A grandes números, Loquillo y Sabino Méndez llevaban más de veinte años sin concebir un álbum juntos. Morir en primavera (1988) supuso el final de una colaboración continua a lo largo de la década de los ochenta y sobrevino con ruptura ruidosa y cruce de reproches y pullas públicas. Méndez rememoró aquellos años en el libro autobiográfico Corre, Rocker. Crónica personal de los ochenta (2000), que inicia una trayectoria literaria que, de momento, se ha movido en el terreno de la no ficción y el pronombre personal en primera persona. La síntesis del que fuera excepcional compositor (suyos son hits como Cadillac Solitario, Ritmo del garaje, La Mataré, El Rompeolas o Todo el mundo ama a Isabel) y esforzado guitarra rítmico de Loquillo y Los Trogloditas no puede ser más lisa y sintética: “Éramos pues jóvenes. Éramos desmesurados. Éramos tan, tan estúpidos que, de puro estúpidos, éramos prodigiosos…”. La estupidez no evitó la dependencia a la heroína de Sabino, una de las principales causas de su marcha de la banda, como tampoco las un tanto exageradas maneras de Loquillo por escenificar sin pausa el personaje de Rock’n’Roll Star autóctono. La juventud tiene sus peligros y delirios. Aun así, queda el prodigio materializado en siete discos a los que ahora, exhibiendo canas los dos, escondiendo una mínima curva feliz de pertinaces gastrónomos (no en vano el chef Sergi Arola contribuye en los coros de varios temas) y cultivando paternidad, hay que sumar este La nave de los locos (2012), recopilación de diez canciones compuestas por Sabino y que Loquillo hace cómodamente suyas con la producción de Jaime Stinus. Se trata de temas cronológicamente dispares, descartes de álbumes anteriores, composiciones concebidas, en principio, para otros propósitos y que ahora adoptan unidad conceptual merced al proyecto conjunto.
El primer tema del álbum, que Sabino ya grabó en su único disco en solitario, El día que murió Marcelo Matronianni (1996), declara: “Somos la clase media./ Soy uno más de ella./ Sabemos que hay de todo,/ pero que muy pocos de los sueños febriles son para nosotros”. Queda, pues, muy atrás la épica rockera del chaval de barrio con torres de hormigón y acero, y fachadas desconchadas al fondo, y el paso de los años ha ayudado a asimilar una posición social en el mundo más acorde con la realidad individual. La clase media. En cualquier caso, los versos tienen el mérito —como todas las letras de solidez literaria, y estas diez composiciones son una muestra impecable— de amoldarse a los sucesos consuetudinarios. Sí, en el marco de una crisis que ha tocado la línea de flotación de la clase media e irremediablemente acabará hundiendo el actual estado del bienestar, aportación máxima de dicha clase a las sociedades modernas, pocos de los sueños febriles pueden alcanzarse. Más bien todo lo contrario. Vamos llenos de pesadillas. “Mar está en el paro./ Rosa hace terapia./ María compra en la herboristería./ Jaime está en la cárcel, cuarta galería./ Ramón tiene un bar./ Su hermana va a votar./ A Dani le han crecido ya un par de hijos./ Oriol se pelea por un puesto fijo./ Eunucos, donjuanes./ Tenores, sopranos./ Curas, policías, reyes o payasos./ Políticos, barmans, ladrones, soldados…” Esta mínima presentación de historias y personajes dispares, como en el cuadro de El Bosco que da título al disco, refleja una barahúnda acorde con los tiempos de confusión y que encuentra como respuesta una actitud (sin disfraz) de compromiso personal e intransferible: “Con rabia y ternura, con desespero,/ por ti, por mí, por todos los que quiero…/ Yo bailo el rock…”. El escueto estribillo con tintes irónicos recalca una concepción del rock (sobre todo en su derivación punk) como inmediata respuesta rugiente y airada, pero, al mismo tiempo, exhibe una desfachatez hedonista frente a los responsables de las tropelías y los despropósitos de los (des)gobiernos. Frente a la sordidez moral y material sólo queda marcarse un rock. Yo bailo el rock.
