Muchos de nosotros revivirían, con cuerpo y cabeza de niño, lo electrizante de la inauguración oficial del ocioso fin de semana con los primeros acordes del tema Abracadabra que abría el programa infantil La bola de cristal. Un tema ochentón que transmite energía y que todavía hoy, seguro, es capaz de arrancarte una sonrisa y levantar a bailar ese cuerpecito que ya no tiene aquellos ligeros siete u ocho años. Por qué no pruebas: su uso es altamente recomendado, especialmente en treintañeros, por la alta proporción de endorfinas que se liberan al escuchar sus fluoxetínicos —antidepresivos para los no entendidos— tres minutos quince segundos de duración.
Entre las secciones de aquel programa que revitalizó nuestros pequeños cerebros en crecimiento, después de electroduendes, brujas y canciones pop, llegaban los esperados capítulos de las miniseries. La bola de cristal decidió rescatar viejas series americanas que no habían pasado por España en su momento por culpa de cierto ingrediente de los totalitarismos: el cierre de fronteras a la cultura exterior. Bajo la dirección de Lolo Rico, se logró rescatar los divertidos enredos de los chicos de La Pandilla, original de los años 20, La Familia Monster y su composición de monstruos descontextualizados, o Embrujada, versión esotérica de la feliz casada, ambas del año 64.
La configuración del programa permitía dos espectadores: infantil y familiar, por turnos. Así pues, el sábado por la mañana, el hueco en el sofá era ocupado por toda la familia apelotonada, incluyendo a la abuela y excluyendo quizá al padre de familia (que por entonces la semana laboral se extendía hasta el sábado). Y en esa configuración familiar matriarcal, nos sentábamos frente al televisor dispuestos a interiorizar los personajes y las situaciones que de ella salían. Allí, atrincherados, éramos familia haciendo cosas de familia en familia, revitalizando el vínculo gracias a la televisión.
Una buena serie familiar tenía el cometido de entretener a diferentes individuos, unidos mayoritariamente por consanguinidad, diferentes edades, diferentes expectativas, y satisfacerlos. Una tarea difícil jugar a la lectura de las situaciones a dos niveles, una dirigida al intelecto y conocimiento del niño y otra a los del adulto, sin aburrir a ninguno; y encontrar tramas y acciones que resultaran edificantes para ambos polos de la familia: ganarse a la familia al completo era tener audiencia y, aunque las productoras americanas no es que necesitaran ponerse a prueba con el público español, ganarse a la familia americana era ganarse el crédito en la mayor parte del mundo. En esto, señores, tanto la industria de creación audiovisual inglesa como la americana, nos ha llevado una delantera de décadas. Yo al menos no recuerdo intentos parecidos anteriores a Farmacia de guardia o Médico de familia.
En España, anteriores a La bola de cristal, ya existían representaciones previas de familia como valor y concepto en la pequeña pantalla. Pero todavía la televisión se empeñaba en dar el reflejo de lo familiar idílico y así tenían sentido estas series excesivamente azucaradas como La casa de la pradera o Lassie. Sin embargo destaco La tribu de los Brady, que ya introducía el elemento de la risa, aunque con grandes dosis (sobredosis) de ternura y merengue para generar empatía; éramos entonces una sociedad conquistable por la emoción, podemos decir, y tendremos que admitirlo, o la sensiblería era el recurso más fácil para generar audiencia. Pero gracias a ellos, los Brady, se había deconstruido el género de la serie familiar para dar cabida en él a la comedia de situación, por fin. Nos empezaban a permitir cambiar las lágrimas contenidas que pudieran generar La casa de la pradera, por la risa incontenible y compartida en familia, compartiendo la pana del sofá comunal, en la cita semanal y puntual para ver nuestra serie americana favorita.
