Final liga yugoslava de 1987
Suena la bocina en el Palau. Final del partido. 73-82. Sasha Djordjevic no se retira al vestuario junto a sus compañeros. Alza los brazos con los dedos índices apuntando a la grada en señal de triunfo. Nacho Rodríguez le intenta sacar de la pista a empujones. El Real Madrid acaba de ganar la ACB en el quinto partido de una sorprendente y polémica final contra el F.C. Barcelona. El gesto del temperamental base serbio contiene un mensaje reivindicativo. Ha vencido otra vez, así que no estaba tan acabado como muchos pensaban. El verano anterior había abandonado el club catalán. AítoGarcía Reneses no le quería. El orgullo de Sasha reclamaba revancha. La encontró frente al eterno rival. Ante el entrenador que rechazó sus servicios y la afición que antaño le idolatraba.
En aquel momento ya superaba la treintena y ofrecía varias señales de declive. Pero daba igual. La calidad de las estrellas tarda en apagarse, casi tanto como su autoestima. Djordjevic no paró hasta levantar los brazos en el Palau Blaugrana con la camiseta del enemigo. Fue su último gran logro como jugador profesional. La culminación de una carrera impresionante, que empezó a escribir en los ochenta en su querida Yugoslavia.
De la tiranía de la Jugoplastika al triple mágico de Estambul
Aleksandar nació en Belgrado en 1967. Con su padre (el entrenador Bratislav Djordjevic) como inspiración, comenzó en el modesto Radnicki antes de recalar en el Partizan de Belgrado. Entre medias, un paso breve por el Estrella Roja, cuyos técnicos no valoraron sus cualidades. Debutó con la primera plantilla en el curso 83-84. Base cercano al 1,90, debía demostrar en la durísima liga yugoslava que no era un talento más, sino un producto especial del inagotable vivero balcánico. La misión se antojaba complicada. Había dentelladas entre los principales equipos del país por conquistar el trono local. El Partizan tenía una competencia feroz representada por la Cibona de Zagreb del fascinante Drazen Petrovic o el Zadar. Con todo, el conjunto entrenado por Dusko Vujosevic ganó la liga yugoslava en 1987. El triunfo tuvo mayor eco gracias al rival al que se enfrentaron en la final: el Estrella Roja, el vecino incómodo de Belgrado.
La alegría por el campeonato duró lo justo, hasta que se cruzó en el camino la Jugoplastika de Split. La irrepetible formación que amargaría al Barcelona en la Copa de Europa se encargó de frustrar los anhelos del Partizan en la competición doméstica. Derrotó al equipo de Sasha, cada vez más asentado como referente, en tres finales de liga: 87-88, 88-89 y 90-91 (en esta última con el nombre de Pop 84). En la final de 1988, Kukoc se emparejó con Djordjevic en varios momentos . No era una excentricidad de Maljkovic, sino una decisión provocada por una rotación escasa. Había que aprovechar al máximo la versatilidad del portentoso alero croata.
El pujante Partizan de la segunda mitad de los 80 contaba con jóvenes promesas del nivel de Divac, Paspalj, Danilovic o el propio Djordjevic. Tenía demasiada calidad para conformarse con un papel secundario en el reparto. La Copa Korac de 1989 (conquistada frente al Cantú italiano) fue el primer aviso al resto del continente. Después, Divac y Paspalj abandonaron Europa rumbo a la NBA. Dos pérdidas sensibles que fueron contrarrestadas por el crecimiento sobre la pista de Djordjevic y Danilovic, una pareja demoledora. En torno a ambos se construyó el Partizan más recordado de la historia.
Entre tanto, el avispero de los Balcanes emitió un zumbido sobrecogedor. No por previsible resultó menos impactante. Eslovenia y Croacia comenzaron su lucha por la independencia, que pronto se trasladó a Bosnia. El gobierno de Yugoslavia rechazó la posibilidad de la secesión. A partir de entonces, la escalada de violencia fue cruel e imparable. El deporte no se libró de las consecuencias. La inestabilidad en la zona propició una medida polémica de la Comisión de Organización de las competiciones europeas de la FIBA. Los equipos yugoslavos tendrían que jugar fuera de su país los encuentros que disputasen como locales. La medida afectaba directamente al Partizan de Djordjevic. Fuenlabrada, una población madrileña que presumía de nuevo pabellón, ofreció sus instalaciones. El Partizan aprobó la alternativa con resignación.