Esta posición de arrogancia hedonista (que Loquillo interpreta con habilidad y sin aparente esfuerzo) se encarna en el vídeo-clip que el director de cine Óscar Aibar ha realizado a partir del tema Contento.
“Y en el claro de luna se citan los monstruos./ Y es feliz en su mentira a quien duele la realidad./ Nos vamos a encontrar./ Borra si es que puedes mi sonrisa de la cara./ Prueba, no lo lograrás./ Contento”. Tiene la pieza esos fogonzasos de sensualidad inmediata y de metálico ritmo sesentero que remiten, por ejemplo, al Sunny Afternoon de The Kinks. En un principio, según el propio Loquillo, pese a que el vídeo inserta imágenes de telediarios recientes y actualiza a ras de asfalto la composición, esta debía haber formado parte de Balmoral (2008), compacto que ya incluye Sol, un tema de ensimismamiento carnal que tal vez hubiera merecido una sencilla versión acústica: “No creo en grandes ideas, ni creo en documentos de interés humano./ Tu padre pasa, saluda a la cámara, baila con tu madre, tienen 20 años./ Y yo, sólo observo el sol, cómo entra el sol/ en los lugares que habitan los hombres, y se refracta su luz./ Vivo pegado a la tierra, la gravedad me impide caer al espacio,/ y merodean objetos que aprecio, mi vista y cariño los desgastan a diario./ Y yo sólo observo el sol…”.
Demasiado punk para los rockers
Musicalmente hablando, a la España postfranquista le vino de maravilla la explosión europea del punk. Era una manera rápida y directa de que cualquier chaval sin demasiadas aptitudes musicales pudiera subir a un escenario y berrear su furia confusa a un mundo entero que, en la mayoría de los casos, se circunscribía a un garito con un auditorio igualmente confuso y puesto hasta las cejas. “Demasiado punk para los rockers, demasiado rocker para los punks”, sentenció Jesús Ordovás en un texto que relata en la contraportada de un recopilatorio titulado Loquillo & Sabino 1981-1984 los primeros años musicales de cantante y compositor. Este LP se comercializó en 1989 y recoge el material que, primero como Loquillo y Los Intocables y posteriormente como Loquillo y Los Trogloditas, grabaron para el sello discográfico DRO. Intocables fue una banda bisoña y agreste que acompañó (junto a otras bandas como C-Pillos y Los Rebeldes) al cantante en su debut musical, Los tiempos están cambiando (1980), en el que empieza a modelar una carrera musical fundamentada en la heterodoxia estilística —demasiado punk para los rockers, demasiado rocker para los punks—, pero siempre partiendo de una base de rock clásico. Al igual que The Clash, versiona el Brand New Cadillac de Vince Taylor. Se atreve con la adaptación del Please Don’t Touch de otros heterodoxos como Johnny Kidd and the Pirates. Comete la osadía admirable de versionar The Times They Are a-Changin de Dylan a todo trapo y con solo de guitarra rockabilly , cortesía de Carlos Segarra. Junto a Intocables adapta el clásico Something Else de Eddie Cochran, con una virulencia desgarrada digna de las versiones de Sid Vicious o Stray Cats. Según parece, Loquillo aporta el acervo del clasicismo rockero y el rockabilly, mientras que Sabino nutre el repertorio con las texturas viscerales del rhythm’n’blues british y el punk, además de construir un relato consistente y con influencias del rock urbano de la Velvet Underground.
De aquel embrión primigenio da fe el segundo tema de La nave de los locos: El mundo necesita hombres objeto. Se trata de el único tema que vuelve a un sonido de guitarras crudas y firmeza sólida en la base rítmica. Riff lijoso para un acercamiento contemporáneo (y con muy mala baba masculina) a la guerra de sexos: “¿Quién ganará?/ Si tras años de lucha por una igualdad,/ vuelves a usar los viejos sucios trucos que inventó mamá./ Al sexo escrito le ha vencido el sexo oral./ Y al viejo cuento le han cambiado el final”. Y, pese a que el disco evita en todo momento nostalgias autorreferenciales, es imposible no acordarse del anfetamínico y cargado de pulsión sexual Me convertí en hombre lobo por culpa de los Rebeldes, incluido en Ritmo de garaje (1983), con la mención a la licantropía del estribillo: “Afile sus dientes, póngase a contar a diez./ Hay luna llena y hombres lobo como usted”. Alaridos y gruñidos de fondo, marca de la casa.
