“Háblame, oh Musa, sobre aquel hombre de muchos ingenios que anduvo viajando un larguísimo tiempo, que vio las ciudades y conoció las costumbres de muchos hombres. Que padeció en su ánimo gran número de sufrimientos durante la travesía del ancho mar, luchando para salvar su propia vida y para procurar la vuelta de sus compañeros al hogar. ¡Oh, diosa hija de Zeus! Cuéntanos aunque sea solamente una parte de tales cosas” (Homero, La Odisea)
“Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad. Sí, la superficie es fina y polvorienta. Puedo golpearla ligeramente con la punta del pie. Se adhiere en finas capas, como carboncillo en polvo, a la suela y los lados de mi bota. Sólo me muevo la pequeña fracción de una pulgada, tal vez la octava parte de una pulgada, pero puedo ver las huellas de mis botas y las pisadas sobre las finas partículas arenosas” (Neil Armstrong, al pisar la luna por primera vez)
La Luna. Quizá usted piense que no es importante en su vida, pero lo es, y mucho. No únicamente por los ciclos biológicos marcados por ella, sino a la manera en que los astros han modelado la forma de ser y de pensar de la civilización humana. La Luna es a ojos vista el segundo astro más brillante, el segundo fenómeno más importante del cosmos, así que muchas de las creencias que han hecho de nosotros lo que somos se fundamentaron en el mero hecho de que la Luna existe, de que está ahí y podemos contemplarla en el cielo nocturno. Así que, ¿cuán importante iba a ser para todos nosotros el primer hombre que pusiera el pie sobre ella?
Cuenta la leyenda que el filósofo griego Anaxágoras se dejó morir de hambre durante su forzado exilio en Lámpsaco, cerca de la famosa Gallipoli, desencantado por la cerrazón y estupidez de muchos de sus contemporáneos. Asqueado port haber tenido que abandonar Atenas, donde sus teorías sobre los astros no eran aceptadas, empezó a rechazar todo alimento. Al menos así lo contaban algunos como Diógenes Laercio, aunque la historicidad de aquella huelga de hambre mortal esté en entredicho. Tal vez en la realidad su muerte no sucedió de tal modo, pero eso poco importa. La leyenda habla mucho sobre la alta consideración en que algunos tenían a Anaxágoras, su profundo amor por el estudio y su firme concepción de la justicia. Porque sí hay un hecho bien documentado en su biografía: sus teorías sobre la respectiva naturaleza del Sol y de la Luna hicieron fuese procesado por las autoridades atenienses. Fue sometido a un sonado juicio en el que tuvo que afrontar acusaciones de ateísmo, impiedad y traición. El filósofo se enfrentaba a la máxima pena y sólo pudo librarse gracias, entre otras cosas, a la afortunada intervención de Pericles, un político de inmenso renombre en la ciudad que había sido uno de sus alumnos y ahora se contaba entre sus amigos: “yo soy discípulo de este hombre, no queráis destruirlo mediante calumnias; seguid mi voluntad y absolvedle”. La pena máxima fue conmutada. Pero incluso con el apoyo de Pericles y otras figuras importantes tuvo que exiliarse fuera de Atenas, donde una corriente de conservadurismo religioso hacía difícil la aceptación de sus trabajos y de sus revolucionarias teorías. ¿Cuál había sido el delito que condujo a Anaxágoras al banquillo de los acusados y que casi le supuso la ejecución? Pues nada más y nada menos que afirmar que “todo tiene una explicación natural” y que “la Luna no es una diosa, sino una enorme roca”. Es más, en base a estas certezas pudo explicar los eclipses y dijo también que el brillo lunar no era sino el mero reflejo nocturno de la luz emanada por el Sol, que era otra roca pero calentada al rojo vivo. ¡Qué escándalo!
Tales han sido siempre los misterios que emanaban de los astro. Para muchos individuos, incapaces de entender estos enigmas, no había más respuesta posible que la explicación mágica o supersticiosa. La Luna, sobre todo, despertaba muchas polémicas: para unos era un mundo quizá parecido a la propia Tierra, con un suelo sólido susceptible de ser pisado. Para otros, quienes sostenían una visión mágica del universo, resultaba una idea inaceptable. Negar la naturaleza divina de la Luna significaba atentar contra una visión profundamente arraigada en ellos y contra sus costumbres. Anaxágoras se vio forzado a huir. Sócrates, uno de sus discípulos, no tuvo tanta suerte. Su descreimiento de los dioses le valió también una condena a muerte por impiedad y en su caso sí se cumplió: ejecución mediante envenenamiento con cicuta. Hubo, claro, muchos más ejemplos a lo largo de la Historia. Todos recordamos a Galileo. La religión y la política han jugado un papel decisivo en muchos momentos clave del progreso científico, casi siempre para mal. La naturaleza de los astros ha sido una de las principales fuentes de discordia, sí, pero es que ya decíamos que los astros han modelado supersticiones, costumbres, religiones, filosofías, disciplinas pre-científicas o científicas y corrientes culturales de todo tipo desde el principio de los tiempos. Y lo siguen haciendo. Hoy mismo, mientras usted lee estas líneas.
Nunca han faltado los individuos dotados con la capacidad para ir por delante de su época. Ya en tiempos de Anaxágoras, la idea de que la Luna era una inmensa roca resultaba asequible para una minoría, aquellos que olvidando las supersticiones de la religión imperante quisieron reflexionar sobre el asunto en base a la evidencia. Es más: la afirmación de Anaxágoras sobre la naturaleza mundana de la Luna pudo meterlo en serios problemas, pero no fue olvidada y se enquistó a contracorriente en unas sociedades generalmente marcadas por un concepto mágico del universo. Una idea que iba despertando el interés de las mentes más despiertas de cada época y que nos hizo aprender cada vez más sobre el más próximo de los astros del cielo.
