“Tienes que hacer algo de ejercicio si quieres fortalecer ese cuerpecito huesudo y débil, muchacho” —le dijo el doctor de la familia tras una breve exploración general. “Algo como, por ejemplo, correr te vendrá bien para crecer saludable. Si me haces caso, serás un hombre hecho y derecho, Dave”.
A pesar de su corta edad y de los pájaros que suelen rondar por la azotea de un niño, David se tomó muy en serio la recomendación del médico y comenzó a correr. De hecho, no había día en el que no se le viera —hiciera buen tiempo o no— recorriendo a buen ritmo las calles de Canton con sus pálidas y delgadas piernas llamando la atención de sus paisanos.
Canton conoció su boom poblacional en 1950, precisamente el año en el que David vino al mundo. Sus poco más de 115.000 habitantes fueron la cota más alta de esta ciudad de Ohio que hoy en día presenta a unos 70.000 hombres y mujeres censados. En septiembre de 1963, Canton abriría al público las puertas del Salón de la Fama del Fútbol Americano Profesional; para entonces, el disciplinado Dave conocía cómo sortear cada bache de las calles y caminos de su localidad. Ya había cumplido los trece años.
Llegado el momento de dar el salto a la universidad, se decidió por un college cercano: Bowling Green State University (BGSU), en el mismo estado de Ohio. Allí conocería el programa de atletismo, la disciplina que le reportaría una efímera fama mundial poco tiempo después. Ya en 1970, durante su año de freshman, Dave logró hacerse con el segundo puesto en el campeonato nacional universitario (NCAA) de la milla. Solo cedía ante un más experimentado Marty Liquori que había sido finalista de los 1.500 en México’68.
En Bowling Green sabían que tenían a alguien especial en el medio fondo y el año 71 debía ser el de la confirmación de Dave. Como quiera que las expectativas no tienen por qué ir ligadas a la realidad —y que esta es más bien quien marca el ritmo de los acontecimientos— 1971 fue un año aciago para David. Surgieron las lesiones y el chaval de Canton tuvo que pasarlo casi en blanco. La falta de salud le impidió alcanzar objetivo alguno.
Olvidados los problemas físicos, el delgado rubio se presentó a los campeonatos nacionales universitarios de 1972 en la prueba de los 1.500 metros y se hizo con el título. Sin duda, Dave Wottle era algo más que un chico empecinado en correr para superar su débil constitución física. Las victorias en las pruebas citadas le llevaron a competir en los trials norteamericanos que decidirían que atletas serían los que iban a representar a los EE.UU. en los Juegos Olímpicos de Múnich.
Wottle había fijado su foco en los 1.500, la prueba en la que deseaba clasificarse para los Juegos, pero decidió asimismo apuntarse a los 800 de los trials tras un consejo que le dio Mel Brodt, su entrenador de BGSU. Brodt le sugirió correr la carrera de las dos vueltas para trabajar su rapidez de cara a los 1.500, su especialidad.
Dave se explicaba antes de la carrera: “Estoy simplemente preparándome para los 1.500. Yo no soy un corredor de media milla. Corro carreras estúpidas, no tengo ninguna idea de lo que estoy haciendo. No poseo ni un cuarto de la velocidad que tienen esos chicos en Europa. ¿No puede un chico pasar solo un buen rato?”
Los espectadores que siguieron los trials asistieron a un hito difícilmente predecible. En la prueba de los 800, una de las más exigentes del programa atlético, Dave Wottle a sus 21 años, y sin experiencia internacional, igualaba la plusmarca mundial del neozelandés Peter Snell al parar el crono en 1:44.3. Un estudiante de historia de BGSU acababa de lograr un récord del mundo sin haber salido jamás a competir con los mejores del planeta.
Los trials americanos sirvieron para que Dave pudiera volar hasta Alemania y participar en los 800 y los 1.500 metros representando a su país. La historia de Wottle habría servido para ser muy tenida en cuenta si no llega a ser porque el joven estadounidense estaba siendo preso de dolores tendinianos en ambas rodillas desde varias semanas antes de llegar a Múnich. En el mismo equipo nacional se dudaba sobre si sería o no capaz de competir. Aunque a decir verdad, sus rodillas no eran su aspecto que más estaba dando que hablar.
