«Los gobiernos sobreviven gracias a las amenazas y el trauma. El pueblo más fácil de gobernar es el débil, pobre, supersticioso y preferiblemente aterrorizado por lo que pueda deparar el futuro, y se le recuerda constantemente que la gente de a pie debe tumbarse sobre el charco cuando sus superiores quieran pasar sin mojarse».
Hackers, virus informáticos, gusanos de datos, sobreabundancia de información, redes telemáticas y filtraciones a lo Wikileaks. Parece 2012, y en la novela puede ser 2012, pero está escrita en 1975. Si en la ciencia ficción existiese un premio al mejor profeta, mi candidato número uno sería John Brunner, autor de El jinete en la onda de shock, una novela inquietantemente actual.
Acertar en las predicciones no es necesario para ser un buen autor del género: la ciencia ficción, en la mayor parte de ocasiones, no es sino una proyección hacia el futuro de nuestras angustias presentes. Autores como Orwell, Huxley o incluso Saramago han utilizado la alegoría para hablar de la sociedad en la que vivieron, pero en ocasiones llegaríamos a agradecer que sus profecías nunca se cumplieran. Otros escritores, como Verne, acertaron en lo relativo a algunas innovaciones científicas, pero no se plantearon el análisis sociológico. John Brunner reúne lo mejor de todos ellos: disecciona la sociedad de su tiempo, la proyecta hacia el futuro, extrae conclusiones sociológicas, y además acierta.
Profetizar la actual internet en 1975 es en sí mismo un prodigio. Predecir en 1975 el momento actual, con el nivel de degradación moral, corrupción política y miseria humana a que nos ha llevado la implosión de la sociedad de consumo, solo estaba al alcance de un genio. Entender la angustia existencial de un hacker y su inmensa responsabilidad al frente de sistemas críticos, depurando errores en el código cuando todo se derrumba a su alrededor, era absolutamente inconcebible para un ciudadano de 1975: John Brunner tuvo que ser un viajero en el tiempo.
En El jinete de la onda de shock está el mundo en que vivimos, perfectamente reconocible. No es una novela fácil de leer: su estructura es tan caótica como la red de datos que pretende retratar, con continuos inputs de información de origen diverso, y desconcierta profundamente en sus primeras páginas. Con todo, la reciente traducción de Antonio Rivas para la editorial Gigamesh actualiza el lenguaje informático de anteriores ediciones, y lo hace más digerible para el lector actual.
«No pienses en el futuro; estás en tu derecho. Pero no te quejes si cuando llegue te pilla con la guardia baja».
Otro ejemplo clarificador, aunque su futuro aún está por llegar, el Rainbows End de Vernor Vinge.
Tengo un gratísimo recuerdo de leer «Todos sobre Zanzíbar» durante el verano en el que transcurre la trama y tener la sensación de no estar leyendo anticipación pasada de fecha, sino una crónica ficcionada desde un 2010 paralelo.
Si, como hace pensar esta reseña, en esta novela Brunner acierta aquí con lo que era el principal punto débil como anticipación de «… Zanzíbar» (la ausencia total de la revolución informática) sospecho que me espera otra lectura alucinante e inquietante.
Hablamos de milenarismo.
El milenarismo va a llegar.