José Luis Pardo
El cuerpo sin órganos. Presentación de Gilles Deleuze
Pre-Textos, Valencia, 2011
Desde que en 2005 recibiera el Premio Nacional de Ensayo por La regla del juego, uno de los libros de filosofía más interesantes de los últimos años, José Luis Pardo ha demostrado de manera constante en sus ensayos y artículos —reunidos en los volúmenes Esto no es música (2007), Nunca fue tan hermosa la basura (2010) y Estética de lo peor (2011)— que tiene una habilidad especial para caminar con solvencia por el alambre de funámbulo en el que se mueve la filosofía (siempre al borde del abismo, dada su condición problemática e incluso aporética), sabiendo conjugar la dimensión didáctica del pensamiento con su vertiente más creativa. Enfrentada conscientemente a una pregunta fundamental (“¿cómo escribir un libro de filosofía hoy?”), la obra de Pardo se puede leer —tanto en la forma como en el contenido— como una consecución milagrosa del “más difícil todavía”:
— Escribe con un cuidado estilo literario sin perder profundidad filosófica. A su vez, mantiene el rigor conceptual sin caer en el tecnicismo académico, que suele quedar “inutilizado para la vida” por el abuso del vocabulario especializado.
— Sostiene un diálogo permanente con los principales pensadores de la historia de la filosofía, tanto antiguos como contemporáneos, pero no para quedarse en ellos sino para pensar con ellos y desde ellos los problemas fundamentales que a todos nos incumben.
— Vuelve la mirada hacia el mundo, hacia la sociedad, y busca el enfoque práctico, pero sin caer en esa divulgación mostrenca que tantas veces degenera en manual de autoayuda. Se dirige a un público general, no especializado, pero le exige el esfuerzo y la concentración que son necesarios para adentrarse en las cuestiones filosóficas.
— Suele tomar la literatura y el arte como punto de partida para la reflexión, pero no se queda en mera crítica literaria o comentario de obras artísticas sino que hace fructificar esa lectura estética en un análisis pertinente sobre nuestro tiempo.
— Muestra un evidente interés por la cultura popular, pero elude las posiciones extremas de apocalípticos e integrados. En este sentido, destaca su constante reivindicación de la música pop y, más en concreto, de los Beatles. Seguramente Pardo es el primer filósofo que ha elevado las figuras de Lennon y McCartney a categoría epistemológica.
— Analiza de manera original problemas y conceptos que entrañan gran dificultad, y suele tener a mano un ejemplo aclaratorio o un símil brillante para desatascar las cuestiones más farragosas.
— Es capaz de reinterpretar a los clásicos, empezando por los inevitables Platón y Aristóteles, con una lectura sugerente, iluminadora, un enfoque novedoso, que nos permite comprenderlos mejor y los dota de nueva vida al contacto con el presente.
Todo esto hace de José Luis Pardo, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, un caso singular en el panorama filosófico español.
Deleuze, una referencia constante
El cuerpo sin órganos. Presentación de Gilles Deleuze, su último libro, responde a una forma mucho más académica de hacer filosofía, si bien se contagia del peculiar estilo deleuziano a la hora de afrontar los trabajos monográficos. Se trata de una obra introductoria pero completa sobre su “principal maestro”, al que lleva estudiando desde hace más de treinta años. No es la primera vez que Pardo participa en la difusión en español del pensamiento de Deleuze, ya que ha traducido algunas de sus obras (La isla desierta y otros textos, Dos regímenes de locos, Conversaciones) y es autor de una pequeña obra monográfica titulada Deleuze. Violentar el pensamiento (1990). En El cuerpo sin órganos retoma la figura de su pensador contemporáneo de cabecera, con el que ha mantenido una relación sucesiva de deslumbramiento, adhesión inquebrantable, distanciamiento y replanteamiento crítico.
Ya solo por el tema que aborda, centrado en el pensamiento de un autor tan difícil, este libro resulta, como decimos, bastante más técnico y académico que los anteriores. Exige un esfuerzo grande de comprensión y cierto dominio de los conceptos filosóficos, aunque no es necesario ser un experto en Deleuze para poder disfrutar de su lectura. Quizá esto se debe a que hay en él tanto de Pardo como de Deleuze, o tanto del gesto filosófico de Deleuze como del de Pardo.