Para empezar, la recepción de hoy no tiene nada que ver con la entonces. Se acabó el día concreto, la hora fijada, lo de perderse el capítulo por un atasco. Hoy descargamos de Internet, nos suscribimos a canales, tenemos la televisión a la carta para ver cuando queramos y podamos esa serie a la que estamos enganchados, ya no tenemos por qué salir corriendo del trabajo para no perdernos El Capítulo, con las mayúsculas de nuestro deseo por verlo, ni compartir el sofá con otros adeptos; el mando a distancia realmente nos ha dado el mando y el control de lo que queremos ver y cuando lo queremos ver. Entonces estábamos supeditados a la programación, a sus horarios, a esos días fijados. Parece mentira si lo pensamos, ¿verdad? La televisión, esa caja que parecía que se encendía sola y decidía por ella misma lo que emitía, ese aparato que parecía atemporal, que nos conectaba y nos desconectaba a la realidad circundante. Como si tuviera vida propia. Como si tuviera poder sobre nosotros (que lo tenía y lo tiene). Desde niña, no he podido evitar tener recelo de ella. Miraba detrás y me preguntaba “¿y detrás qué hay?; ¿quién hay?” Perdónenme por desconfiar incrédulamente de las intenciones de esa caja que nos inundaba todos los días a todas horas, pero aun no me fío un pelo, aunque parezca que tenemos el mando. Y ustedes tampoco deberían.
Sin embargo, rompo una lanza en favor de la televisión de entonces, la analógica, que fue una de las armas más potentes para la transición española, erosionando los valores anteriores y edificando los que habrían de ser los pilares de una sociedad de valores democráticos. Fue loable. Aislados como habíamos estado, con retraso en la evolución social frente a otros países, se abrieron las fronteras y pudimos, gracias a ello, meter en nuestras casas nuevos modelos de sociedad, nuevos modelos de familia. Fueron entrando, después de que ya hubieran agotado su momento Bonanza, La casa de la pradera o Lassie, las series que rompieron con la axiología conservadora establecida: Embrujada, La familia Monster o La tribu de los Brady; y con ellas vimos y nos adaptamos a esas nuevas estructuras de familia (la ruptura hoy nos puede parecer no demasiado evidente o escandalosa pero era el germen de un cambio revolucionario el introducir estos contenidos en el imaginario familiar de entonces, el hecho de que apareciera en televisión le otorgaba legitimidad y lo establecía; lo que en los años 60 americanos podía ser una versión ligera y maniquea de los resultados del movimiento feminista y un ir contentando a la sociedad americana en la representación de la nueva mujer en sus nuevos roles, en España, más de quince años más tarde, se iniciaba una pequeña revolución en el núcleo familiar que ya se había empezado a gestar en otros ámbitos).
Primer capítulo de Embrujada, año 1964, Samantha camina por una calle cualquiera de Manhattan, y dice una voz en off: “Érase una vez una típica chica norteamericana que por casualidad se tropezó con un típico chico norteamericano […] Y cuando el chico encontró que la chica era atractiva, deseable, irresistible, hizo lo que cualquier típico chico norteamericano hubiera hecho, le pidió que se casara con él […] solo que… toca la casualidad de que esta típica chica es una… ¡bruja!” El arraigado deseo de Darren es ser un tipo normal, casado con una mujer que cumpla los requisitos de esposa normal, donde “normal” representaba el concepto de familia tradicional que se tambaleaba porque el modelo de mujer cambia: “tendrás que aprender a ser ama de casa como toda esposa, aprender a cocinar, a llevar la casa y a cenar con mi madre todos los viernes por la noche”. Ella responde con todo entusiasmo y dulzura, obediente: “Será maravilloso, seremos un bonito matrimonio feliz, normal y sin problemas, como cualquier pareja […] Lo intentaré, te prometo que lo intentaré”. Accede, supuestamente por amor (el lugar común de la renuncia por amor a uno mismo), pero Samantha es la nueva mujer astuta, ingobernable, que se vale de lo mejor de sus armas (mágicas en este