Empezaremos con dos noticias. Una buena y otra mala. La buena: tanto ustedes como yo formamos parte de la única especie en el planeta que es capaz de anticipar el futuro, de pensar en él. Cuando digo la única no estoy exagerando. Es la única. Es posible que ustedes conozcan animales que hacen acopio de alimentos cuando creen que estos van a escasear. Podrían creer, por ello, que anticipan esa situación y que, por hacerlo, son capaces de tomar decisiones en función de lo que piensan que va a ocurrir en el futuro. Sin embargo, ese comportamiento se parece más al de los árboles de hoja caduca, los cuales, cuando hacen su aparición determinadas condiciones de temperatura y de luz, transvasan al tronco la clorofila y otros pigmentos de sus hojas antes de dejarlas caer libremente sobre la tierra otoñal. ¿Saben por ello los abedules que el invierno está a punto de llegar y que, en consecuencia, han de prepararse para afrontarlo de la mejor manera posible? No lo creo. Ni los animales que almacenan comida ni los árboles que pierden sus hojas en otoño piensan en el futuro ni lo anticipan; simplemente despliegan una serie de conductas programadas que se desencadenan automáticamente en cuanto hacen su aparición los estímulos adecuados. Los estímulos que la evolución ha marcado como adecuados.
Pensemos en otras conductas animales que podrían darnos la impresión de que estos piensan en su futuro. Incluso los menos desarrollados, como medusas o caracoles, son capaces de evitar un paso después de haber sufrido una pequeña descarga eléctrica cuando lo han utilizado en el pasado. Ese hecho nos podría hacer pensar que prevén la descarga que les espera y que, por ello, buscan una forma más segura de llegar a su destino. Sin embargo, tampoco en ese caso podemos hablar de un genuino y completo pensamiento sobre el futuro sino, más bien, de la aplicación de las leyes del aprendizaje que rigen la conducta animal. Si a una conducta le sigue una consecuencia desagradable dicha conducta tenderá a disminuir su frecuencia, mientras que si le sigue una consecuencia agradable la conducta tenderá a repetirse. Cuando un pequeño roedor se encuentra en una encrucijada y ha de elegir el camino adecuado para regresar a su madriguera o para llegar hasta el alimento, no toma esa decisión “pensando” en el futuro. Simplemente las leyes del aprendizaje le han enseñado qué camino ha de evitar y qué camino ha de elegir.
Para que comprueben ustedes mismos la fortaleza con la que se adquieren esos aprendizajes y lo desligados que están de todo tipo de pensamiento, les propongo que imaginen la siguiente situación: se encuentran caminando por la terminal de un aeropuerto. En su avance ustedes pasan, sin solución de continuidad, de una superficie fija a otra, e incluso son capaces de pasar, sin el menor problema, de una superficie fija a otra móvil usando las rampas y cintas mecánicas que el organismo regulador del aeropuerto ha dispuesto para hacer más cómodo y rápido su tránsito por él. De hecho, son capaces de hacer esa compleja transición sin prestarle atención alguna, mientras mantienen una animada conversación o consultan su reloj para ver cómo van de tiempo. Pues bien, en ese hipotético camino se dan cuenta de que la siguiente rampa móvil que han de pisar está averiada y que, por ello, se ha convertido en una superficie fija más. ¿Creen ustedes que pasan con facilidad de la superficie fija en la que se encuentran en ese momento a la superficie no menos fija de la rampa móvil averiada? La respuesta es no. ¿Por qué? Muy sencillo: porque ustedes han aprendido e interiorizado toda una suerte de pequeños ajustes musculares y posturales que hacían sencillísimo ese tránsito en el pasado, cuando el paso era de una superficie fija a otra móvil. Ahora, aunque ustedes saben que la rampa no se mueve y anticipan correctamente lo que va a ocurrir, son incapaces de reprogramar todos esos finísimos ajustes, lo que acaba produciéndoles un pequeño desequilibrio que les obliga a detener la conversación o a suspender la consulta del reloj y a prestar un segundo de atención a ese tránsito.
Aprender es difícil. Desaprender todavía lo es más.