Chicas calientes, whiskey frío y hombres ardiendo
Luis Buñuel, a la vejez, viruelas, llegó a la conclusión de que un hombre poco podía hacer contra el deseo. Incluso cuando el cuerpo falla, y a pesar de la flacidez muscular, la vista mantiene sus instintos primarios y proporciona bellas estampas al pensamiento, siempre presto a fantasías erotómanas. Del deseo y de ígneos placeres habla Muñecas rusas, un tema que aparecía bajo el título Barrios Viejos en un recopilatorio integral y con abundante material inédito de 2009. “Y ahora, amigos, queridos compañeros,/ id de mi parte a los barrios viejos,/ donde se encuentran las chicas calientes, el whiskey frío y los hombres ardiendo./ Sé bienvenido, pues, bello animal./ Grita esta noche que no volverá./ Un grito absurdo de derrota triunfal,/ con dos vocales y una lateral. Dame fuego, ven al fuego.”
De un deseo mucho más intenso y profundo hablan Paseo solo y Mi bella ayudante en mallas. Esta última, con un sinuoso y grave punteo de guitarra que bien podría acompañar el baile de Salma Hayek en el film Abierto hasta el amanecer, describe un ansia constante de posesión y entrega, de fusión de la materia y de alimento de los sentidos: “Puedo escuchar el tiempo en ti./ Puedo poner nombre a los días junto a ti./ Las vísceras pequeñas las devora con tan gran facilidad./ Lustrosas, plateadas, las siente la garganta palpitar./ El tuétamo dulcísimo que vive en las palabras entra en ti./ Distancia y sordina, es la única cocina del decir./ Ya no he de comer. No he de respirar./ Ya no he de beber, ya no he de dormir, ni he de soñar”.
Por su parte, Paseo solo posee el pulso de canciones románticas y fantásticas, como en el caso de Supersónica del álbum La Mafia del baile (1985) o Magnolia de Morir en primavera, pero describiendo una carnalidad concreta y febril. Si aquellas eran composiciones que elucubraban sobre fantasías abstractas protagonizadas, para decirlo con Chejov, por un “enamorado de la idea del amor”, esta vez se materializa (se consuma, al menos de palabra) en una figuración tórrida propia de la pornografía simpática y naïf: “Me gusta meterme en tu ducha cuando tú estás dentro./ Me gusta sorprenderte por la espalda cuando no me ves./ Clavarte en la penumbra de rodillas, de pie, en cualquier sitio./ Caer como un corsario en tu garganta y robar tu olor./ Tu imagen está en mi pecho./ Tu voz, en mis oídos./ Y eso puede ser o todo o nada, ni yo mismo lo sé”. La escena inicial, no obstante, va adoptando trazas de sueño solipsista/onanista en las estrofas siguientes: “Nadie va a vivir mis cosas como yo las vivo./ Ni a nadie va a saberle como a mí mi trago de Jim Bean,/ ni el bienintencionado personal al que yo llamo amigos/ podría regalarme aquella vida que me hará feliz./ Ya sé que no podría/ nadie intentar hacerlo./ Nadie con la imagen refinada con que lo haces tú”. Y finalmente se revela la neurosis alérgica a los convencionalismos y compromisos sociales del personaje, su carácter desplazado, marginal y solitario: “Quisiera desearlo únicamente para andar contigo,/ sentirme un tipo simple, un muchachote que no ha de pensar./ Comer con tu familia los domingos, comprar en el híper,/ y nunca más tener ningún problema en buscar mi lugar./ Paseo solo y dentro/ y te llevo a ti conmigo/ y eso puede ser o todo o nada ¿Qué otra cosa decir?”.