Antes del recordado Europeo de Roma (1991), Zeljko Obradovic, compañero de Djordjevic en el puesto de base, había decidido retirarse para entrenar al conjunto de Belgrado. Un bloque inexperto y exiliado con un técnico novato. No era la mejor manera de encarar la Liga Europea 91-92. Sin embargo, el Partizan convirtió el Fernando Martín en una fortaleza de difícil acceso para el oponente. El público local se volcó con sus inquilinos y en la fase inicial sólo perdieron un partido en Fuenlabrada (ante el Estudiantes), pero su irregularidad en los desplazamientos les condenó a la cuarta posición del grupo B. Un puesto con regalo envenenado. El cruce de cuartos sería frente al Knorr de Bolonia, primero del grupo A. Todos apostaban por los italianos, entrenados por un nuevo valor de los banquillos europeos, Ettore Messina. Los talentosos yugoslavos jugaron sin presión, lo cual les solía dar excelentes resultados, y eliminaron a su adversario. El “Partizan de Fuenlabrada” estaba en la Final Four de Estambul.
Los de Obradovic, para variar, tampoco eran favoritos en semifinales. No les importó. Batieron al Philips de Milán (82-75) y se citaron en el partido decisivo con el Joventut de Badalona, verdugo de Estudiantes. Habían conseguido lo impensable a comienzos de temporada, pero puestos a pedir, ¿por qué no culminar la gesta?
Djordjevic y el resto de miembros de la plantilla sufrieron mucho durante el torneo. Tuvieron que mantener la cabeza fría mientras los Balcanes se desangraban y nadie aseguraba la seguridad de sus familias. Fue una experiencia terrible que forjó una mentalidad de acero sobre la cancha. Ganarían o perderían, pero jamás hincarían la rodilla antes de tiempo en la ciudad turca. El Joventut, dirigido por Lolo Sainz, atravesaba la mejor época de su historia. No obstante, pronto descubrió que la final tenía trampa. En esencia, porque enfrente estaban Djordjevic y Danilovic. Entre los dos se las arreglaron para replicar al poderío ofensivo verdinegro en la primera mitad. El base llevaba 14 puntos al descanso. Danilovic sumaba 11. El Joventut no podía con ellos y agradeció la llegada del intermedio. Se marchó al vestuario cediendo por seis puntos (40-34).
En la reanudación, el Partizan amenazó con romper el partido, pero el empeño de Jordi Villacampa y Harold Pressley volteó el marcador. El choque se consumía. Tomás Jofresa, factor sorpresa de los catalanes, y Djordjevic anotaron sendos triples. Último minuto. 68-68. Danilovic cometió la quinta falta personal. A continuación, un palmeo del corpulento Corny Thompson en la lucha por un rebote concedió al Joventut la posesión que parecía definitiva. Tomás Jofresa penetró con decisión y encestó un tiro ajeno a la ortodoxia. 68-70. La “Penya” sentía que la copa era suya. Koprivica sacó de fondo cuando restaban nueve segundos. Djordjevic cruzó la pista con la mirada perdida y la cabeza obsesionada con la canasta rival. Tomás Jofresa le siguió hasta donde pudo. Hasta la zona de tres puntos más próxima al banquillo del Joventut. Allí el genio de Belgrado, en carrera, realizó una suspensión perfecta. Mecánica depurada para una muñeca letal. El balón entró ante la incredulidad desesperada de los jugadores verdinegros. Quinto triple de Djordjevic, partido y primera Copa de Europa. “La madre que lo parió”, se oyó en la narración de Antena 3 Radio. 71-70. El majestuoso Danilovic (25 puntos en la final) fue elegido MVP. Sin embargo, la memoria del aficionado es más generosa con el increíble lanzamiento que consumó la gesta del Partizan, también vencedor de la liga y la copa yugoslava de ese año. Sus integrantes colocaron una venda que, al menos por unos instantes, intentó tapar la herida más sangrienta. La guerra que destrozaba los Balcanes.
