La ambición suele estar detrás de la ruptura del vínculo entre el éxito y la felicidad. Que se lo pregunten a Tobias Beecher (Lee Tergesen). Reputado abogado con un excelente porcentaje de casos ganados, vive cobijado en sus propios delirios, expuesto a sus propias contradicciones y condicionado por el miedo a que su pequeño imperio se desmorone. Para aliviar esta tensión y distanciarse de sí mismo, bebe. Y mucho. En una de esas borracheras, atropella y mata a una niña. Despierta entonces de su sueño y de su pesadilla y se sumerge en la rutina de la prisión de máxima seguridad de Oswald. La justicia consideró que su acción merecía una sanción ejemplar y le condenó a pasar 15 años en Ciudad Esmeralda, un módulo especial de esta cárcel concebido para rehabilitar a los más temibles criminales proporcionándoles todas las facilidades para su desarrollo personal. En este espacio discurre la serie de la HBO Oz, y en este espacio se muestra cómo, lejos de reconducirse, Beecher entra en una espiral de decadencia que acaba dinamitando cada uno de sus ya de por sí endebles principios.
Oz es quizá la serie que menos homenajes ha recibido de la HBO y ha vivido siempre a la sombra de obras maestras como The Sopranos, The Wire o Six Feet Under. Sin embargo, atesora el sello de calidad de esta cadena televisiva y está impregnada de su particular esencia. Emitida entre 1997 y 2003, consta de seis temporadas y de 56 episodios a través de los cuales se narra la vida en Ciudad Esmeralda, un experimento carcelario ideado por el talentoso e idealista Tim McManus (Terry Kinney). La acción transcurre en un momento histórico —finales del siglo XX, comienzos del XXI— en el que el endurecimiento de las leyes estadounidenses hizo que se multiplicara la población de reclusos, aunque eso no significara una reducción del número de criminales. Sobre la ineficacia de la desmedida política de tolerancia cero reflexiona Augustus Hill (Harold Perrineau), personaje de la serie que hace las veces de narrador de la vida en la prisión.
«You swat at a fly, step on an ant, squash a cockroach, you don’t think much of it. In fact, killing a bug gives you a sense of accomplishment. Fucking ant was ruining your picnic, cockroach was crawling through your kitchen cabinets. You put an end to their disgusting, miserable little lives and make a better world for everyone. Only, for every one you kill, more appear. Bigger, uglier, meaner than before».
«Matas una mosca, pisas una hormiga, aplastas una cucaracha (y), no piensas mucho sobre eso. En realidad, el matar un insecto te procura cierta satisfacción. La puta hormiga arruinó tu almuerzo, la cucaracha se arrastró por los armarios de tu cocina. Acabas con sus miserables y repugnantes vidas y creas un mundo mejor para todos. Solo que, cuantos más matas, más aparecen. Más grandes, feos y malos que antes».
Ciudad Esmeralda llama la atención desde el primer momento del episodio piloto por lo diferente que es, en apariencia, a la mayoría de las cárceles de la historia del cine. A simple vista, el lugar transmite orden y tranquilidad. En su superficie predominan los materiales de color blanco, sobre los cuales se refleja una luz del mismo color que contribuye a resaltarlo y a crear una impresión de lugar seguro. Las celdas disponen de grandes cristaleras en lugar de barrotes y están distribuidas de una forma ordenada y estética alrededor de dos pisos, en cuyo descansillo se encuentra la posición de los guardias. A disposición de los presos siempre hay un completo gimnasio, un teléfono común, una sala de ordenadores, aulas para que estudien lo que deseen y un servicio continuo de asistencia psicológica.
En teoría, todo eso debería crear un ambiente proclive para la rehabilitación de los condenados. Sin embargo, en algún momento la manzana podrida entró en Oz e infectó a la inmensa mayoría de sus frutos. Elegir el camino recto en estas condiciones de putrefacción se antoja como una decisión, cuanto menos, arriesgada, y aunque no faltan propósitos de enmienda durante el transcurso de la serie, tarde o temprano todos acaban fracasando, sucumbiendo a los encantos del demonio, ese que para el preso Augustus Hill ha permanecido intacto durante miles de años.
