Una cuestión de fe
Enric González
Libros del K.O. 2012
Uno de los dramas generacionales que arrastramos los que ahora rondamos los 30 (aunque sea por la parte de arriba) es que, como penitencia por haber gozado de la explosión de las líneas aéreas low cost, tuvimos que descubrir que incluso en las librerías de Luton había estantes rebosantes dedicados al fútbol. Biografías de juguetes rotos, eternas promesas y estrellas venidas a menos que merecían la pena ser vividas, más que leídas. Autores de prestigio que no lo perdían por escribir sobre balompié. Libros escritos por antiguos hooligans que tenían más literatura en la contracubierta que todos los legajos con los que nos habían torturado cada Sant Jordi el Sport y el Mundo Deportivo. Acababas de poner un pie en la pérfida Albión y te dabas cuenta de que no habías volado en un avión, sino en una máquina del tiempo. Hacia el futuro, que allí no pagan con euros.
Pero el futuro, aunque tarde, ya ha llegado. Ayer mismo vi, en una Casa del Libro, un libro con Tomás Roncero en la portada (osé abrirlo y aún no me he repuesto) y otro, ya que no da entrevistas, hecho a base de fotos de Guardiola como un álbum del Fotoprix. Eso fue lo primero que me llamó la atención. Lo segundo, que había más. El tamaño de la mesa dedicada a los libros deportivos crece de manera exponencial semana a semana y pronto podrá albergar el convite de una boda gitana. Al calor de las victorias del Barça y del equipo de la Real Federación Española de Fútbol, del fervor mesiánico que despierta Guardiola y de la adhesión inquebrantable que provoca Mourinho, del ego de buena parte de los periodistas deportivos y de las necesidades acuciantes de las empresas editoriales, cualquier aficionado al fútbol puede conseguir hoy algo de metadona para leer entre una edición del Marca y la siguiente. Porque ese es el perfil: un sucedáneo de calidad escasa para un lector tipo que reacciona igual al escuchar la palabra «literatura» que la palabra «Tassotti» o «Al Gandhour«.
Bueno, debo reconocer que antes hubo algunas benditas excepciones, notables por inesperadas, lirios entre cardos. La traducción en Anagrama de Among the thugs [Entre los vándalos, 2000], de Bufford, que conservo con devoción en el mismo sitio que los condones, un cajón que acumula más óxido en las bisagras que la puerta del almacén de lingotes de Fort Knox. O una lamentable traducción del excelente Soccernomics [Empresa Activa, 2009] (al que aquí no pudieron evitar subtitular, en un dechado de originalidad, ¡El fútbol es así!), de Simon Kuper, perpetrada por una editorial de libros de empresa y que, de puro mala, no la hubieran leído ni Ferran Soriano y Sandro Rosell puestos de katovit en la biblioteca de ESADE en semana de exámenes. Y, claro, los libros de Nick Hornby, el más mainstream de todos los hooligans pero no lo suficientemente mainstream como para que en Holywood evitaran adaptar su memorable Fiebre en las gradas (de fútbol, aclaro por si fuera necesario) al béisbol [Fever pitch, hermanos Farrelly, 2005], quizá creyendo, equivocadamente, que un home run era mejor que un gol y, con ello, mejor que un orgasmo.
Y los héroes patrios, claro, que los hubo. Desde el a ratos abstruso Fútbol. Una religión en busca de un Dios [Debate, 2005], de Manuel Vázquez Montalbán (aunque bastante más accesible que su Deporte y Política [Editorial Andorra, 1972], sí, “su”, no en vano él también era el tal Luis Dávila), hasta el lírico Historias del Calcio [RBA, 2008], de Enric González, pasando por algunas docenas de intentos más o menos lucidos (y lúcidos) de tratarnos como si tuviéramos un tenue brillo de inteligencia en los ojos y que jamás merecieron el privilegio de contar con una mesa para sí solos en las librerías.
