[Viene de la primera parte]
En Francia soy un autor, en Alemania un cineasta, en Gran Bretaña un director de cine de género y, en EE.UU, un mendigo.
John Carpenter
Cosas de noruegos, gafas de sol y hombres de estrellas
1982, nueva película. La cosa parecía un remake de su adorada El enigma de otro mundo, pero en realidad se trataba de una nueva adaptación de la novela de la cual germinó aquella versión del 51. La narración en cuestión era Who Goes There?, una obra que solo podría tener un título peor si este fuese Me parece que he escuchado un ruidito. Escrito en 1938 por John W. Campbell Jr, el libro escondía una fabulosa historia de terror y ciencia ficción que llegaría a recoger cierto reconocimiento, Science Fiction Writers of America: la votó cuarenta años después como una de las mejores obras de la sci-fi.
Los noruegos, esas gentes que han inventado el bote de espray, el black metal y el modo berserker, tienen el culo pelado de tanto ponerse vikingos combatiendo todo tipo de trolls, serpientes marinas y encarnaciones del mal mitológicas. Por eso mismo si un grupo de ellos aparece de la nada persiguiendo a tiros a un perro será porque muy probablemente dicho perro se lo merezca. La cosa comienza con un efímero plano de nave espacial entrando en boxes y continúa en la Antártida con un helicóptero de noruegos intentando frenar a un husky siberiano a base de bala y granada. La persecución les conduce hasta una base estadounidense donde Kurt Russell hace botellón mientras otros se ponen en plan científico. Tras un mongólico accidente con el helicóptero, el último superviviente noruego tiene un intercambio de opiniones sobre el asunto de ir disparando a piernas ajenas y poco después, con el cadáver aún caliente del escandinavo, los americanos, que son muy de salvar al perro en las películas, deciden adoptar al ejemplar. Y así se inicia una cautivadora historia sobre mascotas acogidas y férreo compañerismo en una instalación ubicada en el culo del mundo. Una fábula donde la mascota ha resultado ser un asqueroso extraterrestre muy hijo de puta en general y con la capacidad de mutar su cuerpo para imitar la apariencia de cualquier ser vivo que se haya cargado.
Carpenter viaja a sus lugares recurrentes: un espacio cerrado y un casting hombruno (el único rol femenino es la voz de una computadora, que correspondía a Adrienne Barbeau, voluptuosa mujer del realizador por aquel entonces). En el frío escenario se reiteraba el concepto de camaradería masculina transformándolo en creciente sospecha ante la posibilidad de que el compañero fuera el alienígena de carnaval.
En la producción todo muy atado, delega la banda sonora en el gran Ennio Morricone, los charcuteros y sorprendentes FX a cargo de Rob Bottin y Albert Whitlock con la ayuda de Stan Winston y el final feliz rodado como alternativa es descartado por completo por otro mucho más acorde con el espíritu del film.
En cuanto llegó a las pantallas la cosa no funcionó tan bien, mucha menos recaudación de lo esperado y un grupúsculo de la crítica fácilmente impresionable quejándose de que no vendiesen bolsas de vomitar junto a la entrada para el festival de gore. La teoría de su relativo fracaso era más o menos la que sigue: un par de semanas antes Steven Spielberg acababa de estrenar E.T. El extraterrestre y las gentes probablemente estaban más por la labor de aceptar a un alienígena de buen rollo y sin instintos asesinos después de sufrir lo suyo con Alien unos pocos años antes. Como le suele ocurrir a parte del cine de Carpenter La cosa acabó con el paso del tiempo convirtiéndose en un clásico de culto y en un éxito de las estanterías del videoclub ochentero. El director llego a decir más de una vez que era su hija predilecta, y el fanatismo y fama del film adquirió carácter mundial y curiosidad terrenal: en cierta base científica perdida en medio de la nada en el polo sur cada año se juntan sus escasos habitantes en una sala para alegrarse la tarde viendo La cosa. En doble sesión con El resplandor, eso sí. Para animarse se supone.