De vez en cuando y para siempre, a mi juicio, es, junto a Paseo solo y Luna sobre Montjuïc, el artefacto poético más logrado del compacto. Pieza recuperada del cajón, perfila, por medio de imágenes escuetas, instantes emocionales que se convierten en sempiternos. El deseo, el sexo, el amor o el instinto de autodestrucción: “De vez en cuando y para siempre/ hay alguien que toca lo intocado:/ alguna virgen descubre perversiones,/ algún yonqui se muere en un lavabo,/ algún viejo se siente enamorado./ De vez en cuando y para siempre/ se puede contar lo inexplicable: la tecla del sentimiento que se mueve,/ el maduro y paciente pretendiente/ de sonrisa gentil y voz afable”. No falta la referencia al escritor Raymond Chandler (cuya relación con su esposa Cissy superó múltiples engaños e infidelidades, y estuvo marcada por la lealtad hasta el final): “el viejo Chandler sonríe ínutilmente,/ entra por mi ventana y lee en mi mente:/ ella nunca volverá a estar sola”. Aunque la letra parece idónea para las hechuras rítmicas del blues, la melodía recupera el sonido estalactítico de Joy Division y ciertos aires new wave.
Más cuestionable parece la inclusión del tema Planeta Rock, recuperado también del disco en solitario de Sabino Méndez, teniendo en cuenta, sobre todo, que aquel álbum contenía composiciones de una calidad muy superior como, por ejemplo, Princesa del tatuaje (sátira mordaz de la moda del tatuaje compulsivo del cuerpo entero) , Bandera (reflexión destemplada e introspectiva sobre los miedos de la edad adulta).
Cartografía sentimental: del Tibidabo a Montjuïc
Nunca antes, en el pop-rock patrio, la ciudad de Barcelona había conseguido una plasticidad tan orgánica y palpable. Cadillac solitario forma parte de la memoria sentimental de, por lo menos, un par de generaciones. La canción del desvelo sexual y de las primeras heridas del amor. Una estampa logradísima y conmovedora. Con su toque peliculero y un prurito melodramático, el manto de motas galvanizadas despierta la remembranza, desde el Tibidabo, del amor perdido: “Y ahora estoy aquí sentado,/ en un viejo cadillac de segunda mano/ junto al Mervellé, a mis pies mi ciudad./ Y hace un momento que me ha dejado,/ aquí en la ladera del Tibidabo,/ la última rubia que vino a probar/ el asiento de atrás./ Quizás el “martini” me ha hecho recordar/ nena, ¿por qué no volviste a llamar? Creí que podía olvidarte sin más,/ y aún a ratos, ya ves./ Y al irse la rubia me he sentido extraño,/ me he quedado solo, fumando un cigarro,/ quizás he pensado, nostalgia de ti./ Y, desde esta curva donde estoy parado,/ me he sorprendido mirando a tu barrio,/ me han atrapado luces de ciudad.” Pero más allá de la leyenda, su autor acabó explicando la génesis de la canción. Supimos así que en puridad el cadillac de marras era un seat seiscientos y que la postal balzaquiana (“Ya solo Rastignac, dio unos pasos hacia lo alto del cementerio y vio París tortuosamente acostado a lo largo de las dos orillas del Sena, donde ya empezaban a brillar las luces”) había que tomarla avant-la-lettre. Las rubias, eso sí, no faltaron.