Últimos instantes final Euroliga 1992. Triple de Djordjevic al Joventut. Narración Antena 3 Radio
Lega, NBA y recurso de emergencia del Barça
A la conclusión de la temporada 91-92, con la locura de la Final Four todavía reciente, Djordjevic salió de Belgrado. Italia fue su destino. Pasó dos cursos en Milán (en la Philips de Mike D’Antoni, víctima del Partizan en Estambul) y otros dos en Bolonia, en la Fortitudo. Sasha volvió a ganar la Copa Korac en su primer año en la Lega. En la final contra la Virtus de Roma se quedó a gusto (anotó 29 puntos en la ida y 38 en la vuelta). Sería su único título en el país transalpino. En 1996, el Stefanel de Milán de Tanjevic y Bodiroga (resultado de la fusión entre el Stefanel de Trieste y el Recoaro Milan) derrotó a la Fortitudo (entonces llamada Teamsystem) de Scariolo y Djordjevic en una apretada final por el “scudetto”. Era la primera vez que los boloñeses llegaban a la serie decisiva, con una contribución clave de Sasha.
Pese a las decepciones, Aleksandar se consolidó en la élite del baloncesto continental. Mientras que en Belgrado era director de juego antes que ejecutor, en la Lega firmó unas estadísticas escandalosas. Superó los 20 puntos por partido en tres de sus cuatro campañas en Italia. En la segunda, promedió más de 27 (máximo anotador del campeonato) y también lideró el ránking de asistencias (3,9). Era el primero en la historia de la competición que acababa un curso en cabeza de los dos apartados. Además, fue el mejor del torneo doméstico en porcentaje de triples anotados en la temporada 1992-93 (casi un 51%). En aquellos años sustituyó el “look” juvenil por los dos rasgos de su apariencia más recordados: la cabeza rapada y las coderas, necesarias al principio por una bursitis. La Lega le confirmó como el base más decisivo de Europa y la NBA quiso probar su potencial. Djordjevic se incorporó a los Portland Trail Blazers con vistas a la campaña 96-97.
Sasha parecía preparado para el desafío seis años después de flirtear con los Boston Celtics. Llegaba a Oregón con grandes expectativas, pero quería protagonismo inmediato. Algo muy complicado si venías del otro lado del charco. Con esta mentalidad, no disfrutó demasiado del viaje y calentó banquillo a la sombra de Kenny Anderson durante ocho partidos. Sus números: 61 minutos en pista y 3,1 puntos por choque. Camino de las 30 primaveras, Djordjevic concluyó que no era el momento de apostar a largo plazo. Escuchó ofertas del baloncesto FIBA y desembarcó en la ACB. El F.C. Barcelona, perdedor patológico de finales europeas, le esperaba ansioso para finiquitar su fatalismo.
El club culé, envuelto en dudas por su juego y resultados, veía en el maduro Djordjevic al antídoto adecuado. Al remedio eficaz contra la maldición instaurada por Wright (1984) y culminada, justo la temporada anterior, con el tapón ilegal de Vrankovic a Montero. En sus primeras semanas en la ciudad condal regaló algunos tiros ganadores, además de exhibiciones como los 30 puntos con los que despidió al Madrid de la Copa del Rey de León tras dos prórrogas. Era lo habitual antes de su marcha a la NBA. El equipo de Aíto García Reneses, un plantel experto comandado por el propio Djordjevic y el elegante Arturas Karnisovas, consiguió plantarse en la Final Four de Roma. Otra vez a las puertas del éxito absoluto. Todas las miradas (y gran parte de las esperanzas) reposaban sobre el serbio. Cumplió en semifinales, ante el Asvel Lyon, con 17 puntos claves para asegurar la final. En el duelo definitivo, por el contrario, se evaporó en las manos de David Rivers, el base del Olympiakos. Rivers, un jugador prodigioso, destrozó a los catalanes gracias a sus 26 puntos (73-58). Djordjevic se quedó en seis y un día después cuestionó la táctica de Aíto. Ni Sasha era capaz de ganar una Euroliga vestido de azulgrana.