caso) para no ser esa ama de casa sacrificada; desobedece a la madre (que es contraria a la boda de su hija con un mortal, no aparece marcada la figura del padre) y hace de su capa un sayo frente a los deseos de un marido que le ha impuesto como condición de amor que destierre de su vida lo que la hace tan peculiar: la magia, su propia esencia. Una mujer que desacata la autoridad de un padre y un marido a la que anteriormente, por siglos y siglos de historia, se veía supeditada. Y el marido de esta mujer “moderna” tiene ese insistente afán de normalidad, el cual se ve constantemente y chistosamente frustrado; un marido tontorrón y enamorado, que ignora gran parte de la realidad de su cotidianidad. Configuración familiar para generar la risa de la familia, excepto del hombre, de ese equivalente al marido en la vida real, que se ve agraviado; pero ese… ese no ve la televisión en familia, a él van dirigido otros programas más… ¿serios? Al hombre no había que conquistarlo, sino a la mujer, que comenzaba su empoderamiento y a tener criterio propio. Cuántas amas de casa simpatizaron pronto con aquel personaje, con aquel prototipo de mujer; cuántas envidiaron, sanamente, ese don de recoger la cocina o hacer un rico plato gourmet con solo un pequeño e insignificante meneo de su nariz. Se las metió a todas en el bolsillo y muchas empezaron a adquirir una actitud más liberada, aunque aun tímida, por supuesto. Y no podemos olvidar que una serie que empezó a emitirse en Estados Unidos en el 64, no llegó a España hasta los años 80. Cada cosa a su tiempo. No estaba la familia española prototípica preparada para asumir esto antes. Samantha es el personaje de aquellas series por la que cualquier ama de casa de entonces guarda mayor cariño. Tu madre sonreirá si se la recuerdas. Seguro. Una serie algo ingenua pero con el ingrediente emocional justo para que fuera todo un éxito enganchado al corazón del público familiar.
Volvemos al sofá de los sábados por la mañana y no olvidamos que Embrujada se estuvo alternando con La familia Monster. Esta familia es aún más peculiar si cabe pero solo aparentemente. Una familia de monstruos desvirtuados, ejerciendo el rol familiar que nunca hubimos conocido de los personajes de la industria del terror, muy en auge unos años previos. Los cimientos de la comedia planteada estaban precisamente en eso: su ilustrísima excelencia, el Conde Drácula, convertido en un abuelo cascarrabias, la honorable y terrorífica criatura conocida como Frankestein, es un hombre tarugo y torpe padre de familia; la novia de Frankestein, ese otro engendro terrorífico, ideada para ser la esposa de una criatura maléfica, será la amorosa esposa y comprensiva madre de la familia; un Hombre Lobo que no es hombre porque aún es niño, el hijo único; y una dulce sobrina acogida en ese seno familiar escandalosamente anómalo, viva imagen de una Marilyn Monroe más angelical y recatada, a la que toda la familia trata, compadeciéndose, de rara y poco agraciada (en el juego continuo de invertir la realidad). Desternillante. La serie estaba plagada de gags y guiños fáciles acerca de la “monstruosidad” de sus personajes creando puntos cómicos de extrañeza. En el primer capítulo Lily Monster parecer ser la típica esposa que se dedica al pasatiempo, al parecer preferido, de las típicas amas de casa: el bordado; pero donde cabe esperar un paño de flores, Lily muestra muy evidentemente el motivo extraño de su bordado: una araña (otro de los referentes en el ideario). Pequeños detalles insignificantes que crean el entorno de la sonrisa fácil y la empatía. Y en ese mismo primer capítulo de planteamiento de situación, personajes y trama, Herman Monster, al que se le presenta preocupado por la seguridad de su sobrina que comienza a coquetear con hombres dice: “Hoy no se puede confiar en nadie; hay tanta gente anormal en el mundo”. Risas enlatadas (la risa dirigida: qué bueno ese recurso que te indicaba dónde tenías que reírte; por qué aun hoy hay poco valor para lanzar el humor sin los indicadores o regidores de la risa).