Pero si Cadillac solitario se convirtió en hito musical y propulsó a Loquillo y Los Trogloditas hacia unas cotas de popularidad insospechadas, resulta sorprendente que la soberbia Luces sobre Montjuïc quedara inédita hasta esta última colaboración del cantante y compositor. La canción, que data de mediados de los ochenta, traslada el recuerdo de la montaña del Tibidabo al montículo cercano al mar de Montjuïc y ofrece el reverso macerado de aquel Cadillac. No hay rastros de tremendismo ni de regodeo autocompasivo (“Desconfío de los discursos,/ si te van a hacer llorar”). El susurro de Loquillo acompaña un pausado paseo por el recuerdo de una historia de amor perdido. “Te abrazaba a la sombra/ de un sol de verano./ Escondidos en la noria,/ en el túnel del amor./ Soledad en el castillo,/ cae la noche en sus cañones./ Mil bombillas de colores/ en el parque de atracciones, junto a nosotros el mar./ Fue una noche de verano,/ fue una brisa pegajosa,/ las parejas echan chispas/ buscando la oscuridad”. Incluso el reconocimiento de la pérdida se muestra ajeno, sin estridencia: “Miro los alrededores/ ¿qué pasó tras esa noche?/ Se vuelve una cabeza/ y ese giro me recuerda/ que no te volví a ver más”. Al fin y al cabo, más cornadas da la vida. Y la estrofa final confirma que naderías son los navajazos sentimentales frente a las grandes derrotas diarias. De ahí que, en esta ocasión, el coche se ponga en marcha y deje atrás el mar con sus inútiles melancolías: “Mil bombillas de colores,/ es de noche, es en verano,/ vuelvo caminando al coche,/ pongo la llave en contacto/ y le doy la espalda al mar”.
Final redondo para un disco de concepción clara y compacta. Muy bien delineado y con unas letras de versos estreñidos (“la posteridad pertenece a los escritores secos, estreñidos”, escribió en su diario Jules Renard). El CD incluye un bonus track que no se encuentra en la edición de vinilo (sí, vinilo: un romanticismo parejo al de Jot Down con el papel). Canción de despedida, que cuenta con el acompañamiento vocal de Mikel Erentxun, sintetiza, con ritmo grácil y versos desenfadados, el hedonismo perentorio de La nave de los locos: “Llegó la hora de dar las gracias,/ a quien corresponda, decidle adiós,/ a las morenas de caderas anchas,/ las rubias tristes de menta y limón./ A las muchachas en primavera,/ a todo el humo que ya es ilegal,/ al primer mono que pisó la uva,/ de donde brota este manantial.” Y, en el estribillo, una captación de benevolencia reversible y reconciliada con la vida, sus miserias y bellezas: “Guiñad el ojo a una chica bella/ y perdonad a este pecador/ o perdonad a las chicas bellas/ y guiñad el ojo a este pecador”.
Loquillo y Sabino en 7 temas (de elección arbitraria)
Ciertamente, nadie ha sabido como Loquillo encarnar las composiciones de Sabino Méndez. Más polémico es el debate de si Loquillo ha logrado superar artísticamente aquella etapa. Es incuestionable que, por ejemplo, La vida por delante (1994) representa uno de los mejores discos de poesía musicada en español y no cabe duda de que su capacidad de absorber estilos muy diversos (tal y como indica el crítico Diego A. Manrique en el documental Loquillo. Leyenda Urbana de Carles Prats) le ha permitido reinventarse y mantenerse, durante más de tres décadas, como referente del rock en un país donde las estructuras de la industria musical son de una debilidad absoluta.
Si algo comparten, egos gigantes aparte, los dos camaradas (“dos pícaros” salidos del barrio, resume Sabino en el mencionado Corre, Rocker) es una curiosidad constante y una inquietud cultural muy propia de una generación que creció con los primeros levantamientos de barreras aislacionistas. Tanto físicas como culturales y morales. Y lo supieron aprovechar. Además, han sabido hacer de las carencias virtud, de la heterodoxia, bandera. Las dotes como compositor de Sabino compensan con creces sus limitaciones técnicas como guitarrista, al igual que Loquillo ha singularizado una presencia y puesta en escena que deja en segundo plano el magro registro vocal. Dos barceloneses que triunfaron por primera vez en Madrid y su Movida. Dos supervivientes de una década vertiginosa.
