí otro fan de esa obra maestra de cuarenta minutos llamada «Apuntes al natural». La dirección de Scorsese se complementa con el mejor actor de los 90, un Nick Nolte en plenitud interpretativa, para reflejar el mejor retrato que ha existido nunca de la vida del artista en pantalla.
¡Qué bueno es!
Os dejo otro artículo sobre él
http://siempreconectado.es/martin-scorsese-neorrealismo-holywoodense/
Felices 70, y que le duren.
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El artículo menciona a Saul Bass. En el Círculo de Bellas Artes hay una exposición de algunos de sus carteles.
Martin Scorsese es uno de los directores que hizo que me enganchara al cine de calidad. Felices 70 y muchas gracias.
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