Uno de ellos es Russell, el otro aunque parezca lo contrario no es la persona encargada de revisar los textos de la edición en papel de JD.
La cinta dejaría cierto legado: videojuego de survival horror en 2002, miniserie de cómics, proyecto de secuela en forma de serie por Sci-Fi Channel en 2003 que al final no llegó a cuajar, icónicas figuritas de juguete del loco de Todd McFarlane, parques temáticos, precuela con idéntico título en 2011 y una vaga y lejana mención de Carpenter a las ganas de rodar una secuela que zumbaba por su cabeza.
Para su siguiente película el director tenía en la sala de espera a Burt Lancaster (su hijo, Bill Lancaster, ya había escrito el guión de La cosa y tenía aquí un nuevo encargo de script) y a una niña llamada Jennifer Connelly; aquel proyecto se trataba de una adaptación del libro Ojos de fuego de Stephen King.
El señor King en aquellos años aún no se había puesto a revisar los bajos de furgonetas ajenas y vivía plácidamente el inicio de lo que sería una locura bibliofílmica. Todo lo que escribía era potencial material para ser adaptado al cine, la fiebre por sus letras sería tan extrema desde los ochenta en adelante que lo raro es que nadie haya sacado una versión cinematográfica de su lista de la compra. En 1983 Carrie, El resplandor, La zona muerta y Creepshow ya habían plantado cara ante las butacas, pero aquello era solo el comienzo para el escritor del fast-food terror. El dato gracioso es que un Stephen King enajenado decidiría en el 86 sentarse en la silla de director para trasladar al celuloide una de sus obras ¿el resultado?: La rebelión de las máquinas, un producto cuya calidad en general se puede definir con esta escena. El hombre tras aquello no volvería a acercase a una cámara desde el ángulo del realizador.
Pero tras la decepción en taquilla de La cosa, los directivos de Universal decidieron que era mejor encargarle el trabajo a otro que no fuese Carpenter y le sacaron amablemente a patadas de Ojos de fuego. Lo simpático de todo es el director acabó dirigiendo Christine, que era nada más y nada menos que otra película basada en unas letras de Stephen King, con el hecho gracioso de que la fama de King en aquel momento ya estaba tan disparada que la película empezó a producirse antes de que nadie hubiese editado el libro que la originaba. Christine como película era funcional pero bastante aséptica. La historia de un chaval que se agencia un coche (un 1958 Plymouth Fury) empieza a ponerse Pimp my ride con el carro. Pero el coche tiene la desgracia de estar poseído por un espíritu malvado con cierta malicia asesina y Bad to the bone como marchoso tema principal. Light en lo gráfico (apenas contenía un par de salpicaduras de sangre) y un entretenimiento que fue dirigido por Carpenter con el piloto automático puesto y siguiendo la línea contínua: nada especialmente destacable y nada especialmente horrendo. El propio hombre declararía que en aquel momento se puso a los mandos de aquella película porque nadie le ofrecía nada más.
1984. En Columbia Pictures cierto tiempo atrás habían recibido dos guiones con marciano como protagonista y decidieron quedarse con uno y remitir el otro a la competencia para evitar sobrepeso alien. El que se guardaron fue el de Starman, el que dejaron ir fue E.T. el extraterrestre, aquel bichejo arrugado y marrón fuera de cobertura que hacía dos días se había pegado en cartelera con La cosa. Con el culo ligeramente roto tras haber dejado escapar a la criatura de Spielberg, los de Columbia decidieron que ya total qué otra cosa mejor que hacer que rodar el guión de Starman de una vez.