Rock’n’Roll Star
Para Los tiempos están cambiando (1980), Sabino proporcionó su primera obra maestra de la música popular de estos lares: Rock’n’Roll Star. Canción con toques premonitorios (habla de ascenso, caída y deseos de estabilidad en una áurea y cómoda mediocridad final, así como de la posibilidad de que acaben pegándote “cuatro tiros en la puerta de un hotel” como le ocurrió a John Lennon ese mismo año), recoge todos los sueños hiperbólicos de cualquier adolescente que quiere convertirse en estrella del rock: “Me verás en los carteles para hacerte irme detrás./ Te creerás que soy alguien con un toque especial./ Soy un chico de la calle que vive su canción./ También me emborracho y lloro cuando tengo depresión”. El anhelo del sexo, drogas y Rock’n’Roll es consciente, sin embargo, del reverso amargo, e incluso grotesco, que esconde en verdad el desenlace de la historia: “En la lluvia pondré mi corazón de Rock’n’Roll./ Y, cuando me llene el cuerpo de anfetas y de alcohol,/ querré alguien a mi lado que me recoja al caer./ Así, nena, tendré suerte de llegarte a conocer”. Un final feliz si tenemos en cuenta que, en 1980, hacía tres años que la estrella del Rock por excelencia, Elvis Presley, había muerto a causa de un cóctel farmacológico explosivo. Nadie estaba allí para recogerlo.
La canción funcionó de banda sonora en la puesta en escena de la reconciliación (BEC, 2006).
María
El ritmo del garaje (1983) supone el primer disco grabado en Madrid y con la formación fija de Trogloditas (Ricard Puigdoménech a la guitarra solista, Simón Ramírez al bajo, Jordi Vila a la batería y Sabino Méndez a la guitarra rítmica). Con claras influencias del primer Springsteen (refencia directa a Rosalita en la canción que da título al LP) y con la colaboración de Alaska y el saxo de Ulises Montero de Gabinete Caligari, mantiene un tono general de frescura after-shave, jovialidad (solo ensombrecida por el célebre Cadillac solitario y Mi amigo murió en un accidente de circulación) y clasicismo conceptual. Para muestra, esta María que descubre el Rock’n’Roll (léase como metáfora de vicios y perversiones) a los dieciséis años. Esa adolescencia que ya piropearon salidos torticeros como Chuck Berry y Johnny Burnette.
En las calles de Madrid
¿Dónde estabas tú en el 77? (1984) Con título deudor de los Sex Pistols y del film American Grafitti, este pequeño álbum de cinco temas incluye un canto ditirámbico a los aires libérrimos que se respiraban (y aspiraban) por aquellos días en la capital. El propio alcalde de la ciudad, Tierno Galván, conminaba a la chiquillada a ponerse ciegos de lo que fuera. Y nadie se atrevió a contrariar a la autoridad competente. “Solo hay un secreto que me lleva hasta aquí./ Que ha muerto el silencio en las calles de Madrid./ Alma de Ceeseepe late muy dentro de ti./ Piérdeme. La muerte será dulce… en Madrid./ Cuando los gamberros tienen acceso a un poder,/ y cuando los dandis muestran su desfachatez./ Cuando sus mujeres se han negado a crecer./ Cuando la locura ha vencido a la vejez./ Madrid…/ Llévame en tu coche a algún vicio por ahí./ Búscame en las ondas alguien que hable para mí.” La canción se cierra con mención/homenaje a Pepe Risi y la labor pionera de los Burning: “Dile a Pepe Risi que ya puede sonreír,/ él mató el silencio en las calles de Madrid”.
Carne para Linda
La mafia del baile (1985) es resultado del fichaje por la multinacional Hispavox. El grupo está alcanzando una contundencia y crudeza rockera que se afianzará en los próximos años. Mezclas de punk-rock, ska de The Specials y Madness, rock’n’roll con tributo a Buddy Holly, referencias al rhythm’n’blues sesentero de los Four Season y Sorrows, y doo wop de The Flamingos. La contundencia musical, sin embargo, queda lastrada por una producción pacata que no potencia el nervio musical de la banda. La fiereza de Carne para Linda consigue sortear los escollos de la tabla de mezclas y mantiene una agresividad guitarrística que combina bien con la historia de una chica que practica la antropofagia para mantener una delgadez de ascética línea gótica: “Linda tiene un secreto para conservar su línea./ Sus amigas se preguntan por la clase de alimento./ Linda sonríe coqueta y se guarda su secreto./ Su fuente de energía es la carne de los muertos./ No necesita más…”. Humorada no apta para señoritas de estética siniestra.