¿Y qué modelo de familia, además de ligeramente anormal, entraba en casa a través de La familia Monster? La aparición de los créditos iniciales estaba configurada desde el personaje central femenino de la madre-matriarca. Ella, delante de la escalera de la ruinosa casa de una familia presumidamente terrorífica, en lo que podía ser una mañana cualquiera, suministraba el amor y los cuidados que cada miembro de la familia iba requiriendo conforme aparecían, satisfaciendo sus necesidades; dicho de otra manera, era el ideal femenino, la matriarca perfecta. Lily Monster como centro y sostén de la típica familia americana. La familia Monster resulta menos revolucionaria socialmente en este sentido pero también vemos de nuevo a la mujer que hace de las suyas, insumisa al poder masculino hegemónico, que tiene un marido tontorrón y enamorado y un padre tarumba. El papel masculino queda desacreditado por su imbecilidad y la mujer se erige fácilmente sobre él por su astucia. Además de cargar las tintas en la aceptación de la otredad que ha sido sinónimo, a lo largo de la historia de la humanidad, de monstruoso o bárbaro y amenazante. Las figuras protagonistas del terror de todos los tiempos, las que provocan no miedo sino pavor, no es que se humanicen (eso sería una falta de respeto porque se trataría de la asimilación de “lo anormal” por parte de lo “normal”) es que nos son mostradas en su intimidad y resulta que podrían ser igual de convencionales que toda familia, igual de convencionales que todos nosotros. Tanto, que también consideran “lo anormal” (lo ajeno a ellos) como amenazante. Este juego de espejos que distorsiona la imagen de la sociedad del momento como en un salón de espejos de feria (el momento americano sería los 60 y el español los 80), es atractivo, arranca la risa porque el ser humano puede llegar a ser realmente ridículo en sus prejuicios y convicciones.
¿Podemos considerarlo un tímido primer momento de apertura de los modelos y valores tradicionales a una nueva forma de mirar? En mi opinión sí o se me ha ido la pinza. Solo es cuestión de hacer otra lectura. La risa hace ceder la rigidez de la mente, la abre y la incita a valorar como posible lo que nunca antes lo fue. Desde luego eran tiempos de abogar por la risa a la vista de la realidad social y política del país norteamericano de los 60: la fiebre de la “amenaza comunista”, la llamada caza de brujas, el entonces aun reciente asesinato de Kennedy, los fuertes disturbios raciales, la investidura de Johnson, la aprobación de igualdad de los derechos civiles, la Guerra de Vietnam, el asesinato de Malcom X, etc. Parece mentira que esa realidad estuviera fuera de los estudios de la CBS donde se grababa esta serie cómica con personajes tan fuera de lo común. El valor de la risa como evasión. No cabe otra. Aún funciona. Aún hoy se usa. Y es esta serie la que se elige rescatar en la España de los ochenta; y su emisión aportó, por qué no, su pequeño granito de arena a la apertura mental, a la predisposición al cambio, a la configuración lenta de nuevos valores para una nueva sociedad. Y lo hizo a través de la risa, la que libera endorfinas y crea sensación de felicidad. La risa, cuando la descubran los malos, será utilizada como arma de manipulación masiva. Mientras, sigamos usando la risa con criterio, como vía de escape de la presión que acumula un entorno adverso y como creadora de una sensación de bienestar necesaria para seguir, sin perder la capacidad crítica, por supuesto.
Estas dos series familiares, han sido el germen para que otras series del estilo hayan ido entrando en nuestras mentes sin que estas opusieran resistencia. Y allí alojadas han ido ejerciendo su función de apoyar los cambios sociales que la sociedad española, y el mundo, ha ido generando. Puedo usar múltiples ejemplos. El matrimonio ya no es sagrado y ni el divorcio ni la viudedad es el fin de la vida sentimental: lo demuestran La tribu de los Brady, Los Roper, Las chicas de oro, Matrimonio con hijos. Donde unas se divorcian o se abren a empezar de nuevo, abanderadas de la independencia y la autosuficiencia, otros deconstruyen la idea de matrimonio ideal a través de la crítica, el cinismo y el humor corrosivo. Mujeres que se independizan y son reconocidas en su faceta laboral como en El Show de Bill Cosby o Los problemas crecen. El fin de la ausencia de la raza negra en la pequeña pantalla y facilitar a la población negra el derecho a identificarse en su totalidad con los seres de ficción; estamos hablando de nuevo de El Show de Bill Cosby o Cosas de casa o El príncipe de Bel-Air. Ocurrió después con la cultura asiática. Colectivos que antes no estaban ni por asomo reflejados en la ficción, ahora tienen un lugar principal: las supuestas minorías han dejado de serlo gracias a la visibilidad que les da el medio televisivo. Genial. Y dejando de lado la difusión de masas y el establecimiento cultural del american way of life, la reconfiguración necesaria de ciertos valores sociales se debe, en parte, a que estas ficciones nos han metido en la cabeza otra realidad posible. Y muchas de estas nuevas realidades han sido mostradas a través del tamiz de la risa, la comedia. Relajamos la cara al reírnos y la inflexibilidad. Se despoja al objeto del drama. Bajamos las defensas, la rigidez, abrimos nuestra capacidad de aprender y de asumir. Empatizamos.