¿El resultado? En 1962, veinticinco siglos después de que Anaxágoras fuese juzgado por afirmar que la Luna era «una roca», fue precisamente un político, John F. Kennedy, quien anunció lo siguiente: “hemos elegido ir a la Luna en esta década y hemos elegido hacerlo no porque resulta fácil, sino porque resulta difícil. Porque ese objetivo servirá para organizar y medir lo mejor de nuestros esfuerzos y de nuestras habilidades, porque ese desafío es uno que estamos deseando aceptar, uno que no deseamos posponer, uno en que tenemos la intención de vencer”. Bellas palabras sin duda, que escondían, no hace falta decirlo, la necesidad imperiosa de vencer a la Unión Soviética en la carrera espacial y la urgencia de plantar una bandera norteamericana sobre la superficie de la roca de Anaxágoras antes de que los rusos hicieran lo propio con su bandera roja. La llegada a la Luna, como la partida de ajedrez entre Bobby Fischer y Boris Spassky, era una cuestión política. Lo era entonces, eso sí, porque ahora ha dejado de serlo. Pero, ¿qué puede importar ya aquella motivación política vista desde la perspectiva de la Historia? Lo verdaderamente importante es que la raza humana puso por vez primera el pie en otro mundo. Un hombre pisó la Luna y comprobó, ya sin posibilidad de dudas, que Anaxágoras había tenido razón. El griego se hubiese sentido entusiasmado. La ciencia se impuso. El alunizaje de seres humanos nos mostró también que, como especie que habita la Tierra, podemos seguir dos caminos. Que un camino, el del progreso, es mejor y más deseable que el otro. Pero esto era el mensaje de nuestro protagonista… y ya hablaremos de eso más adelante. Presentémosle primero.
El individuo elegido para comprobar in situ las afirmaciones que causaron la ruina a Anaxágoras no podía ser un cualquiera. Era el primer hombre que iba a dejar su huella en el polvo lunar; su papel iba a ser único en la Historia. Y qué duda cabe, hizo honor a ese papel. Quizá no tenía exactamente la faz de los héroes de ficción: con su frente ancha, su blanda sonrisa y sus rasgos levemente infantiles, no se parecía exactamente a un actor de Hollywood. Pero es que a los actores de Hollywood no se los elige por su auténtico heroísmo, del que casi invariablemente carecen, sino por tener rostro de héroes aunque no lo sean. Una cualidad, la de parecer un héroe, que es muy poco útil para viajar a la Luna en el mundo real. Y es que Neil Armstrong era exactamente el caso contrario: un héroe que no tenía el aspecto de serlo. Uno difícilmente lo imagina protagonizando una película de astronautas que pisan la Luna. Lo curioso es que él fue el primero de esos astronautas en la vida real. No era ninguna película… él sí estuvo allí.
Lo que uno sí puede imaginar es que Ulises, el personaje literario que quizá está más cercano en espíritu a las hazañas de Armstrong, se hubiese parecido bastante a él. Calmo, decidido, confiable, de apariencia imperturbable. La clase de hombre que dada una situación de emergencia, reflexiona sobre el hecho de si debería sentir pánico antes de permitirse el lujo de, en efecto, sentirlo. Un tipo duro, al que podías meter con otros dos tipos duros en una lata y enviarlos a la Luna. ¡A la Luna, nada menos! Salga usted, amigo lector o amiga lectora, al balcón de su casa y busque la Luna en el cielo. Neil Armstrong caminó por ese pequeño círculo pálido que usted contempla. ¿No parece inverosímil? Pues esa fue la hazaña que mejor ejemplifica el avance de nuestra raza. Pregúntese cómo enviaría usted allí a un hombre sin recurrir al conocimiento del que disponen nuestros amigos de la NASA. No lo conseguiría usted durante toda su vida, ni tampoco lo conseguirían sus hijos aunque usted les enseñara todo lo que hubiese aprendido, ni siquiera sus nietos lograrían resultados mejores. Probablemente se necesitarían muchas generaciones y varios miles de años de conocimiento acumulado para poner en marcha un plan semejante y emprender con éxito tamaño viaje. Eso es lo que representan las famosas huellas que Neil Armstrong, con otro pequeño puñado de astronautas, dejó sobre nuestro satélite: miles y miles de años de conocimiento acumulado. Representan que aquel objeto misterioso del cielo que nos hizo soñar desde los albores de los tiempos estuvo no hace mucho bajo nuestros propios pies. Lo que aquellas huellas representan es el progreso.
Yo no viví el momento del primer alunizaje porque no había nacido, pero sé que fue un instante único para todos los testigos que lo contemplaron por televisión, que lo escucharon por radio o que sencillamente lo leyeron en los periódicos y lo comentaron tomando el café en el bar a la mañana siguiente. Debieron de sentir que era el acontecimiento más grande que contemplarían durante sus vidas, y tenían toda la razón, porque no ha vuelto a suceder nada tan relevante. Imagine usted algo así en 1969, con la ciencia de la electrónica en mantillas, con medios que hoy nos parecen ridículamente anticuados. Si uno retrocede a finales de los años sesenta y lo piensa bien, se da cuenta de que nuestros padres y abuelos conducían automóviles que hoy apenas podríamos distinguir de una cafetera. El televisor, para quien disponía de él, no era muy distinto a una aparatosa pecera y desde luego lo que se veía en él resultaba mucho menos nítido. Las por entonces computadoras más potentes del mundo hoy echarían humo y explotarían intentando hacer lo que el teléfono móvil más barato y sencillo. Y en aquella circunstancias, con una tecnología que hoy nos parece primitiva y falible, fue con lo que se consiguió enviar a dos hombres a la superficie lubar. Si incluso hoy, contando con nuestra tecnología actual, semejante viaje me parece increíble, qué no tuvo que parecer en 1969. No deberíamos olvidar el impacto que estos momentos causan sobre la imaginación humana, aunque tampoco deberíamos olvidar la rapidez con que el ingrato público volvió la mirada hacia otro lado una vez que el gran objetivo había sido cumplido.
Pero volvamos al héroe de nuestra historia, porque semejante viaje requería un capitán fuera de lo normal. Como la Odisea, aun en la ficción, requería a todo un Ulises.
