Nadie te previene contra esto. Vas en el Land Cruiser, aire acondicionado, bien desayunado, con tu cámara preparada, tarjeta, micrófono para el vídeo. Haciendo bromas con el conductor y la jefa de este proyecto de Save the Children. Protegido, aún dentro de tu burbuja algodonosa. Ves el Sahel ocre, los baobabs, hombres y mujeres solitarios, camino a ninguna parte. Como una película a través del cristal. Hora y media después el coche se detiene en una mísera aldea. Entras en el dispensario, ya con la camiseta pegada al cuerpo del sudor, y entonces lo ves: ahí están en sus camas, casi sin moverse, decenas de niños que ya no son niños porque sólo tienen piel y hueso. El médico responsable del lugar te habla, escuchas también, como si fueran las aspas de un helicóptero, los ventiladores del techo moviendo el aire que arde. Pero en realidad ni oyes nada ni ves nada, porque has quedado golpeado por una imagen que has visto miles de veces en fotos y en la pantalla de televisión y creías que no te dolería ver sin filtros. Y no es que te duela, no es eso, es que la imagen te está dejando, en esos momentos, una cicatriz profunda. Y entonces caes en la cuenta de que, cuando vuelvas a tu realidad gracias al billete de vuelta, una parte de ti ya nunca se irá de ese lugar. Ya estás marcado y algo dentro de ti ha cambiado. Has visto niños morir de hambre, la más humillante de las muertes. Podrás montarte luego, a tu vuelta, el rollo que quieras, decir que te sientes bien, que aquello no te afectó, que te hizo mejor persona o te convirtió en un cínico, pero lo que pasó no entiende de circos y de ficciones. Pasó.
Pensaba esto mismo viendo las fotos que tomé aquel día, hace ya algunos meses, en Zinder, sur de Níger, durante la alerta alimentaria que aún persiste. Sobre el terreno coincidí con un fotoperiodista inglés, Jonathan Hyams, veterano de África, un buen tipo. Yo elegí para ilustrar aquel desastre humano una niña llamada Zakia que acababa de llegar atada a la espalda de su madre. No puso ningún problema en contarme su historia. Zakia ya estuvo a punto de morir otras dos veces y eso me sirvió para titular un relato sobre la resistencia. El brazalete indicó que sufría desnutrición severa. Mientras, Jonathan entraba al hospital para fotografiar a otros niños. Y se encontró con Issia. En una cama, Issia era un niño que luchaba por sobrevivir desnutrido y deshidratado, con su piel reseca que se caía con la pintura de un muro de cal. No tardó en morir. Mientras que Zakia comía su primer sobre de crema de cacahuete, que a la larga ha significado su recuperación, las enfermeras tapaban a Issia con la tela más lujosa que jamás llevó en vida y que le valió de mortaja. En aquel lugar, vida y muerte dialogaban a pocos metros de distancia. Jonathan todavía tuvo fuerzas para acompañar a la madre y a su hermana mayor, ya con Issia enterrado, camino de su aldea, cargando con una tristeza infinita.
Por la noche pillamos unas cervezas y hablamos de lo jodido que está el periodismo con la gente de la ONG, que hacen una trabajo impagable. Y de fútbol, y de las relaciones a distancia. Al día siguiente, avioneta y vuelta a casa.
Días después Jonny publicó su reportaje en el Telegraph inglés con el título Lossing Issia. Yo hice lo propio en El Mundo con Las tres muertes de Zakia. Curioso: él me dijo que sus fotos eran demasiado tristes, que no reflejaban del todo la realidad del lugar. «Es cosa de los diarios ingleses, que siempre te piden lo más fuerte». Yo opino lo mismo de las mías, que la cosa puede que me quedara demasiado alegre, que tampoco refleja, ni podrá reflejar nunca, lo que yo sentí en aquel hospital del demonio en el que fui a cubrir una historia y la historia me cubrió a mí.
Explícito, pero llega al corazón.
Profundo.No sé si es por que mas del 70% de mi ser es africano,este tipo de relatos me impacta mas.
Recomiendo mucho escuchar esta entrevista a Jorge Muñoz, Jefe de Pediatría en un hospital de Pamplona, que también trabaja en Chad (fuente, entrevista de RNE en En Días como Hoy): http://www.rtve.es/a/1489234/
A ese Níger que viviste habría que mandar a unas cuantas personas que están encantadas de haberse conocido, así como con este sistema de mierda que permite a los psicópatas también llamados especuladores financieros y sus palmeros jugar con el precio de los alimentos básicos. Gracias por el artículo.
No sé que me ha impresionado más, si tus vívidas fotos o tu texto. No sé si es oportuno pero felicidades por el trabajo, ambos.
¿Por qué todo esto no sale más en los medios? La gente sabe que esa miseria está ahí, pero lo olvida porque quiere, porque es más cómodo. Es obligación de nosotros no olvidarlo y de los medios hacer que no se olvide. Y ni unos ni otros cumplimos. Un par de fotos cada cierto tiempo de profesionales bienintencionadosno no es suficiente .
Artículos como éste son más que necesarios, un buen despertador a la realidad.
Me atrevo a decir que este es uno de los mejores textos que he leído en mi vida. Enhorabuena por tus sinceras palabras Alberto, siempre he pensado que una imagen vale más que mil palabras, pero después de leer este artículo me ha hecho replantear un poco mis ideas. ¡Muchos ánimos!
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Gracias por hacer tan tuyas y tan personales las historias, por reflejar que son reales. Me siento muy identificada con lo que dices sobre que una parte de ti se queda en África. Mi teoría es que vuelves con una parte más grande. Tuve la suerte de viajar a Senegal el año pasado, cuando tenía 17 años, gracias a un proyecto de la Comunidad de Madrid, «Madrid Rumbo al Sur» (por supuesto, no habrá MRS 2013). Pareces sentirte culpable por poder volver y tener fácil huir de esa miseria que no es tuya. Si es así, creo que no deberías. A mí me has hecho recordar ese polvo rojo en los caminos, desde mi habitación. Otros podrán imaginárselo leyendo tus descartes, que son impresionantes.
Gracias por transmitir las historias que ocurren en muchos lugares de África, ya que como es mi caso nadie me publicaría un artículo porque no soy periodista, pero aquí sigo con mi trabajo. De esas historias que cuentas me conozco ya unas cuantas y mis niños del programa de desnutridos también se merecerían un artículo y sus madres un editorial.
Lo único que sí me da envidia es ese Land Cruiser y ese aire acondicionado, aunque también disfruto esas carencias porque las he elegido con libertad.
nuevamente gracias por ser un canal de divulgación de los más necesitados; ahora que he descubierto sus artículos, intentaré leerlos lo más a menudo posible; como sabe las conexiones a internet en África no son siempre fáciles.
Un saludo desde Mozambique.
Gran reflexión. La comparto totalmente. Pocas veces he escuchado un relato tan parecido a mi experiencia personal, que tantas veces he intentado explicar sin mucho éxito a los demás. Yo estuve en Filipinas, y la situación en aquel pueblecito era bastante mejor que la que tú narras, pero suficientemente impactante para que te cambie la vida.
Brillante descripción. Has conocido un sufrimiento humano de cojones -normal si vas al lugar donde hay catástrofes humanitarias como las que describes-, te invito a que indagues sobre la naturaleza de la mente (con el budismo por ejemplo)
Hola puedo publicar integro esta nota en mi blog, en El Salvador? dando los créditos respectivos?
gracias.
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