La cosa funciona así: el mundo está en la carrera de los cambios, la historia transcurre mientras vivimos, aunque a veces no nos percatemos.. La sociedad puede estar abierta a esos grandes o pequeños cambios, o tener la actitud reaccionaria del rechazo y frenar la evolución. La televisión, la ficción audiovisual doméstica (léase, las series), aún más que la cinematográfica, se puede encargar de establecer esos cambios, de asentarlos. Ocurre lo que ocurrió en su momento con la escritura. Con la escritura nació la historia, se fijaron los hechos y se les confirió el carácter de lo inexpugnable. Hoy esa función la cumple la televisión, la lleva cumpliendo desde hace décadas: si aparece en la televisión, es posible; si aparece en la televisión, es aceptable; si aparece en la televisión, es. Y así avanzamos. Así avanza el mundo. A merced de la ficción. O la ficción a nuestra merced.
Sin saber quién imita a quién, si la ficción a la realidad o la realidad a la ficción, como exponía Wilde en su excelente y siempre vigente ensayo La decadencia de la mentira. Así puede ser que la ficción “invente un tipo y la Vida trate de copiarlo”.
¿Lo has pensado alguna vez?
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Sólo un pequeño detalle: aunque el autor de este artículo, como muchos otros, viesen por primera vez «Embrujada» en la Bola de Cristal, la serie se emitió por primera vez en TVE, con doblajes en «español neutro», en los 60… En cuanto a series familiares, creo que habría que tener en cuenta una que -asumo que la edad del autor por suerte no le permitió verla en su día- constituyó un auténtico fenómeno de masas en España, e iba tan cargada ideológicamente -o más- que las yankis: «La casa de los Martínez»…
Así sí.
Es cierto Raül, asumo mi fallo. Se emitió antes. Al menos «Embrujada» se estuvo emitiendo de los 60 a los 70. Mucho antes que Lolo RIco la rescatara para «La Bola de Cristal». Sin embargo, aún no he encontrado documentación sobre la emisión previa a Lolo Rico en TVE de «La familia Monster». Podría ser cuestión de buscar más.
El caso, la familia española sí estaba preparada para la entrada del prototipo de mujer que era Samantha. Y fue creando modelo a imitar.
Es verdad que se ha centrado en el análisis ligero y emotivo del entorno en que estas series se emitían.
Gracias por el apunte de «La familia Martínez». No la conocía, supones bien sobre mi edad. Parece, por lo que he visto y como tú dices, todo un fenómeno. Seguiré revisándola. Gracias
La familia Monster también se emitió en España antes. Fui testigo.
Y aquí lo dice
http://www.elmundo.es/especiales/2007/04/cultura/losmonster/
En honor a la verdad hay que decir que tanto Los Monster como Embrujada sí se emitieron en España en los 60’s
Habría que actualizar el contenido de este artículo y mencionar también a series como Friends y su modelo de convivencia basado en la «no familia» y la exaltación del grupito de amigos, frente a unos familiares descerebrados, transexuales o inexistentes.