Los ajustes musculares y posturales que han incorporado automáticamente a su repertorio conductual son el producto del aprendizaje que ustedes han adquirido gracias a sus anteriores visitas a aeropuertos y grandes superficies; un aprendizaje que les hará más fácil su tránsito en el futuro por esas mismas superficies. Sin embargo, en ellos hay muy poco de genuina anticipación del futuro y prácticamente ningún pensamiento. Comprueben, de hecho, cómo cuando su cerebro ha de optar entre la activación de dichos mecanismos (que es lo que su aprendizaje pasado les aconseja) o la inhibición de los mismos (que es lo que les sugiere la correcta anticipación del futuro que ustedes llevan a cabo cuando observan que la rampa está averiada) este opta por la seguridad del aprendizaje pasado. ¿Por qué? Porque ese aprendizaje está ligado a nuestra supervivencia, porque no consume recursos, porque permite concentrar nuestra atención en algo más importante, porque es rápido y porque elige, casi siempre correctamente, la respuesta más adecuada.
Aunque la observación del comportamiento animal podría sugerirles otra cosa, lo cierto es que el ser humano es el único ser viv ocapaz de proyectarse hacia el futuro, de anticiparlo, de preverlo, y, por ello, de modificar sus conductas actuales con el objeto de conseguir una mejor adaptación a él. Esa es la buena noticia.
Pero teníamos también una mala noticia ¿recuerdan? es esta: esa tarea, la de anticipar el futuro, la hacemos rematadamente mal.
Cuesta admitirlo, pero la frecuencia con la que fallan nuestros cálculos, quiebran nuestros propósitos y no se cumplen nuestras predicciones es sencillamente aterradora. La razón que explica todo esto no puede ser más sencilla: para anticipar el futuro lo único que tenemos es el pasado. Y para saber qué ocurrió en el pasado lo único que tenemos es el presente. En resumen, que tanto para reconstruir el pasado como para imaginar el futuro los seres humanos usamos ese elemento extraordinariamente disperso, complejo, inasible y fugaz que llamamos presente. Y así nos va.
Partamos de un hecho incontestable: nuestro cerebro no tiene capacidad suficiente para almacenar todos los detalles del pasado. Retiene solo los trazos más gruesos, las vigas maestras, las líneas de fuerza ¿Cómo se las arregla, después, para recomponerlo todo? Completando esos huecos que no han podido ser grabados por falta de espacio con ese material difuso y cambiante del que les hablaba antes: el presente.
El psicólogo forense Scott Fraserexplica muy bien en esta conferencia las desgraciadas consecuencias que tiene a veces esa forma de procesar la información y de recrear el pasado. Los testigos oculares que declaran en juicio no siempre son capaces de distinguir entre lo que creen haber visto y lo que realmente vieron.
Les pondré otro ejemplo: si yo les pregunto qué les parece más peligroso, si bañarse en una piscina o tomar un avión, ustedes me dirán, casi con toda seguridad, que tomar un avión. Respuesta incorrecta. Las estadísticas son consistentes: se registran muchos más accidentes mortales en piscinas que en vuelos comerciales. ¿Por qué damos una respuesta ten equivocada de manera tan persistente? Porque cuando nuestro cerebro detecta la palabra “peligroso” nos ofrece automáticamente una serie de imágenes mentales sobre piscinas y aviones con resultados peligrosos. Curiosamente en esas imágenes no aparece nunca nadie que esté siendo atendido tras haber sufrido un accidente en una piscina y sí muchas y muy dramáticas escenas de accidentes sufridos en el transporte aéreo. Para responder a una pregunta sobre sucesos pasados nuestro cerebro se guía por lo que “ve” en el presente y se equivoca. Y con ese error hace predicciones que nos conducen a tomar más precauciones de las debidas cuando volamos en un avión y menos de las debidas cuando decidimos tomar un baño en una piscina.
Hay mucha evidencia que demuestra que cuando se le pregunta a la gente acerca de lo que pensaron, dijeron o sintieron en el pasado ese recuerdo está influido decisivamente por lo que piensan, dicen o sienten en el presente.
Lo verdaderamente notable de ese mecanismo de “relleno” es que es tan automático, tan rápido, tan preciso y tan útil que tenemos la sensación de que nuestro recuerdo es correcto, cuando, en verdad, no es más que un arreglo momentáneo que hacemos sobre la marcha para salir del paso. Los testigos de los que les hablaba antes no mienten: están convencidos de que dicen la verdad pero son incapaces de darse cuenta de que esa verdad no pudo ser verdad.