Al año siguiente, con Manel Comas (luego sustituido por Joan Montes) en el banquillo, todo fue a peor. Ni siquiera existió la posibilidad de revancha. El Barcelona cayó eliminado por el CSKA de Moscú en octavos. La Liga tampoco salvó el curso, a diferencia del año anterior, en el que los catalanes se habían proclamado campeones contra el Real Madrid de Obradovic y Bodiroga (primera ocasión en la historia de la ACB en que el equipo visitante se imponía en el quinto encuentro de una final). El Tau Cerámica de Scariolo le barrió en semifinales (3-0). Un desastre que alejó a la alicaída formación blaugrana de la Euroliga 98-99 y precipitó la renovación del plantel. Aíto regresó y Nacho Rodríguez, Derrick Alston o Milan Gurovic reforzaron la rotación mientras un chiquillo llamado Juan Carlos Navarro entraba poco a poco en la rueda del profesionalismo.
Djordjevic quería demostrar que seguía siendo un líder a pesar de que sus piernas comenzaban a acusar el desgaste competitivo. Sin oportunidad de redención en la Euroliga, el desafío pasó a ser la Copa Korac. Una condena por el mal desempeño liguero que mutó en bendición después de una final épica frente al Estudiantes. El F.C. Barcelona perdió 93-77 en Madrid. La desventaja de 16 puntos dibujaba un panorama desolador, pero los hombres de Aíto se mentalizaron para lograr la remontada en el Palau Blaugrana. El feudo culé comulgó desde el principio con la actitud ambiciosa de su equipo. La fogosidad de la grada espoleó todavía más a los jugadores locales, que machacaron a los aturdidos colegiales sin compasión. El choque acabó 97-70. Djordjevic anotó 18 puntos y volvió a ser protagonista en una final. Esta vez no sólo por sus prestaciones en la pista. En medio de la celebración, el “10” del Barça, con los ojos llorosos, mostró en público una pancarta que rezaba “Stop the war”. Un mensaje referido a los bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia en respuesta a la brutal actuación de las tropas serbias en Kosovo. La guerra se había entrometido de nuevo en la vida del base.
En los playoffs de la ACB, el Barcelona hizo buenos los pronósticos que le situaban como favorito. Ganó a Girona, Estudiantes y Caja San Fernando sin perder ni un encuentro. Una victoria redonda. Era la segunda liga de Djordjevic en España. La última que conseguiría vestido de azulgrana. La relación entre Sasha y Aíto nunca fue fácil tras la Final Four de Roma. Sus caracteres chocaban con frecuencia. Al técnico madrileño le molestaba la escasa intensidad defensiva del yugoslavo y no creía que fuese un timonel apropiado para un nuevo abordaje a la Euroliga. El club prescindió de sus servicios alegando razones físicas y trajo como recambio a Anthony Goldwire (no pudo incorporar a Antoine Rigaudeau, el principal objetivo de Aíto). El Real Madrid aprovechó el regalo. Los blancos ficharon a Djordjevic a finales de septiembre en una operación apadrinada por Sergio Scariolo, entrenador del base en Bolonia. Sasha llegó en sustitución de Jennings y pronto debutó con su nuevo equipo. No había tiempo que perder. Los recovecos del destino comenzaron a tejer el futuro de la temporada 1999-2000.
Con la camiseta blanca, a la conquista del Palau
“No tengo nada que demostrarle a Aíto. No espero que me aplaudan cuando aparezca por Barcelona, pero no tengo ningún reproche que hacer”. Las palabras de Djordjevic a su llegada a Madrid transmitían serenidad. Sin rastro de rencor o acusaciones a los culpables de que abandonase la ciudad condal. Tuvo la frialdad necesaria para comprender que aquel no era el momento de hablar alto y claro. Los monólogos sólo los realizaría en la pista.
