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Rubén Díaz Caviedes: Larga vida al rey

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Fuente: Luis García

Tiene que ser jodido, no les digo yo que no, consagrar la vida a brincar de secretaría en portavocía, escalar uno tras otro cinco ministerios y llegar casi a paladear la ambrosía desde una vicepresidencia para que al final, a tus sesenta y una castañas, en la flor misma de tu carrerón político y entreabiertas ante ti las puertas del Poder, a falta solo de un empujón, te digan que abortes la misión y que después, te vayas por ahí con viento fresco.

Y literalmente, además, porque el argumento que se da para destronar a Alfredo Pérez Rubalcaba no es otro que la frescura del viento, que es lo que necesita el PSOE según ese colectivo abstracto al que los periodistas llamamos “los analistas” para que no parezca que, en realidad, somos nosotros mismos. Savia nueva, sangre oxigenada y un lavado de cara, repiten con insistencia estos analistas, obligados por la situación y el brillante genio de los políticos de la Patria a descubrir constantemente las carreras de carretillos. Eso y que Rubalcaba está mayor, desgastado y más visto que el tebeo. Y por supuesto, que viene marcado a fuego con la Herencia del Maligno, del que fue supremo nazgûl en las postrimerías de su imperio. Algo que importa por eso que los analistas llaman “timing político”, pero no por nada más. Aunque lo haya hecho en grado variable de exposición, Rubalcaba ha sido valido y ha ejercido de conde-duque de tantos secretarios generales ha tenido el PSOE en democracia: Felipe González, Joaquín Almunia y José Luis Rodríguez Zapatero.

En el partido es así como uno consigue llegar a esa misma secretaría, aunque hay excepciones. Zapatero, por ejemplo, consiguió el cetro socialista en el año 2000, en unas primarias en las que fundió a Rosa Díez, que tampoco es mucho fundir, y superó al ínclito Pepe Bono por nueve votos entre novecientos noventa y cinco. A toro pasado resultó un momento ilusionante para el partido y la política española en general, estarán conmigo, pues constituyó una sana novedad que un pipiolo ignoto y leonés, para más ignoto, le comiera la merienda a uno de los pesos pesados del Consejo Territorial —“los barones”, que dirían los analistas— al que avalaban por entonces su prolongado feudo manchego, su condición ideológica fifty fifty y su carácter simpaticote. Y por supuesto la cúpula del partido, de la que Bono era niña de sus ojos o —que dirían los analistas— “candidato del aparato”. Además, su derrota resultó rentable al PSOE. Revestido de talante e investido Zetapé, el secretario general y después candidato a presidente —porque nadie más optó al puesto— conquistó el Gobierno cuatro años más tarde y se perpetuó en él durante ocho. En democracia es lo que tiene que los partidos practiquen la ídem interna. Que, por lo general, funciona.

Pero la experiencia fue excepcional, lo dicho, porque el PSOE carece de vocación democrática interna. Joaquín Almunia, que heredó la secretaría general de González, convocó en 1997 las primeras primarias del partido —y del país— para elegir al candidato socialista a la presidencia del Gobierno con la idea, nos ha jodido, de ratificarse a sí mismo en el puesto. Pero las perdió, mira por dónde. Las bases del partido prefirieron a Josep Borrell, que resultó así limpiamente declarado apuesta socialista para presidir el Ejecutivo. Boicoteado por el secretario general, ninguneado por el Comité Federal y salpicado por un escándalo de corrupción que el propio partido agitó en su contra, Borrell acabó renunciando un año después en favor de Almunia porque, y esto es una cita razonablemente recordada, “el cumplimiento estricto de la legalidad no basta”. Almunia, demócrata él como el que más, no repitió las primarias ni convocó siquiera un congreso, todo sea que las urnas le negasen por segunda vez la codiciada condición de candidato. Dos años más tarde, en las elecciones de 2000, el ya plenipotenciario secretario general y candidato a presidente se dio lo que los analistas llaman un “batacazo electoral”. Firmó los peores resultados de la historia del partido y dejó al PSOE en estado tan calamitoso que, tras su renuncia y posterior exilio en Europa, tuvo que hacerse cargo de la dirección una gestora comandada por Manuel Chaves. Esto es lo que los analistas llaman una “travesía por el desierto”.