El joven de Bowling Green había puesto patas arriba el mundo del atletismo patrio al casarse el 15 de julio, entre los trials y los Juegos, y marcharse de luna de miel con Jan, su recién estrenada esposa. Lo había hecho en contra de los deseos de Bill Bowerman, seleccionador estadounidense y un hombre de la vieja escuela. Lo cierto es que Dave no reunió el valor para decirle a su prometida que el enlace habría que aplazarlo para mejor ocasión… o sencillamente no quiso hacerlo.
“Dave Wottle está disfrutando de una agradable luna de miel, pero será un tipo afortunado si logra pasar la primera ronda de los 800 metros en Múnich” —comentaba Bill Bowerman al diario Register-Guard de Eugene, Oregón.— “Yo no quisiera que nadie pensara que soy un mojigato. Estoy tan interesado en el sexo como cualquiera. Pero la cosa más importante que vamos a hacer aquí es competir en los Juegos Olímpicos.”
En una entrevista concedida muchos años después, Wottle detallaba su situación de aquellos días:
“Me lesioné. Corrí los trials y me clasifiqué para los JJ.OO. en el 800 y el 1.500 y eso fue hacia el 9 de julio, y me casé el día 15. Entonces me fui de luna de miel durante unos días y me incorporé a la selección el 20 de julio. Estábamos reunidos en Bowden College en Maine. Bill Bowerman, el entrenador de atletismo, estaba muy en contra de que me hubiera casado antes de los Juegos. Ya sabes, estaba chapado a la antigua y no le culpo ahora, a posteriori. Pero de ninguna manera le iba a decir a mi prometida seis días antes de casarme que no iba a poder ser. Entonces, traté de demostrarle a él, una vez estuve de vuelta en Maine tras mi viaje de novios, que aún podía hacerlo. De todos modos, durante un entrenamiento duro que realicé durante mi luna de miel, me apareció una tendinitis en mi rodilla izquierda. En Maine tuve que bajar la distancia de los entrenamientos. En lugar de correr 60/80 millas a la semana, que es lo que me habría tocado hacer, solamente pude practicar entre 15 y 20. Al Buehler, que era el entrenador de Duke, era el que se encargaba de entrenar la distancia y Bowerman, el entrenador jefe. Al me decía qué ejercicios podía hacer y me animaba. Los planes que Carl Bowerman tenía para mí, los había tirado a la basura. Yo no era capaz de seguir el trabajo que me había asignado. Como es sencillo de suponer, con 15 o 20 millas no estás corriendo demasiado. No estaba donde me habría gustado estar. Estaba en mi punto álgido durante los trials y simplemente tratando de salir adelante cuando llegaban los JJ.OO.”.
Llegada la hora, era cuestión de observar la evolución de la tendinitis y tomar la decisión lo más próxima posible a la fecha de la primera competición. El 31 de agosto se corrían las ocho series de la primera ronda de los 800 metros y entre los galenos y el propio atleta consideraron que Wottle podría vestirse de corto. Dave fue segundo (1:47.6) en la cuarta manga por detrás del etíope Mulugetta Tadesse y por delante del germano occidental Josef Schmidt, último en clasificarse para las semifinales de entre los de su serie.
Las semifinales tuvieron lugar 24 horas después y a Wottle le tocó en suerte la segunda de las tres series en las que se dirimirían las ocho plazas para la gran final del día siguiente. El sistema escogido fue el de pase directo para los dos primeros de cada manga a los que acompañarían los otros dos mejores tiempos. Un sorprendente Wottle asombraba ya a muchos asistentes a las semifinales por su particular forma de correr; ganaba la segunda serie con un tiempo discreto (1:48.7) aventajando en una décima a Franz-Josef Kemper, representante de la República Federal de Alemania.