Pero vayamos al futuro, que era lo que nos ocupaba. Si lo que hacemos cuando reconstruimos el pasado es rellenar los huecos que no pudimos retener utilizando para ello el material que nos ofrece el presente, cuando intentamos prever qué va a pasar en el futuro, no es que tengamos que reconstruir los detalles que no pudieron ser guardados, es que tenemos que construir completamente el edificio entero.
Pensemos un instante en las novelas y películas de ciencia ficción. Todas ellas tratan de imaginar un futuro más o menos lejano. ¿No les ha parecido siempre sospechoso que ese futuro fuese tan sorprendentemente parecido al presente? Rafael Sánchez Ferlosio escribió que a los humanos, cuando hemos querido imaginarnos el infierno, no se nos ha ocurrido cosa mejor que la tortura. ¿Tenemos alguna otra manera de imaginar el futuro en el planeta, en otra galaxia o en la eternidad que no sea mirar el presente y maquillarlo un poco? Parece que no. Imaginar el futuro es más complicado de lo que pensábamos.
Siento ponerme dramático, pero imagine por un instante que pierde usted a una persona muy querida. Seguramente tendrá la sensación de que el mundo ha dejado de tener sentido y de que jamás se repondrá de ese golpe terrible. Sin embargo, sabemos que su situación de partida actúa como un ancla que hará que, tarde o temprano, regrese usted a su nivel actual de felicidad. Y además sabemos que el período en el que eso ocurrirá se sitúa en torno a los dos años. Es decir, que después de ese periodo de tiempo, lo que hoy le resulta inconcebible: reír, ir al cine, salir a cenar, viajar, etc. formará parte de su vida con la misma naturalidad que hoy. ¿Por qué no somos capaces de imaginar ese escenario? ¿Por qué nos cuesta tanto creer que nos va a pasar lo mismo que ya les ha pasado a otras personas que conocemos y que han sufrido pérdidas similares? Porque imaginar el futuro, con todo el lujo de detalles que esa actividad requiere, es mucho más difícil de lo que pensamos.
Hay una diferencia importante entre lo que hace su cerebro cuando recuerda el pasado y cuando anticipa el futuro. En el primer caso lo que retiene son las vigas maestras, no todas, y a partir de ellas, con esos colores que llamamos presente, completa el resto del cuadro. Cuando anticipa el futuro lo que le faltan son precisamente los detalles. Y curiosamente esos detalles son lo importante. Somos incapaces de imaginar cómo será nuestra vida dos años después de haber perdido a alguien muy querido porque esa pérdida lo inunda todo y nos impide ver los detalles que, lo queramos o no, completarán nuestra existencia en ese momento. Y, créanme, los detalles son muy importantes. En ese caso son, de hecho, lo más importante.
Definitivamente, no somos muy buenos que se diga anticipando el futuro. Sin embargo,eso no es lo peor. Lo peor es que llevamos a cabo esa tarea con una rapidez y una precisión tal que los mecanismos que la sostienen se nos ocultan por completo y vivimos la ilusión de que el futuro que imaginamos está completamente desligado de lo que nos está ocurriendo en este momento.
Hasta ahora hemos visto, muy resumidamente, que aunque somos la única especie que piensa en el futuro ese pensamiento nos sirve de muy poco debido a que nuestra capacidad para anticiparlo —como ha puesto de manifiesto Daniel Gilbert en este extraordinario libro—está muy comprometida por lo que nos ocurre en el presente.
Pues bien, la cosa no queda ahí. Ustedes seguramente habrán oído decir que cualquier situación, por mala que sea, siempre es susceptible de empeorar. En efecto: el cuadro que les estoy dibujando está a punto de empeorar. Cuando hemos analizado la dificultad que tenemos para usar apropiadamente nuestra, más o menos emergente, capacidad para anticipar el futuro, hemos pensado que lo hacíamos partiendo del modelo que los economistas llaman modelo estándar, esto es, suponiendo que somos decisores racionales. Sin embargo, nada hay más lejano a un ser humano que un decisor racional. Somos, lo queramos o no, una curiosa y más bien imprevisible mezcla de razón y emoción. En esto, por cierto, a diferencia de lo que nos ocurre cuando anticipamos el futuro, nos diferenciamos muy poco de otras especies.