Es verdad que he pasado de los 80 a los 90, mencionando series que creo que alguna conviviría, quizá, con «Friends». No lo valoré, simplemente. Pero me parece altamente interesante rescatarlo por, como tú mismo dices, modelo de no-familia. A la familia no se la elige, de alguna manera es un vínculo que nos viene dado y con el que estamos obligados a bregar toda la vida (obligados o no, eso es cuestión de cada uno y vada vivencia). Y es verdad que, frente a eso, la familia de amigos sí es elegida. Conocemos muchos casos cercanos, seguro. Y es un vínculo que se hace cada día tan fuerte o más que el de la familia. No entraré en psicologías. Al fin y al cabo, ese valor que algunos defienden con fanatismo, es la estructura humana más mutable a lo largo de la historia que se me ocurre. Y es enriquecedor que sea así. Sobre modelos de familia y cómo ha ido mutando a lo largo de la historia, podrían escribirse rios de titna. Sobre su representación en la pantalla y sobre si esto ha ayudado a asentarlo y estipularlo también. Genial apreciación Ramonius, gracias.
oye no me puedo creer que JD censure comentarios… no era así al principio… quiero dejar claro que esta niña tiene que estar muy buena sino no se explica que escriba en JD, no tiene nivel.
Lo que dejas claro no es precísamente eso.
Teniendo en cuenta tu elaborada y fundamentada argumentación, nos queda claro que tú sí lo tienes.
Una opinión (desde el respeto y la crítica no insultante) no sólo es bienvenida, sino necesaria. Bien por ti en ese punto. Pero subrayo: crítica no insultante. Podríamos entrar en un debate (uno no muy largo …no da(s) para más) sobre lo aún más inexplicable que resulta el hecho de que tu segundo comentario se base en tres líneas con una carencia pasmosa de signos de puntuación (y uso incorrecto de la ortografía, mayúsculas, minúsculas, etc.) cuando se te supone un avido lector con criterio para valorar un artículo en JD. Sin más. Pero tu respuesta tipo «tweet» exacervado no es una contribución que te cubra de gloria.
Sobre el comentario sexista (algo en lo que comparto con Clara) sólo digo una cosa: Es el DEBER de los editores de la revista moderar órden de las opiniones irrespetuosas o de contenido ofensivo (otra cosa que no me explico es cómo no han eliminado tu segundo «post»).
Algunos que superamos la treintena hace bastante más de una década, recordamos la emisión irregular de «La Familia Monster» en ese español neutro en el que incluso se podían percibir las voces del reparto original bajo las del doblaje, en una frecuencia muy, muy baja. Fue previo a «La Bola de Cristal» y a Lolo Rico. Pero eso no desacredita en nada el análisis que esta articulista ha hecho a la perfección desglosando y recomponiendo la repercusión social de esos patrones mediáticos en los ochenta.
Por lo que a mí, y de seguro a otros muchos lectores respecta, no me queda nada más que decir.
Cosas que tú sí dejas claras de tu intervención:
1. tu comentario no parece digno de un adulto, más bien de un adolescente aburrido con ganas de meter cizaña como si estuviera en cualquier foro o comentarios del tuenti de un amigote.
2. «esta niña debe de estar muy buena» blablablá. De lo que se deduce que crees que esta revista está llevada por una cúpula de editores todos hombres (podríamos incluir mujeres lesbianas, pero no creo que afine tanto juicio, y de existir mujeres heterosexuales en este proyecto o no tienen voto o no tienen escrúpulos) y todos adolecen de falta de ética cuando el criterio para que dejen a alguien como yo escribir es ¿el físico?. Les falta ética, les sobra traidora testosterona, y no encuentran otra manera de satisfacer sus necesidades sexuales que tentando a «niñas» a cambio de aparecer en la revista. Vamos, que los has llamado «puteros». No sé por qué lees JD si este es el criterio que tienes de sus editores.
3. Según lo que dices no tengo nivel. Es cierto el fallo de documentación. Pero… es una lástima que esta revista, a la que admiro, no fije un nivel adecuado para realizar comentarios. Para mí tú tampoco tienes nivel ni para intervenir en ella con esas dos o tres frases. Pero es libre, eres libre de definirte por lo que dices. Y, sinceramente amigo, el diálogo en este foro suele ser enriquecedor, aunque sospecho que contigo en todos ellos no lo sería en absoluto. ¿Nada más inteligente que decir?