Pero Almunia dimitió, quieras que no. Cuando Zapatero anunció en 2011 que no optaría a la reelección ni como secretario general del partido ni como candidato a la presidencia del Gobierno declaró también su intención de celebrar unas primarias para que los militantes del PSOE eligieran al candidato a presidente entre los principales aspirantes, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. Sin embargo, Rubalcaba y varios barones, entre ellos Patxi López y Guillermo Fernández Vara, se opusieron de inmediato a la operación con el argumento —y esto lo dijo Vara, siempre elocuente— de que “tan democrático es un congreso como unas primarias”. Dos días antes de celebrar el Comité Federal que convocaría las urnas, la única aspirante aparte de Rubalcaba renunció a intentarlo “visiblemente emocionada”, que dirían los analistas, para no poner “en peligro la unidad del partido”. Y ante la ausencia de más postulantes ese mismo Comité Federal nombró a Rubalcaba candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno. Poco después, en las elecciones de noviembre de 2011, Rubalcaba protagonizó lo que los analistas llaman ya no un “batacazo”, sino una “debacle electoral”. Batió el triste récord de Almunia y el PSOE tuvo de nuevo los peores resultados de su historia. A diferencia de él, no dimitió.

Así las cosas, no seré yo quien pida la dimisión de Rubalcaba. Con su actual secretario general, el PSOE tiene lo que se merece. Lo que los compromisarios votaron a sabiendas en las primarias del XXXVIII Congreso de Sevilla, celebrado a principios de este año, cuando proclamaron secretario general en las urnas al mismo personaje que un año antes decidió expresamente convertirse en candidato sin pasar por ellas. Por extensión, tampoco seré yo quien pida más democracia interna en el PSOE, particularmente si las bases la van ejercer para incurrir en un loop absurdo y refrendar a quienes la niegan. Ni siquiera la pediría, puestos a pedir, porque la experiencia zapateriana demuestre a los pequeños dictadorzuelos ciegos del Olimpo socialista que en democracia, lo que funciona es la democracia. Mal vamos y peor estamos si empezamos a hacer eso. A reivindicar lo democrático por su efectividad y su provecho técnico, y no porque sea algo justo, que nos define como sociedad y que hay que cultivar porque sí. Algo que hay que proteger tanto en su tramo institucional como en las raíces que debería echar, y no echa, en los partidos políticos.

De modo que, lo dicho. Larga vida y prosperidad, que diría el señor Spock. Al menos por mi parte. Al rey Rubalcaba, a su corte de barones, a su burocracia de compromisarios y a su pueblo de militantes. Les deseo suerte, sobre todo porque dudo que les asista a corto plazo. Especialmente a los últimos, que no en vano son los últimos, y precisamente por eso. A ellos dirijo en particular mi mejor deseo junto a mi más sentido reproche por dejar que esto ocurra. Y les animo a que se alivien, si escocidos, sacando de la cartera el carné del partido y mirándolo con fruición, los que aún lo conserven. Ese en el que pone, si no me equivoco, que son  militantes de un partido socialista.

RUBALCABA 2

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5 Comments

  1. Josenet

    Pues la verdad es que leyéndolo me ha quedado bastante clarito. Tenemos los políticos que nos merecemos? Espero que no, porque si es así…estamos jodidos por arriba y por abajo.

  2. Gran palabra prohibida en los partidos la democracia. Creo que son más parecidos a sectas con sus ritos de iniciación y sus componendas y prebendas, sus círculos de poder. Nada que hacer.

  3. luisr

    A estas alturas del partido, donde desde el último concejal de urbanismo del pueblo más remoto hasta la Casa Real, pasando por todos los escalones, rellanos y peldaños, alicantan un régimen berlanguiano (otra vez, sí, don Luis) de escopeta nacional, solo es razonable aspirar a dos cosas: que roben..resignación…pero no mucho. Y sobretodo, muy especialemente, que mientan, pero por favor….con cierta gracia.

  4. Lamentable la clase política, de mal en peor. Tenemos lo que nos merecemos porque a estos votamos, pero es elegir al menos malo. No hay nada más simbólico de vergüenza ajena que los mítines políticos: demagogia, obviedades, populismo, y lo que es peor, aplausos borreguiles.
    Esperando que haya una alternativa a psoe y pp……

  5. «La política española nunca ha sido nada alto ni nada noble.»

    El árbol de la ciencia:
    Pío Baroja
    http://bit.ly/TnKTd3

    Y mister Rubal es un ejemplo perfecto de ello

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