Sasha tenía la ilusión de un juvenil, pero su energía fue insuficiente en Euroliga (el Madrid perdió con el Asvel francés y quedó fuera de los cuartos) y Copa del Rey (el Barcelona les eliminó en un partidazo de Pau Gasol, que comenzaba a mostrar buenas maneras). En la ACB concluyó la temporada regular segundo, otra vez a remolque del conjunto culé. Ambos se encontraron en el playoff final, con claro favoritismo catalán. Djordjevic estaba donde quería. Frente a quienes se atrevieron a descartarle.
El Real Madrid se metió en la final después de una serie agónica contra Estudiantes, resuelta con mucho sufrimiento en el quinto partido (70-69). La consecuencia más negativa no residió en el cansancio, sino en la lesión de Alberto Herreros. El alero, un referente anotador, vio los tres primeros choques ante el Barça desde la barrera. La eliminatoria tuvo tintes esquizofrénicos. En el primer encuentro, el Madrid apresó el factor cancha del conjunto culé, mientras que el segundo y el tercero contemplaron victorias muy abultadas, una para cada equipo. Los hombres de Scariolo encararon el cuarto duelo con ventaja de 2-1 en la serie. Otro triunfo aseguraba el título, pero no pudo ser. Un excepcional Digbeu, escoltado por los descarados Gasol y Navarro, tomó el Raimundo Saporta (71-80). El campeón se decidiría en el Palau Blaugrana.
El quinto partido venía sobrado de tensión. En la previa del tercer encuentro, Scariolo había criticado la actitud agresiva del Barcelona con el vídeo en la mano. La emisión a la que aludía mostraba a los jugadores de Aíto en el túnel de vestuarios antes del segundo choque. Se conjuraban para repartir en la pista. De todo menos caramelos. El público del Palau no perdonó la postura del preparador italiano. Recibió a los blancos con la garganta caliente.
Los locales tomaron pronto la medida a la línea de tres. El ataque era fluido y la defensa asfixiante, en especial hacia Djordjevic, bien frenado por un correoso Nacho Rodríguez. El base yugoslavo, en ausencia de Herreros, había liderado al Madrid en los cuatro partidos anteriores. En el quinto, sin embargo, estaba apagado. Sólo los puntos de Alberto Angulo mantenían la lucha igualada.
En la segunda parte el Madrid creció desde la defensa. Cerró los espacios y el Barcelona, sin posibilidad de correr, perdió oxígeno. Dueñas y Navarro protagonizaron la última escapada culé (64-57). Entonces apareció Djordjevic, que únicamente había anotado desde el tiro libre. Supo reservarse para el momento clave, como tantas veces en sus años en la ACB (el físico no respondía como antes y tuvo que aprender a economizar esfuerzos). Encestó dos triples consecutivos, uno de ellos con falta de Nacho Rodríguez, para dinamitar la final con la ayuda de Brent Scott. El Barça, desconcertado y sin respuestas, claudicó. Muchos aficionados no asumieron la inesperada situación y lanzaron objetos a la pista. Los jugadores blancos se marcharon con rapidez al vestuario al término del encuentro. Djordjevic no se retiró sin “dedicar” el título al Palau, lo que encrespó a Nacho Rodríguez. La otra anécdota vino servida por Aíto García Reneses y Sergio Scariolo. El entrenador madrileño se despidió del italiano a su manera. “Felicidades por tu victoria, pero no por tu ética”, le dijo mientras recordaba el episodio del vídeo y los 46 tiros libres que ejecutó el Madrid en el partido. Sergio respondió sin cortarse: “No eres buen maestro en eso de la ética, por lo que me han contado”.