Un paseo alrededor de la maldad
Porque Oz es mucho más que una ficción carcelaria. Oz teoriza sobre la maldad y la sitúa como un instrumento de supervivencia, como un mecanismo de poder y como el destino inequívoco de todo aquel que ansíe seguridad dentro y fuera de la cárcel. Sobre la serie sobrevuela de forma constante el fantasma del pesimismo y se manifiesta de múltiples formas que confluyen en el camino lógico de esa actitud: el fracaso. Porque la utopía de McManus con Ciudad Esmeralda choca de lleno contra el hombre y contra el grupo; y su espíritu rehabilitador sucumbe ante juegos de poder, perfidia, venganzas y ante una espiral de decadencia a la que no escapa ningún prisionero.
La serie retrata el fracaso mayúsculo de un sistema carcelario expuesto a las veleidades de todos los sujetos que forman parte de él. Expone las vergüenzas de cada uno de ellos y muestra los porqués de su falta de eficacia. Denigra la política penitenciaria y pone cara a su inoperancia, la de un gobernador populista que aplica la política del todo por el voto. Esta falta de rigor a la hora de elaborar y promulgar las normas repercute sobre la vida diaria de los presos y condiciona el trabajo de los funcionarios de la prisión. Leyes como la que prohíbe fumar en la cárcel o la que elimina el derecho de los presos a los encuentros vis a vis hacen que el ambiente degenere entre los muros de Oswald y la labor de reparación de los presos se convierta poco menos que en un ideal irrealizable.
Las decisiones arbitrarias hacen que brote en Oz la indefensión, la cual padecen en diferentes momentos todos los que están expuestos a las contingencias, peligros y contradicciones del sistema. La indefensión de un alcaide que ve cómo se quiere sacar rédito político de una desgracia personal; la de McManus ante los conflictos raciales o ante la neglicencias y corruptelas de los funcionarios; la indefensión de la entrañable educadora religiosa Peter Marie (Rita Moreno) ante la manipulación de un recluso (Chris Keller) del que se enamoró; la de los sanitarios de la prisión ante la decisión de recortar su partida presupuestaria; la indefensión de todo aquel preso que diera un paso hacia adelante y quisiera apartarse de los asuntos turbios; o la de incluso los más peligrosos convictos, que se sienten impotentes ante decisiones gubernamentales que empeoran su vida en la cárcel. Este último hecho hace que el argumento de la serie se vea envuelto por una especie de justicia poética, la que dicta que los malos, tarde o temprano, reciben su castigo. Ello, por supuesto, no significa que “los buenos” vean premiado su buen comportamiento. Al contrario, el menor síntoma de bondad es habitualmente interpretado por los convictos más desconfiados como un indicio de traición en Ciudad Esmeralda, y los bienhechores suelen caer tarde o temprano en las fauces de una de sus alimañas.
Oz constituye todo un microcosmos de los bajos fondos y de los grupos de riesgo de una sociedad. Siempre con un lógico componente de ficción —e incluso con otro menos lógico de fantasía—, describe las dinámicas de algunas de las bandas predominantes en las calles estadounidenses con la habilidad que ya ha puesto en práctica la HBO en otras series. Así, mientras la colectividad de negros de la prisión delinque principalmente a través del trapicheo con drogas (llamadas tetas en el argot de Ciudad Esmeralda), los sicilianos diversifican y demuestran su habilidad para imponer su criterio, para controlar determinados servicios que puedan servir de tapadera, como el comedor, o para poner de su parte a determinados guardias cuando interese que hagan la vista gorda con algún asunto. Y mientras estos intentan que la “paz social” no se resquebraje por el bien de sus negocios, los presos de bandas negras, los mexicanos o los miembros de la Hermandad Aria emplean la violencia más cruel de forma habitual para ascender en la jerarquía o para librarse de algún preso molesto. No ocurre lo mismo con la agrupación de negros musulmanes, cuyos componentes no ejercen por norma la violencia regularmente contra otros presos, aunque eso no significa que sean pacíficos, ya que protagonizan diferentes y graves acciones subversivas para plasmar su descontento con un sistema que consideran discriminatorio.