Correr mermado de facultades no le estaba resultando sencillo a Dave como él mismo relataría tiempo después:
“Yo no estaba muy confiado y mi preparación mental era muy mala. Me alegro de que mi mujer me acompañara. Ella me animaba y también lo hacía el entrenador Brodt que vino hasta Múnich antes del 800. Me sentó y me dio una charla preparatoria. Me dijo que la base de kilometraje que llevaba en mis piernas durante el año me llevaría adelante y que estaría bien cuando compitiera. Puede sonar como algo trivial pero cuando tu entrenador te sienta y te dice que estarás bien, te da algo de confianza”.
El 2 de septiembre era el día de la final de los 800, aquella carrera a cuyos trials se había apuntado el bueno de Wottle “para trabajar su rapidez de cara a los 1.500”. El de Ohio partía entre los favoritos al haber igualado el tope mundial algunas semanas antes. Pero su falta de experiencia internacional, el hecho de que su especialidad fuera el kilómetro y medio y, sobre todo, su dudoso estado físico hacían que la responsabilidad recayera más sobre el keniata Robert Ouko, el alemán del Este Dieter Fromm y, en especial, sobre el soviético Yevgeniy Arzhanov. No en vano, el ucraniano de Kalush llevaba cuatro años de claro dominio en la prueba.
Ataviado con una gorra de golf y con el dorsal 1033 en su camiseta, el delgaducho norteamericano partía por la calle 3. Al disparo de la pistola los contendientes echan a correr en pos de conseguir una buena situación de carrera; todos excepto Wottle que queda claramente descolgado desde el inicio de la prueba. Pasados diez segundos, al americano ya se le ve a unos 15 metros del grupo. El narrador de la televisión norteamericana no duda en resaltar la situación de su compatriota y duda si se trata de una estrategia para no sufrir los roces típicos de una carrera tan rápida o si simplemente Wottle “está seriamente lesionado”. Al cumplirse el paso por meta, Dave Wottle sigue descolgado. Los keniatas tiran del tropel y él trata de contactar con el grupo. Lo hace a los 500 metros. Solo quedan 300 para el final y Dave —con su ridícula gorra— tiene a sus siete adversarios por delante.
Cuando se dispone a subir un tanto su marcha para pasar al alemán occidental que le precede, Wottle observa como el favorito Arzhanov cambia el ritmo para dejar la sexta plaza como una centella por la calle 2. Wottle supera al alemán cuando quedan unos 250 metros. Arzhanov llega con suma facilidad a la cabeza de carrera y el de Canton mientras tanto ya ha superado a dos rivales. La velocidad que imprime el soviético hace parecer inútil la aceleración de Wottle pero a falta de 150 metros, Dave Wottle ya es quinto y se lanza a alcanzar al cuarto. El soviético sigue primero, embalado hacia el oro, seguido de los dos africanos. A poco más de 100 para la meta, a poco de comenzar la recta final, el americano supera a Fromm y ya tiene a tiro a los keniatas.
Las zancadas y el braceo de Wottle se muestran cada vez más poderosos. Da la sensación de que tiene las fuerzas intactas. Así vivía Jim McKay, el locutor de la ABC, los últimos 75 metros:
“Se hace con un keniata… Ya tiene al otro keniata… ¿Puede conseguirlo?… ¡Creo que lo ha hecho! ¡Dave Wottle ha ganado la medalla de oro! ¡El hombre que vino de ninguna parte en los trials olímpicos de los EE.UU!”
Vídeo de la final de los 800 de Múnich’72
En una carrera sin precedentes, y tras superar a la pareja de africanos, Wottle sobrepasaba a Arzhanov en los dos últimos metros a pesar de que el soviético se lanzó literalmente en plancha para tratar de evitar la derrota.
El tiempo del vencedor fue de 1:45.86, tan solo 3 centésimas menos que Arzhanov. La marca era lo de menos. Lo que se acababa de vivir era algo único. Jamás un atleta se había impuesto en una prueba tan rápida de una competición del más alto nivel viniendo desde tanta distancia. Nunca había corrido nadie los 800 en cuatro parciales de 200 metros de 26 segundos. Los que tuvieron la suerte de presenciarlo en vivo, no lo olvidarán mientras vivan. Desde el fondo de la carrera y con un ritmo regular —y no premeditado— surgió un titán que se llevó por delante a todo el que quisiera aspirar a colgarse el oro.
