AZAZ, Siria.
La ciudad de Azaz, en el norte de Siria, es hoy un cementerio de carros de combate, producto de los intensos enfrentamientos registrados este verano entre las fuerzas del gobierno de Bashar al-Assad y el Ejército Libre Sirio (ELS). A lo largo del cruce de caminos que divide la ciudad se amontonan, entre escombros y agujeros de bombas, amasijos de hierros de lo que antaño fueron los blindados del ejército regular. Toda esta maquinaria, la mayor de las pesadillas para la gente de Azaz, se ha convertido ahora en el patio de recreo y diversión para los niños.
Ahmad tiene diez años y juega columpiándose del cañón de uno de los carros de combate destruidos enfrente de la mezquita. Lo que más le gusta es trepar por las cadenas, meterse dentro del vehículo y hacer como que dispara moviendo arriba y abajo las palancas de metal oxidado. Su padre, que ha venido con él a la ciudad a hacer unas compras, no le quita el ojo de encima mientras aparecen más niños que se unen a la diversión. “En este lugar se libró la gran batalla. El Ejército Libre llegó a destruir más de 40 blindados aquí”, comenta.
Detrás del blindado sobre el que juega Ahmad y sus amigos, se encuentra la mezquita de la ciudad con su fachada principal en ruinas. Desde el tejado cuelga una gran lona blanca con letras negras en caracteres árabes. Son los nombres de los muertos, los llamados mártires de la revolución que fallecieron en Azaz durante la encarnizada batalla de este verano.
Desde que la guerra llegó a esta región ya no hay clases. Los chavales corretean ahora ociosos por las calles o ayudan a sus familias en tareas domésticas. Las escuelas, si no están tomadas por los soldados del ELS, son improvisados centros para alojar a los desplazados que huyen del horror en Alepo y sus alrededores.
Sus habitantes intentan poco a poco recuperar la normalidad pero todavía es difícil. Muchas tiendas llevan cerradas desde que se produjeron los primeros combates. Algunas fueron destruidas y otras saqueadas e incendiadas por los soldados. Sus dueños, si aún viven, hace mucho que se fueron al norte buscando la frontera. Los ataques aéreos de la aviación del régimen todavía persisten sobre las ciudades que, como Azaz, pertenecen hoy a la llamada “Siria liberada”. Mientras tanto en Alepo, a sólo unos pocos kilómetros hacia el sur, continúa un pulso interminable entre las fuerzas de la oposición y las tropas del ejército regular.
Según se atraviesa la ciudad, por todas partes pueden observarse los estragos de la guerra. Como si de una pintura se tratase, los socavones, escombros, agujeros de bala y cristales rotos, dibujan a su paso un paisaje desolador. Los soldados de este “Ejército Libre” montan check-points en turnos de 24 horas en todas las entradas y salidas por carretera. La ciudad está cerrada a cal y canto ante el miedo de intrusión de informadores del gobierno. “Los espías de Bashar están por todas partes. Les pasan la información a la Sabbiha, —la milicia progubernamental— o a la fuerza aérea para que sus aviones sepan dónde lanzar las bombas”, comenta Abu Nasser, soldado del ELS.
“Al tayara, al tayara” (“el avión, el avión”), dice. Es lo que le quita el sueño a él y los habitantes de Azaz. “Viene siempre por la mañana o al atardecer. A veces tan solo hace unas pasadas para asustar y luego se va”, nos explica. Desgraciadamente no fue así el pasado viernes cuando al despuntar los primeros rayos de sol, un Mig de la fuerza aérea siria soltó dos bombas sobre una casa a la salida del pueblo matando a las once personas que dormían en su interior, seis de ellas niños.
Tras 18 meses de conflicto la cifra de muertos en Siria asciende a más de 30.000, de los cuales dos tercios son civiles, según afirma el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. En Siria, como en todas las guerras, son ellos los que se llevan la peor parte. A los vivos sólo les resta enterrar a los muertos y observar a sus hijos jugar entre la chatarra de viejos tanques desvencijados.
Fotografía: Diego Represa
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