Starman, fantasía de ficción con peso emocional. Pagaba un tal Michael Douglas, que basándose en el sano arte de montar un trío con una churra y una merina fichó a Carpenter confiando en que su experiencia en cine de acción y su forma de tratar las emociones se extrapolase de algún modo al tratamiento de las secuencias más ñoñas con cierta fuerza dramática. Carpenter aceptó la propuesta para hacer algo completamente opuesto a La cosa (cuyo fracaso en cines le seguía pesando cual botas de plomo) y así seguir siendo un director visible y útil en Hollywood. Pese a lo extraño de la elección, el resultado no salió nada mal. Starman estaba protagonizada por Jeff Bridges y Karen Allen, y en ella un extraterrestre (un Bridges pre-El Nota) adoptaba la forma del marido muerto de una viuda hundida y se la llevaba de paseo forzado por media América. Carpenter dirige una cinta con más azúcar de lo que el hombre parece soportar y no le tiembla apenas el pulso. Nominación al Oscar y al Globo de oro para Bridges por su interpretación, congratulaciones extraordinarias de la crítica, nominación a otro Globo de oro para Jack Nitzsche por la composición del score y Carpenter quedándose un poco bizco por ser esta su primera película con mención en los premios. Recaudación en taquilla correcta pero no espectacular. La obra descolocaba al seguidor de Carpenter y dividía a la audiencia que tendía a asimilarla o como una sci-fi romanticona y pastelosa con polvo interestelar, o como una de las mejores películas del 84. Generó una secuela en forma de serie televisiva protagonizada por Robert Hays, la tercera cara más conocida de Aterriza como puedas tras Leslie Nielsen y Otto. La serie en sí duró tan solo una temporada antes de ser arrojada al cubo de las cancelaciones, y lo más destacable de ella era el hecho de que plegaba el espacio tiempo magistralmente y pasándose toda lógica numérica por entre las criadillas: sus eventos ocurrían quince años después de los del film protagonizado por Bridges, pero aún así todo el mundo continuaba sorprendentemente viviendo en los ochenta, y más concretamente en 1986.
Entretanto ese productor de la saga Superman con nombre de silla de Ikea, un tal Ilya Salkind, le había echado el ojo al culito de Carpenter tras visionar Starman, y pretendía ficharlo para una supuesta gran producción no exenta de ambiciones: Santa Claus: the movie.
La idea de poner al caballero en la silla de dirección de un cuento navideño era tan descabellada y extraña que a Carpenter le hizo gracia al principio y le resultó realmente atrayente al final. Salkind y Carpenter quedaron una tarde para jugar a las tacitas discutiendo los pormenores del encargo. Al siguiente día, y tras haber meditado el asunto con calma, el director se presentó con una lista de demandas necesarias para ponerse al frente de la producción. Sus peticiones eran potentes, reclamaba un total control creativo durante la producción y también durante el rodaje y la post producción (teniendo la última palabra sobre la edición y el propio guión del film), exigía que el papel de Papa Noel fuese interpretado por Brian Dennehey, quería componer la banda sonora, y reclamaba un contrato de 5 millones. Muy probablemente también demandó un puñado de niños varones frescos para sacrificar en un altar y media botella de sangre de Salkind. El producto,r alucinando en toda la escala cromática con aquella carta a los reyes de Carpenter, dio marcha atrás, y acabó abandonado al realizador y eligiendo en su lugar a Jeannot Szwarc, un hombre en cuyo curriculum figuraban Jaws 2 y Supergirl. De todos modos, y aunque Carpenter declararía años después que le hubiese gustado coger las riendas del trineo, no se perdió gran cosa, Santa Claus era una deyección hedionda envuelta en luces de navidad y Carpenter no hubiera salvado el accidente ni aunque hubiese metido un alienígena y a Kurt Russell disfrazado de elfo.
Jeff Bridges, gigoló interestelar Spielbergizado, en su momento All-Bran.
Videoclubs, videocults
Tras todo esto llegaría Golpe en la pequeña china, una película que cualquiera que haya encendido la tele durante los 90 habrá visto al menos un par de veces; la han repetido tanto que los actores de la cinta ya recitan las líneas con cara de aburrimiento.