Como no podía ser de otra manera, nos tenemos en mucha estima. No negaré que la fascinación que nos producimos a nosotros mismos esté, en alguna medida, justificada; ahora bien, no es menos cierto que nuestros procesos de toma de decisiones están preñados de irracionalidad y que adoptamos, con una frecuencia literalmente pasmosa, opciones que tienen muy poco que ver con la lógica o con la razón. Digo más: nuestra irracionalidad no es el producto del azar, del despiste o del error. No. Como ha escrito Dan Ariely en un libro que les recomiendo: “No solo no somos irracionales sino que somos previsiblemente irracionales, esto es, nuestra irracionalidad se produce del mismo modo una y otra vez… Asimismo nuestros comportamientos irracionales ni son aleatorios ni carecen de sentido. Antes bien, resultan ser sistemáticos y, en la medida en que los repetimos una y otra vez, previsibles”.
Les pongo un ejemplo extraído de un magnífico libro de Mateo Monterlini: ustedes tienen una hermana que está haciendo la compra de la semana. Cuando le llega el turno de pagar, la cajera le informa de que es la cliente número 100.000 y, para celebrarlo, la cadena del supermercado le obsequia con un bono de 100 euros. En ese mismo momento, un primo suyo se encuentra haciendo la compra en otro supermercado de otra cadena. Cuando está a punto de pagar oye como la cajera felicita a la persona que se encuentra justo delante de él, le dice que es el cliente 1.000.000 y le obsequia con un bono de 1.000 euros. A su primo, por ser el cliente inmediatamente siguiente, le obsequia con un bono de 150 euros. ¿Qué cantidad de dinero creen ustedes que les hubiese producido una mayor felicidad: los 100 euros de su hermana o los 150 euros de su primo? Si ustedes fuesen decisores racionales no hubiesen dudado ni un segundo: 150 euros siempre son preferibles a 100. Sin embargo, no son decisores racionales sino emocionales, y por eso no hacen valoraciones absolutas sino relativas. Su primo ha ganado 150 euros, de acuerdo, pero ha estado a punto de ganar 1.000, lo que empaña notablemente esa fugaz alegría. Créanme, en las condiciones dadas, ustedes habrían vuelto a casa mucho más felices con los 100 euros de su hermana que con los 150 de su primo.
Si fuésemos decisores racionales aceptaríamos o rechazaríamos trabajos en función de su salario y de la relación que este guarda con las tareas que nos han encomendado. Sin embargo, no seguimos ese simple y lógico criterio. Muchos experimentos demuestran que preferimos hacer un mismo trabajo por un salario menor si tenemos conocimiento de que estamos mejor pagados que otras personas que hacen lo mismo que nosotros. Y lo contrario: rechazamos trabajos mejor remunerados si creemos que otras personas cobran más que nosotros por tareas o responsabilidades similares. En economía, un euro no siempre es igual a un euro. Piensen si no en el destino que le dan a un euro ganado en su trabajo, a un euro ganado en la lotería o a un euro ganado en una actividad extra con la que no contaban. ¿Es el mismo? Seguramente no. Ahí lo tienen.
Como les decía, somos una extraña mezcla de intuición y de razón, de emoción y de lógica, y, con alguna frecuencia, esos dos sistemas no acaban de estar todo lo imbricados que debieran. En 2002 la academia sueca otorgó el premio Nobel de economía a un psicólogo, Daniel Kahneman, por haber sido capaz de integrar los aspectos psicológicos en las decisiones económicas y haber puesto de manifiesto que los comportamientos de los agentes económicos tienen un fuerte componente de irracionalidad. La principal aportación de Kahneman fue descubrir que en entornos de incertidumbre los individuos tomamos decisiones que se apartan significativamente de los principios de la probabilidad. Este tipo de decisiones se denominan “atajos heurísticos” y tienen mucho que ver con todo esto de lo que estamos hablando.
Utilicemos su terminología: el llamó sistema 1 a un procesamiento de la información rápido, constituido por una mezcla de intuición, percepción y afecto y que básicamente está regido por nuestro cerebro emocional. Y llamó sistema 2 a un procesamiento más lento sustentado en los procesos cognitivos y racionales propiamente humanos. La numeración viene dada por su orden de aparición en el escenario de la vida. Primero surgió el sistema 1 y solo después de varios miles de años de evolución apareció el sistema 2.