En sus páginas se va convocando a una serie de filósofos como Platón, Aristóteles, Plotino, Spinoza, Leibniz, Kant, Marx, Nietzsche, Bergson, Heidegger, Foucault… que nos ayudan a ir entendiendo mejor los matices del pensamiento de Deleuze (a veces como inversión radical, a veces como contrapunto, a veces como inspiración). No en vano toda la primera época de la producción deleuziana consistió en una labor de deconstrucción genealógica de la filosofía mediante obras monográficas sobre algunos de estos pensadores —Bergson, Foucault, Hume, Kant, Leibniz, Nietzsche, Spinoza— y sobre artistas y escritores como Bacon, Jarry, Kafka, Proust o Sacher-Masoch. Sería ya después, con Diferencia y repetición (1968) y Lógica del sentido (1969), cuando la obra de Deleuze alcanzaría su madurez y pasaría a abordar problemas clave de su pensamiento como la diferencia, el sentido, la esquizofrenia, el cine, la filosofía, etc. Sin embargo, para Pardo esta separación entre dos Deleuzes es también artificial. Deleuze no era “dos” sino muchos más.
A los no adeptos Deleuze se nos presenta como un autor complicado, oscuro, a veces fascinante, a veces aburrido, en ocasiones ilustrativo, en ocasiones tramposo, famoso sobre todo por su participación activa en Mayo del 68 y por su definición de la filosofía —de inspiración hegeliana— como “creación de conceptos”. Lo que más nos divierte son las reflexiones póstumas de su Abecedario. El objetivo principal de su obra es iniciar una variación en el ejercicio del pensamiento, introducir una diferencia en la práctica de la filosofía, tanto en su contenido como en sus formas de expresión. Se trata, pues, de pensar, sentir, querer y desear de forma diferente.
En cualquier caso, el dictum de Foucault de que “el siglo XXI será deleuziano” nos impresiona por su contundencia y nos llena de curiosidad por la obra de este pensador no tan intempestivo como parece.
El gesto filosófico
Para José Luis Pardo la nota genuina de un pensador, su originalidad, reside en su gesto, en el movimiento de su pensamiento.
Frente a las lecturas “internas”, que pretenden interpretar toda la obra de Deleuze centrándose en alguno de los motivos principales de su pensamiento, y también frente a las lecturas “externas”, que tratan de reducirlo a una determinada perspectiva (spinozista, nietzscheana, estructuralista, postestructuralista, marxista, comunista, idealista…) o lo utilizan como una “caja de herramientas” para sus propios proyectos, El cuerpo sin órganos se propone seguir el “movimiento de su pensamiento” —la manera en que Deleuze hace moverse el pensamiento—, captar el “gesto” que realiza para pensar lo que piensa y del modo como lo piensa.
No se trata, pues, de seguir a Deleuze en su trayectoria, analizando las distintas fases o etapas de su pensamiento, ni de ocuparse de los asuntos, argumentos o temas principales que va abordando en cada momento. Se trata más bien, dice Pardo, de una operación de sustracción (sustraer algo del original) y selección (seleccionar lo que ha de quedarse). Esta sustracción-selección no consiste en quedarse con un número determinado de elementos de un conjunto uniforme, sino de detectar de manera “salvaje” o “directa” aquellos elementos capaces de dar la impresión de Deleuze, captando los movimientos que hay de unos elementos a otros. Eso es lo que hacía Deleuze cuando interpretaba, por ejemplo, a Maurice de Gandillac en dos o tres páginas, y eso es lo que se propone hacer Pardo con Deleuze. Toda la obra sin sus partes: el cuerpo sin órganos.
¿Cómo podríamos formular este “movimiento del pensamiento” de Deleuze?
En primer lugar, es un movimiento de “inversión del sentido” con respecto a la filosofía clásica: inversión del platonismo, del aristotelismo, del kantismo, del hegelianismo… Frente al “espacio de la representación” establecido por la filosofía clásica, que adolece de “falta de fundamento”, Deleuze opta por un movimiento que se dirige hacia “el ser en cuanto no-ser”, es decir, hacia el ser en cuanto devenir.