Últimos minutos quinto partido final ACB 2000 e incidente entre Djordjevic y Nacho Rodríguez
Djordjevic había consumado su venganza. El Real Madrid volvía a reinar en España seis años después, y con él de protagonista. De nuevo triunfante en cancha enemiga, igual que en 1997. Segunda vez en la historia que el equipo visitante se llevaba el quinto partido de una final ACB…Y segunda vez que lo conseguía Djordjevic. Entre tanta alegría, no sospechaba que acababa de ganar el último título de su carrera como jugador. Al año siguiente, el Barça, en plena eclosión del fenómeno Gasol, conquistó liga y copa ante el cuadro merengue. El bloque campeón terminó de descomponerse el curso 2001-2002, cuando cedieron en cuartos de final de la ACB ante Estudiantes. También se estrellaron, como de costumbre, en Europa. Djordjevic, cerca de los 35 años, renunció a la temporada que le restaba de contrato y abandonó Madrid. Tras unos meses sabáticos mientras le concedían la nacionalidad española, aceptó la propuesta del Scavolini Pesaro.
La vuelta a la Lega no trajo nuevos éxitos al veterano Sasha. Algo razonable teniendo en cuenta que los dos conjuntos por los que pasó en su segunda etapa italiana (el otro fue el Armani Jeans de Milán) tenían un potencial menor que Benetton, Montepaschi o Fortitudo. Pese a la diferencia cualitativa, Djordjevic rozó la posibilidad de levantar un trofeo en dos ocasiones. En la Copa Italia de 2004, guió al Scavolini a la final con 18 puntos en las semifinales contra el Skipper de Bolonia. La ilusión permaneció abierta hasta que la Benetton del MVP Garbajosa la cercenó en el último partido. Más cruel fue el desenlace del curso 2004-2005. Sasha había regresado unos meses antes a Milán. El Armani Jeans accedió al cuarto encuentro de la serie final por el “scudetto” con una desventaja de 2-1 ante el Climamio Bolonia. El bloque lombardo afrontó los segundos decisivos del choque un punto arriba, pero Calabria marró un triple a pase de Djordjevic y concedió una oportunidad al oponente. Rubén Douglas no la desaprovechó. Dio el título al Climamio con un tiro de tres en el último segundo (aprobado por los árbitros en el “Instant Replay”) tras asistencia del gran Gianluca Basile. De paso, amargó la despedida como jugador profesional de Aleksandar Djordjevic, que se retiró al término de la campaña. Dijo adiós con lágrimas en los ojos. Esta vez eran de tristeza.
Coleccionista de medallas con Yugoslavia
A la exitosa carrera de Sasha Djordjevic sólo le faltó un oro olímpico. Un detalle menor dentro de una trayectoria en la que compitió en dos selecciones yugoslavas históricas. La que triunfó en el Eurobasket de 1991, a las puertas de la guerra, y la que dominó el baloncesto FIBA de 1995 a 1998. Dos conglomerados de figuras en los que nunca se resignó a ejercer un rol secundario. Sus cualidades técnicas y su carácter indomable no se lo permitieron.
Aleksandar creció como jugador en paralelo a algunos de los mayores talentos que ha dado Europa. En su compañía consiguió dos oros en categorías inferiores: Europeo Junior de Gmunden’86 y Mundial Junior de Bormio’87. En ambos torneos compartió vestuario con Kukoc, Divac o Radja. Yugoslavia ganó en la final a Estados Unidos (86-76), rival al que, en la primera fase, Toni masacró con su legendario 11/12 en triples.
El inolvidable verano de Bormio regaló otra satisfacción a Djordjevic: el debut en una gran competición internacional con la absoluta (ya se había estrenado en el Torneo de Navidad de 1985). En el Eurobasket de Atenas, a las órdenes del mítico Kresimir Cosic, Sasha no tuvo demasiado protagonismo en un bloque cuyo líder indiscutible era Drazen Petrovic. No obstante, la aportación del bisoño Djordjevic en la consecución de la medalla de bronce ante España fue clave. Entre otras cosas, porque realizó una excelente labor defensiva sobre Epi. El celo para guardar su aro sería una cualidad que Sasha iría perdiendo con el tiempo, a medida que aumentaban sus prestaciones ofensivas.