En la 20th Centruy Fox andaban a palos por un libreto. Uno de los ojeadores compró un guión firmado a cuatro manos (por Gary Goldman y David Weinstein). Se trataba de un western con salpicaduras orientales, incluía leyendas chinas fantásticas y artes marciales molonas. Pero los chicos de la 20th no querían gastase los dineros en tumbleweeds y demandaron una revisión del guión en formato contemporáneo para saltar sobre el encarecimiento y problemas que arrastraba producir una del Oeste. Tras pelearse un rato acabaron echando a patadas a los guionistas originales y contrataron a un especialista en reescribir guiones para los estudios, W.D. Ritcher, quien agarró el texto original, le dio a Seleccionar todo->Suprimir y reescribió la historia salvando unos pocos y contados detalles originales. El script siguió dando dolores de cabeza incluso después de finiquitado: además de sufrir llamadas del pesado de Goldman, el pobre Ritcher tuvo que asimilar la decisión que tomó la Writers Guild of America de no acreditarlo al final de la cinta como guionista, pero sí hacer figurar en el reparto a los dos autores originales, aquellos cuyo guión solo se parecía al texto final en que estaba escrito sobre papel y el malo se llamaba Lo Pan.
Tras tanto trabajo y con un nuevo guión ya completado llegarían las prisas; el estudio tenía muy poco tiempo para sacarlo adelante, sobre todo porque Eddie Murphy estaba a punto de estrenar El chico de oro en la competencia y no parecía muy buena idea sacar dos películas de similar temática (ambas tenían artes marciales, estadounidense heroico, comedia de acción y rollo fantástico) en los cines pese a ser una práctica —que insinúa a voces espionaje industrial— bastante habitual entre estudios enfrentados. Véase: Armageddon y Deep Impact u Hormigaz y Bichos.
Con el guión en la mano y en plena maratón, la 20th contrató a Carpenter por ser rápido y apañado, y de paso decidieron que el protagonista ideal bien debiera ser Clint Eastwood o en su defecto Jack Nicholson, pero ambos estaban ocupados por esas fechas saliendo a por tabaco. Por eso mismo el director le dio el personaje principal a su amigo Kurt Russell, a quien a estas alturas ya parecía dormir abrazado. Russell no las tenía todas consigo, película que protagonizaba, película que se pegaba la hostia en taquilla, pero aceptó el papel de Jack Burton en aquella cinta de acción con tono de comedia situada en las entrañas de Chinatown. Dennis Dun coprotagonizaría la cinta y para los roles femeninos se seleccionó a Suzee Pai y a una Kim Cattrall que aún no había experimentado las bondades del anal en la Gran Manzana.
Divertimento simpático con sicarios con sombreros de paja enormes y superpoderes climáticos, villano (James Hong) con filia por las mujeres de ojos verdes, encantadores escenarios de cartón piedra e incluso monstruo ochentero a medio camino entre el big foot y la portada de un Thunderdome. Jack Burton y su aguerrido mullet se enfrentaban a ejércitos chinos y movidas sobrenaturales para salvar a la chica y recuperar su camión (en el guión original, el western, los malvados le robaban un caballo).
La parte más curiosa acontece si el espectador intenta enfrentarse al visionado de la película haciendo caso a esas declaraciones de Carpenter que aclaran que la gracia (incomprendida) está en que el personaje de Russell no es tanto un héroe como el prototipo de acompañante cómico de héroe que desconoce que en realidad él no es el protagonista. De ahí la más que aparente torpeza de Jack Burton y la corrección y efectividad del personaje de Dennis Dun, que es una figura heroica limitada a propósito al papel de sidekick.
Probablemente hay instantáneas más adecuadas para ilustrar un texto sobre Golpe en la pequeña China, pero no nos importa. Esta en plan El show de Xuxa es LA FOTO.
Golpe en la pequeña china se la pegó en taquilla; James Cameron aún tenía en cartel Aliens y probablemente a Carpenter no se le daba bien la competencia directa con aquellos extraterrestres que no fueran de cosecha propia. La crítica le rindió un recibimiento irregular, vapuleos y loas, sin ponerse demasiado de acuerdo. Como viene siendo lo normal con las cintas de Carpenter, en el momento en el que el film pisó el videoclub se convirtió en un clásico de la década con fanáticos acérrimos y sillón reservado en la estantería, pero el fracaso en las salas de cine le pasaría factura.