Antes de los veintitrés años Neil Armstrong ya había sido condecorado varias veces durante la guerra de Corea, en reconocimiento a su labor como piloto militar. Podemos pensar sobre la guerra lo que pensemos —y pensamos mal— pero fue allí donde Armstrong dio las primeras muestras de su habilidad y su carácter. En Corea se encontró con sus primeras situaciones de vida o muerte y puso de manifiesto que era muy capaz de manejar semejantes trances con serenidad y pericia. Como aquella ocasión en que su avión fue alcanzado por fuego antiaéreo y sólo unos segundos después, a causa de la temporal pérdida de control provocada por los proyectiles, su ala chocaba contra un poste: en tan extremas circunstancias el joven Armstrong consiguió retomar el timón del aparato y seguir pilotando hasta estar de nuevo sobre territorio amigo. Finalmente no tuvo más remedio que pulsar el botón de eyección, saliendo disparado su asiento para salvar la vida in extremis, pero había hecho todo lo posible por intentar conservar el maltrecho avión en unos momentos donde casi todos los demás pilotos hubiesen renunciado para salvar sus vidas. Era, pues, uno de los mejores pilotos de las fuerzas aéreas norteamericanas. En la guerra empezó a acumular la clase de experiencias que podrían servirle más tarde en su etapa como astronauta, donde la probabilidad de verse envuelto en situaciones incluso más graves era muy, muy alta.
Tras la guerra, ya de regreso en los Estados Unidos, se convirtió en piloto de pruebas y se sometió a nuevos momentos de incertidumbre al mando de aparatos experimentales como el reactor X-15. Cometió errores de pilotaje —comprensibles dado el carácter novedoso de los aviones a reacción que estaba probando— y varias veces se salvó de la muerte gracias a su serenidad y su capacidad para la reacción inmediata. Tanto sus superiores como sus compañeros hablaban con asombro de sus inigualables dotes como piloto. También su inteligencia despertaba admiración: al parecer, su curva de aprendizaje y su capacidad para absorber información resultaban extraordinarias. Quienes diseñaban y ponían a punto los aviones no daban crédito viendo que un piloto podía asimilar conocimientos técnicos con la misma facilidad de un experto ingeniero. Dadas todas estas cualidades no resultaba extraño que a finales de los cincuenta terminara siendo seleccionado para participar como asesor en el programa espacial norteamericano. Y eso que, al contrario que muchos otros astronautas, Armstrong nunca había sentido una vocación particular por el espacio. Desde muy niño, lo suyo habían sido los aviones y nada más que los aviones. No se había planteado nunca la posibilidad de pilotar algún tipo de nave espacial. No sentía la necesidad de evolucionar y dejar atrás su más antiguo amor, los aeroplanos. De hecho, durante sus inicios en el programa espacial se contentaba con sus labores de asesoría. Pero a medida que se iba inmiscuyendo en el programa se le fue despertando el gusanillo de la astronáutica: «¿Y si…?» Además, su poco habitual ramillete de talentos atrajo la atención de la cúpula del programa espacial. Al final, con vocación o sin ella, sucedió lo que tenía que suceder: en 1962, casi por inevitable decantación, como en una historia de amor que está destinada a producirse por muy reticentes que sean los dos enamorados, Neil Armstrong se incorporó oficialmente al cuerpo de astronautas de la NASA.
Tras un periodo de intensa preparación voló al espacio por primera vez en 1966, comandando y pilotando la misión Géminis 8. Se confiaba a su habilidad una importante tarea, dado que por primera vez se iban a acoplar dos naves espaciales en plena órbita. Armstrong no decepcionó y la misión fue exitosa. Tras aquel debut espacial entró a formar parte del programa Apolo, cuya meta final era un futuro alunizaje de seres humanos. Un directivo de la NASA reunió a los mejores astronautas de la institución en una sala de conferencias y les dijo: “aquí, entre ustedes, están los primeros hombres que pisará la Luna”. La excitación cundió rápidamente entre los presentes: ¡uno de ellos sería el primer hombre en pisar el astro que ha protagonizado tantos suspiros y fantasías a lo largo de los siglos! Pero Armstrong, en una actitud muy propia de él, no mostró signo alguno de emoción. Escuchó el anuncio sin inmutarse. No era un hombre egocéntrico; la suculenta posibilidad de ser precisamente él quien alcanzase la gloria eterna no le hizo perder la compostura.
Tras la misión Géminis 8, de hecho, no había vuelto a salir al espacio, continuando con su preparación de manera disciplinada y discreta. Fue comandante suplente en una de las misiones Apolo, pero en esa ocasión no llegó a abandonar la Tierra. No fue hasta diciembre de 1968 cuando lo citaron para una conversación privada: se le ofreció el mando de la misión Apolo 11, la que intentaría llevar tres hombres hacia nuestro mágico satélite. Uno de esos hombres permanecería en la órbita lunar y los otros dos descenderían a la superficie. Iba a ser la misión espacial más importante jamás realizada. Y si salía bien se convertiría en la misión de exploración más importante en la historia del hombre. Confiaban en Armstrong para comandar el viaje y él aceptó el papel encantado. Iba a ser su segundo viaje al espacio, y qué viaje. Buzz Aldrin y Michael Collins serían sus dos subordinados. Sin embargo no estaba claro quién sería el primero en descender del módulo para pisar la Luna e inscribir su nombre en la memoria colectiva de la raza humana. Aunque parezca mentira, ese detalle tan importante no estaba planeado de antemano.
La decisión de que fuese Neil Armstrong el primer hombre en pisar la Luna no fue exactamente el producto de un detallado programa de actuación, hay que confesarlo. De hecho, en la primavera de 1969 aún no se tenía un nombre designado aunque el vuelo estuviese previsto para mediados de verano. En la cúpula de la NASA seguían debatiendo sobre el candidato más indicado; sólo dos de los tres astronautas del Apolo 11 podrían pisar el Nuevo Mundo y evidentemente casi toda la gloria sería para el primero. En principio, parecía lógico que fuese el comandante de la misión el elegido, y Armstrong era el comandante. Pero, según parece, la elección no fue una cuestión de rango. Tuvo más que ver con el carácter. Su personalidad jugó una baza importante en la decisión: Armstrong era tranquilo, centrado y bastante desprovisto de ego. Era un hombre brillante pero modesto, con poca necesidad de destacar, al contrario que su compañero Buzz Aldrin, de personalidad más efervescente.