Pero hoy, por fin, ya podemos salir del armario, despacito, y gritar sin miedo, pero flojito, ¡soy futbolero! ¡Sé leer! Somos los hooligans ilustrados. Los que somos capaces de decir que el fútbol es cultura sin que se nos escape la risa. Los que tenemos mucho que agradecer a Manuel Vázquez Montalbán, al que le debemos tanto, casi todo. Los que estamos hartos de que nos traten como idiotas. Poco a poco, literatura, periodismo y fútbol están acercando posiciones en este violento conflicto que parecía irresoluble y se hacen un hueco en el quiosco, en las librerías y bajo los sobacos impolutos y perfumados de los aficionados a unas cosas y a la otra simultáneamente. Valga esto para Panenka, una revista excepcional que, como Jot Down, cumple un año y Dios quiera que cumpla muchos más, o para editoriales como Contra, que entre otras cosas, por fin, ha dignificado parte del legado de Simon Kuper.
O para Libros del KO, que ha hecho posible que cinco periodistas y uno que no (González —de nuevo, González—, Jabois, Abal, Ruiz, Lobo y Luque —trasunto, este último, del Sr. Chinarro—) publiquen seis libros fantásticos sobre Real Madrid, Atlético, Barcelona, Betis, Espanyol y… ¿Athletic? ¿Valencia? ¿Sevilla? No, hombre, no: sobre el autoestopista de Grozni. Una aparición que merece ser celebrada por todos los hooligans ilustrados: en Canaletes, en Cibeles, en Neptuno, o en… ¿dónde cojones celebra sus títulos el Espanyol? Son libros pequeños (11 cm de ancho, 15 de alto y apenas medio de grosor) para, supongo, aprovechar las pocas grietas que dejan la industria editorial y la de la distribución cultural (sic), pero ya saben qué dice la Biblia de la mostaza y sus semillas, aunque un barrenero asturiano encontraría alguna metáfora mejor para esto de las grietas.
Y con los seis libros delante, ¿por cuál empezar? Ni lo dudé: Cuestión de fe, de Enric González. La admiración que siento por el periodista, que es mucha, superó, por un margen escaso, la repulsión que me provoca el Espanyol. Pero lo que para Enric González es una cuestión de fe, para mí es una cuestión de suerte. De mala suerte, concretamente. A pesar de que es muy difícil para mí, que si no supiera leer tendría un abono amarillento del Gol Sud del Camp Nou y que si pudiera escoger puede que escogiera ser ugandés, lo digo siempre que puedo (y que no haya nadie a cinco kilómetros a la redonda que pueda escucharme): el Espanyol está perseguido por el mal fario desde el mismo día en el que fue fundado. Y no me dirán que no.
Someramente.
Es muy mala suerte que unos estudiantes de la Universidad de Barcelona, impedidos para usar el nombre de la ciudad, capitalizado ya por un grupo de extranjeros aficionados al football, funden un club con el nombre de Sociedad Española de Football sin ser capaces de anticipar cien años en qué charca maloliente se iba a convertir el oasis político catalán. Y que gracias a las amistades de uno de estos estudiantes con poca vista consigas el título de Real de manos de Alfonso XIII, que iba a dar apoyo a una escasamente celebrada Dictadura allá por los años 20, tiene mucho de golpe y poco de suerte. Con un poco más de vista y honestidad, el Barça se llamaría hoy Internacional, el Espanyol podría haberse llamado Barcelona y Enric González, quién sabe, hoy sería culé.
Es muy mala suerte que el primer torneo serio que guardes en tus vitrinas sea la Copa española de 1929, justo el año en el que se disputa la primera competición en formato de Liga y que se adjudica tu vecino ciudadano, situación que se repetirá varias veces —la de que el vecino gane algo las escasas veces que tú ganas— y que, pasados los años, se agravará hasta el punto que ni tan siquiera sea necesario que el vecino gane nada para que cualquier cosa que le ataña tenga más repercusión mediática que tu victoria. Porque los medios no te hacen caso: ni los catalanes por español, ni los españoles por catalán.
Porque es tener mala fortuna, no me lo negarán, que en España se imponga por los santos cojones de un señor que al fin y a la postre acabaría recibiendo la medalla de oro del F.C. Barcelona no una sino dos veces —y el consentimiento explícito de varios millones de personas más, una nada despreciable cantidad de ellos tan catalanes como Enric González y como yo— una dictadura militar y al club del otro lado de la Diagonal le maten de manera inmisericorde a su presidente (pero ¡ojo! no por serlo). Ni mil encarcelados por el caso Matesa, como el “modélico empresario” Vilá Reyes, pueden neutralizar el valor de un presidente mártir, por más que hayas recibido hostias de libertarios, nacionalistas y fascistas, y de todos a la vez, y hayas sido tan intervenido por el aparato del estado como cualquiera. Sí, también como el Barcelona.
