Después de su primera cena en la Residencia para Mayores Santa Bárbara, al norte de Córdoba, doña Paula García, de 83 años, accedió a la «Sala de Televisión / Estar». Allí pasaban la mayor parte del tiempo los 98 residentes, aunque el lujo de ver la televisión solo estaba disponible para unos cuantos pares de retinas. El resto vegetaba, con suerte, en silencio.
Doña Paula deslizó despacio su tacatá por el pasillo lateral, intentando discernir un hueco a través de la viscosa neblina de sus cataratas. Había una docena de filas de sillones de oreja con algunas sillas de ruedas apostadas en el exterior. Encontró un sitio en la última fila, frente a los ventanales que daban al patio, y trató de hacer suyo uno de los sillones. Antes de sentarse, otra anciana se precipitó hacia ella y la agarró del batín: «Este es mi sitio». Al día siguiente, tras el desayuno, se movió un poco más allá, hacia otro sillón vacío, pero la misma señora demente del día anterior apareció para reclamar su puesto.
Como en prácticamente el resto de las 686 residencias de ancianos de Andalucía, Canal Sur estaba sintonizado permanentemente, desde las 8 de la mañana hasta las 12 de la noche, marcando el reloj circadiano de los residentes. Así, el fin de semana se convertía en ese lapso en el que en la tele no echaban Arrayán.
Arrayán es una suerte de Coronation Street a la andaluza que, hace años, tuvo un argumento. Aunque poco conocida fuera de la región, este culebrón se emite desde hace 13 años y solo la serie vasca Goenkale (con 19 temporadas en Euskal Telebista) la supera en longevidad a nivel nacional. En la última edición de los Carnavales de Cádiz, la agrupación de Los Hinchapelotas propuso en una chirigota bautizar al puente inconcluso de San Miguelito como Arrayán «…porque no hay cohone de terminar-lo».
Sin embargo, mientras Goenkale tiene una audiencia media de unas 40.000 personas (11,5% de cuota de pantalla) la de Arrayán supera ampliamente el medio millón de espectadores. En sus últimas temporadas, ha alcanzado picos de audiencia del 42,3% con más de un millón y medio de espectadores, incluyendo a los 24.474 andaluces que como doña Paula viven en lo que — en terminología Imserso— se conoce como establecimientos de alojamiento colectivo.
A los pocos días, doña Paula comprendió que la lista de espera para los mejores sillones estaba escrita en papel mojado y con zumo de limón. Solo había que detectar a los alzheimer. Pese a su corta visión, a las siete semanas había ascendido hasta un lugar cómodo en la cuarta fila, junto a la silla de ruedas de un tal Santiago que fue policía en el pueblo de al lado.
En la primera temporada, Germán Santisteban, dueño del Hotel Arrayán (interpretado por Agustín González, fallecido en 2005) era asesinado el día de su jubilación, durante su 70º cumpleaños. Un capítulo más tarde, se descubre que el asesino es su hijo mayor Lorenzo (interpretado por Mariano Peña, actualmente conocido por interpretar a Mauricio Colmenero en Aída) que pretende adueñarse de la dirección del hotel familiar, que ha recaído en el hermano menor, para dirigirlo con implacable mano dura. Descubierto el secreto, una serie tiene dos opciones: cerrar las tramas adecuadamente o huir hacia delante.
A lo largo de 2.244 capítulos, la serie ha tenido múltiples fases, desde aquella primeriza en la que las estrellas eran Agustín González y Remedios Cervantes, hasta la actual donde el principal galán es Liberto Rabal, que accedió al reparto hace año y pico. Entre medias, rostros tan dispares como el icono adolescente Carlos Castel, Paco León interpretando a un travesti, ex misses como Eva Pedraza y Sofía Mazagatos, el galán setentero Máximo Valverde o Álex-el-de-Operación-Triunfo pusieron rostro al universo de deslavazadas microtramas que saltaban desde Andalucía a California o Tailandia por exigencias de guión. En algún momento, y esto ocurrió más pronto que tarde, Arrayán dejó de ser una serie de televisión para transformarse en un rizoma audiovisual.
Don Santiago, el ex-policía, tenía el regazo cubierto con una manta que dejaba al aire sus hinchados tobillos trombóticos, dos remolachas cubiertas de piel seca. Su nieto había venido a visitarlo aquella tarde. El viejo se quejaba. «Nos comen la cabeza todo el día con eso», decía apuntando a la televisión. El nieto lo tomaba a broma, «¿pero quiénes, abuelo, quiénes?». Con la gravedad que un repentino ataque de tos dio a su voz, dijo «quiénes van a ser» y siguió encadenando murmullos ininteligibles. «Quiénes van a ser».
Arrayán tienen en común con Goenkale que los gobiernos autonómicos de ambas regiones han sido anormalmente estables. Aunque los gobiernos de PSOE o el PNV cambiaron de presidente, de consejero de cultura o de director de la televisión pública autonómica, los mismos diálogos seguían sonando en la tele de la cocina y amplificándose en el patio de vecinos. Emanando un inconfundible aroma. Eau de Lampedusa.