Les pondré ahora un ejemplo sacado de un libro de Natalia Ramos y Pablo Fernández Berrocal, una de las personas que más ha hecho en nuestro país para mejorar el estatus científico de la inteligencia emocional. Supongamos que un amigo les da a elegir entre dos billetes de lotería primitiva. El primero está compuesto por los números 1, 2, 3, 4, 5 y 6, mientras que el segundo lo forman los números 5, 13, 27, 32, 38 y 45. Automáticamente su sistema 1 preferirá el segundo porque cree que tiene más probabilidades de resultar premiado. Por el contrario, su sistema 2, después de unos instantes, les aportará la información suficiente como para que comprendan que, en verdad, ese billete tiene la misma probabilidad de ser premiado que el otro y que, por ello, la decisión que han de tomar en relación a su elección es completamente indiferente. Curiosamente, y pese a ser perfectamente conscientes de ese hecho, ustedes siguen prefiriendo el segundo billete.
Cuando hemos de tomar una decisión, anticipar una situación, valorar un aspecto de la realidad que nos rodea, efectuar una elección, etc. se activan los dos sistemas. Si ambos están alineados la probabilidad de que nuestra decisión sea correcta o nuestro análisis resulte adecuado aumenta, y lo contrario en el caso de que ambos sistemas apunten en direcciones opuestas.
Les pondré un pequeño problema para que vean cómo se activan simultáneamente ambos sistemas y cómo, en ocasiones, no existe alineación entre ellos, lo que nos conduce a dar respuestas equivocadas.
Ustedes quieren hacerle un regalo a un amigo. Como saben que es aficionado a la música le van a regalar un DVD con la versión de referencia de su ópera favorita. Pero además quieren que el regalo esté muy bien presentado y que se le entregue en su domicilio, lo que lógicamente tiene un coste adicional. Si el coste total del regalo y de la presentación es de 110 euros y el DVD cuesta 100 euros más que la presentación ¿cuánto cuesta esta?
Casi antes de haber terminado de leer el planteamiento y de conocer la pregunta su sistema 1 ya ha emitido una respuesta. Si una cosa cuesta 100 euros más que la otra y la suma de ambas es de 110 es que esta cuesta 10 euros. Pues no. Esa respuesta no es correcta. La respuesta correcta es 5 euros y se la facilita su sistema 2. Compruébenlo.
Como les decía antes, la bondad de nuestras acciones depende de la saludable combinación de ambos sistemas y de la toma en consideración de que somos, lo queramos o no, cualquier cosa menos decisores racionales.
A estas alturas sabemos que, en las mejores condiciones, anticipamos mal el futuro. Y sabemos también que nunca nos encontramos en las mejores condiciones. Pero hay más: ¿qué pasa con el entorno en el que tenemos que adoptar esas decisiones? Ustedes lo conocen bien: es escalofriantemente cambiante. Vivimos en un mundo acelerado cuya velocidad de cambio se incrementa cada vez más rápidamente. Todo sucede a un ritmo vertiginoso. Cambiamos nuestros electrodomésticos, nuestros hábitos y nuestros principios con casi la misma facilidad. Costumbres que orientaron buena parte de nuestra vida hoy ya no son aceptadas. Y las que las sustituyen se cambian tan rápidamente que ni siquiera tenemos tiempo de entender las reglas que las rigen. Vivimos en un mundo gobernado por una multitud de actores. Los clásicos, sí. Pero también los sobrevenidos. El poder se encuentra extraordinariamente disperso y en el punto más pequeño pueden ustedes encontrar una palanca extraordinaria con la que mover un gigantesco portaaviones. Recuerden ustedes, sin ir más lejos, el caso de la modelo norteamericana Maggie Rizer y su encontronazo con la poderosa United Airlines.
Un dato: los planes estratégicos de las empresas ya no se cambian a los cinco años, sino a los tres, y se aconseja que los mismos sean revisados dos veces al año. Está todo dicho.
Pues bien, ese es el mundo en el que vivimos. Ustedes lo conocen bien.
El cuadro está completo: somos agentes irracionales que anticipamos mal el futuro y que operamos en un mundo imprevisible que se encuentra en un continuo y acelerado proceso de cambio.
Con todos estos elementos ha llegado por fin la hora de hablar un poco de política.
Hay dos tipos de líderes políticos. Aquellos que gestionan los recursos públicos y velan porque estos se administren bien, a los que llamaremos los “aburridos”, y aquellos otros que, con visión de futuro, tratan de unir dos escenarios: el actual y el deseado, a los que llamaremos los “divertidos”.