Entre los grupos surgen frecuentemente fricciones más o menos graves que alteran la frágil convivencia del módulo. Un simple comentario en el comedor o un pequeño error de los guardias son un motivo suficiente para iniciar una guerra sin cuartel en la que, a buen seguro, habrá víctimas de alguno de los bandos. Estos conflictos derivan muchas veces de los juegos de poder entre grupos. A mayor peso de su voz, mayor probabilidad de éxito en sus negocios y, sobre todo, mayor influencia sobre las decisiones que tomen los responsables de Oswald. En este sentido, hay que tener en cuenta que los negros conforman una gran mayoría de la población carcelaria (cuatro de cada cinco) y en algún momento de la serie llegan a controlar la totalidad del módulo, por lo que sus movimientos suelen ser incontenibles.
Los protagonistas de Oz
Dentro de estos grupos se mueven individuos con sus circunstancias y su penitencia. El abogado Tobias Beecher es uno de ellos y quizá el mejor ejemplo de que es imposible escapar a la maldad cuando se está enclaustrado junto con ella. Beecher es el primer preso que aparece en el episodio número uno y del primero del que se cuenta su delito. Porque una de las herramientas narrativas utilizadas por los creadores de la serie (con Tom Fontana a la cabeza) es la de presentar a los reclusos a partir de un flashback en el que se cuenta la acción por la que ha sido condenado. La serie da con esto al espectador una idea de la personalidad de cara preso, la cual completa con las diferentes referencias a la vida personal y a las aspiraciones de sus protagonistas.
Tom Fontana utiliza como hilo conductor en muchos episodios los problemas reales y universales del individuo encarcelado, como la “institucionalización”, el progresivo olvido que sufren por parte de sus familiares en el exterior, el racismo, las violaciones, la desesperanza ante la cadena perpetua, la enfermedad o la amistad. También muestra los obstáculos con los que se encuentran unos funcionarios que, lejos de actuar como personajes planos, son en ocasiones víctimas de sus debilidades. No faltan las relaciones sentimentales entre ellos y los demás presos, las tentaciones de corromperse o, en el caso de Tim McManus, las sensaciones encontradas que produce el ver cómo se desmorona por diversos factores su proyecto de cárcel del siglo XXI.
En el devenir de la serie juegan un papel destacado personajes como Vernon Schillinger (J.K. Simmons), cabeza de la Hermandad Aria y víctima de su causa racista. En Oz se enfrenta a sus propias contradicciones, al efecto rebote de sus acciones y a los embates de su vida personal. Es frío, irónico y expeditivo; planifica sus acciones violentas con minuciosidad y maneja a la perfección la influencia que posee sobre algunos funcionarios y sobre otras colectividades, como la de moteros. En su camino se cruzará con frecuencia el abogado Tobias Beecher y entre ambos demostrarán cómo el límite del concepto de crueldad es difícil de establecer cuando por detrás se mueven las ansias de venganza. Otro de sus enemigos naturales es Simon Adebisi (Adewale Akinnuoye-Agbaje), cabeza visible de los negros durante una parte de la serie que sabe manejar con tino sublevaciones internas y los frecuentes ataques externos; y sobre cuya figura siempre oscilan distintas conspiraciones.
En el mantenimiento del frágil status quo de Ciudad Esmeralda también tiene un papel clave Kareem Saïd (Eamonn Walker), líder espiritual de la agrupación de los musulmanes y destacado activista pro derechos de los negros. Saïd no ejerce la violencia, pero la promueve; y alterna con habilidad su faceta religiosa con su lado reivindicativo y boicoteador. Este personaje es para McManus un caramelo envenenado, pues su carisma y su discurso sesgado hace que cuente con muchos apoyos entre los presos, los suficientes para mantener la calma o para iniciar una revuelta. Durante la serie, no obstante, se topará con una realidad dinámica que, frente al estatismo de sus ideales, le hará reflexionar seriamente sobre sus convicciones.