En un ambiente tan politizado y marcado por la propaganda como el de la Guerra Fría se iba a necesitar una figura que pudiese sobrellevar con elegancia todo el peso de la hazaña. La resonancia mediática y la resaca sociopolítica de la misión, si finalmente se completaba con éxito, podrían terminar alcanzando una magnitud difícil de calcular de antemano y en la NASA pensaron que su hombre no sólo tenía que llegar a la Luna sino también regresar de ella y cumplir con el papel de héroe internacional. Esto empezó a preocupar a los directivos de la agencia espacial conforme se iba acercando la fecha de lanzamiento, ya que hasta entonces habían tenido miles de otras preocupaciones de carácter técnico, pero no habían pensado que el éxito podía tener también consecuencias indeseables. Neil Armstrong fue considerado el indicado casi a última hora. Se anunció ante la prensa que él sería el primer hombre en pisar la Luna. La causa argüida de manera oficial fue el diseño del módulo lunar, que se suponía hacía recomendable que un zurdo fuese el primero en abrir la portezuela para descender de la nave. Armstrong era zurdo. Esa excusa les pareció buena a todos los observadores y nadie la puso en duda. En la NASA tenían que aparentar que incluso ese pequeño detalle estaba perfectamente estudiado de antemano. Era una mentira, desde luego, pero estaban los soviéticos mirando.
El 16 de julio de 1969, una esplendorosa columna de metal que hubiese hecho temblar a los propios dioses de la Antigüedad, el impresionante cohete Apollo 11, se alzaba como un nuevo dios entre furiosos rugidos y un infierno de llamas, despegándose lentamente del suelo primero, y después acelerando hacia las entrañas del firmamento. Ya separado del cohete, el módulo orbital llegaría a las inmediaciones de la Luna después de atravesar un océano de éter a velocidades inconcebibles: aquel módulo podría haber viajado de Valencia a Madrid en dos minutos, antes de que a uno le hubiese dado tiempo de abrocharse el cinturón. Y aun así, se tardó tres días en completar el recorrido entre la Tierra y la Luna. Imagine usted lo lejos que está realmente esa esfera blanca que vemos todas las noches colgada sobre nuestro paisaje. El día 20, por fin, todo el planeta pudo contemplar por televisión la borrosa imagen de Neil Armstrong dando un brinco para abandonar el módulo inmóvil sobre la gris superficie de nuestro satélite. Estaba poniendo los pies en la Luna, ese astro que los demás sólo concebimos como un capricho del firmamento pero que para él, durante unas horas, fue el mundo en que caminó, saltó y habitó. Neil Armstrong y Buzz Aldrin fueron de hecho los primeros selenitas. Si uno de ellos hubiese sido mujer, podríamos haber dicho con todo fundamento que fueron los Adán y Eva de la Luna.
Y al salir de la nave dijo esas palabras que todo el mundo conoce. Mientras descendía por la escalerilla, Armstrong pronunció la frase más famosa del siglo XX y quizá la frase más famosa de toda la Historia: “that’s one small step for man, one giant leap for mankind”. Una frase que causó confusión entre los terrícolas que la escucharon, y es que Armstrong olvidó pronunciar un breve artículo (el artículo inglés “a”) entre una palabra y otra. Un detalle sin importancia, pero que le cambiaba por completo el sentido a su frase. Realmente, lo que Armstrong quería decir era “un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la Humanidad”. Una frase sonora, hermosa y épica que evidentemente tenía muy planeada para inmortalizar un instante de tal magnitud. Pero al olvidar pronunciar el artículo, lo que en realidad dijo fue “es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad”. Es decir: la frase más famosa de todos los tiempos es en realidad una curiosa contradicción accidental. Sonaba fantásticamente bien… hasta que uno se paraba a pensar en lo que significa.
Durante años Armstrong insistió en que sí había pronunciado el artículo y que la gente lo había escuchado mal a causa de la mala calidad de transmisión del sonido, que algún ruido o fallo de señal había hecho inaudible ese “a”. Él recordaba haber pronunciado bien la frase y la NASA secundó siempre su razonamiento. Pero ya sabemos que la memoria es traicionera; ante la ausencia de pruebas sonoras de su versión y ante el hecho de que un constante análisis de la grabación pareciera desmentirle, Armstrong terminó resignándose a la idea de que quizá sí se había equivocado. Parece ser que simple y llanamente se comió una palabra. No dijo lo que estaba previsto y su frase, por más bella y emocionante que resulte cuando pronunciada en voz alta, en realidad no tiene ningún sentido. Se equivocó, qué le vamos a hacer. Pero quién no se equivocaría estando a punto de poner el pie en otro mundo. Neil Armstrong era humano, como todos nosotros, por más que durante el despegue del Apolo 11 su corazón no hubiera pasado de los 110 latidos por minuto… menos de lo que muchos de nosotros marcaríamos si se nos midiesen las pulsaciones cuando estamos cerca de una mujer que nos gusta. Así que… sí, sucedió así. No dijo la frase que quería decir. Pero es que yo en su situación no hubiese podido ni hablar. El 99’9% de ustedes, tampoco. Precisamente por eso, saber que alguien como Neil Amrstrong se equivocó en aquel instante lo hace más simpático a nuestros ojos. Ahora entendemos que no era un robot. De hecho, sólo bastante tiempo después supimos que Neil Armstrong sufrió miedos y malos momentos durante el viaje; supimos que pensó en que las probabilidades de llegar a la Luna eran “fifty-fifty”, que le pareció que todo el asunto era como lanzar una moneda al aire para decidir entre la gloria eterna o el terminar estrellado en un cráter. La experiencia no fue agradable para él, así que podemos entender que una vez hubo regresado a la Tierra sano y salvo por segunda vez, decidiese no volver a salir al espacio nunca más. El viaje no le resultó tan fácil como muchos lo creyeron entonces. Incluso él, Neil Armstrong, el aparentemente imperturbable Armstrong, estaba hecho de carne y hueso. Y lo hemos vuelto a comprobar ahora, cuando a los 82 años le ha fallado el corazón.