En segundo lugar, Deleuze matiza la idea hegeliana de que la filosofía consiste en poner el presente en conceptos al interpretarla desde una perspectiva radicalmente no-histórica: la tarea de la filosofía es crear conceptos que capten la novedad de su tiempo, el movimiento o devenir de su tiempo, realizando un “diagnóstico”, pero desprendiéndose de la continuidad cronológico-histórica de la actualidad. Los conceptos son las innovaciones o creaciones propias del pensamiento, y la filosofía es el conjunto de esas creaciones.
Además, hay variaciones decisivas entre las distintas obras de Deleuze. Por ejemplo, los “acontecimientos” de la Lógica del sentido no son los mismos que los de Mil mesetas o que los de Anti-Edipo, o la crítica de la semejanza en Diferencia y repetición no es la misma que la de Lógica de la representación. Hasta la misma idea del “cuerpo sin órganos”, que sirve para dar título al libro, resulta problemática, pues “es una suerte de principio especulativo, sin imagen, idea pura del cuerpo que ningún socius histórico puede agotar […], se trata de una idea que transpira una infinita confianza en el infinito y en la superación de la muerte, lo que recuerda poderosamente a las no menos extrañas afirmaciones de Spinoza en la Ethica, según las cuales el morir puede ser algo diferente de volverse un cuerpo sin vida”, como dice Pardo en la última página.
Realizado el recorrido de este libro por el gesto filosófico de Deleuze, quedan clarificados algunos de sus conceptos fundamentales como el de representación, diagnóstico, diferencia, deseo, valor, etc. En este sentido, resulta muy sugerente el planteamiento que hace Pardo de la cuestión de la “Poesía e Historia” a partir de la declaración de Deleuze sobre la coincidencia de los actos poéticos, por una parte, y las acciones políticas y acontecimientos históricos, por otra. Todas las dualidades a las que el Anti-Edipo da lugar —deseo e interés, molecular y molar, esquizofrenia y paranoia, etc.— pueden proyectarse retrospectivamente sobre la dualidad “poesía (en general, arte) e historia”, cuestión que ha recorrido toda la historia de la filosofía desde que Aristóteles la formulara en su Poética.
El intérprete y lo interpretado
Deleuze dejó escrito que nadie habla mejor de la obra de un filósofo que el filósofo mismo, pero quizá sea obligación del intérprete hacer mejor lo interpretado, como sucede, por poner dos ejemplos muy dispares, al doctor Johnson con Boswell o a las Variaciones Goldberg con Glenn Gould. Pues bien, Pardo lo consigue con Deleuze: lo hace mejor, más accesible, más inteligible.
Pardo explica a Deleuze mejor que Deleuze a sí mismo.
Es un placer leerle, ameno y profundo. Me encanta.
Excelente! Basta de fidelidades y persecución de coherencias, la creación parte de la inspiración fruto de la interpretación fragmentada e incoherente, escogida quizá desde las tripas.
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Con respecto a la última frase, Deleuze decía que un filósofo no tiene tiempo para explicar lo que dice, que no es posible decir algo y explicarlo a la vez. Se refería al trabajo del comentarista, que por un lado debe ser muy modesto, pero también que «si se hace bien», se puede hacer filosofía (con el comentario o la historia de la filosofía). Un gran ejemplo: François Zourabichvili.
Deleuze es el filósofo más importante del siglo xx. a parte de poner patas arriba a Hegel, creó el concepto de Rizoma. (Internet o las células móbiles islámicas) si el sr. Pardo se ha puesto en ello me parece una heroicidad. Intentaré leer su libro.
Deleuze es un trilero, coño.
Me gusta lo de trilero… no tanto por Deleuze (no me siento capaz de analizar su manejo de los cubiletes)… como por múltiples ejemplos de intelectuales varios… casi todo se va en «la forma» (de esconder las palabras)…
Quien quiera adentrarse en la fronda deleuziana debería verse sus «Abecedarios», en los que expone con muchísima naturalidad y sensatez la intuición fundamental de su pensamiento. En el fondo no es tan difícil, cuando se comprende que su trabajo consistía en buscar radicalmente la inmanencia, leer sus libros deja a uno atónito por su impresionante capacidad para ir siempre más y más hacia lo inmanente, incluso cuando parece que ya no se puede llegar más lejos.
Tu última línea que ya lo e pensado cuando leo a Deleuze me recuerda al «acaecer» del pensamiento de Heidegger
Dios mío, qué dolorrrrr de cabeza maaás grandeeeee. ¿Será Deleuze o una hemorragia subaracnoidea?