¿Y qué me dicen de que entre las decenas de miles de inmigrantes que llegaban en esos trenes viejos con las famosas maletas de cartón —lo mismo da los de los años 20 que los de los años 60— la mayoría que silenciosamente pretendía integrarse lo hiciera abrazando con pasión los colores azulgranas? Un sucedáneo barato del sueño americano en el que la bailarina también acaba de puta y del que se dio cuenta algún sociólogo espabilado, Vázquez Montalbán, ¡otra vez!, en su Barça! Barça! Barça! publicado en Triunfo e incluso La Trinca. Pero es que si el Barcelona, en lugar de ser de Barcelona hubiera sido de Los Ángeles, Rita Hayworth hubiera pasado a la posteridad como Margarita Carmen Cansino. Mientras, los colores blanquiazules quedaban la mayor de la veces para que se solazaran sin demasiado convencimiento los que llegaban a Cataluña con cara de asco, empujados como el resto por la servidumbre de comer caliente varias veces al día, pero avisados ya de que su destino era engordar el lumpenproletariado al servicio de una oligarquía culturalmente hermética. Y hoy, cuando ya no hace falta ni salir de África para ser del Barça, ni tan siquiera estos.
No menos desgracia que mientras que el otro club de la ciudad era liderado durante décadas ya democráticas por empresarios de claro pasado (y presente) fascista, que no tenían empacho en ceder las instalaciones de su club para misas del Papa, campañas de Alianza Popular o actos del Opus, el tuyo, encabezado por el único presidente no vasco abiertamente nacionalista, se vea forzado a compartir alquiler con actividades tan subversivas como la Festa del Súpers o los partidos de los Barcelona Dragons. Pero los hechos son tozudos y poco importa que tu máximo accionista, al margen de sus afinidades ideológicas, financie y mantenga varios medios de comunicación de carácter marcadamente catalanista o empresas con razón social sita en la ciudad condal, ya que todo languidecía ante un presidente como Laporta por el mero hecho de que este llevara Els Segadors en el móvil, sin prestar luego demasiada atención —o, peor, perdonándoselo— a los flirteos, justificados de mala manera, con la extrema derecha españolista por vía de la familia política.
Y, tirando del hilo de la ultraderecha, tiene que joder sobremanera que en el único tema en el que acaparas infinitamente más atención mediática que tu vecino sea en el de los ultras, ya que a pesar de contar ciertamente con varias decenas de fascistas recalcitrantes entre tu hinchada conocidos como Brigadas Blanquiazules, no solo son inferiores en número a los que habitualmente albergaba el fondo del Camp Nou (y ahora están dispersos discretamente por todo el estadio), sino que incluso cuentan los primeros en su haber con una víctima mortal a manos de los segundos.
Es una fatalidad que siendo —por oposición a tu vecino, cuya magnitud le convertiría en pocos años en el club del país, y a estas alturas ya saben qué deben leer ustedes cuando yo escribo “país”— el auténtico club de la ciudad de Barcelona y de las familias que la señoreaban, te veas endeudado por la mala gestión de tus propias directivas y forzado a malvender tu histórico estadio en la zona noble de la ciudad para acabar convertido en el club deportivo de mayor nivel de Cornellà y buscando nicho de mercado en el ordinario cinturón (ex) industrial. Y hablando de Cornellà y de nichos, hay que tener muchísima fe para desear morar en la vida eterna, a cambio de una módica mensualidad, en un columbario en el estadio. Confío que a Enric González por aquel entonces se le haya agotado la fe y ceda su cuerpo a la ciencia antes que seguir sufriendo también en la otra vida.
Estamos hablando, por si todavía no se han hecho a la idea, de un club que tenía una sección de baloncesto y, de los hermanos San Epifanio, se quedó con el malo. Y es que la putada de ser del Espanyol es, pues, que exista el Barça.