Pronunciada erróneamente o no, su frase no era solamente una cita poética o metafórica. La llegada a la Luna supuso un gran salto para la Humanidad. Los esfuerzos para lograr ese difícil objetivo originaron un avance tecnológico de cuyas ventajas estamos disfrutando a diario sin pararnos a planteárnoslo siquiera. Ese moderno Ulises que fue Neil Armstrong nos trajo un baúl de conocimientos como souvenir de aquel planeta vecino cubierto de polvo y cráteres, de aquel mundo que una vez fue de fantasía y en el que ahora hemos dejado nuestra huella. Por citar un ejemplo tecnológico cercano a usted y a mí: si ahora mismo estoy tecleando estas líneas en un ordenador personal y usted las está leyendo en el monitor de su casa, es en buena parte gracias a que un buen día Armstrong, Aldrin y otro pequeño puñado de hombres se pasearon por la superficie de la Luna. Dígalo sin miedo: Neil Armstrong es más culpable que Bill Gates o Steve Jobs de que este artículo flote en ese éter indeterminado llamado Internet. Por eso, si escucha usted que alguien se plantea la inconveniencia de destinar ingentes recursos monetarios y materiales a la tarea aparentemente insensata de enviar seres humanos a Marte, piense que los efectos de las investigaciones necesarias iluminarán las vidas de sus nietos con tecnologías que ahora quizá ni podemos concebir. Vaya usted a una biblioteca y lea ciencia-ficción de los años sesenta: ni siquiera los más imaginativos escritores fueron capaces de anticipar ciertos avances que estaban gestándose en la carrera espacial, avances que en pleno 2012 damos por supuestos y utilizamos de continuo en nuestra vida diaria. O dicho de otro modo: todos pusimos un pie en la Luna con Neil Armstrong. En aquel gran salto todos salimos beneficiados. Él lo sabía y siempre defendió esa visión del alunizaje como de un paso más en el progreso de la raza humana. Nunca quiso ser visto como el héroe de una gesta aislada, sino como el accidental protagonista del momento culminante de nuestra evolución como especie, una evolución que puede y debe continuar.
Ahora Neil Armstrong se ha ido, partiendo para ese viaje del que ya no se regresa y que paradójicamente resulta mucho más fácil de emprender que el complicadísimo viaje hacia la Luna. Hasta el último instante se ha mantenido fiel a su papel: ha evitado meterse en política, se ha negado a comercializar su hazaña e incluso dejó de firmar autógrafos cuando supo que la gente los vendía por un precio elevado. Demandó a su peluquero de toda la vida al descubrir que a sus espaldas se había estado lucrando con la venta de recortes de su cabello. La mercantilización de su odisea lunar es algo que siempre repelió a Armstrong, e intentó combatirla por todos los medios. Era un romántico de la astronáutica y de todo cuanto significaron y seguirán significando para el mundo los logros de la hoy casi extinta carrera espacial. Lo que significan no ya en el corto y medio plazo, sino como hito histórico que será recordado mientras nuestra civilización perviva. Por ello intentó mostrarse lo más neutral posible en toda clase de debates candentes de actualidad o política, muy consciente de que su papel único como referente universal no debía ser mancillado con discusiones ideológicas Y él tenía su derecho a opinar como cualquier otro ciudadano, pero se tomó su papel de “ejercer como Neil Armstrong” muy en serio. Por ejemplo, mantuvo tan bien su hermetismo político que tanto el Partido Demócrata como el Partido Republicano le tentaron en multitud de ocasiones, indistintamente, sin estar muy seguros acerca de con cuál pie cojeaba. No podían afirmar si era de izquierdas o de derechas. Porque Armstrong, con una visión histórica encomiable, ha cuidado su legado con esmero. Sabía que su nombre será citado durante siglos y nunca le gustó la idea de empobrecerlo con ruido de fondo temporal, con esas opiniones que defendemos ferozmente y que a menudo resultarán cómicamente anacrónicas cuando ya no estemos aquí, si no antes. Su figura estará siempre por encima de esas naderías, bien se ha cuidado él de ello. También se ha llevado consigo el recuerdo de algo que miles de millones de individuos no experimentaremos jamás: la sensación de caminar por la Luna —lo he dicho ya muchas veces durante esta nota y aún no me acostumbro a la idea: ¡él estuvo allí! ¡Puso su pies en esa misma Luna que yo veo por las noches ahí arriba!— y la sensación de contemplar la Tierra en el horizonte, en una versión extrañamente invertida de los poemas, romances y canciones que a lo largo de miles y miles de años han escrito hombres y mujeres fascinados por el astro reinante de la noche. Y lo que siempre, supongo, nos hemos preguntado todos los demás: ¿qué sentía cuando, estando de vuelta en la Tierra, alzaba la vista al cielo, veía la Luna y pensaba “yo he estado allí”? Él podía intentar transmitir la sensación, como lo han intentado otros de los astronautas que alunizaron, pero bien sabemos que nunca seremos capaces de entenderlo:
“De repente me di cuenta de que aquel diminuto guisante, hermoso y azul, era la Tierra. Levanté un dedo, cerré un ojo, y mi pulgar tapó por completo el planeta. Pero no me sentí como un gigante. Me sentí muy, muy pequeño.”
Si nos ponemos en la piel de Arthur C. Clarke y recordamos que, más allá de nuestras preocupaciones del día a día, formamos parte de una historia mucho mayor que nos trasciende como individuos pero que nos engrandece como raza, entonces tendremos que afirmar que Neil Armstrong ha sido el hombre más importante de todos los tiempos. No por lo que él hizo, que ni siquiera lo hizo él solo ya que fue producto del trabajo y esfuerzo de muchos otros individuos, tanto o más dignos de reconocimiento y admiración que él mismo. Tampoco por lo que él descubrió o inventó, ni por lo que pensó o dijo, que en esos campos y en muchos otros los ha habido y los seguirá habiendo mucho más relevantes que él. Neil Armstrong fue la más importante de las figuras históricas porque su gesta es la cúspide de ese inmenso iceberg del que hablábamos antes: el del progreso humano. Las ideologías políticas, las religiones, las banderas… todo eso va y viene, aparece y desaparece. Lo que usted, amigo lector, defiende, ama, venera o idealiza, desaparecerá. Por más que haya quienes se empeñan en entregar sus vidas a ello. Sus causas personales, las mías y las de cualquier otro individuo son causas efímeras que, juzgadas a niveles planetarios, resultan completamente insignificantes. Pero el desarrollo de los conocimientos que nos han permitido abandonar la bola de hierro sobre la que vivimos para poner el pie en otra bola que gira en torno a la nuestra, eso es lo que ha permanecido y seguirá permaneciendo. Eso es lo único que, a fin de cuentas, nos separa de los (demás) animales. Una sinfonía es bella, pero también lo es el canto de un pájaro. Un cuadro es bello, pero también lo es el plumaje de un pájaro. Sin embargo, ningún pájaro podrá nunca llegar a la Luna por sí solo. El avance tecnológico y científico, con sus ventajas y con sus inconvenientes, es nuestra característica principal como especie. No podemos huir de él porque la curiosidad y el ansia de saber forman parte intrínseca de nuestra propia naturaleza, así que nos toca dominarlo, ponerlo a nuestro servicio e intentar que no se vuelva en nuestra contra. Hemos de usarlo además para plantearnos metas cada vez más difíciles… eso es lo que nos convierte en humanos. Neil Armstrong fue un símbolo de todo esto. Por eso será siempre tan importante. La posteridad no puede memorizar una lista de los nombres que contribuyeron al programa Apolo, pero sí puede memorizar un símbolo. Neil Armstrong no intentó fundar un partido político, ni un culto religioso, ni un movimiento ideológico de ninguna clase. Eso fue probablemente su gran logro: vencer a su ego y ponerse al servicio del futuro de su especie. Hacer lo posible y lo imposible por convertirse en un ejemplo. Transmitir el mensaje de que su hazaña lunar es la representación de todo lo verdaderamente importante; la clase de tarea que —aunque a primera vista no lo parezca por el desgaste de recursos que supone— ayudará más que ninguna otra a terminar con el hambre, con las enfermedades y puede incluso que con las guerras.