Además de animar a los actores andaluces debutantes a hablar con su acento para reivindicar su identidad regional, los guiones de Arrayán parecen incorporar parte del ideario político socialista. Según la productora, Linze TV, los nueve guionistas «trabajan en tramas de interés social. Las adopciones, la fertilización in vitro, la violencia machista, la inserción laboral de las personas extranjeras han sido, entre otros, argumentos desarrollados en sus numerosos capítulos». Quizá este viejo policía conservaba intacto el sentido del olfato para la propaganda oculta y aquel murmullo ronco contenía perlas inconscientemente autografiadas por Marshall McLuhan. El asesino del dueño del Hotel Arrayán, su propio hijo, era un feroz empresario dispuesto a aplicar disciplina a los trabajadores. Eh, quizá no sea tan descabellado pensar en Arrayán como un instrumento para el control mental de los votantes andaluces. Al menos, eso parece cuando a las diez menos diez de la noche, las luces se apagan y los residentes se dejan lo que les queda de vista y oído en un sainete televisado de los hermanos Álvarez Quintero de casi quince años de duración.
Quizá fuera una apuesta macabra por ver qué terminaba antes, si la serie o la vida de sus televidentes, lo que motivaba a los residentes a verla. O puede que solo sea la interpretación frívola de los murmullos inconexos de un anciano.
Este mismo verano, la realidad desbarató toda conspiración. En el actual contexto de déficit, la serie ha pasado a ser un problema para los responsables de Canal Sur. No es ajeno a la Junta de Andalucía que la ficción propia sale muy cara. Cada capítulo de Arrayán cuesta 24.000 euros a las arcas públicas; en total, cinco millones por temporada. La historia de Arrayán no acabará porque haya llegado a un fin lógico argumental, sino porque este tubérculo se ha quedado sin agua. Así de triste. A los directivos no les tembló la mano y en diciembre se emitirá el último capítulo. La serie no tendrá reemplazo, para qué. Probablemente la vuelvan a emitir. El corazón postmoderno del Departamento Financiero de Canal Sur dictará a Audiencias que cuando un argumento se ha amalgamado tanto, cuando tantas caras diferentes han bailado sobre la azotea compactando las ruinas del edificio, la segunda temporada es perfectamente capaz de sustituir a la decimocuarta. Funcionará.
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Uno de los guionistas de Arrayán era Jose Ignacio Lapido, bajo un seudónimo que ahora no recuerdo.
Olvídate, Villarreal. «Arrayán» solo lo conocen los andaluces, y de esos por aquí hay pocos. Por eso apenas vas a recibir comentarios. Quizá de alguno que proteste porque una revista tan «cosmopolita» como JotDown se preste a semejante garrulada.
Si escribieras acerca de alguna serie de Telemadrid, o aun mejor de TV3, ya verías cómo se multiplicaba la audiencia.
Cosas del bicentralismo.
Quizás es que los andaluces preferimos leer en silencio, estimado Chu Enlai, así de simple.
Si lo que pretendías era alentar «polémica» con ese tipo de comentario, pues mira te ha salido bien, uno que no iba a comentar nada comenta y no iba a comentar nada porque Arrayán, más allá de que me llamara la atención como dice el primer company que Lapido fuera uno de sus guionistas (de hecho leí en una entrevista que era su principal sustento económico), pues como que es difícil que te interese si tienes menos de 50 años, como bien refleja la misiva.
Hombre, Chu Enlai. El problema es que es una serie que no viajó. Padre Casares, de la TV de Galicia, que se ha adaptado como Mossén Capella, Padre Medina o Señor Rector en las Islas Baleares, Andalucía y TV Valenciana, respectivamente, y emitida doblada en otras, es un ejemplo de serie que ha traspasado el localismo autonómico. O Mareas Vivas, de la que han salido casi todos los actores gallegos que hay ahora pululando por España.
Chu Enlai, y ¿por qué hay pocos andaluces por aquí?
Yo lo que admiro de Canal Sur es como han dirigido su programación a las personas mayores (ya sea Arrayan, Juan y medio o el programa de la mañana) siendo por ello la cadena más vista en Andalucía… pero aún así están sin un euro… ¬¬
No tenía ni idea de la existencia de esta serie, pero el artículo me ha encantado. Es un pequeño relato que conjuga muchos problemas actuales de la sociedad. Y además está muy bien escrito. Enhorabuena al autor y a Jotdown por dar cobijo a artículos que no se podrían encontrar en la mayoría de los medios
Arrayan, desde hace años….es mi momento del tranquilidad del dia.
Llegar a casa y poner esa serie tan esperada que te une al resto de tus familiares…es unico. Para mi no es nada politico,es cuestion de serie que atrae por el entramado que presenta.
si yo pudiera hacer algo para que mi serie preferida continuase…lo haria…disfruto con cada episodio!
Por.cierto,no estoy en ninguna residencia, teng
o 27 años y varias amigas que tambien lo ven,ademas,salimos y somos muu normales
Me encanta Arrayan desde hace años. Mi opcion politica nada tiene que ver con eso,evidentemente. Y no voy a los viajes del imserso poque tengo 27 años. Yo votaria porque estuviera otros tantos mas, las risas y el buen rato estarian asegurados.
Yo la veo porque no hay manera de quitarle el mando a mi madre. La serie es de guión bastante cutre, aunque tambiés es verdad que han pasado por allí muchos actores que son ahora famosos.
A mí, el argumento NO me parece cutre, creo que se trata de una telenovela más. Y muy cutre tampoco puede ser ya que cada episodio les costaba 24.000 €.