4. Sobre si estoy o no buena, y sobre si es ese el motivo o no por el que he escrito dos entradas en la JD, nunca me lo había planteado. Gracias por alertarme sobre el peligro que corro de que alguien pueda estar usándome… lo tendré en cuenta. Ya me habían contado el cuento de Caperucita y el Lobo, pero no así. En principio no me lo ha parecido en absoluto, ni estar tan buena ni estar siendo manipulada, pero todo hay que ponerlo en tela de juicio. Todo. Gracias por tu apreciación. Espero que enriquezca mi vida.
Hay ocasiones en las que, el siglo XXI, da miedo…sencillamente. ¿Hemos realmente evolucionado? ¿Cómo puede alguien soltar este tipo de cosas desde la total y absoluta ignorancia y quedarse tan tranquilo? Ver para creer…
En España mediante series de la televisión pública como «Amar en tiempos revueltos» o «La señora» y «Con el culo al aire» o «Física o química» de A3 se ha hecho y se hace un ejercicio de politización de la historia en los primeros casos y de ingeniería social en los segundos bastante notables y bastante asquerosos en mi opinión. Se adoctrina de forma mucho más fácil y sutil a través de la ficción que a través de los noticiarios, por ejemplo.
Totalmente de acuerdo.
También estoy de acuerdo con Julio, aunque pienso que no todas las doctrinas encubiertas son asquerosas.
No ocurre lo mismo con D.Montenegro. En primer lugar, porque considero sexista su comentario. No me extraña que la revista lo censure. No quiero ni imaginar qué podría ser lo primero qu dijera.
En segundo lugar, aunque la serie fuera emtida en los 60, antes de que esta supuesta treintañera naciera, no invalida la idea del artículo que, a parte de haber logrado que me divierta enormemente, ha conseguido hacer un análisis vivencial y emocinal con el que me identifico. Por cierto, yo también soy de los 80!!!
Y leo esta revista porque confío en el criterio de sus editores.
Pues a mi también me parece regulin el articulo.
Debería estar prohibido comentar a los amigos y familiares del articulist@.
El derecho a la réplica es obligatorio!! réplca, réplica!! jaja. A esta pobre muchacha le tiene que estar dando una embolia o_O Salvando el fallo de la fecha de emisión, por lo demás tiene bastante sentido lo que explica. Y, por cierto, me encanta que algunas cadenas autonómicas repongan constantemente series como la «Embrujada» de Elisabeth Montgomery. Hasta mi hija de seis años es fan. Eso, en estos tiempos de Hanna Montana o Pokemon, tiene mucho peso…
Ahora no recuerdo donde lo leía pero algo recuerdo de alguien que dividia a la gente entre si eras de La Famila Monster o de La Familia Addams. Dos series que partian de unas premisas cercanas pero luego no podian estar mas lejos una de la otra. Los Addams eran la aristocracia extravagante que se podia permitir serlo, Los Monster eran el emigrante de clase trabajadora haciendose el sueño americano de pasar a la clase media aunque fuese hombre lobo o vampiro o Frankenstein.
Solamente quiero decir dos cosas muy breves:
1. Felicidades a la articulista por este acertadísimo análisis. Si estuviera aún en la facultad, este artículo iría de cabeza a la bibliografía de algún ensayo mío sobre el tema.
2. Es muy fácil criticar sin argumentar algo coherente desde el anonimato que otorga la red.
Los Monster son un clasicazo de la televisión y de la cultura en general… jajaja
y muy tranquilamente podrían ser los número 1 de este ranking: http://goo.gl/puu6N
Yo si creo que el error de atribuirle a estas dos series una fecha de emisión irreal y, en base a ello, afirmar que hubo que esperar a la democracia para verlas porque en tiempos de la dictadura los argumentos y situaciones que presentan eran incompatibles con la esencia del pensamiento oficial, descabalgan en gran medida la conclusión del silogismo del artículo. Esta claro que la premisa es falsa: yo tengo 55 años y pude ver estas dos series en los últimos años sesenta.
Otra cosa es que los censores de la época fueran tan cortos de mente que no apreciaran los sutiles mensajes subliminales que la autora nos descubre. Yo, lo confieso, a la tierna edad de 10 años me limitaba a desternillarme de risa con ambas series sin entrar en más «honduras» sociales. Cosas de los niños…