Después llegaron los Juegos Olímpicos de Seúl, el Europeo de Zagreb y el Mundial de Argentina. Djordjevic no fue convocado para ninguno de los tres eventos. ¿Por qué motivo? No existe una respuesta clara. Drazen Petrovic se calentó con él en un Partizan-Cibona del curso 87-88 y le dijo, a la conclusión del choque, que nunca más volvería a la selección. Unas palabras difíciles de creer por la progresión de Sasha. El caso es que Dusan Ivkovic, técnico del combinado balcánico, no contó con él hasta el Eurobasket de 1991 (en atención a los suspicaces, su vuelta coincidió con la renuncia de Petrovic). En Roma, Yugoslavia se paseó. El país se tambaleaba, pero aquellos jóvenes jugadores (Djordjevic, Divac, Paspalj, Kukoc, Radja, Savic, Komazec, Danilovic…) seguían unidos para reafirmar una superioridad aplastante en la final ante Italia (88-73). Fue el último campeonato que serbios, croatas o eslovenos disputaron juntos. Y no lo acabaron todos. “Jure” Zdovc abandonó el torneo después de que el recién constituido gobierno esloveno prohibiese su presencia contra Francia en semifinales. A partir de 1991, el conflicto nacional se agudizó y Yugoslavia fue sancionada sin participar en competiciones FIBA hasta 1995.
Grecia, el país que había asistido ocho años antes a la puesta de largo de Djordjevic, contempló el retorno del base al escenario internacional. Junto a él, unos jugadores obsesionados con reivindicar a su tierra tras un periodo de oscuridad: Bodiroga, Danilovic, Paspalj, Divac o Savic. Este equipazo se metió en la final con pocos sobresaltos. En ella esperaba Lituania, cantera dorada de la extinta URSS. Si la plantilla yugoslava impresionaba nombre a nombre, la formación báltica tampoco provocaba indiferencia. Ese día salieron de inicio Kurtinaitis, Lukminas, Marciulionis, Karnisovas y Sabonis. En el banquillo aguardaban Einikis, Chomicius o Stombergas.
El duelo fue irrepetible, a la altura de los contendientes. Una de las mejores finales que ha habido en un torneo FIBA. Los yugoslavos, dirigidos por Dusan Ivkovic (con Zeljko Obradovic a su lado) se encomendaron desde el comienzo a la efectividad del letal Sasha Djordjevic. El base de Belgrado fue un martillo en el perímetro. Anotó cinco triples en el primer tiempo y tampoco tuvo problemas en penetrar cuando la defensa lituana se abrió. Su demostración no desequilibró el marcador porque un estelar Sarunas Marciulionis, bien secundado por Sabonis y Karnisovas (casi nada), respondió al desafío.
Lituania se resistía a caer a la lona y devolvía cada golpe en un intercambio de canastas espectacular. Sin embargo, ciertas decisiones arbitrales erosionaron su resistencia. Kurtinaitis cometió la quinta falta al inicio del segundo tiempo. Sabonis, un tormento para los pívots yugoslavos, también tuvo que abandonar la final por personales, en el minuto 35. Entre medias, Djordjevic seguía con la faena. Convirtió el sexto triple, y el séptimo, el octavo, el noveno…Su increíble acierto, apoyado por los 23 puntos de Danilovic (autor de un mate brutal en la cara de Sabonis) (13), allanó la victoria “plavi”. Los árbitros, el estadounidense Tolliver y el griego Pitsilkas, acabaron de desquiciar a Lituania con una falta en ataque señalada a Stombergas y una técnica posterior que enervó a Marciulionis. Sarunas, un líder en el vestuario báltico, encabezó un amago de retirada. Los jugadores lituanos se negaron a volver a la pista hasta que Djordjevic habló con Marciulionis y le convenció. El partido, decantado a favor de los yugoslavos, finalizó 96-90 entre abucheos del público griego, alineado con Lituania. La pitada continuó en la entrega de la copa y durante el himno en honor al campeón. Djordjevic recibió la presea dorada, la besó y se santiguó. Había devuelto a su país a la cima con una actuación antológica en el día decisivo (41 puntos, 9/12 en triples). La interminable guerra y los años de ostracismo internacional comenzaban a quedar atrás.
