Dicen los cánones que los toreros deben tener los pies pequeños. Cimientos ligeros para hombres enjutos, propensos a la filigrana, de mucha fibra y poca grasa. Con los futbolistas pasa algo parecido: las piernas largas suelen venir con la torpeza de guarnición. A primera vista, Frédéric Kanouté no podría ser torero, ni futbolista. En realidad, es y fue ambas cosas. Un mucho de lo primero y un poco de lo segundo. O viceversa.
Uno supone que, igual que a Steve Van Zandt sus padres le recomendaron que dejara la música y se dedicase a robar, como hacía todo el mundo en su barrio, a Kanouté alguien le debió decir que dejase de pisar la pelota y se pusiera a correr, como hacían todos en la banlieue. La suerte es que ambos salieron rebeldes.
Kanouté vino a desmentir el tópico que legislaba que el delantero africano debía ser un Doríforo andante, un atleta puesto ahí a descerrajar defensas y patear balones, más cómodo en el campo abierto que en las distancias cortas. Donde solo había panteras, el fútbol puso de pronto una jirafa. Un tipo alto, con maneras de misionero y cara de repartir extremaunciones. Y debajo de esas pintas de percusionista de Fela Kuti, un jugador con temple y facilidad para el fútbol de verónica clásica.
Si el buen torero baja la mano en el pase, Kanouté baja la bola y la pega a esos pies de botas blancas, enormes, con los que parece que vaya a pisar la pelota y esmorrarse. Y los mueve como un claquetista. Y agarra los balones que le llegan picudos y los devuelve bien deshuesados.
Se le recuerda mayestático, con un paso largo de zancada pesada que se frenaba aún más cuando enfilaba el córner para celebrar un tanto. Entonces, como jugando a la rayuela, marcaba la pisada hasta que alzaba las manos y la mirada al cielo, creando una imagen icónica de esas que alguien debería pintar en las fachadas de La Habana, como los trampantojos del Ché.
Se fue a hacer las Asias, como los cantaores de flamenco. Y allí sigue repartiendo arte, aunque él no sepa si luego el público le entiende, como le pasaba en los años setenta a Rafael Romero ‘El Gallina’. Majestuoso y hondo, Kanouté seguirá haciendo fútbol por revoleras. Toreando sobre el césped. Mientras tanto, su leyenda dormirá en Sevilla. Y aquellos que se acuerden de él irán contando por los callejones del barrio de Santa Cruz que una vez vieron a un torero que tenía los pies grandes.
Vale, muy bien, pero ese es Henry ;)
Por qué una foto de Henry en un artículo de Kanouté? Muy bueno, por cierto.
Una delicia de artículo.
Plas plas plas por Kanouté y por el texto
Leyenda viva del sevillismo. Honor eterno a Don Frédéric Kanouté
¿Alguien ha clonado a Antonio Burgos?
Eso es con los pies grandes o pequeños un artista.
Y la foto es de él.
Pingback: El torero de los pies grandes | Fran Guillén
Qué poco se ha valorado a este futbolista. Y qué bonitas palabras le ha dedicado usted: «Y agarra los balones que le llegan picudos y los devuelve bien deshuesados.» Olé.