Con respecto a los primeros hay poco que decir. Por fortuna, disponemos de indicadores, análisis, estadísticas y una multitud de informes nacionales e internacionales que nos permiten decidir con alguna seguridad si la gestión que han hecho de los recursos públicos ha sido acertada o no, esto es, si han destinado el patrimonio común a la satisfacción de las necesidades sociales aumentando la calidad de vida de los ciudadanos y mejorando sus niveles de bienestar. Si, a la vista de todos esos datos, comprobamos que el líder no ha hecho lo que se esperaba de él, le retiramos nuestra confianza y lo contrario si los ha gestionado bien. En general, ese es el funcionamiento normal de las democracias occidentales.
El segundo tiene ante sí una tarea de mucha mayor complejidad: para llevar a cabo su trabajo tiene necesariamente que utilizar una palabra que, como ya hemos visto, presenta una enorme complejidad; me refiero a la palabra “futuro”, que es algo de lo que sabemos poco, anticipamos mal y generalmente nos acaba colocando en sitios que no habíamos sospechado.
Si me permiten decirlo brevemente: el mayor problema de nuestra joven democracia es que es demasiado “divertida”. Si fuese un poco más “aburrida” seguro que todos viviríamos mucho mejor.
Pues bien, la manera en la que algunos responsables políticos están gestionando la complejísima situación en que se encuentra Cataluña es sencillamente aterradora.
Como sabemos bien, la frecuencia con la que se tuercen nuestros planes, se frustran nuestros propósitos y el tiempo desbarata nuestras predicciones más solventes es altísima, y lo es porque nuestra capacidad para anticipar el futuro es, como ya hemos visto, muy deficiente.
El proceso que algunos pretenden acometer en Cataluña es incierto, complejo, azaroso y lleno de incertidumbre, ya que tiene por objeto nada más y nada menos que: a) separar a Cataluña de España quebrando la unidad territorial de un Estado nacional consolidado y con una incuestionable tradición histórica; y b) insertarla en un espacio político común de naturaleza supranacional. Por si esto fuese poco, ni para una tarea ni para la otra se cuenta, de antemano, ni con la anuencia del país al que se quiere abandonar ni con el beneplácito de la entidad comunitaria en la que se desea entrar. Ante una tarea de esa entidad cualquier responsable político con unos mínimos conocimientos, no ya de historia y de derecho constitucional e internacional, sino de la misma naturaleza humana y del funcionamiento de nuestro cerebro, debería extremar la prudencia y la cautela, aprovechar los beneficios de una buena negociación, tender puentes en todas las direcciones posibles, facilitar el diálogo, generar acuerdos, crear climas que favorezcan el entendimiento, establecer objetivos comunes, caminar hacia ellos con el más amplio de los acuerdos, prever todas las contingencias posibles, tener la respuesta adecuada para cada uno de ellas, anticipar los escenarios menos favorables…
¿Es eso lo que vemos? Desgraciadamente no. Lo que vemos son declaraciones altisonantes, órdagos imposibles de aceptar, sorprendentes escritos a organismos internacionales, improvisaciones, programas electorales de imposible cumplimiento, utilización de banderas y símbolos “sin registrar”, jugadas cortoplacistas, intereses ocultos o partidistas, insultos, presentaciones torcidas de la realidad, reescritura de la historia, utilización de los medios públicos de todos para los fines de unos pocos, desprecio a las minorías, interpretación sesgada e interesada de los resultados electorales…
La capacidad de anticipar el futuro con la que, por primera vez en la evolución, la naturaleza ha dotado a los seres humanos, es poco más que un mero desiderátum: un espejismo de muy difícil manejo. Esa dificultad objetiva que, desgraciadamente, nos pasa sistemáticamente desapercibida, unida a la previsible y contrastada irracionalidad humana y a la cada vez mayor complejidad de los entornos que nos rodean hacen que, a día de hoy, nadie sea capaz de imaginar si una Cataluña independiente mejorará los niveles de bienestar de sus ciudadanos o, por el contrario, los empeorará. Con todo, hay algunas cosas que sí sabemos: sabemos que nuestro sistema 1 nos da una respuesta emocional, rápida y poco elaborada que no tiene necesariamente que compadecerse con la realidad. Cuidado. Sabemos que nuestro sistema 2 es más lento y procesa la información con mayor detalle pero, al menos en esta ocasión, con igual incertidumbre, lean si no los fundados estudios que economistas de prestigio están haciendo sobre el hipotético futuro de una Cataluña independiente: los hay para todos los gustos. Sabemos también que cuando imaginamos el futuro no somos capaces de añadirle los detalles necesarios y que en esos detalles reside lo importante. ¿Hay alguien que esté pensando en ellos en estos momentos?. Diría que no.