Miguel Álvarez (Kirk Acevedo) es otro de los protagonistas de Oz y quizá el perfecto ejemplo de cómo recorrer la cuesta abajo hasta la defenestración. Encarcelado por un delito menor, pero con una pena desmesurada, es hijo y nieto de inquilinos de las celdas de Oswald. La propia impulsividad que le hizo dar con sus huesos en la cárcel es la misma que le llevará a cometer auténticas atrocidades en prisión por su supervivencia o como reacción a las normas y comportamientos que considera injustos. Mucho más calculadores que Álvarez son los italianos, aunque no por ello menos expeditivos. Son discretos y saben buscar aliados para contrarrestar el poder de los negros (los latinos con Enrique Morales a la cabeza). Cuentan con una estructura bien definida y con líderes carismáticos como Nino Schibetta (Tony Musante) y Chucky Pancamo (Chuck Zito).
Oz expone también en el controvertido tema de la pena de muerte y en su tantas veces cuestionada eficacia como medida disuasoria y reparadora. Denuncia la utilización que hacen de ella los políticos populistas y plantea cuestiones fundamentales sobre los supuestos derechos del condenado. Llama la atención el caso de una mujer, Shirley Bellinger (Kathryn Erbe), acusada de asesinar a su hija y paciente de evidentes problemas mentales. Su estancia en la prisión levanta ampollas entre los gobernantes del indeterminado estado en el que se encuentra Oswald, ya que Bellinger, en su derecho, elige el ahorcamiento como forma de ejecución. La figura de esta única interna de Oz sirve también a los creadores de la serie para proponer el debate sobre si se debería aplicar la pena capital a los enfermos mentales. La serie muestra también los rechazos que esta medida despierta en un sector de la sociedad y entre algunos de los funcionarios de Oswald, pero también la potente arma política que, en ocasiones, supone.
Todos estos ingredientes conforman una serie en la que aparecen actores afamados por otros trabajos para la HBO como Edie Falco (Carmela Soprano en The Sopranos), Lance Reddick (teniente Cedrick Daniels en The Wire) o Seth Gilliam (sargento Ellis Carver en The Wire), y en la que este canal estadounidense deposita su particular semilla de calidad. Su creador, Tom Fontana, juega en todo momento con sus armas narrativas y plantea distintos debates al espectador. Quizá el más importante sea el de si un hombre que esté dispuesto a rehabilitarse puede conseguirlo en un entorno hostil en el que tendrá que enfrentarse a otros hombres y a los nuevos demonios que surjan en él ante su más urgente necesidad: sobrevivir.
Tenía olvidada esta serie, vi tres temporadas hace años, y me parecieron geniales. Va a ser difícil encontrarla entera
Terminé de verla hace un par de semanas; me parece tan buena como cualquiera de las otras joyas de HBO, y sobretodo, más interesante en la medida que plantea más preguntas y más cuestiones incómodas.
Y sorprendentemente en Españistán no está disponible en DVD ni en Blu-Ray…
Qué buena Oz! Pensaba que ya después de las otras series de HBO que has nombrado (todas cojonudas) ya no la recordaba nadie.
Inolvidables Simon Adebisi, Chucky Pancamo…Pena que sea anterior a las «grandes» de la HBO y por tanto más desconocida.
«Y sorprendentemente en Españistán no está disponible en DVD ni en Blu-Ray…»
Pues solo nos quedara bajarnosla de la interné…
En Amazon la puedes encontrar. Eso si, V.O. Subtitulada en inglés. Y está barata
Sé que el artículo no trata de ser exhaustivo, pero al repasar a los presos creo que no se pueden obviar a los hermanos O’Reily. Ryan es protagonista de muchas tramas y nexo común entre los grupos.
Ya me he bajado la 1ª temporada y me está gustando bastante
Pingback: Cajón semanal de enlaces nº36 - Marc Martí | Observaciones, reflexiones y dudas sobre la digitalización. Sobre todo dudas
esta serie es lo vi dos veces y es en verdad emocionante, impacta la crudeza de la vida carcelaria de las prisiones en los EUA, mas que eso, la logística con que cuentan para hacer la vida de un interno, done lo tienen todo ahí, hasta hacen valer el principio de autoridad, y muy aparte los vericuetos de los internos por intentar violar las normas internas, Pero tiene un fin de seis temporada con sabor a inconforme, pregunto yo, ¿hay septima temporada?