Carpenter, desencantado con los grandes estudios, y los grandes estudios desencantados con un tipo que solamente salía rentable si uno tenía un videoclub. El primero decidió alejarse de los segundos jurando que nunca volvería a trabajar bajo el yugo Hollywoodiense, y a los segundos no les causó ningún drama aquello. Tirando por la rama independiente y la esencia de la serie B, su próxima película sería un producto barato y sin grandes complicaciones a la hora de rodar. El príncipe de las tinieblas veía la luz en 1987, guión del propio director tras haberse leído demasiadas Muy Interesantes y quedarse prendado de las cosillas que tiene la teoría atómica. Un sacerdote muere dejando como legado una cajita rellena de una marranada que podría contener el secreto sobre la existencia del mal en su esencia más pura. Género de terror con estudiantes de metafísica, medios ceñidos y conjunto olvidable. La curiosidad del producto se encontraba en la figura de uno de los productores, que resultando ser el manager de Alice Cooper acabó siendo también el tipo al que se le ocurrió la idea de que el rockero firmara un tema para la película (Prince of darkness), y también el responsable de que el caballero Cooper tenga un pequeño papel/cameo en la película en la piel y gorro de un homeless diabólico.
El príncipe de las tinieblas había sido escrita por Carpenter, pero en los créditos aparecía un tal Martin Quatermass como responsable del guión. Aquel hombre no existía, era la forma nada discreta de homenajear a Nigel Kneale (por partida doble, la universidad de la película también se llamaba Kneale), el creador del profesor Bernard Quatermass o un científico en continua lucha con los extraterrestres que daba nombre y alma a una serie de los años cincuenta que inspiró en gran medida El príncipe de las tinieblas. Curiosamente a Kneale, quien antes había participado en alguna empresa con Carpenter, no le hizo demasiada gracia el homenaje al creer que cualquiera podía confundirse con el famoso apellido y relacionarlo con su persona. Lo cual visto lo flojo de la película, quizá era hasta lógico.
Alice Cooper, uno de los pocos extras de película a quién el concepto de maquillarlo para el papel se basa en desmaquillarlo de su aspecto normal.
Al año siguiente Carpenter encendería la televisión tras un periodo de abstinencia de caja tonta y descubriría entre anonadado y furioso que la programación de la misma fomentaba encarecidamente un modo de vida consumista, lo que es más o menos lo mismo que decir que el agua moja. Con esta idea rondándole los sesos, la lectura de un relato corto titulado Eight o’clock in the morning de Ray Nelson, y el descubrimiento de una historia llamada Nada sacada del cómic Alien encounters, nacía el cigoto de Están vivos. Carpenter compró los derechos del texto de Nelson y del tebeo y se lanzó a perpetrar otro clásico de ese género que es capitaneado por la segunda letra del abecedario.
Están vivos tiene un punto de partida exquisito en su concepto base: el protagonista de la aventura puede ver la realidad del mundo que le rodea a través de unas gafas de sol. Al ponérselas descubre que las vallas publicitarias y los carteles promocionales esconden mensajes subliminales (el OBEY es un clásico de la iconografía fantástica) y que hay gente que en realidad de gente tiene poco y mucho de alien de aspecto horroroso.