La Mataré
Mis problemas con los mujeres (1987) demuestra la madurez de Loquillo y Los Trogloditas tanto formal como conceptualmente. La lista de temas brillantes es larga: El Molino, Ya no puedo bailar, versión calcada del Going Back Home de Dr. Feelgood, Los mejores años de nuestra vida, atmósfera cargada de humo y alcohol, a la manera de Tom Waits, Siempre libre, que homenajea el Stay free de The Clash, El fantasma de Elvis o Piratas. Sobresale, por popularidad, La Mataré, una historia de celopatía homicida a ritmo de palmeo rumbero y homenaje simpático a Los Chichos y Los Chunguitos: “Quiero verla bailar entre los muertos,/ la cintura morena que me volvió loco,/ llevo un velo de sangre en la mirada,/ y un deseo en el alma,/ que jamás la encuentre./ Solo quiero que una vez/ algo la haga conmover./ Que no la encuentre jamás/ o sé que la mataré./ Por favor, solo quiero matarla,/ a punta de navaja,/ besándola una vez más”. Por presión de grupos feministas que, ciegos ante la ironía, solo vieron en la letra una apología al maltrato, Loquillo retiró la canción, durante años, de su repertorio en los conciertos. En fin.
Todo el mundo ama a Isabel
Antes de abandonar definitivamente Loquillo y los Trogloditas, Sabino Méndez es testigo del mejor trabajo del grupo y uno de los mejores álbumes del rock en español de todos los tiempos. Sonido Stones (el riff de Besos Robados es puro Keith Richards), mezcla de rock combativo (Morir en primavera, La policía) lirismo urbano (Magnolia o Domingo en mi ciudad) y ásperas historias de noche, alcohol y sexo (Todo el mundo ama a Isabel o Siempre vestida de negro). Escuchando tanto Todo el mundo ama a Isabel como Siempre vestida de negro me acuerdo siempre de aquellos versos de Jaime Gil de Biedma:
“Hoy vestida de corsario
en los bares se te ve
con seis amantes por banda
—Isabel, niña Isabel—,
sobre un taburete erguida,
radiante, despeinada,
por un viento solo tuyo,
presidiendo la farra”
Autopista
El directo A por ellos, que son pocos y cobardes (1989) cosechó un éxito de ventas colosal. Un fin de ciclo extraordinario. Sabino, que ya había abandonado el grupo formalmente y estaba inmerso en una etapa de desintoxicación, figura en los créditos como servicio especial. El repertorio repasa la trayectoria de toda una década e incluye algunos temas de la formación Loquillo y Los Intocables. Es el caso de Autopista, canto a la libertad del asfalto y a los easy riders lejanos en el tiempo, perdidos en el horizonte: “Mi vida empieza allí/ donde termina un film/ con el cadáver de James Dean./ Los muertos del arcén/ no cuentan para aquel/ que ha nacido para correr”. Su inicio aún despierta una sonrisa por la cándida mitomanía juvenil.
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La verdad es que hizo temazos sabino pero ahora está acabado, comparte memoria con aquel genio pero no tiene nada que ver
«Ciertamente, nadie ha sabido como Loquillo encarnar las composiciones de Sabino Méndez. Más polémico es el debate de si Loquillo ha logrado superar artísticamente aquella etapa.»
No veo la polémica por ningún sitio. Loquillo ha superado de sobra la etapa con Sabino y no sólo cambiando de tono en sus discos «de poetas». Quienquiera que lo dude que escuche «Feo, fuerte y formal», por ejemplo.
«El directo A por ellos, que son pocos y cobardes (1989) […]. Un fin de ciclo extraordinario».
* * * *
¡Por favor! ¡Si casi no se oía! ¡Cualquier directo de aquella época tenía mejor sonido!