Ese fue el tema recurrente de su mensaje en los años posteriores a su regreso de la Luna. Los recursos de que disponemos son limitados, así que tenemos que emplearlos en aquello que propicie un avance más rápido de la Humanidad sin provocar un daño generalizado como lo hacen las guerras, que sí, son causa de avances tecnológicos, pero también destruyen vidas e infligen heridas que permanecen abiertas durante siglos. El programa espacial es uno de los medios que con mayor rapidez logra estos fines y además nos sirve de inspiración, tanto científica y tecnológica como humana. Nuestro conocimiento tecnológico y científico crecerá con cada viaje al exterior, pero también crecerá nuestro conocimiento de nosotros mismos. Cuanto más podamos alejarnos de la esfera de hierro que habitamos para verla desde la serena distancia, más podremos darnos cuenta de lo que realmente somos: apenas un moho quizá transitorio en la superficie de un planeta rocoso en el que —por mucho que nos empeñemos— no existen fronteras, ni naciones, ni más principios ideológicos universales que la certeza de que todos habitamos el mismo pedrusco… así que, si se hunde la barca, nos hundimos todos con ella. Podremos tomar consciencia de que precisamente porque no somos nada, sólo nos tenemos los unos a los otros. El conocimiento que cada uno de nosotros alberga (el mío, el de usted, el de alguien que conozcamos, el de alguien que esté por nacer) podría resultar decisivo en un momento dado de nuestra Historia; qué mejor motivación para respetar nuestras respectivas vidas y remar todos en la misma dirección. Neil Armstrong se paseó por la Luna y vio las cosas con perspectiva. Decidió, al volver, ponerse al servicio de esa perspectiva y vivir mirando al futuro, no a las rencillas del presente. He aquí la lección que podemos aprender de él: si dirigimos nuestra energía en la dirección correcta… cualquier cosa es posible. Pero para ello tendremos que olvidarnos de lo que “creemos”, o más bien olvidarnos de lo que queremos creer. Tendremos que buscar el bien universal sin sucumbir a la tentación de tomar partido por unos o por otros, sólo porque hemos nacido en tal cultura, con tal color de piel o con tal credo, con tal religión o con tales costumbres.
Porque en el fondo todos sabemos en qué consiste el bien universal. O eso espero, porque si resulta necesario pisar la Luna en primera persona para descubrirlo… en ese caso ya podemos abandonar toda esperanza. Muy pocas personas han pisado la Luna y, si algún día se decide regresar allí, imagino que muy pocas otras podrán pisarla en lo venidero. Pero afortunadamente el ser humano es capaz de aprender no solamente mediante la experiencia directa sino también mediante el ejemplo. Neil Armstrong pronunció equivocadamente la frase más importante de su vida —si entendemos por importancia la relevancia periodística o lo que registrarán los libros de Historia como pie de foto—, pero aquella equivocación fue alentadora, porque sólo puede significar una cosa: lo importante no es lo que Armstrong dijo al pisar la Luna. Lo importante es que entre todos conseguimos que un ser humano llegase allí y que no hay motivos para que no nos planteemos llegar todavía más lejos. ¿Un pequeño paso para el hombre o un gran salto para la Humanidad? Qué más da. Una frase mal dicha no tiene importancia; es como tartamudear cuando te declaras a una chica: sólo será una tragedia si te empeñas en que sea una tragedia y le das importancia a esas naderías banales. La chica seguirá estando allí cuando termines de tartamudear. Y la Luna seguirá estando allí cuando terminemos de tartamudear aquí en la Tierra. Lo cierto es que la imagen de Armstrong pisando ese otro mundo fue, es, y seguirá siendo una enorme fuente de inspiración para todos nosotros. Vuelva a salir a la ventana y contemple de nuevo la Luna. Hemos estado allá arriba. Qué más no seremos capaces de hacer… si es que realmente queremos hacerlo, claro está.
“Lo importante de la misión Apolo es que demostró que la Humanidad no ha de estar por siempre encadenada a este planeta, que nuestras visiones van mucho más allá y que nuestras oportunidades son ilimitadas”.
Palabra de Neil.
Pingback: …y Neil Armstrong se equivocó de frase
El mejor homenaje a Amstrong que he leído hoy. Muy, muy bueno.
Impresionante el artículo. Da gusto leer algo tan bien escrito y que te emocione tanto. Enhorabuena.
Excelente artículo. He buscado una de las citas de Armstrong, pero no he tenido éxito; más o menos dijo: -Es importante pisar la luna, pero también quiero volver a pisar la tierra.-
También para mí lo mejor que hoy se ha dicho respecto al señor Armstrong.
Estupendo artículo. Me ha encantado.
Muy buen artículo, Emilio.
Absolutamente espectacular
Estimado E.J. Rodríguez. Es Ud. mi fav, ya puedo confirmarlo. Muchas gracias por este artículo.
ya somos dos
Somos tres jeje
¡Cuatro!