Hace ya tiempo que la psicología entró en las facultades de Economía y en las escuelas de negocios. Quizá haya llegado ya el momento de que entre también en los comités de dirección de los partidos políticos para algo más que para decirles al orador o al candidato cómo ha de mover las manos en un meeting o qué color de corbata han de elegir en un debate televisado.
El cerebro humano, ese órgano maravilloso con el que la naturaleza se dotó a sí misma para su propio ensimismamiento, funciona de una manera determinada y concreta que merece la pena conocer. Seguramente si lo hiciésemos nos ahorraríamos muchos recursos, perderíamos menos el tiempo, seríamos más eficaces, nos evitaríamos ciertos espectáculos y nos podríamos centrar, con mayor aprovechamiento, en la reducción de la incertidumbre que conlleva toda acción humana. La política sería más “aburrida”, de acuerdo, pero los ciudadanos seríamos mucho más felices. ¿No se trataba de eso?
La foto de Artur Mas distorsiona la lectura del artículo porque ya sabemos irremediablemente la conclusión final.
«separar a Cataluña de España quebrando la unidad territorial de un Estado nacional consolidado y con una incuestionable tradición histórica» es de esas frases que te hacen reír, llorar y entender que se puede ser muy culto y muy ignorante a la vez. Paradojas de este ser humano tan irracional que desribes.
A todo esto, UPyD en Cataluña, nada, ¿no?
Poseer una «incuestionable tradición histórica» no significa que el Estado nacional español exista desde época de los neanderthales; creo que 200 años son suficientes para consolidar una tradición, independientemente de que anteriormente existiera una realidad propia en el Reino de Aragón. Equiparar aquella afirmación a la ignorancia me parece, como poco, muy aventurado.
El espacio de UPyD, en Cataluña lo ocupa Ciutadans, me temo.
Lo mejor, el comienzo. Lo peor, el final. Como bien dices, el diablo está en los detalles.
sere retrasado pero no veo pq el problema del regalo sale cinco euros,carecere de sistema 2…es el momento de comprarme la superpop!!A mi sí me ha gustado la incursión sobre temas políticos!
Pues a mi me ha gustado mucho…la primera parte y la segunda.
Enhorabuena al autor. Largo e interesante texto.
Tanta letra para decir que le encantó «Un mundo feliz».
Presentación = 5 €
DVD = 105 € (100 € más que la presentación)
Presentación + DVD = 110 €
Un buen artículo, nos manda un mensaje al sistema 2 que no deberíamos rechazar con el sistema 1. Por desgracia, cuando los «argumentos» son sentimentales (y ojo con la paradoja) no hay nada que hacer, porque no se convence a un sentimiento. El sentimentalismo es el rasgo que comparten los peores políticos. En mi opinión, Artur Mas se ha complicado la vida (política), y de paso se la va a complicar a Cataluña y por extensión a España. Eso en lo que respecta al final del artículo, que comparto; pero no olvidemos cómo se ha ido preparando, con buenos argumentos que demuestran la utilidad de la psicología en el análisis de la vida cotidiana y por tanto de la política.
Buen artículo. Me ha recordado a un experimento psicológico que explican en «Vals con Bashir».
http://m.youtube.com/watch?v=VS3lG6UEoig
Aunque la parte referente a la política me parece que se ha metido un poco a capón, vuelvo a decir que me parece buen texto
Excelente artículo.
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Sr. Solera,
Quizá debería releer los libros de Dan Ariely, u otros parecidos, para darse cuenta que usted mismo es claro testigo de un sesgo cognitivo en particular que no lo permite analizar correctamente la situación política Catalunya-España. Concretamente el sesgo se llama «Status Quo Bias», y se puede definir como la tendencia de un individuo a permanecer de forma igual sin alterar sus ideas. Dicho de otra forma, el individuo es propenso de una forma desmesurada a la mera justificación basada en la consistencia temporal de sus actos, de sus ideas y de su entorno. Es fácil observar como le afecta dicho sesgo cognitivo leyendo sus palabras: «quebrando la unidad territorial de un Estado nacional CONSOLIDADO y con una INCUESTIONABLE TRADICIÓN histórica».