Actuación de Djordjevic en la final Yugoslavia-Lituania 1995
Sin rival en el basket FIBA
La campeona de Europa acudió a los Juegos Olímpicos de Atlanta consciente de su poderío pero también de su limitación, que respondía al nombre de Estados Unidos. La temida tercera versión del “Dream Team” no poseía el brillo del equipo que maravilló en Barcelona, pero contaba con una nómina inagotable de estrellas NBA: Barkley, Malone, Pippen, Robinson, O’Neal, Olajuwon, Stockton…Ante esta relación, la medalla de plata se presentaba como el objetivo más realista, y así fue. Yugoslavia ganó a todos sus rivales, incluida Lituania en semifinales (66-58) y aguantó el chaparrón de la final como pudo. Cayó 95-69 con 13 puntos de Djordjevic. En el bando americano, David Robinson se paseó por la zona en un día nefasto de Vlade Divac (cuatro puntos y 0/6 en tiros de campo).
Atlanta’96 fue la primera y única aparición de Aleksandar Djordjevic en unos Juegos, pero todavía quedaban torneos internacionales para engordar el palmarés del base. En el Eurobasket celebrado en España en el verano de 1997, Yugoslavia logró el segundo oro continental seguido (mérito igualado por España en 2009 y 2011) tras batir a la Italia de Messina en el partido definitivo (61-49). Djordjevic fue nombrado MVP de la competición gracias a momentos estelares como los 29 puntos (con 5/6 en tiros de tres) que le endosó precisamente a Italia en la primera fase o el impresionante triple sobre la bocina (bastante similar al de la Final Four de Estambul) que derrotó a Croacia (64-62) en la segunda ronda.
Sasha compartía responsabilidades ofensivas con Danilovic, Rebraca o Bodiroga, pero era el eje sobre el que giraba toda la maquinaria. La situación cambió en el Mundial de Atenas, en 1998. Una operación de menisco poco antes del torneo le restó presencia en pista hasta convertirle en el octavo jugador yugoslavo en número de minutos. Los 6,8 puntos que promedió por choque simbolizaron el nuevo orden. Ante las ausencias de Danilovic, Divac o Paspalj, los sistemas de ataque pasaron a estar focalizados en Bodiroga y Rebraca. El refinado escolta, que ese verano se incorporaría al Panathinaikos, estuvo imperial en la semifinal frente a Grecia (31 puntos), mientras que el pívot (16 y 11 rebotes) resolvió la final contra Rusia (64-62). Estados Unidos se quedó en la penúltima ronda tras presentar una formación de circunstancias debido al “lockout” que paralizó a la NBA. La principal beneficiaria fue la Yugoslavia de Djordjevic, quien, como capitán, levantó la copa de campeón. Grecia abrió y cerró el círculo de Sasha con la selección. Nunca más volvería a vestir en un gran torneo la camiseta de su país. Del equipo que le cambió la vida.
Nota del autor: Quiero agradecer en estas líneas los consejos de Juanan Hinojo y Guillermo Ortiz. Sus acertados comentarios, junto al libro Sueños robados (escrito por Juanan), han contribuido a completar este amplio artículo.
Uno de los grandes de verdad y con mayúsculas. Contribuyó enormemente a la magia de este deporte que nos apasiona a algunos. Gracias por el artículo.
http://saliendodesdeelbanquillo.blogspot.com.es
Sasha era un genio sin parangón. Su temperamento y su ímpetu sólo eran superados por su increíble talento.
No conocía el dato de su ‘enfado’ con Petrovic, que parece que explica la recurrente ausencia de Djordjevic en la maravillosa selección yugoslava de finales de los noventa. Me hubiera encantado verlos jugar juntos. Me declaro fan absoluto de ambos.
Recuerdo la final contra el Joventud como el peor marcaje de la historia. En todo momento Sasha está controlando a donde va y cuando tiene que lanzar ese triple, ante la pasividad de Josefra. Menos mal que Corney hizo justicia dos años más tarde.
Grande Sasha, de los pocos recuerdos buenos de aquellos duros años en el Raimundo Saporta. El minuto 11’40» del video del palau es sencillamente grandioso. Nacho Rodríguez le agarra del pecho y en respuesta Sasha se limita a levantar los dedos aún más mientras le mira a los ojos.
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