Esto es, más o menos, lo que encontrarán en el libro. Porque esto es, más o menos, la historia del Espanyol. Claro que lo encontrarán contado por alguien que tiene la cabeza sobre los hombros y el culo sobre los escombros de Sarrià. Y que escribe mucho mejor que un servidor.
“La identidad existe y es sólida, aunque se haya forjado de forma casual y sin esfuerzos intelectuales por reescribir la historia. La identidad del Espanyol se ha construido desde la minoría, con derrotas muy dolorosas, una época de exilio y una constante necesidad de resistir. La identidad del Espanyol es la fe. (…) Da igual. La fe se mantendrá. Es indestructible.”
No sé ustedes, pero yo, al acabar de leer el libro, que así es como acaba, deseé haber sido del Espanyol. Fueron los peores veinte minutos de mi vida. Lo de no poder ser jamás como Enric González, en cambio, lo llevo mucho mejor.
«Porque ese es el perfil: un sucedáneo de calidad escasa para un lector tipo que reacciona igual al escuchar la palabra “literatura” que la palabra “Tassotti” o “Al Gandhour“.»
Me ha matado esta frase. Épica.
Quitando un par de frases puestas, intuyo, con intención de epatar, un artículo muy interesante y que, al menos a mí, me ha descubierto una historia que desconocía. El antiespañolismo (entiéndase aquí en el sentido deportivo) del autor es de lo más positivo, en este caso, para evitar un tono demasiado complaciente. Quedo a la espera de la crítica al libro sobre el Madrid, para ver si se consigue evitar la parcialidad, en esa ocasión.
En fin, para hacerle propaganda a los Manuel Jabois, Enric González y alguno más ¿eran necesarias tantas líneas?
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Àngels Barceló: “Los informativos de las televisiones privadas no dan información, es otra cosa”
Me hubiese gustado más información sobre el libro y lo que piensa Enric González que sobre el autor del artículo, que no me interesa.
Aquí tienes otra reseña sobre el mismo libro en Jot Down, quizá entre las dos sumes una entera que te satisfaga: http://www.jotdown.es/2012/06/una-cuestion-de-fe/
Y sino siempre puedes leerte el libro, que ahí sólo escribe Enric González (y son sólo sesenta y pico páginas). Al fin y al cabo, ¿quién sabe lo que piensa Enric González aparte de Enric González?
Bravo. Enric González es tan valiente como genial.
Cualquier tipo de texto que contenga el nombre de Enric Gonzalez vale la pena ser leído. Sí, además, incluye el de Montalbán la lectura más que obligada se convierte en material casi sagrado, pero cuando este texto se transforma en un panfleto, maravillosamente escrito eso sí, el bajón es enorme.
El autor habla de Tomás Roncero, y de eso hay mucho en su texto, mucho rencor, odio y, sobre todo, mucho pensamiento único ( si el autor es tan listo como parece sabe de qué estoy hablando). Lo que veo es un Roncero con talento, pero Roncero al fin y al cabo. Mucha literatura para escupir al vecino, al que no piensa igual que tú. Vaya, curiosamente, algo muy español. Algo que creo no le debe gustar mucho al autor del artículo. No me parece inteligente utilizar a un equipo que odias para ensalzar el tuyo. No me parece gusto utilizar a González para acabar vanagloriando mi club. El final del artículo hubiera acabado redondo con un: «ser del Barça és, el millor que hi ha»
Pues tan maravillosamente escrito no debe estar si es eso lo que has entendido tú.
Yo soy perica y creo que es lo más respetuoso que he visto escrito sobre mi club por un culé.
Pues o yo no he entendido el artículo o, precisamente, el autor deja bastante de lado lo que puede sentir como culé-que-odia-al-vecino para marcarse una buena crítica sobre la historia perica. Vamos, que no sé yo si Tomás Roncero podría escribir nunca algo así, aunque conste que me gustaría verle intentarlo, a ver qué le sale. Cierto que lo de que deseó por un instante ser perico igual ha sido demasiado, pero el resto no lo veo yo como otra cosa que un magnífico resumen de la historia del club.
Ciertamente me sorprende que no haya un libro sobre el Sevilla FC, para mí uno de los clubes más interesantes de nuestro fútbol.
Lo del Athletic ya sí que no lo entiendo.