Interesante artículo, aunque discrepo de su aplicación a la política.
Todos los políticos tienen que estimar y preveer los cambios en la situación global, y según sus estimaciones, gestionar los recursos públicos.
Estas estimaciones pueden ser más o menos conservadoras, pero siempre deben trabajar sobre previsiones.
Los indicadores para decidir si la gestión se ha hecho bien, sólo los tenemos a posteriori. Así, si la situación política y económica global ha sido estable y de «vacas gordas», un político podría resultar ser demasiado «aburrido» si en época de vacas gordas ha resultado ser poco o nada arriesgado.
De manera similar, sólo sabemos que un político ha sido «divertido» cuando no ha sabido prever correctamente el futuro.
Según sus criterios, creo que a Mas se le debería colocar inicialmente el adjetivo de «aburrido», por que el principio de su legislatura se caracterizó por los recortes, en un intento de administrar los recursos públicos.
Con respecto al proceso que se está viviendo en Cataluña, si, es incierto, complejo, azaroso y lleno de incertidumbre. Exactamente igual que el que se le presenta a España en su conjunto.
Y para tender un puente, tanto se puede empezar por un lado como por otro. Y no he visto intenciones de tender puentes por parte del «Estado nacional consolidado y con una incuestionable tradición histórica».
Y para que conste, no soy catalán, soy valenciano.
El planteamiento psicológico del que parte el artículo es tan elegante, deductivo y lineal… como equivocado. Fiel reflejo de las premisas cartesianas en las que se asienta. Somos la única especie capaz de anticiparnos al futuro… ¿pero lo hacemos fatal? Hay dos criterios antagónicos al decidir… ¿pero nos regimos por una mezcla de ambos? Aquí hay unas bases teóricas que no me cuadran. Mucho más fácil es la respuesta (que el autor plantea y descarta automáticamente): nuestro comportamiento es exactamente igual en esencia que el de los animales que aprenden de las consecuencias de sus actos (elucubraciones cognitivas, supersticiones y falsas sensaciones de control aparte) y el atávico enfrentamiento entre razón y emoción no es más que una entelequia. El disparate cartesiano que más ha nublado el entendimiento del comportamiento humano.
Por lo demás, el artículo me ha parecido muy interesante, pertinente y muy muy bien escrito. ¡Qué estilazo!
Maravilloso artículo aunque discrepe en algunas cosas.
Muchas gracias y un saludo.
Mi más sincera enhorabuena Sr. Solera; muy bien escrito, engancha, con ejemplos brillantes; la conexión final con el tema político de Cataluña, aún siendo cuestionable, no me parece desafortunado y es perfectamente debatible, pero quién entre a ello que lo haga con argumentos, como el autor.
Agradecería se informaran bien o mejor o más completamente i reescribieran el artículo conociendo mejor la aspiración de la mayoria del pueblo catalán expresada en el parlamento de Catalunya por sus representantes. Les invito a pasar unos días en Catalunya. Que al pueblo, a todos, hay que escuchar y para ello dejar que se exprese. Pásense por aquí el mes de Septiembre. No quisiera que escribiesen ustedes desde una postura previa. Un Universitario creo debe estar dispuesto a recoger información y sacar conclusiones. Esto se llama investigación, que es lo que nos corresponde.
Enhorabuena por el artículo. Me ha parecido muy interesante pero a la vez muy desafortunada el paralelismo con la situación Cataluña-España.
Quizás es fácil imaginar que ésta opinión proviene de un Catalán (si, lo soy) aunque no independentista.
Las aspiraciones independentista existen en Cataluña desde hace muchos años. Hablo de muchas generaciones atrás. Debido a muchísimo factores y sobretodo a las «maravillosas» políticas desde Madrid en los últimos años, se ha incrementado o potenciado hasta el día de hoy. (Tema a debatir en otro momento y otro lugar…)
Es decir, si somos tan racionales o irracionales, antes de juzgar deberíamos CONOCER LOS DETALLES (no solo los grandes rasgos), y saber que las cosas suceden por algo y tienen consecuencias.
Paradójicamente, y cómo ya ha comentado alguien por aquí…habiendo caído en el error que tú mismo describes, le otorga más credibilidad a tu artículo! ;)
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