Para el casting se fichó a Roddy Piper, que ya tenía experiencia en esto de la actuación: era uno de los luchadores de ese fiestón del anabolizante llamado WrestleMania, protagonista chulesco de nombre inexistente (en los créditos su carácter es citado como Nada en homenaje a las obras que sirvieron de inspiración) y con otra mole como compañero de peripecias, Keith David. A ellos dos y su estupenda y refinada química para desleñarse el lomo a hostias hay que agradecer que Están vivos tenga una de las peleas one versus one más recordadas del séptimo arte. En el guión ese rifirrafe que se producía ante la negativa del personaje de David de ponerse las gafas de sol era una escena que duraba solo unos 20 o 30 segundos, pero David y Piper se pusieron tontos y comenzaron a coreografiar y ensayar durante días una versión mucho más amplia para al final aparecer con esto. Cinco minutos y medio de hostiacas secas. La leyenda dice que solo fingían los puñetazos en la cara, y el resultado era tan macho que contemplar tanta testosterona desbocada hacía crecer un tupido bigote de golpe. South Park rememoró la escena con tullidos, y cualquier persona con dos dedos de frente y menos de dos metros de altura entendió que si Roddy Piper dice que te pongas las gafas, hay que ponerse las gafas.
En el fondo la idea de las gafas tenía cierta gracia en su mensaje político-consumista, en palabras del director: “el mundo a través de los cristales se ve en blanco y negro. Es como si los aliens nos hubieran coloreado. Eso significa, por supuesto, que Ted Turner es realmente un monstruo del espacio exterior”. Turner era un empresario de la industria del ocio que se había dedicado a colorear películas en blanco y negro. Y la práctica del coloreado sobre obras añejas era algo con bastantes detractores (entre los que se encontraban Woody Allen o George Lucas) al considerar (con razón) que aquello de dotar al celuloide ideado en b/n de colores, tan naturales como el plástico de color pastel, pervertía la obra original.
La cinta, continuando la racha, se labraría la posición de cine de culto underground. A aquella mitificación ayudaría el encanto general y detalles tan elegantes como la frase «I have come here to chew bubble gum and kick ass… and I’m all out of bubble gum» justo antes de liarse a escopetazos en un banco en esta adorable escena. En otro ámbito del ocio Duke Nukem incluso la robaría vilmente para citarla en sus videojuegos. Carpenter firmó de nuevo con pseudónimo el guión, en este caso homenajeando a Howard Phillip Lovecraft al utilizar el nombre del protagonista de El horror de Dunwich, Frank Armitage.
Posteriormente llegarían un pack de proyectos rechazados, por un lado Atracción fatal, cuyo guión le resultaba demasiado similar al Escalofrío en la noche de 1971 dirigido por Clint Eastwood. También en algún momento u otro el hombre tonteó con dirigir un remake de la añeja La mujer y el monstruo, pero no llegó a ningún puerto conocido. Y se le ofreció encargarse de la tercera parte del exorcista basándose en la novela Legión de William Peter Blatty, la verdadera secuela escrita de su famoso libro El exorcista. Carpenter estaba interesado en dirigir aquella comedia costumbrista, pero ambos autores no se pusieron de acuerdo en el rumbo de la historia y al final declinó la oferta. El propio Blatty acabaría haciendo un yo me lo guiso yo me como rodando él mismo la película.
Por último algún listo decidió que la carrera de Carpenter era el curriculum más adecuado para ponerse al frente de Top Gun, pero al realizador aquello le daba pereza y se le antojaba un trabajo demasiado por encargo. Lo cual no deja de tener cierta coña puesto que su próxima obra sería un encargo menor: Memorias de un hombre invisible.
[Continua]
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | John Carpenter de Marte (I)
Venga, hombre, venga.
Puede que El príncipe de las tinieblas no pase de ser una película de terror convencional, y con mucho de influencia/homenaje a los zombies de Argento, pero las escenas con los sueñosno son solo de lo más acertado que ha dirigido, si no también de lo más inquientare y malrollero que se ha visto en pantalla.
no mencionaste a la niebla, otra gran pelìcula de carpenter y vìlmente remakeada por el cine actual y los teennagers actorcitos de pacotilla del ìdem.
¿Cómo que no? ¿Tú te has leído la primera parte?
El gran Carpenter. Cual es tu favorita? A mi Snake Plissken y la cosa me ponen burraco.
A excepcion de The Thing, realmente este período fue bastante flojuno.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | John Carpenter de Marte (y III)