Aquella espantosa producción tiró por la borda el trabajo anterior. Quizás, mirándolo bien, fue un fin de fiesta coherente…
Hombre, tirar por la borda… Está hecho con cuatro duros. Incluso hay algunas distorsiones. Muy punk, la verdad.
Quizás exageré, lo siento. Pero más lamenté en su momento aquel no-sonido. ¡Si hasta el directo de Glutamato Ye-Ye, grabado años antes -creo recordar-, sonaba mejor!
El artículo de usted, en cualquier caso, es de muy recomendable lectura, sobre todo para quienes tanto disfrutamos de LyT en los ochenta. A mí, después del directo, dejaron de interesarme (sin embargo, me compré los dos LPs siguientes. . Quizás algo tuviese que ver en ello la marcha de Sabino Méndez (también dejé a Robert Gordon, a Sleepy LaBeef, a Crazy Cavan, a los Meteors, a los Matchbox, a los Rebeldes, a Aurelio y los Vagabundos, a los Más Birras, etc.), aunque yo lo achaco a «cosas de la edad».
Saludos y gracias por el artículo.
Muchas gracias. Se lo agradezco. Robert Gordon ha envejecido muy mal. Y Cavan debe de tener un hígado de acero.
Que Robert Gordon ha envejecido mal? se ve que no has llegado a escuchar ‘SATISFIED MIND’ del 2004. Es simplemente una OBRA MAESTRA del tipo..
Muy buen repaso, asi da gusto leer artículos
La verdad es que nos caen simpáticos, pero no se puede negar que Loquillo siempre cantará muy mal y que las letras de Sabino son, cuanto menos, de un estudiante de BUP.
Hombre, cuando puedas pásanos algunas de tus composiciones para ver qué tal.
Deseando ya oir tus letras, macho
Otro cantante sin ningún talento, pésima voz, nula modulación que triunfa en el pop/rock/música melódica.
Enhorabuena por el articulo J. Bernal. No puedo esperar a escuchar el nuevo disco. Saludos desde LA
Y la nueva canción de LOQUILLO inspira es el post ‘Contento’ http://basketandtalent.com/2012/10/10/contento/
Loquillo es la anti música.
hombre, si no te gusta pues muy bien, pero, q es para ti la musica?
Para mí, «La nave de los locos», es mucho más que otro disco de Loquillo. Es un gustazo escucharlo así de bien. Como siempre, así de auténtico. Pero musicalmente, esta vez a dado en la tecla.
Creo que Loquillo sin Sabino no hubiera llegado donde está.
A mi Loquillo y Cia por lo general me parecieron poco mas que un refrito pachanguero a la espanyola. Credibilidad muy baja. Dejaron dos o tres temas decentes y ya.
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Obviamente Loquillo le debe todo lo que es a Sabino. Y punto. A ver si algún día tiene los cojones de reconocerlo en público, porque saberlo lo sabe muy bien.
Para los que eramos unos críos en los 80, Loquillo y T tiene sin duda 3 o 4 canciones de lo mejorcito del pop rock hispano de la época. Otra historia es la relacion de Sabino/Loquillo. Para mi Loquillo se acaba claramente cuando Sabino deja la banda, aunque no deja de ser digno de admiracion lo que ha aguantado sin el. Se ha sabido buscar la vida, como con aquel disco de poemas. Digno de admiración, aunque de una forma prescindible, similar a «admirar» que madonna lleve decadas dando el coñazo
Sin dudas, con seguidores y detractores, todos podemos concluir que Loquillo y los trogloditas forman parte de nuestra cultura musical, nos guste o no. Y eso es decir Loquillo al micro y Sabino a los mandos de la nave.
Lo que vino después, la carrera solitaria del Loco a mi me parece muy desigual, aunque siempre que viene a mi ciudad voy a verlo solico o con Nu-Niles, a mi me da lo mismo, canta igual en una sala chica que en el escenario del Interestelar (como se llama ahora). Por descontado, el Loco pensador poeta y escritor me resulta absolutamente prescindible, pero su oficio se lo sabe, y da bien la nota sobre el escenario.