Buen articulo, justo y preciso de un personaje que logro con su gran inteligencia e instinto de supervivencia mantener por años la mentira del viaje lunar, que aun no se realiza por dificultades técnicas insuperables aun.
Buen artículo, y buena imagen la que damos los lectores de Jot Down: El porcentaje de descerebrados no llega al 10%.
Hay muchas preguntas sin respuesta sobre la veracidad de las misiones tripuladas a la luna, y no me refiero a las tipicas chorradas que se repiten interesadamente para desacreditar a los «conspiranoicos». Hay quien se lo cree a ciegas y quien lo niega tambien a ciegas… ambas posturas en mi opinion poco defendibles. Pero me parece que cuando uno entra a valorar en detalle la autenticidad de las evidencias disponibles no se puede sino que mantener un sano grado de escepticimo (como minimo) teniendo en cuenta la credibilidad de quien lo dice (el gobierno americano nada menos), las consecuencias que tuvo el asunto y el escaso por no decir nulo progreso en materia de misiones tripuladas desde entonces. Cada uno que extraiga sus propias conclusiones, pero hay motivos para dudar seriamente. Las grandes mentiras de la Historia se mantienen secretas por la incredulidad publica.
Maravilloso. El único argumento que das para «dudar seriamente» de la llegada del hombre a la Luna es que «lo dice el gobierno americano», mostrando un absoluto desconocimiento de la Historia, puesto que en aquella época había una cosa llamada URSS que competía directamente con EE.UU. por ser los primeros en la Luna y, curiosamente, jamás cuestionaron el éxito de los americanos. Si tan simple es demostrar el «engaño» para los internautas de a pie, la KGB lo habría hecho al día siguiente.
Lo de el «no retorno» es aún más sencillo de entender. Basta con echar un vistazo a la evolución de los presupuestos de la NASA: http://photos1.hi5.com/0039/409/131/MT6gk9409131-02.png Una vez que se ganó la carrera a los soviéticos, se acabó la inversión.
Como tú dices, que cada un extraiga sus propias conclusiones, pero a ser posible, que lo haga basándose en hechos.
El escepticismo está bien, pero informándose un poco se hace muy difícil creer que no hemos ido a la Luna.
Por un lado, si hemos de fijarnos en la «credibilidad de quien lo dice» tenemos que tener en cuenta que «quien lo dice» no es el gobierno americano sino la NASA, una institución con una credibilidad muy sólida en el círculo científico. Además de que no «lo dice», sino que aportó una gran cantidad de pruebas que miles de personas pudieron comprobar (transmisiones en directo de la misión, muestras de rocas lunares, publicación de los resultados de los experimentos realizados en la superficie lunar…)
Por otro lado, las consecuencias fueron las lógicas: Cinco misiones más, de las cuales cuatro fueron un éxito… por desgracia sólo en el aspecto de la ciencia y la ingeniería. Ir a la Luna es muy caro y allí no hay petróleo, oro, ni es un objetivo estratégico a corto/medio plazo así que cortamos fondos y redirigimos la investigación espacial a cosas más asequibles.
No sé exactamente cuáles pueden ser esas preguntas sin respuesta, pero yo te voy a proponer unas cuantas:
¿Cuándo comenzó la mentira? Porque la llegada a la Luna no fue cosa de un día, fue una década de misiones, cada una de las cuales era un paso para el objetivo final. ¿Orbitó realmente Gagarin alrededor de la Tierra? ¿Y Glenn? ¿Nos creemos el proyecto Geminis? ¿Murió la tripulación del Apolo 1 en una prueba de efectos especiales o fue un golpe de efecto de los guionistas? ¿Nos empezaron a engañar durante la retransmisión del Apolo 8 sobrevolando la superficie lunar?
¿Por qué la NASA va a desarrollar un cohete capaz de llegar a la Luna si luego no lo va a usar? La ingeniería desarrollada durante estos proyectos es conocida, y de lo que no se puede dudar es de los lanzamientos del Saturno V. Recuerda que hubo cientos (miles quizá) de testigos que vieron una mole de cien metros de altura levantarse del suelo y perderse en el cielo. ¿Iba vacío? ¿Las diez veces?
¿Por qué la URSS no denunció el fraude? Por lo que sé, la teoría del fraude se sustenta principalmente en la detección de supuestos errores en las fotos y grabaciones de las misiones lunares. ¿Cómo puede ser que a ningún científico o ingeniero soviético le llamase la atención ninguno de esos defectos? Recordemos que estos no eran unos mindundis, eran otra potencia en este aspecto, tenían la capacidad de seguir la misión prácticamente al mismo nivel de la NASA. Además esto era una carrera de ingeniería pero, sobre todo, política. Los rusos no admitirían la derrota así como así. ¿Estaba tan bien montado el fraude como para colarsela por la escuadra a una potencia enemiga?
Tú dirás, a mí me parece que es más difícil de creer que esto es un fraude filmado en Hollywood que el hecho de que realmente la humanidad ha llegado a la Luna.
Un gran homenaje.
El artículo es muy emotivo e interesante, pero su traducción de «a small step for (a) man» es errónea. En inglés, un sustantivo contable como «man» debe estar precedido por un determinante (a, the, that, etc) o aparecer en plural (por eso «I’m doctor» es incorrecto, frente a los correctos «I’m a doctor»/»We’re doctors»). Si Armstrong omitió «a», cometió un error gramatical elemental, pero traducirlo literalmente al español e interpretar lo que resulta es igual de desacertado. Consulten artículos sobre el tema en periódicos de habla inglesa: hablan de un error gramatical (que por cierto casi todos descartan que se produjera), pero no señalan que el significado de la frase fuera contradictorio: simplemente lo que dijo Neil estaba mal dicho. Por otro lado, «a» se pronuncia de modo tan tenue que la polémica me parece absurda desde el inicio.
Enhorabuena por el artículo.
Una observación.
» Una sinfonía es bella, pero también lo es el canto de un pájaro. Un cuadro es bello, pero también lo es el plumaje de un pájaro. Sin embargo, ningún pájaro podrá nunca llegar a la Luna por sí solo. »
Una sinfonía o un cuadro son algo más que «bellos». Constituyen expresiones culturales, formas de arte. La diferencia entre éstas y lo existente en la naturaleza es cualitativa. Sería como echar por tierra la propia gesta del programa Apolo sólo porque en la naturaleza existen cuerpos celestes que se trasladan a velocidades y distancias muy superiores a las de una nave construida por el hombre.