El sencillo Dave Wottle estaba casi seguro de haber ganado la carrera pero la plancha del ucraniano hizo que quisiera asegurarse y no respiró aliviado hasta que la finish resolvió el caso.
Sin tiempo para asimilarlo, Wottle subió al primer escalón del podio. Escuchó el himno americano con la mano en el pecho pero sin percatarse de un detalle que le costaría un pequeño disgusto: olvidó despojarse de su ridícula gorra de golf.
Durante la rueda de prensa un periodista australiano le trasladó que se estaba comentando que el gesto de no quitarse la gorra respondía a su oposición a la Guerra de Vietnam. Wottle, ajeno a la política, a la prensa y a la fama, dejó escapar alguna lágrima de rabia mientras afirmaba que simplemente no se había dado cuenta de que la llevaba puesta y que de haberlo sabido, se la habría quitado al momento.
Wottle recibió pronto telegramas —no en vano se había impuesto a un soviético— tanto de Richard Nixon, presidente del Gobierno de los EE.UU. como del vicepresidente Spiro Agnew, cuyo mensaje decía:
“Con gorra o sin gorra, eres el tipo de americano que respeto”.
La gorra de golf acompañó a Dave Wottle durante su corta carrera como atleta ya que según él mismo: “Me di cuenta de que sin la gorra nadie sabía quién era, y ya nunca me la quité para competir”.
Según Wottle, utilizó la gorra en Múnich por tres razones. Porque le protegía del sol, porque le servía para frenar el sudor de su cabeza y porque con ella impedía que su cabello —algo largo— le molestara al correr. La cosa es que el complemento del corredor de Canton se hizo tan famoso que entró a formar parte del Salón de la Fama del Atletismo de los EE.UU. en 1977, tres años antes de que él mismo fuera designado para entrar al prestigioso Hall of Fame.
Vaya historia más chula. No tenía ni idea de quién era este chico ni de su mágica medalla de oro.
Bien, Lartun. Sacas una historia de algo de menos de dos minutos. ;)
Fantástica historia, no la conocía en absoluto. Enhorabuena al autor.
Maravilloso.
Vaya proeza la del chico este. Interesante relato y muy guapo el video. Los deportes individuales tienen un sabor especial. Gracias
Pingback: El campeón que apareció desde el fondo
No me ha quedado muy claro si es Carl o es Bill Bowerman. Quizá habría que buscar no cometer errores, porque manchan un poco un gran artículo.
Es Bill, disculpa y gracias por el aviso.
Dos comentarios:
– Hace gracia que el cometarista diga: «Mike Boit, the surprise fron Kenya»…Aquellos tiempos en que un keniata en una final era ¡una sorpresa! Se ve que por entonces el medio fondo era todavía cosa de blancos primermundistas.
-El artículo, que más que un artículo parece una hagiografía, considera muy meritorio que: «Jamás un atleta se había impuesto en una prueba tan rápida de una competición del más alto nivel viniendo desde tanta distancia.» A esa estrategia, y lo sabemos bien los que hemos corrido, lo llamamos chupar rueda, no dar la cara, chupasangre, y otros apelativos francamente ofensivos que me callo. En cualquier caso, se trata de un comportamiento en carrera que no es precisamente para estar orgulloso, aunque al final le saliera bien.
Discrepo. Wottle corre así porque no puede permitirse el lujo de romperse y menos en el ocho que no era su prueba -en el milqui no pasó de semis-. Tenía las rodillas mal y corre así porque cree que no puede forzar de inicio.
A mí me parece, estando lesionado aún más, que un atleta din experiencia internacional hiciera lo que hizo.
Un saludo
«es meritorio que un atleta sin experiencia» quería haber dicho.
Fue así. Recuerdo la narración de Antolín García: Ahí va el hombre de la gorrilla… va a ganar… va a ganar…
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