No me he puesto a valorar las evidencias porque tengo cosas mejores que hacer, pero el hecho de que no haya habido mas viajes tripulados ni por la NASA ni nadie mas y que estos coincidieran con la guerra de Vietnam es sospechoso. De entrada no me parece imposible falsificar videos y fotos, y no creo que se necesitase tanta gente metida en el ajo. El desarrollo de toda la tecnologia necesaria para misiones no tripuladas si se hizo, el problema es mandar a personas. El tema de que simplemente no interesa y es caro etc no se sostiene. La industria militar-espacial de todo el mundo se beneficio de esto, asi que no veo incentivos para «desvelar» una supuesta mentira por parte de nadie que pudiera hacerlo, ni por los rusos, que probablemente tambien mintieron en muchas cosas. Es un tema que huele mal, al margen de lo que digan los «creyentes» o conspiranoicos cronicos. Pero tambien puede que sea verdad, simplemente las pruebas no son todo lo concluyentes de lo que uno esperaria.
Pues yo creo que había mucha gente «metida en el ajo»; se calcula que en el proyecto Apollo trabajaron sobre 400.000 personas, la mayoría de instituciones y empresas independientes de la NASA. Digo yo que el hecho de que ninguno de ellos filtrase ninguna prueba clara a favor de la teoría de la conspiración es llamativo, ¿no?
Lo de falsificar vídeos y fotos no es imposible, de hecho es totalmente factible, lo malo es cuando estas supuestas manipulaciones (que en mi opinión han sido ya convincentemente refutadas) son prácticamente el único argumento frente a una avalancha de pruebas que, aunque a tí no te convenzan, sí son concluyentes para la práctica totalidad de la comunidad científica. Una de las comprobaciones experimentales más conocidas es la de enviar un láser para que rebote en el panel de espejos que dejó el Apollo 11 y esperar el eco para medir la distancia entre la Tierra y la Luna. Muchos científicos independientes han realizado, y pueden todavía realizar, ese experimento. Por otro lado, varias de las últimas sondas enviadas a la Luna (por ejemplo de las agencias espaciales de China o la India, ya que no te fías de la NASA), aunque no tenían la resolución para fotografiar con claridad el material abandonado por el proyecto Apollo, sí han tomado imágenes donde se ven las huellas que dejaron los vehículos usados por los astronautas para recorrer la Luna.
Insisto, quizá las pruebas no sean concluyentes para tí, pero sí lo son para prácticamente toda la comunidad científica.
Quin, muy bien expuesto y argumentado. No me deja de sorprender que haya gente que niegue la opinión de la comunidad científica internacional con argumentos tan peregrinos como «es que no me fío de este o ese grupo o país», o «es que hay muchos intereses de por medio». Para todos ellos, he aquí dos argumentos más de que la NASA sí que llevo al homber a la luna: http://xkcd.com/1074/
Muy buen artículo!
Me has hecho sentir amigo, mirar al despegado cielo de Finlandia, enfocar esa preciosa y enorme luna llena que desde estas tierras se divisa, y sonreír por toda la humanidad. La idea está bien, pero el caso es que aquí seguimos matándonos, obligándonos a morir de hambre y cuchicheando del vecino. Una pena.
Maravilloso artículo.
Por otro lado, hay alguno al que dan ganas de darle con una roca lunar de los 382 kilos que se trajeron de allí.
Uy, mira. Científicos de 2012, todavía engañados por las piedras falsas que trajeron las misiones tripuladas falsas a la Luna.
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/17/ciencia/1337249350.html
A lo mejor siguen en el ajo. Generaciones de científicos cultivando ajos desde 1969.
Bueno, los rusos tambien se supone que trajeron algo de rocas y lo hicieron sin misiones tripuladas… Ademas, no hay manera de probar si las rocas son o no son de la luna. Entiendo a los escepticos porque no hay otra evidencia que la suministrada por NASA. Ademas, desde el momento en el que los cohetes despegan Houston toma el control y los ingenieros y cientificos en otras sedes de NASA solo reciben informacion a traves de Houston, asi que estoy de acuerdo en que de ser un montaje no hubiera requerido tantisima gente en el ajo. Gran parte de la tecnologia por supuesto que si se desarrollo, y las misiones no tripuladas no eran un problema. Pero cuando se vio que iba a ser imposible mandar a alguien y traerlo de vuelta con vida, se urdio el plan B. Recordemos que todo ocurrio en la america de Nixon, Vietnam, guerra fria, etc. Los incentivos para montar algo asi eran enormes.
Yo aún no entiendo la utilidad de un viaje así fuera de la propaganda de la guerra fría. Por cierto, finalmente los rusos ganaron esa batalla. En lo que hace a cohetes y naves han sido superiores, incluso con la estación espacial y sus investigaciones. Sin embargo, como en el caso de Fischer en el ajedrez, un jugador USA contra generaciones de soviéticos, aparece para nosotros como el referente, solo vemos la parte americana, bueno, solo `podemos´ ver esa parte.
Quise decir: Fischer, un campeón USA contra generaciones de campeones soviéticos.
¡Gracias, gracias, gracias! No puedo decir mucho más :)
Perdona E.J. Rodríguez, señalo algunos errores de tu artículo: 1. Armstrong no era piloto de las fuerzas aéreas, era piloto de la marina. / 2. El North American X-15 no era un reactor (jet aircraft), era un avión cohete (rocket aircraft) / 3. «Quienes diseñaban y ponían a punto los aviones no daban crédito viendo que un piloto podía asimilar conocimientos técnicos con la misma facilidad de un experto ingeniero» Es que Armstrong era, de hecho, ingeniero aeronáutico con un máster en ingeniería aeroespacial, además de piloto. / 4. La misión Gemini 8 no fue un éxito, fue un fracaso y a poco se matan, tal vez Armstrong lo impidió / 5. El Apollo 11 no era ningún cohete, era el nombre de la misión. El cohete era el Saturn V. – Por otra parte, veo por los comentarios que todavía hay gente que piensa que no ha habido hombres en la Luna ¡Eso sí que es increíble! Gracias.
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